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Con el correr de los años he aprendido algunas cosas que han despertado mi asombro.
Sabemos, la comunicación es una de las herramientas empleadas por el hombre y bien
manejada logra diferenciarnos de los demás animales. Sin embargo a cada momento voy
descubriendo que cuanto más sabemos, mejor nos expresamos y mayor es el deseo de tratar
a la gente, algo sucede y por causa de la comunicación, (incomunicación) nos alejamos
perdiendo el interés en nuestra primera motivación.
¿Qué es o será lo que nos está ocurriendo? Sin lugar a dudas que el desarrollo al cual
ha llegado este mundo tecnológico, tiene parte de culpa. Antiguamente (hace unas décadas),
la información estaba reservada a aquellos que se quemaban las pestañas, ratones de
librerías y hasta los asiduos lectores de la prensa internacional, un grupo muy reducido de
personas quienes gozaban de este privilegio. Para el momento al que me refiero, podría
decirse que eran pocos los que podían refutar, rechazar, argumentar o mismo polemizar, al
interlocutor.
Añoro en gran parte aquellos momentos felices en los que nuestros maestros, padres o
guías, se acercaban con la información simple, precisa, convincente y aceptada. Hoy es muy
difícil que apreciemos lo que otros nos enseñan, la paciencia se ha agotado y sin medir, da la
impresión que a los únicos a los que prestamos oídos son a los diferentes representantes de la
iglesia, que con cantos de sirena, siguen administrando el verdadero raciocinio con la verdad
del miedo.
No quiero comenzar una lucha contra las religiones, mi punto es que con las que ya
tenemos nos basta y sobra, más aún cuando todas coinciden que existe un solo Dios. Qué
bueno que para hablar con Él no requiramos de audiencia, eso nos puede hacer ver que ya
basta de buscar en el jardín del vecino, el nuestro es tan bueno como aquél, lo único, es que le
hace falta un poco de afecto, amor, respeto y por supuesto regarlo de vez en cuando.