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COMUNIDAD DE VIDA

1. CONVIVIR CON DIOS Y CON LOS HERMANOS

La Comunidad de Convivencias es una comunidad de vida


(Lineam.1).
Intentamos perpetuar la experiencia que durante seis días tenemos en
las CcD, creciendo en la unión con Dios y con los hermanos.
El mundo de hoy necesita semejante testimonio y está dispuesto a
aceptarlo: mediante nuestra unidad podrá creer en Cristo (Jn17,21).
Esto vale sobre todo para los familiares, que hacen en su Alianza
profesión de "desear ir creciendo en la comunidad de vida, en cuanto no se
lo impidan causas razonables" (Lineam 26). No sólo viven esta dimensión
en su relación con los otros familiares sino que la irradian en todos los
cecistas.
Todavía estamos lejos de la meta, y siempre Dios podrá seguir
inspirándonos nuevas formas de vida comunitaria, dentro del marco de
nuestros objetivos (Lineam.5), según se expone en el folleto Nueva Forma
de Vida Evangélica.
Fomentamos la amistad entre los hijos de los diversos cecistas, y
deseamos brindar afecto a sus familiares, como irradiación del amor que ya
existe en nuestra familia espiritual y como medio para estrecharlo.
Nuestra comunidad de vida no es un ghetto que nos cierre sobre
nosotros mismos, sino que nos obliga a vibrar con los sentimientos, valores,
historia, cultura, experiencia y aspiraciones de nuestro prójimo, porque
queremos ser verdaderamente "católicos" o sea universales y ecuménicos,
comprendiendo a los que piensan distinto o viven en otras agrupaciones, sea
dentro o fuera de la Iglesia.
De modo particular, supone mantenernos abiertos y sensibles a la
diócesis y parroquia. Será bueno, por ejemplo, invitar alguna vez al
párroco, si está dispuesto a comprendernos.

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2. RESPETO A LO PERSONAL

El ambiente posmoderno está marcado por el individualismo y


subjetivismo.
Nuestro espíritu comunitario no pretende arrasar lo individual, el
santuario de la conciencia y responsabilidad personal, la relación íntima con
Dios, los valores subjetivos, los momentos de silencio y el respeto de la
privacidad.
Por lo tanto, nadie debe quedar marginado o reducido al
anonimato, como un número entre otros, ni homogeneizado o masificado
en un rebaño.
Por el contrario, pretendemos que una vida comunitaria madura
cultive la personalidad de cada miembro. Y -a la vez- que como personas
responsables pongamos en común nuestras energías para construir la
comunidad, la cual es mucho más que la suma de individuos.
Cada uno se acepta a sí mismo y acepta a los demás, con toda su
realidad personal, como Dios los ha creado.

3. COMPARTIR VIDA ESPIRITUAL

Una vida comunitaria donde el amor extirpe nuestros egoísmos es


imposible para nuestras fuerzas humanas. Sólo viviendo "fervientes en el
Espíritu" (Rom12,11) estaremos disponibles para que Él lo realice en
nosotros.
"Compartir vida" nos significa compartir en primer lugar nuestra
vida interior, mediante la transparencia. Significa poner en común nuestra
fe, nuestra razón de vivir y trabajar, nuestra experiencia espiritual.
La Comunidad de Convivencias brota y se desarrolla desde la
oración compartida, porque antes de ser comunidad de vida es comunidad
de oración.
Otras instituciones concretan esa oración compartida en devociones
vocales, meditación silenciosa hecha en común o reflexión bíblica. Nosotros
la concretamos principalmente en la oración carismática, cuya forma más
nuestra son las contemplaciones actuadas, donde se combina lo
carismático con lo contemplativo.
La celebración eucarística, vivida con sentido carismático, es el
medio más importante que Dios nos ofrece para consolidar la comunidad.
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Otro elemento es el discernimiento comunitario.
En el discernimiento de espíritus compartimos nuestras
inspiraciones, los progresos que vamos haciendo o las dificultades
espirituales. Recibimos ayuda para comprender lo que nos está pasando,
pero además crecemos en confianza para poner en común nuestra vida
sobrenatural.
En el discernimiento prudencial aprendemos a buscar entre todos, la
voluntad de Dios. Al empezar nos liberamos de toda inclinación hacia una
opción u otra y cada cual propone los motivos que ve a favor de cada
opción, sin discutir ni dejar entrever cual sería su decisión. Al fin se suele
decidir por unanimidad, conforme al método expresado en el folleto
Discernimiento Prudencial Comunitario.

