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Giordano Della Rocca

Epístolas a su Sire
Primera Carta al Arcipreste Piero Castiglioni:

Reverendo Padre:

Me atrevo a dirigirme directamente a Usted, pues mi corazón sangra al ver el abismo en el que se está
precipitando nuestra Iglesia. Sabrá disculpar mi franqueza filial, inspirada a la vez por "la libertad de los
hijos de Dios" a la que nos invita San Pablo, y por mi amor apasionado por la Iglesia.

Le agradeceré también sepa disculpar el tono alarmista de esta carta, pues creo que la hora está cerca y que
la situación no puede esperar más.

Permítame en primer lugar presentarme. Hermano de la Compañía de Jesús, pronto cumpliré 27 años.
Desde hace tres años soy Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, España. A la
edad de siete años dejé atrás mi Nápoles natal para venirme a estudiar a este fervoroso país en compañía
de mis progenitores. Mis primeros estudios los cursé en el ya tristemente desaparecido Colegio Escolanía
Mater Amabilis de Madrid. La influencia del Padre Jesuita Javier Oliver, director del centro, despertaron
en mí este sentimiento religioso que desde entonces jamás me ha abandonado. Sus sermones durante la
eucaristía matinal y sus reflexiones al final de cada tarde abrieron mis ojos a la Verdad y la Luz. Por
primera vez entonces sentí la inquietud y dudas acerca de si el Señor me llamaría a ser sacerdote o tendría
para mí otro destino. Mis plegarias a la Santísima Madre de Dios sin duda fueron escuchadas y, mediante
su divina intercesión, recibí la iluminación del Espíritu Santo.

Razones para entrar en el seminario no me faltaban. Deseaba enseñar la Palabra de Dios y garantizar la
calidad de la educación cristiana tal y como yo la había recibido. Deseaba dar a conocer el Evangelio aquí
y en países de misión, como hicieron los Apóstoles. Deseaba poder perdonar los pecados en nombre de
Nuestro Señor Jesucristo. Deseaba presidir la Eucaristía y ofrecer el Pan de la Vida a mis hermanos.
Deseaba animar la comunidad cristiana aportando mi ejemplo y mi apoyo. Deseaba estar cerca y ayudar a
los pobres, los necesitados, los que sufren, siguiendo las enseñanzas de Nuestro Señor. Deseaba enseñar a
rezar a la gente, a relacionarse con Dios como Padre y para ver lo que el Espíritu quiere de cada uno,
descubriendo que estamos llamados a la felicidad eterna. Deseaba orientar con criterios morales y
evangélicos en lo tocante a los problemas de la vida y el mundo actuales. Deseaba impulsar la
responsabilidad de los seglares en la sociedad y dentro de la Iglesia. Deseaba servir en la unidad eclesial…
Muchos deseos para alguien tan joven. Muchos deseos que se han visto ampliamente realizados.

Tan pronto como finalizaron mis primeros estudios ingresé en el Seminario de la Diócesis de Madrid,
donde me relacioné con otros jóvenes que estaban en una situación similar a la mía, clarificando mi
espíritu y pasar un tiempo de experiencia e introducción a lo que me aguardaba.

En el seminario cursé dos años de Filosofía y Ciencias humanas, para conocer la historia del pensamiento,
la cultura actual, las materias de interés para el sacerdocio, la psicología, la pedagogía y la sociología.
Después se me presentó la oportunidad de matricularme en la Facultad de Teología de Salamanca, donde
completé mis estudios con materias referentes a la Biblia, la fundamentación de la fe, Dios, Jesucristo, la
Iglesia, el hombre, los Sacramentos, la Moral cristiana, la Espiritualidad, la Historia de la Iglesia, la
Liturgia, el Derecho Canónico… En definitivas cuentas, un compendio de inestimables saberes para el
desarrollo de mi vocación sacerdotal.

