You are on page 1of 76
MANUEL SECO ESTUDIOS DE LEXICOGRAFIA ESPANOLA SEGUNDA EDICION AUMENTADA EREDOS BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA FUNDADA POR al DAMASO ALONSO ‘H. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 431 . (© MANUEL SECO ‘© EDITORIAL GREDOS, 2003 Sanchez Pacheco, $5, Madrid Www.cditoriulpredas.cam SEGUNDA EDICION AUMENTADA Disofio gritfico ¢ ilustrackin: Manuel Jancico: Depéaito Legal: M. 34654-2003 ISHN 84-249-2346-4 Impreso en Espafa, Printed in Spain Encuadcmaciin Ramos Grifficas Céndor, 5. A. Esicban Terradas, 12. Puligono Industiial. Leganés (Madrid), 2003 7 LAS PALABRAS EN EL TIEMPO: = 3, LOS DICCIONARIOS HISTORICOS" | ~\, 1, Los picCIONARIOS HISTORICOS {Qué cs un diccionario? Un diccionario es y ha sido siempre un instrumento, Un instrumento cuya estructura externa, como la de tantos otros instrumentos indispensables dentro de nuestra civiliza- cién, est4 determinada rigidamente por el abecedario, Nombrado a secas, sin apellidos, y tal como lo eoncebimos hoy, cs cl registro alfa- bético de un mimero elevado de voces de una lengua, el contenido de las cuales se explica por medio de un texto equivalente 0 sinonimica, Convendra, desde cl principio, prevenir la confusién entre cl diccio- + [Parte principal del discusso de ingreso en la Real Academia Espafiola. leido cl 24 de naviembre de 1980 y al que contestd don Rafael Lapesa Mcigar. Reitero aqui ri gratitud a las personas que me ayudaron en mis pesquisas. Debo a la generosidad del profesor F.W, Hodcroft (Oxford) el haber podido utilizar algunos libros impor- antes sobre el QED. Al profesor F. de Tollenacre (Leiden), algunos pormenores sobre et diccionarios neerlandeses. A don Alonso Zamora Vicente, Secretaria Perpetuo de a Academia, el acocso a los Libros de Actas de la Corporaciéa. A mi maestro don Ra- fel Lapesa, adlemds de habcrme permitide consultar trabajos inéditos suyos relatives al DFILE, interesunies noticias sobre el primer Diccionario histérico de la Acadernia y sobre los origenes del segunda. Acerca de este Gltimo punta debo también tiles in- formaciones a algunos veteranos del Seminario de Lexicografia: don Jos$ Hermida, don Emilio Arranz, dofia Ana M.* Barella y don Claudio Carrillo], lo Lexicagrafia histérica nario sin mas, el que los lingiiistas Haman el diccionario de lengua, y otros productos lexicograficos que con frecuencia le toman prestado cl] nombre (glosarios, vocabularios, enciclopedias, diccionarios espe- ciales, diccionarios regionales, ctc.). Insistamos en cl cardcter bésico de herramicnta, y no de especula- cién cientifica, propio del diccionario. La lexicografia no ¢s una cien- cia, sino una técnica, 0, como dirian los clasicos, un arte, Esta bella palabra, arte, encierra en nuestro caso —permilidme la paradoja— una exacta ambigiicdad, por lo que ticne la actividad del lexicégrafo de oficio y artesania, y al mismo ticmpo de intuicién, sensibilidad y pasién, La condicién de mera técnica o arte que tiene la lexicografia explica que durante siglos haya estado en manos de puros aficiona- dos, y aun hoy en buena parte lo esté. Y conste que lo de puros afi- cionados no Iicva ninguna carga despectiva. Un buen aficionado sicmpre es superior a un mal profesional. En el arte lexicografico, buenos aficionados fucron, por cjcmplo, los padres fundadores de esta Academia, autores del admirable Diccionario de autoridades. Pero el hecho de que los diccionarios sean instrumentos y que su produccién sea un arte o una técnica no implica que queden fuera del ambito de la actividad cientifica. Precisamente cn la primera mitad del siglo xxx, cuando nace la ciencia lingilistica modema, los gramé- ticos y los fildlogos empiezan a hacer diccionarios, porque entienden que nada que verse sobré la lengua debe serles ajeno a los estudiosos de ella, Es la época en que, a distintos niveles y con distintos crite- riog, nuestro gramdtico Vicente Salva compone su notable Nueve dic- civnario de la lengua castellana (1846) y en Alemania los fildlogas Jacob y Wilhelm Grimm comienzan su ambicioso Diccionario ale- man [Deutsches Wérterbuch] (1838). No se trata de un exclusivismo gremial al grito de «la lengua para los lingilistas», sino, por el contra- tio, de la generosidad de la verdadera ciencia, que, lejos de limitarse a trabajar para el clan de los sabios, comprende que el saber est al ser- vicio de la sociedad, y mas atin en algo tan radicalmente social como el lenguaje. Las palabras en el tiempo. los diccionarios historicos Ma La invasién pacifica de la lexicografia por los lingtiistas tienc por finalidad mejorar la calidad de la informacién del diccionario, apo- yandola sobre bases metodolégicas mis sélidas que ias habituales. La inclusién de autoridades confirmantes de las definiciones, tal comio se habia hecho en el italiano Diccionario de la Crusca (1612), 0 en el primer Diccionario de la Academia Espafiola (1726-39), o en el Dic- cionario inglés de Samuel Johnson (1755), habia supuesto ya un pro- greso muy considerable sobre los métodos corrientes. Los lingilistas del siglo xx consideran que es necesario dar un paso mas: la aplica- cién del método histérico, de acuerdo con la direccidn vigente cn la lingilistica de la época. Nacen asi los diccionarios histéricos, que se distinguen por su propdsito de catalogar el léxico de una lengua sobi la base de una documentacién que abarca toda Ia historia de esa len- gua, y en que cada articulo viene a scr una monografia documentada sobre la evolucién de una unidad léxica, asi cn cl plano del contenido como en el de la expresién. ‘No se identifican los diccionarios histdricos con los etimolégicos, nacidos en tiempo muy anterior, pero renovados y dotados de rigor cientifico justamente en el mismo siglo en que surgen aquellos. Aun- que ambos tipos de diccionarios coinciden en la orientacién diacréni- ca, el interés del ctimolégico se centra en el origen de Jas unidades léxicas (cf. Zgusta, 1971; 200-01, y Malkiel, 1962: 16). Dice Ramén Gomez de la Serna que «cada palabra tiene un hueso incomestible: su etimologia» (1958: 160), Pues bien, en realidad ese hueso es roido por uno y otro diccionario, cuyos elementos se entrelazan con fre- cuencia, y ¢s imposible componer seriamente ¢l uno a espaldas de las aportaciones del otro. De todos modas, los limites entre los dos estan determinados con cierta claridad por la diferencia de sus objctivos. Y digo «cierta claridad», porque, para etimologistas de la talla de Wartburg (1957: 211)' y Onions (1966: vz), la etimologia es la histo- ria de la palabra, y no escuctamente de su nacimiento. Es solo ¢l es- quematismo extremado con que ¢stos autores tratan la evolucién se- ‘y. también Baldinger, 1974a: 17. 112 Lexicografia histérica mantica de las unidades léxicas lo que realmente diferencia sus dic- cionarios etimolégicos de los histéricos. Lo que digo es valido asi- mismo para ¢l maestro Corominas, quien llega a afirmar que su Dic- cionario etimolégica es al mismo tiempo un diccionario histérico: aserto bastante menos evidente para cl lector que para el autor (1954: 1, 1x})1980, I, xm). Por olra parte, tampoco es muy nitido el concepto de diccionario histérico dentro del conjunto de las obras que habitualmente se cata- logan bajo este rétulo. Habra que empezar observando que solo parte de ellas declaran su caricter histérico, sea en la portada, sca en el prologo, y que muy pocas lo ostentan abiertamente en su mismo titu- lo. ¥ que, al mismo ticmpo, algunas obras que no pertenccen a este géncro se presentan como histéricas en sus prélogos o en sus porta- das. Ademds, no olvidemos que, ayudando un poco mas en esta con- fusién, el nombre de diccionario histérico se ha aplicado también a obras que no son diccionarios de lengua, sino de historia, como el famoso Diccionario histérico y critico [Dictionnaire historique et critique] de Bayle (1696-97). ‘Cuatro son, pienso, las modalidades de diccionarios histéricos, cuyo denominador comuin es el enfoque diacrénico en el estudio de cada unidad léxica, junto con la aportacién de pruebas del uso de esta desde su aparicién en la lengua hasta el momento en que el dicciona- rio se compila. Esta en primer lugar la obra que presenta con rigor cronoldgico la evolucién semiantica total de la palabra a lo largo de la historia de la lengua. A este tipo pertenecen, por ejemplo, cl Diccionario inglés de Oxford [Oxford English Dictionary] (1888-1928) y el nuevo Diccio- nario histérico de la Academia Espafiola (1960-). Es este el tipo de diccionario que mejor se ajusta a aquella «visién diacrénica no adul- terada del léxico» de que habla Malkicl, ya que sus materiales estin eordenados a hacer surgir plasticamente la dindmica del desarrollo léxico, con atencién destacada a la sucesién y a la compatibilidad mutua de los significados» (1962: 16), Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 113 Una segunda modalidad es la que, siguiendo una idea sugerida por Craigie (1919, cit. por Burchfield, 1972: xm) y por Wartburg (1943: 251 y ss.), describe la evolucién semantica del léxico divi- ' diendo su historia en periodos que son objeta de estudio inde- pendiente y que convencionalmente se considcran como unidades de , sincronfa, de tal manera que el diccionario histépico consiste en una suma de diccionarios histéricos parciales*, Este}método, que Tolle- _ nacre (1965: 108-109) Mama «sincrénico-diacrinicom, es ‘el seguido en el Tesoro de la lengua francesa [Trésor de la langue frangaise] (1971-}, hoy en publicacién’, y en los diccionaries hist6ricos italiano y ramano, en preparacién. © Otro grupo —tercero— es el constituido por los diccionarios que, al igual que los del primer tipo, estudian de una vez la historia de ca- da unidad léxica, pero, sin tratar su evolucién seméntica, sc limitan a documentar histéricaments cada una de las acepciones. Se encuentran aqui, por ejemplo, ¢l Diccionari catald-valencia-balear de Alcover y Moll (1930-62), el primer Diccionario histérico de la Academia Es- pafiola (1933-36) y el Diccionario italiano de Battaglia (1961-). | 6 Y, por tltimo, existe el diccionario que presenta la historia de la palabra documentada desde su aparicidn en la lengua hasta la actuali- dad, pero con una discriminacién entre la época preclisica y las épo- clisica y posteriores, obedeciendo a una contaminacion entre el | criterio histérico y el criterio normativo. La documentacién preclasica es global, esto es, solo referida al significante, mientras que la poste- rior esta distribuida segin las acepciones modernas de la palabra. Este tratamiento ¢s cl del célebre Diccionario de la lengua francesa [Dic- tionnaire de la langue francaise] de Littré (1863-72). Quedan al margen de los diccionarios histéricos otros que pre- sentan algunas afinidades con cllos, pero que carecen del propésito de establecer Ia historia entera de las palabras. Entre ellos figurarian los diccionarios de autoridades, que ilustran y documentan cada acepcién ? Cf. Tollenaere (1965: 108). 3 [La publicacién se concluyd en 1596]. 114 Lexicografia histérica con textos tomados dispersameate de Ja literatura anterior (por ejem- plo, en nuestra lengua, el Diccionario de autoridades por antonoma- sia y ¢l Diccionario de Pagés); 0 las obras dedicadcs cxclusivamente al registro del léxico de una época dada (como las francesas de Gode- froy, Hatzfeld-Darmesteter o Paul Robert). Este ultimo grupo se dis- tingue de los diecionarios histéricos lamados «de cortes sincrénicos» —tipo Tesoro de la lengua francesa— en que concibe una determina- da época como objeto aislado, y no como parte integrante de un sis- tema total; es decir, carece de un programa general que abarque la historia toda de la lengua. El enfoque diacrénico del Iéxico no puede suministrarnos un co- nocimiento asisteméticon de este, el cual solo puede lograrse a través del estudio sincrénico. El diccionario histérico es practicamente una gran suma alfabética de monografias histéricas de las palabras, una serie innumerable de compartimientos estancos en que son examina- das una por una (con lupa o con microscopio, segiin la calidad del equipo de laboratorio) las palabras que bullen y se agitan, o se han agitado, en el enorme caldero del idioma. Por eso, situdndonos cn el punto de vista de la lengua como sistema, podriamos suscribir la afirmacién de Josette Rey-Debove: «El diccionario histdrico no des- cribe, de hecho, ninguna lengua real, pues su nomenclatura acrénica amontona palabras de todas las épocas (de varios estados de lengua reales) que no han funcionado simultincamente, y superpone estruc- turas léxicas incompatibles» (1973: 108). A pesar de esta peculiari- dad, que la lexicégrafa francesa considera una «aberracién», no puc- den desconocersc, ni clla misma los desconoce, los valores del diccionario histérico, si no se pierde de vista la condicién instrumen- tal de la lexicografia, Aunque cl destinatario inmediato del diccionario histérico es el ~ estudioso de la lengua, no es en modo alguno el inico, y tal vez ni si- quicra el principal, Corresponde este pucsto a toda la sociedad que cs duefia ¢ hija de esa misma lengua. Rey-Debove considera que el inte- rés del simple lector justificaria por si solo la existencia del género, ya que las civilizaciones de la lectura tienen una competencia léxica Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 113 pasiva que modifica profundamente la competencia normal de la co- municacién, y esa competencia pasiva pucde remontarse muy Iejos en el tiempo (1973: 108), También Paul Imbs, al presentar el Tesoro de Ja lengua francesa, piensa en ese publico cultivado, e:.frentado con la interpretacién exacta de los textos literarios y deseoso de un conoci- miento profundo del léxico de su propia lengua (1971: 11). Podria ar- gilirse que estos intereses del lector culto ya estan fundamentalmente atendidas en un diccionario gencral extenso, como el Diccionurio comin de la Academia Espaiiola, tan rico en arcaismos; pero la falta de precisiones cronolégicas en este y en otros clientes suyos conduce con mas frecuencia a la confusién que a la orientacién del consul- tanie, El historiador de la cultura ha de encontrar en las paginas de ios, diccionarios histéricos un caudal abundante de informacién a través del vehiculo precioso de las palabras, testigos de las realidades mate- tiales, morales ¢ intelectuales de la sociedad en las distintas épocas. Una serie valiosa de estudios sobre léxico, como los de Matoré. y Du- bois en Francia, o, entre nosotros, los de Lapesa, Seaane, Rebollo To- rio, Battaner y otros, han demostrado cl altisimo interés que para la comprensién de un determinado momento histérico tiene el estudio del léxico en él] vigente, y particularmente de sus neologismos. Pero, 4 su vez, la correcta calificacién de estos y la valoracién adecuada de aquel solamente pueden lograrse si se dispone del arsenal de mate- Tiales contempordneos y anteriores almacenados y ordenados en las columnas de un diccionario histérico, No haré falta ponderar la importancia que esc almacén de datos Iéxicos, semAnticos y gramaticales tiene para los fil6logos y para los lingiistas. El heroismo con que trabajan quicnes, sin tener a su dispo- sicién diccionarios histéricos de una determinada lengua, se adentran en la investigacidn de la historia de ¢sa lengua y en cl andlisis ¢ inter- Pretacién de sus textos litcrarios y no literarios, es digno de la mayor admiracién si se compara con la ventaja de salida con que cuentan los investigadores que penctran en otras Ienguas y literaturas pertrecha- dos de una importante informacién auxiliar suficicntemente resuelta 116 Lexicograjia histérica por la lexicografia histérica. En particular, la ctimologia necesita de una documentacién cronolégica minimamente fidedigna como una de sus bases imprescindibles; si carece de ella, es facil que dé saltos en el vacio y que establezca filiacioncs absolutamente erréneas © ima- gine secuencias y evoluciones de sentido contrario al real (cf. Pottier, 1968: 232-238). Los diccionarios histéricos no solo suministran al etimologista la informacién necesaria para que pise tes-cno cronold- gico seguro, sino también un acopio de formas antiguas y modernas, literarias y dialectales que no es probable sca igualado por la diligen- cia del investigador y que le ayudara a cerrar con hechos, y no con | hipétesis, la malla de la evolucién formal del léxico. Y, al lado de to- do esto, ponen a su servicio la informacién scmantica indispensable para que la etimologia no se encierre, como tantas veces ocurre, entre las paredes de un ejercicio principalmente mecanico y sae ciego, o al menos miope, a la realidad del signo lingiiistico, EI estudio mismo de la lengua actual, particularmente de su lexi: co, solo puede Hevarse a cabo partiendo de un conocimiento profundo © de las ctapas anteriores, si aspiramos a que entre nuestras hazafias no figure la de descubrir el Mediterraneo. Solo en un rapto de obnubila- cién o en una condicién de virginal ignorancia puede el investigador perder de vista que un estado de Iengua es solo un instante en una evolucidn infinita; que el habla de hoy ¢s hija y nieta del habla de ayer y de una serie de ayeres y de anteayeres que se alejan en el pasa: do; y que la comprensién perfecta de lo que hoy es vivo precisa, no exclusivamente, pero si también, de la luz que puede damos el Sono cimiento de lo que era vivo ayer. La carencia, todavia, de un diccionario histérico de nucstra lengua se hace sentir de modo muy palpable en nuestros diccionarios usua~ les, desde los de grucso calibre hasta los de formato manual, El Dic! cionaria académica Hamado comuin tiene como punto de partida el Diccianario de 1726, sometido a lo largo de dos siglos a diecinutve revisiones, en las cuales se ha enriquecido la nomenclatura, se han re= formado las definiciones y se han acreccntado las acepciones. Esta labor, particularmente considerable en los Gltimos decenios, ha servie Las palabras en et tiempo: los diccionarios histéricos 117 do para sostener el prestigio tanto del propio Diccionario como de la Corporacién editora; pero el tesoro léxico amasado por tantas genera- tiones de académicos no puede ser beneficiado sin cautela, La Aca- demia dice marcar como «anticuadas» las voces y acepciones que " pertenecen exclusivamente al léxico de la Edad Media, y como ade- susadas» las que se usaron en la Edad Moderna, pero que hoy no se emplean ya; mas la benevolencia con que esta norma se cumple puede comprobarse observando que términos como albardaneria y ablandahigos, cuyos iiltimos testimonios