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La verdadera historia de San Pedro de Choya


La Provincia de Santiago del Estero presenta muchas y diversas características, algunas
de ellas inverosímiles, otras paradojales y las más, simplemente, curiosas o típicas. De estas,
la población de San Pedro de Choya ofrece un ejemplo harto elocuente. Choya es, en la
actualidad, una región situada al S. O. de la Provincia.
En el testamento de Dª. Luisa de Quiroga, esposa que fue de Dº. Joaquín de Islas,
otorgado el 5 de abril de 1804, figura como una extensa zona dentro de los siguientes
linderos: al Sud Albigasta, al Oeste La Calera, al Norte Simogasta y al Este el Río.
En esta vasta región San Pedro es un pequeño, un dimi nuto pueblo. Se levanta sobre
sobre la suave ladera de una serranía azul, allí donde se pierden las últimas estriba ciones de
la sierra de Güasayán, y parece emerger de entre vega 1 y alcores, de las sinuosidades apenas
perceptibles de la tierra, ocre, violácea, rodeada de colinas y lomazos, apretado por un
tupido monte y que en épocas pasadas constituía una ínsula 2 étnico-social
Este pequeño pueblo fue fundado hace muchos
años por Dº. Juan Francisco Espeche,
(emparentado con el Gobernador de Catamarca del
mismo apellido), Dº. Félix Rosa Tolosa (uno de
cuyos colaterales figura en el poema de Ascasubi),
Dº. Fermín Brizuela (sobrino del General Brizuela,
que se hace matar en El Raco) y Dº. Crisanto Gómez 1
(que Gobernara la Provincia de Catamarca).
Todos ellos, parientes, emigran de su suelo
nativo por causa de la guerra civil, compran tierras
en Santiago del Estero, forman sus estancias, se
fijan y arraigan definitivamente, dando origen a
familias prolíficas, que nacieron| mezclándose entre
sí con pureza, afinación y probidad selectiva 2; y se
criaron como en un almácigo de moral, entre
principios y normas absolutas, amuralladas y
esquivas en sus costumbres familiares, en sus
modalidades propias. ¿Comprendéis, ahora, porqué
he dicho que formaron una ínsula étnico-social?

Dº. Antonio Tula ¿No es verdad que esos cuatro apellidos, y los de
Tula (proveniente del Conquistador Tula Cervín),
Agüero, Molina y Bazán gobiernan la grey, y que,
por causa de la selección sexual, sus mujeres son hermosas, y los varones presentan un sello
inconfundible, y -sus nombres son tan pintorescos como extraños?
¿No habéis repasado con la memoria la arquetípica y curiosa onomástica choyana? ¿No es verdad
que en ella se encuentran nombres como Eloísa, Elsiario, Duvilda, Doralisa, Adesinda, I Argira,
Mardoqueo, Metodio, Orosimán Gumer, Sila, Atenedor, Estratón, Guillabaura, Genívera, Miserata,
Odofio, Tarmenión, Deifila, Gozuinda, Nomiranda, Duverlí, Consifisión, Azulina y tantos otros?
Yo he ido a este pueblo. El San Pedro viejo, que fuera fundado hace tantos años, ya no existe. Sólo
quedan de él algunas ruinas a tres o cuatro cuadras del pueblo actual, hacia la cañada, en un declive
pronunciado del terreno. El San Pedro de hoy vive la agonía de los pueblos que no saben qué hacer
después de haberlo hecho todo.

1 D. Crisanto Gómez nació en El Alto en 1820. Estudió en el Seminario. Se casó en 1340 o 41 con Noemí Btachieri Olmos y
Aguilera. Se estableció en San Pedro después de haber ejercido el cargo de Gobernador de Catamarca desde 1868 al 1371,
falleciendo a los 65 años el 13 de Agosto de 1885, siendo sepultado en el cementerio de San Pedro en el nicho N° 25 de la tercera
fila. Dº. Crisanto cobijó a Dº. Gaspar Taboada en Bajo Hondo, casa de D. Ramón V. Espeche, situada 4 leguas al Sud de San
Pedro.
