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‘ LA FANTASIA Brian W_Aldiss Damon Knight Fritz Leiber -Frederik Pohl Cordwainer Smith ce re LA CIUDAD Mario Levrero Tres relatos ya clasicos sobre tres diferentes futuros: Dio, de Damon Knight, tal vez una de las visiones mas claras de lo que significara, algtin dia, ser inmortal, © mortal en un mundo de inmortales; La plaga de Midas, el cuento mas famoso de Frederik Pohl, donde la escasez es riqueza y la abundacia pobreza; Las llaves de Diciembre, de Roger Zelazny, la historia de unos seres desplazados que alteran un mundo y se convierten, de algin modo, en dioses. “La ciudad es apenas un pucblo. Un pueblo de campo donde las casas crecen hacia adentro... Una experiencia de extrafiamiento, un infierno pampeano donde las sombras de Franz Kafka y Lewis Carroll asoman tras un calentador Primus o una vieja bicicleta.”’ PABLO CAPANNA ENTROPIA 1 TODA LA CIENCIA FICCION Y LA FANTASIA Le INDICE Entropia 1 3 Frederik Pohl £1 Dia Millon ul Christopher Priest La cabeza y la mano 13 = Caroli Emshwiller El sexo y/o el sefior Morrison 26 Pablo Capanna Libros 34 Fritz Leiber Mariana 42 Rogelio Ramos Signes Las escamas del sefior Crisolaras 47 Brian W. Aldiss Otro Nifito 55 Mario Levrero La casa abandonada 68 Cordwainer Smith La ciencia occidental es tan maravillosa 78 Jaime Poniachik Vidas ejemplares Damon Knight Cuatro en uno 94 El mundo de la ciencia ficcion 123 Director: Marcial Souto Entropia 1, 1) 1978, Ediciones Entropia S.R.L., M. T, de Alvear 1293, 17, 34. Dire postal: Casilla de Correo 74, Sucursal 12, 1412 Buenos Aires, Argentina, Que cho el depésito que indica la ley. Registro de la Propiedad Intelectual en ud Distribucién en la capital: Juan Vidal e hijo, Pichincha 1053, tel. 941-0056, Federal. Distribucién en el interior: Distribuidora General de Publicacion: polito Yrigoyen 1450, Capital Federal. Impreso en la Argentina. Printed in Don Walsh, Jr. Dick Howeit Brian W. Aldiss Damon Knight Christopher Priest Charles N. Brown a g Cordwainer Smith Fritz Leiber Frederik Pohi Fil Eowshllor Carol Emshwiller Pablo Capanna Jaime Poniachik ENTROPIA 1 El proposito de esta nueva publica- cidn es ofrecer al lector un panora- ma completo de un género en constante y vigoroso crecimiento. Por estas paginas pasaran no sdlo los escritores consagrados y cono- cidos en nuestro idioma sino tam- bién las nuevas generaciones, de las que se destacan, entre otros, crea- dores tan brillantes como Ursula K. Le Guin, R. A. Lafferty, Tho- mas M. Disch, Roger Zelazny, Ge- ne Wolfe, Michael Bishop, Samuel R. Delany, James Tiptree, Jr., Gardner R. Dozois, Joe Haldeman. George R. R. Martin, John Varley, Keith Roberts, James Sallis, Chris- _ topher Priest, Edward Bryant, Geo. Alec Effinger, Carol Emsh- willer, Langdon Jones, Norman Spinrad, Kate Wilhelm. A través de diversas notas se discutirdn aspec- tos de !a historia y de la evolucién del género. En una seccién de critica especializada se analizaran los libros més recientes, y en cada nimero se incluiré por lo menos un texto escrito en castellano, Ademas, entrevistas con autores e informa- cién sobre todo lo que ocurra en el mundo dela ciencia ficcion, Entropia 1 reane textos de dos pioneros, que ayudaron a forjar la llamada “Edad de Oro” de-la cien- cia ficcion (Pohl y Leiber), tres autores surgidos del boom de los afios 50 (Knight, Smith y Aldiss), dos nuevos talentos, uno inglés (Priest) y el otro norteamericano (Emshwiller) y tres autores riopla- tenses: el argentino Ramos Signes y los uruguayos Levrero y Po- niachik. Frederik Pohl nacié en 1919 en Nueva York. Desde la adolescencia ejercié una notable influencia so- bre el género, como director de tevistas (Astonishing Stories y Su- per Science en los afios 30 y 40, If y Galaxy hasta hace poco) y como escritor, primero con el seudonimo 4/Entropia | de “James MacCreigh” y luego con su verdadero nombre. En la década del 50 compil6 siete admirables antologias de textos inéditos (Star Science Fiction Stories, nameros 1 al 6 y Star Science Fiction Noveis) que todavia son modelo en su especie y que de algin modo fue- ton imitadas luego por John Car- nell (New Writings in Science Fic- tion), Damon Knight (Orbit), Terry Carr (Universe), Harry Harri- son (Nova), Robert Silverberg (New Dimensions). Sus obras mas famosas son tal vez las colabora- ciones con Cyril Kombluth (Mer- caderes del espacio, Gladiator-At- Law, Wolfbane, Search the Sky}, pero recientemente ha publicado dos novelas que superan todos sus anteriores esfuerzos individuales: Man Plus (premio Nebula 1977) y Gateway. A propdsito de “El Dia Millén”, el cuento que presenta- mos en este nimero, Pohl dijo: “Quise escribir una historia de amor que tuviese significado para la gente que viva dentro de mas de mil afios (me refiero al significado que Love Story tiene para millones de lecto- res este mismo afio, y al que Romeo y Julieta tuvo para los isabelinos); y quise escribirla en términos que fue- sen comprensibles para la gente que vive en este instante. . . hacerle sen- tir al lector cudn grotesco, incon- gruente y en definitiva valido es un tipo de amor que nadie ha experi- mentado en esta época, contra un fondo tan distinto del nuestro co- mo el nuestro lo es del de Bodicea 0 Eric el Rojo.” Fritz Leiber (Chicago, 1910) publicé su primer cuento, “Two Sought Adventure”, en 1939, en la famosa revista Unknown, de John W. Campbell, Los personajes de esa historia eran Fafhrd y The Grey Mouser, que luego usaria en decenas de relatos picarescos de capa y espada. Sus novelas Conjure Wife y Gather, Darkness!, publica- das en Unknown Worlds y Astoun- ding respectivamente, en el afio 1943, se transformaron en seguida en clasicos. En afios recientes ob- tuvo varios premios Hugo y Nebu- la por novelas (The Big Time, The Wanderer) y cuentos (Gonna Roll the Bones, Ship of Shadows, Ill Met in Lankhmar, Catch that Zep- pelin!) “Mariana” es una historia de soledad extrema en un futuro frio y desértico, poblado de fic- ciones. Damon Knight (Oregon, 1922) empez6 a escribir y publicar antes de cumplir los veinte afios. A la tarea de cuentista unié muy pron- to la de critico literario, y sus ensayos, reunidos en volumen en 1956, le significaron el premio Hu- go, en la tnica vez que se otorg6 esta distincion a una labor critica, Sus relatos cortos han sido agrupa- dos en cinco libros, y publicé ade- mas siete novelas y tradujo dos libros del francés. Knight es un notable antdlogo: entre 1966 y hoy prepar6é veinte voltimenes de Orbit, una excepcional publicacién de material inédito, una especie de revista con forma de libro que lanz6 y apoy6 una sorprendente cantidad de talentos nuevos (Gene Wolfe, Kate Wilhelm, James Sallis, Carol Emshwiller, Gardner Dozois, R. A. Lafferty, Joanna Russ) y mejor6 sensiblemente el nivel lite- tario del género. “Cuatro en uno” es, entre otras cosas, la historia de cuatro cerebros atrapados en un mismo cuerpo, Cordwainer Smith es el seud6ni- mo que us6 el Dr. Paul Myron Anthony Linebarger (nacido en Milwaukee el 11 de julio de 1913 y muerto en Washington el 6 de agosto de 1966) para treinta asom- brosos relatos de ciencia ficcién publicados en los dltimos dieci- séis afios de su vida. Linebarger, especialista en guerra psicolégica, coronel reservista del ejército nor- teamericano, veterano de seis gue- tras, profesor en Harvard y Duke, estudié en Oxford, la Universidad China del Norte (Pekin) y la Johns Hopkins University, Durante seis afios fue secretario de su padre, el juez Paul M. W. Linebarger, asesor legal de Sun Yat-sen, fundador de ja Republica China. “Creci en una casa —escribid— donde los solda- dos de fortuna eran visitas comu- nes, donde eran recibidos y despa- chados mensajes secretos, donde los hombres dejaban, en la sala de entrada, bolsos Ienos de dinero, para consternacién de mi madre.” La mayoria de los relatos de “Cordwainer Smith”, que Linebar- ger escribia cuando estaba enfermo y no podia hacer otra cosa, fun- cionan como eslabones dentro de una vasta historia futura que arran- Entropta 1/5 ca desde nuestros dias y llega al afio dieciséis mil. Sin embargo hay algunas excepciones, entre las que se cuenta lo que Pablo Capanna lama “ciclo de la guerra fria”, tres relatos de un curioso humor que satirizan aspectos del stalinismo (“jNo, no, Rogov, no!””), el nazis- mo (“Mark Elf’) y los primeros afios del maoismo (“La ciencia oc- cidental es tan maravillosa’”). En este Ultimo relato (los otros dos forman parte de El juego de la rata y del dragon, un volumen ya conocido en castellano) dos comu- nistas, un ruso y un chino, tratan de convencer a un demonio mar- ciano, que cumple una condena en unas montafias chinas, de que emi- gre a un pais capitalista. Brian W. Aldiss (Norfolk, Ingla- terra, 1925) comenz6 a publicar en 1955, mientras trabajaba como librero en Oxford. Es autor de trece novelas de ciencia ficcién, diez libros de cuentos, una historia del género (Billion Year Spree), un ensayo sobre futuros posibles (The Shape of Further Things), una guia de turismo en Yugoeslavia y dos novelas de la corriente princi- pal (The Hand-Reared Boy y A Sol- dier Erect) que legaron a los prime- ros puestos de la lista de best-sel- lers. Ademas fue, durante afios, di- rector literario del Oxford Mail y preparé varias notables antologias solo y oon Harry Harrison. En “Otro Niffito” nos presenta— en un futuro no muy lejano— una socie- dad planetaria movida por preocu- paciones que no son las nuestras, y 6/Entropia 1 dyida de experiencias emocionantes, 4 ualquier costo. Ciuistopher Priest, uno de los nuevos talentos del género, nacié en Inglaterra en 1943. Hasta el momento ha publicado cinco nove- las (cuatro de las cuales han sido traducidas al castellano) y un libro de cuentos. “La cabeza y la ma- no”, una historia de masoquismo y violencia, es de algin modo la extrapolacién légica de ciertas ten- dencias observadas hoy en algunos espectaculos masivos. Carol Emshwiller empezd a es- cribir después de haber dedicado sus esfuerzos al arte y a la misica. Esta casada con otro notable crea- dor, el dibujante y director de cine Ed Emshwiller, mas conocido co- mo “Emsh”. “El sexo y/o el sefior Morrison” —un estudio de lo gro- tesco, lo extrafio y lo fascinante que hay en nosotros— fue: publica- do por primera vez en Dangerous Visions, la famosa antologia de Harlan Ellison. Rogelio Ramos Signes nacié en 1949 en La Rioja, vivid durante varios afios en Rosario y actual- mente trabaja y estudia en Tucu- man. Algunos de sus textos apare- cieron en las publicaciones rosari- nas El lagrimal trifurca y La ca- chimba, “‘Las escamas del sefior Crisolaras” es casi una crénica pe- riodistica de un hecho raro, y un interesante estudio de las reaccio- nes humanas. Mario Levrero (itontevideo, 1940) es autor de La ciudad (En- tropia, 1977), el zelato minucioso de un asfixiante e incomprensible mundo cotidiano tal vez no muy diferente del nuestro. Ademés, Le- vrero ha publicado relatos y textos humoristicos, con diversos nom- bres, en Uruguay, Argentina y Bél- Bica. “La casa abandonada” es, sim- Plemente una historia fantdstica. Jaime Poniachik (Montevideo, 1943) es profesor de matematicas y director de La revista del Snark, una excelente publicacién bimes- tral dedicada a juegos y entreteni- mientos para adultos, tema en el que Poniachik es quiza el especia- lista m&ximo del pais. Los retratos de las dos “Vidas ejemplares” que hoy presentamos son el fruto esté- til de incontables horas de insom- nio, malgastadas en la investigacién de viejas y absurdas enciclopedias manuscritas, redactadas en bavaro y latin. Pablo Capanna nacié en Floren- cia, Italia, en 1939, y desde los diez afios reside en ta Argentina. Es profesor de Filosofia en ta Uni- versidad Tecnolégica Nacional. Pu- blicé dos libros de ensayo, E/ sen- tido de la ciencia ficcién (1966), uno de los mas lacidos andlisis del género y La tecnarquia (1973), una traduccién comentada de Los viajes de Marco Polo y es autor ademas de un ensayo aun inédito, Conjeturas en torno de Cordwainer Smith, EL DIA MILLON Frederik Pohl En este dia del que les quiero contar, que sera dentro de unos mil afios, habia un muchacho, una muchacha y una historia de amor. Bueno, aunque no he llegado todavia muy lejos nada de lo que he dicho hasta ahora es cierto, El muchacho no era Jo que ti o yo considerai:amos normalmente un muchacho, porque tenia ciento ochenta y siete aiios. Ni la mucha- cha era muchacha, por otras razo- nes; y la historia de amor no con- sistfa en esa sublimacién del im- pulso de violar y la concomitante postergacién del instinto de some- terse que ahora conocemos para esas situaciones. La historia no te interesard si no entiendes en seguida esos hechos. En cambio, si haces el esfuerzo, probablemente la encuen- tres cargada, atestada, colmada de alegria, ldgrimas y conmovedor sentimiento, que pueden o no valer la pena. La razon por la cual la © 1966 by Rogue Magazine muchacha no era una muchacha era que era un muchacho. jComo te enfadas! Como re- trocedes ante la pagina! Dices: ja quién le interesa leer una historia de un par de raros? Célmate. No hay aqui secretos de perversion para clientes de ese tipo. De he cho, si vieras a la muchacha no pensarias en ningiin momento que pudiese ser un muchacho. Pechos, dos; vagina, una. Caderas, calipi- gas; cara, lampifia; lébulos supra- orbitales, inexisteates. La clasifica- tias instanténeamente como hem- bra aunque, es cierto, no sabrias muy bien de qué especie, confun- dido por la cola, la piel sedosa o las hendeduras de las agallas detras de cada oreja. Retrocedes otra vez. Hombre, confia en mi palabra. Es una mu chacha hermosa y si ta, un macho — - normal, pasaras sélo una hor GOA ella en un cuarto, movertus cielo y a 8/Frederik Pohl tierra para empaquetarla. Dora (asi la Namaremos; su “nombre” era omicr6n-Dibase grupo-siete S Dora- dus 5314; (la altima parte es una especificacién de color, y corres- ponde a un tipo de verde), Dora, digo, era femenina, encantadora y bonita. Admito que no parece asi. Era lo que podriamos llamar una bailarina. Su arte entrafiaba el uso de conocimientos e intelecto de orden muy elevado, y demandaba tanto una tremenda capacidad na- tural como una infinita prdctica; se ejecutaba en gravedad cero, y para describirlo no encuentro nada me- jor que compararlo de algin modo con la actuacién de un contorsio- nista con el agregado de una pizca de ballet clésico, al estilo de la muerte del cisne de Danilova. Era algo también bastante sexy. En un sentido simbdlico, naturalmente; pero —enfrentemos el hecho-, la mayoria de las cosas que Ilamamos “sexy” son simbdlicas, menos, tal vez, la bragueta abierta de un exhi- bicionista. En el Dia Millén, cuan- do bailaba Dora, la gente que la vera jadeaba; y ti también ja- dearias. El asunto ese de que ella fuera un muchacho. A sus auditorios no les interesaba que ella fuese genéti- camente macho. A ti tampoco te importarfa, si estuvieses entre ellos, porque no lo sabrias a me- nos que le cortases un trocito de came para hacerle una biopsia y, al ponerlo bajo el microscopio electrénico, encontrases los cromo- somas XY- ,y aellos no les importa- ba porque no se fijaban en esas cosas. Mediante técnicas que no solamen- te son complejas sino que ni si- quiera se han inventado todavia, esa gente podia determinar en gran medida las aptitudes e inclinacio- nes de los bebés bastante antes de que naciesen —para ser exactos, en. el segundo horizonte de la division celular, cuando el huevo en segmen- tacién se convierte en un blastocis- to libre—, y entonces, naturalmente, favorecfan esas aptitudes. ,No es lo que hacemos nosotros? Si en- contramos a un nifio con aptitudes musicales le damos una beca para Juilliard. Si encontraban a un bebé con aptitudes para ser mujer, lo hacian mujer. Como el sexo habia sido disociado hacfa