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POR
JAIME XIBILLÉ M.
Por ello teniendo en cuenta estas nuevas características, vistas por los
apocalípticos como algo negativo, han dado lugar a otras estrategias para
abordar las nuevas condiciones del espacio virtual que la modernidad
denominó el espacio público que ya no podía ser definido por sus cualidades
sino por sus disoluciones. La Escuela de Chicago en los inicios del siglo XX
comenzaron a observar desde otras estrategias estos fenómenos escurridizos
donde lo urbano se gestaba en un estado permanente de configuraciones
súbitas y efímeras y donde las sociabilidades le daban paso a las socialidades
que emergían de los encuentros aleatorios del metropolitano en ese espacio
donde se desplegaban las dramaturgias urbanas, que ya no tenía nada que ver
con la teatralidad cotidiana del encuentro de los sujetos en los espacios
comunitarios o antropológicos como los denomina Marc Augé y otros autores:
“El lugar antropológico es aquel que ocupan –habitan diría Heidegger- los
nativos que en él viven, trabajan, poseen lugares de culto –como en la casa
ancestral-, practican ofrendas y sacrificios, defienden una interioridad, un sujeto
privado y colectivo. El etnólogo explora así la marca social del suelo. En este
sentido la fantasía de los nativos es la de un mundo cerrado, fundado de una
vez, alejado de imprevistos, previsible y recurrente, donde el dispositivo
espacial es a la vez, lo que expresa la identidad del grupo –ya que aunque los
orígenes del grupo sean diversos, la identidad del lugar funda la identidad del
grupo, lo reúne, funda, une- y es lo que el grupo debe defender, con vistas a
que el propio lenguaje de la identidad conserve su sentido. La fantasía del lugar
es una semifantasía –piensa Marc Augé- ya que ante todo ha funcionado bien:
las tierras fueron valoradas, la naturaleza domesticada, la reproducción de las
generaciones, asegurada y protegida por los dioses de la tierra.” (Selma, José
Vicente. IMÁGENES DE NAUFRAGIO: Nostalgia y Mutaciones de lo Sublime
Romántico. Valencia, Generalitat Valenciana, 1996. P.55.)
De este modo los lugares serían para el espacio público una ilusión del
territorio pues “es evidente que cuando los jóvenes emigran a la ciudad se
borran, con las señales del territorio, las de la identidad” (Ibíd., íd.)
ESTÉTICA RELACIONAL
Desde el nuevo ámbito que se generó con las investigaciones de la
microsociología y de una antropología no ya de la urbanidad, ni de la ciudad
sino de aquello más indefinido que se ha denominado “lo urbano” y que hace
referencia a las movilidades contemporáneas donde la subjetividad en las
relaciones del espacio publico pierden toda solidez y se configuran nuevas
formas dentro de los contextos y las situaciones en las cuales se despliegan los
microdramas. Tal como lo dice Manuel Delgado se trata de
1
Delgado, Manuel. El animal público. Barcelona, Anagrama, 1999. Pág.12.
2
Joseph, Isaac. El transeúnte y el espacio urbano. Sobre la dispersión y el espacio público.
Gedisa, Buenos Aires, 1988. Pág. 26.
Isaac Joseph también da cuenta de esa acepción de lo urbano tal como lo
planteaba Manuel Delgado en El animal público, y realiza unas distinciones
importantes pues hoy en día aún existen confusiones sobre ello. Por un lado la
urbanidad que se refiere al gobierno de una ciudad (siglo XIV) o también a las
cualidades del hombre de la ciudad: cortesía, afabilidad, mundanidad,
pequeñas veneraciones que hacen del ciudadano un importante actor de la
hospitalidad. La antropología de lo urbano o la microsociología de las
interacciones revierten esa concepción de la urbanidad tanto en el sentido de
gobierno como de las buenas maneras.
“Entonces, ¿no son acaso las sociedades urbanas más que templos de
simulacro, de falsas apariencias? Si ello fuera así habría que admitir que la
civilización no existe y que todavía debe ser inventada; habría entonces que
confiar esta tarea a un utopista una vez más o bien salir a la conquista de las
ciudades como en una cruzada y ver cómo los mártires luchan contra los
comediantes. Pero ocurre que la microsociología elaboró dos discursos que se
proponen transcribir minuciosamente la riqueza de las civilidades urbanas, no
3
Ibíd., pág. 28
4
Ibíd., pág. 29.
sólo su diversidad tornasolada, sino también su positividad ética. Y también
aquí volvemos a encontrar a Simmel: “Dejemos de lamentarnos de la
superficialidad de las relaciones sociales”, su gravedad debe leerse
precisamente, en la menor de las interacciones”.5
5
Ibíd., páginas. 29-30.
