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CapiruLo IV LAS MUJERES Y LA HOMOSEXUALIDAD 1, El amor entre mujeres a) El amor en los thiasoi: Safo, el partenio de Aleman y las iniciaciones femeninas Aunque en este discurso sobre la homosexualidad habiamos visto las muestras de una amor entre mujeres, luego fijamos nuestra atencién sobre la larga y més visible historia del amor entre hombres. Y no sin razones: a diferencia de la pederastia (la manifestacién més relevante de la homosexualidad griega), el amor entre mujeres, al no ser instrumento de formacion del ciu- dadano, no interesaba a la ciudad. Y, como consecuencia de ello, no tenfa espacio ni en las reflexiones de los filésofos ni, con mas raz6n, en las leyes que, como hemos 0, intervenfan en este sector de la vida sexual s6lo para impedir que un hecho cultural- mente importante como la pederastia degenerase en amores faci- les, y para castigar a los varones adultos que, violando las nor- mas, no s6lo segufan comporténdose «como mujeres», sino que lo hacfan para procurarse ganancias. Y el amor entre mujeres, que desde esta perspectiva no tenja interés alguno, permanecié como un hecho del cual sélo las mujeres siguieron hablando: asi que, lamentablemente, poco o nada se puede saber acerca de cémo vivian esta experiencia, qué espacio tenia en su vida, qué reflejos sobre su emotividad y qué consecuencias sobre su acti- tud hacia los hombres. Todo lo que sabemos de la homosexuali- dad femenina (excluyendo lo que nos dicen los hombres) lo sabemos por Safo. Hija de Escamandronimo y de Cleide, Safo naci6 en Mitilene, en la isla de Lesbos, en torno al 612 a. C.!. De familia aristocra- tica (de su hermano sabemos que fue copero en el pritaneo de Mitilene), Safo fue la esposa de un tal Cércilas, con el que tuvo una hija de nombre Cleide; y en Mitilene, donde transcurre gran ' Sobre la vida de Safo, ver R. Cantarella, Letteratura greca. Milin, 1972!2, p. 203 ss. 107 parte de su vida (entre el 604 y el 595 vivi6 en Sicilia), estuvo a la cabeza de una de aquellas asociaciones de mujeres jévenes llamadas thiasoi, sobre cuya naturaleza y funciones es necesario volver para comprender las condiciones en las cuales los amores de Safo nacian y estaban, inevitablemente, abocados a terminar, como veremos. Los thiasoi, entonces, eran comunidades de mujeres cuya existencia esté documentada, ademas de en Lesbos (donde al lado del de Safo existfan los thiasoi de sus rivales Gorgo y Andrémeda), en otras zonas de Grecia, y en especial en Espartai {De qué tipo de comunidad se trataba? Aunque a veces se de! nen asi, no eran simplemente «colegios para muchachas de bue- na familia», donde florecian entre las muchachas amores sola- mente espirituales?. Los thiasoi eran algo muy distinto y mucho mas complejo?. Eran grupos que tenian divinidades y ceremonias propias, en las que las muchachas, antes del matrimonio, vivian en comunidad una experiencia global de vida que (mds alla de las diferencias debidas a la diferente pertenencia sexual), era de alguna manera andloga a la experiencia de vida que los hombres tenian en los grupos masculinos correspondientes*. Y es en el interior de esta comunidad de vida donde las nifias recibian una educacién. Con referencia a Lesbos, en particular, la Suda nombra a tres mathe- triai, es decir, tres «discipulas» de Safo, llamada didaskalos, es decir, «maestra»’. Qué ensefiaba Safo a sus discipulas? En primer lugar, mis’ ca, canto y danza: los instrumentos que, de jovencitas incultas (lo que eran cuando Ilegaban a ella), las transformaban en muje- res de las que podfa permanecer el recuerdo: Cuando mueras, descansarés: ni un solo recuerdo guardaran de ti futuras generaciones, pues no tienes parte en las rosas de Pieria. E ignorada hasta en la casa de Hades, solamente con sombras invisibles trataras cuando de aqui hayas al fin volado® ' Plut,, Lyc., 18,9. 