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: LA DESOBEDIENCIA CIVIL. PIEDRA DE 5 TOQUE DEL ESTADO DEMOCRATICO DE DERECHO : Sirgen Heloomasy = Sasanes 4 pik os, Feninsla i Barcel ann , 2002 4 El principal dio bavaro del Gobierno Federal, compues- to por los sefiores Zimmermann y Spranger, canta el es- tribillo que hace meses que viene repitiéndole el FAZ i (Frankfurter Allgemeine Zeitung): «La resistencia no vio- jenta es violencia». Por otro lado, el ministro de Justicia ; depende en tal medida del de Interior —el liberalismo de i Jos antiguos Demécratas Libres se encuentra acosado— b gue estas propuestas sélo pueden dar lugar a tautologfas: Ja desobediencia civil no violenta también es ilegal. Los i 4 partidarios de un endurecimiento de la regulacién penal : 4] del derecho de manifestacién durante el debate de los “| iltimos meses han mostrado una tendencia a ampliar el “1 concepto juridico de violencia por encima de los actos vio~ “]Ientos coneretos a formas no convencionales de formula- cién de la voluntad politica. 4 La psicologia nos enseiia que estamos obligados a pensar en forma de alternativas y, como suele suceder, el ponsamicnto forzado se eseuda también aqui thas formu- las juridicas. La tinica alternativa posible es la que se da en- tre el alborotador, el agitador, el que recurre a la violencia criminal, por un lado y, por el otro, ef manifestante paci- fico, un ciudadano que acude a las urnas por deber y cos- oa | tumbre, que quiza asiste a las reuniones de su Partido yi ocasionalmente, participa en un acto colectivo, ya sea aft Primero de mayo 0 el 20 de julio. Desde la perspectiva def una autoridad, que ha de velar por el mantenimiento del, orden y la tranquilidad, la construcciénde la vohuntad de= mocrética del supuesto soberano muestra una aparieneiy palida, atemorizada y sin garra. Por razones de orden pi. 4 blico, las manifestaciones deberian celebrarse en salas ce rradas y, en todo caso, no desviarse en modo alguno de Ig imagen habitual del desfile ordenado de ci iudadanos adul. tos correctamentevestidos, con una alocucién al cierteg del acto ante el Ayuntamiento. Este pensamiento trata de 7 encontrar seguridad en Ia falsa univocidad de dicotomiag impuestas por la fuerza. La imagen del manifestante pact! fico, «perturbador del orden piblico que no se retira a sy 2 casa a toda velocidad tras la primera invitacin de la poli! cia y que, al mismo tiempo, no puede demostrar haber contribuido de modo conereto a spacificar la situaciéne! es.un tipico producto de esta forma de pensar. Elcambio en el escenario de Ia protesta En verdad, el escenario de la protesta en la Repablica Fe- deral ha cambiado desde las marchas de Pascua de los pri- meros afios sesenta. Hay que recordar las protestas ext dianciles, cuya chispa, original de Berlin, prendié luego en otras universidades de Alemania Occidental, cuand un policfa maté de un disparo a Benno Ohnesorg sin razén aparente. Las nuevas formas de aquel movimiento de pro- testa, a menudo Ilenas de fantasia, y a veces violentas, se oy piraban en los modelos norteamericanos, en especial aaquel acto ejemplar de desobediencia civil en Arm As. pr cuando 39 estudiantes de la Universidad de Michigan “peuparon el r5 de octubre de 1965 la oficina de recut, sajento local como protesta contra la intervencis © ebtadounidense en Vietnam y Aespués del cierre. El proceso subsiguiente abri6 un de, fevbate muy vivo, que tuvo una publicidad mundial" Aun * més claro —y més tefiido de emocione. es el recuerdo IS” de las acciones clandestinas terroristas de la RAF (Rote Ar Be ree Praktion) que pusieron en claro con gran rapider las fiz Mliferencias entre actos criminales y desobedicnvis civil, incluso en las eabezas de aquellos en quienes, a pesar de intensos debates internos, tales conceptos segutan siends S muy difusos. Desde la segunda mitad de los afios setenta ha venido formindose un nuevo movimiento de protesta, eon otn, composiciSn, con una gama ideol6gica mds compleja, con nuevos objetivos y con nuevas y variadas formas de mant, ciones gigantes de Bonn, que consiguieron imponer a toda una ciudad el ritmo y la vida de una acei6n de masas Fee wamente articulada y subcultural