Conozco muy bien a la jerarquía católica de Europa. He visitado una decena de países y he publicado
unos treinta artículos en inglés, italiano y español. No digo esto por orgullo, sino para decirle sencillamente
que mis intenciones se fundan en un conocimiento real de la Iglesia y de su situación actual.

Vuelvo pues a retomar el motivo de esta carta, intentando ser lo más breve, claro y objetivo posible. En
primer lugar, unas cuantas constataciones:

1. La práctica religiosa está en constante declive. Un número cada vez más reducido de personas de la
tercera edad, que desaparecerán enseguida, son las que frecuentan las iglesias de Europa. No quedará más
remedio que cerrar dichas iglesias o transformarlas en museos, en clubs o en bibliotecas municipales, como
ya se hace. Lo que me sorprende es que muchas de ellas están siendo completamente renovadas y
modernizadas mediante grandes gastos con idea de atraer a los fieles. Pero no es esto lo que frenará el
éxodo.

2. Seminarios y noviciados se vacían al mismo ritmo, y las vocaciones caen en picado. El futuro es más
bien sombrío y uno se pregunta quién tomará el relevo. Cada vez más parroquias europeas están a cargo de
sacerdotes de Asia o de África.

3. Muchos sacerdotes abandonan el sacerdocio y los pocos que lo ejercen aún (cuya edad media sobrepasa a
menudo la de la jubilación) tienen que encargarse de muchas parroquias, de modo expeditivo y
administrativo. Muchos de ellos viven en concubinato a la vista de sus fieles (que normalmente los aceptan)
y de su obispo (que no puede aceptarlo), pero que ha de tener en cuenta la escasez de sacerdotes.

4. El mensaje del Evangelio debe presentarse en toda su crudeza y exigencia. Los denodados esfuerzos que
algunas diócesis llevan a cabo para proceder a esa "nueva evangelización" a la que nos invitaba Juan
Pablo II, a diferencia de lo que muchos piensan, no consiste en absoluto en innovar, inventar un nuevo
lenguaje que exprese la fe para el hombre de hoy, sino en repetir la antigua, que estaba bien fundamentada
por los Padres de la Iglesia.

5. Un gran número de cristianos se vuelven hacia las religiones de Asia, las sectas, la new-age, el
ocultismo, etcétera. No es de extrañar. Van a buscar en otra parte el alimento que no encuentran en casa,
tienen la impresión de que les damos piedras como si fuera pan. La fe cristiana que en otro tiempo
otorgaba sentido a la vida de la gente, resulta para ellos hoy un enigma, restos de un pasado acabado.

6. En el plano moral y ético, los dictámenes del Magisterio, repetidos a la saciedad, sobre el matrimonio, la
contracepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, el matrimonio de los sacerdotes, los divorciados
vueltos a casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen dejadez e indiferencia. Todos estos
problemas morales y pastorales merecen algo más que declaraciones categóricas. Necesitan un tratamiento
pastoral, sociológico, psicológico, humano... pero sin apartarse de la clara línea evangélica.

7. La Iglesia católica, que ha sido la gran educadora de Europa durante siglos, parece olvidar que esta
Europa ha llegado a la madurez. Nuestra Europa adulta no quiere ser tratada como menor de edad. El
estilo paternalista de una Iglesia "Mater et Magistra" está definitivamente desfasado y ya no sirve hoy.
Los cristianos han aprendido a pensar por sí mismos y no están dispuestos a tragarse cualquier cosa.

8. Las naciones más católicas de antes han dado un giro de 180º y han caído en el ateísmo, el
anticlericalismo, el agnosticismo, la indiferencia. En el caso de otras naciones europeas, el proceso está en
marcha. Se puede constatar que cuanto más dominado y protegido por la Iglesia ha estado un pueblo en el
pasado, más fuerte es la reacción contra ella.

9. Y finalmente y más preocupante de todo, el diálogo con las demás iglesias cristianas está en franco
retroceso hoy, mientras que las relaciones con las religiones desviadas de la doctrina eclesiástica van en
aumento exponencial. La unidad y la fortaleza de la cristiandad están en entredicho en este momento.