de uso, segin el Diceiona- rio histérico de la propia Academia, se quedan Tespectivamente cn los afios 1537 y 1611, aparecen en el Diccionaria comin como vivos y normales (ni siquiera literarios o regionales) en la actualidad, ¥ como actual y viva registra el Diccionario académico de 1970 la conjuncién maguer, cuando ya hace mas de doscientos afios servia csta palabra para motcjar a los literatos arcaistas aque chocheaban con ancianas frases» (palabras de Iriarte)‘. +» Lo que ocurre en el Diccionario académico ocurre también en los demas, porque todos se nutren bisicamente de lo que dice aquel, aun- que no muchos tengan la honradez de decirlo y no pocos tengan el ci- nismo de vituperar la mina explotada. Dejando a un lado la mayor o menor apertura al neologismo con que estos diccionarios tratan de 'distinguirse, la necesidad material de aligerar cl caudal académico los Heva a eliminar, o al menos devaluar tipogrificamente —segun de- claran en sus prologos—, todos los términos anticuados o desusados: _ para lo cual se sirven de un doble criterio: las propias indicaciones de Ja Academia (que no siempre son de fiar, como acabamos de ver) yla mera «competencia» lingilistica del lexicégrafo, que por desgracia funca pasa de ser una gota de agua en el océano del idioma (cf. Seco, _ 1979¢: 400). | © Cf. Iriarte (1787; $1). Sobre ablandahigas, v. DHLE, fasc. 1 (1960); sobre al- | bardanerfo, v. DHLE, fasc. 11 (1974), Sobre el emaguerismom, cf, Lazaro Carreter, 1949: 239-40, us Lexicografia histérica jCudnto saldré ganando Ia lexicografia de la lengua espaiola (y em consecuencia los hispanohablantes) ¢l dia que disponga de los datos objetivos sobre vigencia de palabras y acepiones que un dic- * cionario histérico puede ofrecerle! Porque, si un diccionario histérico, com su profusién de datos organizados, es siempre una cantera inago- table de estudios sobre el idioma y mds concretamente el Iéxico, es, sobre todo, la base documental indispensable para construir cualquier diccionario general de la lengua. Los diccionarios histéricos, por sus grandes dimensiones, son obras que para su ejecucién ofrecen muchas dificultades, y por lo mismo estan expuestas a muchos defectos. Como dijo Samuel John- son, «un trabajo grande ¢s dificil porque es grande, aunque indivi- dualmente todas sus partes pudieran ser ejecutadas con facilidad; donde hay muchas cosas que hacer, debe darse a cada una su parte de tiempo y de trabajo solamente cn la proporcién que ella tiene en el conjunto; y no pucde esperarse que las piedras que forman la copula de un templo cstén talladas y pulidas camo el diamante de una sorti- ja» (1755; L, [7]). Con razén escribié Jacob Grimm, pioncro cn estas tareas: «Por su naturaleza, los libros de esta clase solo pueden Ilegar a ser buenos en una segunda edicién» (citado por Betz, 1963: 180). Mas —sigamos también a Pero Grullo— para alcanzar csa buena se- gunda edicién seguramente no hay mas camino que hacer antes la primera, 2. Ex DiccioMaRIO ALEMAN DE LOS HERMANOS GRIMM El primero de todos los diccionarios histéricos va unido al nom- bre de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, cuya fama, para todo el mundo, s¢ apoya ¢n los Cucntos, y, para los lingdistas, en la impor- tante Ley de Grimm, que es una de las claves de la lingilistica germé- nica, La invencién de la lexicografia histérica no se debe, sin embar- 20, a iniciativa espontinea de los geniales hermanos, sino — zquién lo diria?— a los avatares de la politica, En efecto, Jacob y Wilhelm, profesores y bibliotecarios en Gotinga, fueron destituidos y expulsa- Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 119 dos ¢n 1837 por haber firmado, junto con otros cinco colegas, una Protesta contra la arbitraria revocacién de la Constitucién de Han- nover por cl rey Ernesto Augusto. Exiliados y privados de sus medios de vida, aceptaron, para subsistir, la propuesta de un editor de Leip- zig: se comprometicron a compilar un diccionario de Ia lengua ale- mana en seis volimencs. Lo importante cs cémo fue dotado de contenido este marco im- puesto por una realidad adversa. Jacob Grimm, al planear el trabajo, consideraba necesario superar los diccionarios de Adelung y Campe, haciendo una obra moderna y cientifica. Lo cientifico en lingiiistica, en aquel momento, cra ¢l enfoque histérico y descriptivo; y, de acuerdo con él, el diccionario fue concebido como una exposicién del léxico alto-aleman tal como estaba atestiguado por ¢l uso desde me- diados del siglo xv hasta cl momento presente. Se excluia, pues, toda intencién normativa, y se concedia atencién fundamental al testimo- nio cronolégico y formal de los textos como base para establecer la historia de cada palabra. EI contrato del diccionario, en cl que los Grimm habian puesto grandes csperanzas, no sirvié en absoluto para sacarlos de apuros, y fueron otros sucesos los que les permiticron salir adelante. Pero el veneno de la lexicografia ya habia penetrado en su espiritu. Desde 1838, en que comenzaron los trabajos, hasta su muerte, no cesaron cn Ja tarea. El primer fasciculo del Diccionario aleman [Deutsches War- terbuch] aparecié en 1852, y el primer volumen se completé en 1854. A la muerte de Jacob (1863) — Wilhelm habia fallecido cuatro afios antes—, se habia llegado a la primera parte del volumen IV, abarcan- do aproximadamente un 25 por 100 del total del léxico?, La redaccién habia corride a cargo exclusivamente de los dos hermanos, si bien en la recogida de materiales habian sido auxiliados por ochenta y tres voluntarios. Salieron erradas las cuentas en el tiem- ) * Sobre el Dewtrches Warterbuck de J. y W. Grimm, v. el extenso prélogo de la ‘obra, firmado por el primero (I, 1854), y Behr (1971). También Migliorini (1961: 108), 120 Lexicografia histérica po y en la extensién: la vida se les acabé antes que la obra, y, en lugar de los seis volimenes previstos, la realidad de la redaccién hacia cal- cular su nimero en diccistis. Pero hay algo admirable en el Diccionario alemdn, aparte de su valor inaugural de una nueva y ambiciosa rama de la lexicografia. Es un mérito que no corresponde ya a sus autores, sino a su pucblo: la te- nacidad con que la obra, privada del impulso de sus creadores, fue continuada, a través de mil vaivenes y dificultades, hasta Hegar a su terminacién, en 1961; 123 afios después de iniciados los preparativos; 107 después de la publicacién del primer volumen. En total eran 32 volimenes, 380 fasciculos. Como en las grandes catedrales del pasado, en la direccién de Ja obra se sucedieron diversas manos, ¢n su produc- ciém se relevaron varias generaciones, y en su técnica, contenido y ¢s- tilo se marcé la huclla de distintas épocas. Pero emociona ver c6mo el formato, la tipografia, la portada con su ingenuo grabado alegérico y el lema «En el principio era la palabra», son iguales, pasado mas de un siglo, en el dltimo volumen que en el primero, como simbolo clocuente ~ del amor de los pucblos cultos a su tradicién intelectual. Debe subra- yarse, ademas, que la conclusién del Diccionario fue obra conjunta de las dos Alemanias, merced a la cooperacién entre la Academia de Ciencias de Berlin y la Academia de Ciencias de Gotinga. La leccién que el Diccionario de Grimm nos ofrece de constancia y continuidad, de solidaridad histérica y nacional, en la ejecucién de un homenaje a una lengua, tiene todavia una prolongacién clocuente, El auténtico respeto a la obra gigamtesca y a sus fundadores, plasma- do en el tesén por Ievarla a término, no ha impedido que sus ultima- dores sean perfectamente conscientes de las lagunas y desigualdades que la claboracién secular ha dejado en ella. Y asi, en 1957, antes de concluirse los dltimos fasciculos, ya empezaron los proyectos para una nucva edicién del Diccionario cuya primera fase seria la reelabo- racién de su parte mds antigua y anticuada, las Ictras A a F, El plan, asumido por los dos departamentos lexicograficos de Berlin y Gotin- ga, fue puesto en marcha inmedialamente; y, tras una intensa recogida de materiales nuevos, aparecié ya en 1965 cl primer fasciculo de la Las palabras en el tiempo: los diccionarios icos 121 nueva edicién, que ha sido Seguido por varios mis en los afios Pposte- riores (cf. Bahr, 1962 y 1971: 28; Betz, 1963: 180-186; Tollenacre, 1965: 105-110), En la profunda renovacién que la lexicografia experimenté en cl siglo xxx, el Diccionario de Grimm desempeiié un pape! fimdamental. _ La orientacién histérica por él inaugurada esta presente cn una serie ‘no escasa de obras nacidas a lo largo de ese siglo y del nuestro, Con- siderando solo las lenguas romanicas y germanicas, mis noticias re- gistran, desde 1854 hasta hoy, veinte diccionarios histéricos empren- didos, de los cuales ocho estan terminados, siete estdn en Publicacién, teamericana), el sueco, el danés, el catalin, el escocés, el espafiol yel fumano. Algunas de estas lenguas cuentan con mas de una obra en su haber (v. TRLS, 1971: 3-52; Hulbert, 1968: 43-44; Tollenacre, 1965; 105; Casares, 1950a: 254-60; Migliorini, 1933, ete). 3, Et. Diccionario pe Oxrorp El fruto hasta ahora mds perfecto de esta rica floracién ts, sin du- 4a, el Diceionaria inglés de Oxford [Oxford English Dictionary], pu- blicado de 1888 a 1928, en doce grandes voliimenes, con un primer Suplemento aparecido en 1933, Aparte de la perfeccién mas elemen- tal, la de que esd hecho y terminado, es, de las obras hasta hoy reali- 2adas, la que con mis rigor se ha atenido al Principio histérico, com- binando el respeto al dato cronolégico con la afinada bisqueda del hilo de la evolucién seméntica de cada Palabra, Habida cuenta de que la extremada dificultad de esta tarea es totalmente nueva en cada nue- Yo articulo, y que el trabajo versaba sobre una lengua rica en caudal, en historia y en literatura, la redaccidn se completé en un plazo relati- vamente breve —cuarenta y cinco afios entre cl primer fasciculo y el ultimo—; y, si bien su iniciador no pudo llegar hasta el final, si vivio lo suficiente para ver impresas tres cuartas partes de la obra, marcan- 122 Lexico, ia histérica do on el todo un cardcter unitario muy dificil de lograr en una produc- cién de tan grandes dimensiones *. El artifice de este monumento a la lengua ingicsa cs James Mu- rray, un escocés nacido en 1837, macatro de escucla en su comarca natal, autodidacto, con la impaciente curiosidad, tipica del superdota- do, por todos los saberes (fue él quien ensefié las primeras nociones de clectricidad a un nifio llamado Graham Bell, que afios més tarde inventarfa el teléfeno); pero su curiosidad pronto se polarizé en la fi- lologia. Este joven maestro no hubiera salido en su vida de su condi- cién de eminencia local, a no ser por un episodio biografico, la en- fermedad de su mujer, que le obligé a abandonar Escocia cn busca de clima més benigno para ella. El waslado a Londres no solo no sirvis para salvar a la enferma, sino que forz6 a Murray a cambiar Ja ense- fianza por algo tan ajeno a ella como un puesto de empleado de ban- ca, Hubo, sin embargo, una providencial contrapartida: la residencia en la capital le puso en contacto con la Philological Society, el punto de encuentro mas importante entonces de los estudiosos de Ia lingilis- tica en Inglaterra. La Sociedad admitié como miembro al modesto bancario, sin preocuparse de su carencia de titulos universitarios y mirando nada mas a su auténtica y desnuda competencia, que salo mas tarde habia de obtener reconocimiento oficial, Cuando, pocos afios después, habia conseguido Murray librarse del duro Banco y volver a su vocacién docente cn una escuela cercana a Londres, y cuando le esperaba una vida placida, equilibrada entre la ensefianza, Ja investigacién y un hogar feliz, le vino de lo alto la Namada fatal de la lexicografia. La Philological Society preparaba desde 1857 un diccionario ba- sado en principios histéricos, cn cl cual se hhabian sucedido en vein- titin afios tres directores, sin mds resultado practico que la recogida de una cantidad notable, aunque desordenada, de materiales. En 1878, la Sociedad cree egado el momento de dar cl paso decisivo. Como no © para la historia de James Murray y el OED, v. Murray (1903), Onions (1933) y, sobre todo, Murray (1977). Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 123 a ee See MI OMATOON ORICON tiene recursos materiales, negocia la publicacién con la editorial uni- versitaria de Oxford. Y al mismo tiempo pide que se haga cargo de la direccién a James Murray, cuya laboriosidad, Preparacin y rigor han quedado probados en sus trabajos dialectales y filolégicos. El Ppacto tripartito se produce: se editara un diccionario en cuatro volamenes, con un total de 6400 paginas, en diez afios, precedidos de una prepa- racién de tres. (La comparacién con la realidad posterior ¢s instructi- va: al final serdn, no cuatro, sino doce voliimencs; no 6400, sino 15.500 paginas; y no diez afios, sino cuarenta y cinco). La realizacién del Diccionario de Oxford presenta tres caracteris- ticas externas dignas de sefialarse. La primera cs cl calor popular que desde cl principio al fin apoyé © impulsé la obra. La segunda, el sen- tido practico con que se logré dar una organizacién eficaz a una tarea de dificultad ilimitada, La tercera, la entrega en cuerpo y alma de una Persona a su ejecucién. El apoyo popular al Diccionario de Oxford no se Pprodujo en forma de adhesiones entusiastas o cualquier otro tipo de alharacas, sino en forma de colaboracién efectiva. En los primeros momentos del proyecto, la Sociedad Filolégica, siguiendo el ejemplo de los hermanos Grimm, decidié pedir la ayuda de voluntarios para la re- cogida de materiales. Ya en 1857 sc habian ofrecido y puesto a tra- bajar 76, cuyos primeros resultados empezaron a llegar muy proato a manos de la Sociedad. En los afios siguientes la cifra de los cola- boradores Ilegé a més de 170, algunos de los cuales contribuyeron con el envio de mas de 10.000 fichas, entre ellos, cuatro con unas 30,000 y dos con mas de 100.000. Cuando Murray se hizo cargo de la direceién del diccionario, difundié un nuevo Hamamiento a todo el mundo anglohablante, y a esta circular respondicron en el primer mes 165 personas, que un afio mas tarde eran 754, y al cabo de otro afio mas de 800. Unida la labor de este ejército a la del mintsculo equipo redactor, ¢| total de fichas que se reunieron como base para Ja elaboracién del diccionario fue de unos cinco millones, Es cierto que no toda esta contribucién era de primera calidad, y que buena parte de ella exigié revisiones a la hora de su utilizacién; pero no ¢s 124 Lexicografia histérica menos cierto que constituy6 uno de los factores decisivos en la construccién de la obra. James Hulbert ha escrito que hoy seria improbable una coopera- cidn gratuita semejante: la gente esti demasiado ocupada, demasiado. metida en la dura tarea de abrirse camino, para poder dedicarse a ex- tracr citas destinadas a una obra que no le va a dar fama ni dinero. Pe- to en aquel mundo tranquilo que precedié a la prim-ra Guerra Mun- dial habia en Inglaterra una clase ociosa culta, centenares de personas instruidas que vivian de rentas o de trabajos poco absorbentes y que eran capaces de apreciar la importancia del diccionario proyectado y de sentir placer en colaborar en su preparacién (Hulbert, 1968: 40), El escepticismo de Hulbert sobre la posibilidad actual de este tipo de ayuda colectiva se fundaba en el fracaso con que un intento pare= cido tropezé en Estados Unidos, Nosotros podriamos afiadir otro ejemplo espaiol. Pero no generalicemos tan aprisa. Dentro de Espaiia se ha dado un caso de colaboracién de la sociedad con una empresa lexicografica, la del Diccionario catal4n-valenciano-balear (de la que hablaré en seguida), Y en la Inglaterra de nuestros dias se ha vuelto a repetir. Cuando cn 1957 sc hizo publica la idea de editar un nuevo — Suplemento del Diccionario de Oxford, una legién de casi cien cola- boradores desinteresados aporté su esfuerzo en la papeletizacién de © textos. Entre ellos figuraba un veterano de ochenta y cinco afios que — habia trabajado ya (también gratis) para cl diccionario de Murray. ¥ no fue escasa la contribucién de estos voluntarios: en cinco afios, gra- cias a ellos, se formé una coleccién de millén y medio de fichas, base — para la compilacién del Suplemento, cl cual se va publicando a buen ritmo (cf. Burchfield, 1971a, 1971b; 1972: mx-xvu; 1973)". No parece, pues, ante estos dos casos, que sc deba explicar la pre- sencia de los colaboradores externos por la existencia de una clase — ociosa en una época placida, sino en algo mis inmediatamente ligado 7 Los voliimenes I y II del Suplemento, que cubren hasta la letra N, se publicaron, respectivamente, en 1972 ¥ 1976; le publicacida del [Il esth prevista para 1981, y la del ['V y ultimo, para 1985. [Al final, el I] aparecié en 1982, y el ['V, en 1986]. Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricas 125 —$——$———— ae Ror ecchonamas aisiorices 125 on la materia de esa colaboracién: el amor hacia la propia lengua, _ unido a la conviccién de que el verdadero amor se traduce en obras ¥ al instinto —o a la experiencia—, comin a todos los pueblos civ Zados, de que el trabajo solidario ¢s capaz de los mayores logros. La clara conciencia de que con el acarreo modesto de piezas a la gran eonstruccién sc contribuye a la grandeza y vilalidad de la lengua que $¢ ama ¢s cl motor que impulsa y sosticne cl entusiasmo de estos do- antes de tiempo y de fatigas. e)) El segundo rasgo que quicro scjialar en la produccién del Diccio- nario de Oxford es el sentido prictico que se impuso sobre las difi- cultades imprevistas ¢ imprevisibles. En el acuerdo previo, ni los editores ni el autor disponian de datos objetivos para cstablecer sus cilculos, y pesaron en ellos mds de lo conveniente la imaginacion y ¢l deseo, Las consecuencias salicron pronto a la vista: la extension y la duracién del trabajo se presentaban mucho mas largas de lo pensado, y cl dinero presupuestado se revelaba a la vez angustiosamente corto, La editorial de la Universidad hubiera podido suspender un proyecto que, lejos de resultar rentable como se habia supuesto, amenazaba con prolongar por tiempo indefinido los gastos, con grave detrimento de otros planes editoriales. No habria parecido una insensatez cortar drasticamente la sangria, No sc hizo as{: se impuso la comprensién de Ja importancia de la obra, cuya viabilidad se aseguré ingeniando un procedimiento para acelerar de mancra sustancial la produccién del libro; y fue poner en funcionamiento al lado del taller de redaccién un segundo taller, y mas tarde un tercero y aun un cuarto®. Asi, bajo una nica direccién general, bajo unos métodos uniformes, los cuatro equipos lexicograficos atacaron la mole del léxico inglés por distintos angulos, y consiguicron encerrar en un ticmpo limitado lo que habia parecido una aventura hacia ¢l infinite. * Los codirectores que estuvieron al frente de estos tres equipos fueron Henry Bradley (desde 1888), William Craigie (desde 1902) y Charles Onions (desde 1914). ‘Como Murray fallecié cn 1915 y Bradley en 1923, el tiempo que se trabajé con cuatro equipes fue solamente un aiio; con tres sc trabajé durante veinte aflos; con dos, diecio- cho afios, y con uno, scis afios. 