el asalo genera. lizado a un campo de energia nuclear acotade por la poli- | cl expecticulo de unas grandes maniobras militerce pre- viamente ensayadas en pablico, como en Bonn oen Baa ‘nen; el bloqueo transitorio de trabajos de consteuceién y 1G Cohen, «Lav, Speech and Disobediencen, en H. A Bedau | Comp), Cit Dischediene, Nueva York, 1960, pp 165 ys, 73 Ja ocupacién de tales construcciones, como en Wyhl; antialdea atémiea en Grohnde, la aldea protegida en la topista del Oeste, que contraponia una forma de vida al ternativa a los grandes proyectos planteados; por tiltimg, 4as ocupaciones de casas en Kreuzberg y en otras partes, que pusicron de manifiesto ante amplios sectores de lg" opinién piblica el escéndalo de una especulaci6n sin es cnipulos con edificaciones antiguas, muy codiciadas y dignas de conservacién, Todas estas acciones tienen en co. miin el hecho de que parte de iniciativas de base consti tuidas de modo espontineo, compuestas de modo hetero. géneo, muy amplias de contenido y descentralizadas en cuanto a la forma de actuar. Esta amalgama de movimien- tos pacifistas, ecologistas y feministas no es algo que pue- of da uno prohibir como si fuera un partido, Ahora se han anunciado para los meses de otofio mani- festaciones decisivas y muy variadas contra la anunciada instalacién de cohetes de crucero y Pershing II, entre otras, bloqueos, cadenas humanas para obstaculizar la cie- culacién, sentadas y otras expresiones de la desobediencia civil. Ya circula la consigna de una nuev j¢stico habitual, la expresién de «resistencia» caracteri- a ; enc fi del acto dela protesta. El término no se em. formalmente son ilegales, pero que se realizan invocando jos fundamentos legitimatorios generalmente comparti- dos de nuestro ordenamiento de Estado democritico de derecho. Quien provesta de esta forma se encuentra en ‘una situacién en la que, en una cuestién de conciencia, s6lo le quedan medios drasticos cargados de consecuen- cias personales si pretende incitar a. un nuevo debate oa formulacién de la voluntad acerea de una nor- ma en vigor o una politica con eficacia juridiea asf como para dar el impulsoinicial a una posible revisién de la ori: .nién mayoritaria, Quien se decide a poner en prictica la desobediencia civil a la vista de las consecuencias de une norma reputada ilegitima no se dard por contento con hecho de que se hayan de agotar todas las posibilidades de revisién dela norma previstainstivucionalmente. Por ave no es posible designar como resistencia a la accién de aquel que, por estos motivos, acepta el riesgo de una per- secucién penal? La teoria de la justicia de Jobn Rarwls A partir de esta motivacién se pueden deducir las deter- minaciones més importantes de la desobediencia civil en el Estado democritico de derecho. Fl filésofo moral esta- dounidense, John Rawls, en su conocida Teoria de la justi- _ cia, propone la siguiente definicién: la desobediencia civil 7 se manifiesta en . El dogma del poder del Estado se mantiene sobre sélida base. Quien quebranta leyes apelando a su conciencia, revaba para si derechos que nuestro Estado democritico de derecho no puede reconocerle a nadie si quiere salvaguardar la segu- ridad y la libertad de todos los ciudadanos. Quien practi- s5- Dreier op. cit. (véase nota 4), p- 587. a la desobediencia civil en el Estado de derecho juega c la seguridad juridica, uno de los supremos y mas vulneraM bles logros culturales, ya que, como dice Geissler, «ues pende el hacha sobre la democracia», Frente a ello, Rawls afirma que la desobediencia civil precisamente, es piedra de toque de una comprension’ adecuada de los fundamentos morales de la democraci, afiadimos nosotros: en relacién con la Repiblica Federal tuna piedra de toque para el estadio de madurer de la pr mera reptiblica democritica sobre suelo aleman que tiene @ el apoyo de todas las capas sociales: «El problema de la de- sobediencia civil, tal y como lo interpretaré, se produce solo en un Estado democratico més 0 menos justo. Para aquellos ciudadanos que reconocen y aceptan la legitim dad de la Constitucién, el problema es el de un conflicto de deberes. :Fn qué punto cesa de ser obligatorio el deber de obedecer las leyes promulgadas por una mayorfa legis- Jativa (0 por actos ejecutivos adoptados por tal mayorta) ala vista del derecho a defender las propias libertades y del deber de oponernos a la injusticia? Este problema implica la cuestién de la naturaleza y limites de la regla de mayo- rias».