bamos, pastores antao, orillando bosques crepusculares y nos seguan el rojo venado, la flor verde y el agua balbuciente humildes. Oh, el canto antiguo del grillo, sangre floreciente en el ara y el grito del ave solitaria sobre la verde quietud de la laguna. Oh cruzadas y mrtires ardientes de la carne, caer de purpreos frutos en el jardn vespertino que un tiempo frecuentaron discpulos piadosos, hoy guerreros que despiertan de sus heridas y sus sueos de estrellas. Oh dulce ramo de acianos de la noche. Oh tiempos de la paz y del dorado otoo, cuando nosotros, monjes apacibles, pisbamos la uva purprea, y brillaban en tomo l bosque y el collado. Oh caceras, oh castillos; paz de la tarde, entonces el hombre meditaba la vida recta en su morada, en callada oracin luchaba por la faz viva de Dios. Oh, la hora amarga del ocaso, ahora que contemplamos en las aguas negras un rostro de piedra. Pero radiosos levantan los amantes sus plateados prpados: Un solo sexo. Se eleva el incienso de rosados almohadones y el dulce canto de los resucitados.