126 Lexicografia histérica Tercer factor decisive en la realizacién del Diccionario inglés es la identificacién de un hombre con la obra. Cuando James Murray tomé sobre sus hombros en 1879 cl gran compromiso, creyé que su cumplimiento seria compatible con media jormada de su actividad como maestro én Mill Hill, Pero en 1885, publicado ya el primer fas- ciculo del libro, tanto €] como la editorial se habian convencido de que era indispensable una dedicacién exclusiva a este trabajo. Murray dejé la escuela, se mudé a Oxford, y perdié para siempre su libertad. Tenia entonces cuarenta y ocho ajios. Los treinta que ain duré su vida fueron dedicados por entero al Diccionario, en jornadas’ de doce a quince horas, en ocasiones sin ninguna vacacién anual: régimen que solo una extraordinaria fortaleza fisica y mental podia soportar, apo- yada por una energia de espiritu no menos excepcional, hija de una fe casi visionaria en la trascendencia de la empresa. Este entusiasmo Personal, que no solo impulsé su propia actividad, sino la de sus co- laboradores, es un caso de vocacién pura servida con absoluta lealtad, y, sin ninguna duda, una de las claves de la conclusidn feliz del Dic- cionario de Oxford. 4. Ev Diccionario CaTALAN-VALENCIANO-BALEAR Algunos de los rasgos que caracterizan la historia del Diccionario inglés se repiten, dentro de nuestra patria, en la historia del Dicciona- ri catald-valencia-balear. El respaldo social a la obra, y la entrega total a esta de la vida de sus ereadores, son analogias significativas entre dos libros monumentales terminados con éxito. gCémo se hizo el Diccionario catalén-valenciano-balear?", En 1901, un canénigo mallorquin, mosén Antonio Maria Alcover, que entonces contaba treinta y nueve afios, imprimid y lanzé a todas las regiones del area lingilistica catalana una Carta de invitacién [Lletra de canvit] en la que exhortaba a todos los amantes de la lengua a co- laborar en la formacién de un diccionario general de ella, hecho de * Véanse Moll (1962), Llompart (1960), Badia i Margarit (1964; 162-125 y 7 183) y Colén (1978: 1, 76-77). Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 127 primera mano y superador de todos los publicados hasta entonces. Alcover, hombre apasionado, fue la lama que hizo encenderse en to- do el pueblo catalanohablante un entusiasmo idiomatico que latia ya desde la eclosién de la Renaixenga, Fue Alcover una especie de Pedro ¢l Ermitafio de la gran cruzada lingilistica que habia de culminar cn la produceién del Diccionario, Las actividades del inquieto candénigo cn los primeros aiios del siglo —la citada Carta de invitacién, la edic:6n del Boletin del Diccionario de la Lengua Catalana [Bolleti del Dic- cionari de la Llengua Catalana), los incansables recorridos por todas las regiones del drea lingiistica, cl multitudinario Congreso Intema- cional de la Lengua Catalana— dicron como frute un clima de hipe~ rexcitacién a favor de la lengua, el ‘cual presidid con muy optimistas. auspicios los primeros trabajos. del Diccionario. Pero ni mosén Alcover ni, por supuesto, sus millares de devoios colaboradores contaban con la preparacién cientifica indispensable para la realizacién de una obra que pretendia ser nada menos que el diccionario wexhaustivo de una lengua: histérico, literario y dialec- tal, todo en una pieza. La empresa, que tenia —como ha seiialado Badia Margarit— un cardcter exclusivamente afectivo, no hubicra legado lejos, de no entrar en ella otro ingrediente genial de su pro- motor: la intuicién, Alcover (que ‘ya antes habia sabido valorar y q aprovechar la ayuda inestimable del romanista Schiidel) tuvo el acierto singular de descubrir, en 1921, a Francisco de Borja’ Mall, estudiante menorquin de diccisiete afios, que seria ya para siempre su brazo derecho y, después de su muerte, el alma del Diccionario. Mall poseia las cualidades que a Alcover le faltaban, por lo que era su complemento perfecto. Viéndolo asi este con claridad, puso todos los ios para dotar a su joven colaborador de una formacién completa encaminada a la gran tarea; le hizo estudiar filologia rom4nica con Schidel y Meyer-Liibke y le Mevé consigo en largos viajes de en- cuesta dialectal para completar la recogida de materiales. El «apéstol de la lengua catalana» habia conseguido intercsar per- sonalmente al rey Alfonso XIII y logrado para ¢l Diccionario una subvencién del Gobiermo. El progreso decisivo que este apoyo supuso 128 Lexicografia histérica ~ para el Diccionario culminé con la anhelada publicacidn, en 1927, del — primer fasciculo. Pero el suceso feliz se producia justo en el momento en que ciertas restricciones presupuestarias suprimian la subvencién oficial que habia durado seis afios. El tesén de Alcover consiguidé que, — a pesar de todo, el Diccionario saliese adelante, a costa de su propia mina ¢conémica, que le hizo vivir ¢l resto de sus dias ¢n extrema po- ~ breza_ 13 _ Sin Alcover, el Diccionario catalan no se hubiera ec.prendido; sin Moll, no se hubiera hecho. A la muerte de Alcover, en 1932, solo se ~ habian publicado el tomo I y parte del I]. Cuando Moll empuiié el ti- mdn, no sabia que a las graves dificultades ¢conémicas se unirian en * seguida otras mayores. La Guerra Civil corté la publicacién, y tam- ~ bién las perspectivas de reanudacién. Pero Moll, que habia heredado de su maestro la obstinacién heroica, no solo continué redactando ar- ticulos, sino que consiguid la preciosa colaboracién del valenciano — Manuel Sanchis Guarer, sin saber ni uno ni otro si algun dia Ilega- rian a ver la salida del tinel. La luz, sin embargo, fue poco a poco — vislumbrandose. La cooperacién moral y material de diversas perso- nas, unida al prestigio y a las dotes diplomaticas del propio Moll, lo- gré ayudas eccondémicas decisivas todas las ticrras catalanoha- — blantes, y la publicacién pudo reanudarse en 1949 para seguir ya, con paso firme, hasta completar sus diez volamenes cn 1962, cuando se cumplia ¢l centenario del nacimiento de mosén Alcover. Este Diccionario, ha dicho Yakov Malkiel, «combina de manera original y plenamente satisfactoria una copiosisima documentacién histérica, bien destilada, con una abundante coleccién de formas dia- lectales localizadas y transcritas con rigor fonético. [...] La ¢jecucién escrupulosa, cl caudal de datos fidedignos, la presentacién amena y la — elegancia del tono elevan esta obra al rango de los mejores dicciona- — ios del mundo, sin rival en los anales de la lexicografia hispanica» (Malkicl, 1962: 118). Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 129 5, Los DICCIONARIOS HISTORICOS DEL ESPANOL; EL. DICCIONARIO DE 1933 Hemos visto, pues, la primera obra del género «diccionario histé- ricon —el Diccionario aleman—; la obra culminante y mds extensa —el Diccionario inglés—, y la primera obra, con tanta dignidad rea- lizada, sobre una lengua cspafiola —el Diccionario catalin—. ,Qué se ha hecho, en este terreno, sobre la lengua commun de todos los espa- fioles, morada espiritual y punto de encuentro de una veintena de na- ciones? Todo lo que hasta ahora sc ha intentado, lo poco que hasta ahora se ha hecho, ha salido de estos muros. »> En 1914 imprimié la Real Academia Espajiola un libro titulado Plan general para la redaccién del Diccionario histérico de la len- gua castellana. En su presencia modesta, aquel libro, aparecido en bélica fecha, era una sacudida dentro de la vida monocorde de la Academia. Ciertamente el suceso no cra aislado: hoy vemos que for- ma parte del vivo impulso que las actividades académicas experi- mentaron en los afios en que fue director de esta Casa don Antonio Maura, durante los cuales, entre otros acontecimientos, se inicié la publicacién del Boletin de ia Real Academia Espaftola, se planed y redacté el excelente Diccionario manual e ilustrado y s¢ realizé la importante edicién de 1917 de la Gramadtica académica. {Qué tenia de revolucionaria la aparicién del Plan general para ta redaccién del Diccionario histérico? Era, sencillamente, la primera ver que se exponia un proyecto firme de publicar un diccionario histérico de nuestro idioma, con lo que este se pondria en linea con las demas grandes lenguas curopcas, dotadas ya, o en vias de serlo, de sus respec- tivos diccionarios histdricos. El punto de arranque de este plan estaba, sin embargo, mas que en el ejemplo de otras lenguas, en una labor ya realizada hacia siglos por la propia Academia: el Diccionario de auto- ridades. Cuando, en 1739, llegé a feliz termine esa genial obra de equipo que es el primer diccionario académico, la Corporacién, le- jos de descansar sobre sus laureles, se planted en seguida la necesidad de preparar una segunda edicién corregida y aumentada, Desgraciada- 130 Lexicografia histérica mente, el proyecto se malogré, y al fin fue sustituido por la versién abreviada, en un solo tomo, llamada comtinmente «cl Diccionario vul- gars, el que la Academia ha venido editando y perfeccionando desde 1780 y cuya vigésima edicién prepara cn estos momentos. ‘Sobre la conciencia de la Academia habia quedado el abandono de aquel segundo Diccionario de autoridades, y se mantuvo, a lo lar- 0 de los afios, el propésito de realizarlo, Asi se infiere de un acuerdo tomado en 1818 y vigente todavia cn 1838 (Academia, 1838: 26); y, més tarde, se ve didfanamente en los Estatutos de 1859 (Academia, 1859: art. Il, 8) y en la existencia, todavia en 1936, de una Comision académica denominada «del Diccionario de Autoridades» (Academia, 1936; IL, v1). Fue precisamente esta seccién de trabajo, alentada por el entonces nuevo director, la que en 1914 considerd Ilegado cl mo- mento de pasar de la fase preparatoria —que ya iba para los dos si- glos— a la de redaccién del nuevo gran diccionario. Pero cn este instante sc produjo el golpe de timén. La Comisién, consciente de la evolucién dc los cstudios lingiisticos en los tiltimos cien afios, juzga que ya no es tiempo de componer diccionarios «de autoridades», sino diccionarios «histéricos». Propone, por tanto, la publicacién de «un Diccionario que no sca ¢l vulgar, ni uno que sea nueva ampliacién erndita de este, en que vengan a repetirse los voca- blos con las autoridades expresas en vez de las implicitas o no expre- sas que ahora tiene; sino otro de mayor empedio, que presic otros ser- vicios, a saber: uno que contenga los materiales acumulados y otros nuevos, si preciso fucse, a fin de que constituya ¢l Diccionario histé- Tico de nuestra lengua, en que aparezca la evolucién de las palabras, tanto en su forma como en su significado, timnico modo de que pueda estudiarse la vida de nuestro idioma» (Academia, 1914: 8). En reali- dad, este propésito ya estaba explicito en los Estatutos académicos de 1859; mds aim: cn cl Reglamento de 1861 se decia textualmente: «(La Academia] procurara [,,.] formar colecciones, clasificadas por siglos, de palabras, locuciones, frases [...], seiialando sus fuentes y autorida- des, a fin de que se emprenda inmediatamente y pueda continuarse sin descanso el Diccionario histérico de la lengua» (Academia, 1861: Las palabras en el tiempo: los diccionarios histori. 131 art. 2.°, 32). Notemos esto: la Academia usa por primera vez en cspa- fiol, en 1861, cl sintagma diccionario histérico en sentido lingiistico, cuando apenas hace nueve afios que est4 en marcha la primera obra de este género, la de Grimm, que ni siquiera expresaba su cardcter en el titulo”. : Después del impulso inicial de 1914, el proyecto quedé medio pa- ralizado, al no encontrar eco ferviente entre los académicos la reitera- da peticién de colaboracién en la tarea. Solo al final de los afios veinte se emprendié, por fin, la redaccién con paso decidido"'. El mimero de redactores debié de ser sumamentc reducido; en 1936, tinico momento en que son citados por su nombre, no constan mas que tres: Vicente Garcia de Diego, Armando Cotarelo Valledor y Ju- lio Casares (Academia, 1936: II, vm), En 1933 se publicé el primer volumen del Diccionario, que com- prendia toda la letra A; solo tres afios mas tarde, ¢l segundo volumen, que abarcaba la B y parte de la C”. Pero la Guerra Civil fue funesta para la obra, como lo fue para todos nosotros: una bomba incendié el almac€n editorial donde se guardaban las existencias de los dos pri- meros tamos y la parte que ya se habia comenzado a imprimir del ter- cero (Academia, 1951; 3). A este desastre material se unicron luego El proyecta de 1914, con ei que la Academia decidia poner por fin un fibro de- tris de ese rétulo, si bien hacia referencia a los trabajos o intentos anteriores de la Ca- 4a, no aludia, en cambio, a las enxpresas lexicogriificas paralelas que otros paises ha- blan concluide 0 iniciado. Serfa absurd, sin embargo, pensar que tales empresas le fuesen desconocidas. Un eco de algunas de ellas hay no solo en el misma hecho del Proyecto, sino en las caracteristicas o areglas» que este asigna al futuro diccionario histérico espaol. El proyecto habia sido redactado por el arabista don Julida Ribera facias, 22.10.1914) y lo firmaban con él los otras miembros de la Comisién del Dic- ‘sionario de Autoridades: don Emilio Cotarela, don Jacinto Octavio Picén, don Eduar- do de Hinojosa y-don José Alemany. * Actas, 22.10.1914, 5.121918, 13.11.1924, 7.11.1927, 29.5,1929, El 10 de julio de 1929 se firmé el contrato de edicién con la Casa Editorial Hemando (4ctas, 10.10.1929), i En realidad, el volumen I no salié hasta abril de 1934; la distancia que lo separa del Il, aparecido en abril de 1936, es, pues, solamente de dos aitos, 132 Lexicografia histérica ” las dificultades de la posguerra y los graves cfectos negativos de ca- rcter moral que sobre toda obra de esta indole produce una interrup- cién de varios aiios, ce) Se reanudaron los trabajos, pero de manera tan linguida que mas que de actividad habia que hablar de pardlisis progresiva. El equipo se habla reducido a la minima expresién, y faltaban absolutamente los medios ". En estas circunstancias, las gestiones del director y el se- _ eretario de la Academia, don José Maria Peman y 4on Julio Casares, consiguieron la solucién del problema: un Decreto, en noviembre de 1946, creaba un Seminario de Lexicografia, dependiente de la Acar dcmia, con una consignacién anual por cuenta del Estado, encamina+ dos uno y otra a garantizar la produccién del Diccionario histérico Los académicos eligieron director del nuevo Seminario a Casares, que tenia entonces sesenta y nueve afios de edad. . Pero el tiempo y su hija la reflexién habian dejado una capa de polvo y de critica sobre ese diccionario que ahora, por fin, se podria continuar, La Academia habia suspirado por que Ilegase este mo- mento; pero también era verdad que los propios redactores del primer tomo habian sefialado deficicncias en ¢l material, y que ¢l método ha- bia suscitado desaprobacién entre los estudiosos. Y asi, la segunda decision de la Academia respecto al Seminario —cn mayo de 1947— fue Ia de que este comenzara de nuevo el Diccianaria histérico sobre nuevos materiales y con arreglo a un nuevo plan (Casares, 1947a: 476; cf. id., 1950a: 246), 4 ' ‘ ‘3 Trabajaron en esta etapa, al principio, dos acadéniicos del equipo anterior —don Julio Casares y don Vicente Garcia de Diego— y dos colaboradores no aca- démicos —don Luis Garcia Rives (que después continuaria durante breve tierupo: ‘cuando se fund el Seminario de Lexicografia) y don Marlin Alonso Pedraz—. Luego, quedaron solamente Casares y Garcia Rives. Las primeras capillas del volumen IIL, y los restantes materiales inéditos del mismo, que llegan hasta la voz e/élide, s¢ conser ‘van en la Biblioteca de la Academia, t 4 Baletin Oficial dei Estado, 27.11.1946; reproducide en BRAE, 25 (1946), | 472-75. 