6
Ibíd., pág. 30.
7
Ibíd., páginas 30-31.
También existe –como señala Isaac Joseph- tres experiencias que sustentan la
estética del espacio público “la experiencia del emigrante, la experiencia de la
conversación y la experiencia de la copresencia y del tráfico. Todas ellas
señalan no la consistencia sino más bien la precariedad de las experiencias
mencionadas. Existen para la microsociología tres temáticas de lo precario “la
temática de los efectos de movilidad, la temática de las fluctuaciones de las
convicciones en público y la temática, microecológica, de la segmentación de
los comportamientos sociales en una situación”.8
“Por eso es necesario que veles por el espacio vacío para preservarlo, así
como es menester que yo vele para alterarlo, combate en el que estamos
juntos, próximos por lo lejano, extraños en todo lo que nos es común, presencia
en la que yo te toco intacto y en la que tu me mantienes a distancia, distancia
formada por ti y que sin embargo me separa de ti: foso de luz, claridad, en que
me sumerjo”.9
8
Ibíd., pág. 70.
9
Blanchot, Maurice. El último hombre. Madrid, Arena libros, 2001. Pág. 96.
caracteriza por la pluralidad de puntos y por una infinidad de ramificaciones: es
lo más cercano al concepto de hipertextualidad urbana.
“(…) supone una reciprocidad profunda entre las líneas y los puntos. Un pico,
una cúspide –una tesis, un elemento de situación- puede nacer, dice Michel
Serres, súbitamente de la confluencia de varias determinaciones, y
correlativamente, un camino –una relación, una situación- puede considerarse
como la correspondencia de dos picos preconcebidos. El análisis de una red de
comunicación tiene la función de poner de manifiesto esa capacidad de
retroacción de las situaciones sobre sus componentes (influencias, deudas,
efectos de rumores) y al mismo tiempo la multiplicidad de las disposiciones y
de las combinaciones que hace que un punto de la red sea siempre capaz de
apartarse de una situación. En una palabra, la red es entonces la
representación más flexible, la más pragmática de la movilidad de una
situación”.11
“’Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo escena. Basta con que
alguien atraviese este espacio vacío mientras otro lo observa, para considerar
que el acto teatral se ha entablado.’
Estas palabras, con las que Peter Brook define el marco teatral reduciéndolo a
la fórmula de la observabilidad, podría resumir el interés metodológico y
heurístico que la metáfora teatral tiene para la microsociología. Luego de haber
10
Joseph, Isaac. El transeúnte y el espacio urbano. Ob. Cit., pág. 132
11
Ibíd., pág. 134.
marcado los límites de un enfoque que ha utilizado sistemáticamente en
Présentation de soi y luego de haber ubicado al teatro en el inventario general
de los marcos de la experiencia, Goffman mantendrá el mismo principio que
Peter Brook: en el teatro, un actor puede ser observado de manera prolongada
sin ser ofendido y los dos territorios constitutivos de la representación, el de la
escena y el del público, están separados. Estos dos rasgos, que distinguen
rígidamente el marco teatral, se encuentran en el corazón del dispositivo
metodológico que propone el enfoque dramatúrgico de las situaciones”12
Así La puesta en escena de la vida cotidiana tiene que ir más allá del
dispositivo teatral clásico y de la representación. Por lo tanto Erwing Gofman
encuentra un modelo que le servirá para el caso: los marcos o frames de
Gregory Bateson: marcos como dispositivos cognitivos y prácticos de atribución
de sentidos, ellos rigen la interpretación de una situación, las relaciones con los
otros o con la acción misma.
“Toda una serie de nociones derivan de este pasaje del modelo dramatúrgico al
análisis de los marcos. La noción de participante ratificado en primer lugar, que
designa a la persona ‘oficialmente’ destinataria de la representación o de las
palabras intercambiadas. Ahora bien, este orden, lejos de estar definido de
antemano como ocurre en el teatro, en el que todo espectador es destinatario
del espectáculo, se construye y se confirma en la situación y a través de
diferentes índices o movimientos, explícitos o implícitos, producidos por los
participantes. La segunda noción deriva de la primera: puesto que los
participantes adoptan posiciones de locución y preparan el terreno de sus
interacciones a través de maneras de hacer o de hablar, el formato de
producción de sus palabras o de sus gestos, su capacidad para cambiar de
registro, decide acerca de la inteligibilidad mutua de los participantes y del
12
Isaac, Joseph. Erwing Goffman y la microsociología. Barcelona, Gedisa, 1999. Pág. 56
13
Ibíd., pág. 61.
mantenimiento de la reciprocidad de las perspectivas entre un locutor y su
auditorio”14
El entramado de las redes ponen por lo tanto en cuestión el modelo clásico del
espacio dramatúrgico y más bien señalan un camino más complejo e
hipertextual, con nudos, trayectorias, bifurcaciones, encrucijadas en las cuales
todos son comediógrafos y ponen en función sus competencias y su flexibilidad
en el interior de las situaciones, de los marcos tal como se acaban de definir.