4. CORRECCIÓN FRATERNA

No basta una coexistencia pacífica, que disimule las tensiones e


incomprensiones existentes. Necesitamos respetar al que piensa distinto y
esforzarnos por comprenderlo. A veces, también perdonar y pedir perdón,
creer que el otro puede corregirse y que sus virtudes son mucho más
importantes que sus defectos.
Los que notan tirantez entre dos hermanos tienen la misión de ser
puentes de amor, orando por ellos, ayudándolos a comprenderse y
rodeando a ambos de sentido sobrenatural, para no generar bandos que
acentúen la tensión y puedan fracturar la unidad. Por medio del
discernimiento de espíritus les harán descubrir si su actitud ha sido inspirada
por Dios o no.
Los que se han reconciliado se esforzarán por sanar las heridas que
causaron, prolongando sus gestos de reparación y amor fraterno, mirándose
con nueva luz para descubrir que el otro puede enmendarse y esforzándose
para que el incidente pasado acreciente la confianza mutua.
Es bueno que en un clima de especial unión con Dios, a veces se
realicen actos penitenciales donde cada cual exprese qué necesita corregir y
los demás le añadan algún detalle.
La corrección fraterna debe ser deseada, pedida y luego agradecida
con sencillez. En lugar de darse por ofendido, cada cual se esfuerza por
comprender qué se le ha indicado y por corregirse eficazmente.

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Lo que se trata entonces merece un secreto confidencial parecido al
secreto de confesión.
Cuando alguien sepa un grave peligro moral de alguno o una falta
que perjudica al bien común, si juzga con sólidos fundamentos que por sí
mismo no podría ayudarlo con la corrección fraterna, informa de lo que
conoce con certeza a quien pueda ayudar a aquél más eficazmente: el
acompañante, el confesor, el Animador de los Familiares o el titular de la
casa en que habita, el Enlace o el Responsable de confraternidad. En
cambio, de ninguna manera comentará con otros por espíritu de
murmuración.

5. GESTOS DE AMISTAD

Una amistad madura, protegida por la pureza, prudencia y sentido


sobrenatural, nos hará crecer en nuestra vocación de unión con Dios.
No nos conformamos con cumplidos sociales ni atenciones por
formalismo u obligación, sino que intentamos expresar el amor que el
Espíritu Santo difunde en nuestros corazones. (Rm.5,5).
Ese amor espiritual nos hace desear la santidad del otro,
ayudándolo con la corrección fraterna, el discernimiento comunitario y el
testimonio de vida. Lo ayudamos también a su progreso humano, con
nuestra sincera adhesión, nuestro aliento, nuestra colaboración en sus tareas,
y -por supuesto- nuestras oraciones.
Nos sentimos solidarios con el trabajo apostólico que hacen los
demás. Por eso nos interesamos en conocer cómo van esas actividades, las
acompañamos con nuestra oración y aportamos nuestra colaboración
personal o económica, si hace falta.
Estamos pendientes de los cumpleaños y nos interesamos por los
que participan poco o parecen decaídos.
Algunos tienen especial carisma para ir a visitar hermanos o para
invitarlos a sus propias casas.
También es útil compartir los descansos: las vacaciones
comunitarias, los deportes o paseos.
Consideramos valioso el tiempo que pasamos juntos. Nuestra
vocación de contemplación o de apostolado no debe hacernos pensar que
"perdemos el tiempo" cuando compartimos vida.