2. Como por ejemplo R. Flaceliére, L'amour en Gréce, p. 88 ss. 3R. Merkelbach, Saffo ¢ il suo circolo en Rito ¢ poesia corale in Grecia, Roma, 1977, p. 123 ss 4 Ver B. Gentili, Le vie di Eros nella poesia dei tiasi femminile e dei simposi, en Poesia ¢ pubblico nella Grecia antica, p. \O1 ss., y La veneranda Saffo, en ibid., p. 2855s. 5 Suid... v. Sappho. © Safo, fr. 55, Lobel-Page (trad. Ferraté). le dice Safo a una rival, que no ha aprendido de ella lo que le hubiera permitido salir de la ignorancia, y por lo tanto del olvido. Pero Safo no era solamente maestra del intelecto: de ella las nifias aprendfan también las armas de la belleza, de la seduccién y de la fascinacién: aprendian la gracia (charis) que hacia de ellas mujeres deseables. Desde este punto de vista, la definicién del circulo de Safo como «colegio para chicas bien» es correcta. Pero es sin duda insuficiente: en los «circulos» las nifias de Les- bos (y de otras ciudades, visto que junto a Safo fueron Atis de Mileto, Gongila de Colofén, Eunica de Salamina vivian una experiencia que, a nuestros ojos, es cualquier cosa menos de «nifias bien», es decir, amaban a otras mujeres. Y las amaban con un amor apasionado, vivido con especial sensibilidad y pasién, como muestran, sin dejar ninguna posibilidad de duda, las poesias que Safo, a lo largo de alos, dedic6 a sus amigas pre- dilectas: [...] Te ruego. Gongila, muéstrate con tu tinica lechosa: en torno a ti vuela el Deseo, en torno ati tan bella. Este vestido me turba al verlo: y yo me alegro es la invitacién a una amiga!. Se ha puesto la luna con las Pléyades: es medianoche y el tiempo pasa, y yo yazgo sola es, por el contrario, la vana espera del amor?. Aquel amor que, desgraciada e inevitablemente, estaba destinado a finalizar cuan- do la muchacha amada debfa dejar el thiasos para casarse: De veras, quisiera estar muerta. Ella, al dejarme, vertié muchas légrimas y decfame esto: «jAy, qué pena tan grande! Safo, créeme, dejarte me pesa>. ' Safo, fr. 22, vv. 9-14. 2 Safo, fr. 168 B Voigt (omitido por L-P). Y yo, contestando, le dije: «Ve en paz, y recuérdame. Pues sabes el ansia con que te he mimado. Y por si no, quiero recordarte... .y cudnto gozamos. A mi lado, much de violetas y rosa te cefliste al cuerpo, coronas y alrededor de tu cuello suave muchas guirnaldas entretejidas que hicimos con...flores. Y...con un perfume precioso y propio de una reina frotabas el cuerpo...»!. Luego, de nuevo otro amor: Eros me sacudié el alma como un viento que en el monte Sobre Ios arboles Cae: Y otro mas, doloroso e invencible: Otra vez Eros, el que afloja los miembros, me atolondra, dulce y amargo, irresistible bicho?. Siempre el amor en la celebérrima oda recordada por el ané- nimo de lo Sublime, muchas veces imitada (entre otros por Catu- lo), y sin duda la poesia mds famosa no s6lo de Safo, sino de toda la lirica griega: la oda por una amiga a la que Safo contem- pla mientras, olviddndose de ella, habla con un hombre, quiz4s destinado a convertirse en su marido: Me parece el igual de un dios, el hombre que frente a ti se sienta y tan de cerca te escucha absorto hablarle con dulzura y reirte con amor. ' Safo, fr. 94, vv. 1-20 (trad, Ferraté), 2 Safo, fr. 47 (trad. Ferraié). *Safo, fr. 130 (trad. Ferraté). 