Y ¿qué decir de las convicciones? ¿Cuáles son ellas en este ámbito tan
ambiguo del espacio público que nos obliga de cierta manera a evitar las
tiranías de una convicción firme e inalienable? Si el espacio público es frágil
¿por qué no lo han de ser nuestras propias convicciones, y aún más qué
significan ellas para nosotros? Virginia Wolf lo plantea poéticamente: existen
varias maneras de vivir, algunos sincronizan sus años con sus convicciones
flexibles y cotidianas, son parte de las mutaciones de la naturaleza social, el
tiempo que marcan sus relojes están sincronizados con su vida biológica y
social, su presente que suena o se ve en cada interfaz del reloj es la maravilla
de un presente que se desliza hacia el pasado sin nostalgia, seres que
conjugan su vida con el momento y que se registra en su lápida sepulcral.
Otros no viven esta sincronía, son seres del ayer o de un futuro que no está por
llegar, son seres que caminan junto a los otros pero que no se han dado cuenta
de que llevan tiempo muertos. Algunos en sus ritmos envejecen desde los
treinta años pues son incapaces de permanecer en el momento adecuado: esta
es una de las tareas más difíciles.15
14
Ibíd., pág. 63.
15
Aquí se realiza una paráfrasis del hermoso texto de Virginia Wolf Orlando mencionado por
Joseph, Isaac. El transeúnte y el espacio urbano. Ob. Cit., pág.143.
16
Ibíd., pág. 145.
ello entrando de lleno a una espacialidad no de lo urbano sino de una
espacialidad sádica.
Sabemos desde hace ya bastantes años que existen problemas que inciden en
la estética relacional de lo urbano y que han conducido a que la ciudad se vaya
fortificando y al mismo tiempo a una tendencia a la fragmentación de los
espacios y a su reconversión en lugares antropológicos sádicos, es decir al
pasaje de la dispersión y de la diseminación propios de lo urbano hacia la
reterritorialización. Además de esa retórica del miedo existe de consuno una
estética de la espectacularización de las metrópolis en su puja por ser más
amables y seguras para el turista y para los inversionistas de todo tipo,
creándose una correlación entre lo estético y lo económico. Y hay que tener en
cuenta que además eso implica unas nuevas formas de control de los cuerpos
que sean más sutiles que aquellos que pertenecieron al espacio del Territorio
despótico donde las fuerzas del Estado Totalitario se inscribían directamente
en los cuerpos. Si pasamos como dice Jean Baudrillard de la fase de
producción de la metalurgia hacia un gran sistema de signos flotantes –la
semiurgia en sus propias palabras- estos deben ser de tales características
donde lo nomadico del sistema, aquello que sería el espacio de lo liso y del
rizoma del transeúnte urbano, especialmente de aquellos que llama Maffesoli
“las tribus urbanas” no ajenas a nuestra cultura, a esos que despectivamente
llamamos indigentes o aún peor desechables, deben tener un efecto entre
subliminal e inquietante o siniestro, para evitar que ellos puedan penetrar en los
espacios limpios o estriados de los espacios gentrificados o convertidos en
asépticos de la ciudad cada vez más consolidada como gran parque temático.
Mutaciones digitales del panóptico que irrumpen en los espacios públicos para
asegurar la convivencia pero que en su uso perverso de convierten en las
nuevas formas de control del ciudadano perdiendo el derecho a la privacidad,
al anonimato: ahora los ojos de las videocámaras registran sus pasos, su color,
su vestimenta, sus gestos como una forma de distinguir a los buenos y a los
malos ciudadanos. Si el Water Gate fue considerado como un delito que llevó a
la renuncia del presidente Nixon, hoy el control del ciudadano desde que se
comunica telefónicamente bien por un fijo o un celular deja rastros y huellas, tal
como las dejan nuestras transacciones comerciales con las tarjetas
electrónicas. Existe una sobrecodificación y un miedo que en vez de rebelarse
se asume como una garantía de seguridad en un mundo donde el riesgo de
vivir la ciudad se magnifica en su propia imagen mediatizada, en las narrativas,
en el cine casero.