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Cada vez que oigo la palabra inmigración, salgo en busca de un psicoanalista. La liebre ya la
había levantado Ana Botella, hace cosa de unos meses, cuando creo que dijo algo así como
que con la inmigración aumentaría el problema de la violencia de los hombres contra sus
mujeres. Algo así me comentaron. Lo que me sorprende ahora es ver que también Arcadi
Espada (véase el 10 de julio en su blog en internet) se acuerda de la inmigración hablando de
la violencia doméstica, en respuesta a una carta de cinco profesoras publicada ese mismo día
en El País. Aunque no queda del todo claro en la referencia de Espada, en general la alusión a
la inmigración apunta no sólo a su aporte cuantitativo sino sobre todo cualitativo: los
inmigrantes pegan y matan más que los españoles y que los europeos. La razón sería que
proceden de países donde la desigualdad hombre y mujer es mucho más importante que en los
nuestros, Europa. De hecho, la tesis de que la desigualdad es “la principal causa” de las
palizas y los asesinatos es la de casi todo el mundo, desde luego también la de las profesoras
de Barcelona, y ya sólo por ese “súb(d)ito acuerdo colectivo resulta más bien sospechosa”
(T.W.A.) Como las alusiones fantasmagóricas a la inmigración no son razonamientos, ni se
basan en hechos, discutirlas sería ya darles un valor que no tienen, así que allá Ana Botella
con sus fantasmas. Pero se puede aprovechar la ocasión para hablar de nosotros y de los
demonios que apenas se disimulan ya con motivo de la “violencia de género”, que es de lo
que no quieren oír hablar ni los que se acuerdan de los inmigrantes, ni los que hablan de la
desigualdad. Y para esto vienen muy al pelo la carta de las profesoras y la respuesta de
Espada, porque condensan en pocas líneas un silencio monumental. Las profesoras hablan de
la desigualdad como “principal motivo”, y Espada nos cita a una feminista que cuenta con “la
naturaleza humana”, con la realidad, al abordar el problema de la violencia de los hombres
contra sus mujeres. El interés está en el punto de fuga que hay entre ambos.
El meollo de la cuestión no está en la desigualdad, para empezar por el final.
Denunciar la desigualdad está muy bien, y a partir de ahí reclamar la paridad efectiva en el
trabajo o en el consejo de ministros, denunciar el uso de las mujeres como objeto de reclamo
publicitario o pedir una asignatura de género (¿femenino?), también. Pero de ahí a pretender
que el “principal motivo” de la violencia es la desigualdad, es como creer que Bush mandó
invadir Afganistán para liberar del burka a las afganas: ambas ilusiones sirven para “mantener
intactos los mecanismos del poder”, por decirlo con las palabras de las profesoras, en
Afganistán y aquí. Todas esas cosas del mundo del trabajo están muy bien que se hagan y
además tienen mucho futuro por delante. De paso, el discurso de la desigualdad alienta la
maltrecha competitividad, rinde beneficios, resalta la eficacia, maquilla la publicidad y pone a
la escuela todavía más a merced de los adultos, o sea de los padres, porque es que las parejas
ya no tienen tiempo ni de ocuparse de los niños. Pero no deja de ser curioso y triste que un
problema que podría dar para hablar de la pareja como problema, acabe vendiéndoles una
solución para sus vidas a las parejas. La ‘pareja’ como problema, es de eso de lo que nadie
quiere acordarse en todo este debate. Porque hablar contra la pareja tiene muy mala prensa, y
si no que se lo pregunten a García Calvo, que sigue escribiendo en La Razón.
Así que no reduzcamos esos asesinatos de un sexo sobre el otro a una cuestión de
desigualdad porque eso supone deslizarse por el lado de los principios, del “deber moral”, lo
que acaba siempre entregándonos a la explotación económica y a la violencia con que se
rompen también los contratos. La mujer liberada trabaja el doble, venía a decir Isabel
Escudero en un artículo sobresaliente, y en Afganistán Bush puso de presidente a un ex-
consejero empresarial de su amado Dick Cheney (véase Farenheit 9/11). Conviene no olvidar
que en el principio fue la propiedad y que es eso lo que todo lo envenena. Reducir la
“revolución feminista” a la “paridad efectiva entre los dos sexos” en el trabajo, que es de lo
único que hablan las profesoras en su carta, es no querer volver si quiera a recordar que la
cosa tiene antes que nada que ver con el fundamento de la Pareja, con la posesión y con el
dinero. Y que el que tiene algo, como el que paga, quiere saber que lo que tiene es lo que pone
en el contrato, que es suya, para empezar, y cuanto más se crea que es suya más celosamente
la vigilará, la controlará, querrá saber de ella, con quién va, con quién habló, a qué hora, lo
que mira, por qué, y así hasta querer someterla entera. Ese celo no descansa nunca a no ser
que deje de pensar que es suya. Y, sin embargo, sobre esa idea se produce toda la publicidad.