2 Un caso semejante de selección se presenta en Brasil (Río Formoso, donde un hidalgo holandés, Gaspar Van Der Lev, del

séquito del conde Mauricio de Nassao, radicóse en el extremo Sud de la Capitanía, constituyendo el tronco de una familia que
conservó una relativa pureza nórdica uniéndose sucesivamente entre los "miembros de la misma. Este "inbrereding:"
consanguíneo, determinado por el casamiento de primos con primas o tíos con sobrinas, hecho más por razones naturales y
económicas, que por exclusivismos sociales o raciales, originó en San Pedro de Choya curiosas y pintorescas deturpaciones
(deformaciones, afeamientos, [RAE]) familiares como en uno de los casos en que la abuela materna resultaba prima hermana del
yerno y la abuela paterna, en la misma familia, tía carnal de la abuela materna y tía segunda de sus nietos.
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En San Pedro vivía hace poco Dº.


Antonio Tula3, era una excelente persona.
Dº. Antonio era un caballero chapado a la
antigua, un tradicionalista y no quería
abandonar el viejo poblacho, su casona
antigua. Todos los días al levantarse, se
arreglaba cuidadosamente y se dirigía a la
estación próxima, donde atendía su
escritorio. Al término de su trabajo, Dº.
Antonio volvía a San Pedro, a su casa
solariega.
Yo he llegado una mañana a esta casa y
me he puesto a contemplar su alta fachada
rosa y azul y sus gruesas columnas el relieve
que sostienen la cornisa amplia, y el
parapeto4 imponente. Y después de ver las
rejas que cierran el vano de sus ventanas y de
trasponer un desmesurado portal, que da al
zaguán, ancho, espacioso, me han conducido
a una amplia sala, donde han puesto mi
dormitorio.
¿Será preciso decir que en este tránsito he
visto ya el patio, vasto, abierto, lleno de luz, y
que en este patio he visto también un
jardinillo?
Con las pupilas todavía encandiladas por
el sol he penetrado al aposento que me destinan. La familia Tula Gómez.
He sentido un frescor de muros encalados y
adustos en la penumbra atmósfera de la sala. Y,
mientras me quitaba el polvo del tren, he ido mirando el ropero, con su luna ensombrecida por los
años; la cama ancha, pulcra; el velador con su lámpara de noche; la jarra colmada; el vaso transparente;
y haciendo esquinero en un ángulo, el tocador monumental y la jofaina5 de loza y, aquí y allá, un
antiguo diván y algunas sillas.
¿No es verdad que estos enormes aposentos, con sus muebles obscuros y severos, os sobrecogen e
intimidan, sobre todo si echáis, luego una mirada hacia arriba y veis el techo, altísimo, negruzco,
sostenido por un artesonado de cabriadas, de soleras y de vigas, e imagináis el tejado, encima, agobiado
por los años con sus cenefas rotas, y los vientos, y los soles, y las lluvias, carcomiéndole poco a poco,
royéndole despaciosamente, mientras abajo la vida parece continuar inmutable? ¿Y no habéis pensado
que estos vetustos aposentos os sobrevivirán y que estos techos resistirán más allá de vuestra muerte?
A través de las puertas, por entre la tablazón desportillada, se cuelan hilos de luz, rayas hirientes de
un amarillo fulgido. Y he sentido deseos de salir y me he asomado al patio.
El patio me parece, ahora, más vasto, más desmesurado, más abierto, como si toda la quietud y la
soledad de la campiña se hubiesen refugiado en él, entre los altos paredones que lo circundan, bajo los
arcos del corredor que descansan sobre gruesas pilastras cuadradas, o, simplemente, bajo el naranjo;
bajo la tupida mata del jazmín o de la glicina.
Sin embargo, este patio, era más grande aún. Una construcción moderna lo ha dividido en dos,
cercenando la perspectiva del aljibe, de la cuadra o pesebre y de los aposentos interiores, que sólo se
alcanzan a través de una cancela de hierro, donde se encuentra la cocina, de fogón humoso.
He traspuesto el portal. Me, he asomado a la calle y he visto la plaza, obra de Dª. Deolinda Gómez
de Tula. El paisaje, adusto, dormido, está inundado de sol.