10 ‘Eso, no miento, no, me sobresalta dentro del pecho el coraz6n; pues cuando te miro un solo instante, ya no puedo decir ni una palabra, la lengua se me hiela, y un sutil fuego no tarda en recorrer mi piel, mis ojos no ven nada, y el ofdo me zumba, y un sudor frio me cubre, y un temblor me agit todo el cuerpo, y estoy, mas que la hierba, palida, y siento que me falta poco para quedarme muerta! Estos son entonces los acentos del amor en la poesfa de Safo. Si nos liberamos de cualquier idea preconcebida, es dificil negar que se trata de amor verdadero, en el sentido mas pleno del término. Y que se trata de auténtico amor ha sido reciente- mente puesto de manifiesto, desde un punto de vista especialisi- mo, por G. Devereux, que examinando en clave psicoanalitica la actitud y las expresiones de Safo en el fr. 31, ha lefdo los sinto- mas inequivocos de un «ataque de ansiedad»?. Safo, segtin dice, manifiesta entre otros los siguientes sinto- Safo, segtin dice, manifiesta entre otros los siguientes sinto- mas: respiracion irregular e inhibicion psicofisiologica de la palabra (pues cuando / te miro un solo instante, ya no puedo / decir ni una palabra); transtornos en la vista, probablemente de origen vascular y zumbidos en los ofdos (mis ojos no ven nada, y el ofdo / me zumba); temblor y palidez causados por el estrecha- miento de los capilares y el reflujo de sangre hacia los érganos internos ( y un temblor me agita / todo el cuerpo, y estoy, mas que la hierba, / palida): clinicamente, exactamente los sfntomas de un ataque de ansiedad. Y una vez expuesto todo esto, la con- clusién: el de Safo es amor auténtico. Pero un amor muy espe- cial. Es cierto, escribe Devereux, que las manifestaciones de ansiedad pueden acompafiar a las crisis amorosas: pero esto no impide que en las fuentes griegas, normalmente sean las crisis de ' Safo, fr. 31 (trad. Ferra. 2G. Devereux. «The Nature of Sappho’s Seizure in fr. 31 LP as Evidence of her Inver- sion», en Class. Quarterly, 20 (1970), p. 17 ss. (del mismo ver también «Greek Pseudoho- mosexuality and the Greek Miracle», en Symbolae Osloenses, 42, 1967 ;1968?, p. 70 ss). Sobre el fragmento de Sefo, y ademas para el debate provocado por las tesis de Devereux, ver G. A. Privitera, «Ambiguitd, antitesi, analogia nel fr. 31 LP di Saffo», en Quad. Urb., 8 1969, p. 37 ss; F. Manieri, «Saffo, appunti di metodologia generale per un aproccio psichia- trico», en Quad. Urb., 14 (1972), p. 46 ss. y C. Calame, Les choeurs de jeunes filles en Gré- ce archaique, 1, Roma, 1977, p. 430 y n. 160. 414 amor homosexual ( y no heterosexual), las que provoquen ata- ques de ansiedad. Consideraci6n ésta que es exacta, por una sim- ple razon: para los griegos, el verdadero amor, la pasién que pro- duce angustia y tormento, era el amor homosexual. Pero Devereux no lo cree asi. Lo que hace ansiosas a las manifestaciones de amor homosexual seria la percepcién de la «anormalidad» del sentimiento. Una anormalidad, afiade, que no contrasta totalmente con la hipétesis de que Safo fuese también una maestra y la jefa de un culto: siendo bastante frecuente, por el contrario, el caso de mujeres que, justamente por ser homose- xuales, «tienden a gravitar hacia profesiones que las ponen en estrecho contacto con muchachas, cuya parcial segregacién y considerable inmadurez psicosexual —y por lo tanto incompleta diferenciaci6n— las convierten en coparticipes voluntarias de experiencias lésbicas»!. As{f dice textualmente G. Devereux, cuya interpretacién de la homosexualidad femenina me parece sintomatica: sintomitica, siendo mds precisa, de las distorsiones a las que puede llevar el rechazo a aceptar realmente (més allé de las declaraciones de principio) la comprobacién de las dife- rencias culturales. Y , consecuentemente, valorar un