tiempo de la reproduccién, eso no resultaba di- ficil, y no creaba problemas ni suscitaba (0 suscitaba muy pocos) comentarios. iCudnto es “muy pocos”? Ah, mas 0 menos los mismos que pro- voca entre nosotros el hecho de jugar con la Voluntad Divina al tapar una caries. Menos de los que provoca usar un aparato para me- jorar la audicién. ;Todavia suena terrible? Entonces mira con aten- cién la préxima bomba que en- cuentres en la calle, y considera que puede ser una Dora, porque adultos genéticamente masculinos pero somaticamente femeninos dis- tan mucho de ser desconocidos incluso en nuestra era: Un acciden- te en el medio ambiente del utero puede vencer el mensaje de la he- rencia. La diferencia consiste en que a nosotros nos ocurre s6lo por accidente, y no nos enteramos més que en algunas raras ocasiones, lue- go de un detenido estudio, mien- tras que la gente de} Dia Millon lo hacia a menudo, deliberadamente, porque asi lo queria, Bueno, no hace falta contar més detalles sobre Dora. Sélo te confundiriamos si agregdsemos que tenia dos metros diez de estatura y que olia a pasta de mani. Co- mencemos nuestra historia. El Dia Millon Dora salié nadan- do de la casa, entré en un tubo de transporte, la corriente de agua la chupé rapidamente y la expuls6 en un plumacho de espuma hacia una plataforma clastica delante de la... ah... llamémosla sala de en- sayo. — {Maldicion! —grité, bastante aturdida, al tratar de recuperar el equilibrio y chocar con un extrafio total a quien llamaremos Don. Fue un encuentro maravilloso. Don iba a que le renovasen las piernas. Nada més lejos de sus pensamientos que el amor; pero al tomar distraido un atajo por la plataforma de aterrizaje de los submarinistas y sentirse de pronto empapado, y descubrir entre los brazos la muchacha mas hermosa que habfa visto en su vida, supo en seguida que habian sido hechos el uno para el otro. ~;Te casarfas conmigo? —pre- guntd. —El miércoles —dijo ella, con voz suave, y la promesa fue como una caricia. El Dia Millon/9 Don era alto, musculoso, bronceado y excitante. No se Ila- maba mds Don de lo que Dora se llamaba Dora, pero la parte personal era Adonis, en tributo a su vibrante masculinidad, de modo que, para abreviar, lo llamaremos Don. El cédigo de color de su personalidad, en unidades Angs- trom, era 5290, es decir un poco més azul que el 5314 de Dora, una medida de lo que intuitivamente ya habian descubierto a primera vista: que posefan muchas afinida- des de gustos y de intereses. No sé como explicarte exacta- mente lo que hacia Don como medio de vida (no me refiero al hecho de ganar dinero, sino al de dar un sentido y una finalidad a la vida, para no enloquecer de aburri- miento), aparte de que involucraba muchos viajes. Viajaba en naves interestelares. Para que una nave se moviese con verdadera rapidez, unos. treinta y un seres humanos genéticamente machos y siete seres humanos genéticamente hembras tenian que hacer ciertas cosas, y Don era uno de los treinta y uno. En realidad contemplaba opci Eso requeria mucha exposi flujo radiactivo, no tanto de su propia estacién en el sistema pro- pulsor como al de las sobras de la estacién siguiente, donde una hem- bra genética hacia selecciones y las partfculas subnucleares de esa transformacién se demolian en una lluvia de quanta. Bueno, no te interesa un pito, pero signifcaba que Don tenia que andar todo el - 10/Frederik Pohl tiempo enfundado en una capa de metal extremadamente resistente, elastica y liviana, de color cobre. Ya mencioné esto, pero quizd pen- saste que me referia a que estaba quemado por el sol. Mas aun, era un hombre ciber- nético. La mayorfa de sus partes mas rudas habian sido reemplaza- das hacia ya mucho tiempo por mecanismos de muchos mds usos y mayor permanertcia. Un aparato centrifugo de cadmio, y no un corazon, le bombeaba la sangre. Los pulmones se le movian sdlo cuando queria hablar en voz alta, pues una cascada de filtros osméti- cos le hacian circular el oxigeno por el cuerpo. En cierto modo, quiza le habria resultado extrafio a un hombre del siglo veinte, con esos ojos incandescentes y esas ma- nos de siete dedos; pero para él mismo, y naturalmente para Dora, era bien masculino y bien normal. En el transcurso de sus viajes, Don habia andado alrededor de Proxi- ma Centauri, Procién y los enigmé- ticos mundos de Mira Ceti; habia Ilevado muestras agricolas a los planetas de Canopus y trafdo cali- das y graciosas mascotas del pilido compafiero de Aldebaran. De ar- diente color azul, o de frio color rojo, habia visto mil estrellas y sus diez mil planetas. En realidad via- jaba por rutas estelares, con breves licencias en la Tierra, desde hacia casi dos siglos. Pero eso tampoco. te interesa. Son las personas quie- nes hacen las historias, no las cir- cunstancias en que se encuentran, y ta deseas saber de esa pareja. Bueno, consiguieron lo que que- rian. La cosa grande que cada uno. tenia para el otro crecié y florecid y estallé gozosamente el miércoles, como Dora habia prometido. Se encontraron en la sala de codifica- cién, acompafiados cada uno por un par de amigos que iban a alentar- los y alegrarlos, y mientras les grababan las identidades intercam- biaron sonrisas y susurros, y sopor- taron con rubores las bromas de los amigos. Luego intercambiaron sus andlogos matematicos y cada uno se fue por su lado. Dora a su vivienda bajo la superficie del mar y Don a su nave. Fue un verdadero idilio. Vivie- ron siempre felices... por lo me- nos hasta que decidieron no preo- cuparse mds y se murieron. Naturalmente, nunca volvieron a verse. Ah, ya te veo, devorador de care a las brasas, rascandote un. incipiente juanete con una mano y sosteniendo esta historia con la otra, mientras el estéreo toca a d’Indy o a Monk. No crees una sola palabra, jverdad? Ni por un minuto. La gente no vivirfa asi, dices, con un grufido de malhu- mor mientras te levantas para po- ner otro hielo en la bebida. Y sin embargo ahi estd Dora, regresando rdpidamente por los tu- bos de agua hacia su hogar subma- tino (prefiere vivir ahi; se ha he- cho alterar somaticamente para respirar en ese medio). Si te conta- ra con qué dulce plenitud ajusta el andlogo grabado de Don en el ma- nipulador de simbolos, se conecta al aparato y lo hace funcionar. .. Si tratara de contarte algo de eso, simplemente me mirarias con la boca abierta. O con desaprobacién; y gruflirfas, demonios gesa es for- ma de hacer el amor? Sin embargo te aseguro, amigo, te aseguro de veras que en los éxtasis de Dora hay tanta pasién como en los de cualquiera de las novias espias de James Bond, y bastante mds de lo que podras encontrar en la “vida real”, Adelante, puedes mirar con desaprobacién y lanzar el grufiido. A Dora no le imports. Si alguna vez piensa en ti. sti weinta-veces- tdtara-tdtara-abuelo, seguramente te ve como a un tipo de bruto bastante primitivo. Eso es lo que eres. No olvides que hay mas dis- tancia entre ti y Dora que entre td y el australopithecus de hace cinco mil siglos. No podrias nadar um segundo en las poderosas co- trientes de su vida. No creerds que el progreso va en linea recta, ,ver- dad? ;Te das cuenta de que es una curva ascendente, cada vez mas . Una curva quizd exponen- Tarda un infierno en ponerse en marcha, pero cuando arranca es como un avién. Y ti, bebedor de whisky y devorador de carne, sen- tado en tu sill6n hamaca, apenas has encendido una de las turbinas, (Qué dia es hoy? {El seiscientos mil o el setecientos mil después de Cristo? Dora vive en el Dia Millon. Dentro de mil afios. Tiene las gra- El Dia Millon{11 sas del cuerpo polidesaturadas, co- mo Crisco. Mientras duerme le he- modializan los desechos de la co- rriente sanguinea: eso significa que no tiene que ir al bafio. Si se encapricha, para matar media hora de aburrimiento puede disponer de més energia que la que hoy consi- gue gastar todo el pais de Portu- gal, y usarla para lanzar un satélite de fin de semana o para remodelar un crater en la luna. Ama mucho a Don. Conserva, almacenados en forma simbélico-matematica, cada uno de sus gestos, de sus matices, las formas de tocar con la mano, las reacciones en el coito, la pasién de los besos. Y cuando lo quiere, todo lo que tiene que hacer es poner en funcionamiento la maquina. y alli lo tiene. Y Don, naturalmente, tiene a Dora. Flotando a la deriva en una ciudad acudtica unos pocos cente- nares de metros por encima de la cabeza de la muchacha o girando alrededor de Arturo, a cincicnta afios-luz de distancia, Don sélo tie- ne que ordenar a su manipulador de simbolos que rescate a Dora de los archivos de ferrita y la haga revivir, y allf esta; y embelesados, incansables, hacen el amor toda la noche. No carnalmente, claro; pero como la carne de Don ha sido tan alterada igual no serfa muy diver- tido. No necesita la carne para el placer. Los érganos genitales nady sienten. Tampoco las manos, 6 10s pechos, 0 los labios, que son §olie mente receptores, y aceplan te 12/Frederik Pohl transmiten impulsos. La sensacion esté en el cerebro, la interpreta- cién de esos impulsos es lo que hace la agonia o el orgasmo; y el manipulador de simbolos de Don le da el andlogo de caricias, el andlogo de besos, el andlogo de las horas mds fogosas, las horas mds ardientes con el eterno, exquisito e incorruptible andlogo de Dora. O e. O la dulce Rose, o la alegre ia; porque sin duda han inter- cambiado ya andlogos, y lo volve- ran a hacer. Tonterfas, dices, todo eso me parece disparatado. Y td, con tu locién para después de afeitarte y tu cochecito rojo, apartando pape- les en un escritorio todo el dia y corriendo detrds de tu propia cola toda la noche, dime, jqué demo- nios crees que pensaria, si te viera, Tiglat-Pilasor, digamos, o Atila el Huno? Titulo del original en inglés: Day Million Traduccién de Stella Y. Chucky LA CABEZA Y LA MANO Christopher Priest Aquella mafiana en Racine House habiamos salido a dar un paseo por el ‘parque. Durante la noche habia caido una helada, y el cés- ped se veia blanco y quebradizo. El cielo estaba despejado y el sol proyectaba largas sombras azules. El aliento que expulsibamos flota- ba a nuestras espaldas en nubes de vapor. No habia ruido alguno, nin- guna brisa, ningtin movimiento. Es- tébamos solos, y el parque era nuestro. Esos paseos matinales tenian un itinerario establecido, y cuando Ile- gamos al extremo oriental del ca- mino, al pie de la larga barranca tapizada de césped, me preparé para dar la vuelta, apretando con todas mis fuerzas las manivelas de control de la parte trasera del ca- rruaje. Soy un hombre corpulento y de buena musculatura, pero el peso sumado. del sillén de ruedas y el amo casi excedian mis fuerzas. Aquel dia el amo estaba de humor dificil. Antes de salir me habia expresado claramente su de- seo de que lo llevase hasta el pabe- llén de verano ahora en desuso, pero cuando intenté alzarlo para dar la yuelta sacudié la cabeza de lado a lado. —No, Lasken —dijo, irritado—. Hoy vamos al lago. Quiero ver los cisnes. —Por supuesto, sefior —le dije. Hice girar el carruaje en la di- reccion primitiva y continuamos nuestro paseo. Yo esperaba que me dijese algo, pues no era habi- tual en él darme una orden brusca sin mitigarla momentos después con alguna observacién més inti- ma. Nuestras relaciones eran for- males, pero el recuerdo de lo que antafio existiera entre nosotros afectaba adn. nuestro comporta- miento y nuestras actitudes, Aun- que tenfamos poco mas o menos Copyright © 1972 by Michael Moorcock 14/Christopher Priest la misma edad y perteneciamos a una misma clase social, la carrera de Todd nos habia afectado pro- fundamente. Nunca més podria existir ninguna clase de igualdad entre nosotros. Esperé, Al fin volvid la cabeza: —Hoy ei parque esté hermoso, Edward. Esta tarde, antes que em- piece a arreciar el calor, tendremos que venir con Elizabeth. Los drbo- les estin tan desnudos, tan negros. —Si, sefior —respondi, mirando de soslayo el bosque, a nuestra derecha. Al comprar la casa, su primera medida fue hacer talar todos los arboles perennes y rociar los de- mds para inhibir la fronda. Con el correr de los afios el follaje habia reverdecido, y ahora el amo se pasaba los meses del estio dentro de la casa, con las persiands bajas y las cortinas corridas. Sélo cuan- do legaba el otofio volvia al aire libre, ,contemplando con mirada obsesiva el caer de las hojas ana- ranjadas y pardas, los remolinos que dibujaban sobre los prados. El lago aparecié ante nosotros cuando legamos a la orilla del bosque. Desde la casa, que ahora quedaba all4 arriba, a nuestra iz- quierda, el parque descendia hasta el lago en un suave y ondulante declive. A cien metros de la orilla volvi la cabeza y miré hacia la casa, y divisé la alta silueta de Elizabeth que se encaminaba hacia nosotros, arrastrando por el césped su largo vestido castafio. Sabiendo que él no podia verla, no le dije nada a Todd. Nos detuvimos a la orilla del lago. Una costra de hielo se le habia formado en la superficie du- rante la noche. —Los cisnes, Edward. ,Dénde estén los cisnes? Movié la cabeza hacia la dere- cha, y puso los labios en uno de los conmutadores. Al instante, las baterias instaladas en la base del carruaje accionaron los motores de los servos, y el respaldo se deslizd hacia arriba, senténdolo en una posicién casi vertical. Movié la cabeza de lado a lado; uma arruga surcaba el cefio de ese rostro sin cejas, —Vé a ver si les encuentras los nidos, Lasken, Hoy necesito verlos. ~Es por el hielo, sefior —le dije—. Seguramente los hizo salir del agua. Oi el susurro de la seda sobre el césped escarchado, y me volvi. Eli- zabeth estaba detrds de nosotros, a pocos pasos, con un sobre en las manos. Lo alz6é y me miré arqueando Jas cejas significativamente. Yo asenti en silencio: si, es éste. Me dirigié una rdpida sonrisa, El amo no sabia aan que ella estaba alli. Le habian extirpado la membrana externa de los oidos, y su audicién era ahora dispersa y confusa. Elizabeth pas6é junto a mi en esa forma perentoria que, sabia, él aprobaba, y se detuvo frente a Todd. Todd no parecié nada sor- prendido de verla alli. Hay una carta, Todd —le dijo. —Més tarde —dijo Todd sin mi- tar el sobre—. Lasken podrd ocu- parse de ella. Ahora no tengo tiempo. ~Es de Gaston, creo. Parece su papel de cartas. —Léemela. Echo la cabeza hacia atrds, bruscamente. Esa era la orden para mi: aléjate, vete fuera del alcance del oido. Yo me alejé obediente- mente, hasta un punto desde el cual sabia que él no podia verme ni oirme. Elizabeth se inclind y lo besd en los labios. —Todd, sea lo que sea, te supli- co que no lo aceptes. —Léemela —repitid él. Elizabeth rasgé el sobre con el pulgar y sac6 una delgada hoja de papel blanco dobiada en tres. Yo conocia el contenido de la carta; Gaston me la habja leido por telé- fono el dia anterior. El y yo ha- biamos arreglado los detalles, y sabiamos que ni para Todd se hu- biera podido obtener precio més alto. Habian surgido dificultades por las concesiones para la TV, y por momentos se tuvo Ja impre- sién de que el gobierno francés iba a intervenir. La carta de Gaston era breve. Decia que la popularidad de Todd nunca habia sido mds alta, y que el Théatre Alhambra y su consor- cio habian ofrecido ocho millones de francos por una nueva presenta- cién. Yo escuchaba asombrado la voz de Elizabeth, el tono mono- La cabeza y la mano/15 corde, la falta de emocién con que articulaba las palabras mientras leia. Ella misma me habia adverti- do poco antes que acaso no pudie- ra leérsela. Cuando concluyé, Todd le pi- dié que se la releyese. Eso hizo ella, y luego dejé la carta abierta frente a Todd, le rozé la mejilla con los labios y se alejé. AJ pasar a mi lado me puso un instante la mano en el brazo, para continuar en seguida el ascenso rumbo a la casa. Yo la miré unos segundos, y vi su exquisita belleza realzada por la luz del sol que le