Frente a esta constatación casi demoledora, la reacción de la iglesia es doble:


- Tiende a minimizar la gravedad de la situación y a consolarse constatando cierto repunte en su facción
más tradicional y en los países del tercer mundo.

- Apela a la confianza en el Señor, que la ha sostenido durante veinte siglos y será muy capaz de ayudarla
a superar esta nueva crisis, como lo ha hecho con las precedentes. ¿Acaso no tiene promesas de vida eterna?

A esto respondo:

- No es apoyándose en el pasado ni recogiendo sus migajas como se resolverán los problemas de hoy y de
mañana.

- La aparente vitalidad de las Iglesias del tercer mundo es equívoca. Según parece, estas nuevas Iglesias
atravesarán pronto o tarde por las mismas crisis que ha conocido la vieja cristiandad europea.

- ¿Hasta cuándo evitaremos mirar las cosas de frente? ¿Hasta cuándo seguiremos dando la espalda,
crispándonos contra toda crítica, en lugar de ver ahí una oportunidad de renovación? ¿Hasta cuándo
continuaremos posponiendo ad calendas graecas una reforma que se impone y que se ha abandonado
demasiado tiempo?

- Sólo mirando decididamente hacia delante y no hacia atrás la Iglesia cumplirá su misión de ser "luz del
mundo, sal de la tierra, levadura en la pasta". Sin embargo, o que constatamos desgraciadamente hoy es
que la Iglesia está en la cola de nuestra época, después de haber sido la locomotora durante siglos.

- Repito lo que decía al principio de esta carta: La hora está cerca. La Historia no espera, sobre todo en
nuestra época, en que el ritmo se embala y se acelera.

-¿Por qué la Iglesia no moviliza a todas sus fuerzas vivas para un aggiornamento radical? ¿Por pereza,
dejadez, orgullo, falta de imaginación, de creatividad, quietismo culpable, en la esperanza de que el Señor
se las arreglará y que la Iglesia ha conocido otras crisis en el pasado?

- Cristo, en el Evangelio, nos pone en guardia: "Los hijos de las tinieblas gestionan mucho mejor sus
asuntos que los hijos de la luz..."

La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y urgente de una Triple Reforma:

1. Una reforma teológica y catequética para repensar la fe y reformularla de modo coherente para nuestros
contemporáneos. Una fe que ya no significa nada, que no da sentido a la existencia, no es más que un
adorno, una superestructura inútil que cae de sí misma. Es el caso actual.

2. Una reforma pastoral para repensar por entero las estructuras heredadas del pasado y rescatar aquellas
que hayan caído en el olvido.

3. Una reforma espiritual para revitalizar la mística y repensar los sacramentos con vistas a darles una
dimensión existencial, a articularlos con la vida.

Tendría mucho que decir sobre esto. La Iglesia de hoy es demasiado formal, demasiado formalista. Se tiene
la impresión de que la institución asfixia el carisma y que lo que finalmente cuenta es una estabilidad
puramente exterior, una honestidad superficial, cierta fachada. ¿No corremos el riesgo de que un día Jesús
nos trate de "sepulcros blanqueados"?

Para terminar, sugiero la convocatoria de un sínodo general a nivel de la iglesia universal, en el que
participaran todos los cristianos -católicos y no católicos- para examinar con toda franqueza y claridad los
puntos señalados más arriba y los que se propusieran. Tal sínodo, que duraría tres años, se terminaría con
un concilio general que sintetizara los resultados de esta investigación y sacaría de ahí las conclusiones.

Termino, Reverendo Padre, pidiéndole perdón por mi franqueza y audacia y solicitando vuestra intercesión
en mi nombre para con Su Santidad, así como vuestra paternal bendición.