aspecto del modo de vivir de un pueblo en un marco que altera su significa do y hace incomprensibles sus valores. La cultura griega de los siglos VII-VI a. c. (de la que nos estamos ocupando), no sdlo aceptaba como normal la existencia estamos ocupando), no sélo aceptaba como normal la existencia de relaciones amorosas entre mujeres en la vida de los thiasoi, sino que la formalizaba, a través de la celebracién de una cere- monia de tipo inicidtico, que unfa a dos muchachas con un lazo exclusivo de pareja, de tipo «matrimonial». Y para aclarar el sentido de los matrimonios inicidticos den- tro de los thiasoi (ademas de suministrar pruebas de su existen- cia) interviene en el siglo VII el célebre partenio de Alcman, lla- mado «del Louvre»?, compuesto por encargo para celebrar el reconocimiento en Esparta, por parte del thiasos, del amor exclu- sivo entre dos muchachas: Agido y Hagesicora. Una unién por as{ decir oficial y que, como tal, era solemnizada por la recit: |G. Devereux, «The Nature of Sappho's Seizure...» p. 31 2 Alem., fr. 3 Calame. Sobre el Partenio ver B. Gentili, «Il partenio di Alemane e amore omoerotico femminile nei tiasi spartani», en Quad. Urb., 22 (1976), p.59 ss. y Le vie di Eros... en Poesia ¢ Pubblico, p. 101 ss., M. Vetta, «Recenti studi sul primo partenio di Alcmane», en Quad. Urb., 39 (1982), p. 127 ss. Sobre las iniciaciones femeninas ver A. Brelich, Paides e Parthenoi, p. 229 ss; C. Calame, Les choeurs de jeunes files... p.420 88: Héléne (le culte d’) et Vinitiation feminine en Gréce, en Dictionnaire des Mythologies, Paris, 1981, y I! primo frammento di Alcmane, en Rito e poesia corale in Grecia, Roma, 1977, p. 101 8s.; B. Lincoln, Diventare dea; I. Chirassi Colombo, «Paides e gynaikes. Note 4 4 a per una tassonomia del comportamento rituale nella cultura attica», en Quad. Urb., n.s. 1 (1979). p. 25 ss. Tv cidn de un canto coral que (puesto que no todas las directoras de los thiasoi estaban en condiciones, como Safo, de hacerlo perso- nalmente) fue escrito por cncargo por Alcman. Pero, qué decia exactamente este canto? Agido y Hagesicora (que resulta ser la corega) aparecen, ine- quivocamente, en el papel de una pareja cuya union, ya exclusiva, deja sin esperanzas a las muchachas del coro, conscientes del hecho de que nada, ningin regalo ni ninguna tentacién podré separar a Agido de Hagesicora, y convencerla para que ame a otra: No basta la abundancia de purpura a vencerlas, niel elegante brazalete de oro en forma de serpiente, ni el tocado lidio, adorno de las muchachas de dulces parpados, ni las trenzas de Nanno, ni aun Areta, a una diosa semejante, ni Thylakfs ni Kleesithera bastan! Asi cantan. Y luego, dirigiéndose directamente a Agido: Y no irds a decirle a Ainesimbrota, en casa: «(Si yo a Astaphis tuviera, {Si yo a Astaphis tuviera, y si por mf miraran Philylla y Damareta y la amada Vianthemis!» Antes, Hagesikora es quien me rinde?. Agido, entonces, ya no confiard sus amores a Ainesimbrota (evidentemente la directora del thiasos), ya no pedira su inter- venci6n para obtener el amor de una de las compafieras: ella ama solamente a Hagesicora, para siempre. Los versos de Alcmén, sefialados ya por A. Griffiths como un canto nupcial}, celebran, en efecto, un matrimonio: pero no, co- mo pensaba Griffiths, un matrimonio heterosexual. Son —como hemos dicho— la consagracién en el interior del thiasos de una ceremonia inicidtica del tipo de las que, como testimonia Hime- rio*, eran celebradas también en el thiasos de Safo y a las cuales, siempre refiriéndose al thiasos de Safo, alude también Aristéneto’. ’ Alem,, fr. 3 Calame (rad. Ferraté). 