4 — Las palabras en el tiempo: los diccionarias histéricos 133 ee ec AS 6. Ev SEGUNDO DICCIONARIO HISTORIC DEL ESPAROL »» Asi nacidé, pues, el segundo Diccionario histérico de la Academia, ‘hoy en curso de publicacién. El proyecto, redactado por Casares y aprobado por la Academia, proponia para el Diccionario una exten- sion ideal de quince tomos, con un total de 16.000 paginas, y preveia que, tras una clapa preparatoria de tres afios —que se cerraria con la publicacién de un «prospecto» —, la obra podria realizarse en un pla- 20 de treinta y cinco afios (Casares, 1948a: 1-25; cf. id., 1950a: 249- 310). El primer paso sc cumplié puntualmente: en 1951 se publicé un Prospecto o muestra de la futura obra, confeccionado con el doble fin de establecer y experimentar ¢l método que habia de estructurarla, y.de reeabar el parecer de la Academia y de los hispanistas de todo el mundo acerca de ese mismo método, El fasciculo de muestra fue sa- ludado fayorablemente, y aun jubilosamente, por todos, académicos ¢ hispanistas '*. A pesar del acicate que todo esto suponia, el proyecto se reveld Pronto demasiado optimista, La materia prima sobre la que habia de tealizarse eran los millones de fichas que, encerradas en innumerables celdillas, cubren muchas de las altas paredes de este edificio. Este caudal, que en principio parecia ofrecer al Seminario una inicial ven- taja sobre otros centros lexicogrificos que hubicron de partir de cero, iba lastrado por graves defectos que, infravalorados por los autores del primer Diccionario histérico, habian sido una de las causas de que este padeciese carencias cualitativas y cuantitativas poco favora- bles a su buena reputacién. * Por eso, en la primera etapa, el equipo humano del Seminario, constituido por sicte personas '*, hubo de actuar como equipo de bom- De la acogida de Ia Muestra trata Casares (1952). ‘* Don Julio Casares, director; don Rafacl Lapesa Melgar, don José Hermida Lépez y don Luis Sinchez Sanz, colaboradores lexieégrafos; dofia Ana Maria Ha- tella Gutiérrez, dofia Francisca Sinchez Sanz y don Rafael Villarias Morales, au- xiliares técnicos, Los colaboradores y auxiliares habian sido seleccionados en fe- brero de 1947 por el Tribunal nombrado para cubrir las plazas convocadas a oncurso en el Holetin Oficial det Estado de 29.12.1946 134 Lexicografia histérica beros, acudiendo presuroso a afirmar los viejos cimientos, a sujetar las carcomidas vigas y a tapar las anchas grictas que cl arsenal de autoridades presentaba. Resultado de esta actividad fue la incorpora- cién, en cuatro afios, de casi millén y medio de c+dulas nuevas a los ficheros académicos (Casares, 1947b, 1948b, 1949, 1950b, 1951 y 1952). Se acudié, ademis, al recurso del Namamicnto piblico «a to- dos los amantes del idioma», sistema que tan excelentes resultados habia producido en los diccionarios de Oxford y Alcover. De la hoja solicitadora se hizo copiosa tirada y amplia difusién. Pero la respuesta de los amantes del idioma no fue demasiado alentadora; mas bien da- ba a entender que no habia tales amantes. Un aiio después de cmitido cl mensaje, habia tenido lugar una sola aportacién sustancial, la del académico monsefior Eijo Garay, y muchas cartas de adhesion, entre las cuales menciond Casares con «singular satisfaccién» la generosa promesa de envio de materiales por parte de un grupo bastante nutri- do de hispanistas italianos: promesa que, unida a otras muchas, ha contribuido de modo notable a cnriquecer moralmente nuestros fiche- ros", La preparacién de la Mwestra de 1951 sirvié para poner a prueba Jos materiales que el propio Seminario, como primordial quehacer, habia cuidado de enriquecer y consolidar. Como la reforma de los materiales se habia llevado a cabo conservando todos los fondos anti- guos, la utilizacién de estos al lado de los modernos era includible; y en seguida se eché de ver que su calidad era todavia inferior a la que hasta entonces se habia pensado. La consecuencia fue que la ree daccién de los articulos de la Mwestra cada una de las citas aportadas como autoridades tenfa que ser cotejada letra por Ictra con el original correspondiente, empezando, en no poces casos, por la detectivesca tarea de identificar la edicién, la obra, incluso el autor del pasaje pa- peletizado; y continuando a menudo con la necesidad de localizar el mismo pasaje en una edicién fidedigna (Casares, 1951b: 515-516), " Sobre el Hamamiento, v, Academia, 194%. Sobre los resultados, Casares (1949; 520), : las diccionarios histéricos Las palabras en el tiempo: 135 Estas pesquisas filolégicas, no exentas de intriga y de suspense, 1O solo hicieron mas penosa de lo esperado la preparacién de la Muestra, sino —lo que es verdaderamente grave — han retardado luego increi- blemente la redaccidn de los articulos de mm diccionario que s¢ pro- pone como una de sus exigencias fundamentales la mayor exactitud en los textos aducidos. 4 Quiz4 movido por estas consideraciones, el director del Seminario expuso entonces la necesidad de ampliar la plantilla de colaboradores: y auxiliares. Y, aunque algo se increment en los aiios inmediatos, pensemos en lo que podria dar de si una dotacién cconémica de 200,000 pesctas anuales que disfruté ce] Seminario hasta 1960 (Lape- sa, 1978), y con la que habia que hacer frente no solo a los gastos de redaccién, sino a los de imprenta. Con la austera retribucién que de ahf podia salir, a nadie sorprendera que desde muy pronto el equi- po, a pesar de la valia, la entrega y el entusiasmo de un sector caracte- ristico, adoleciese de una marcada inestabilidad que cn nada habia de beneficiar a la obra. » Elemento material mas defectuoso de lo previsto, elemento ¢co- ‘némico mas corto de lo necesario, elemento humano menos numcro- 50 y con menos fijeza de lo descable, eran nubarrones que no per- mitfan sostener los calculos iniciales de tiempo. Y asi, don Rafael - Lapesa, subdirector entonces del Scminario, declaré en 1957 que aquellos prondsticos parecian ya ilusorios, y que «nos consideraria- ‘mos satisfechos si pudiéscmos prever que la obra estuviese terminada a finales de este siglo» (Lapesa, 1957: 27). ‘Tres académicos se han sucedido desde entonces en la direccién del Seminario de Lexicografia. Fallecido don Julio Casares en 1964, ocupé su puesto don Vicente Garcia de Diego, antiguo redactor, co- mo don Julio, del primer Diccionario; y desde 1969 ¢s director don Rafael Lapesa, uno de los colaboradores lexicégrafos fundadores del ‘Seminario y después, durante dicz afios, subdirector del mismo". é 1 Otros académicos que han apartade su saber y su autoridad al Seminario son don ‘Ssivador Fernéndez Ramirez, doa Samuel Gili Gaya (t 1976), don Alonso Zamora Vi- eente y don Carlos Claveria (t 1974). 136 Lexicografia histérica Publicado el primer fasciculo del Diccionario histérico en 1960, y_ completado el primer tomo en 1972, hoy, en 1980, esta impresa apro~ ximadamente la mitad del tomo II. A pesar de que la consignacién econémica del Seminario ha crecido notoriamente con relacién a la de los primcros ticmpos, nunca ha sido suficiente para remontar log obstaculos que ya habian aflorado con bastante nitidez hace vein- ticinco aiios'®, En cuanto al personal, la cifra relativamente alta — superior a la treintena— alcanzada en el primer lustro de los afios sctenta no significa nada si se considera que se mantuvo poco tiempo; que buena parte de sus componentes eran bisofios, y que no pocos s¢ marcharon sin dejar de serio. ¥, lo que ¢s mas doloroso, el incentivo © econémico no solo no ha atado a la empresa a los elementos nuevos, que sin dificultad han encontrado pronto medios de vida aceptables, sino que es insuficiente para retener a personas valiosas que, después de haber adquirido esta rara pericia de la lexicografia, acaban por” arrojarla a un rineén para buscar y encontrar en otros sitios reconoci+ mienta més sustancial a sus talentos. El Scminario de Lexicografla” siempre ha sufrido, en una u otra forma, esa enfermedad tan espafiola de la fuga de cerebros. % Esta es, pues, la historia externa y el estado presente del Diccio- nario histérico de la lengua espafola, en cuya publicacién est4 com- prometida la Real Academia’, L Las obras de este género son plantas que no pueden prosperar en terreno pedregoso y sin un cultivo esmerado. Una de las condiciones minimas para que florezcan es un clima de comprensién y apoyo oT "9 Un programa iniciado en 1969 (cf. Seco, 1971: $) con el fin de sustituir ivamente por fichas xerocopiadas la parte mis defectuosa del material —um de las grandes rémoras del Diccionario histérico — no pudo realizarse con kh sidad descada y hoy csth paralizado por la escasez de medios. En esta escasez it R. Lapesa (1978). ® Art, Il de los Estatufos reformados (1977) de Ia Real Academia @[La Academia] continuard y revisari la publicacién del Diccionario histérico de lengua capafiola, recogiendo las transformaciones que ha cxperimentado cada ‘bran (Academia, 1977: 6). : — Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 137 parte de las comunidades hablantes a quienes van destinadas. Asi lo hemos visto en el ejemplo de otros diccionarios. “Cudntas personas eultas del mundo hispanohablante saben de la empresa de nuestro Diccionario histérico? :¥ cudntas, entre las que han oido hablar de él, tienen una idea de lo que esta obra significa para el conocimiento de muestro idioma y de su léxico? Permitidme que reitere aqui noticias que vosotros, como parte interesada en la obra, conocéis bien, pero que por _ desgracia distan de ser del dominio comin, | 7 Cémo es et. Diccionario 1sTORICO: UNA OFADA - El Diccionario histérico de ‘a lengua espafiola, como dice su Prélogo, Pa Pretende registrar el vocabulario de todas las épocas y ambientes, 3, desde cl scflorial y culto hasta el plebeyo, desde el usado en toda la in extension del mundo hispanico hasta ¢] exclusivo de un pais o regién, espafiola o hispanoamericana, desde ¢l mds duradero hasta el de vida efimera. En el tiempo, el punto de partida son las voces rominicas que aparecen en documentos latinos de los siglos vin al xn, las Glo- sas Emilianenses y Silenses del siglo x, las jarchas hispanodrabes del ? xy xm y los vocablos romances registrados por autores drabes de la 1 misma época. Como limite final hemos puesto los diss on que vivi- 43 mos. [...] En cuanto a Ifmites espaciales, aspiramos a incluir todo ¢l MT léxico del espafiol hablado en Espafia y cn América, asf como el vo- *, Este es, formulado en Pocas palabras, ¢l vasto programa de la Ja mas ambiciosa de cuantas se ha Propuesto la Academia ola desde su fundacién. No ¢s este el lugar para exponer los problemas y métodos de Ia compasicién del Diccionario, ni tampoco Ia variada y un tanto com- Picja estructura de sus articulos. Si quisiera detenerme brevemente en 138 Lexicografia histérica la parte central de estos, constituida por ¢l estudio de Ja evolucién semantica de la palabra, La ordenacién de las distintas acepciones de la voz se atiene a un crilerio histérico, dando sicmpre el primer lugar al uso mas antiguo registrado, y asignando los lugares siguientes a los restantes sentidos, segtin la fecha respectiva de aparicién. El procedimiento es mucho menas simple de lo que parece, pues la polisemia se produce habi- tualmente, no siguicndo un proceso cronoldégico lineal, sino a partir de una fragmentacién del significado mas antiguo en racimos de nuc- vos significados, nacido cada racimo de uno de los elementos cansti- tutivos de ese significado primitivo, y Ilevando luego cada uno de esos brotes una cvolucién semantica propia, paralela cronoldgica- mente, en todo o en parte, a la de otros, Por supuesto, cada rama es susceptible de fragmentarse a su vez cn dos o mas lincas scmanticas divergentes, Se forma asi, entre todos los vastagos, un verdadero ar- bol genealdgico de acepciones. La labor de establecer esta red de fi- liaciones ¢s sumamente sutil y una de las que mas ponen a prueba la capacidad del lexicégrafa, Tomemos como ejemplo el articulo aleluya, que en el Dicciona- vio histérica ocupa mds de seis columnas, Las quince acepciones principales de la palabra —cuyo origen esté, como es sabido, en ¢l hebreo Aalleli-yah, ‘alabad con jibilo a Yahvé’— se reparten en cuatro ramas“!, La mds antigua nace del uso religioso de la exclama- cién hebrea, e incluye en primer término, registrado desde mediados del siglo xa, el empleo castellano de la voz, como interjeccién, en versiones de textos sagrados 0 litirgicos, y en segundo término, con la misma antigiiedad, ¢] empleo como nombre del canto litirgico de alegria caracteristico del tiempo pascual y que gira en torno a la voz aleluya, De esta asociacién con la Pascua cristiana nace, a principios del siglo xvim, ¢l uso como nombre femenino de las estampitas que, En total, el articulo consta de 16 acepciones distribuidas en cinco ramas; pero de- sestimamos aqui, por su escasa importancia, la acepcidn 16, que constituye por si sola la rama V. Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 139 con la palabra aleluye escrita en ellas, eran arrojadas al pucblo en los oficios de Sdbado Santo en el momento de cntonar el celcbrante el canto de aleluya. En el mismo siglo surge el empleo de nuestra pala- bra con el sentido de ‘tiempo de Pascua’ (Por +} aleluya nas veremos, es decir, ‘por Pascua nos veremos"). Y, por Ultimo, una serie de acep- ciones modernas nacidas del folklore que rodea a las fiestas de Pas- cua: como ‘dulce de leche, hecho por las monjas, que originariamente levaba la palabra aleluya realzada encima ¥ que solia regalarse en esta flesta’, del cual todavia hay una reminiscencia en un Pasaje de Judios, moras y cristianos, de Cela: o como, también, en Extremadu- ra, ‘borrego que se compraba en la feria del Sdbado Santo’; o, como en Colombia, ‘regalo o aguinaldo de Pascua de Resurreccién', Pero a finales de la Edad Media ya habia nacido una segunda ra- ma semantica de la palabra, tomando como punto de partida ¢l senti- miento de alegria evocado por la propia palabra aleluya y por el tiempo pascual vinculado a ella. Asi tenemos registrada, desde la Celestina hasta Miguel Angel Asturias, una acepcién de “cosa que alegra’; y otra acepcién que es el mismo *jlbilo o alegria’, desde co- mienzos del xvu hasta nuestros dias (Lope de Vega: No quiero plega- rigs tuyas, / que son para mi aleluyas / las que para ti pasidn). Una tercera rama surge a comienzos del siglo xvt con referencia a la época del afio que coincide con el tiempo pascual, y en ella se in- sertan los empleos del nombre alelvya, en Espaiia y en América, para designar distintas especies vegetales que florecen en tal época. Nétese que, a difcrencia del anterior, este grupo de acepciones ha borrado la nocién de jibilo que esti en el étimo hebreo Y que la tradicién cristia- na hereda en Ja Pascua de Resurreccién, y ha retenido tan solo la cir- cunstancia temporal de esta tiltima, | La cuarta rama tiene un punto de arranque muy particular, Recor- demos que, en el grupo primero, un uso dieciochesco daba el nombre de aleluyas a unas pequefias ‘estampas que, llevando cscrita esta pala- bra, cran arrojadas sobre el pueblo en el oficio del Sabado Santo. Pues bien, de esta acepcidn sc bora la nocién ‘pascual’ y se guarda la de ‘estampa piadosa’, o simplemente ‘estampa’. Asi, desde 1749 se 140 Lexicografia histérica registra ¢] sentido de ‘estampa de asunto piadoso, especialmente de las que se arrojaban al paso de las procesiones’; y desde 1796, el de las famosas a/eluyas de los ciegos, ‘estampitas que forman una na- rracién en un pliego de papel, con la explicacién del asunto general- mente en versos pareados’. De aqui ficilmente se pasé a nombrar aleluyas a estos mismos versos de los pliegos; y, como no es muy frecuente que sobresalgan ni por su hondura poética ni por su per- feccién formal, se extendié su nombre a cualesquiera versos prosai- cos y de puro sonsonete; Moratin, en una carta de 1822, se burla de si mismo Ilamando a/eliya a un poema suyo. También se dio este nom- bre lumoristica o despectivamente a la combinacién métrica llamada pareado, uso que al parecer estrend cn 1886 Menéndez Pelayo para referirse a una novedad literaria, las Humoradas de Pero, por otra parte, las mismas alefuyas de los ciegos habian engendrado otra linea seméntica — igualmente despectiva o burles- ca— basada, no cn su vertiente digamos litcraria, sino cn caracte- risticas m4s globales, como su poca consistencia, calidad o impor- tancia, Se usé la voz, por ejemplo, para designar a ‘una persona, o un animal, de aspecto poco lucida, debido especialmente a su ex- tremada flacura’; en una de las comedias del duque de Rivas, de 1840, una dueiia de buenas carnes comenta con desdén la exagerada delgadez de las damiselas del dia, que sen solo unas aleluyas / y, en quitandoles las joyas, /|...) / parecen pollos sin pumas. O también, en esta misma idea de ‘falta de consistencia’, encontramos el sen- tido de ‘explicacién fitil o raz6n falsa’, registrado en muchas zonas de Espafia y América: Entre ellos mesmos decian / que unas pren- das eran suyas; / pero a mi me parecia / que esas eran aleluyas, di- ce el gaucho Martin Fierro, en 1879. En fin, tratandose de la ramifi- cacién humoristica del uso de una palabra, raro hubiera sido que el habla popular no sacase a relucir cl eterno tema del hambre: el uso de aleluyas como ‘alimento inexistente o sumamente escaso” apare- ce en un cuento de Emilia Pardo Bazin, 1884, donde la tacafieria del seiior manticne a sus perros con aleluyas; o en un sainete de Ami- ches, en que la joven protagonista considera que, de no haber sido . Las palabras en el tie : los diccionarios historicos 141 por cl trabajo, gqué Aubiésemos comida la metd e los dias? Pos aleluyas al gratin y pan de no hay. Esta ordenacién ramificada da una perspectiva tridimensional a la evolucién semantica de la palabra, frente a la perspectiva plana ofre- cida por la tradicional estructura «lineal», que es la propia, entre otros muchos, del Diccionario comin de la Academia y del primer Diccio- nario histérica, Se obtiene asi una visién mas acorde con la realidad bullente de los cambios semanticos™, He dejado sin mencionar hasta ahora una parte que es fundamento de todo el articulo y que constituye ¢l aspecto mas caracteristico y valioso de un diccionario histérico. Mc refiero a la parte documental. No hay wna sola acepcién que no esté basada cn la cvidencia histérica de su existencia; y asi, cada una de las definiciones va inmediata- mente seguida de una seric de breves textos, testimonios reales del habla escrita, localizados con precisién y dispuestes cronoldgica- mente, de los cuales se ha deducido aquella. La necesidad material de limitar la extensién del articulo obliga a seleccionar un corto ntimero de tales textos, dando, del resto no seleccionado, solamente la cifta. Para mayor facilidad de la consulta, los pasajes o autoridades van im- presos cn un cucrpo menor que cl de las definiciones, y con sus res- pectivas fechas claramente destacadas en negrita. A pesar de esta re- duccién tipogrdfica, la parte documental del farticulo es la causa de la gran cantidad de espacio que este ocupa si se compara con el que le corresponde en un diccionario corriente, Volviendo a nuestro ejem- plo, el articulo afeluya, que en el Diccionario comin de la Academia cubre media columna, en el Diccionario histérico lena mas de seis, con un total de 611 lineas frente a las 42 que tiene en la Academia, El articulo, que no es, ni mucho menos, de los mas extensos del Diccio- = Y, el penetrante comentario de una pareja de articulos del DALE, alma y dnima, on Lapesa, 1980 y 1981, El método de las ramas seminticas —expe- timentado ya con pleno éxito en el OFD— aparecié expuesto detalladamente en ‘Casares (1950a: 71-91). Sobre las distintas posibilidades de cnfoque en el andlisis de acepciones, v. Marcos Marin (1975). 