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6. COMUNICACIÓN

Nuestro ideal no requiere compartir el mismo techo, pero sí la


conciencia de que somos una sola comunidad y que todos somos
hermanos.
Esto supone que cuando nos encontramos no nos conformemos con
temas superficiales -el tiempo, las quejas, las noticias externas- sino que
cultivemos la transparencia, compartiendo a nivel más profundo.
Contamos con sencillez nuestras alegrías y preocupaciones,
convencidos de que a nuestros hermanos les interesan y nos sabrán
comprender.
En el mundo de hoy, convertido en una "aldea global" podemos
comunicarnos con nuestros hermanos y sentirlos cerca a pesar de los
kilómetros. Nos comunicamos por teléfono, por carta, por cassettes y por
todos los medios que la técnica nos vaya ofreciendo.
Las "cartas" que envía el Equipo Timón o las que nos envían
algunos hermanos y podemos comunicar a otros, nos ayudan a desarrollar
esa koinonía. Para que nuestras cartas puedan ser compartidas, se aconseja
que los detalles confidenciales vayan en hoja aparte, encabezados con la
advertencia "Confidencial".
Cuando viajamos a otras ciudades, llevamos el listado para
conectarnos con los hermanos de allí.

7. COMPARTIR COSAS

Cuando aportamos el diezmo o cualquier contribución al Bolsillo de


Dios procuramos sentirnos solidarios con la respectiva fraternidad.
Quienes participan menos en nuestras reuniones y actividades, están
invitados a compensar siendo más generosos en su aporte material.
Sería conveniente que quienes dedican más tiempo a las tareas de la
CdC fueran ayudados en sus necesidades económicas.
Ojalá algún día podamos atender en su ancianidad a quienes nos han
entregado su vida y sus bienes.
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Nadie tiene obligación de despojarse de sus bienes, aunque haga
voto de pobreza, pero nada impide que se vaya desprendiendo, sobre todo
cuando ya no le sean necesarios.
Puede ponerlos en común, mediante una cooperativa donde cada
socio conserva el derecho de propiedad, pero la administración se hace
corporativamente.
También puede donar sus bienes (auto, computadora, casa) a la
Comunidad de Convivencias, reservándose el usufructo de por vida.
Una manera de iniciarnos en el compartir es comer juntos, con lo
que cada cual trae pero que se pone en común. Hay una gran diferencia con
comer "a la canasta", donde cada cual come de su propia canasta, como
Pablo les reprochaba a los corintios, aun cuando unos a otros se conviden de
su ración. Un pequeño gesto es llevar caramelos para compartir en una
reunión.
Fomentamos las ocasiones de comer juntos, invitándonos a las casas,
tanto como si son muchos como si hay pocos comensales.
Otra experiencia fecunda es prestarnos cosas: libros, ropas, objetos
útiles. Para que esta experiencia no fracase, los que reciben el préstamo se
empeñan en devolverlo pronto.
También ayuda el saber regalar. No se trata de que sean objetos
caros o nuevos. Lo importante es el gesto de compartir. Supone
sensibilizarse ante los que padecen algún problema económico o adivinar
qué necesita el hermano. También supone estar atento a oportunidades en
que éste pueda merecer un regalito: por ejemplo en su cumpleaños.
Un gesto que genera gran confianza es pasarse de unos a otros la
ropa usada que está en buen estado. Esto vale sobre todo para la ropa de
niños que van creciendo.

8. CASAS COMUNITARIAS

Llamamos "casa comunitaria" aquella donde habitan por lo menos


tres cecistas. Pueden sumarse a éstos quienes semanalmente comparten vida
allí (miembros adjuntos).
Caso equivalente es el de quienes, viviendo en casas distintas pero
cercanas, ponen en común su tiempo y bienes económicos. Pueden
constituir una villa comunitaria.