2 Alem, fr. cit, vv. 78-82 (trad, Ferraté, Corresponde a los vv. 73-78). 3A. Griffiths, «Aleman’s Parthenion: The Morning after the Night Before», en Quad. Urb., 14 (1972), pss. 4 Himer., Or. 9, 4 Colonna = Sapph. Test. 194 Voigt. 5 Aristaenet., Ep... 10 - Sapph. ad fr.71 Voigt. Sobre todo esto ver mas extensamente B. Gentili, Le vie di Eros, pp. 106-107. En este punto, y tras haber comprobado que los amores entre mujeres nacian en un contexto inicidtico (como eran sin duda los «circulos» femeninos), ges licito establecer un paralelo con la homosexualidad masculina? Recientemente, B. Sergent ha puesto de relieve una serie de rasgos en comin entre las iniciaciones femeninas y las masculi- nas. Igual que los muchachos pasaban un periodo de segregacion lejos de la comunidad, aprendiendo a cazar y hacer la guerra, asi las muchachas se reunfan en los Ifmites de la ciudad, en las zonas fronterizas: en Karyai, entre Laconia y Arcadia, 0 en Lim- nai, entre Laconia y Mesenia, si eran espartanas; en Brauron, una de las localidades del Atica mas alejadas de la ciudad, si eran atenienses. En estos lugares (donde se levantaban santuarios a propésito) pasaban un periodo de segregacién, exactamente igual que hacian los jévenes varones, y en este contexto se establecfan las relaciones amorosas entre la maestra y alguna de sus discipu- las. Pero una vez expuesto y comprobado todo esto, yo no me arriego a compartir la conclusién que extrae Sergent: que el mas antiguo testimonio sobre la homosexualidad (el de Safo) liga ins- titucionalmente el amor entre mujeres al rito de paso fundamen- tal en la vida femenina, que es el matrimonio. Ciertamente como ya habfamos sefialado, los amores entre mujeres (los que conocemos), nacian durante el perfodo de la vida femenina destinado institucionalmente a marcar el paso de la muchacha de la clase de las doncellas a la de las mujeres casa- das. Pero todavia salta a la vista una diferencia fundamental entre los amores femeninos y los masculinos; el amor inicidtico para los muchachos era amor por un adulto. Para las chicas, por el contrario, era unas veces amor por la maestra, otras (como demuestra el partenio de Aleman), amor por una coeténea. La funcién pedagégica, que en las iniciaciones masculinas estaba confiada directamente a la relacion de amor, en las femeninas parece resultar en primer lugar del complejo de la vida comuni- taria, en el interior de la cual la relacién homosexual, incluso institucionalizada por un matrimonio ritual (como en el caso de Agido y Hagesicora) parece —mis que relacién pedagégica— la libre expresiOn de un sentimiento bilateral, que daba vida a una relacién paritaria entre dos personas que se escogian reciproca- mente, ninguna de las cuales tenia autoridad sobre la otra, o ctimulo de experiencias que transmitirle!, A esto se aflade que, en el marco de las iniciaciones masculi- nas, la rclacién homosexual pucde ser explicada de distintas maneras, pero de todos modos puede ser explicada. | Haciendo referencia a Safo, C. Mossé habla de «pederastia» femenina en Saffo di Les- bo, en L'amore € la sessualitd (a cargo de G. Duby), p. 51. Pero cuando se piensa més generalmente en la experiencia de los thiasoi, a 1a luz de todo lo que se ha visto en el texto, Parece que deba evitarse la expresion. Segtin Bethe, como hemos visto, el amante, al someter al ama- do, le habria «inspirado», transmitiéndole su esperma, la potencia viril. Otros creen que la sodomizaci6n era un acto de sumisién del joven varén al adulto, una especie de humillacién necesaria para ser admitido en el grupo de los que, dominando, tenjan el poder. Pero, ;qué significado simbdlico y social