Son las diez, o las once, o las doce. La luz es intensa, cálida, vibrante. La soledad inhóspita. El
silencio, denso, henchido de tedio. Por las amplias vías que circundan la plaza (plantada con algunos
arbolillos, laureles y rosales) corre un aire fino, tenue, sutil. Estas vías son amplias. Estas vías están de-
siertas y se internan pronto en el campo, donde el panorama es, si cabe, más callado y solemne, donde
hay quiebras de tierra violácea que el agua de la lluvia, al descender de la sierra, cava sinuosamente,
dejando en el fondo un limpio manto de arena. Y, luego, estas vías anchurosas se ahilan 6 y desaparecen
finalmente en un recuesto o tras de un arbolillo.
He sentido una profunda, una callada emoción ante este pueblo desierto; ante estas casas blancas,
rojizas, azules, con sus puertas cerradas; ante los verdes collados enmudecidos que descienden hasta la
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vega; ante este pueblo despoblado donde aún se levanta como un símbolo la casona de Dº. Antonio,
recia, enhiesta, voluntariosa.
Y mi emoción ha crecido al recordar a los que vivieron en este pueblo, en estas viejas casas, en
aquellos tiempos en que las construyeron, amasando con el barro la esperanza y la fe: Dº. Crisanto, Dº.
Indabor, Dº. Eufemio, Dª. Teodomira. Dº. Antonio, Dº. Félix, Dª. Delmira, Dª. Eulogia, Dº. Ermilio,
Dº. Luis, Dº. Pastor, Dª. Raquel, Dª. Clemira. De ellos sólo queda alguna casa, alguna ruina y de otros
ni siquiera el recuerdo.
San Pedro de Choya en el pasado siglo, fue el centro social de las estancias y de los puestos
circunsvecinos, que existen todavía, aunque un tanto abandonados, y que se llaman: Las Lomitas, El
Palomar, San Bartolomé, Los Chañaritos, La Verde, La Ensenada, El Divisadero, Santa Lucía, El
Simbolar, Casa Blanca, La Guardia y Ancaján; este último que figura en la merced acordada al Capitán
Dº. Joseph de Quiroga y Guzmán en 1734 y, que en el siglo pasado señala el lugar por donde penetran a
Santiago las huestes de Lamadrid, que tantas depredaciones cometieron antes de trabarse en lucha con
las fuerzas santiagueñas del Gobernador Dº. Juan Felipe Ibarra. Y otros puestos más, con sus represas
naturales, enormes y bien abastecidas, que le dieron sus nombres: El Rincón, Bajo Hondo, Pozanccnes,
Buenaventura, Árbol solo, La Trinidad, Las Tejas y Cinco Pozos.
El Río Dulce, en sus desbordes, llegaba hasta la Meliaua y El Mercado, alimentando al Saladillo, que
tomaba sus aguas cíe estas lagunas. Millares de aves acuáticas vivían y se reproducían en ellas. Las
praderas eran inmensas. Los bosques, frondosos. Y en este ambiente vivieron los hijos de aquellos fun-
dadores y siguieron viviendo sus nietos y bisnietos, con su corte de criados, de mensuales, de
agregados, esclavos y domésticos, surgiendo de estos los artesanos: Tomás Lobo, maestro albañil, que
en San Pedro construyó las casas de Dº. Crisanto (hoy de los hijos de Dº. Antonio) y de Dº. Eufemio
Gómez, que fue luego de Dº. Justo Tolosa Espeche; Juan Brandán. el platero; José María Gómez, "el
niño", maestro zapatero de ordinario y Gaspar Páez; del mismo oficio, pero especializado en la
manufactura de lujo, sin contar con Antonia, la panadera, y los comerciantes Herrera, Escobar y
Eugenio Gómez, y otras mujeres dedicadas a la industria doméstica de hilados y tejidos, con sus
celebradas telas de barracán jaspeado para pantalones y las mantas y colchas multicolores y las
entendidas en la confección de dulces y arropes o en la elaboración de quesos y manjares diversos como
eran aquellas comidas de estofados, pasteles y jigotes.