¢ Por qué habria de estar justificada la desobedien= cia civil en el Estado democratico de derecho y precisa- mente en esta forma de Estado? Quisiera dar a esta pregunta una respuesta iusfilo: ca en lugar de una juridico-positiva y sin saber con exacti tud en qué medida coincide con la de Rawls. El problema de lo que se trata aqui tinicamente puede surgir cuando Partimos del supuesto de que el Bstado constitucional 6. Rawls, op. cit, p. 404, Bo, #48 juridico no por temor a la pena, sino por libre voluntad. 7a obediencia a [a ley tiene que darse de un recono- E cimiento reflexivo y, por lo tanto voluntario, de aquella ; -spiracién normativa a la justicia que late en todo ordena- “niento jurfdico. Habitualmente, este reconocimiento se fandamenta en el hecho de que la ley es debatida, aproba~ “da y promulgada por los érganos constitucionalmente competentes. De esta forma, la ley alcanza vigencia posi- {to en su ambito de tivay determina el comportamiento | aplicacién. Llamamos a esta legitimacién procedimental La propuesta no da contestacién alguna a la cuestién de = por qué haya de ser legitimo en su conjunto el procedi-, miento legitimador, por qué haya de serlo Ia actividad re- gular de los érganos constitucionales o por qué, en ultima instancia, la totalidad del ordenamiento juridico. La re- misi6n a la produccién legal de las normas con vigencia positiva no es aqui de mayor ayuda, La Constitucién ha de justificarse en virtud de unos principios cuya validez no puede depender de que el derecho positivo coincida con ella o no. Por este motivo, el Estado constitucional mo- demo s6lo puede esperar la obediencia de sus ciudadanos ala ley si, y cn la medida cn que, se apoya sobre principios dignos de reconocimiento a cuya luz, pues, pueda justifi- carse como Iegitimo lo que es legal o, en su caso, pueda comprobarse como ilegitimo. Quien pretenda distinguir con intencién normativa __ entre la legalidad y la legitimidad, tendra que atreverse a 8r lucién en una cultura politica que reconoce u otorga a lig ciudadanas y ciudadanos la sensibilidad, la capacidad raciocinio y la disposiciGn a aceptar riesgos necesarios qui son imprescindibles en situacién de transicién y de excep cién para reconocer las violaciones legales de la legitimicd dad y, Hegado el caso, pata actuar ilégalmente por convics cién moral. se como un proceso de aprendizaje colectivo de este ® interrampido por derrotas.® gQuién se atrevera a eFemar que se hayan acabado tales procesos de aprendi- PF 2 Incluso hoy dia no debemos sentirnos como los feli- eres heredderos de dicho proceso. Visto desde esta perspec ‘Gvahistorica, el Estado de derecho aparece en su conjunto “fo como wna construccién acabada, sino como una em- esa accidentada, ivitante, encaminada a establecer 0 ensetvar, a renovar o ampliar un ordenamiento juridico EF Jegiimo en circunstancias cambiantes, Como quiera que , este proyecto esti sin terminar, los 6rganos constitucio La desobediencia civil s6lo puede darse en ciertas ci cunstancias en un Estado de derecho que, en su conjunto; esté intacto. En este caso, el violador de la norma slo! puede adoptar la funcién plebiscitaria del ciudadano soa berano que actiia de modo inmediato y directo dentro de % Jos limites de un Hamamiento a la mayorfa. A diferencia del resistente, el ciudadano reconoce la legalidad demo-. critica del orden imperante. La posibilidad de una deso- bediencia civil justificada solamente puede darse a los ojos del sujeto a partir de la circunstancia de que las normas le- ' gales de un Estado democritico de derecho pueden ser ilegitima: ® ales participan en cierto modo de ese carécter irritante. “En primer lugar son los parados y los perjudicados los primeros en experimentar en propia carne Ja injusticia. Aquellos que soften Is injustiia en primer témino no saelen tener abundancia de facultades 0 de oportunidades privilegiadas para hacer sentir su influencia, ya