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HISTORIA DE UNA MUCHACHA DELGADA


Marco CAR

Un tiempo trabajé limpiando una “mega tienda” por las noches. Era un trabajo
pesado y aburrido. La actividad que más detestaba era pulir el piso. La máquina
que debe usarse vibra y hace mucho ruido. Para evitar ese ruido me ponía a pensar
en México, en la familia o en ella. O veía las cosas de la tienda seleccionando al
paso de los anaqueles qué productos me gustaría comprar. También miraba los
enormes anuncios pegados en lo alto de las paredes. Había uno que me miraba a
mí. Era el de una muchacha casi en los huesos, rubia, de rostro blanco y ojos
grandes que modelaba no sé que marca de Blue Jeans.

Ese anuncio estuvo todo el verano. Desde la sección de juguetes hasta el área de
ropa para damas, donde el anuncio estaba pegado, la muchacha parecía seguir con
sus ojos sin brillo mi paso con la pulidora y su zzzzzzzzz permanente. Mi amiga del
verano.

Pasé tantas veces por ese pasillo puliendo el piso, o barriéndolo o lavándolo, que a
veces parecía sostener un diálogo con la modelo del anuncio. “Necesito otro
trabajo” a veces pensaba mientras la veía en el cuadro enorme pegado a la pared. “
¿A dónde se va lo que comes”? reflexionaba cuando veía sus brazos como dos
jirones de piel colgándole.

Sus pómulos hundidos parecían los de alguien que ha sido succionado hacia
adentro de su propio cuerpo. Y pese al obvio trabajo de efectos digitales, sus ojos
no tenían ese brillo que una mano mágica le había puesto con el photoshop. Era el
rostro feliz, de una niña brillando, generado por un software.

Un día, fui a cambar los vales de descuento que la tienda daba a los empleados
para comprar no sé qué cosa sin importancia y pasé frente al anuncio. Ahí, una
muchacha norteamericana miraba a mi amiga del anuncio con atención.

Era una muchacha delgada, de la forma como las muchachas delgadas deben ser:
con la piel esponjada, los pómulos encendidos y la garganta vencida por la vida.
Apenas un lejano el esbozo de una madonna del renacimiento.

Veía a la modelo y luego se veía a ella misma en un espejo empotrado cerca de un


mostrador.

La noche siguiente, otros empleados de la tienda quitaban el anuncio mientras yo


hacía mi recorrido con la máquina zumbando. En el lugar colocaron otro anuncio,
esta vez de una niña de unos 14 años, modelando ropa de otoño. Su rostro, blanco
y brillante, también escondía en sus trazos digitales una vida succionada. Esa sería
mi amiga hasta el fin del invierno.Al salir del trabajo, tomando un café y mirando un
periódico en el Starbucks de enfrente, leo que una modelo brasileña falleció de
anorexia. La muchacha que murió no era mi amiga del verano, pero pudo ser. O
podría ser la muchacha norteamericana que se comparaba con la modelo en el
espejo. Y es que a veces no basta ser como uno mismo. Te exigen ser otro. Un
extraño, sí… pero que es más agradable para los otros…

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