Allí trabajaron y proliferaron las esforzadas familias choyanas en estos menesteres y en los de la
ganadería y agricultura, y leudaron su riqueza. Y allí se formaron en la abundancia y la mancomunidad
social, esos núcleos rurales que serían luego, ejemplos de organización del régimen de la Colonia y
donde tuvo su génesis el caudillismo argentino.
De la región de Maquijata, actualmente departamentos Choya y Guasayán, salieron los defensores
seculares en nuestra lucha contra el indio, como lo atestigua el documento del 23 de Febrero de 1685,
en el que el Procurador de la Ciudad de Santiago del Estero, Dº. Joseph Díaz Casares, manifiesta su
reconocimiento porque los que habitan en aquella parte que es la sierra de Maquixasta son las personas
más prontas a los socorros que se han dado y dan a la Frontera de Esteco y a todas las demás que se
ofrecen del Real Servicio y está formada la Compañía con Capitán y Oficiales y en la presente ocasión
están alistadas y prevenidas en cumplimiento de la convocatoria general a la entrada que se trata de
hacer al castigo de los indios mocovíes de la Provincia del Chaco.
De estos núcleos surgieron no sólo los soldados y guerrilleros, cuatro hermanos Gómez son
enviados a la defensa de Buenos Aires contra los ingleses con el contingente santiagueño y muchos
otros actúan en las guerras civiles7 sino la esposa y madre, figura simbólica de la matrona castiza, que
gobierna sin mandar, prolífica, severa, hacendosa, de temple y de carácter, formada en la moral de una
religión sin abuso de confesonario, pero virtuosa, generosa, abnegada, caritativa, que sin mezclarse en
los asuntos y afanes de su esposo -Al que permitía holgadas libertades- le azuzaba para la conquista de
un bienestar económico-social, acompañándole siempre en su esforzada lucha; esa mujer sencilla en la
pobreza y lujosa en la prosperidad, buena y afable, pero que no abdicaba, aún entre los suyos, de una
exquisita solemnidad protocolar.
De ese ambiente surgió también el hombre, poco demostrativo en sus afectos, pero apegado a la
tierra, a la familia y a la amistad; ese choyano obsecado, orgulloso, señorón e intrépido, que mandaba
porque siempre fue servido, porque no trabajó jamás en menesteres artesanos y tenía el empaque del
español y era como él jactancioso, jugador, derrochón y mujeriego, con un fondo de reservas hidalgas y
morales; que siendo campesino despreció siempre la bota, el chiripá y el cuchillo, que no convivió como
el gaucho con el caballo ni con la tradición gauchesca, pero que tempranamente manejó el revólver y se
envaneció de hombría.
Con estos elementos formóse el pueblo de San Pedro. Se construyeron las casas y se erigió la capilla,
de barro y teja, que duró hasta el año 1870.
De ellos surgió la sociedad que brillara a fines del pasado siglo, con sus saraos, bazares y festines,
con sus lujos de alfombras y cortinados, con su despliegue de galas, de jaquets y levitones, con la
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hermosura de sus mujeres profusamente enjoyadas y llenas de gracia, las cuales, entre valses, shotis,
polcas y mazurkas, desplegaban el maravilloso arte de un refinamiento social trascendente.
En esas fiestas y en las de la Virgen del Rosario (del 6 al 15 de Octubre) y de San Pedro (del 21 al 30
de Junio) afluía toda la población de los puestos y de las haciendas, con su cortejo de criados y de
sirvientes, se atiborraban las casas del pueblo que esplendían de luces y alegría, y en carnaval salían a
relucir sorpresas de mariposas y monillos de pega, y lluvias de oro y micalinas bicoloras y volcanes de
papel picado y huevos de agua florida…
A veces, la campana de la vieja capilla, doblaba a muerte y, entonces, toda esa gente sentía un solo
dolor y vestía un solo luto y afluía al pueblo silenciosa y formaba en el cortejo de los dolientes que se
encaminaba hacia el pequeño cementerio de la aldea.
Han pasado los años. Las sequías, las lluvias, los vientos y las heladas, no pudieron vencer la
voluntad mancomunada de los choyanos. La unidad había triunfado siempre sobre las adversidades,
pero un día atravesó por esos campos el tren y se dejó oír el silbato de la máquina horadando el silencio,
con su largo, agudo gemido. Y todos, como convocados por un hado maléfico, dejaron sus campos
.abandonaron sus haciendas, malvendieron sus bienes, ante el espejismo de la ganancia fácil del obraje.