sea - diantela pertenencia al Parlamento, als sindicatos oa los partidos, ya a través del acceso a los medios de comunica- cién, ya a través del potencial de amenaza de aquellos que pueden insinuar la realizacién de una huelga de inversio- nes durante una campaiia electoral. Precisamente por es- tas razones, la presion plebiscitaria de Ia desobediencia ci- vilsuele sera menudo la tiltima oportunidad para corregir Jos errores en el proceso de Ia aplicacién del derecho 0 para implantar innovaciones. El hecho de que en nuestro ordenamiento juridico se cuente con muchos mecanismos de autocorreccién, desde las tres sesiones de debate par- s ¢ ilegitimas no s6lo segan las pautas de alguna J moral privada, de un privilegio o de un acceso privilegia- do a la verdad. Lo determinante son exclusivamente los Principios morales evidentes para todos los que el Estado constitucional moderno fundamenta su esperanza de que los ciudadanos lo acepten libremente. No se trata del caso extremo de un orden injusto, sino de un caso normal que se producird siempre ya que la realizaciéu de los més am- biciosos fundamentos constitucionales de contenido uni- versalista es un proceso a largo plazo que no discurre his- t6ricamente de modo rectilineo, sino que se caracteriza Por errores, resistencias y derrotas. La historia europea de Jos derechos fundameptales, por ejemplo, puede enten- 8.G. Frankenberg, U. Rédel, Von der, Volkssouverantit axon Min GE] derbeitenschurz, Frankfurt/in, 1984. 84 85 lamentario para las propuestas legislativas hasta la via ju- dicial, viene a apoyar la tesis de que el Estado de derecho esté frecuentemente precisado de revisién y no la otra de que deban excluirse otras posibilidades de revisién, ‘Tam bign el iustedrico de Oxford Ronald Dworkin sitia la de~ sobediencia civil en este orden de cosas. Dado que el de- recho y Ia politica se encuentran en una adaptacién y | revisién permanentes, lo que aparece como desobedien.. cia prima facie puede resultar después el preanuncio de co- | rrecciones e innovaciones de gran importancia. En estos as08, la violacién civil de los preceptos son experimentos moralmente justificados, sin los cuales una repiblica viva no puede conservar su capacidad de innovacién ni la creencia de sus ciudadanos en su legitimidad.? Cuando Ja Constitucién representativa fracasa ante retos que afec~ tan a los intereses de todos los ciudadanos, el pueblo pue- de resucitar los derechos originarios del soberano bajo la forma de los ciudadanos, incluso de los ciudadanos singu- Jares. En tiltima instancia, el Estado democratico de dere- cho depende de este defensor de la legitimidad. Restriccién por ambas partes Por supuesto, también pueden equivocarse quienes toman sus convicciones morales no como un privilegio, sino 9. R. Dworkin, «Civil Disobedience», en ibid, Tak Y ° en ibid, Taking Rights Se- viously, Cambridge, Mass, :977, pp. 206 y ssf: también el trabajo que da titulo a la recopilacién, pp. 184 y ss. (Traduccién espaf ‘ fraduccién espafiola: Los dere- chosen serio, Aviel, Barcelona, i “ 86 -jgomo justificacién exculpatoria de su desobediencia en ca- gos concretos. Los locos de hoy no tienen por qué ser los | jéroes de maiiana; muchos de ellos siguen siendo mafia- pa los locos de ayer. La desobediencia civil se mueve en la penumbra de la historia contemporénea, lo cual hace que §¢ea dificil para los coetneos una valoracién politico-mo- «gal del acto. El caso claro de la resistencia activa es mas fi- cil de enjuiciar y no solamente en retrospectiva. No es ne- cesario distanciamiento histérico alguno para ver en qué difieren la sentencia en el proceso de Stammhein de los fa- llos de un tribunal popular. La legitimidad de los actos de resistencia tampoco puede derivarse de la seriedad ética de los motivos. No fue la falta de conciencia lo que sepa- 16a Ulrike Meinhoff de Sophie Scholl y, con todo, era pal- pable que habia un mundo de separacién entre la rosa ne- gra y la rosa blanca. Las situaciones de resistencia activa tienen un impacto incomparablemente mayor que el de la desobediencia civil. Esta falta de univocidad obliga a los dos bandos. El que quebranta el precepto ha de comprobar escrupulosa- mente