iluminaba el rostro oblicuamente, y las trenzas del pelo arrastradas por el viento. El amo sacudié la cabeza de lado a lado. — jLasken! jLasken! Volvi junto a él. — (Has visto esto? Tomé la carta y le eché una ojeada. —Le escribiré, desde luego —di- je~. Ni que pensarlo. No, 0, debo considerarlo. Siempre tenemos que reflexionar. Es tanto lo que arriesgo. Yo lo miré sin cambiar de ex- presion. —Pero es imposible. (Usted no puede ofrecer mas funciones! -Tiene que haber un ,medio, Edward —me dijo con la voz mds suave que jamds le habia oido emplear—. Tengo que encontrarlo. Alcancé a ver un ave acuatica a pocos metros de nosotros, en el cafiaveral que bordeaba el Jago. Avanz6 contonedndose sobre cl 16/Christopher Priest hielo, confundida por la superficie escarchada. Yo tomé una de las largas estacas laterales del carruajg y quebré un trozo de escarcha. E] ave se desliz6 por el hielo y echd a volar, aterrorizada por el ruido. Volvi a donde estaba Todd. Eso es. Si hay un poco de agua visible, los cisnes volveran. Tenia en el rostro una expre- sién agitada, —E! Théatre Alhambra —dijo—. {Qué podemos hacer? —Hablaré con su abogado. Es una atrocidad que el teatro se ha- ya puesto en contacto con usted, Saben que usted no puede volver. —Pero ocho millones de fran- cos. —E]l dinero no importa. Usted mismo dijo eso una vez. —-No, no es el dinero. Ni el plblico. Es todo. Esperamos a los cisnes junto al lago, mientras el sol trepaba por el cielo. Yo me sentia estimulado por los colores palidos del parque, por la quietud y el silencio. Era una reaccién estética, estéril, porque la casa y sus jardines me habjan re- sultado opresivos desde el primer momento. Sdlo la belleza fugaz de la mafiana —ese aspecto escarcha- do, frdgil- me producia cierta emocién. El] amo habia caido en un pro- fundo silencio, y habia vuelto a poner el respaldo en esa posicion horizontal que le resultaba més descansada. Aunque tenia los ojos cerrados, yo sabia que no estaba dormido. Me alejé de él, fuera del alcance de su oido, y vagué alrededor del lago, sin dejar de observar el ca- rruaje, por si notaba algin movi- miento. Me pregunté si seria capaz de resistir la oferta del Théatre Alhambra, temiendo que si lo ha- cia no habria atraccién mayor. El momento era oportuno. .. Hacia casi cuatro afios y medio que no aparecia en piblico. Tam- bién era favorable la actitud del publico... porque recientemente tos medios habian vuelto a intere- sarse en él, criticando a sus mu chos imitadores y reclamando su reaparicion. El amo nada habia perdido. Habia un solo Todd Al bome, y nadie sino él podia haber Negado tan lejos. Ninguno era ca- paz de competir con él, Todo mar- chaba bien; sdlo faltaba la partici- pacion del amo. Soné el claxon eléctrico que yo habia instalado en el carruaje. Vol- vi la cabeza y adverti, a través del hielo, que habia acercado la cara al interruptor. Regresé y fui a ver qué deseaba. —Quiero ver a Elizabeth —me dijo. —Ya sabe lo que ella va a decir. —Si. Pero necesito hablar con ella. Hice girar el carruaje en redon- do e inicié el largo y arduo regreso cuesta arriba, hacia la casa, Cuando dejébamos la orilla del lago vi aves blancas volando a la distancia, a escasa altura, alejdn- dose de la casa, Esperaba que Todd no las hubiese visto. - F ; ‘Yodd miraba a un lado y a otro cuando nos apartamos del bosque. Vi en las ramas los brotes nuevos que se abrirfan en las proximas semanas; creo que é] veia tan solo las negras ramas desnudas, Ja pura geometria de los Arboles despoja- dos del follaje. En Ia casa lo llevé a su estudio, y trasladé su cuerpo del carruaje que utilizaba para las expediciones al aire libre al motorizado en que circulaba por las habitaciones. Pas6 el resto del dia con Elizabeth, y sdlo pude verla una vez, cuando. bajé a buscar la comida para Todd, que yo habia preparado. En aquellos momentos apenas tenia- mos tiempo de intercambiar mira- das, de entrelazar los dedos, de besarnos rdpidamente. Nada me di- jo de lo que él estaba pensando, Todd se retiré temprano, y con él se retiré Elizabeth, a la alcoba contigua a la suya, para dormir a solas como lo habia hecho en los Ultimos cinco afios. Cuando tuvo la certeza de que Todd se habia dormido, abandond la cama y vino a la mia, En segui- da hicimos el amor. Después yaci- mos juntos en la oscuridad, las manos posesivamente entrelazadas; sdlo entonces me dijo cual suponia que iba a ser la decisi6n de Todd. —Lo va a hacer —dijo—. Hacia afios que no lo veia tan excitado. Vi a Todd Alborne por primera vez cuando”ambos teniamos diecio- cho afios. Nuestras familias se cono- cian, y un afio el azar nos reunid La cabeza y la mano[17 durante unas vacaciones europeas. Aunque no nos hicimos amigos intimos inmediatamente, su com- pafiia me resultaba fascinante, y al regresar a Inglaterra nos mantuvi- mos en contacto. Yo no admiraba esa fascinacion que ejercia sobre mi, pero tampo- co podia sustraerme a ella: Todd poseia una dedicacién fandtica y apasionada por lo que hacia, y una vez decidido nada ni nadie podia disuadirlo. Tuvo varias relaciones sentimentales desastrosas, y dos ve- ces perdié casi todo el dinero en malogradas aventuras comerciales, Pero su desorientacién general me perturbaba; tenia la sensacién de que una vez embarcado en una di- reccion que pudiese controlar, ex- plotaria sus talentos nada comunes, Fue su fama repentina e inespe- rada lo que nos separé, Nadie la habia anticipado, y Todd menos que ninguno, Sin embargo, cuando advirtid su potencial se aferrd a ella de buena gana. Yo no estaba con él cuando empez6, pero lo vi poco después. Me conté lo que habia sucedido y, aunque difiere de la anécdota po- pular, le crei. Bebia con unos amigos cuando ocurrié un accidente con un cuchi- ilo. Uno de sus compafieros habia sido herido de gravedad y se habia desmayado. Durante la conmocién que siguid al incidente, un desco- nocido le aposté a Todd que no seria capaz de infligirse voluntari mente una herida en su propio cuerpo. ; 18/Christopher Priest Todd se tajed la piel del ante- brazo y cobré su dinero. El des- conocido ofrecié doblar la apuesta si Todd se amputaba un dedo. Todd puso la mano izquierda sobre la mesa, y se cort6 el dedo indice. Pocos minutos después, y no alentado ahora por el descono- cido, que para entonces ya se ha- bia marchado, Todd se corté otro dedo. Al dia siguiente un canal de televisién habia recogido la histo- ria, y Todd fue invitado al estudio a relatar 1o acontecido. Durante la transmisién en vivo, y en contra de los deseos del periodista que lo entrevistaba, Todd repitié la ha- Zafia. Fue la reaccién a esta primera presentacién —una ola de lasciva conmocién por parte del ptblico, y una histérica condenacién en los medios— lo que le revelé a Todd el potencial de tales exhibiciones de automutilaci6n, Habiendo encontrado un pro- motor, inicié una gira por Europa, presentando su espectdculo exclusi- vamente ante ptiblicos que paga- ban para verlo. Fue por ese entonces —al ver sus contratos publicitarios y ente- rarme de las sumas de dinero que esperaba ganar— cuando hice el esfuerzo de disociarme de él. Deli- beradamente, me aislé de las noti- cias de sus hazafias y me desintere- sé de las diversas proezas que eje- cutaba plblicamente. Ese no sé qué de ritual en lo que hacia me repugnaba, y esa aptitud innata que tenia para el sensacionalismo solo contribuia a que me resultase atin més ofensivo. Fue un afio después de este alejamiento cuando volvimos a en- contrarnos. Fue él quien me bus- cd, y aunque al principio intenté resistirme no pude mantener la dis tancia que deseaba. Me enteré de que en el interva- lo se habia casado. Al principio Elizabeth me re- pugné, porque pensé que amaba a Todd a causa de esa obsesién, en la misma forma en que Jo adoraba su ptblico sediento de sangre. Pero cuando Ja fui conociendo mejor comprendi que se veia cumpliendo algo asi como una misién redento- ta. Fue entonces cuando adverti que era tan vulnerable como Todd —aunque de una manera muy dife- rente- y me senti dispuesto a trabajar para él y a hacer todo cuando me pidiese. Al comienzo me negué a ayudarlo en las mutila- ciones, pero con el tiempo consen- tien hacerlo. Fue Elizabeth quien me llevé a ese cambio de actitud. El estado del cuerpo de Todd, cuando empecé a trabajar con él, era tan deplorable que poco le faltaba para ser un invdlido. Aun- que al principio le habian reinjer- tado varios drganos después de la mutilaci6n, tales operaciones sélo podian ser practicadas un limitado n&mero de veces, y mientras se curaba le impedian nuevas actua- ciones. Le faltaba el bra izquierdo por debajo del codo; la pierna izquierda, salvo dos dedos del pie, estaba casi intacta. No tenia una de las orejas, y tampoco el cuero cabelludo. En la mano derecha le faltaban todos los dedos con ex- cepcién del pulgar y el indice. A consecuencia de estas mutila- ciones estaba incapacitado para practicarse él mismo las nuevas amputaciones, y ademds de los di- versos ayudantes que lo secunda- ban en el espectdculo queria que yo manejase los aparatos mutilado- tes durante las representaciones. Firmé una declaracién eximién- dome de toda responsabilidad por las lesiones de que yo seria el instrumento, y su carrera continu en ascenso. Y asi prosiguié, entre periodes de convalecencia, durante dos afios mds. A pesar del aparente despre- cio que tenia por su cuerpo, Todd vompraba la supervisién médica mds cara que podia procurarse, y el periodo de cura luego de cada amputacién era observado estricta- mente. Pero el cuerpo humano no es infinito, y a la larga su retiro seria inevitable. En su ultima actuacion, en me- dio de la mds estruendosa batahola de publicidad y horror que jamas habia conocido, le amputaron fos Organos genitales. Después de eso no hubo nuevas presentaciones en publico, y pasé un largo periodo de convalecencia en una clinica privada, Elizabeth y yo lo acompa- flamos, y cuando compré Racine House a ochenta kilémetros de Pa- ris, fuimos alli con él. La cabeza y la mano/19 Y a partir de ese dia habfamos representado la comedia; cada uno de nosotros fingia frente a los demds que la carrera de Todd ha- bia Hegado a su apogeo, pero to- dos sabiamos que en el corazon de aquel hombre sin piernas ni bra- Zos, sin oidos, sin pelo, de aquel hombre castrado, ardia aim una Hama que un dia habria de extin- guirse para siempre. Y fuera de las puertas de Raci- ne House lo esperaba su mundo privado. Y 1 lo sabia, y Elizabeth y yo lo sabiamos. Mientras tanto, nuestra vida se- guia su curso, y é] era el amo. Hubo un intervalo de tres sema- nas entre mi-carta a Gaston confir- mandole que Todd iba a hacer una nueva aparicién y la noche misma. Habia mucho que hacer. Dejando en manos de Gaston los arreglos publicitarios, Todd y yo iniciamos Ja tarea de disefiar y construir el equipo para el espec- tdculo, En el pasado éste era un proceso que me desagradaba pro- fundamente. Provocaba una penosa tensién entre Elizabeth y yo, por- que ella no me permitia que yo le hablase del equipo. Esta vez, sin embargo, no hubo: esa tensién entre nosotros. Un dia me pregunté por el aparato que yo estaba construyendo, y esa noche, cuando Todd se hubo dormido, | levé al taller. Durante diez mini» tos fue de un instrumento a otro, probando la suavidad de los meas 20/Christopher Priest mismos y el filo de las cuchillas, Al final me miré con rostro inexpresivo, y asintié en silencio. Me puse en contacto con los antiguos ayudantes de Todd, y convine con ellos que asistirian a la presentacién. Un par de veces me comuniqué por teléfono- con Gaston, y me enteré por él de la ola de expectativas que habia sus- citado la reaparicién de Todd. En cuanto al propio amo, esta- ba poseido por un acceso de ener- gia y excitacién que forzaba hasta mis alld de sus limites los mecanis- mos prostéticos que lo rodeaban. Al parecer no podia dormir, y varias noches reclam6 la presencia de Elizabeth. Durante ese perfodo ella no fue a mi habitacién, aun- que yo solia ir a visitarla por espacio de una o dos horas. Una noche Todd la llamé cuando yo estaba alli, y me quedé en su cama oyéndolo hablar con ella, con una voz extrafiamente aguda aunque en ningiin momento descontrolada ni sobrexcitada, Cuando lleg6 el dia de la pre- sentacién, le pregunté si queria viajar al Alhambra en nuestro automévil construido especialmen- te, o en el carruaje y los caballos que, yo sabia, preferia para las apariciones en piblico. Eligié el Ultimo. Partimos temprano, sabiendo que ademds de la distancia que debiamos cubrir habria varias de- moras causadas por los admirado- res. te del carruaje, junto al cochero, en el asiento que yo habia cons- truido para él. Elizabeth y yo iba- mos en el asiento trasero, su mano levemente apoyada en mi pierna. De cuando en cuando Todd volvia a medias la cabeza, y nos hablaba. En esas ocasiones ella y yo nos inclindbamos hacia adelante para escuchar lo que decia y contes- tarle. Cuando Ilegamos a la carretera principal a Paris encontramos mu- chos grupos de admiradores. Algu- nos lo aclamaban o voceaban su nombre; otros lo miraban en silen- cio. Todd se mostraba receptivo con todos, pero cuando una mujer intent6 trepar al carruaje se puso muy agitado y me grito que la apartase de él. El Gnico lugar en que se puso en contacto intimo con sus admi- adores fue en el apeadero donde nos detuvimos a cambiar caballos. Durante ese lapso hablé con todos voluble y afablemente, aunque lue- go se lo noté cansado. Nuestra Ilegada al Théatre Al- hambra habia sido planeada has- ta el ditimo detalle, y la policia habia tendido un cordén para con- tener a la multitud. Habia un an- cho canal libre para que Todd pudiese ser transportado en su si- llén de ruedas. Cuando el carruaje se detuvo, la multitud empezo a aclamarlo, y los caballos se pusie- ron nerviosos. Conduje a Todd en su sillén de tuedas a través de la entradg para Instalamos a Todd ‘en el pescan- ; artistas, haciéndome eco a pesar mio de la histeria de las muche- dumbres. Elizabeth iba cerca de nosotros. Todd reacciond bien y profesionalmente a aquella acogi- da, sonriendo a todo el mundo hacia uno y otro lado, incapaz de agradecer las aclamaciones de nin- guna otra manera. No parecié re- parar en el pequefio pero resuelto y vocinglero sector de la multitud que coreaba las consignas que pro- clamaban en pancartas. Ya en el camarin pudimos aflo- jar las tensiones durante un rato, E] espectdculo tardaria todavia dos horas y media en comenzar. Des- pués de una breve siesta Todd fue bafiado por Elizabeth y luego ata- viado con el traje que siempre usaba en escena. Veinte minutos antes de la hora fijada para su actuaci6n, una mujer del personal del teatro entr6 en el camarin y lo obsequid con un ramo de flores. Elizabeth las reci- bid y las puso, con un gesto vaci- lante, frente a él, sabiendo cudnto le desagradaban las flores. —Gracias —le dijo Todd a la mujer—. Flores. Qué bellos colores. Gaston lIleg6 quince minutos més tarde, acompafiado por el ge- rente del Alhambra, Ambos hom- bres me dieron la mano, Gaston bes6 a Elizabeth en la mejilla y el gerente trat6 de entablar conversa- cién con Todd. Todd no le respon- dié, y poco rato después noté que el gerente lloraba en silencio. Todd nos miraba a todos fijamente. Habia sido decidido por Todd que ninguna ceremonia especial La cabeza y la mano/21 acompafiaria a esta presentaciOn. No iba a haber discursos, ni pala- bras de Todd al piblico. No se concederian entrevistas. El acto que se desarrollarfa en el escenario debia atenerse estrictamente a las instrucciones que é] me habia im- partido, y a los ensayos que los otros asistentes habian estado rea- lizando durante la Gltima semana. Se volvié hacia Elizabeth y alz6 el rostro. Ella lo besé con ternura y yo volvi la cara. Al cabo de casi un minuto, dijo: —Bien, Lasken. Estoy listo. Asi la barandilla del carruaje y lo empujé fuera del camarin, por el corredor, hacia los bastidores. Oimos una voz masculina que hablaba en francés de Todd, y una estruendosa salva de aplausos del publico, Los misculos del estéma- go se me contrajeron. La expresién del rostro de Todd no cambié. Dos asistentes se adelantaron e izaron a Todd hasta el arnés, que estaba conectado por medio de dos cables delgados a una polea entre las bambalinas, y que, al ser operada por uno de los asistentes entre bastidores haria que Todd se desplazara por todo el escenario. Cuando estuvo bien asegurado, le sujetaron con correas los cuatro miembros artificiales. Todd me hizo una sefia *y. yo me preparé, Vi por espacio de un segundo la expresién de los ojos de Elizabeth. Todd no miraba en, nuestra direccién, pero yo no res. pondi al gesto de ella. 22/Christopher Priest Entré en el escenario. Una mu- jer grité, y al instante todo el publico se puso de pie. El corazon me latia precipitadamente. El equipo ya estaba en el esce- nario, cubierto por gruesas cortinas de terciopelo. Avancé hacia el cen- tro y saludé al piblico con una reverencia. Luego fui de uno a otro. aparato, retirando las cortinas. A cada pieza que descubria el publico rugia con aprobacién. La voz del gerente rechind por los amplificadores, implordndoles vol- ver a sus butacas, Como en presen- taciones anteriores, permaneci in- movil y en silencio hasta que el publico se hubo sentade. nueva- mente. Cada movimiento era una provocacién. Terminé de destapar el equipo. Para mi gusto era feo y utilitario, pero el publico deliraba de goce contemplando las cuchillas filosas como navajas. Me acerqué a las candilejas. —Mesdames, Messieurs, —Se hi- zo un silencio abrupto.