podia tener el amor entre mujeres? El amor entre mujeres es paritario, no prevé la sumision, no puede simbolizar transmision de potencia (ni siquiera la de generar la Gnica potencia de las mujeres). Ningtin posible significado simbélico, entonces. Y bien mira- do ningun posible significado social: la mujer, con el matrimo- nio, no entra en un grupo de edad superior que tiene poder sobre las personas de edad inferior del mismo sexo. Entra en Ia familia del marido, donde esta sometida a éste y a los demas hombres que forman parte del oikos. En este marco, si una relacién sexual puede tener sentido como acto inicidtico es una relacién hetero- sexual quizds simbolizada en un rito!. No, ciertamente, una rela- cin con otra mujer. En conclusion: yo no quiero negar el valor iniciatico de los circulos femeninos. Lo que me pregunto, sin embargo, es si es licito, a la luz de las consideraciones expuestas hasta aqui, pen- sar en la relaci6n homosexual como en un momento de la inicia- cién femenina para el matrimonio. Y creo que la respuesta debe ser negativa. La relacién homosexual, incluso estando ligado , 1 i el paso de las muchachas del estado de doncellas al de mujeres casadas, me parece que carece del valor pedagégico ins- titucional confiado, dentro de las iniciaciones masculinas, a la relaci6n con otro hombre. La relacién homosexual femenina era muy diferente de la que ligaba al iniciando varén a su amante adulto, inevitablemente marcada por una disimetria de papeles dentro de la cual la sumi- si6n fisica e intelectual del muchacho era una condicién necesa- ria para la realizacién de la indispensable funcién pedagégica. Tengo la sensacidn, en suma, de que la homosexualidad femeni- na, que en los thiasoi encontraba las mayores posibilidades de expresarse como libre relacién afectiva, haya sido construida desde el exterior —es decir, por los hombres—, sobre el modelo de la pederastia. No es una casualidad, creo yo, que sea un hombre como Plu- tarco el que enfatice el aspecto pedagdgico de las relaciones ' Cul podria ser el rito que simboliza 1a relaci6n sexual se discute en E. Cantarella, «! Es «el lecho», entonces, la tinica fuerza capaz de provocar la rebelién de las mujeres. Y «lecho> es, en la tragedia, la palabra clave para entender cémo se vivfa la relacién matrimonial o paramatrimonial. Pensemos solamente, y ante la imposibilidad de alargarnos sobre el asunto, en el significado de «lecho» en una tragedia que tiene como protagonistas a dos mujeres, la Andrémaca de Euripides. Andrémaca, tras la muerte de Héctor, fue asignada como botin de guerra a Neoptélemo, que la tiene como concubina. Hermione, esposa de Neopt6lemo, hija de Helena y Menelao, la acusa de haber provocado con malas artes su esterilidad, y apro- vechando la ausencia de su marido participa en un complot para matar a su rival y al hijo que ésta ha dado a Neoptélemo. Pero el plan falla y Hermione, para evitar la ira de su marido, huye con Orestes, al cual habia estado prometida antes de casarse con Neoptdlemo. Este es cl argumento de la tragedia, més alla del cual lo que para nosotros es del mximo interés es la actitud de las dos muje- res. Andrémaca no ama a Neopt6lemo, y sigue considerando a Héctor su auténtico «esposo»: pero defiende su status de concu- bina. Hermione, que por celos estaba dispuesta a cometer dos homicidios, no da ninguna muestra de dolor cuando Orestes le dice haber urdido una conjura para matar a Neoptdlemo. El tinico objeto de la disputa es «el lecho», palabra clave que aparece veinte veces en la tragedia. Y «el lecho», justamente, es en pri mer lugar la seguridad social, tanto para las esposas como