Suyo afectísimo en el Señor,

G. della Roca, s.j.


Segunda Carta al Arcipreste Piero Castiglioni:

Reverendo Padre:

Os ruego que no me juzguéis severamente por mi tardanza en escribiros nuevamente. Los hechos
acontecidos tras vuestra inesperada y gozosa visita han transmutado mi existencia de un modo comparable
al milagro de los panes y los peces. Vuestras palabras tocaron de manera intimísima mi corazón y lo
despertaron a la Verdad a la que había permanecido ignorante hasta la fecha.

He meditado largo y tendido acerca de vuestras revelaciones. Como sugeristeis, he pasado mi particular
cuaresma en Comunión con Dios y enfrentándome a las malignas tentaciones que vos mismo predijisteis
que me asaltarían. Cuarenta noches alimentándome únicamente lo imprescindible para sobrevivir han
debilitado mi cuerpo pero han reforzado mi espíritu en el crisol de la Virtud.

En estas cuarenta noches he tenido tiempo de reflexionar sobre mi nueva condición. Reconozco en mi recién
adquirida naturaleza la huella del Pecado, pero también de lo divino. Jamás me sentí más cerca de
Nuestro Salvador como en estos momentos, aunque tampoco tan lejos de la salvación de mi alma. No
penséis con esto que me arrepiento. Acepto de buen grado este sacrificio supremo que emula la voluntaria
entrega de Jesucristo. Puedo sentir que Él no me ha abandonado, noto Su proximidad en el innegable
paralelismo existente entre el Beso y el rito sagrado de la Comunión.

También he meditado acerca de las enseñanzas de San Longinos, el primer cristiano de la Península
Itálica, que vos me transmitisteis durante vuestra visita. En mi condición de napolitano, toda mi existencia
he estado siguiendo el camino de la fe que él mismo recorrió hace veinte siglos. Antes de que os dignarais a
visitarme, jamás me había planteado la existencia del soldado romano de este modo pero ahora estoy
dispuesto a velar por la doctrina Longiniana y a predicar sus enseñanzas. Éstas, Reverendo Padre, pueden
ser los catalizadores que lleven a cabo la necesaria conversión de la estructura eclesiástica tal y como os
planteé en mi anterior epístola.

He estudiado afanosamente las Sagradas Escrituras y me atrevo a ofreceros una interpretación alternativa
a la que a menudo se ha hecho de las intenciones del soldado Longinos. El Evangelio del Apóstol San
Juan nos dice: “Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua, los judíos no querían que los
cuerpos quedaran en la cruz aquél sábado, ya que aquél día se celebraba una fiesta muy solemne. Por eso
pidieron a Pilato que rompiera las piernas de los crucificados y que los quitaran de la cruz. Los soldados
rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando se acercaron a Jesús se
dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le
abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.”

El nombre de San Longinos no podemos hallarlo en los Evangelios, pero si nos vamos a las Actas de
Pilatos podemos encontrar el siguiente pasaje: “que fue crucificado en el Calvario en compañía de dos
ladrones; que se le dio a beber hiel y vinagre; que el soldado Longinos abrió su costado con una lanza, que
José, nuestro honorable padre…”.

Pero aún podemos encontrar una tercera referencia en la Carta de Pilatos a Herodes: “Y has de saber que
Procla, mi mujer, dando crédito a las apariciones que tuvo de él cuando yo estaba a punto de mandarle
crucificar por tu instigación, me dejó solo y se fue con diez soldados y Longinos, el fiel centurión, para
contemplar su semblante. Y mientras todos estaban observándoles con gran atención se dirigió a ellos en
estos términos: “¿Todavía no me creéis Procla y Longinos?”.