si su decisién a favor de medios espectaculares era proporcionada a la situacién y no se deriva de un espiritu elitista o de un impulso narcisista, esto es, de una actitud arrogante, Por otro lado, el Estado ha de prescindir de jui- cios de cardcter histérico y seguir mostrando respeto por aquellos que hoy actian ilegalmente y que quiz4 mafiana sigan padeciendo la injusticia. El Estado tiene que pres- cindir de la tentacién de aplicar todo su potencial sancio- nador con tanta mayor raz6n cuanto que la desobediencia civil no pone en cuestién el conjunto del ordenamicnto ju- ridico. Qué sucede en una cultura politica en Ia que falta 87 esta restriccién por ambas partes se muestra en la mani festacién del diputado Schwalba-Hoth, precipitada ef cuanto a los presupuestos y los medios y todavia se obser va con mayor claridad en la indecible palabrerfa que desa t6 la sedicente Tercero: la amenaza cualitati amente nueva obliga a © Jos soviéticos a dar el méximo orden de prioridad en sus objetivos a los cohetes Pershing-II que estén instalados en Ja Repiiblica Federal. De este modo se incrementa el ries- go que ya venfa corriendo la Repiiblica Federal como gi- gantesco depésito de armas: el doble riesgo de ser el obje- tivo de un ataque preventivo y de convertirse en un rehén posible. Cuarto: al margen de otras cuestiones concretas, el es- tacionamiento de nuevos cohetes vuelve a demostrar la in- capacidad de las grandes potencias para detener por lo menos la espiral de la carrera de armamentos. Los medios 93 2 Bed Hel i materiales de destruccién que han ido acumulindose We tanto, representan una amenaza grave para la subst tencia de Europa y del mundo y ello si solamente se tons en consideracidn los fallos técnicos y los errores humangs Por tanto, es preciso cambiar las premisas que han presi dido hasta ahora las negociaciones para la reduccién dea mamentos; cambiar esa mentalidad tan natural y tan ¢ raizada de la autoafirmacién, que se manifiesta en . Ps 95 ¢Cudndo funciona la regla de la mayoria? Se trata de averiguar sino se quebrantan requisitos ciales de la regla de la mayoria cuando se decide por yorfa (incluso por mayoria simple) sobre la instalaciény tratégica de medios de destruecién generalizados: Aden de la irreversibilidad de la decision de estacionar cohete sefialada por Simon, puede mencionarse otro requis que hoy ya no parece que pueda cumplitse sin més préd blemas. ‘ La critica estratégica recogida por Eppler a la coi cepcién de la seguridad basada exclusivamente en las sai ciones exteriores y en unos sistemas de autoafirmaciés jdad material, de la concurrencia y la necesidad del Kdimiento y que descansa sobre la represién del miedo Be gla experiencia de la muerte. Tanto cuando se funda la siblica de Cambiolandia como cuando una manifesta 5 gigante se convierte en una fiesta popular, el tipo de Gtesta deja ver en seguida que hoy se trata de una con- taci6n de distintas formas de vida, No obstante, cuan- {a principio de la mayoria en asuntos de importancia vital, gépproducen separaciones como en el caso de las minorias “pacionales, étnicasy confesionales, esto es, se originan se- _paratismos que muestran que se han quebrantado funcio- i i ipio de la mayorta. pensados de modo puramente instrumental constituyegee eines y requisitos esenciales del principio de la may nicamente un hilo argumental en una tupida red de rales flexiones y consideraciones a las que da expresion el meg vimiento por la paz. Los grupos heterogéneos que corti fluyen en tal movimiento no solamente expresan un nif plebiscitario a los cohetes atémicos; antes bien, el movi:! miento supone la suma de muchos noes: el no a las armas! atémicas con el no a las centrales nucleares, a Ja alta téc.i nologia en general, ala contaminacién quimica del medio, ala medicina a base de aparatos, a la reforma del medio ur bano, a la muerte de los bosques, a la discriminacién de las mujeres, a la xenofobia, a la politica de asilo, etc. El di: senso que se expresa en ese complejo no se dirige conta una u otra medida, contra una u otra politica; esta enrai- zado en el rechazo a una forma de vida, especialmente aquella estabilizada como norma y convertida en un mo: delo ajustado a las necesidades de la modernizacién capi- talista, del individualismo posesivo, a los v; lores de la se~ 96 A> La Sociologia de la decisign mayoritaria ha recogido -placrial de prueba suficiente que muestra en qué medida ~ gedesvian de hecho los procesos de unificacidn politica de " aquellas condiciones bajo las cuales la regla de la mayoria consigue racionalizar los procesos de entendimiento cuando hay que tomar decisiones.'