para las concubinas*: una seguridad —entonces—, que el eromenos del marido (0 del amante) no les habria podido quitar. Los paides, en suma, no eran auténticos rivales para las mujeres. Eran autén- ticos y peligrosos rivales sélo para las hetairas, las compajieras de la vida social del hombre griego: a las hetairas los paides les podian quitar no s6lo la atencién de sus m4s 0 menos ocasionales clientes, sino también la posibilidad de ganancia, y por lo tanto de subsistencia. Y un indicio de la rivalidad que enfrentaba a esta categoria de mujeres a los efebos puede apreciarse facilmente en un /dilio de Teécrito, cuando Simiquidas augura que un dfa el bello Filino, que hace sufrir a Arato, enamorado de é1, conoceré a ' Bur,, Med., 253-266 (trad. col. Austral, Madrid, 1977). 2Sobre este punto ver E. Cantarella, L’'ambiguo malanno, pp. 100-101, con consideracio- nes sobre el segundo significado del «lecho>, la palabra que indica tambien el vinculo—peli- grosfsimo— entre la mujer y la naturaleza, sobre lo que volveremos en breve. (UY su vez las penas del amor: «Pero no lo veis, esta més maduro que una pera y las mujeres ya se burlan de él; diciéndole: jdulce Fili- no, han caido tus bellas flores Las mujeres, dice Tedcrito: pero, gpodrfan las «mujeres de bien» utilizar este lenguaje? ¢Cémo habrian podido, encerradas en sus gineceos, saber en qué punto de madurez estaban «las flo- res» de Filino? En qué ocasiones habrian podido encontrarlo y hacerlo objeto de sus burla: A pesar de la mayor libertad de la época helenjstica, en la que Teécrito escribe, es muy dificil que las mujeres en cuestién no fuesen hetairas. tpl 3. La homosexualidad femenina vista por los hombres Como ya hemos visto, es muy dificil, una vez superado el perfodo de homosexualidad «inicidtica», imaginar qué podfa sig- nificar para las mujeres griegas el amor por otras mujeres, esta- blecer qué espacio y qué papel tenfa en su vida. Pero no es nada dificil, por el contrario, saber qué pensaban los hombres de las mujeres que se amaban. Aunque escasas, las referencias son clarisimas. Comenzando por el conocido mito de Platén sobre el origen de los sexos en el endo hombres y mujeres la mitad de un ser origina- rio (que era —como ya sabemos— o un doble hombre o una doble mujer o un andr6gino), y puesto que cada uno de los seres reducidos busca la propia mitad, los que descienden del andrégi- no son heterosexuales, mientras que los que descienden de seres que originariamente tenian dos sexos masculinos 0 dos femeni- nos son homosexuales, y buscan respectivamente otro hombre u otra mujer. Con una diferencia, sin embargo: que los hombres atraidos por otros hombres son los mejores, los tinicos capaces de ocuparse de la cosa publica, los Gnicos que, justo porque aman al que es su igual, alcanzan la plenitud del ser. Las mujeres atraidas por otras mujeres, por el contrario, son «las tribades». Una palabra de significado inquietante: las tribades eran mujeres salvajes, incontrolables, peligrosas. Lo que nos queda por preguntarnos es si la imagen de las mujeres homosexuales permanccié inalterada cn el tiempo, o si cambié de algtin modo, y en qué sentido. Pero vuelve a aparecer aqu/ el problema de la falta de fuentes: tras Platén, cae el silen- cio sobre el asunto, y la Ginica rendija que permite obtener alguna informacion se abre a muchos siglos de distancia, con Luciano de Samosata. 