— Le mat tre. Me encaminé hacia el otro ex- tremo del escenario. Traté, delibe~ radamente, de no ver al piblico. Entre los bastidorcs aicancé a divi- sar a Todd, suspendido del amés junto a Elizabeth. No hablaba con ella, tampoco la miraba, Tenia la cabeza inclinada hacia ad:\unte, concentrado en escuchar los rvidos de la sala. Todos seguian atin en_ silen- cio... la inmovilidad ansiosa, ex- pectante del voveur. Pasaban los segundos, y Todd seguia esperando. En algin lugar, entre el piblico, una voz habld, quedamente. El piblico estallé en un rugido. Era el momento que Todd espe- raba. Hizo una sefial al asistente, quien iz6 las sogas de la polea y lanz6 a Todd al escenario. El movimiento fue macabro y sobrenatural. Todd se desplazé flo- tando sobre el alambre, y las pier- mas postizas rozaron apenas el lien- zo del escenario. Los brazos orto pédicos colgaban, laxos, a ambos lados del cuerpo. Sélo la cabeza estaba alerta, saludando y cumpli- mentando al pitblico. Yo habia esperado que lo aplaudiesen, pero cuando apare- cid en el escenario volvieron a sumirse en el silencio. En todos los afios transcurridos me habia olvi- dado de eso. Eran los silencios los que siempre me habjan horrorizado, El asistente que manejaba la polea impulsé a Todd hasta un divén situado a la derecha del esce- nario. Yo Je ayudé a acostarlo en éj, Otro asistente —que era médico autorizado— entré al escenario y le practicd un breve examen, Escribié algo en una hoja de papel y me la entrego. Luego fue hasta el proscenio e hizo su decla- racién verbal para el piblico. He examinado al maestro. Esta en perfectas condiciones. No esté loco, domina plenamente todas sus facultades y sabe lo que esté a punto de hacer. A tal efecto he Jirmado una declaracion. El operador de la polea volvid a izar a Todd y lo hizo avanzar por el escenario, de una a otra pieza del equipo. Cuando las hubo ins- peccionado a todas sacudié la ca- beza a modo de aprobacién. Desde el escenario, en el centro, te desaté las correas de las piernas ortopédicas. En el momento en que se desprendian del cuerpo hu- bo entre el pfiblico un par de gritos sofocados, Luego le fueron desprendidos los brazos. Empujé al frente una de las piezas del equipo, consistente en una mesa larga tapizada de blanco y, por encima, un gran espejo. Hice oscilar sobre la mesa el torso de Todd, le saqué el arnés y di Ja sefial para que !o izasen y lo retirasen. Acomodé a Todd sobre el divan de manera que quedase acostado con la cabeza mirando al piblico y el cuerpo entero en el espejo, bien visible para los espec- tadores. Yo trabajaba en medio de un silencio sepulcral. No miraba al publico, ni hacia las bambalinas. Transpiraba. Todd no me decia nada. Cuando qued6 en la posicién requerida, me hizo un gesto de asentimiento y yo me volvi hacia el piiblico, inclinandome e indican- do que la representacién iba a comenzar. Hubo aplausos dispersos pronto acallados. Retrocedi unos pasos y observé a Todd, sin reaccionar. Una vez més Je estaba tomando el pulso a su publico, En un espectéculo que La cabeza y la mano/23 consistia en un acto solitario, y mudo por afiadidura, tenia que manejar con mucho cuidado el sus- penso para que el resultado fuese perfecto. De todas Jas piezas de maquinaria que habja en el escena- tio esa noche sélo usarfa una; las restantes estaban alli por el mero efecto de su presencia, Todd y yo sabiamos cual de todas iba a ser: yo debia hacerla rodar en el momento propicio, El ptiblico estaba otra vez calla- do pero inquieto. Yo tenia la sen- sacion de que habia legado a un punto de critico equilibrio: un so- lo movimiento lo haria estallar en una violenta reaccién. Todd me hizo una seftal. Una vez més recorri el escena- rio yendo de una a otra pieza de maquinaria. A cada una le pasaba la mano por la hoja, como para palpar el filo. Cuando las hube repasado a todas, el pGblico estaba a punto. Lo percibi y supe que también Todd 1o percibia. Volvi al aparato que Todd ha- bia elegido: una guillotina de aluminio tubular que tenia una cuchilla del mas fino acero inoxidable. La hice rodar hasta ta mesa y la conecté a los brazos previstos para tal fin. Probé su solidez e hice un examen visual para cerciorarme de que el meca- nismo disparador funcionarja ade- cuadamente. Todd estaba ahora acostado en una posicién tal que la cabezd le colgaba fuera del borde de la mesa y se encontraba directamente do 24/Christopher Priest bajo de la hoja. La guillotina esta- ba construida de tal manera que no oscurecia la imagen del cuerpo de Todd en el espejo. Le quité el traje. Qued6 desnudo. Al ver las cica- trices el ptiblico jaded y dejo esca- par sonidos entrecortados, pero luego volvié al silencio. Tomé la abrazadera de alambre del mecanismo disparador y, de acuerdo con las instrucciones que me impartiera Todd, se la até fuer- temente alrededor de la dura came de la lengua. Recogi el cabo suel- to del alambre y lo aseguré al costado del aparato. Me incliné sobre Todd y le pre- gunté si estaba listo. Hizo un gesto afirmativo. —Edward —me dijo en un tono de voz casi inaudible—. Acércate mis, Me incliné hacia adelante hasta que mi cara quedé junto a la suya. Para eso tuve que pasar mi cabeza por debajo de la cuchilla de la guillotina. El p&blico aprobé esta accion. —{ Qué pasa? —le pregunté. —Lo sé, Edward. Lo de Eliza- beth y td. Miré hacia las bambalinas, don- de ella seguia atin de pie. Le dije: -Y usted todavia quiere. .. Todd volvié a sacudir la cabeza, esta vez con més violencia. El alambre disparador le apreto la lengua y el mecanismo se abrid con un chasquido. Poco falté para que me atrapase en el aparato. Me aparté de un salto en el preciso momento en que la cuchilla caia a plomo. Abandoné a Todd y bus- qué desesperadamente a Elizabeth entre las bambalinas, mientras los primeros alaridos del publico lena- ban el teatro, Elizabeth entré en el escenario. Miraba a Todd. Corri hacia ella. El torso de Todd yacia sobre la mesa. El corazén le latia atin, pues la sangre le manaba a borbotones, ritmicamente, del cuello secciona- do. La cabeza calva pendia del aparato. El alambre que le apreta- ba Ja lengua se la habia arrancado casi desde la garganta. AGn tenia los ojos abiertos. Nos volvimos para enfrentar al piblico. El cambio que se habia operado en los espectadores era total; en menos de cinco segundos los habia dominado el pinico. Unas cuantas personas se habian desmayado; las demas estaban de pie, El griterio era inverosimil. Iban hacia la puerta. Ya nadie miraba el escenario. Un hombre atacé a otro a pufietazos, y fue derribado por la espalda. Una mu- jer, presa de un ataque de histeria, se arrancaba las ropas a jirones. Nadie le prestaba ninguna aten- cién. Oi un disparo y me agaché instintivamente, arrastrando a Eli- zabeth conmigo. Las mujeres chi- llaban, los hombres vociferaban. Oi el clic del amplificador al en- cenderse, pero no se escuché nin- guna voz. De pronto se abrieron todas las puertas del auditorio, y policias armados de la brigada re- presora de tumultos irrumpieron en el teatro. Todo habia sido pla- neado minuciosamente. Cuando la policfa la atacd, la multitud se defendié. Of otro disparo, y luego varios més en répida sucesién. Tomé la mano de Elizabeth y la Hevé fuera .del escenario. En el camarin miramos por la ventana como la policia atacaba a la mu chedumbre en la calle. Habia mu- La cabeza y la mano/25 chos heridos de bala, Lanzaban gases y un helicéptero volaba a escasa altura, Permanecimos juntos, en silen- cio, Elizabeth loraba. Tuvimos que quedarnos otras doce horas al amparo seguro del edificio del tea- tro, Al dia siguiente volvimos a Racine House, y en los drboles empezaban a abrirse las primeras hojas. ‘Titulo del original en inglés: The Head and the Hand Traducci6n de Matilde Horne EL SEXO Y/O EL SENOR MORRISON Carol Emshwiller Por los pasos del sefior Morrison en la escalera puedo poner en hora mi reloj, no porque sea tan pun- tual, pero para mi es lo suficiente- mente exacto. Ocho y treinta, mi- nuto més, minuto menos. (De to- das maneras, mi reloj adelanta.) Cuando baja cada mafiana hacien- do retumbar la escalera, yo atraso diez, ocho, siete minutos la mane- cilla del reloj. Supongo que igual podria arreglérmelas sin él, pero me parece una ldstima derrochar todo ese pesado traqueteo, todo ese resoplar y jadear de energia incontenida para llegar solamente al pie de la escalera, y es por eso que he acomodado mi vida a ese golpeteo matinal. Marcha fiinebre, se lo podria llamar, pero sélo es fanebre porque el sefior Morrison es gordo y por lo tanto lento. En verdad, como hombre es un hom- bre muy agradable. Siempre sonrie. Yo espero abajo, mirando a ve- ces para arriba, a veces sosteniendo el despertador. Le sonrio con una sonrisa que espero no sea tan pen- sativa como la suya, La cara de luna del sefior Mortison tiene un algo de ia Mona Lisa, Por cierto que ha de tener sus secretos. —Estoy poniendo en hora mi reloj por usted, sefior M. —Je, je... bue, bue —grufiido, jadeo-. Bueno —la panza vira ha- cia la derecha—; espero. .. —Oh, para mi usted estd sufi- cientemente en hora. Sobre él gravita seguramente el peso del mundo, o quizd esté ano- nadado, aplastado por cien millas de aire, ;Cudntos kilos por centi- metro cuadrado pesarin sobre. él? No posee la energia interna pa- fa resistirlos. Bajo la piel todos los misculos se le esparcen como una gelatina. —No hay tiempo de hablar —di- ce (El nunca tiene tiempo.) Y ya Copyright © 1967 by Harlan Eltison se ha marchado. Me gusta, me gusta su entrecortado dejo bosto- niano, pero sé que es demasiado orgulloso para ser afable. Orgulloso no es la palabra (tampoco es timi- do), pero no encuentro otra. Se da vuelta, frunce los labios y luego me hace una guifiada como para suavizar la cosa. A lo mejor no es nada mds que un tic. Piensa, si es que piensa en mi: {Qué puede decir ella y qué puedo decir yo al hablar con ella? ;Qué puede saber ella que yo ya no sepa? Y entonces, patituerto, bamboledndo- se, sale por la puerta. Y ahora empieza el dia. En realidad, hay muchas cosas que yo puedo hacer. A menudo voy al parque a pasar el rato. Algunas veces alquilo un bote y yo misma remo de un lado a otro y les doy de comer a los 4nades. Me encantan los museos, y estén tam- bién todas esas gulerias de arte gratuitas, y los escaparates de las tiendas, y si cuido mucho mi pre- supuesto puedo, de cuando en cuando, darme el lujo de una ves- pertina. Pero no me gusta estar fuera de casa después que el sefior Morrison ha regresado. Me pregun- to si cerrard con Ilave la puerta de su cuarto cuando sale a trabajar. Su cuarto queda directamente arriba del mio, y es un hombre. demasiado grande para ser silencio- so. La casa gime con él y se afirma cuando él sale de la cama. Los pisos rechinan bajo sus pies. Hasta las paredes crujen, la pasta reseca de] empapelado empieza a chirriar, El sexo y/o el sefor Morrison/27 Pero no se vaya a pensar que me estoy quejando por el ruido. De esta manera puedo seguirle la pis- ta. A veces aqui, abajo, remedo sus movimientos, de la cama al tocador, paso, pisada estrepitosa, del tocador al armario y vuelta. Me lo imagino alli, sobre esos pies planos, Imaginenlo. Imaginen esas piernas enormes deslizéndose en pantalones de divina inmensidad (un hombre no podria tener pier- nas semejantes), esas piernas de Thor penetrando en orificios de pantalones vastos como cavernas. Imaginen esos dos paisajes, recu- biertos por un ligero tapiz de pelu- sa color trigo, buscando a ciegas el camino en esas enaguas de lana parda, ambas como cinturas, toda- via himedas de ayer. Ooo. Uff. Arriba los tiradores. Me parece oir- lo jadear desde aqui. Puedo pasarme el peine tres ve- ces por cada pisada suya, y estar afuera, esperéndolo al pie de la escalera, en el momento en qué abre la puerta. —Estoy poniendo mi reloj en hora por usted, sefior M. —No hay tiempo. No hay tiem- po. Estoy apurado. Bueno... —y cierra la puerta del frente con tan- ta suavidad que se pensaria que sus propias manos gordas lo asus- tan. Y asi, como dije, empieza el dia. La pregunta es (y quizd sea la pregunta para el dia de hoy): {Quién es él, en realidad? {Uno de los Normales o uno de los Otros? 28/Carol Emshwiller No va a ser tan facil averiguarlo con alguien tan gordo. Me pregun- to si estaré a la altura de las circunstancias. Sin embargo, estoy dispuesta a todo y soy dgil toda- via. Tanto remo, tanta caminata, y ademas hace poco pasé una noche entera acurrucada debajo de un arbusto en Central Park, y dos veces trepé gateando por la escale- ta de incendios y salté al techo, ida y vuelta (pero no he visto gran cosa y todavia no puedo estar segura con respecto a los Otros). No creo que el armario pueda servirme porque no tiene cerradura para espiar, aunque podria entrea- brir apenas la puerta y meter mi zapato en la rendija. (Calzo doble A.) El podria no darse cuenta. 