142 Lexicografia histérica nario histérico, esté construidg sobre unas 230 fichas, de las cuales han sido seleccionadas ¢ impresas como autoridades 135. Los nueve millones de fichas que son la base y punto de partida de todos los articulos del diccionario pertenecen a un corpus consti- tuido por unos diez mil textos correspondientes a todas las épocas y a todas las zonas de la lengua espajiola, en los cuales estén amplia- mente representados todos los niveles lingilisticos. La alquimia transformadora de esos nucve millones de fichas cn unos cicntos de miles de articulos de diccionario, convirtiendo ese almacén de mate- rial bruto en una exposicién ordenada de Ja historia de cada una de las palabras, tanto las vivas como las ya desaparecidas, de este vicjo y universal idioma nuestro, puesta al servicio de todos los estudiosos de él y de la cultura a la que ha servido de vehiculo, es la inmensa tarea que, con plena conciencia de su importancia y responsabilidad, tomé sobre si esta Academia cuando cn 1946 organizé el Seminario de Le- xicografla y puso los fundamentos del Diccionario histérico de la lengua espafiola. El interés cientifico de uma obra como esta parece fuera de duda, por mas que siempre sca posible la discusidn sobre métodos y técni- cas. Ahora bien, la complejidad y la magnitud de la empresa, al Ilcvar consigo inevitablemente un coste elevado y un tiempo largo, obligan a aquilatar muy muche todos los aspectos de Ja claboracién con seve- ro realismo, La Academia, que tomé la decisién de crear para el mundo hispanohablante un instrumento del que, vergonzosamente, ain no dispone, jsabra y podra llevar a término la labor emprendida? + Lapesa (1972: vin), daba la cifra de mis de ocho millones de fichas, sin con- tar las de referencia. Desde aquella fecha, 1972, no ha cesado Ia incorporacién de nucvos materiales a los ficheros. La némina de obras citadas en el tomo I del DIE incluye 7196 titulos, de los cuales 851 son de autor andnimo y cl resto corresponde a 2736 autores conocidos, Sobre la variedad de niveles lingilisticos, frente a la opi- niga de Alvar Ecquerra (1976: 39), el mismo Lapesa (1978) ha demostrade la wtili- zacién efectiva y abundante de toda clase de documentos, ordenanzas, inventarios, fueros, etc., que en muchos casas ofrecen los tnicos testimonios de una palabra, y én otros permiten adelantar ia fecha inicial o dar prueba fehaciente de variantcs formuales de multitud de vocablos que cucntan también con autoridades literarias. Las palabras en el tiempo: los diccionarias histéricos 143 8, LOS PROBLEMAS DE LA LEXICOGRAFIA HISTORICA Seguramente recordais aquel romance viejo en que cl rey Alfon- so V, anhelando la conquista de Napoles, exclama: iOh, ciudad, eudnto me cuestas / por la gran desdicha mia! Cuéstasme: un tal hermano / que por hijo le tenia; cuéstasme veinte y dos afios, / los mejores de mi vida; que en ti me nacieron barbas /'y en ti las encanccia... Estos yersos facilmente pudieran ponerse en boca del lexicdgzafo, lanzado a la temeraria aventura de Ja conquista de las palabras. No hay exageracién ninguna en lo que digo: el lexicégrafo, en su empe- fio, ve cémo huye su juventud, como va perdiendo compaieros que empezaron el camino con él, cémo su trabajo le aleja de la vida y le acerca a una cternidad sin laureles, Henri Estienne, cl autor del Teso- ro de la lengua griega (1572), s¢ desahogaba asi en un epigrama: El Tesora, en vez de rico, me ha hecho pobre, -y hace que, siendo joven, me surque la arruga de la vejez. Un ilustre contemponineo de Estienne, José Justo Scaligero, des- cribié con mas elocuencia la labor lexicografica: Sia alguno un dia le aguarda, por la dura sentencia del jucz, una vida condenada a tribulaciones y suplicios, : no le fatiguen los calabozos, con su hacinamiento y sus trabajos, ni maltrate sus duras manos la excavacién de las minas: que componga diccionarias; pues — iqué espero a decirlo? — todas las formas de castigo las tiene, él solo, este menester™, En el siglo xvim Samuel Johnson incluia en su Diccionario el ar- ticulo /exicdgrafo con esta definicién: «ganapin inofensivo que se ecupa en descubrir el origen de las palabras y en precisar su signifi- 4 Bs maa Ia traduccién. El texto latina de los dos epigramas esti en Migliorini (1961; 86). Una imitacién del de Scaligero aparece en el prefacio del Diccionario de los jesuitas de Tréwoux, 1740 (ef. Rey, 1970: 304) 144 Lexicografia histérica cadom*4, Este enunciado cs més profundo que una simple broma; y nos lo demuestran bien explicitamente las reflexiones con que se abre el prefacio de la misma obra. Dicen asi: Es destino de quicnes se fatigan en las tareas mas bajas de la vida el ser antes movidos por el temor del mal que atraidos por la perspec- tiva del bien; estar expuestos a censura sin esperanza de elogio; ser deshonrados por ¢l fracaso, o castigados por la negligencia, donde el _ §xito hubicra pasado sin aplauso y la diligencia sin recormpensa. Entre estos infclices mortales esta ¢l escritor de diccionaries; al cual la humanidad ha considerado, no camo cl discipulo, sino como cl esclavo de la ciencia; el soldado zapador de las letras, destinado sola a remover broza y despejar estorbos de los caminos por donde la erudicién y el genio siguen adelante a la conquista y a la gloria, sin otorgar una sonrisa al humilde azacdn que facilita su avance. Todos Jos demis autores pueden aspirar al elogio; el lexicégrafo solo puede esperar librarse del reproche, y aun esta recompensa negativa ha sido concedida hasta ahora a muy pocos, Efectivamente, ni el reconocimiento de los contemporineos ni la fama péstuma suelen ser el premio de las fatigas de quien hace un diccionario, Bien lo dice Alain Rey: «jTriste lexicégrafo! Si su tra~ bajo es mediocre, si ha envejecido, se le borra justamente de la me- moria colectiva, Si persiste como obra macstra, ¢l libro absorbe al hombre, Iniciador, autores, colaboradores, nombres de prestigio gafiosamente evocador o nombres discretos: todo es reducido a la na- da en favor de un titulon (Rey, 1970: 18), El mundo de los dicciona- rios esta Teno de ejemplos. Los nombres de James Murray y sus colaboradores se borran cuando su obra es mencionada universal- mente como el Diccionario de Oxford. En nuestra propia Casa, sabc- mos hoy més o menos, si, que ¢l Diccionario de autoridades nacié 25 El texto inglés dice: «Lexicographer: A writer of dictionarics; a harmless drudge, that busies himself in tracing the original, and detailing the signification of words», La traduccién espaiiola que doy es de Casares (1930: 146). Ee mia, en cambio, la del fragmento del prefacio. Las palabras en el tiempo: los diccionartos histéricos 145 gracias al impulso del marqués de Villena, fundador de la Academia; pero solo por la diligencia de Fernando Lazaro sabemos cuanto debe la obra a la benemérita y entregada tenacidad de Vineencio Squarza- figo (Lazaro Carreter, 1972: 97), de cuyo nombre, totalmente oculto tras el del gran edificio, solo nos acordamos unos cuantos devotos. Otras veces, por caminos opuestos, la popularidad ha desgastado y vaciado el apellido, como en cl caso ¢e Webster, el fundador de la Jexicografia norteamericana, cuyo nombre figura hoy en la portada de docenas de diccionarios que nada ticnen que ver con él. Quiza el caso extreme en este sentido, entre los compiladores de palabras, sea el del | italiano Ambrosio Calepino (muerto en 1512), que, como nos recuer- da Weekley, «tuvo la rara experiencia de convertirse él mismo en _ palabra» (1924: 13); fenémeno que ocurrié, por lo menos, en cuatro lenguas (italiano, francés, inglés, espafiol), en cuyo léxico calepino figura desde el siglo xvi como nombre comin con diversos significa- dos, Como ha escrito Migliorini, «los que no han trabajado en ello no tienen idea de la cantidad extraordinaria de trabajo que se esconde en un diccionario, si este no es una mera revisién o un compendia de obras precedentes, sino una obra redactada de nueva planta» (Miglio- tini, 1961: 85). Veamos, como ilustracién, cul era la jornada de Emile Littré, en su casita de campo de Mesnil-le-Roi, en plena prepa- tacién de su Diccionario: se levantaba a las ocho, se iba a trabajar al piso bajo mientras le arreglaban la habitacién; subia a las nueve y co- regia pruebas del Diccionario hasta la hora de comer, De una a tres, } como descanso, trabajaba en el Journal des Savants, del que cra re- dactor. Después, hasta las seis, Diccionario de nucvo, A las seis, cena, Y, a partir de las siete, otra vez Diccionario, hasta las tres de la ma- drugada, hora en que ordinariamente quedaba terminada la tarea pre- vista. Pero, «si no lo estaba —cuenta el propio Littré (1880, citado por Rey, 1970: 127-128, y Mataré, 1968: 120) —, yo prolongaba la velada, y mds de una vez [...] apagué mi lampara para continuar a la luz del alba», Ya vimos antes cémo James Murray tenia una jorna- da nunca inferior a doce horas. Y de Pierre Larousse, el creador del 146 Lexicografla histérica Gran diccionario universal del siglo xix, sabemos que dedicaba a él catorce horas diarias (Rétif, 1975: 166). ¢Son superhombres estos que pueden sostener durante tanto tiem- po un trabajo tan intenso? «jHonor a estos hombres que son los lexi- cégrafos! jSuyos son los trabajos de Hércules, suyo el destino de Sisifol», proclamé irénicamente, cn un reciente congreso, un colega estadounidense™. Sin duda hay en ellos un factor importante de re- sistencia fisica; pero la clave profunda de su energia es la fe que mucve las montafias; la conviccién firme de que la obra que han em- prendido ¢s una obra que de verdad vale la pena. Porque, a pesar del esfuerzo en que estos galeotes del mar de las palabras consumen su fortuna, su salud, su vida y su alma (Rétif, 1975: 189), la satisfaccién intima les da aliento y los reconforta”’. Ahora bien, estos masoquistas gredinen solo determinadas cuali< dades morales y fisicas? No por cierto; es necesaria también en ellos una detérminada disposicién intelectual. Cuenta Bertrand Russell que, siendo él profesor en Cambridge, recibid, al terminar un curso, la vi- sita de un alumno Ilamado Wittgenstein (si, ese mismo que luego fue famoso filésofo); este le pregunté; «Por favor, gme quiere decir: soy un idiota completa, o no lo soy?». Russell replicé: «Mi querido mu- chacho, no lo sé, {Por qué me lo pregunta?», Respondié el estudiante: «Porque, si soy un idiota completo, me convertiré em acrondutico; pe- ro, si no ¢s asi, seré fildsofom (Russell, 1956: 30). La pequetia anéo- dota viene a cucnto de que los que se consagran a la lexicografia no son «aeronduticos»; quiero decir, no van a clla como consecuencia de no servir para otra cosa mejor; sino que, por el contrario, retinen con- diciones positivas especificas para esa actividad, del mismo modo que, segiin parece, las reunla Wittgenstein para la filosofia, *w. F. Twaddell, citado por Zampolli (1973: 120), ” Murray escril 1904: AA. vecee-te penpunto si algsica so, dard cxects de trabajo que cuesta el Diccionario (...]; pero no me importa: yo lo sé; y me gusta cn frentarme con los hechos y obligarles a entregar su secreton (citado en Murray, 1977: 301). Y, por su parte, James Hulbert dice rotundamente qué no conoce activi- dad intelectual més grata que trabajar en un diccionario (1968: 42). Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 147, Entre las condiciones intelectuales, nuestro macstro don Julio Ca- sares sedialaba como fundamental una capacidad analitica —«olfatem, decia Menéndez Pidal— discernidora de acepciones y matices que suelen escapar inadvertidos al hablante medio (Casares, 1950a; 24). ‘Al lado de esta facultad analitica, no se ha sefialado otra que también es indispensable, como que es complemento de ella: la capacidad de sintesis, por la cual, tras discernir entre lo esencial y lo secundaria, lo relevante y lo no relevante, se descubren y destacan los elementos profundos que son comunes a cosas diferentes. Del dificil equilibrio entre uno y otro mecanismo depende la auténtica aptitud del sujeto para este oficio. Me parece obvio advertir que este equipaje mental referido al len- | guaje —en el cual deben incluirse otros dos camponentes, igualmente complementarios entre si, que son el rigor légico y una mediana ima- ginacion— es por completo independiente de otras dotes semejantes 5 que se reputan necesarias para otras actividades, sean de caracter cri- tico 0 cientifico; y que, por otra parte, tiene poco que ver con. cualida- : des aparentemente afines, como son el interés o el amor por el idio- ma, y la curiosidad o la atraccién —tanto de tipo intelectual como ~ estético— hacia las palabras. Charles Onions afirmaba que «el verdadero trabajador de diccio- narios nace y no s¢ hace, y que ninguna aplicacién ni diligencia supli- rin jamés la falta de aptitud natural para cl trabajo» (1933; Xvn). Aungue yo soy un poco escéptico en esto de los innatismos, no creo que se pueda discutir que sin un cerebro dotado de unas determinadas _ cualidades basicas nadie pucde pasar el umbral de la lexicografia. Conste, por descontado, come dice Casares, que la carencia de csas facultades nada significa en menoscabo del talento o de la ciencia de quienes no logran penctrar cn este santuario o purgatorio (1950a: 24). _ Pero también es preciso subrayar que aquella capacidad solamente se descubre y se logra a través de un particular cultivo, Para dedicarse a Ia Iexicografia es indispensable partir de un nivel decoroso de cono- " cimiento de la lengua y la literatura (conocimiento digo, y no mera ciencia); después, entregarse con ahinco a una clapa de entrenamicnto 148 Lexicograjia histsrica intense destinado a adquirir las técnicas del oficio, las cuales son tan complejas que dificilmente terminan de dominarse por completo. El mismo Casares, pensando en su Seminario lexicografica, advertia que el aprendizaje de la especialidad no ¢s cosa de meses, sino de afios. ¥ Wartburg consideraba necesaria una preparacién de no menos de ocho afios para que los colaboradores de su Diccionario ctimoldgico francés [Franzdsisches Etymologisches Warterbuch] alcanzasen la madurez cientifica y la formacién precisa para :sumir esa tarea deli- cada que es la redaccién de un articulo (1957; 214; cf. Schulze- Busacker, 1974: 78). La‘creencia popular de que para hacer un diccionario es necesario «saberlo todo», siendo la obra algo asf como una emanacidn alfabé- tica de un cerebro privilegiado, no estuvo totalmente ausentc del pen- samiento de algunos lexicdgrafos ilustres, como Littré y Murray, poseedores ambos de vastos conocimientos casi enciclopédicos, par- ticularmente el segundo (Murray, 1903: 12), Pero esta autosuficiencia no solo no es posible, como ya sefialé Johnson (1755: [7]), sino que ni siquiera es necesaria. De hecho, el mismo Littré conté con la cola- boracién inmediata de tres personas especializadas cn detcrminadas ramas (Rey, 1970: 142 y 144); y de Murray sabemos que cada sema- na escribia entre yeinte y treinta cartas de consulta a especialistas en distintas materias (Murray, 1977: 201). Hoy, cuando la marea de los tecnicismos exige cada dia mayor atencién por parte de los lexicégra- fos, se considera necesario que personas con un cierto nivel de espe- cializacién cientifica formen parte del equipo de redaccién (ef. lor- dan, 1957: 229). Los editores no solo Jo estan Ievando a la practica, sino que ademas establecen una red de consultores extermos para completar la informacién que ocasionalmente puede faltar en tal.o cual campo. Asi, el Suplemento del Oxford que se estd editando desde 1972, aparte de incluir dentro de su equipo redactor a cuatro especia- listas no lingilistas, cuenta con setenta y cuatro consultores externos, repartides por varios paises. Por su lado, el Diccionario sueco utiliza Jos servicios de un elenco de ochenta expertos cn diversas ciencias y técnicas (Ekbo, 1971: 48). No debe pensarse que este proceder es ex- _ Las palabras en el tiempo; los diccionarios histéricos 149 clusivo de empresas de alto nivel crudito. Por no mencionar los mas- todénticos (y a veces excelentes) diccionarios nortcamericanos™, al- _ gunos diccionarios comerciales europeos de calidad, como el italiano de Devoto y Oli (1971), o el famoso de Zingarelli (10." ¢d., 1970), o el Collins inglés (1979), se han compilado con la cooperacién de de- eenas de redactores y consultores de muy variadas disciplinas. Por supuesto, no son solo asesores de las ramas del saber los que acompafian al lexicégrafo en su tarea, sobre todo er: los diccionarios de gran envergadura. El caso del Diccionario aleman, cuya redaccién | estuvo durante muchos afios en manos de una sola o de dos-personas, es hoy inconcebible. En los grandes diccionarios ¢l autor es colectivo, + aunque en él sea fundamental la figura ‘de un director, a quien esta encomendada, entre otras, la misién de cvitar que ese colectivo se convierta en un monstruo de veinte cabezas. El equipo de redaccién de un diccionario histérico, entendiendo por equipo el conjunto de personas que trabajan cn su confeccidn bajo un mismo techo, es de cuantia variable, directamente relacionada con Ja organizacién general de la produccién, El Tesoro de la lengua fran- esa presenta en la primera pagina del ultimo tomo aparecido hasta ahora (1979) una lista de unas cien personas, sin contar las pertenc- cientes a otros servicios radicados fuera de la sede del laboratorio. Aunque esa cifra esta algo inflada, porque incluye personas que cola- boraron solo temporalmente, es excepcional. Los equipos de los dic- cionarios histéricos oscilan alrededor de las diez personas, de las cuales solo una parte son verdaderos redactores™. El resto, que sucle % Por ejemplo: Funk and Wognolls New Standard Dictionary of the English Language. [...] Prepared by more than 380 specialists and cther scholars, under the supervision of Isaac K. Funk, Calvin Thomas, Frank ii. Fizetilly, New York and London 1913. El Webster's Third (1961) cuenta, aparte del equipo de redaccidn, constituido por 133 personas, con 202 consullores externas, ™ En 1884, al publicarse el primer fasciculo, el equipa del OED estaba formada por nueve personas: director, tres colaboradores de primera, tres de segunda y dos de tercera (Murray, 1977: 369). Seguin mis noticias, el taller de Murray siempre se mantuva alrededor de esta cifra. Téngase en cuenta, no obstante, que cn cl OED funcionaron mds tarde simulténeamente otros cquipos de redaccién. En cuanto al 150 Lexicografia histérica constituir un porcentaje mayor, desempefia otras funciones, igual- mente imprescindibles, pero colaterales a la redaccién propiamente dicha. Que el mimero de redactores sea una minoria dentro del equipo no ha de sorprender. En primer lugar, no es facil encontrar personas con la disposicién y la preparacién adecuadas, ni es facil después formarlas en el oficio, ni es facil después conservarlas. Pero ademiés, aun teniendo superadas estas dificultades, la exigencia de una minima uniformidad en la obra no hace deseable que la redacciin ande dise- minada en muchas manos, si el trabajo efectuado por estas ha de pa- sar después por el control de una sola persona, tnico procedimiento para que el diccionario sea un concierto y no una algarabia. La presencia inexcusable de un director-embudo en la produccién del diccionario hace que se plantee sombriamente el problema del tiempo. Sin duda la solucién estaria en hacer que el director trabajase atin mds; pero, si bien nunca puede aspirar a los mismos derechos que un obrero manual, también es verdad que su resistencia tiene un li- mite. {Qué hacer, pues, si las horas de trabajo del director no pueden multiplicarse? Multiplicar al mismo director; es decir, hacerle com- partir su responsabilidad con varios subdirectores, cada uno de ellos al frente de una célula de redaccién, quedindole al director el papel de garantizar la unidad general de la obra, a través del contacto per- manente con las entidades auténomas. Esto fuc lo que sc hizo, camo dije, con cl Diccionario de Oxford, y algo parecido se est4 haciendo ahora en el Tesoro de la lengua francesa, en cuya lista de colaborado- Tes se mencionan cuatro unidades de redaccién —Ilamadas «de sin- nimero ds redactores propiamente dichos en otros diccionarigs, he uqui los datos recogides directamente por mi de los respectivos directores en ia Mesa Redonda de Diccionarios Histéricos cclcbrada en Florencia en 1971; el TLF contaba con 40 re- dactores; cl Dewisches W8rterbuck, con 6 en Berlin y 7 en Gotinga; el Diccionario susca, con 6; el Suplemento del OZD, con 14; el Diccionario holandés, con 4; el Dictionary of the Older Scoitish Tongue, con 6. Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 151 cronia»—, con un «responsable» al frente de cada una (TLF, VII, 1979: v). Un diccionario histérico, por la cantidad y la complejidad del material con que tiene que operar, se enfrenta siempre con el fantas- ma del tiempo, No existe una sola empresa de este género, terminada en marcha, ¢n que la realidad haya respondido a las previsiones (cf. Zgusta, 1971: 348; Casares, 1950a: 256-260). Y en esto, asi come en la falta de dinero, esta el enemigo mortal de esta clase de obras. Por- que el alargamiento excesivo de su produccién lleva consigo la dis- continuidad de las personas, tanto las que la realizan como las que la impulsan directa ¢ indirectamente; y no solo las personas, sino por supuesto la sociedad y las instituciones en que actian y a que estan sometidas aquellas. Cuanto mas largo es el tiempo, mids alto es el riesgo de interrupcién, que sera, ademés de la frustracién personal de quienes emprendieron la lucha, la pérdida de todo el enorme esfuerzo humano y material invertido durante largos afios. El cementerio de la lexicografia esta Ileno de tristes ejemplos de diccionarios truncados; dos de ellos de esta misma Academia: uno es la segunda edicién del Diccionario de autoridades, cuyo primer volumen se publicé en 1770 y no tuvo continuacidn; el otro es el Diccionario histérico de 1933, del que ya hemos hablado, el cual quedé interrumpido en su segundo tomo. No ¢s cstc cl imico diccionario histérico fracasado: también la Academia Francesa publicd, entre 1865 y 1894, cuatro tomos de un Diccionario histérico de la lengua francesa que Ilegaron hasta cl final de la letra A (Académie Francaise, 1865-94). Une de los determinantes principales del problema del ticmpo en un diccionario histérico es cl material utilizado para la redaccidn. Si este material es escaso, se hace necesario enriquecerlo sobre la marcha; si es defectuoso, es indispensable someterlo a continuo control, Ambas operaciones significan una rémora grave en el ritmo de produccién, si recacn sobre cl personal redactor, Pero no es difi- cil preservar a este de tales distracciones, destinando una seccién no redactora, con cardcter permanente, al perfeccionamicnto del mate- rial, cuya principal misién seria continuar el despojamiento de tex- 152 Lexicografia histérica i etcografial hitstérica. tos con vistas a incrementar el fondo de fichas y a sustituir paulati- — namente las fichas manuales, de dudosa fiabilidad, por fichas foto- copiadas®®, Los diccionarios que hoy se realizan sobre materiales obtenidos _ Por medio de despojamientos electronicos ticnen, ipso facto, resuclio ¢l problema cuantitativo. Frente a los nueve millones de fichas de que dispone el Diccionario histérico de la lengua espawola, cl Tesoro de la lengua francesa cuenta con cicn millones, y eso solo para los siglos xx y xx. Sin embargo, el riesgo de defectos cualitativos né se climi- na con este procedimiento, Si en ¢l Tesoro francés este tiesgo se halla bastante reducido, ello se debe a que por ahora opera exclusivamente - sobre la lengua modemna?!, Pero cl material clectrénico tiene cl inconveniente de que su mis- ma superabundancia puede constituir un grave obstdculo de tiempo, puesto que la ineludible fase de redaccién sigue dependiendo exclusi- vamente del elemento humano, igual que cuando se trabaja sobre despojamientos de tipo tradicional. El torrente abrumador de fichas * Matcrial de xerocopias y micrafilmes es cl que sc utiliza en la reelaboraciéa del Deutsches Worterbuck (ef. Bahr, 1971; 28). Sobre el intento, temporalmente pa- ralizado, de renovar el fichero de Ia Academia sustituyendo el fondo antiguo por uno de fichas xerocopiadas, v. n. 19, 4! Asi lo reconoce P. Imbs (197 1b: 14). Cf. RL. Venezky (ext. en Zampolli (1973: 123), Cf. también A. Duro (1971: 19): «El mérite de las miquinas sc reduce muchisimo en favor del trabajo humanow. Téngase en cuenta que Duro habla » propdsita de los trabajos de la Aca- demia de la Crusca para un Tesoro degli origini proyectado bisicamiente sobre pro- sedimientos mecinicos. Recuérdese, asimisma, la opinién de R. L. Wagner: «Te- nemos que |...] beneficiamos, por supuesto, de las ventajas técnicas recientes, pero sin olvidar jamis esto: que en fin de cuentas un diccionario cs una obra del espiritu. Las méquinas, sin duda, nos aharrarin tiempo y csfuerzos; no nos dispensarin de ciercitar nuestra inteligencia y nuestra libre critican (Wagner, 1957: 31). ¥ lade J. H. Friend: «En esencia, la confoccién de diccionarios sigue siendo Io que siempre hha sido, una actividad humana que exige conocimiento, pericia, juicio, habilidad ¢ intuicién. El lexicégrafo ideal [...] tiene que conocer bien la lengua o lenguas con que se enfrenta, tanto en Ia forma hablada como en Ja escrita, y en sus variedades histéricas, regionales, sociales y cstilisticas. Tiene que conocer y poner efectiva- Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 153 ——e eee onarios aistericos 153. que inunda la mesa del redactor obliga a este, o bien a seleccionar precipitadamente ¢] material basico para su trabajo, o bien a recurrir al poco cientifico procedimienta del muestreo, lo cual reduce a di- mensiones considerablemente modestas las tesplandecientes ventajas del sistema. i Pf’ Una de las estrategias-idcadas para vencer al enemigo tiempo es acometer la empresa de un diccionario histérico no tratando de abar- tar toda la historia de la lengua de una vez, sino por clapas; sistema que suele Ilamarse «de cortes sincrénicos», con uh concepto de la sincronia que quiza harfa pestaficar a Saussure, ya que aparece apli- cado a perfodos que abarcan casi doscientos afias. A este’ procedi- _miento hay que reconocerle la ventaja de que, si sc empieza por la poca moderna, como hacen los editores del Tesoro de la lengua francesa, cs mucho més accesible a la «competencia» lingilistica del lexicdgrafo, lo cual hace su trabajo més fiicil y, por tanto, mas rapido. Pero tiene ¢l fuerte incoveniente de que con él sc fragmenta la conti- " tuidad de Ia evolucién semantica de las unidades léxicas estudiadas, quedando bastante distorsionado el caricter «histéricom del dicciona- tio y quedando, por consiguicnte, amenazada la propia identidad de la obra total, Ahora bien, el problema del desfase entre duracién prevista y du- racién real se manticne en carne viva, sin excepcidn, sean cuales sean la estructura y la infraestructura de las obras. Es indispensable intro- ducir en la organizacién correcciones periédicas sobre la marcha para aeutralizar en lo posible ¢l coeficiente de retraso. Maniobra sicmpre comprometida, pues estas rectificaciones de rumbo, que reclaman grandes dosis de realismo, deben evitar con cuidado llegar al extremo de sacrificar el estilo, y no digamos la calidad, de la obra, Esta deva- _ es ‘mente cn prictica los principios y las técnicas de la linglistica. Tiene que pasecr habilidad para inferir el significado preciso de las locuciones en un conlexto, para Sistinguir matices de uso y gramdtica con frecuencia sutiles, para juzgar la relativa probabilidad de derivaciones discutidas, para ofganizar los polifacéticos materiales con que opera, y para escribir definiciones quc scan cxactas, comprensivas, claras y econdmicas. Ninguna miquina puede hacer extn (Friend, 1969: 387) 154 Lexicografia histrica luacién en poco se diferenciaria del aniquilamiento. Uno de los cami- nos mas directos para degradar la obra es el de rebajar las exigencias en la redaceién. Confeccionar un articulo de diccionario histérico ¢s tarea refinada que ni puede hacerse alegremenic ni Puede encomen- darse a cualquiera. 2Qué solucién queda, cuando se quiere componer un diccionario que abarque toda la historia de la lengua, que esté redactado con un nivel de calidad aceptable y cuya produccidn se encierre dentro de un plazo moderado? Teniendo a la vista la experiencia ajena, la solu- cién estaria en formar pacientementie, desde el principio, redactores cualificados entre los cuales se pudicran ir escogicndo poco a poco los jefes de nuevos equipos de redaccién. Seria preciso probar una y otra vez Con gente joven que vinicra aceptablemente preparada y dispuesta (dos cosas distintas), y seleccionar solo a los que acredita- ran auténtica capacidad, Para mics cvidente que el trabajo simulténeo de varios equipos con plena dedicacion, auténomos, pero coordinados por un director general, es la unica forma racional de Ilevar a cabo una obra de esta indole. Un ilustre académico de hace un siglo escribid unos versos in- marcesibles (mas por su contenido que por su forma): En guerra y en amor ¢s lo primero el dinero, el dinero y el dinero. Pues bien, igual que en la guerra y el amor, también cn los dicciona- tios histéricos el dinero ¢s primordial. La cnvergadura de esta clase de obras hace que sean siempre caras y que pocas veces hayan sido — planteadas como empresas con rentabilidad material. Todavia cn una primera época se atreven con ellas las editoriales privadas: asi ocu- ” rtié durante medio siglo con el Diccionario de Grimm; asi, con el de Littré; asi, con el de Tommaseo y Bellini, En nuestro siglo ya es ex- cepcional un caso como el del Diccionario de Salvatore Battaglia. El impulso desinteresado, ya por parte de entidades culturales pri- vadas, ya por parte de los gobiernos, ha estado presente cn los gran- des diccionarios no histéricos a partir del de la Academia de la Crus- Las palabras en el tiempo: los diccionarios histéricos 155 ca, en los comienzos del siglo xvu, y en él sc inscriben, por ejemplo, los Diccionarios de las Academias Francesa y Espafiola. En cuanto a los diccionarios histéricos, en los paises anglosajones se han sus- tentado siempre sobre la ayuda de universidades, fundaciones priva- das y personas particulares (cf. Aitken, 1971: 40-41). En los restantes paises (salvo en el caso del Diccionario catalin, de cuya financiacion popular ya hablé antes) es el Estado, consciente del singular alcance cultural, ¢ incluso de alta politica, de este tipo de empresas, ¢l que asume todos los gastos. En Francia, tal vez la nacién que con més yealismo ha comprendido siempre la honda importancia del idioma, el despliegue de medios que se han puesto al servicio de la produccién del Tesoro de la Icngua francesa cs impresionante y aleccionador (cf. Imbs, 1971). Y, desde otro Angulo, también es aleccionador que el Instituto de Lexicologia Neerlandesa, de Leiden, editor del Diccicna- rio histérico neerlandés, sea mantenido por las dos naciones alas que este idioma pertenece: Holanda y Bélgica (Tollenacre, 1971: 517", El Diccionario histérico de la lengua espatola se publica gracias a una subvencién que el Gobierno e¢stablecié expresamente a favor del Seminario de Lexicografia en el Decreto de fundacidn de este, subvencién canalizada a través de la Real Academia Espafiola, de quien depende y en cuyo seno funciona el Seminario. El mecenazgo del Estado es algo consustancial a la existencia y vitalidad de las Reales Academias. Claro que la palabra mecenazgo es quiza un po- co grandiosa; no es obligatorio incluir siempre en ella la idea de ge- nerosidad, ni aun Ja de decoro, Al menos asi lo han entendido con frecuencia los gobiemos, Sin embargo, os justo recordar que esta Academia Espafiola recibié del monarca fundader, el primer Bor- bén, pruebas tangibles de auténtico interés por la institucién y sus actividades, decretando en 1723 una renta anual, con cargo al im- puesto del tabaco, destinada a la publicacién del Diccionario de auto- ridades (Academia, 1726: s00av). Felipe V tuvo una intuicién clara 35 I Instituto de Lexicologia Necrlandesa es sostenida en dos terceras partes por Holanda y en una tercera parte por Bélgica. ! 156 Lexicografia histérica de la importancia que esta obra tendria para la ilustracién de la na- cidn, y gracias a la gran vision del rey (y al pequefio sacrificio de los | fumadores) pudo salir a la luz en un tiempo increiblemente corto un — libro que no solo es honra de su época y fundamento del prestigio de esta Academia, sino la piedra angular de la lexicografia espafiola, El Diccionario histérico es wna obra de importancia paralela, en nuestro tiempo, a la que en el suyo tuvo el Diccicnario de autorida- des, Est4 destinado a ser el inventario mds extenso y documentado del léxico espafiol, abarcando en toda su amplitud los siglos y las ticrras sobre los que se extiende nuestro idioma; pero solo podra serlo, y en un plazo razonable, si dispone de medios proporcionados a la magni- td del propésito. Es evidente que hoy tales medios son suficientes solo para mantener el motor en marcha; pero nadic pucde esperar que con el simple mantenimiento se vaya a llegar nunca a la meta desea- da Como siempre, sera facil alegar la crisis cconémica; y, como siempre, no sera dificil replicar que, a pesar de la crisis, se gastan sin demasiado miramiento importantes cantidades en actividades seudo- culturales. Seri neccsario que nuestros gobernantes se den cuenta, de una vez, de que la lengua, la lengua oficial, tiene un papel vertebral en la vida de una nacién, y que cuanta més atencién se dedique a los trabajos orientados a su mayor difusién y a su conocimiento mas pro- fundo, mayores serin los bencficios para la comunidad a la que esa lengua sirve. Sera necesario que nuestros gobernantes recuerden que la lengua espafiola es lo inico que de verdad nos une radicalmente con una veintena de paises cuya coopcracién estrecha, cuya herman: | dad con ¢l nuestro, es uno de los bienes mas deseables hoy para todos nosotros. ¥ sera necesario también, aunque esto ya lo enuncio como un bello suefio, que esos veinte paises que habitan con nosotros en la misma lengua unan su esfuerzo al nuestro para llevar adelante una obra que es igualmente suya y que esta igualmente llamada a fortale- ~ cer su propia personalidad dentro del mundo, 8 CUERVO Y LA LEXICOGRAFIA HISTORICA™ En Thesaurus, t. XXXVI, 1981, pags. 335-38, don Jaime Bernal Leongémez ha publicado una nota en la que me reprocha no haber in- cluido el nombre de Rufino José Cuervo entre los de los autores de diccionarios histéricos, dentro de mi discurso de ingreso cn la Aca- demia Espafiola, cuyo tema era ese subgénero lexicogrifico'. Como el autor de la nota supone benévolamente que es imposible que yo no conozea cl Diccionario de construccién y régimen, su conclusién es gue la ausencia del nombre ilustre es «un olvido imperdonable». En su opinién, yo no quise, por alguna razén desconocida, destacar la obra del sabia fildlogo colombiano, Dice, nada menos, que «un aca- démico de la Peninsula desdeiia olimpicamente una obra que es gloria de la América hispanica y desconoce desde ahora un valor tan grande y de tan reconocida proyeccién universal». Y Iega mi censor a asu- mir la representacién de toda la América hispanohablante para pro- clamar que «ofende a todo el mundo hispanoamericano el indiferente y desdefioso desconocimiento de una obra de los quilates del Diecio- nario de construccién y régimens. [Publicado en Thesaurus, Boletin del institute Caro y Cuervo, XXXWII (1982), 647-52]. : ' Las palabras en el tiempo: los dicciowarios histéricos, Madrid 1980. [Es cl capitulo precedente de este libro}. 158 Lexicografia histérica Ante alegato tan abrumador, yo me sentiria ahora mismo impul- sado a implorar perdén, no solo a la noble memoria de Rufino José Cuervo, sino a toda la América de lengua espafiola, en nombre de las cuales se erige en acusador mi amable critico, Yo Jo haria, si hubiese razén para ¢llo. Pero ges posible que alguien crea seriamente que un pobre fildlogo espaiiol pretenda, con una pueril conspiracidn de silen- cio, mermar la gloria del gran maestro colombiano? Por otra parte, se diria que las palabras de mi reprensor van cargadas de una suspicacia que podriamos Hamar nacionalista y que es necesario disipar cuanto antes: parece camo si quisiéramos oponer lo espafiol a lo colombiano © lo hispanoamericano. Siendo la lengua espafiola la morada comin de todos nosotros, con todo derecho los americanos hablan de «nues- tro Cervantes», como los espaiioles hablan de «nuestro Rubén»; y por 30 mismo, cs perfectamente natural que, pensando en la patria lin- gilistica y no en otra, los estudiosos de mi pais asignemos un lugar de honor én la filologia espafiola a Rufino José Cuervo, uno de los dos nombres (cl otro es el de Andrés Bello) més ilustres de nuestra lin- gilistica en el siglo xx. «En cl profundo conocimiento de nuestro idioma —decia en 1896 Juan Valera— nadie hay ahora en Espaiia que compita con don Rufino Cuervo» (Valera, 1896: 906). Y, si se mc permite hablar de mi mismo, diré que precisamente a Cuervo de- bo mucho de mi formacién, Es uno de esos maestros de quienes nun- ca se termina de aprender: modelo, entre otras virtudes intelectuales y humanas, de lucidez, de equilibrio, de mesura, de cortes{a. Afiadiré mas: desde el punto de vista lexicogrifico, nadie duda que el Diccionario de construccidn y régimen es una obra de singular — relieve. No solamente por el rigor del método —el mas serio puesto en prictica hasta entonces ¢n la lexicografia espafiola—, sino por la penetracién de los andlisis semdnticos y el acierto de las definiciones, cualidades ambas habituales en sus articulos. En la redaccién del Dic- cionario histérico de la Academia Espaiiola —tarea a la que estoy di- rectamente vinculado desde hace veinte afios— se ticnen a la vista, | para aquellos vocablos (por desgracia, muy escasos con relaci6n al corpus académico) que han sido estudiados por Cuervo, no solo las Cuervo y la lexicografia histérica 159 abundantes autoridades aportadas por este, sino también su distribu- cién en acepciones y sus enunciados definitorios, salvando siempre, obviamente, las diferencias de objetivo, de método y de criterio que presentan ambas obras, También en otro =specto, la Academia ha demostrado su aprecio a la obra de Cuervo cooperando con materiales lexicogrdficos en la preparacién de 6 de los 12 fasciculos hasta ahora publicados por el Instituto Caro y Cuervo, de la continuacién del Dic- clonario de construccién y régimen’. 