'Te6er., Id, VIL, 1205s. 15 En una obra ciertamente auténtica (a diferencia de los Amo- res, que le fue atribuida pero no es suya), Luciano afronta direc- tamente el asunto de la homosexualidad femenina. En uno de los Didlogos de las cortesanas, para precisar el quinto, Clonarita y Leena (dos cortesanas), se intercambian con- fidencias. Clonarita ha oido decir que Leena es la amante de una rica mujer de Lesbos, Megila, que la ama hosper andra, como un hombre. Y Leena lo admite, pero diciendo que se avergiienza, porque es algo anormal (allokoton). Pero a Clonarita no le basta sta confesién: quiere saber qué clase de mujer es Megila: he deinos andrike, tesponde Leena a Clonarita. Es terriblemente varonil!, Y entonces, cediendo ante la insistencia de su amiga, Leena cuenta cé6mo empezé la historia: Megila habia organizado una fiesta, junto con su amiga Demonasa de Corinto, y habian llamado a Leena para tocar la citara. Pero la fiesta termino tarde, y Leena fue invitada a dormir con Megila y Demonasa, que, al quedarse a solas con ella, habfan comenzado a besarla y a inten- tar acercamientos cada vez mas audaces, hasta que Megila, ya muy excitada, se quité la peluca, dejando ver una cabeza com- pletamente rapada, como un atleta, y dijo ser en realidad un hombre, y vivir con Demonasa como con una esposa. Pero Megila no era un hombre en el sentido fisico del término: a Lee- na, que se lo preguntd, le dijo que no tenia to andreion («la cosa que tienen los hombres»). No necesitaba esa «cosa» masculina: tenia una manera propia, muy placentera, de hacer de marido. He nacido mujer como todas vosotras, dijo Megila, pero mi mente (gnome), mis deseos (epithimia) y todo lo demas (talla panta) son los de un hombre. Entonces pidié a Leena que le dejase demostrarle que no era menos que un hombre (ouden endeousan me ton andron): y Leena se lo permiti6. Pero a pesar de la in tencia de su amiga Clonarita, Leena no quiso contar los detalles de la historia: estos detalles —dice— son aischra (vergonzo- sos)?. El didlogo es muy significativo: en primer lugar, me parece, por la caracterizacién de Megila, una mujer que se rasura el cabello para parecer un hombre y que, por declaraciOn explicita de Leena, es «terriblemente varonil». En realidad, la de Megila es la descripcién, més que de una homosexual, de una «travesti- da». A diferencia de los pederastas, los de aspecto mds viril de entre todos los hombres, las mujeres homosexuales pierden las caracteristicas naturales de su sexo, son una especie de caricatu- ra de los varones y aparecen como un fenémeno de la naturaleza, HLue., Mer., 289. 2 Luc., Mer., 290-292. 106 que revela a primera vista su monstruosidad. ~Y Leena, que se deja seducir? No por casualidad es una cortesana. No por casua- lidad no se ha convertido en amante de Megila ni por amor ni por pasién: como dice explicitamente, ha sido atrafda por los ricos regalos de la mujer!. A los amores homosexuales se entre- gan entonces las prostitutas. E incluso mujeres tan sin prejuicios como las prostitutas saben que amar a otra mujer es un compor- tamiento imperdonable: ademas de decirlo explicitamente, Leena enrojece al hablar de su aventura. A siglos de distancia, la connotacién negativa de la homose- xualidad femenina y su condena (incluso en un didlogo como éste, cualquier cosa menos moralizante) emergen con la misma claridad con la que emergen en las escasas e inexorables pala- bras de Platén. ae ‘Titulo original: Secondo Natura © Editori Riuniti, 1988 Para todos los paises de habla hispana, © Ediciones Akal, S.A., 1991 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrején de Ardoz Telfs.: 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Madrid - Espafia ISBN: 84-7600-994-1 Deposito legal: M. 34729-1991 Impreso en GREFOL, S. A., Pol. II - La Fuensanta Mostoles (Madrid) Printed in Spain

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