0 estd la cama, para esconderme de- bajo. Es cierto que soy delgada y menuda, casi como una nifia, po- dria decir, pero con todo no sera facil, aunque tampoco era facil sa- lir a buscar amantes en el tejado. A veces me gustaria ser una pequefia lagartija, de movimientos dgiles, de color verde opaco o par- do amarillento. Entonces podria escabullirme por debajo de su ba- triga cuando él abriese la puerta y nunca me veria, aunque sus ojos son tan rdpidos como torpes sus pies. Pero yo seria més rapida. Iria a saltitos a esconderme detris de su biblioteca o de su escritorio, 0 quizi me quedara simplemente quieta en un rinc6n, porque con toda seguridad é] no alcanza a ver tanto piso. Su cuarto no es mds grande que el mio y su presencia debe de colmarlo, o mejor dicho lo llena su panza, y sus piernas gigan- tescas. El ve el cielo raso y los cuadros de la pared, jas superficies de la mesa de luz, del escritorio y la cémoda, pero el piso y las mita- des inferiores de todas las cosas serian mds seguros para mi. No, ni siquiera voy a tener que lamentar el no ser una lagartija, excepto para entrar. Pero si él no cierra su cuarto con llave no habra proble- ma, y podré pasar el dia entero explorando mis escondrijos. Ade- mis, si decido que ésta es la no- che, sera conveniente que me Ileve una merienda. Nada de galletitas ni nueces, sdlo cosas que no hagan ruido como queso y alfajores. Ahora que lo pienso, se me ocurre que lo que estuve haciendo fue dejar al sefior Morrison para el final, como un nifio que guarda el merengue para después de haberse comido el pastel. Pero comprendo que fue una tonterfa, puesto que él, por ser en realidad uno de los candidatos mds promisorios, debid ser el primero. Y asf, el dia de hoy comienza con los preparativos de la merien- da y un viaje exploratorio escaleras arriba, El cuarto esté en el desorden mas absoluto. No hay biblioteca, pero hay libros y revistas por cen- tenares. Escudrifio detras de las pilas, reviso el armario repleto de prendas mal colgadas, chaquetas gi- gantescas en las que me seria facil esconderme. Fijense tan solo como los hombros sobresalen de Jas per- chas comunes. Espio por debajo de la cama y en el hueco para las piernas del escritorio. Me acurruco debajo de la mesa de luz. Me abrigo en el rinc6n entre las cami- sas sucias y los calcetines enrolla- dos. Ah, para escondites esto es mejor que Central Park. Decido usarlos todos. Hay algo muy agradable en esto de estar aqui, porque el sefior Mo- trison mé gusta de veras. Hasta su enormidad es reconfortante porque es lo bastante grande como para ser el padre de todos. Su alcoba, Ilena de todas estas cosas tamafio padre, es acogedora. Aqui me’sien- to joven e indolente. Como unos bocadillos en el ar- mario, sentada sobre sus zapatos, sus anchos zapatos blandos con los contiafuertes vencidos que mas que zapatos parecen almohadones. Luego me echo un suefiito en las camisas sucias. Parecen como quin- ce pero son solo siete y algunos calcetines, Luego me agazapo en’el hueco del escritorio, abrazindome las rodillas, y espero, y empiezo a tener mis dudas. Esa panza colgan- te, ya lo puedo decir, va a superar todas mis expectativas. No habra con seguridad nada que no pueda tapar u ocultar. ;Por qué, enton- ces, estoy aqui agazapada, hacien- do chasquear las ufias contra la pata del escritorio, cuando podria estar afuera dandoles de comer a las palomas? “Ahora vete”, me di- go a mi misma. “{Piensas pasar todo el dia acalambrada y encerra- da aqui adentro, y quizas también El sexo y/o el senor Morrison/29 la noche?” Y qué, jacaso no lo he hecho montones de veces en los ultimos tiempos, y siempre para nada, por afiadidura? ;Por qué no intentar una vez mis? Si el sefior Morrison es, no cabe duda, el mas promisorio de todos, ... Sus ojos, la forma en que la grasa le empuja las tejillas debajo de las érbitas: parecen casi chinos. La nariz es romana y en una cara comin seria fuerte, pero aqui se pierde. Empe- quefiecida. “‘Sdlvame”, grita la na- riz. “Me estoy hundiendo.” Yo lo intentarfa, pero cuando el sefior Morrison wuelva tendré deberes mds importantes que el de salvar a su nariz. Deberes que servirin para el bien de todos, y lo digo muy en serio. No vayan a pensar que tengo prejuicios al respecto, Les diré: fui hace pocas sema- nas a una vespertina. Vi al Royal Ballet bailando La Consagracion de la Primavera, y entonces se me ocurrié,.. Bueno, qué pensarian ustedes si los vieran vistiendo esos trajes que uno debe suponer es la piel desnuda? “Vestidos al desnu- do”, los Hamé. Y toda esa gente culta_y bien vestida aplaudiéndo- los, acepténdolos aunque sabian perfectamente bien... una especie de Traje Nuevo del Emperador al revés, Ahora, piénsenlo ustedes, hay sdlo dos sexos y cada uno de nosotros pertenece a uno de ellos, y ciertamente —es decir, presumi- blemente— sabe algo acerca del otro. Pero puede ser que en esto me haya estado equivocando. Pen- sarén ustedes. .. bueno, lo que yo 32/Carol Emshwiller admitir que mi “humanidad” debe estar tan alejada del centro de la escala en una direccién como la suya en otra). De pronto siento deseos de can- tar. El aire me ronronea en la garganta em himnos tan lentos co- mo los que podria cantarme el! propio seflor Morrison. ;Puede esto ser amor? Me pregunto: {Mi primer amor verdadero? Pero j,aca- so no tuve siempre este interés apasionado por la gente? ;O mas bien por todos aquéllos que excita- ban mi fantasia? Sin embargo jno es este sentimiento enteramente nuevo? {Puede en verdad el amor haberme llegado tan tarde en la vida? (La, la, li la, de donde fluyen todas las bienaventuranzas.. .) Cierro los ojos y hundo la cabeza en las camisas. Sonrio dentro de los calcetines sucios. ;Pueden uste- des imaginarlo a é/ haciéndome el amor @ mi? Muy por debajo de su mirada absorta en el cielo raso gateo sobre los codos y las rodillas otra vez hasta detrés de los libros viejos. Un lugar mds seguro donde sacarse de encima la tonteria, Vaya, si soy lo bastante vieja como para que él sea (si me hubiese casado alguna vez) el mas joven de mis hijos. Sin embargo, si fuese hijo mio, cuanto mas que yo habria crecido. Veo que nunca podré seguirlo (como ocurre con todos los hijos). Debo amarlo como una rata podria amar la mano que le limpia Ja jaula, y tan sin comprender el por qué, pues por supuesto aqui sdlo veo una parte de él. Presiento mas. Presiento vastedades mds profun- das. Presiento bultos y volumenes que todavia no alcanzo a imaginar. Mis pupilas retienen imagenes ro- tundas. En los rincones del cuarto parece reinar una misteriosa oscuri- dad, y su sombra cubre a la vez la ventana en una de las paredes y el espejo en la otra. Se parece a un témpano de hielo, con sus siete octavas partes sumergidas. Pero ahora se ha vuelto hacia mi. Yo lo espio por entre los libros, sosteniendo una revista so- bre la cabeza, como cuando Ilueve. Lo hago tanto para protegerme de ese exceso de él como para ocul- tarme. Y alli estamos, frente a frente y cara a cara, Nos miramios y él parece no comprénderme a mi mas. de lo que yo puedo comprenderlo a él, y sin embargo en general su mente parece adelantarse a la mia, apresurindose a interpretar mis frases inconclusas. Sus ojos no es- tan pensativos y tampoco parecen sorprendidos. Pero su ombligo. .. he aqui un sol en la cueva del universo, y me deslumbra con un. parpadeo de caior, un parpadeo gordo, benigno, El ojo de la panza acepta y comprende. El ojo de la panza me conoce y me mira como siempre anhelé que me mirasen. (Si, aunque me mueva en el valle de las sombras de la muerte.) Aho- ra te veo. Pero ahora lo veo. Alli la piel cuelga en pliegues flojos, plasticos, y hay un pequefio circulo color vobre del tamafio de una moneda ile veinticinco centavos. Tiene un agujero en el centro, y los bordes corroidos de verdin. Esta debe ser una forma de “vestir al desnudo”, y cualesquiera que sean los érga- nos sexuales que pueda tener, es- fn ocultos detras de esta piel de imitacién picada y virulenta. Clavo la mirada en esos ojos de nifia que tiene y veo un gran va- , una nada, como si las pupilas fuesen totalmente ciegas... tan inexpresivas que se diria que no tiene sexo... como si estuviese construido como un mufieco, con un orificio redondo para descargar las aguas (algo para amedrentar a los nifios de tres afios). Dios, pienso. No soy religiosa pero pienso: Dios mio, y entonces me levanto y de algiin modo echo a correr cojeando y salgo, como volando, escaleras abajo. Cierro de golpe la puerta de mi cuarto y me meto debajo de la cama. El mas obvio de todos los escondrijos, pero una vez que estoy alli no puedo ni pensar en salir. Me quedo alli esperando oir el estruendo en la escalera, el retumbar de las pisa- das astillando los peldafios, las ma- nos deslizandose por el pasamanos mientras baja como una tromba. Sé lo que le voy a decir. “Acep- tamos. Aceptamos”, le diré. “‘Ama- remos (yo amo ya) lo que ti seas.” Estoy aqui tendida, el oido El sexo y/o el sefior Morrison/33 alerta, mirando los volados del co- bertor en el profundo silencio de. la casa, ;Puede acaso haber alguien aqui, en esta quietud tan extra- fla? ;Debo dudar hasta de mi pro- pia existencia? “Sélo Dios sabe”, le diré, “si yo misma soy una Normal.” {Como puede uno saber tales co- sas cuando todo es tan misterio- so? “Diles a todos que los acepta- mos. Diles que lo que es feo es ‘vestir al desnudo’. Diles que la verdad es bella. Tus valles y colga- jos, tus arrugas y celos, tus topeta- zos y corcoveos los aceptamos, (Amaremos,) Tus arietes, tus cuer- das, tus gusanos y cascabeles, tus higos, tus cerezas, tus pétalos de flores, tus suaves formitas de es- cuerzo, verrugosas y verdosas, tus lenguas de gato y colas de ratén, tus ostras, tu ciclope en la entre- pierna, tus culebrillas, tus caraco- les, los aceptamos.” jAcaso Ja verdad no es siempre més queri- ble? Pero qué silencio tan largo. {Dénde esté €1? Porque seguramen- te ha de seguirme hasta aqui des- pués de lo que vi. Si habia que esconder todo eso, si él debe usar . ese taparrabos por delante, enton- ces querrd silenciarme de alguna manera, incluso destruirme. Pero id6nde est4? Quizd piense que he cerrado la puerta con Ilave. Pero no, no la he cerrado. {Por qué no viene? Titulo del original en ingiés: Sex and jor Mr. Morrison Traducci6n de Matilde Horne LIBROS Pablo Capanna ; Solaris (Solaris), Stanislav Lem; traduccion de M. Home y F. As Ediciones Minotauro, Buenos Aires, 1977; 218 pags. Empotrados (The Embedding), lan Watson; traduccién de Ramon Ibero; Ediciones Martinez Roca, Barcelona, 1977; 181 pags. Sadrac en el horno (Sadrach in the Furnace), Robert Silverberg; traduc- cién de Claudia Muscat; Emecé Distribuidora, Buenos Aires, 1977; 284 pags. En busca de tres mundos (Quest of the Three Worlds), Cordwainer Smith; traduccién de Pablo Capanna; Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977; 164 pags, Hace apenas unos pocos afios, los libros de ciencia ficcién editados en castellano eran escasos y poco publicitados, y habia que hacer verdaderos esfuerzos para que la critica se ocupara de ellos. Luego vino el llamado “boom” del género, un fendmeno que, pese a haberse editado aqui algunos de los mejores libros, nos Ilegd de Espafia y nos ha inundado con una profusién de textos que no siem- pre ofrecen el nivel de calidad que seria deseable, El lector de hoy, que no ha conocido aquella edad “her6ica” y se encuentra con Ja ciencia ficcién como algo ya aceptado, puede a pesar de todo verse desorientado y hasta atosigado por tal volumen de publicaciones, Si es un simple consumidor de papel impreso, que sdlo busca eva- dirse, leerd indiscriminadamente © 1978 by Pablo Capanna cuanto caiga bajo el alcance de su bolsillo y sus posibilidades de tiempo. Si, en cambio, es un poco més adulto y exigente, tendré serias dificultades para orientar sus lectu- tas y seleccionar aquello que real- mente vale. Tendré que hacer por si mismo la tarea que no cumplen los editores —no siempre bien ase- sorados— quienes necesitan alimen- tar una mdquina comercial con nuevos titulos aun al costo de pro- ducir textos intrascendentes 0 de- plorables en versiones descuidadas. Es obvio que el critico especie casi extinguida si es que existid alguna vez— deberfa cumplir con esa funcién orientadora. Pero ante la imposibilidad de resefiar todo lo que inunda las librerfas, tendré forzosamente que optar por lo mas valioso, omitiendo por el] momento censurar muchas improvisaciones que lo merecerian. Para abrir esta seccién, hemos elegido cuatro de entre los mejores titulos de reciente aparicién, te- niendo en cuenta especialmente la importancia de los autores y la representatividad de las obras. Como muestra es bastante re- presentativa, pues hallamos reuni- dos a un polaco, un inglés y dos norteamericanos de distintas gene- taciones; un cldsico de la década del 60 (Lem) un autor de transi- cién (Smith), una obra reciente (Watson) y la Gltima novela de Silverberg. La traduccion de Lem, realizada no sobre el original polaco sino a Libros/35 partir de Jas versiones inglesa y francesa, es digna de !a importan- cia de la obra, a pesar de ciertos deslices; por ejemplo, en la pagina 77 menciona a cierto “Luther” cuando se trata simplemente de Martin Lutero. Lo mismo ocurre en el libro de Silverberg, donde se. habla de “Prester John” (p. 18) sin reparar que se trata del Preste Juan de las leyendas medievales. No hablaré de la traduccion de Cordwainer Smith, en la medida que yo mismo la he perpetrado, con bastante audacia. Sin embargo, el lector puede llegar a pensar que la version fue atin peor de lo que cabia esperar, gracias a los copio- sos errores de imprenta y las ‘“‘co- rrecciones” que un oficioso revisor peninsular —la obra viene de edi- tarse en Espafia— ha infligido al texto. Ellas aparecen ya en la pri- mera pagina, donde cada vez que dice “pensamos” debe leerse “pen- semos”, e incluyen el agregado de algunos giros y la supresién de otros. Pero sin duda el corrector se ha Ilevado Ja palma de la ineptitud de la pagina 141. Alli donde ce original decia man eaters (de man, hombre y eater, el que come) tra- duje “comedores de hombres”, por no decir canibales o antropofagos. Sin embargo, luego de pasar por el censor hispano la frase ha quedado asi: “los comedores donde los hombres se alimentan. . .” (! ) Una vez mas, cabe recordar aquél sabio consejo que recomendaba leer los originales para entender ciertas tr ducciones, . . Solaris Pataca Solaris, la novela de Stanislav Lem, de la cual hace tiempo cono- ci¢ramos una muy digna versién cinematogréfica hecha en la U.RS.S., se destaca como una de las lecturas mas estimulantes y profundas que hayamos podido ha- cer en los dltimos tiempos. Deja definitivamente atras a los Yefremov, Strugatsky y todo cuan- to conocemos de la ciencia ficcién de Europa Oriental, perfiléndose como una obra perdurable cuya austera belleza ahonda en reflexio- nes filos6ficas. Lem logra producir, a partir del tecnificado ambiente de una esta- cién espacial en ruinas, el clima “gético” adecuado para el miste- rio, logrando una adecuada mezcla de Chejov con Stanley Kubrick, como se dijo del film. La historia de los “solaristas”, una academia dedicada durante si- glos a investigar un planeta que es en si una sola masa pensante, esta escrita con no poca sabiduria y si con un toque de elegante ironia que se trasluce en la enumeraci6n de las escuelas, las bibliografias y las modas suscitadas por un pro- blema insoluble, en una tarea con- denada al fracaso. Por fin, un per- sonaje adquiere conciencia de que todo lo que estén haciendo no es mds que un acto de culto, la crea- cién de una dogmitica y una esco- lastica en torno a un ser cuasi divino. E] planeta Solaris, la entidad concebida por Lem, tiene en efec- to ciertas caracteristicas divinas; Libros/37 como el dios de Aristételes, es un pensamiento que se piensa a si _™mismo; como el de Alexander, es una dinividad in fieri, un dios que se va haciendo a través del tiempo, un dios finito pero capaz de bus- car la perfeccién de las formas, que puede dar vida a criaturas que Hegan a ser capaces de independen- cia y aun de abnegacién. El cine no podia dar plena cuenta de las formas imaginadas por Lem; éste lo hace con un lenguaje que remeda la jerga cien- tifica mientras sugiere un desplie- gue surrealista de imagenes. El tema del libro es definida- mente religioso; es la bisqueda de Dios tal como puede emprendérse- la a partir. del materialismo. Pero el objeto de la bisqueda no es el mitico Solaris, una creacién digna de Stapledon; si asi fuera sdlo se trata- ria de un ejercicio imaginativo. El tema subyacente, del cual Solaris es un simbolo, es la bis- queda de un contacto en el cos- mos. Se trata del motivo oscura- mente religioso —y en cuanto tal ignorado— que lleva a la humani- dad a explorar el espacio para con- vencerse de que no esta sola, de que existen en el universo seres superiores que pueden salvarla, Basta recorrer las librerias y los Ppuestos de revistas para apreciar hasta qué punto la supercheria co- mercial explota esta necesidad del hombre contemporaneo, a quien la critica iluminista ha privado de Dios sin darle en cambio mas que paliativos. 