Yo afirmo que los testigos no tenían conocimiento de las auténticas intenciones de San Longinos y su
interpretación de los hechos recogida por el Apóstol estaba firmemente condicionada por su aversión hacia
los romanos. En el Acta Pilati, en cambio, se nos revela no sólo el nombre del centurión sino también que
el propio Jesucristo se dirigió a él durante su calvario. No es pues descabellado sostener la creencia de que
San Longinos, movido a la piedad al contemplar el sufrimiento de Nuestro Señor en la cruz, con ánimo de
poner fin a su agonía desafiara las órdenes de sus superiores y a la horda vociferante de judíos que había
sentenciado y condenado vilmente al Hijo de Dios. Conforme a mi valoración, la transubstanciación de
Longinos no fue un castigo por sus actos sino una concesión por su piedad, para que pudiera dar testimonio
de la Pasión de Nuestro Salvador que él mismo presenció.

Confío en que mi visión particularísima de estos sucesos no os resulte ofensiva y sepáis perdonar los errores
de mi argumentación recordando que, por mi naturaleza humana, soy falible y mis conocimientos en estas y
otras muchas materias no pueden compararse con los que vos poseéis.

Termino, Reverendo Padre, pidiéndoos una vez más perdón por mi franqueza y audacia y solicitando
vuestra paternal bendición. Me comprometo a ponerme nuevamente en contacto con vos tan pronto como
tenga algo digno de vuestro tiempo.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, s.j.


Tercera Carta al Arcipreste Piero Castigliani:

Reverendo Padre:

Me pesa en el alma haberos hecho pasar por tan dolorosa situación. De haber sabido el martirio que os
impondrían por haberme Abrazado jamás hubiera tolerado que os sometieseis al Rito de la Creación por
mi causa. Antes bien me hubiera inmolado yo mismo que consentir semejante ultraje hacia vuestra
persona.

El bárbaro rito al que ambos fuimos entregados pone de manifiesto lo más monstruoso de nuestra
condición. El mero recuerdo de los últimos acontecimientos me hace estremecer pero considero que es mi
deber ofreceros mis más sinceras disculpas por la responsabilidad que yo, de manera involuntaria, haya
podido tener en vuestro injustificado castigo.

Debo reconocer que el reencontraros me llenó de gozo y la ceremonia que vos mismo condujisteis,
agradeciendo al Altísimo que me hubiera concedido los Dones de la Noche, fue de lo más inspiradora. Los
rezos y la letanía resultaron conmovedores a pesar de que se apartaban claramente de la manera ortodoxa
de oficiar una misa. El Rito de la Unción tuvo para mí un significado especialmente importante y no pude
evitar sentir el inquietante paralelismo existente entre este acto y el Bautismo. Así como el Bautismo
purifica al que se somete a él y lo inicia en el cristianismo, la Unción nos inicia con sangre a esta nueva
naturaleza, reconociéndonos como los elegidos de Dios. De igual modo que en el Bautismo, el Ungido se
vuelve partícipe en la muerte y resurrección de Jesucristo, constituyéndose profeta, sacerdote y heredero de Su
Reino, quedando de este modo consagrado como un miembro activo del Lancea Sanctum.

Sin duda comprenderéis mi estupor cuando, después de ser partícipe de tan elevado acto, fui apresado por
varios de los presentes y obligado a contemplar cómo erais expuesto a la marca de hierro al rojo vivo. El
siseo de la carne de vuestro pecho al contacto con el metal aún resuena en las paredes de mi mente. Pero vos
no gritasteis, ni siquiera hicisteis una mueca mientras os martirizaban. En vuestros ojos sólo pude ver la
infinita paz de aquellos que han sido tocados directamente por Dios.

Vuestro valor y vuestra santidad son sin duda un ejemplo para todos nosotros. Quisiera haberos podido
evitar el sufrimiento que por mi causa os ha sobrevenido pero, como nos recuerdan las Sagradas Escrituras,
los designios del Señor son inescrutables y nadie puede enderezar lo que Él ha hecho torcido.

Termino, Reverendo Padre, solicitándoos una vez más vuestra paternal bendición. Tendréis noticias mías
tan pronto como las haya dignas de vuestra atención.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, L.S.