Era el progreso y San Pedro se despobló. El ferrocarril no pasaba por el pueblo, porque había que cortar
las tierras elevadas del alto de Quiscaya y fundó nuevos pueblos a la orilla del riel. San Pedro empezó a
morir. Había empezado la era de la explotación forestal y el éxodo. Son las diez, o las once, o las doce.
He escuchado un chirrido. He visto pasar un carro cargado de leña y he vuelto a la realidad.
La iglesia se levanta en el mismo solar de la capilla antigua. La iglesia tenía una torre que no existe
ya. La iglesia ostenta un frontis coronado por un tímpano. El tímpano, con su cruz en el vértice, está
sostenido por dos robustas columnas que forman tres arcos. La fachada presenta también algunas
caladuras y mechinales y las campanas penden de un grueso leño y permanecen mudas, quietas,
adormecidas, en esta inmensa mansedumbre, callada, dormida, de la mañana.
A uno y otro lado de esta iglesia se ven unas rejas de barrotes de hierro enmohecido. Y por una
puertita desgonzada he penetrado al solar y he caminado entre pastizales y he sentido el fresco de una
sombra de árbol. Luego, he mirado los muros carcomidos y las tejas mohosas de las construcciones
vecinas y al fondo un aljibe de brocal todavía enhiesto, pero roído, desconchado, aflorando un polvillo
rojizo y me he asomado y he visto su profundidad insondable, oscura, y en las paredes, unas telarañas y
unos hierbajos.
Sobre la tapia del lindero opuesto asoman el viejo tejado de un solar baldío, un cactus y, entre los
restos vetustos de un paredón de adobe, un algarrobo, triste, desmelenado. Y más allá, la casona de Dº.
Justo, construida en 1881, con los desagües inútiles que penden del saledizo8, y las paredes mohosas,
con costurones, grietas y roturas. Al entrar a la iglesia he sentido una emoción de recuerdos
hondamente guardados. Ahí están los altares mayor y de la Virgen del Valle. Aquél ha sido tocado por
un rayo que le ennegreció su pátina de oro. Ahí están las imágenes de San Pedro, Predicador y Obispo,
de San Antonio, de Santa Marta, de San Judas, del Corazón de Jesús, de las vírgenes del Rosario y del
Valle y de Santa Teresita. Ahí están los floreros y los candelabros y el pulpito callado, con una ins-
cripción que dice "Víctor Righetti, dona, fecit, 1898".
A esta iglesia vinieron a prosternarse3
los- fieles de toda la comarca y en ella
oficiaron misa numerosos sacerdotes, entre
ellos aquel famoso filólogo italiano que se
llamó Miguel Ángel Iossi, padre de la
gramática quichua.
He penetrado a la sacristía, he abierto
uno de los viejos muros parroquiales y he
leído al azar algunas partidas de defunción,
encontrando que durante la peste de cólera
de 1868 habían muerto Dª. Eladia Gómez,
casada con Dº. Fermín Brizuela, Dº. Pedro
Ignacio Gómez, hijo de Dº. Juan .Nicolás
Gómez y de Dª. Juana Petrona Espeche,
La iglesia y la casona de huéspedes.
avecindado en La Punta de las Higuerillas y
personaje importante en la zona. He
imaginado la sensación de estupor que produciría la noticia de su deceso, la capilla ardiente con sus-

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prosternarse. (Etim. disc.). 1. prnl. Arrodillarse o inclinarse por respeto. [RAE]
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velones humoso?, el velatorio a cargo de deudos, amigos, agregados, mensuales y esclavos y, luego, el
triste cortejo, dirigiéndose al campo santo, mientras la campana difundía sobre la paz augusta de los
montes y serranías quejumbroso son.
En la sacristía hay una caja con herrajes herrumbrados. Esta caja contiene los ornamentos del
culto. Hay también un armario, negruzco; una mesa con candelabros de bronce, chorreados por el
esperma de las velas; algunas imágenes antiguas; uno que otro farol; unas andas y flores de papel. He
continuado leyendo: Dª. Noemí Bracheri Olmos de Gómez, esposa de Crisanto, murió en 1883; Dª.