38/Pablo Capanna Una obra como Solaris puede arrojar mucha luz sobre esta co- triente subterrénea; una vez més, la literatura de ciencia ficcién se convierte en vehiculo de una refle- xién que no siempre es asumida por aquéllos que se consideran idd- neos para hacerlo, Esto la hace altamente recomendable, y el he- cho de haber transcurrido casi dos décadas de su primera publicacién le confiere ya la actualidad que sdlo tiene lo perdurable. Muy diferente es la novela de Watson, Empotrados, que estuvo a punto de ser premiada en Inglate- tra (el premio se lo llevo Clarke, lo cual demuestra que a veces el re- medio es peor que la enfermedad) y por fin recibid el galardén de la critica francesa. Es poco comtin que la “‘cien- cia” componente de la “ciencia ficcién” sea la lingitistica. De to- dos modos, era inevitable que esto ocurriera después del auge del es- tructuralismo. El titulo Empotrados alude a un recurso poético, utilizado espe- cialmente por Lewis Carroll. Los franceses lo denominan mot-valise, “palabra-valija”, Se trata de enca- jar una palabra en otra para expre- sar un significado complejo. El ejemplo de Carroll es “Snark” “serpiburon”), formado por snake (serpiente) y shark (tiburén). Watson parece atribuir a este lenguaje embrollado virtudes casi méagicas, pues serviria para traducir en palabras un mundo trans-racio- nal al cual la mente humana acce- deria por la poesia o la mistica: no en vano uno de los ejes del libro es el poema Nouvelles im- pressions d’Afrique de Raymond Roussel. La novela se desenvuelve en va- trios planos, que convergen en un final casi wagneriano, donde el autor parece haber perdido casi por completo las riendas del asun- to, para desembocar en un confuso anticlimax. Para comenzar, tenemos un la boratorio inglés donde se experi- menta inculcando lenguajes “em- potrados” en nifios huérfanos de guerra. Luego aparece un antropo- logo francés que viene de combatir con el Frelimo en Mozambique y se prenda del lenguaje “empotra- do” que hablan, bajo los efectos de una droga ritual, ciertos indige- nas del Amazonas. Hay unos extra- terrestres casi misticos que vienen a la Tierra en busca de nuevos lenguajes para completar una, gra- miética universal que les permita descifrar el secreto metafisico del cosmos. El cuadro se completa con téc- nicos norteamericanos que constru- yen una represa para dotar a Brasil de un mar interior, con tecnécra- tas de la Rand, un conato de revolucién brasilefia sofocada por las grandes potencias, y una para- déjica maniobra politica que apura el desenlace, Lo notable es que en todo este aquelarre nadie queda limpio; to dos son absoluta o relativamente culpables. Rusos, chinos y nortea- mericanos son corruptos; los mili- tares son crueles y los guerrilleros racistas; los extraterrestres resultan ser vulgares comerciantes; el experi- mento lingiiistico desemboca en la locura, y aun los indios, que hasta el momento han hecho el papel de “buen salvaje”, terminan engen- drando un monstruo. En su conjunto, la obra se pre- senta como uno de los libros mas pesimistas de los tiltimos tiempos, y por momentos uno de los mds cinicos. El autor hace gala de una cultura algo heteréclita, citando a Nietzsche, a Wittgenstein y aun a Teilhard, pero resulta: dificil com- prender qué se propuso. El texto reciente de Silverberg, Sadrac en el horno toma su titulo de un pasaje biblico (Daniel 3,8-100) donde se cuenta la histo- tia de los tres jovenes encerrados en un horno por Nabucodonosor. Se trata de uno de los mas logrados trabajos de Silverberg, que nos lleva a Jamentar su deci- sién de no volver a escribir. Su futuro, bastante proximo (comien- zos del siglo XXI) resulta tan con- vincente y aterrador como lo fuera 1984, una ficcién politica con la cual guarda algunos puntos de con- tacto, pero de fa cual se distingue por un final casi feliz. La violencia y el terrorismo, a jos cuales se suma una catdstrofe natural que provoca una guerra bacteriolégica, han Mevado al mun- do a la anarquia, la cual, como Libros/39 ensefia la historia, desemboca siem- pre en las tiranfas. El tirano del caso lleva el nom- bre de Genghis Mao; es un oscuro funcionario de la Reptblica Popu- lar de Mongolia que aprovechando el caos se proclama emperador del mundo y ante el cual los fatigados Estados de un mundo balcdnico Tenuncian a sus soberanias. Pero Genghis Mao esta irreme- diablemente viejo, y toda la corte mongolica es incapaz de detener su fin; apenas puede postergarlo me- diante el uso de: prétesis y tras- plantes de érganos, tomados de los prisioneros politicos. El lector no puede menos que recordar los es- fuerzos que se han realizado en todo el mundo para rejuvenecer lideres carisméticos o postergar el momento de su muerte mediante verdaderas torturas quirdrgicas. Genghis va a morir, de todos modos, y se ha pensado en suplan- tarlo por un robot, rejuvenecer sus células o transferir su personalidad a otro cuerpo; estos planes se tejen sobre un trasfondo de intrigas, de- cadencia, actos faraénicos y alar- des quinirgicos. Por ratos, la novela se perjudica con tediosas descripciones fisiolégi- cas, que podrian haberse omitido sin que el todo se resintiera, como ocurre con ciertos pasajes erdticos. Sadrac Mordecai, el personaje central, es el médico personal del tirano, aquél que lo mantiene con vida y es blanco del odio de cuantos soportan el régimen. Sin embargo, es él quien, al ver 40|Pablo Capanna amenazada su supervivencia, resuel- ve el problema e intenta remontar la pendiente de la decadencia, per- maneciendo como una sombra de- tris del trono, La novela estd escrita en un presente que resulta sumamente adecuado para crear el clima desea- do, y recurre a oportunos “rac- conti” de las situaciones previas sirviéndose del recurso de los ritos religiosos de la época; abundan en ella los pasajes exitosamente re- sueltos y se hace recomendable como una muestra de originalidad en un medio donde cada vez ésta es mas dificil de hallar. Por tltimo, voy a referirme a En busca de tres mundos, de Cord- wainer Smith, una obra con la cual la bibliografia cordwaineriana en nuestro idioma, bastante disimil en cuanto a traducciones, esta casi a punto de completarse. Ya publica- dos El juego de la rata y del dragon, Norstrilia y algunos de los mejores cuentos en Espafia y Argentina, llega ahora al lector esta obra que ocupa un lugar especial dentro de la muy coherente “historia futura” del desaparecido Dr. Linebarger. Son cuatro cuentos, concebidos en forma secuencial, aunque publi- cados en forma separada. Juntos, componen el “ciclo de Casher O'Neill”, que viene a ubicarse en un futuro mucho més remoto que el de todos los textos conocidos hasta ahora, después del Redescu- brimiento del Hombre y la libera- cién del subpueblo. Algunos han comparado esta novela con La Odisea, pues las peripecias de Casher O'Neill re- cuerdan la bisqueda de Ulises, Casher busca vengarse de los coro- neles que ha desvirtuado una revo- lucién en la cual crey6 y concluye por deponer todo 4nimo de ven- ganza, para optar (como el Sadrac de Silverberg) por influir en los acontecimientos de una manera in- directa pero no menos decisiva. Aqui se narra el encuentro de Casher con T’ruth (“verdad”), la nifia tortuga sabia e inmortal que oscila en todo momento entre lo sublime y lo grotesco. La busqueda del Décimotercer Nilo, que se cuenta en el capitulo “Planeta de Arena” adolece por su parte de una cierta grandilocuencia y un despliegue de barroquismo no. totalmente funcional; en cambio, el Planeta de las Tempestades, con sus fantasias oniricas, resulta ser una de las creaciones mds sugesti- vas y convincentes de este autor a quien tanto debe la renovacién del género, aunque no siempre se lo reconozca. Numerosas claves histéricas y politicas se esconden tras los tex- tos. En otra parte, he intentado demostrar cémo el reino de T’ruth es un sector de la costa de Alaba- ma, como el planeta Mizzer es el Egipto moderno y los coroneles Gibna y Wedder son en realidad Naguib y Nasser; el ultimo texto, que quizés sea el que mas choque al lector por su aparente apologia del poder imperial de la Instru- mentalidad, y que ha confundido a més de un critico, encierra posible- mente una sutil ironia, perceptible sobre todo en un final “demasiado feliz’. Es innecesario decir que su lec- tura ensambla con la totalidad de Libros/41 la obra cordwaineriana, y que cada uno de estos textos arroja alguna luz sobre el resto, como descubrira el lector atento; pero también pue- de leerse en forma independiente y disfrutar de su fantasia, a pesar de Jo dicho acerca de la traducci6n, MARIANA Fritz Leiber Mariana tenia la sensacién de ha- ber vivido toda una eternidad en la gran casa de campo, odiando los altos pinos que la rodeaban, cuan- do en el tablero general de aves de control descubrié el panel se- creto. El panel secreto era simplemen- te un desnudo espacio de aluminio —ella pens6 que seria un lugar vacio para instalar, en caso necesa- rio, jDios nos libre!, otros inte- iuptores— situado entre las llaves del climatizador y las de la grave- dad. Encima de los interruptores de la TV tridimensional pero deba- jo de los del mayordomo y las doncellas robot. Jonathan le habia pedido que no jugara con el tablero general cuando él estuviera en la ciudad, pues podia echar a perder algin aparato eléctrico; por eso, cuando sus dedos explorando al azar tro- “ pezaron con el panel secreto, y éste se solté y cayé sobre el duro piso de piedra del patio con un tintineo musical, su primera reac- cién fue de miedo, Luego comprobé que lo que se habia caido no era mds que una chapa oblonga de aluminio, y que en el espacio que antes cubria habia una hilera de seis pequefios interruptores. Sdlo el de mas arri- ba tenia un rétulo que lo identifi- caba. Unas pequefias letras lumino- sas decian ARBOLES, y estaba encendido. Cuando Jonathan regresé esa noche de la ciudad, ella junt6 co- raje y se lo dijo, Jonathan no se enfad6 ni parecié preocuparse de- masiado. —Claro que hay un interruptor para los drboles —le inform6é coa tono displicente, mientras le indi- caba al mayordomo-robot que le cortase la carne—. {No sabias que Copyright © 1960 by Ziff-Davis eran arboles irradiados? No queria esperarlos durante veinticinco afios, y de todos modos no hubie- ran crecido sobre esta roca. Una estacién de la ciudad transmite un pino maestro, y aparatos semejan- tes al nuestro lo recogen y lo proyectan alrededor de las casas. Es vulgar pero prictico. . Al cabo de un momento, Maria- na le pregunté con timidez: —Jonathan json espectrales los pinos irradiados cuando pasas en- tre ellos? -{No, claro que no! Son tan sdlidos como esta casa y como la roca que la sostiene. Sdlidos a la vista y al tacto. Hasta es posible treparse a ellos. Si alguna vez te hubieras molestado en salir de la casa sabrias estas cosas. La esta cién de la ciudad transmite vibra- ciones de materia alterna a sesen- ta ciclos por segundo. La expli- cacion cientifica no esta al alcance de tu entendimiento. Mariana aventur6 otra pregunta. —{Por qué estaba escondido el interruptor de los arboles? —Para que ti no metieras las narices, como con los delicados controles del televisor. Y para que no se te ocurrieran ideas raras y empezaras a cambiar los arboles. A mt, entiéndelo bien, me alteraria llegar un dia a casa con robles y al dia siguiente con abedules. Me gus- ta la estabilidad y me gustan los pinos. Los miré por la ventana pictéri- ca del comedor y grufié satisfecho. Mariana habja tenido la inten- Mariana/43 cién de decirle que detestaba los pinos, pero eso la desanimé y no hablé mds del asunto. Sin embargo, al dia siguiente, a eso del mediodia, fue al panel secreto y cerré el interruptor de la arboleda de pinos, y luego se vol- vid répidamente para observarlos. En un principio no ocurrié na- da, y ya empezaba a pensar que Jonathan se habia vuelto a equivo- car, cosa que sucedia con frecuen- cia aunque jamés lo reconocia, pe- ro de pronto los drboles empeza- ron a fluctuar, motas de pilida luz verde revolotearon entre ellos, y en seguida se desvanecieron hasta desaparecer por completo, dejando tan solo un punto luminoso intole- rablemente brillante, como el que queda en la pantalla cuando se apaga el televisor. La estrella per- manecié inmévil, flotando en el aire, por un tiempo que le parecid interminable, y luego retrocedié y corrié hacia el horizonte. Ahora que los pinos ya no es- torbaban, Mariana pudo ver el ver- dadero paisaje. Eran interminables kilémetros de roca gris y lisa, la misma roca sobre la que se levan- taba la casa y que constituia el piso del patio. Y era‘el mismo Ppaisaje en todas direcciones. Un negro camino de doble senda lo atravesaba en linea recta... y nada mis. Casi instanténeamente Mariana sintié horror por aquel paisaje: era muy desolado y deprimente, Puyo la gravedad hasta luna-noi wet Z « bailé con aire ~ausente, 44/Fritz Leiber por encima de los anaqueles atesta- dos de libros y el gran piano, en el centro del cuarto, y hasta hizo que las doncellas-robot la acompafiaran en su danza, pero no consiguid animarse. A eso de las dos fue a encender nuevamente el pinar, co- mo habia pensado hacerlo de to dos modos antes de que Jonathan volviera a casa y se enfureciera. Advirtié, sin embargo, que algo habia cambiado en la hilera de los seis pequefios interruptores. El co- rrespondiente a ARBOLES ya no tenia su nombre en letras lumino- sas. Recordaba que era el de mas arriba, pero ahora no giraba. Traté de forzarlo, de obligarlo a pasar de la posicién “‘apagado” a la de “en- cendido”, pero todo fue en vano. Paso el resto de Ja tarde sentada en los escalones del frente de la casa, mirando la carretera de doble via. No divisé un solo vehiculo ni una sola persona hasta que el auto- movil color canela de Jonathan aparecié a lo lejos; al principio le parecié que flotaba inmévil, a la distancia, y que luego empezaba a avanzar con lentitud, como un ca racol microsc6pico, aunque Maria na sabia qué él siempre manejaba a la velocidad maxima: esa era una de las razones por las que nunca salia con él en el coche. Jonathan no se enfurecié tanto como ella habia temido. —TG y sdlo té tienes la culpa, por entremetida —le dijo él, seca mente—. Ahora necesitaremos traer aqui a un hombre. jMaldita sea! jDetesto cenar mirando esas ro- cas! jComo si no fuera bastante tener que atravesarlas dos veces por dia! Mariana lo interrogé, vacilante, acerca de la aridez del paisaje y la ausencia de vecinos. —Bueno, th quisiste vivir en las afueras —le dijo Jonathan—. Si no hubieras apagado los drboles nunca habrias liegado a enterarte. —Hay una cosa més que quiero preguntarte, Jonathan —dijo Maria- na—. La segunda Ilave, la que esta mas abajo tiene un nombre ilumi- nado. Dice CASA, Esté encendida, ino, no la he tocado! ,Te parece que. ..? Eso es lo que quiero ir a ver —dijo Jonathan, saltando del divén y depositando el vaso de martini sobre la bandeja de la doncellaro- bot con un golpe tan brusco que la doncella se estremecié—. Esta casa me la vendieron como sélida, pero hay estafadores. Normalmen- te detectaria un estilo irradiado en un abrir y cerrar de ojos, pero a lo mejor me endilgaron una reemitida desde algin otro planeta, o desde otro sistema solar, Bueno seria que yo y otros cincuenta hombres mul- timeganarios estuviésemos viviendo en casas idénticas y que cada uno de nosotros pensara que la suya es nica. —Pero si la casa esta asentada sobre la roca, . . —jEso, tontita, no haria nada més que facilitarles la trampa! Llegaron al tablero general. —Aqui la tienes —dijo Mariana, servicial, sefialando con el dedo... y tocé el interruptor de CASA. Por un momento nada ocurrié, luego unas olas de luz blanca co- rrieron por el cielo raso, las pare- des y los muebles empezaron a hincharse y a