Cuarta Carta al Arcipreste Piero Castigliani:

Reverendo Padre:

Os ruego perdonéis la excitación que sin duda traslucen mis palabras pero esta noche ha ocurrido algo que
sólo puede calificarse de milagroso. Regresaba de mi caza nocturna cuando encontré a un hombre tendido en
el suelo. Había sido asaltado, robado y apuñalado. Sus agresores le habían dejado allí, desangrándose. No
puede evitar acudir en auxilio del necesitado.

Me arrodillé junto a él. Sangraba mucho. ¿Qué podía hacer yo? Soy un hombre docto pero completamente
ignorante de la ciencia médica. Hice lo que un sacerdote debe hacer: rezar y encomendar su alma a Dios.
El infeliz abrió los ojos y me rogó que no le dejase morir, tenía esposa y dos niños pequeños, con el tercero
en camino. ¿Qué podía hacer yo?, me pregunté nuevamente. Rogué al Señor que permitiera que aquellos
niños crecieran con un padre. Si la Sangre de Jesucristo me había concedido la inmortalidad quizá también
pudiera sanar al moribundo. Mordí con saña mi muñeca y dejé que mi propia sangre goteara lentamente
sobre la herida mientras me encomendaba al Todopoderoso.

Puedo aseguraros que la herida se cerró delante de mis ojos. El Señor no sólo se ha dignado a escuchar mis
plegarias esta noche sino que me ha dado el poder de sanar en Su Nombre del mismo modo que Jesucristo
se lo concedió a sus Apóstoles. Debéis creer que cuanto digo es cierto pues yo jamás os faltaría a la verdad.

“Alabaré, mientras viva, al Señor. Que mantiene su fidelidad y hace justicia a los oprimidos, que da pan
a los hambrientos. El Señor libera al cautivo. El Señor abre los ojos al ciego. El Señor endereza a los que
ya se doblan. El Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos. El Señor sustenta a huérfanos
y viudas, y transforma el camino del malvado. El Señor reina por siempre, de edad en edad.”

Termino, Reverendo Padre, con este canto de alabanza al Altísimo que, sin duda, vos compartiréis.
Solicitándoos paternal bendición quedo a la espera de recibir vuestras nuevas.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, L.S.


Quinta Carta al Arcipreste Piero Castigliani:

Reverendo Padre:

Justificadamente me reprendéis en vuestra última epístola. Arrastrado por mi perdida mortalidad acudí en
auxilio de aquel desgraciado sin percatarme de que, lo que yo consideraba un acto de caridad cristina, no
era sino una trasgresión de la Doctrina de San Longinos.

Para vuestra tranquilidad y puesto que así me lo demandáis, os cito las Enseñanzas de nuestro fundador
tal y como vos me las transmitisteis antes de mi Abrazo:

1. Que, aunque somos Condenados, nuestra existencia tiene como propósito mostrar los males que pueden
sobrevenirles a aquellos que se aparten de Él. Que es la Voluntad de Dios que seamos lo que somos. Que
el mal se Condena mientras que aquellos que son dignos de Su amor tienen un lugar a Su lado.

2. Que lo que somos ahora no es lo que fuimos en el pasado. Que somos para los mortales como lobos para
las ovejas. Que debemos alimentarnos con nuestras presas pero no ser crueles con ellas. Que nuestro papel
de depredador está así dispuesto por el Señor.

3. Que, al igual que en el Cielo existe una jerarquía angélica, en la tierra los hombres están por encima de
las bestias y nosotros por encima de los hombres.

4. Que los Condenados debemos ocultarnos entre los que aún disfrutan del amor de Dios, dándonos a
conocer únicamente para atemorizarles y guiarles por el camino de la salvación. Que no debemos crear a
ninguno de los nuestros pues las almas pertenecen sólo a Dios y que cualquiera que arrebatare un alma
será doblemente Condenado.

5. Que nuestros cuerpos no nos pertenecen. Que nuestro propósito es servir al Señor y, cuando nos alejemos
de ese propósito, ser purgados con la luz del sol y las llamas del fuego para purificar nuestra alma y nuestra
carne del mal.