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Las casas que se vayan constituyendo no son "islas" sino expresión
de toda nuestra comunidad. Sin perder su fisonomía particular, son
núcleos para vivir e irradiar nuestro ideal. Con gusto invitarán a otros
cecistas, no sólo por ejercitar la hospitalidad, sino por hacerles participar de
la comunidad de vida en una confiada y amigable comunicación espiritual.
Nuestras casas no tienen como fin principal resolver problemas
económicos o sociales. Los que vivan en ellas no son huéspedes más o
menos contribuyentes con su dinero o su trabajo, ni funcionarios de una
misma empresa, sino hermanos, que antes de comenzar a compartir el techo,
ya han puesto en común sus vidas y sus ideales.
Estas casas no necesitan tener tanta estabilidad como las de las
órdenes religiosas. Debe estar previsto qué ocurrirá si alguno después
cambia de casa.
Pueden existir casas comunitarias fundadas para servicio de otros,
como prolongación de las Convivencias con Dios: un pensionado, casa de
retiros, un instituto educativo, con o sin internado, etc. Se procurará que
estos nuevos compromisos no impidan los que tenemos por nuestra
vocación.
Tenemos oración carismática por lo menos media hora cada semana
y si es posible todos los días, aunque sea unos minutos.
Evitamos cuanto sea ocasión próxima de pecado o dé pie a
escándalo. Nuestro testimonio de virtud debe ser tan transparente que resulte
una contestación profética contra la inmoralidad mundana.
Las personas de distinto sexo, si no son familiares cercanos o niños
y ancianos, no duermen en la misma casa, a menos que sean pisos o
departamentos separados.
En todo momento se guardará pudor y decencia, como corresponde
a esta nueva forma de vida evangélica.
Nuestras casas comunitarias requieren la firme decisión de vivir la
castidad que corresponde al estado de cada uno.
Quien no fuera capaz de mantenerla, en sus relaciones con el mismo
o con el otro sexo, tiene grave obligación de retirarse, para evitar los
peligros que ese trato cercano le pudiera causar y para no ser un daño a otro
o al buen nombre de la Comunidad de Convivencias. Quien conociese con
seguridad tal flaqueza, no podría hacerse cómplice de ella sino que debería
exhortarlo a retirarse.

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9. VIDA DOMÉSTICA

El orden, el buen gusto, la ausencia de lujos mundanos, los objetos


religiosos, el respeto unido a la confianza, harán que quienes entren en
nuestras casas descubran a primera vista la razón de nuestra vida en
común: la presencia del Espíritu, que nos une a semejanza de la Trinidad.
Las tareas domésticas pueden ser repartidas de modo que todos
colaboren y se ayuden mutuamente.
Amamos la pobreza evangélica y procuramos vivirla según el folleto
Pobreza Carismática. Evitamos gastos superfluos u objetos ostentosos,
aunque no nos tocara pagarlos, por convivir con Jesús, que abrazó
libremente la humildad.
Respecto de la co-participación de bienes materiales, distinguimos:
- Los que son personales o de uso exclusivo: apuntes
espirituales, correspondencia, prendas u objetos íntimos y también el dinero
de bolsillo. Estos pueden estar bajo llave, pero de todos modos deben ser
respetados.
- Los de uso personal pero que gustosamente compartimos
con los otros compañeros de vivienda: libros, computadora, grabadora, auto.
Nadie los usa sin permiso -por lo menos implícito o general- de su dueño o
encargado.
- Los de uso común que pertenecen a toda la comunidad o que
uno cede aunque los haya adquirido individualmente.