crepitar como lava fria. De pronto se encontraron so- bre una meseta de roca tan grande como tres canchas de tenis, Hasta el tablero general de control habia desaparecido. Lo tinico que queda- ba de él era una delgada varilla que brotaba de ia piedra gris, de- lante de ambos, y que sostenia en lo alto, como un fruto mecanico, un pequefio bloque con los seis interruptores: eso y una estrella intolerablemente brillante que flo- taba en el aire en el sitio donde antes habia estado el dormitorio maestro. -: Mariana oprimié frenéticamente el interruptor de CASA, pero ya el rétulo luminoso habia desapareci- do, y aunque lo apreté con todo el peso de su cuerpo, no se movid de la posicién de “apagado”, La estrella que brillaba en el piso superior volé como un fuego artificial, pero a la luz de su Ulti- mo destello Mariana pudo ver el rostro de Jonathan, con una impla cable expresién de- furor. Jonathan levanté unas manos como garras. —jTa, pequefia idiota! —vocife- 16, acercdndose a ella, —jNo, Jonathan, no! —gimid Mariana, retrocediendo, pero Jona- than seguia avanzando. Mariana noté que el bloque de interruptores se le habia roto entre. Mariana/45 las manos. El tercer interruptor tenia ahora un nombre luminoso: JONATHAN. Mariana apreto. En el momento en que se le hundian en los hombros desnudos, los dedos de Jonathan parecieron convertirse en espuma de goma, luego en aire. La cara y el traje gris de franela crepitaron en iridis- cencias, como el espectro de un leproso, y se derritieron hasta ex- tinguirse. Mas pequefia que la de la casa pero mucho més proxima, la estrella de Jonathan le quemaba los ojos. Cuando los volvié a abrir, ya no quedaba de la estrella o de Jonathan mds que una oscura y danzante postimagen, como una pelota negra de tenis. Estaba sola sobre una infinita llanura de roca lisa, bajo un cielo limpido, tachonado de estrellas. Ahora brillaba el nombre del cuarto interruptor: ESTRELLAS. Era casi el amanecer segin el teloj de radio-esfera que lievaba en la mufieca y estaba helada hasta la médula cuando decidié, por fin, apagar las estrellas. No queria ha- cerlo —en su lento rodar a través del cielo eran el tiltimo vestigio de una realidad ordenada— pero le parecié que era lo nico que le quedaba por hacer. Se pregunt6é qué disia el quinto interruptor, jROCAS? jaIRE? {0 acaso. . .? Apago las estrellas. La Via Lactea, arquedindase en todo su inalterable esplendor, ete pezo a agitarse; las estrellas que In _ 46/Fritz Leiber formaban revolotearon de un lado a otro como insectos enloquecidos. Muy pronto quedo sdélo una, mas brillante atin que Sirio o Venus, una estrella que salté hacia atras, desvaneciéndose, y se precipit6 co- mo un dardo hacia el infinito. El quinto interruptor decia DOCTOR, y no estaba encendido sino apagado. Un terror inexplicable se apode- ré de Mariana. No queria tocar el quinto interruptor. Puso el bloque sobre la roca y se aparté de él. Pero no se atrevia a alejarse en aquella oscuridad sin estrellas. Se acurrucé en el suelo y aguardé el amanecer. De vez en cuando mira- ba la esfera del reloj a la nocturma luminosidad del rotulo del inte- rruptor, a diez metros de distancia. Sentia cada vez mas Miré la esfera del reloj. El sol tendria que haber salido hacia dos horas. Record6 haber aprendido en tercer grado que el sol no era mas que otra estrella. Volvié y se sentd junto al blo- que de interruptores y lo levanté con un estremecimiento y apretd de golpe el quinto. _ La roca se tornd frdgil, blanda y fragante bajo su cuerpo, y le envolvié las piernas y luego, lenta- mente, se fie volviendo blanca, Estaba sentada en una cama de hospital, en un pequefio cuarto azul con un friso blanco. Una dulce voz mecanica que venia de la pared le decia: —Has interrumpido, por tu pro- pia decision, la terapia de realiza- cién de deseos. Si ahora reconoces tu depresién enfermiza y estas dis- puesta a aceptar ayuda, el doctor vendrd a verte. Si no, estas en libertad de reanudar la terapia de Tealizacién de deseos y de proseguir- la hasta sus ultimas consecuencias. Mariana mir6 hacia abajo. Toda- via tenia en las manos el bloque de interruptores y en el quinto se leia atin DOCTOR. La voz de la pared dijo: —Deduzco de tu silencio que aceptards el tratamiento. El doctor estard contigo en seguida. EI terror inexplicable volvié a dominar a Mariana con intensidad compulsiva. Apagé el doctor. Estaba de vuelta en la oscuridad sin estrellas. Las rocas se habijan enfriado mucho més. Sintié que sobre e! rostro le cajan unas plu- mas glaciales; nieve. Recogié el bloque de interrup- tores y vio, con inexpresable ali- vio, que el sexto y tltimo inte rruptor, con diminutas letras lumi- nosas decia ahora: MARIANA. Titulo del original en inglés: Mariana Treduccion de Matilde Horne LAS ESCAMAS DEL SENOR CRISOLARAS Rogelio Ramos Signes Habla la sefiora Crisolaras: « —Me han dicho que aisladamente puede ser un asunto bastante com- plejo. Ahora, yo les preguntaria si en realidad ellos creen que se po- dria dar parejamente en varios lu- gares a la vez. Estos psicélogos me tienen harta; que si los mecanis- mos de defensa, que si las disposi- ciones del inconsciente y el senti- mentalismo introvertido, que si las gratificaciones y la intuicién per- ceptiva. Verdaderamente harta. Lo tinico que yo quisiera es que Criso- laras vuelva a casa esta misma no- che, antes que sea demasiado tar- de, antes que viva desconsolada y con remordimientos el resto de mi vida; que venga y me ayude con la educacién de Sandrita; que regrese definitivamente. Ya no me importa cuanto haya cambiado en todo es- te tiempo. Habla un periodista al oido de otro periodista del mismo diario: Esto es una, cosa seria. No cualquier mujer tiene un hijo sobre Jos cincuenta affos. El otro contesta algo que se hace imposible de escuchar, Este concluye: Pero el marido es como veinte afios menor que ella... digo te- niendo en cuenta la foto que nos mostré el jefe. —Contintia la sefiora Crisolaras: —Ustedes son despiadados, se la pasan preguntando. Van a obligar- me a que haga una declaracién mimeografiada y Ja reparta a todo el mundo. Suspira profundamente, y en verdad se la ve cansada. Prosigue: —Por ultima vez voy a contarles esto lo mds rapido posible, sin irme en muchos detalles. "Ya dije como mil veces que todo empezé Ja noche en que Cri- © 1978 by Rogelio Ramos Signes 48/Rogelio Ramos Signes solaras desperté con la impresién de que el gammexane no habia surtido efecto. Sdlo a él podria habérsele ocurrido levantarse casi desnudo, con el frio que estaba haciendo, a alumbrar con una lin- terna todos los hormigueros que habjan aparecido en el patio luego de la Muvia. Mas por indiferencia que por cansancio me dormi en se- guida y todavia era de noche cuan- do desperté por el ruido que esta- ba haciendo en la piecita, tratando de arreglar una pala que el jardine- to habia olvidado cuando vinimos a vivir a este barrio. Recuerdo que me vesti a Jas apresuradas, como si tuviera que irme al trabajo. En cuanto me vid se acercd a darme un beso y me dijo que ese dia no pensaba ir a la oficina y que por favor le trajera un escardillo en punta de la casa de mi madre. Para qué iba a decile que atin faltaba bastante para entrar al correo y que é] me habia despertado con tanto ir y venir; asi que tomé el bolso y me fui casi una hora mas temprano que otros dias. Esa mafiana no salid el sol y prdcticamente no hubo nada que hacer {yo estaba en la ventanilla de correspondencias Via Aérea) asi que estuve terminando una lista con jas cosas que necesitaba comprar; casi todo celeste, por si Ilegaba a ser varon; algunas ropitas amarillas, que sientan bien tanto a unos co- mo a otros, pero nada de color rosa porque eso es dinero tonta- mente arriesgado; ya tengo la ex- periencia de mi hermana menor de cuando le nacié el nene. .. después tuvo que regalar hasta la cuna. Luego discuti{ con Ja chica de los Certificados-Expresos que insistia con que es mala suerte eso de andar comprando ropas antes de los cinco meses de embarazo. Una estd lista si le hace caso a esas cuestiones, después todo se amon- tona y no hay plata que alcance. Cerca del mediodia llamé a mama para pedirle que me buscara el escardillo en punta, porque pensa- ba pasar a retirarlo antes de volver a casa; y luego, hasta la hora de salida, me quedé llenando el pape- lerio para tomarme la licencia a fines de agosto, cuando entrara en. el séptimo mes. Cuando bajé del émnibus (des- de la parada se ve casi la mitad del patio) ya me sospeché que ibamos a tener més de un problema con esa mania de Crisolaras por exter- minar las hormigas. Desde que a un amigo le comieron parte de ios cimientos de la casa y se le hundié toda la cocina, no lo aguantaba nadie. Se la pasaba averiguando qué insecticida qué compuesto qué formula era la més eficaz y qué resultados habia dado en Centro- américa, donde, segin habia leido, son mas voraces y hasta han des- truido poblaciones enteras. Duran- te un par de semanas, en la mesa no se hablé mds que de hormigui- cidas y hormigas, incluso asegurd. que si no encontraba nada eficaz las pisaria de una en una hasta terminar con ellas. Pero nunca imaginé que llegara a tanto. Si bion desde la esquina me hice una idea aproximada de lo que estaba pasando, cuando Ilegué al portén, aparie de no poder pa- sar sin ensuciarme hasta la cintura, comprendi que ya nada lo haria desistir y que las derivaciones has- ta podrian llegar a ser tragicas. Practicamente todo el patio y par- te de la vereda estaba Ileno de montones de tierra que Hegaban casi hasta 1a altura de la cerca, Cuando logré sortear la barrera que habia levantado entre él y la calle, pude pasar por la puertita chica hasta el fondo. De primera intencién no lo reconoci; estaba totalmente desfigurado por las pi- caduras, la cara era una bola de carne marron en la que sdlo po dian distinguirse dos ojitos vidrio- sos, satisfechos de cuanto estaba haciendo. No va a quedar ninguna, me asegur6, para luego preguntar- me por el escardillo, y si no me pongo a lloriquear sé que hubiera seguido cavando durante la siesta, Antes de comer, fumigd todos los montones de tierra con un polvo azul que le habian recomendado. Luego almorz6 a las apuradas. Fue imposible tratar de con- vencerlo para que descansara un poco. Apenas terminé de comer, meti6 una escalera en el hueco que habia hecho en medio del patio, no mas ancho que el de un pozo comtin para sacar agua, y comenz6 a bajar. Segin dijo, habia cavado mds de cuatro metros, y a esa profundidad eran muy pocas las cuevas de hormigas que quedaban. Las escamas del sefior Crisolaras/49 Esa noche se durmié en seguida, pero estuvo quejindose hasta la hora en que me levanté para ir al correo; imagino que lo mortifica- ban las picaduras, aunque él no se cansaba de repetir que habia esta- do sofiando cosas raras. Voy a dejar de cenar, fue lo dltimo que me dijo antes que yo saliera para el trabajo. "Ese dia tampoco fue a la ofici- na; lo supe porque un amigo suyo. me Ilam6 para preguntarme qué le pasaba. No se me ocurrié nada mejor que inventarle una fuerte torcedura en la pierna derecha, y calcular- le diez dias hasta que se restable- ciera, porque imaginaba que aque- Ho irja para largo. También me llamaron del banco diciéndome por qué no se habia preocupado en cubrir tres cheques que entra- ron el dia antes; y a la salida del trabajo me encontré con Luis Campodé6nico, un amigo de la in- fancia, que se mostro ofendido porque lo habiamos dejado planta- do con la cena y con media doce- na de invitados a los que hacia mucho tiempo que no veiamos. "Esa vez, a pesar del miedo, llegué a casa resignada a encontrar me con unas tremendas pilas de tierra y a tener que pasar la tarde integra en la calle. Casi no me equivoco; la tierra caia para el lado de los Burgos (la gente del supermercado) y. la vereda prdcti- camente no se veia; claro que mi marido, pensando en mi, puso unos tablones desde la puerta has- ta la pared del bafio, por donde 50/Rogelio Ramos Signes podia entrar a la casa sin mucho esfuerzo, forzando un poco la ban- derola, Toda la tarde estuve llamando- lo por el hueco del patio. Cuando oscurecié, me di cuenta que esa noche no dormiria en casa. En ningin momento pensé que podria haberle pasado algo. La sefiora Crisolaras enciende un cigarritlo, Pregunta el vecino Burgos: — (Esa fue la noche del tem- blor? Todos comienzan a hacer pre- guntas a los gritos. Continia el sefior Burgos: —Porque si esa fue la noche del temblor, debo decirles que hasta la madrugada senti ruidos de agua bajo mi cama, como si alguien raspara un balde contra el suelo para desagotar un sOtano. Mi espo- sa no los escuchd y dijo que todas eran suposiciones mfas, que me habia despertado sobresaltado y con unas tremendas ganas de vomi- tar, De todos modos me quedé con la sensacién de que quien es- tuviera haciendo eso, nunca termi- naria con su trabajo; y cuando ya estaba aclarando, tuve que abrir el supermercado y quedarme con la duda para siempre. . . Interrumpe la sefiora Crisolaras: —Esa noche que usted dice fue un par de semanas después, quince dias en los que al despertarme para ir al trabajo encontré sin falta un papel sobre la mesa de cocina donde me decia que estaba bien y me detallaba todas las cosas que iba descubriendo; taneles por los que podia caminar sin tener que agacharse, unos dibujos hechos con tiza justo donde terminaban los hormigueros, un pozo de tierra co- lorada y gelatinosa, un paquete repleto de Tipperarys, una especie de brocal con azulejos amarillos ¢ infinidad de monedas y medallas oxidadas que me fue dejando jun- toa las notas. *Reconozco que cuando lei lo del paquete con revistas, imaginé que ya estaba totalmente loco, pe- ro fue en vano que me pasara noches enteras esperandolo junto al pozo; él no queria verme y, a menos que le fuera indispensable, no se presentaria ante mi. Tampo- co contesté jamds a las preguntas que le fui dejando en sus mismos papeles. Sélo se limitd a comentar- me lo que consideraba de impor tancia, Pero cuando sucedié lo del temblor, estuvo varios dias sin dar sefiales de vida y pensé que lo mejor seria contratar a un par de hombres para que bajaran a bus- carlo, Todo fue indtil. Bajaron dos veces y lo dnico que consiguieron fue asustarme todavia mds, La pri- mera vez salieron monstruosamen- te picados por las hormigas y dis- puestos a no bajar nuevamente. La segunda, lo hicieron con unas cha- quetas de aluminio y tubos de oxigeno. Estuvieron casi todo el dia adentro, y luego de eso no tuve mds remedio que hablar a la policia; uno salid casi ahogado, con los tubos rotos y la piel Hena de grietas; el otro era poco menos que una barra de hielo. Algo asi como una semana estuvieron inter- nados en un hospital; creo que todos los alimentos les caian mal, y hasta perdieron el habla, ademds del pelo y las ufias. Uno de ellos todavia no puede dejar la cama, y mire que ya hace mas de dos aflos de todo esto, —Esperd un poquito, Pilar —le dice una amiga—; antes que sigas contando, decime si no te parece absurdo eso del paquete con revis- tas viejas. -Ya no, .. pero claro que en su momento me parecid absurdo, in- cluso Ilegué a tomarlo como una broma de mal gusto de vaya a saber quién.. . Era un pésimo chis- te dentro del drama que estaba viviendo, ademds no podia hacer- me una idea de qué demonios ha- cia en ese lugar un bulto con revistas tan viejas. Pero la verdad es que con todas las cosas que sucedieron después, olvidé bastante pronto lo de las revistas. Cuando pasé el asunto ese de los hombres que bajaron a buscar- lo, la policia se enfurecié y hasta quiso tapar el hueco, echando adentro toda la tierra que Crisola- ras habia sacado. Eso hubicra sido perderlo definitivamente... aun- que ahora yo también... —hace una pausa bastante prolongada. Luego continiia—: Bueno, demasia- da suerte tuve cuando el intenden- Las escamas del seflor