La revolución feminista digo yo que algo dijo contra todo eso y podría de paso recordarlo,
porque si son vitales las medidas legales y prácticas, la oficina, hace falta recordar también
que esa revolución quería salvarnos de la condena de que cada una tuviera que ser de cada
uno y borrar así del mapa de las ideas lo de que cada oveja con su pareja y que eso era
empezar a borrar también al machito ibérico del mapa de la península y de las crónicas de
sucesos. Mientras tanto, entre un mapa y otro que se sigan tomando medidas prácticas que
equiparen los salarios y las oportunidades, que eviten la paliza mortal, que cumplan con el
alejamiento, que premien el divorcio, pero si hablamos de principios, empecemos por el
principio, por la casa y no por la oficina. Porque lo otro es no querer siquiera rozar el nudo de
toda esta cuestión tan espinosa, no querer coger el toro por los cuernos. Me acuerdo ahora que
durante el debate sobre el libro aquél que creo que se titulaba Todas putas, parecía como si
todo el mundo estuviera de acuerdo en que las mujeres no eran putas, pero no porque no
cobraran dinero, sino ¡porque no se acostaban con cualquiera!. Algunas frases parecían
sacadas de una declaración de la Conferencia Episcopal. Era como si se hubiera aceptado que
no es el dinero lo único que huele mal en todo ese asunto.
Una diferencia de matiz y, como se ve, las consecuencias van flechadas al corazón de
Cupido, ese broker. Pero de nada sirve insistir de frente en asuntos tan delicados y personales,
y gritar abajo la Propiedad podría hacer subir los seguros de la vivienda. Sin embargo, como
vivimos en la sociedad del Amor, las ventajas teóricas de matizar en lo que se funda el Hogar
pueden rebotar en la práctica por todas partes. La actualidad del problema exige que se señale
alguna consecuencia práctica: “¡ejemplos, ejemplos!”. Se me ocurre una tan clarita, tan de
actualidad y tan cercana como ejemplar: si no se hubiera olvidado que en el fondo estaba la
propiedad y no la desigualdad, si todo el mundo lo tuviera claro todavía, ese matiz, tal vez
muchos “feministas” y muchos ateos que defendían la prohibición del velo en las escuelas
francesas, porque era un signo de inferioridad de la mujer, de la violencia contra la mujer,
asumiendo que las que no se lo quitaran debían ser expulsadas, porque en el espacio público
de la escuela laica todos somos libres e iguales, libertad e igualdad efectivas, quizá entonces
esos defensores de la igualdad habrían sentido un escalofrío de ver que lo que estaban
haciendo era mandarlas de vuelta a su casa, con su padre y con su madre, que para eso es
suya, en lugar de dejarles abiertas las puertas de la escuela, abiertas a esa libertad e igualdad
que sólo se encuentra saliendo de casa a ganar la calle, de lo privado a lo público, en ese ir y
venir que va deshilachando la frontera entre lo uno y lo otro, perdiéndole el respeto. O quizá
tampoco. Porque lo cierto es que ya mosquea tanto que cualquier problema se quiera
solucionar señalando a los inmigrantes, como que la violencia contra la mujer se quiera
resolver escondiendo en casa los signos que la muestran. O sea, volviéndola in-significante,
en dos palabras.
*Este artículo se publicó en Lateral, n. 118, 2004, p. 14. Dos números después, Antonio
Prometeo-Molla respondió a mi artículo con otro titulado “Del machismo al hembrismo”.
Pego aquí abajo algunos párrafos de la respuesta que por carta envíe al director de Lateral,
porque sirven para aclarar en parte el contenido de este artículo. La carta se publicó íntegra
en un número posterior que no he encontrado.
Por alusiones
[...]
De las dos ideas con que A-P Molla resume mi artículo, la segunda no está
contenida en él. Dice así: “La mujer no tiene libertad sexual y como el hombre
teme esta libertad, un buen día mata a su cónyuge”. Esa causalidad, es una tesis de
mi corresponsal, no mía. Todo lo que de mi artículo se puede leer respecto de la
reconstrucción del crimen, se resume precisamente en esa advertencia frente al “la
maté porque era mía”: “ése no es el motivo, claro, pero es importante que pueda
ocurrírsele a alguien como justificación” (nº 118). Mi artículo hablaba del mapa
mental en el que se sitúan ese tipo de justificaciones. No de los motivos. El mapa
mental en el que se justifica el terrorismo etarra puede que sea la Nación Vasca
Esencial y Eterna y Eternamente Oprimida por el Estado Español y Francés.
Ahora bien, decir que el terrorista que le vuela la nuca a un fontanero, lo
hace porque –que es lo que está diciendo su “como el hombre teme(...), un buen
día la mata”—el fontanero era español, no es sólo aventurar un motivo, es sobre
todo y desde ya, compartir el mapa mental del que dispara, o lo que es lo mismo,
servirle la Causa en bandeja de plata. La línea causal que une la posesión como
fundamento de la pareja y el miedo a la libertad sexual como causa del crimen, es
una recta que traza A-P Molla en su resumen, pero no yo, que me tuerzo mucho.
Me parecía a mí, “dicho sea de paso”, que ese miedo a la libertad sexual era la
razón que explicaba la construcción del sexo “Mujer” como algo natural –no el
crimen--, cuando era precisamente lo más natural que pueda haber lo que se
dejaba fuera, encerrándola de puertas adentro (afortunadamente al menos, los
fantasmas entran por la ventana). Repito, mi artículo comentaba más los
razonamientos de la tesis de la desigualdad y la naturaleza humana que los
motivos del crimen.
[...]