Melitona Brizuela de Tolosa, falleció en 1873; Félix Rosa Tolosa, un niño de 10 años, hijo de Dº. Félix
Rosa Tolosa y de Dª. Teresa Gómez, que muere en 1865.
He sentido un poco de tristeza recordando todo lo que quedaba de esperanza inflorecida y trunca y
pensando lo que quedaba tras de la muerte de tantos otros: afectos, riquezas, haciendas y campos. He
seguido hojeando las amarillosas páginas. En 1885, siendo cura párroco Dº. Miguel Ángel Mossi,
muere Nicanor Gómez, hijo de Dª. María Juana Jerez y de Dº. Eufemio Gómez, y en el mismo año el
ex-Gobernador de Catamarca. Dº. Crisanto Gómez, hijo de Dº. Bernabé y de Doña Francisca Antonia
Molina.
He salido. He cerrado tras de mí la ancha portada. Y la Choya, -de ese San Pedro de otros tiempos,
que no debe morir, como no ha muerto en la memoria de los pocos que no le abandonaron y siguen
viviendo pegados a la tierra con la ilusión de asistir algún día a su nuevo despertar industrial y
comercial.
He entrado al pueblo cuando el sol caía a plomo. He sentido toda la tristeza de su agonía, toda !a
angustia de su muerte próxima, toda la soledad de su silencio.
Choya, de ese San Pedro de otros tiempos, que no debe morir, como no ha muerto en la memoria de
los pocos que no le abandonaron y siguen viviendo pegados a la tierra con la ilusión de asistir algún día
a su despertamiento industrial y comercial.
He entrado al pueblo cuando el sol caía a plomo. He sentido toda la tristeza de su agonía, toda !a
angustia de su muerte próxima, toda la soledad de su silencio.

Fin del fragmento

1
vega.
(De la voz prerromana *vaica).
1. f. Parte de tierra baja, llana y fértil.
2. f. Chile. Terreno muy húmedo.
3. f. Cuba y Ven. Terreno sembrado de tabaco. [RAE]
2
ínsula. (Del lat. insŭla). 1. f. Lugar pequeño o gobierno de poca entidad, a semejanza del encomendado a Sancho en el Quijote. [RAE]
3 Las fotografías de la familia Tula Gómez han sido suministradas -con gran amabilidad- por LEGT.
4
parapeto.
(Del it. parapetto).
1. m. Arq. Pared o baranda que se pone para evitar caídas, en los puentes, escaleras, etc.
2. m. Mil. Terraplén corto, formado sobre el principal, hacia la parte de la campaña, que defiende de los golpes enemigos el pecho de los
soldados. [RAE]
5
jofaina. (Cf. aljofaina). 1. f. Vasija en forma de taza, de gran diámetro y poca profundidad, que sirve principalmente para lavarse la cara y las
manos. [RAE]
6
ahilar.
(Del lat. *affilāre, de filum, hilo).
1. intr. Ir uno tras otro formando hilera.
2. prnl. Padecer desfallecimiento o desmayo por falta de alimento.
3. prnl. Adelgazarse por causa de alguna enfermedad.
4. prnl. Dicho de una planta: Criarse débil por falta de luz.
5. prnl. Dicho especialmente de la levadura o del vino: Hacer hebra por haberse maleado.
6. prnl. Dicho de un árbol: Criarse alto, derecho y limpio de ramas por estar muy junto con otros, lo cual se procura a veces
artificialmente para obtener la madera de hilo.
MORF. Se conjuga como aislar. [RAE]
7 Relacionados con estas guerrillas y montoneras transcribimos algunos documentos interesantes: Carta de Dº. Tomás Arlas al
Gobernador de Santiago Dº. Manuel Taboada,, desde Salta. Marzo 28 de 1853: "Felicito a Ud. por la captura que han hecho los
choyanos de uno de los asesinos del Capitán Dº. Ignacio Gómez".
8
saledizo, za.
1. adj. saliente (‖o que sobresale).
2. m. Arq. Parte que sobresale de la pared maestra. [RAE]

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