Crisolaras/51 te me mando un camién para que se llevara la tierra a las afueras. Once camionadas se necesitaron para despejar el fondo y la vereda. Todo fue puro formulismo; tuve que sacar un permiso para que me dejaran tener alli el pozo, argu- mentando que necesitaba un bom- beador para regar las plantas, y qué se yo cudntas cosas mds. Lo cierto es que todo parecié solucio- narse y me dejaron tranquila por unos cuantos dias. Una mafiana (suerte que ya habia tomado mi licencia, a princi- pios de setiembre del afio pasado) se largé una lluvia violentisima que me hizo temer por la suerte de mi marido, y eso que hacia varios meses que no sabia nada de él. Sobre el agujero puse unas chapas y las tapé con una gran bolsa de polietileno que sujeté en las cuatro puntas con ladrillos. No habria pa- sado ni media hora cuando senti unos gritos que, en el acto, imagi- né vendrian del pozo. Asi que volvi a sacar el plastico y las cha- pas, y casi me desmayo del miedo, o de la compasién (qué se yo) cuando lo vi. La sefiora Crisolaras comienza a llorar. Su amiga la abraza y trata de consolarla, a la vez que pregun- ta a los periodistas por qué no terminan cuanto antes y la dejan tranquila. Pilar Puentenube de Orie solaras continta: —Estd bien... De todos modos es la ultima vez que voy u eelatar lo que pasd. 52/Rogelio Ramos Signes "Supe que quien aparecid, en cuanto retiré las chapas, era él, por la tristeza con que miraba, pero nada més que por eso. Estaba des- nudo. Tenia la cara y casi todo el cuerpo de un color griséceo y cu- bierto de escamas. Despedia un olor a barro y peces muertos que a veces se percibe a orillas del rio. Se qued6 mirandome, como si pre- guntara por qué lo habia obligado a dejarse ver. No atiné mds que a abrazarlo y pedirle a los gritos que se quedara conmigo. ” No! jCémo imagina que iba a tenerle asco? Hubiera querido que aquel momento durara eterna- mente, que él también me abraza- ta; pero todo lo que pudo hacer fue emitir un gemido, algo asi como un apagado susurro que salia desde afuera de su cuerpo. Las escamas eran frias y muy suaves, pero no podia separar los brazos del cuerpo. Le tuve mucha lastima, © tal vez la ldstima fue hacia mi, hacia el nifio que no tardaria de- masiado en nacer. Luego comenzd a jadear, con un estertor que fue como una ronca tos que lo tird por el suelo, hasta que cayd al pozo... El resto del dia lo pasé mirando hacia adentro, pero solo se escuchaba el ruido de la lluvia sobre las chapas. ”Como no quise abandonar la casa, mi madre vino a acompajiar- me hasta un mes después que na- ciera Sandrita. Recuerdo qué el mismo 31 de octubre, cuando vol- vi del sanatorio, encontré sobre la mesa de la cocina una especie de silla hecha en piedra liviana y per- forada. Posiblemente se trate de algo natural o de muy poco traba- jo; lo cierto es que Crisolaras pas6 por alli durante mi ausencia, y el regalo era para la nena. ”No quiero recordar cudnto he llorado en estos dos largos afios que pasaron desde la vez en que lo vi caer por el pozo; como tampoco. tiene sentido que relate las veces que corri hasta el hueco, ante el menor ruido que escuchaba. Nada de lo experimentado en todo este tiempo estd destinado a tener sen- tido. ”Posteriormente, en esos dias en que me desesperaba !a necesi- dad por saber algo suyo, iba a pasar una noche con mis padres, dando por descontado que a la vuelta encontraria algo que delata- ta su paso por la casa: ese olor a barro y peces muertos que a todos descompone y que yo quisiera sen- tir hasta el dltimo dia de mi vida, o el simple hecho de ver un diario torpemente tratado, 0 escamas en el suelo, o la forma que dejaba su cuerpo sobre nuestra cama, .. No sé si vale la pena seguirles con- tando. Un reportero se apresura a pre- guntar: — {Qué pasé justo el 25 de ma yo, que los periédicos dieron una noticia bastante confusa? —Bueno: La noche del 24 de mayo me desperté sobresaltada y con mucho dolor de cabeza. Habia estado sofiando cosas horrendas, algo asf como que Dracula, o algu- no de esos vampiros del cine, era la peluquera que me estaba peinan- do y me mordia la cabeza. Luego yo corria por un pasillo lleno de puertas y en cada una aparecian personas muy pdlidas, vestidas con ropas blancas. Al final del pasillo habia un pozo, por el que caia dando gritos, y al caer sentia que me despertaba. Totalmente sobre- saltada (para colmo Sandrita esta- ba Ilorando) fui hasta 1a cocina a tomar un vaso de agua y, al volver, descubri junto a la cuna unas man- chas de sangre muy oscuras. No fue miedo lo que senti, fue casi como si el suefio se prolongara. Luego ilamé a mis padres por telé- fono y sali a la calle con la nena. En verdad estaba desorientada. . . —Hace una breve pausa y es alli que parece recordar algo.— Ahora me doy cuenta que fue usted el que alerté a la policia. La sefiora Crisolaras comienza una discusién inGtil con el sefior Burgos, duefio del supermercado del barrio, quien por respeto no se anima a defenderse. -Los psicélogos piensan que es un tipo de descubrimiento incons- ciente —dice un periodista~ que sirve de contrapeso a la... —Por favor, no me hable de psicélogos —protesta la sefiora Cri- solaras—; se creen los duefios de la verdad. Todo lo explican por me- dio de su fantasia y pretenden que uno acepte cuanto ellos dicen. Desde que Crisolaras dej6 de vivir Las escamas del sefior Crisolaras/53 conmigo, vienen a molestarme to- dos los dias, a hablarme de trau- mas y complejos, del subconscien- te de un nifio que por culpa de la sobreproteccién paterna nunca pu- do bafiarse en una pileta de nata- cién por miedo a que se ahogara, y miles de tonteras mds. Hablan de reacciones en cadena y pretenden que el caso de mi marido tenga algo que ver con el de un farma- céutico polaco que estuvo encerra- do cinco meses en un ropero y que al cabo de ese tiempo, cuando destrozaron la cerradura, salié ca- minando en cuatro patas, para mo- rit a los pies de su madre converti- do en arafia, Realmente no sé de donde sacaron esa historia. Incluso intentan encontrar un paralelo con aquel chico de Uganda que de la noche a la mafiana comenzo a comer brasas y se le dio por croar. Claro que nunca nadie supo nada mds de él, pero ellos si, ellos lo saben todo; es mas, afirman que unos cientificos ingleses le trepana- ron el créneo y que ahora conser- van su cerebro a 184 grados bajo cero... Diganme ustedes si se les puede creer algo a semejantes men- tirosos. La sefiora Crisolaras, visiblemen- te molesta, se abre paso entre la gente, Un periodista le pide por favor que termine con su relato y le promete, en nombre de todos, que luego la dejarin tranquila. Se levantan algunas protestas de entte el grupo de curiosos. Ella prosigue con notorio fastidio: 54/Rogelio Ramos Signes —La verdad es que nunca pudi- mos saber de dénde salieron aque- las manchas de sangre, aunque los que tienen la lengua mas rapida que el cerebro dijeron que mi ma- tido se habia querido suicidar fren- te a la cuna de nuestra hija, y un montén de canalladas mas. ™Desde entonces no quise ale jarme otra vez de casa, para no permitirle que volviera a este lugar que, con tantos recuerdos, le hacia mucho dafio. Incluso abandoné el puesto del correo, porque las pre- guntas de mis compafieros de tra- bajo hubieran terminado por enlo- quecerme; asf es que acepté el ofrecimiento de llevarle los papeles a mi padre, y con eso fuimos tirando. De esa manera pasamos algunos meses de tranquilidad; la mena se fue criando linda y yo traté de olvidar lo malo para dedi- carme sélo a ella. Pero es en vano, pareciera que nunca terminaré de dar vuelta la hoja... aunque nada es eterno, y esa es mi esperanza. ” Ayer, en plena siesta, estaba regando los conejitos y begonias de aquel cAntaro cuando senti de- tris mio ese quejido que ya habia escuchado en setiembre del antea- fio pasado y que nunca pude olvi- dar. Ya ni siquiera los ojos indica- bait que aquello pudiera ser Criso- laras, Estaba parado al borde del pozo junto a una especie de mujer cubierta de escamas; algo mds bri- Hantes que las suyas, y tres nifios casi blancos. Se quedaron mirindo- me sin arriesgar ningun gesto, co- mo una estatua miltiple, aunque algo en ellos me suplicaba que no me moviera, que no pidiera ayuda, como si quisieran darme a enten- der que eran felices y que sélo con imi silencio podrian seguirlo sien- do; cuimo. si buscaran mi apoyo y mi comprensién. Y nos quedamos inméviles frente a frente, ellos mi- réndome, yo seprimiendo las lagri- mas, hasta que Sandrita comenz6 a llamarme desde ta pieza, y fueron desapareciendo de a uno, casi co- mo volando en el espacio abierto del pozo. "Eso es todo. Hoy saqué un aviso en el diario para ver si puedo vender la casa, Todavia no ha cai- do ningtin interesado, pero imagi- no que cerraré trato con el prime- ro que se presente. La duda que ahora tengo es si corresponderd que yo tape el hueco del patio, cosa que dudo mucho pueda ha- cer, © si. debo dejarlo librado al criterio del nuevo duefio. La sefiora Crisolaras anuncia que no tiene nada mds para decir. Saluda, entra en la casa con su amiga y cjerra la puerta. OTRO NINITO Brian W. Aldiss La idea central de este cuento se me ocurrié mientras leta, en un New Worlds reciente, un relato de J. G. Ballard, “Assassination Wea- pon”. Ballard se ocupa con maes- tria de varios nombres-mitos de nuestro tiempo, tales como Ken- nedy y Malcolm X; de pronto tro- pecé con un nombre del que otros se han apropiado antes que Ba- lard: el del mayor Eatherly, Para beneficio de los que feliz- mente desconocen el tema, el mayor Eatherly tuvo una vincula- cién marginal con el lanzamiento de la primera bomba atémica so- bre Japén, y mas tarde debié ser sometido a tratamiento psiquidtri- co. Se me ocurrié entonces que representaba una de las falsas le- vendas de nuestra época, la leven- da de que es posible de algun modo desistir de las armas nuclea- res sin renunciar por ello a todos los otros ingredientes de la civiliza- cién que condujeron a su creacién y hasta cierto punto las hicieron necesarias. Pensar lo contrario equivaldria a suponer que, si en 1939 los Aliados no hubiesen acu- dido en auxilio de Polonia, la Segunda Guerra Mundial habria podido evitarse. (Pero ya ven que yo mismo me muerdo la cola, pues casualmente a la bomba atémica debo mi conti- nuada existencia. ) Empero, sean los hechos cuales fueren, no cabe duda de que en torno de “La Bomba” ha florecido un sentimiento de culpa un tanto romantico, al cual es inmune, sospe- cho, la generaci6n ahora adolescen- te; esa generacién tiene, en cambio, “La Pildora’’, que plantea proble- mas de vida y muerte tan interesan- tes como los que en su momento suscité La Bomba, Espero que esta generacion no disfrute de las culpas de sus predecesoras, © 1966 by New Worlds SF ai 56/Brian W. Aldiss Lo cual nos lleva a mi pequefia historia. Se refiere especificamente a esos dos inventos rivales, y a cémo la actitud hacia el uno pue- de modificar la actitud hacia el otro. Cualquiera que haya vivido en los dias en que arrojaron La Bomba corre el riesgo de que, den- tro de otros ochenta afios, sus actitudes parezcan tan ridicula- mente anacronicas como nos lo parecen hoy las de aquellos ante- pasados nuestros que, ochenta afios atras, se oponian a la cons- truccion del Tiinel de San Gotardo aduciendo que si Dios habia pues- to alli las montafias era porque queria que cruzdramos por encima y no a través de ellas, caramba. “Otro Niflito” es un vaticinio de lo absurdos que habran de pare- cer, de aqui a tres generaciones, nuestros mds caros escripulos. W.A, El director de Zadar Smith World recogié del escritorio, con ambas manos, las doce figuritas de plasti- co, las alzé y las volvid a dejar caer sobre el escritorio. —Si —dijo—. Fantastico. Lo que nosotros hagamos tendraé que ser lo mejor. Cerré de golpe el contacto y el semblante }leno de costurones del Presidente de los Estados Unidos de Ambas Américas desaparecié de la gran pantalla de television. Los impulsos electrénicos que habian transportado la imagen siguieron pululando, como espermatozoides en la platina de un microscopio; la pantalla seguia viva; en otros mo- mentos los espermatozoides habian delineado muchos rostros famosos, Jack Gascadden de Gasgasms, Java el Payaso y una veintena de jefes de estado, Nunca hasta entonces el director de Zadar Smith World le habia dado a ninguno de ellos un si tan entusiasta; la prosperidad de la agencia no se debia a la falta de exclusividad de Zadar Morgan. Las figuritas de plastico forma- ron eses y equis y zetas y ochos y tres y otros espiralados signos abs- tractos, pertenecientes a un desco- nocido alfabeto pre-uterino, Algu- nas se engancharon en otras. Mien- tras tironeaba para separarlas, Zadar llam6é a los seis miembros del directorio. Empezaron a Ilegar, desde las diferentes oficinas, en varias partes del mundo: Saul Betatrom desde Nueva York, Dave Li Tok desde Pekin, Jerry Peran desde Singapur, Fess Reed desde Antarctic City, Mazda Onakwa desde Ibadan, Tho- ra Peabright desde Bonn. Thora era la nica mujer que ocupaba uno de esos puestos claves en las ciudades claves del mundo. Se saludaron unos a otros con una inclinacién de cabeza: por un momento, una pequefia comunidad comsat en una misma sala, y a todo color. —Acabo de recibir un pedido en firme de J. J. Spillaine —les anun- cid Zadar, Nuestro mayor encar go hasta el presente. —jNo se trataré de otro festi- val! —dijo Jerry Peran. ~Pudiera ser. Eso queda a crite- rio de Zadar Smith World. Hay una fecha para celebrar. Spillaine dice que todas las naciones la van a conmemorar, y quiere que los EEUUAA presenten el espectaculo mas grande y més adecuado. —{Qué es la fecha tan impor- tante que se celebra? — jPiénsenlo! Todos ustedes co- nocen la fecha. —Siete de setiembre —dijeron a coro. ~Me referia al afio. 2044. jLes dice algo? Todos lo miraron, perplejos. Thora Peabright aventuré, esperan- zada: —jBicentenario de Abe Lincoln o algo por el estilo? —No, pero estés cada vez mds fria. —Zadar podia ser muy causti- co, especialmente con las muje- res, El afio proximo, el dia 6 de agosto, vamos a tener que celebrar el mayor despliegue de fuegos arti- ficiales de todos los tiempos. A ustedes seis les toca resolver el como y el por qué. Llimenme cuando se les ocurra alguna idea valida. {De acuerdo? Volvié a jugar, melancélicamen- te, con los DIU. Thora Peabright se puso un ves- tido-bolsa que la dividia en cuatro segmentos desiguales pero apeteci- bles, y Hamé a Saul Betatrom. —Voy a Nueva York a verte. —¢Cdmo? {En persona? —{Por qué no? La nueva era de la gazmofierfa no ha comenzado Otro Niftito/57 ain. Podriamos trabajar juntos en este proyecto. —jEl Proyecto X! Thora, ,qué pasd el 6 de agosto de 1945? Eso fue antes de mi época. —Pregintamelo a mi. ;Es la fecha de nacimiento del Presidente Forstein? — Descubrimiento del radio? — Aterrizaje de la primera nave espacial en la luna? —jNacimiento de Arthur C. Clarke? —jFundacién de la Repiblica Escandinava? — Muerte de Grace Metallious? ‘Ho Chi Min? Picasso? — {Walter Disney? —Thora lanz6 una carcajada.— jEstamos jugando a las adivinanzas! Td lo averiguas y yo iré a verte. Salié con aire distraido del apartamento, tomé el ascensor has- ta el piso sesenta y dos y salié al tejado. A su alrededor se extendia toda Bonn, y el Rhin brillaba a un costado, sofioliento. Alld arriba, en el cielo, unas fluorescencias decian BIENVENIDO A ALEMANIA UNIFI- CADA, CUNA DE MEi. MEi era una de las empresas mas grandes del + mundo, especializada en micro-elec- tronica, Fabricaba vejigas sintéticas y otras piezas de repuesto humanas, asi como articulos varios para uso espacial, Zadar Smith World ma- nejaba su cuenta, Zarandeaba su cuenta. Un helijet la transport6 al aero puerto, donde tuvo que esperir veinte minutos la Ilegada del proxie

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