* No obstante, segui- sos aferrados al hecho de que la minoria acate la decisi6n mayoritaria como si fuera el camino real de la formacién democritica de la voluntad, Nadie se atreve ya a negar hoy este criterio en serio, No obstante, es necesario que se camplan ciertos presupuestos minimos si se quiere que la segla de la mayoria conscrve su poder de legitimacién. Asi no debe haber minoria alguna de nacimiento, esto es, por 16. C. Offe, «Politische Legitimation durch Mehrheitsentschei dung», en B. Guggenberg, dn den Grenzen der Mebrbeitsdemokratie, Colonia, 1984, pp. 150yss. eee ' | i I ejemplo, constituida en funcién de tradiciones cultu, € identidades divididas, Igualmente, la mayoria no puy adoptar decisiones irreversibles. La regla de la mayayl slo funciona convincentemente en determinados textos, Su valor ha de poder medirse con la pauta de hell : f qué punto las decisiones posibles en condiciones gMmmeersalizaciOn de un censo nada claro en cuanto a sus objeti Giempo escaso y limitada informacién se alejan de los ya sy procedimientos. En los ultimos meses ha venido sultados ideales de un acuerdo obtenido por via discu, va o de una solucién de compromiso presuntamente ju ‘a, Por este motivo, Claus Offe ha instado a una aplicacig reflexiva de la regla de la mayoria; esto es, en el sentido, que los objetos, modalidades y limites de la aplicacién d Principio de la mayoria, a su vez, se sometan a la decisié; de-esa misma mayorfa. En esta dimensién sospecho quegt encuentra la justificacién de la desobediencia civil que opone a la instalacién de cohetes Pershing-II, no sul cientemente legitimada desde un punto de vista demo, cratico.7 B: 18, En la edicién de 5 de agosto de 1983 98 99 oy gar, en lo histsrico y también en lo juridico, que se 4 tanto mas testarudamente a los valores inequivocos, sms tiembla la tierra bajo sus pies. Y, sin embargo, fia tenido la ambigtiedad una existencia més pal je que en esas armas que se perfeccionan para no em- Plas nunca. Si es cierto que las superpotencias estan Sparindose para retornar ala univocidad de guerras que vil como si fuera un delito comin incurre en la tesbale za pendiente de un legalismo autoritario.”? La consi acuada por juristas, propalada por periodistas y acept Por politicos de que la ley es la ley y la neces cesidad se corresponde tanto con la mentalidad como « la conviccién de aquel juez nazi de la marina que soste, 5 E que lo que habia sido justo una ver. tenia que seguir sig jedan ganarse, incluso en la era eee eee dolo forzosamente. La desobediencia civil en el Estado MMe ee on la utopia de la seguridad Ia ten derecho tiene la misma relacién frente a la resistencia af Fantal que en esa confusién iuspositivista de la demo« tiva contra el despotismo que el legalismo autoritariogg : que trata fe stieas suits uiege te el Estado de derecho frente a la represin pscudolegal di Fee desobediencia civil. EI legalismo at ag despotismo. Lo que pudo parecer una verdad de perog “staricia humana de lo multivoco precisam: lo a partir de 1945 no encuentra hoy ficilmente audied cia. El positivismo de la concepcién de la seguridad coy 9. Para una critica, of, W. Hassemer, «Ziviler Ungehorsem —ei Rechefertigunsgrunds?, en FS. Wassermann, Newwied, 198s, pp. 3254 : ¥ Ss 8p. PP. 344.58. Por supuesto, la desobediencia civil moralmente jwstificada requiere una «prolongacién conceptual en el derecho posi dl tivo», de forma que de hecho pueda darse Is «flexibilidad y restricciGn @ necesariasen el control penal» y que Hassemer cree que yase estin dan: 4 do. No obstante, de estas implicaciones juridicas no se sigue la neces’: dad de susttui la justificacién moral de la desobediencia civil por otra juridica ror 100

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