Para asegurarme de no olvidar jamás vuestras palabras, las he escrito con mi sangre en un tomo
encuadernado en piel en el que voy plasmando vuestras enseñanzas y las que otros miembros del Lancea
Sanctum tienen a bien compartir conmigo. De manera simultánea he estado estudiando las Tradiciones de
nuestra sociedad vampírica, fundamentadas en las enseñanzas de San Longinos.

Así podemos encontrar en la Primera Tradición un compendio de normas y explicaciones que giran en
torno a la Cuarta Enseñanza de San Longinos, que nos instaba a ocultarnos de los mortales y a no
mostrar nuestra auténtica naturaleza sino para cumplir con la Voluntad Divina.

En la Segunda Tradición encontramos una vez más una clarísima referencia a la Cuarta Enseñanza de
San Longinos, que nos prevenía acerca de la creación de otros Condenados. Sin embargo, como os hice
notar en mi segunda epístola, no comparto la creencia generalizada de que Dios pretendiera que el primer
Condenado sufriera en soledad. Si Su Voluntad fuera que únicamente existiera uno de nosotros, Su mano
vengadora vendría a arrancarnos a todos de la faz de la tierra como el sembrador a las malas hierbas. No,
somos herramientas del Señor y estamos aquí porque Él así lo quiere. Comprendo y comparto que el
Abrazo no debe realizarse indiscriminadamente y que cualquiera que obrase de este modo debe ser
castigado por ello y rendirle cuentas al Señor por el injustificado robo de almas inocentes. En cambio,
defiendo que la advertencia de San Longinos no iba referida a los miembros del Lancea Sanctum, elegidos
del Altísimo, pues nosotros debemos tener libertad para reforzar nuestras filas contra el Maligno, que
acecha tras cada esquina.

Y, finalmente, llegamos hasta la Tercera Tradición que nos insta a abominar el Amaranto. La muerte es
inevitable y necesaria. Del mismo modo que los Vástagos nos erigimos como jueces de los mortales, los
elegidos de Dios tenemos el derecho y el deber de juzgar a aquellos Condenados que se apartan de Su
Voluntad. Si bien es cierto que, en Su Nombre, tenemos la potestad de destruir a los enemigos de la fe, no
lo es menos que todas las almas pertenecen al Señor, incluso las de los Condenados. Podemos purificar con
fuego su carne, pero la abominación del Amaranto (que arrebata su alma al que lo sufre) debe ser
condenada y perseguida activamente por el Lancea Sanctum puesto que el que lo cometiere estará pecando
contra sus hermanos y contra Dios mismo.

Termino esta carta, Reverendo Padre, citando un pasaje del Testamento de San Longinos que apoya
firmemente lo anteriormente expuesto: “enseñad a vuestra progenie a escuchar mis palabras, y decidles que
les enseñen lo mismo a la suya. Cuando mi línea ya no pueda contener la sangre que derrama, la noche en
que la progenie de vuestra progenie ya no pueda oír a la sangre del corazón de su hermano gritándole desde
el suelo, esa será la noche en la que se pierda toda esperanza para vosotros”.

Os solicito vuestra paternal bendición, comprometiéndome a mi vez a mantener mi contacto epistolar con
vos tan pronto como la ocasión lo permita.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, L.S.


Sexta Carta al Arcipreste Piero Castigliani:

Reverendo Padre:

Sin duda habrá llegado ya hasta vuestros oídos la nueva de que recientemente he sido Ungido como
Sacerdote del Lancea Sanctum. No os ofenderé con falsa modestia afirmando que éste ha sido un honor
inmerecido. Hace tiempo que venía ocupando esa posición en nuestra comunidad aun no siendo reconocido
oficialmente como tal.