4Cémo se explica, entonces, la omisién del Diccionario de Cuer- vo en mi panorama de los diccionarios histéricos, omisién que tan | grave desazén ha causado a mi cstimado comentarista? La razén esta, sin duda, en el distinto sentido en que él y yo entendemos cl sintagma «diccionario histérico». No creo que sea demasiado dificil extraer de la lectura de mi tra- bajo, dedicado a los diccionarios histéricos, cul es para mi ¢l con- ' cepto de este tipo de obras. De mancra bastante explicita se dice en la pag. 157>* que «los diccionarios histéricos [...] se distinguen por su propésito de catalogar ¢l Jéxico de una lengua sobre la base de una documentacién que abarca toda la historia de esa lengua». Tal vez no sea ocioso recordar que «léxico» ¢s el conjunto de todas las unidacles significativas de fa lengua”, no un sector limitado de ellas, y adveriir, por consiguiente, que en esc propdsito sefialado de catalogar el Jéxico no se apartan los diccionarios histéricos de lo que se lama un diccio- nario «de lengua» (¢s decir, un diccionario general), Genéricamente, pues, un diccionario histérico es un diccionario «de lengua», y ¢s 80- lamente lo histérico su diferencia especifica. Interesa subrayar que este concepto no es invencién mia, sino que es cl universalmente ad- mitido par los lexicégrafos y, en especial, naturalmente, por los lexi- ? Véanse las introducciones de los fascioulos § (1974), 6 (1975), 7 (1975), 8 (1976), 9 (1976) y 10 (1978). 10 (Pag. 1L1 de este libro). * Por citar solamente diccionarios de terminologia lingiistica, cf., por ¢jemplo, Lizara Carreter (1962), Pei (1966), Dubois ef af, (1973), Mounin (1974), Rey- Debove (1973: 88). cégrafos histéricos. En las dos Mesas Redondas Internacionales Lexicografia Histérica, de Florencia (1971) y Leiden (1977), se maba como base este mismo concepto, y ni una sola de las ponen: leidas en ellas lo puso cn tela de juicio*. Esta tradicién, aceptada todos los especialistas, es resumida con toda claridad por Josette R Debove: «Tenémos costumbre de llamar diccionario histérico a ui diccionario de lengua que informa sobre la histuria de las palabras (Rey-Debove, 1973: 108). El Sr. Bernal parece, a primera vista, aceptar el criterio universs de los lexicdgrafos cuando declara que «es apenas obvio que ¢l Dic cionario de construccién y régimen no es estrictamente histérico». Pe ro inmediatamente se aplica a demostrar que «redine muchas de lag condiciones para serlo». (Por cierto, al intentarlo, engloba en su logia, algo confusamente, a Cuervo con sus continuadores, lo eu pedria inducir a los lectores no iniciados a creer que el maestro a pid sus autoridades «desde ¢l Mio Cid hasta Cien alos de soledady), Y¥ considera que la existencia de esos «valores histéricos de real mag: | nitud» es motivo suficiente para reprenderme por mi «imperdonable olvido» de la obra de Cuervo al tratar de los diccionarios histéricos, En pocas palabras: mi atcnto censor estima que, aunque el Dicciona rio de construccién y régimen no sea estrictamente histérico, ¢& imper- donable no incluirlo entre las diccionarios estrictamente hist6ricos. 4 Para dar mayor peso a su razonamiento, se apoya en la opinién de: José-Alvaro Porto Dapena, quien, en un pasaje de su importante libro sobre el Diccionario de Cuervo (Porto, 1980; 29), dice que «esta obra, es en realidad el primer diccionario histérico de nuestra lengua». Le mento disentir en esto de Alvaro Porto —con quien me une cordi amistad desde los afios (alla por 1971) en que él colaboré en algunas de las tareas del Diccionario histérico de la lengua espafiola—, si es que estas palabras suyas han de tomarse al pie de Ia letra; pero me in- clino a creer que no ha de ser asi, puesto que poco mas adelante dics “ Véanse Tavola Ratonda sui Grandi Lessici Storict (1973) y Proceedings of th Second International Round Table Conference on Historical Lexicography (1980). 162 Lexicograjia histdrica diccionario de sintaxis redactado segin un método histérico; sacar de aqui la conclusién de que es un diccionario +isiérico equivale a en- sanchar arbitrariamente los limites que los lexicégrafos han sefialado al género. Y no olvidemos —por decirlo con palabras de Alfonso Reyes — que «el camino hacia la ciencia es el camino de las denomi- naciones univocas» (Reyes, 1940: 71). Cuestién diferente —y con ella termino— es la gran importancia que, secundariamente a su objetivo, alcanza el Diccionario de Cuervo en la lexicografia espafiola, Ya he dicho antes que no solo no es dis- cutida por mi ni por nadic, sino que ¢s reconocida por todos. El Sr. Bemal asegura que «en cualquicr trabajo que sc emprenda para destacar obras lexicograficas de gran envergadura debe nombrarse, obligatoriamente, la obra del filGlogo y lexicégrafo bogotano». Pero el Sr. Bernal, cuidadoso lector de mi trabajo, sabe que cste no se es- cribié «para destacar obras lexicogrificas de gran envergaduras, sino para exponer la historia y problemas de la lexicografia histérica, es- pecialmente la del espafiol. Si habria sido grave que, en una enumera- cién de fuentes del Diccionario histérico de la lengua espafiola, hu- biese omitido la obra de Cuervo, como lo habria sido no citar, por ejemplo, el Vocabulario espaiiol-latino de Nebrija, 0 ¢l Vocabulario de Mio Cid, de Menéndez Pidal, o el Tesoro lexicogrdfico, de Gili Gaya. Pero en mi exposicién, que tenia un limite de extensién y en. modo alguno pretendia ser un tratado exhaustivo, no era esencial, ¢ incluso la hubiera desviado de su primordial objetivo, la presencia de ¢se y otros muchos aspectos del complejo mundo de la lexicografia histérica. Es muy digno de estima el entusiasmo con que el Sr. Bernal se entrega a defender la memoria del inmortal Cuervo. Pero ¢s listima que se malogre en alancear a enemigos imaginarios. Hay formas mu- cho més positivas y fecundas —también mds arduas, es cierto— de rendir homenaje al filélogo ejemplar, y que sin duda estan al alcance de mi apreciado comentador. 7 9 EL DICCIONARIO HISTORICO DE Lé LENGUA ESPANOLA™ 1. ANTECEDENTES: Todos los diccionarios espaiioles tienen como punto de refe- rencia abligada ¢1 primero que compuso la Academia Espafiola, en 1726-1739, llamado de autoridades por haber seguido cl modelo que Jos académicos de la Crusca habian acreditado, segan cl cual cada uso léxico iba acompafiado de una cita literaria como «basa y fundamen- tom (Academia, 1726: 1). Como las citas se tomaron de «los autores que ha parecido a la Academia han tratado la lengua espafiola con la mayor propriedad y clegancia», es evidente el propésito normative de Ja obra, en la misma linea de las otras compilaciones académicas ¢u- ropeas de la época. Sin embargo, el Diccionario espafiol de 1726 presentaba un com- ponente descriptivo que lo singularizaba frente a sus congéneres flo- rentino y francés. No era su fin —decia— «emendar ni corregir la lengua [...], si solo explicar las voces, frases y locuciones» (Acade- mia, 1726; rv), sin excluir las yooes «provinciales» ni las de «la geri- gonza o germaniay. Cocxistian en Ja obra, pucs, la dimensién pres- criptiva y la descriptiva, en una tensién similar a la que se ha sefialado [Publicado en International Journal of Lexicography, VIM, 3 (1993), 203-19}. 164 Lexicografia histérica en otro gran diccionario del siglo xvm, ¢l de Samuel Johnson (cf. | Read, 1986: 37). Cuando, en 1780, por razones que hoy Mamariamos de mercado, la Academia produjo su segundo diccionario, que cra sustancialmente in reducido a un tome para su mds facil uso), la reduc- cién de dimensiones del libro impuso la supresidn drastica de todas las citas. Pero con ello desaparecian las prucbas de las voces y por tanto el cardcter cientifico mas evidente del Diccionario. A este cambio externo se unc, en ¢l Diccionario reducido o «usualy, una acentuacién de la tendencia normativa en detrimento de - la orientacién descriptiva trazada con bastante decisién en el Diccio- nario de autoridades, A \o largo de los siglos xix y 2x, el criterio se- lectivo y purista ha sido la principal guia de los académicos en lo re- lativo a la incorporacién de voces y acepciones en las sucesivas ediciones de su Diccionario, Sin embargo, la Academia en los ulti- mos ticmpos parece convencida de haber superado esta actitud res: trictiva: en ¢l preambulo de la ediciém de 1984 se lee que «no ha guiado'a la Academia un espiritu de purismo y limitacién, sino que el Diccionario recoge voces y usos vulgares, junto a la tradicién litera: tia, y acepta de la ciencia y la técnica los términos que entran con tanta fuerza en la lengua oral y escrita, incluso en su uso cotidiano» (Academia, 1984: vm). Pero el Diccionario manual de la propia Cor: poracién (1989), al registrar de manera adicional gran cantidad de usos corrientes ne acogidos por el Diccionario usual, hace que pon- gamos en tela de juicio la exactitud de esas aseveraciones. La desviacién del originario ideal de objetividad del Diccionario es consecuencia de la mutilacién de las autoridades perpetrada en 1780. Los mismos académicos conservaron a Jo largo del siglo xxx un. resto de mala conciencia por haber scpultado al Diccionario padre. Hasta 1817, con mayor o menor desgana, siguicron trabajando en aquella segunda edicién del Diccionario de autoridades de la que solo habian conseguido sacar el primer tomo (1770). Entrado el siglo xx, atin funcionaba en la Academia una Comisidn llamada «del Dic- abreviada del primero (IMevaba cl mismo titulo que este, | El «Diccionario histérica de la lengua espafiolay 165 i espanhotaw NGS cionario de autoridades», cuyo nombre evidencia un propdsito —sine die— de volver a editar la gran empresa abandonada. 2. Et parser Dicciowamo mstoRico © El primer proyecto de diccionario histérico trazado por la Acadc- mia esta ligado precisamente con ese sentimiento de deber incumpli- _ do respecto al gran Diccionario de 1726. En 1914, el director de la Corporacién consideré que ya era hora de poner en ¢jecucién el pro- pésito, tanto tiempo aplazado, de [evar a cabo una nueva edicién del ' Diccionario de autoridades, y encomendé a la Comisién que Ilevaba _ este nombre la redaccién del gportuno plan. Este es justamente el _ momento germinal del primer Diccionario histérico espafiol. El dic- _ tamen de la Comisién fue muy claro: ya no era tiempo de componer diccionarios «de autoridades», sino diccionarios «histéricos»; por lo cual proponia la publicacién ude un diccionario que no sea el vulgar; hi uno que sca nueva ampliacién crudita de este, en que vengan a re- Petirse los vocablos con las autoridades expresas en vez de las impli- sitas 0 no expresas que ahora tiene; sino otro de mayor empejio, que Preste otros servicios, a saber, uno que contenga los materiales acu- mulados y otros nucvos, si preciso fuese, a fin de que constituya cl diccionario histérico de nuestra lengua, cn que aparezea la evolucién de las palabras, tanto en su forma como cn Su significado, unico mo- do de que pueda estudiarse la vida de nuestro idioma» (Academia, 1914: 8). Aparte de Jas instrucciones generales contenidas en el Plan, no se preveia en él la constitucién de un equipo de redaccién. En realidad, parecia darse por supuesto que a la Comisién del Diccionario de Au. toridades le tocaba por naturaleza este papel, aunque por la magnitud de la tarea se pedia la cooperacién de todos, Durante una quincena de afios ¢l director hizo en vano reiterados llamamientos a los académi- tos en demanda de colaboracién en la obra, Al fin, en 1927 se em- prendicron los trabajos decididamente. A mediados de 1929 se firma- ba contrato de edicién con la Casa Editorial Hernando (Seco, 1980: 166 Lexicografia histérica tt Ss Kc 0graafias hedstrice 35 y 62 [= pag. 131 y n. de este libro}), y poco después ya estaba en la calle el primer tomo del Diccionario histérico, con fecha 1933, Te- nia 1108 paginas y abarcaba toda la letra A. Ni en la portada ni en Jos preliminares de este tomo I constaban nombres de director ni de redactores de la obra; si, en cambio, la lista de todos los académicos de mimero, asi como la relacién de todos los académicos correspondientes espaiioles, hispanoamericanos y ex- tranjeros, exactamente igual que cn cualquier edicién del Diccionario vulgar, Era evidente el propdsito de presentar el trabajo como un pro- ducto carporativo mas dela Academia, La realidad, sin duda, era otra. Cuando, en 1936, se publicé el to- mo Il (B-Cev: 1034 paginas), en la pagina de los académicos de nti- tmero habia un apartado titulado «Comisién del Diccionario de Auto- ridades» que registraba los nombres de Ramén Menéndez Pidal, Emilio Cotarelo y Mori, Francisca Rodriguez Marin, Julia Casares Sanchez, Vicente Garcia de Diego y Armando Cotarelo Valledor, ¥ a continuacidn, los «Ponentes para ¢l presente tomo {II}», que eran so- lamente tres de los miembros de Ia citada Comisién: Vicente Garcia de Diego, Julio Casares y Armando Cotarelo, Todo hace suponer que el trabajo de los redactores habria sido supervisado por cl resto de la Comision, y que la funeitn de los demas académicos no pasé, natu- ralmente, de mero respaldo, Con toda probabilidad, el tomo primero se debié de redactar en forma andloga. 3. La crusts Se empezaba a trabajar en el tomo tercero cuando estalld la Gue- tra Civil (julio de 1936). A los pocos meses, una bomba incendié el almacén editorial donde se guardaban las existencias de los dos pri- eros tomos y la pequefia parte impresa del tercero. A pesar de este desastre, cuando en 1939 se abrié de nuevo la Academia, reanudaron heroicamente las tareas del Diccionaria dos de los tres redactores anteriores, Casares y Garcia de Diego, si bien pronto se redujo el equipo a uno solo, Casares (cf, Seco, 1980: 62 [= pig. 132 n, de este gpl act See £l «Diccionario histérico de la lengua espafiala» 167 libro]). Pero la obra iniciada en 1933 ya no llegaria a ver publicado su tomo II]. Las gestiones emprendidas en 1946 por José Maria Peman, director de la Academia, y por ¢l propio Casarcs, secretario, con el fin de dotar al Diccionario histérico de la ayuda estat=l necesaria para su continuacién, no dieron como resultado precisamente la Lsrsiotes de la obra, sino el inicio de una nueva, No hay noticia de ninguna previsién respecto a la extensidn y al tiempo del Diccionario histérico de 1933; pero, si juzgamos por lo que Ilegé a publicarse, se habria concluido en 1963, con un total de dicz volimmenes, dando por supuesto que cada tomo — como el 11 — salicse tres aiios después que el anterior y descontando del ritmo re- gular los afios de la guerra. De no haberse producido esta, y de haber- s¢ mantcnido invariable ¢l compas de tres afios, la conclusién de la obra habria legado en 1960. Pero todo esto es hip6tesis irreal. El hecho es que hubo una guerra Y que, tras la interrupcién impuesta por ella, se desistié de la publica- cién del diccionario emprendido, La Academia consiguié que el Go- bierno crease por Decreto el Seminario de Lexicografia, organismo dependiente de la Corporacién, con el fin de Ievar a cabo la obra del Diccionario histérico (15 de noviembre de 1946; cf. Academia, 1946: 472); pero uno de los primeros actos del director del Seminario, Julio Casares (elegido en diciembre de 1946), fue plantear a la Academia la consulta de si debja continuarse como hasta entonces la redaccién del Diccionario histérico 0 si se preferia comenzar una obra de nueva planta. La decisiém de la Academia, por unanimidad, fuc la de empe- zar nuevamente la empresa (Casares, 1947b: 476). En realidad, estaba bien justificado cl abandono del trabajo ini- ciado, puesto que no cumplia los presupuestos establecidos cn cl Plan general de 1914: se habia dicho claramente en este que ¢l Diccionario no debia ser una mera repeticién de los vocablos del Diccionario vul- gar «con las autoridadcs cxpresas cn vez de las implicitas o no expre- sas que ahora tiene», y que en él habia de mostrarse «la evolucién de las palabras, tanto en su forma como cn su significado». Ahora bien, en los dos tomos publicados, la microcstructura del Diccionario his- 168 Lexicografia histérica térico se ajustaba con visible fidelidad a la del Diccionario comin de 1925, sin exponer la evolucién ni formal ni semntica de las palabras: YY, como diria Casares afios mas tarde, «en la mente de los organiza- dores del Plan, el adjctivo histérico no correspondia propiamente a | las exigencias de la lexicografia moderna fundada en principios histé- ricos» (Casares, 1951a: 3). Y en otra ocasién: «A pesar de ese titulo ~ ambicioso, sc trataba de un simple “Diccionario de autoridades”, mu- cho mds completo que el primitivo, lo que le daba ciertamente gran : disimo valor, pero no correspondia en modo alguno a lo que exige la lexicografia moderna de un diccionario que pretende Iamarse “histd- — rico"» (Casares, 1948a: 8). 