Professional Documents
Culture Documents
de Santiago de Compostela
Viene en este día a la memoria nuestra ordenación sacerdotal para que la rutina diaria
no deteriore algo tan grande y misterioso. Recordamos el momento en que el obispo
nos impuso las manos y nos hizo partícipes de este ministerio, diciéndonos: “Dios que
comenzó en ti la obra buena, el mismo la lleva a término”. Con este gesto Jesucristo nos
acogió bajo la protección de sus manos, quedando custodiados en el hueco de ellas y
precisamente así encontrándonos en la inmensidad de su amor. A la vez el Señor nos
pedía nuestras manos que fueron ungidas con la fuerza del Espíritu Santo porque
quería que ya no fueran instrumentos para posesionarnos de las cosas, de las personas,
del mundo, sino para transmitir su impronta divina, dispensar su amor y servir en la
misión encomendada a ejemplo de quien vino a servir y no a ser servido. Hoy
nuevamente se nos pide que pongamos nuestras manos a su disposición. Tal vez en
algún punto de nuestro recorrido vivimos la misma experiencia de Pedro después de la
pesca milagrosa, es decir, nos hemos sentido sobrecogidos ante la grandeza del Señor y
ante la insuficiencia de nuestra pobre persona para la misión encomendada, hasta el
punto de querer dar marcha atrás: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”
(Lc 5, 8).
O tal vez en más de una ocasión, caminando sobre las aguas a su encuentro, de pronto
sentimos que el agua no nos sostiene y que estamos a punto de hundirnos. Y, como
Pedro, hemos gritado: “Señor, ¡sálvame!” (Mt 14, 30). El Señor sigue dándonos la
mano, sosteniéndonos aunque nos reproche nuestra falta de fe, llamándonos como a
Santiago a ser “sus amigos y testigos”, y fiándose de nosotros, de forma que podamos
hablar y actuar en su persona. ¡Es admirable la confianza del Señor en nosotros!
Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos. De la misma manera que en el
bautismo se nos da una “vestidura nueva”, una nueva comunión existencial con Cristo,
así también en el sacerdocio se da un intercambio: En la celebración de los sagrados
misterios el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo,
sino que habla y actúa en la persona de Cristo.
1
El Arzobispo
de Santiago de Compostela
Xesús, ao presentarse coma o Unxido de Deus, quere dicir que actúa por misión do Pai
e na unidade do Espírito Santo, e que, deste xeito, doa ao mundo unha nova realeza,
un novo sacerdocio, un novo modo de ser profeta, que non se busca a si mesmo, senón
que vive por Aquel para o que o mundo foi creado. Ser unxido é participar da gloria
de Cristo que é a súa cruz. San Agustín escribía: “Volvamos a aquela unción de Cristo,
a aquela unción que nos ensina desde dentro o que nós non podemos expresar e sexa a
vosa tarefa o desexo. Toda a vida do cristián é un santo desexo”.
Na medida en que somos unxidos pola sabiduría da cruz, anchea o noso corazón
superando os raquitismos espirituais. Aceptar a cruz é participar do amor de Deus.
Neste espírito renovamos as promesas sacerdotais coma expresión da nosa vontade de
percorrer o camiño da santidade en fraternidade, levando os uns as cargas dos outros
nas circunstancias ordinarias da vida e do ministerio. “Aínda que é verdade que
ninguén pode facerse santo en lugar do outro, tamén é verdade que cada un pode e
debe chegar a selo con e para os demais, imitando a Cristo”. Cando Xesús mandou
chamarnos a seguilo foi para que procuraramos a santificación do pobo cristián e a
liberación dos homes da escravitude do pecado. Non cesamos de experimentar
asombro e agradecemento pola gratitude con que nos escolleu, pola confianza que
deposita en nós e polo perdón que nunca nos nega.