En mi calidad de Sacerdote me he encargado de afianzar los pilares de la Fe, garantizando que se oficie
una Misa de Medianoche cada noche y no, como venía siendo relajada costumbre hasta la fecha, una o dos
ocasiones al mes. El número de fieles ha crecido en nuestra pequeña comunidad salmantina y ahora
Condenados de todas partes de España acuden a la ciudad en busca de Dios y de nuestra dirección y
consejo.

Entenderéis pues que mis obligaciones para con los fieles me hayan mantenido apartado de vos más tiempo
del que yo hubiese deseado.

Como os he dicho, la influencia de nuestra Orden en España ha crecido notablemente desde que formo
parte de ella. No obstante, considero que aquí he cerrado una etapa de mi existencia y que puedo prestar
un mayor servicio a Dios en otro destino donde se me requiera más acuciantemente, en lugar de permanecer
aquí de manera autocomplaciente hasta que la pasividad y los años me hagan ascender lentamente hasta
posiciones más elevadas del Lancea Sanctum.

Tal y como os planteé en mi primera epístola, vivimos tiempos difíciles que deben ser afrontados con
medidas expeditivas y sin tardanza. Así pues os ruego que intercedáis por mí para que se me encomiende
un destino acorde a mis capacidades y a las necesidades de la Orden.

Os quedo profundamente agradecido de antemano y os solicito, como es costumbre, vuestra paternal


bendición.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, S.L.S.


Séptima Carta al Arcipreste Piero Castigliani:

Reverendo Padre:

Vuestra sabiduría siempre me llena de asombro y puedo ver en ella la mano de Dios dirigiendo mis pasos.
Esta misma noche me he instalado finalmente en Simon’s City y he tenido ocasión de entrevistarme con el
Obispo Santiago Dámaso. Os ahorraré los aburridos detalles del viaje hasta Florida, sólo diré que la
experiencia de la interminable travesía marítima ha resultado tan aleccionadora como desagradable.

Por lo que respecta al Obispo de la ciudad, es un pecador impenitente y su comportamiento, amén de


insultante para todos los miembros de la Lancea Sanctum ralla en la herejía. Comprendo vuestra
preocupación al enviarme aquí y prometo hacer cuanto esté en mi mano para velar por los intereses de
nuestra Orden y por la fe de nuestra comunidad de Condenados. No es de extrañar el escaso número e
influencia de los nuestros en Simon’s City.

Vuestras recomendaciones han propiciado que la Santa Madre Iglesia me proporcionase una pequeña
parroquia en el Distrito Suroeste, en los suburbios de la ciudad. La humildad del emplazamiento no es
algo que me preocupe, mi cuerpo no precisa más que de un refugio austero. Dios ensalza a los que se
humillan. Es un lugar perfecto como punto de partida para que mis hermanos puedan acercarse en busca
de la necesaria guía espiritual que sólo yo parezco poder proporcionarles en esta nueva Sodoma.

Aún no he tenido ocasión de encontrarme con los demás integrantes del Lancea Sanctum que están
establecidos en la ciudad, pero ruego a Dios para que no sean como su Obispo. Lo que está claro es que los
rituales están muy relajados y las enseñanzas de San Longinos no parecen tener aquí la preponderancia
que merecen. Tan pronto como sea posible me reuniré en concilio con el poder político de la ciudad y les
instaré a regresar al camino recto. No tengo la menor duda de que, con ayuda del Señor, juntos lograremos
arrancar a Simon’s City de las garras de la herejía.

No quisiera poner fin a esta epístola sin antes agradeceros todos vuestros desvelos. Tan pronto como el
Obispo de Salamanca recibió vuestra carta se apresuró a hacer efectiva mi Unción como Inquisidor del
Lancea Sanctum. Tengo la certeza de que este nuevo título me abrirá las puertas que pueda hallar
cerradas en mi desafiante camino.

Solicitando vuestra paternal bendición, quedo a vuestro servicio y al del Altísimo, comprometiéndome a
haceros llegar las nuevas de mis progresos en esta ciudad del diablo.

Vuestro afectísimo en el Señor,

G. della Roca, I.L.S.

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