4 A esta inconsistencia metodolégica del Diceionaria histérico i 1933 se unfa una grave deficiencia documental, de la que habian sido ya bien conscientes los redactores. «Para componer un Diccionario histérico de la lengua espafiola al cual no faltase ninguno de los re- quisitos hoy exigibles — se leia en la Advertencia del tomo 1 —, seria preciso rehacer, por medio de un esfuerzo improbo y de no escasa du- racién, una gran parte de los elementos acumulados y extender la bisqueda y entresaco de voces y modismos a multitud de obras hasta hoy no exploradas con este fin, tarea que necesariamente habria de Hevar consigo un largo aplazamiento de la publicacién» (Academia, 1933: v). En efecto, los materiales léxicos utilizados para ¢l Diccio- nario de 1933-36 eran de procedencia casi exclusivamente literaria, abarcaban tan solo desde ¢l Poema def Cid hasta 1900, y excluian virtualmente todo el espafiol de América. Dentro de estas limitacio- nes, la distribucién de materiales era muy desigual: frente a la abun- dancia de testimonios de los siglos xvi y xvu, ¢l xrx estaba represen- tado discretamente, y pobremente el xvim y la Edad Media. Por otra parte, los mismos redactores se quejaban de las irregularidades for- males de las fichas almacenadas (Academia, 1933: vu). No es de extraiiar, pues, que incluso antes de que se cstablecicsen las caracteristicas del nuevo Diccionario histérico, ¢l Seminario de Lexicografia se dedicase afanosamente a «sancar, completar y unifi- car los materiales» (Casares, 1947b: 477). Una de las tarcas primor- El «Diccionario histérico de Ia t espaiialay 169 dialcs cra mejorar la calidad de las fichas existentes. La otra era me- jorar cuantitativamente ¢l material, no solamente en las dimensiones cronolégica y geografica, sino en el tipo de documentacién (textos no literarios) y en la densidad del despojamiento de fuentes ya utilizadas. Ademés de este enriquecimicnto de los materiales Iéxicos, es decir, documentacién de las palabras, cl Seminario de Lexicografia em- prendid la recogida de materiales fexicogrdficos, esto cs, documenta- cién acerca de las palabras (referencias de diccionarios, vocabularios, revistas filolégicas, estudios lingitisticos). Desde 1947 hasta nuestros dias, esta actividad accesoria del Se- minario de Lexicografia no sc ha interrumpido’ nunca, si bien es cierto que su maxima intensidad corresponde al periodo que termina en 1960. Del alcance de este trabajo da idea el hecho de que, en 1947, segtin Casares (1948b: 494), cl ntimero de fichas contenidas en los fi- cheros de la Academia era de algo mas de cuatro millones, y que cua- tenta afios después habian pasado a ser mas de once millones, 4, Ex nuevo Diccionario HisTORICo: A diferencia del primer Diccionario histérico, el nuevo no nacia huérfano de justificacién tedrica. En la sesién pablica con que se inauguraron oficialmente los trabajos del Seminario de Lexicografia, su director marcaba con nitidez la distancia entre el Diccionario co- min y el histérico y sefialaba Ia necesidad de este ultimo en la lin- giistica moderna: No nos hagamos ilusiones. Mientras nucstro Diccionario oficial no quiera renegar de su tradicién y de la soberana funcidn reguladora que Io caracteriza, no podrd aspirar nunca a ofrecerse como una re- Presentacién cabal de la lengua espafiola, de toda la lengua, y no po- drd secvir para el conocimiento pleno y cientifico de la misma, de igual modo que un censo de habitantes no serviria para basar estudios demogrificos o estadisticos si incluyeta tan solo a los ciudadanos con certificado de buena conducta. Bien estan, cuando estan bien, los dic- cionarios académicos para cumplir su misién peculiar; pero la filolo- gla moderna no se contenta ya con operar sobre una seleccidn de vo- 170 Lexicografia histérica cablos, aunque sea copiosa: exige que sc ponga a su alcance la totali- dad de los hechos lingiisticos a que ha dado lugar la evolucién y cre- simiento del idioma desde su nacimiento, y tanto le interesa para su estudio el arcaismo como ¢l neolagismo, Io castizn y lo barbara, lo plebeyo o lo culto, lo general o lo local, Lo-inico que le importa al fildlogo es que no falte nada. (Casares, 1947a: 180). En la misma ocasién, Casares proclamaba como dechado de dic- cionario histérico el Oxford English Dictionary (1884-1928), sefia- lindolo como modelo concreto para el nuevo Diccionario histérico espaol, Esta idea sc haria patente ya en los aspectos mas externos de la obra: formato, caracteristicas tipogréficas, publicacién en fascicu- los. Y también en la peticién de colaboracién voluntaria para el enri- quecimiento de los ficheros (Seco, 1980: 37 [= pag. 134 de este li- bro]), que por cierto, muy al contrario de lo ocurrido cn el caso inglés, no dio fruto visible, Pero también sc vislumbra cl modelo cn otros aspectos mas pro- fundos que constituyen las lincas basicas del proyecto espaiiol. Ast, la extension ideal que proponia Casares era de quince tomos con un to- tal de 16.000 paginas, y ¢l tiempo total que prevefa para su termina- cidn era de treinta y ocho afios (Casares, 1948a: 13 y 24). Estas cifras se aproximaban masa las de Oxford que a las de cualquier otro dic- cionario histérico. Sin embargo, es evidente su optimismo si se ob- serva que el modelo oxoniense terminé la publicacién de sus diez volimenes (doce en la reimpresién de 1933) en un plazo no inferior a cincuenta y dos afios, incluyendo seis de fase preparatoria —dato no ignorado por Casares—. Pero se justificaba el director del atin nonato Diccionario histérico espafiol alegando que en nuestro caso la situa- ci6n inicial cra mucho mas favorable que en los proyectos analizados, (Con esto parecia aludir a la existencia previa en la Academia de unos ficheros léxicos, que para otras obras habia sido necesario crear par- tienda de cero). Y proseguia asi la exposicidn de sus cuentas: Hay motives fundados para esperar que cn el plazo de unos tres afios podni darse por terminada la etapa preparatoria. [...] A partir de: El «Diccionario histérico de la lengua espariola» 171 este momento, el ritmo previsible para la publicacién de los tomos dependerd, naturalmente, de los elementos con que se cuente y del esfuerzo que se aplique a la realizacién del proyecto. [...] A la luz de un moderado optimismo [...], cabe admitir el rendimiento m2- dio de un wolumen cada yeintiocho meses, a razén de tres afios para cada uno de las cinco primeros tomos y de dos afios para cada uno de los diez restantes, lo que daria un total de weinta y cinco afios, mis los tres de preparacién; freinta y ocho. (Casares, 1948a: 24). En 1951 se edité una Muestra del futuro diccionario, con 12 p4- ginas de articulas redactados, con ¢l doble fin de servir de rodaje a los redactores y de pedir opiniones y criticas a los académicos y a los hispanistas y romanistas de todo ¢l mundo. Tras esta experiencia, cu- yo resultado fue muy alentador, se emprendié la preparacién definiti- va del Diccionario, En 1960 aparecié el fasciculo primero. Los diez primeros fasciculos completaron el tomo J en 1972 (cuxxav + 1302 paginas), y con los diez siguientes se ultimé cn 1992 cl tomo II (cxxir + 1242 paginas). ‘La exposicién mas pormenorizada y exacta de las caracteristicas del Diccionario histérico se cantiene en el Prélogo del tomo I (1972), escrito —aunque no firmado— por Rafael Lapesa, a la sazon ya di- rector de la obra, En €l, veinticinco afios después, se da forma madura y definitiva al Proyecto de Casares (1947), desarrollandolo y actuali- El objeto del Diccionario cs la lengua espaiiola en toda su exten- sién cronoldégica y cn toda su extensién geografica. En un primer momento se establecicron los limites diacrinicos entre mediados del siglo xu (otra analogia con ¢l Diccionario de Oxford) y el tiempo pre- sente; pero pronto se adelants el limite inicial hasta las voces romani- ) cas que aparecen en documentos latinos de los siglos vir al xm. _ El campo diatépico del Diccionario comprende, ademas del espa- fiol de Espafia, el de todos los paises hispanoamericanos, Filipinas y Jas islas lingiisticas en otros paises, como cl judeocspaiiol de las co- munidades sefardies y el espafiol de los Estados Unidos. Se acogen ‘todos los dialectos modernos del espaiiol, y para la Edad Media se in- 172 Lexicografia histérica cluyen aquellos dialectos laterales hermanos del castellano que fueron absorbidos por él: el leonés, el aragonés y cl mozarabe. En cuanto a la vertiente diastratica, aunque la principal fuente de informacién es la literatura, se procura superar el riesgo de componer un diccionario exclusivamente de la lengua literaria (aunque algin critica, precipitadamente, afirmara que cra este el preciso propdsito de] Diccionario), y se da cabida lo mas amplia posible a todo tipo de fuentes no literarias pertenecientes a distintos niveles. No se excluyen los tecnicismos —en rigor, elementos extrafios al sistema—, si bien sometiéndolos a una prudente criba con el fin de controlar su temible frondosidad. El estudio atento que para la redaccién del Diccionario se lleva a cabo del material Iéxico almacenado en los ficheros esta permitiendo desenmascarar algunas voces y acepciones fantasmas que, a veces desde tiempo inmemorial, estin alojadas en las columnas de los dic- cionarios usuales, empezando por ¢l de la Academia, del cual se nu- tren todos los demas (cf. Alvarez de Miranda, 1984a y 1988; Seco, 1991e: 104). El Diccionario histérico registra estos espectros, pero Jos marca con un estigma especial, investigando sus causas y demos- trando su irrealidad. En la microcstructura, ¢l articulo esta encabezado por la forma normal de la palabra en la lengua escrita de hoy, seguida de las va- riantes graficas y fonéticas que csa palabra ha presentado a lo largo de su historia. Sigue, entre paréntesis, la ctimologia, expucsta de for- ima sucinta. Se evitan las disquisiciones y las discusiones en esta ma- teria, pues, por mds que la ctimologia sca un dato particularmente importante en la historia de una palabra, la misién de investigarla co- rresponde a otro tipo de obras, A la marca gramatical sigue una marca no constantc, la diatdpica, solamente presente cuando consta que cl uso no corresponde al ¢spa- fiol general de Espafia. En esto se sigue aparentemente la practica del Diccionario académico comin; sin embargo, si hay en el material al- guna constancia de uso en otro pais ademas de Espafia, se procura ha- cerlo patente a través de los ejemplos. aportados. Otras indicaciones, &l «Diccionario histérico de la lengua Rola» 173 como las relalivas a escasa o nula vigencia o a nivel de uso, no se dan explicitamente, ya que los textos que acompafian a la definicién ilus- tran por s{ solos suficientemente sobre clio. La definicién, en principio, se redacta exclusivamente a partir de los testimonios de uso que constan en las fichas. Sin embargo, con frecuencia ¢s preciso recurrir a las fuentes lexicograficas, si es que no son estas las dnicas disponibles. En otros casos, la insuficiencia 0 la carencia total de datos para definir obliga a usar formulas vagas, o bien conjeturales (sefialadas con interrezante), 0, en situaciones de- sesperadas, la de «voz de significado desconocido», Este descono- cimiento nunca es por si solo causa de no inclusion de un vocablo, ya que, por el contrario, s¢ estima stil para cl progreso del conocimiento histérico del léxico Ilamar la atencién sobre los problemas que atin estan por resolver. En un diccionario de esta indole, cl propésito principal de las de- finiciones es dar al lector una oricntacién suficiente, omitiendo in- formaciones enciclopédicas y suministrandole no mas aquellos datos que para su competencia scan vlidos, El redactor se despreocupa de las tautologias y de los circulos viciosos, que serian censurables en un diccionario de uso, porque en este tiltimo las definiciones remiten a un eédigo que es el propio diccionario; pero que son aceptables en uno histérico, ya que en él cl metalenguaje hace referencia a un cédi- go externo a la misma obra, A la definicién sigue, en letra pequeiia, una seccién esencial en este tipo de diccionarios: las autoridades que dan testimonio de la vida y de la historia del significado o el sentido definidos. De los textos de uso que en cl material responden a la definicidn en cucstion, sl redactor selecciona, para publicarlos en este lugar, el mds antiguo y el mas moderno, y, entre uno y otro, cierto ndmero de pasajes que atestigien la persistencia del uso a través del tiempo. Estos materiales 8c separan tipogrificamente en bloques diferentes, segiin sean de la Edad Media, de la época clisica o de la é¢poca moderna. La norma ideal ha sido no incluir mas de cinco textos (ahora tres) para cada pe- riodo, pero el mimero se rebasa con frecuencia por necesidades con- 174 Lexicografia histérica CO ticcogrrarfia hitstric cretas de ejemplificacién, especialmente de colocacién, de sintaxis o de localizacién geografica, Una orientacién, sin pretensiones de exactitud, acerca de la mayor o menor vigencia de una voz en una determinada época, se ofrece por medio de la cifra que figura al fi- nal de un bloque cronolégico, indicadora del mimero de fichas so- brantes del material (cuando las hay) que no se imprimen, La estructura de un articulo esta por principio sometida a la cro- nologia. Las acepciones se ordenan de mds a menos antigua, de _ acuerdo con Ja fecha de la primera autoridad respectiva. Sin embargo, esta Secuencia no se acata de manera cicga, y con razén: habitual- mente, la polisemia no se produce siguiendo un Proceso cronoldé- gico lineal, sino a partir de una fragmentacién del Significado mds © antiguo en racimos de nuevos significados, nacido cada racimo de al- guno © algunos de los semas de ese significado primitivo, y levando luego cada uno de esos brotes una evolucién seméntica propia, para- — lela cronolégicamente, en todo o en parte, a la de los otros. Por su- puesto, cada rama ¢s susceptible de fragmentarse a su vez en dos 0 mis lineas semdnticas divergentes, Se forma asi, entre todos los vas- tagos, un verdadero drbol genealdgico de acepciones (Seco, 1980; 41 (= pag. 138 de este libro]). De acuerdo con esta visién, dice Lapesa, operamos con divisianes semanticas de distintos grados: la serie, la subseric, Ia acepcidn y la subacepeidn. En cada serie se reiine un gru- po de acepciones emparentadas, segin el orden de primeras fechas. [...] Dentro de una serie puede haber grupos menores o subscries de Scepciones, con su orden particular; y dentro de cada acepcién las su- bacepciones permiten registrar, como apéndices al significado gene- ral, usos especializados o wariedades suyas; de este modo pueden ar- monizarse la succsién temporal y la continuidad seméntica, El orden © de las seri Se indica con nimeros romanos; ¢l de las subseries, con maydsculas; el de las acepciones, con numeracién ardbiga seguida a todo Io largo del articulo; y el de las subacepciones, con mimisculas del alfabcto latino. [...] Cuando excepcionalmente se requiere mayor Subdivisién, acudimos a las letras del alfabcto griego. (Lapesa, 1972: xan), El «Diccionario histérico de la lengua espariola» 175 El método de las ramas sem4nticas —experimentado ya con éxito en el Oxford English Dictionary— aparecidé expuesto detalladamente por Casares (1950a: 71-91). Esta ordenacién ramificada da una pers- pectiva tridimensional a la evolucién semantica de la palabra, frente a la perspectiva plana ofrecida por la tradicional estructura «lineal», que es la propia, entre otros muchos, del Diccionario comin de la Academia y del primer Diccionario histérico. Se obtiene asi una vi- sién mas acorde con la realidad bullente de los cambios semanticos (Seco, 1980: 44 [= pag, 141 de este libro]). ‘Para terminar con la estructura central del articulo, falta advertir que, a diferencia de la gran mayoria de los diccionarios espafioles, las expresiones pluriverbales no se relegan todas juntas al final, después de la secuencia de las acepciones, sino que se sitian ¢n cl lugar que les toca por su cronclogia y por su significado. La parte final del articulo esta constituida por dos secciones breves: una, de indicaciones morfolégicas, donde se hacen notar las particularidades de este tipo encontradas en las citas: femeninos, Plurales y flexiones anémalos; diminutivos, aumentativos, superla- tivos, etc.; la otra, de informacién lexicogr4fica, donde se da cuenta, cuando los hay, de aquellos diccionarios gencrales antiguos y mo- _ dernos que han registrado la voz en cuestién, En el tomo I esta ulti- ma informacién se intercalaba entre las autoridades de cada acep- “cién registrada; a partir del Il, los diccionarios generales solo figuran citados en el bloque de autoridades cuando ofrecen el pri- Mer testimonio de la acepcién o cuando hay algin otro motivo ex- cepcional que lo justifique. ‘La cjecucién de esta tarea y de todas las actividades periféricas a ella esta encomendada, como queda dicho mds arriba, al Seminario de Lexicografia, departamento dependiente de la Academia, subvencio- nado a través de ella por ¢l Estado, y establecido dentro de la misma ‘sede de la Corporacidn. E] director, segin el Decreto de fundacidn del Seminario (1946), habia de ser un académico; pero los nuevos Esta- tutos de la Academia, implantados en 1993, admiten la posibilidad de que la direccién esté encomendada a una persona ajena a la 176 Lexicografia histérica Corporacién, La secretaria general del Seminario est4 en manos de uno de sus lexicdégrafos, al que sc da el titulo de «censor (tomado de la tradicional estructura académica), El siguiente escalén, la jefatu- ra de redaccién, ha correspondido, segiin los momentos, a una, dos 0 tres personas, con diversos nombres: «académico redactor, «redactor jefe» o «redactor especial». Estos redactores jefes orientan y dirigen el trabajo de los redactores, cuyo niimero ha sido también variable, entre un maximo de veinte y un minimo de tres. Por ultimo, los auxi- liares técnicos son responsables de importantes servicios generales para la eclaboracién del Diccionario, como biblioteca, fotocopia, pro- cesamiento informatico de los originales redactados _y —desde hace pocas afios, en que se sustituyé la composicién tipografica conven- _ cional por la autoedicién— maquetacién definitiva de las paginas al texto, 5. PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS E! problema general del Diccionario histérico es ¢l mismo de casi todos los grandes diccionarios generales y, muy en particular, de to- dos los diccionarios historicos: el error en los calculos iniciales relati- vos a la extensién y al tiempo de elaboracién. Hoy, transcurrido casi medio siglo desde que se publicé cl Pig! yecto en que se preveian quince tomos de Diccionario, con un total de 16.000 paginas, para publicarlo en un plazo de treinta y ocho afios, incluido el periodo de preparacién, es evidente su incumplimiento, Los tres afios de preparacién se convirticron en doce, y los tres afios de redaccién y publicacién de cada uno de los primeros tomos han si- do en realidad doce para el primero y veinte para el segundo. Ya en 1957 —antes de que se publicase cl primer fasciculo— dijo Lapesa que «el plazo que se calculé al principio [...] hoy cn dia nos parece demasiado optimista: nos dariamos por satisfechos si pudiéramos prever que la obra pueda terminarse para finales de siglo» (Lapesa, 1957: 27). Desgraciadamente, la realidad ha demostrado que tampoco va a ser posible esa deseada satisfacciin. pepend “Buys HpIpBnes ‘peprpanue ‘O4Snar ogee eraniineE S70 #md “epgeip je ates “ofan te ono ‘an sie "aplaIN H) BD yp.

You might also like