Si uno se ausenta por varios días, está dispuesto a que su habitación


pueda servir para hospedar a otro cecista.
Procuramos comprender las necesidades de los demás y evitamos
causarles molestias, con el ruido, el desorden, el descuido en las tareas
compartidas o la falta de puntualidad.
Nuestro nivel de educación y delicadeza en el trato deberá evitar la
grosería o vulgaridad, pero sin pretender un refinamiento clasista.
También a los momentos de soledad les reconocemos su dimensión
comunitaria, respetando el silencio en los tiempos en que otros pueden orar,
estudiar o descansar.

10. ORGANIZACIÓN

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Para que cada casa comunitaria pueda vivir la riqueza de nuestra
comunidad, necesita estar bien adherida a ella. Esto supone ciertos
requisitos, que no sentimos como formalismos jurídicos sino como canales
de comunicación y de unidad en el amor.
Cada casa tiene un titular, con la autoridad y duración que se
establezca.
Elaboramos mediante discernimiento comunitario las pautas de la
casa, donde se precisen las características de ella, la distribución de
responsabilidades y los detalles económicos. Esas pautas serán presentadas
al Responsable de confraternidad para que pueda sugerir algún retoque o
darle mayor estabilidad mediante su aprobación.
Los miembros de dicha casa por unanimidad podrán modificar esas
pautas, en lo que no contradice los Lineamientos ni estas pautas generales.
Luego deberán informar al Responsable.
Por lo menos dos veces al año informamos al Enlace sobre la vida de
la casa y la participación de miembros adjuntos, invitándolo a que alguna
vez la visite.
Cuando uno nuevo desea ingresar, deberá pasar por un proceso de
adaptación y discernimiento comunitario, que facilite la koinonía de todo el
grupo.
Si más adelante uno no logra la adaptación suficiente, a pesar de la
oportuna corrección fraterna, podrá retirarse o ser invitado a ello por el
discernimiento unánime de sus compañeros, avalado por el Responsable de
Confraternidad.
Llamamos miembros adjuntos a quienes no duermen allí pero
asisten a lo menos dos horas por semana y se sienten permanentemente
solidarios, con verdadero sentido de pertenencia.
Aportan de sus bienes espirituales y materiales por lo menos tanto
como lo que reciben y están dispuestos a la sujeción y colaboración como
los demás.
Después de tres meses como visitante, uno puede solicitar ser
adjunto. Los demás miembros, sin su presencia, discernirán si conviene
rechazar su pedido o proponerle esperar más tiempo. En ambos casos
deberán indicarle qué necesitaría corregir.
Si lo aceptan, le marcarán sus derechos y obligaciones. Luego orarán
por él, imponiéndole las manos y abrazándolo, como signo de que entonces

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comienza a pertenecer a esa casa, lo reciben como un don de Dios. Después
informarán al Enlace.
Llamamos demás residentes a quienes, sin ser cecistas; viven en la
misma casa comunitaria; suelen ser parientes o empleados, niños o adultos.
Respetamos su proceso espiritual y sus derechos humanos.
Irradiamos en ellos con prudencia nuestro ideales, porque merecen
primero que nadie nuestro testimonio y nuestro esfuerzo evangelizador. Así
podremos cultivar una rica espiritualidad familiar.
Con amor maduro, les marcamos las exigencias indispensables para
nuestros objetivos: así como los respetamos, les enseñamos a que respeten
nuestra vocación y comprendan que el señor de nuestra casa es Dios y no el
mundo.
Llamamos visitantes a los que vienen a nuestra casa, sean o no de la
CdC.
Les brindamos hospitalidad, compartiéndoles sobre todo nuestra
espiritualidad. Si no la quieren, ellos mismos dejarán de venir.
Conservamos la libertad de espíritu para marcarles límites. Por
ejemplo, que no vengan cuando tenemos discernimiento comunitario, si
juzgamos que nos quitarían espontaneidad por no tener suficiente
identificación con nuestro espíritu o discreción para guardar en secreto lo
que escucharan.
Todas estas Pautas procuramos vivirlas en un amor que no se limite
a los de la casa o de nuestra comunidad, sino que alcance a todo el mundo.

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