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Hace diez aos las candidaturas sin partidos polticos eran impensables. En la ley y en los
principios meta-jurdicos haba una especie de asociar toda la vida poltica a los partidos,
puesto que se pensaba en una serie de elementos no solamente constitucionales, sino
tambin sociales que hacan que los sujetos que participaban para los cargos de eleccin
popular deban estar necesariamente vinculados a las ideologas y esquemas definidos por
los partidos. Eran los tiempos de la democracia partidaria.
En esa materia falta mucho por hacer porque se han puesto una serie de diques para evitar
que las candidaturas independientes puedan en su momento rebasar a los partidos polticos,
sobre todo a los que conforman el bloque de institucionalidad dentro de nuestro Estado, que
vive en la penumbra de la norma jurdica.
Y es que se han dado fuertes cambios impulsados por todos los frentes posibles. Desde el
punto de vista interno por una sociedad poltica y civil mucho ms dinmica y contestataria
y que ha ido en aumento de sus demandas. Y desde el externo con el crecimiento de los
espacios de reconocimientos de los Derechos Humanos. Y frente a esos impulsos los
poderes legislativo y judicial se han visto en la imperiosa necesidad de hacer cambios no
nicamente en la norma, sino en la forma de aplicar las mismas a los casos controvertidos
con lo cual se extiende hasta crear una especie de cultura democrtica que empieza a girar
en torno a los ciudadanos, con lo cual se intenta, aunque con limitaciones, rescatar el
principio de soberana roussoniano.