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Como partido político que somos, desde CREE sabemos de la importancia de dotar
nuestro ser y nuestra actividad conforme a una reflexión profunda del día de hoy en el plano
del movimiento estudiantil y obrero. Así, y sólo así; sabremos en cada caso el camino a
tomar, con independencia de estar más o menos acertados. Somos marxistas revolucionarios
que entendemos que no existen verdades eternas más que aquellas que la burguesía necesitó
defender en cada momento histórico de su dominación como clase y que nuestro bagaje
teórico no responde a una esencia monolítica y doctrinal; sino que es fruto de una reflexión
colectiva que se enriquece a cada momento con diferentes aportes de nuestros militantes y
simpatizantes.
El transcurrir de los años procuró la extensión de estas ideas, con un auge capitalista
similar al que podemos encontrar hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX en el
que fermentaron los Bernstein y demás. La clase obrera quedaba paralizada, postrada.
Integrada cada día más en el sistema económico que, según Marx, era promotor de su
pauperización, no requería levantar grandes cambios, sino subordinar acciones a intereses
mezquinos y a años luz del carácter revolucionario que le atribuimos los marxistas.
Ningún proceso es, en definitiva, irreversible. La dialéctica histórica es más fuerte que las
centrales sindicales, que los partidos socialistas y los partidos comunistas estalo-
socialdemocratizados; como la esencia del capitalismo lo es respecto a las distintas
manifestaciones que en cada caso pueda desarrollar. La riqueza creaba miseria, una miseria
galopante que era parcheada a base de extender un crédito que terminó por hacer saltar la
banca cuando su debacle no era sino expresión de la debacle del sistema de producción
sobre la cual se sustenta. Se han hecho mil y un análisis de la crisis en la que nos hallamos
sumergidos actualmente, pero siempre nos aparecerá el mismo dilema de intentar atribuir la
causa ulterior de la misma al sistema financiero: ¿sobre qué base se cimenta el sistema
financiero? La crisis de sobreproducción es inherente al propio capitalismo. De hecho es,
resueltamente, necesaria para el mismo en la medida en que facilita la concentración
capitalista y refuerza al sistema cara a los años posteriores en los que vivirá en un continuo
proceso de crecimiento y acumulación que le llevará hacia una nueva crisis,
indefectiblemente. Es por ello que el capitalismo no puede venirse abajo por sí mismo, tiene
que existir la voluntad de derrotarlo por parte del proletariado, verdadero agente histórico
del cambio social, político y económico en la medida en que su trabajo siga siendo
enajenado por el capitalista; y el capitalista seguirá enajenando su trabajo hasta que el
proletariado no sea capaz de derrocar el sistema que le oprime y aliena. Esto nos lleva a
preguntarnos, ¿qué ha sido del proletariado en estos años?
El desarrollo del nivel de vida de las clases populares en la mayor parte de los países
industrializados a partir de los años setenta fue producto de un desarrollo capitalista sin
parangón que requería cada vez más resueltamente la integración social del proletariado para
legitimarse a sí mismo. Si no valía la pena decir que existía la clase obrera para sí misma,
los acontecimientos llevaron incluso a preguntarse si existía la clase obrera en sí misma
puesto que se desplazó al trabajador de las actividades productivas a las improductivas
como expresión de tal desarrollo económico. La apropiación del trabajo por parte del
capitalista parecía haber desaparecido, pero en la medida en que existe salario; que existe
una clase que vende su fuerza de trabajo para subsistir puesto que no posee los medios de
producción, hablamos de proletariado.
¿Y qué hay de los estudiantes? Antaño líderes de los movimientos subversivos pese a su
condición de clase media (acomodada) en incluso burguesa; hoy se hallan a sí mismos
narcotizados en un grado tal que nunca antes había sido conocido. Mientras la gran mayoría
se resigna y reniega de hacer nada; la minoría se mueve sin orientación ninguna, en
devaneos hacia la izquierda o la derecha; atendiendo a lo inmediato y factible, dejando las
grandes cuestiones para que figuren en los libros que pueblan sus bibliotecas. La dirección
del movimiento ha quedado en manos los jefes del clan; que tienen perros a su alrededor que
ladran cuando les toca ladrar, muerden cuando les toca morder y convocan asambleas
despobladas que son aprovechadas para guiar a las fuerzas por el terreno que ellos desean y
legitimarse ante los demás.
En el caso concreto del Estado español estamos yendo hacia atrás, como los cangrejos.
Cuando en el resto de Europa se lucha por la supresión de Bolonia, aquí se decide plantear el
combate conforme a las consecuencias derivadas del EEES. Una actitud derrotista recorre a
la vanguardia que decide actuar sobre la parte para dejar intacto el todo. Cuando en el resto
del mundo se afluye, aquí se refluye. El movimiento de Bolonia fue un fracaso estrepitoso
que no sólo tuvo su razón de ser en el apoliticismo declarado de muchos; sino porque la
orientación que se le entregó fue absurda también por parte de los “politizados” como el
Sindicato de Estudiantes o Izquierda Anticapitalista. Ni se respetaron decisiones de las
Asambleas (supremos órganos de representación estudiantil directa), ni el movimiento se
encaminó por los cauces anti-administrativos ni se sabía realmente qué era eso de Bolonia.
Aunque, y por encima de todo, entendemos que fue el hecho de elevar a la categoría de
deidad el plan educativo anterior el verdadero factor de derrota; ya que supuso no saber
articularse con un movimiento obrero al que se le podría haber insuflado mucha vida y el
haber llevado a innumerables fuerzas de cambio por el camino del reformismo estéril.
El curso que viene será el curso en que el EEES tomará definitivamente forma y las
expectativas no son halagüeñas. Derrota tras derrota, los estudiantes están cansados de
pelear; y si no se logra hacer entender que la debacle capitalista y las reformas en los planes
de estudio son dos aristas de un mismo cuadrado volveremos a caer en la indefensión
aprendida, las luchas intestinales y las categorizaciones excluyentes (los licenciados frente a
los graduados, etc.). Pero no es tarea fácil. No sabemos qué nos espera a la vuelta de las
vacaciones, si algo así como el Art. 27 que logre movilizar a amplios sectores del
estudiantado o un momento de aparente “paz” que haga, si cabe, más difícil la labor de
promoción de asambleas y de lucha por parte de las minorías revolucionarias que, como el
CREE, trabajamos en las clases que también nosotros cursamos.
No podemos definir programáticamente cómo debemos actuar en cada caso que se nos
plantee, pero tener como horizonte el de hacer comprender, desde nuestra posición marxista,
el por qué de las cosas nos puede ayudar mucho en el duro camino que nos lleva hasta la
aceptación y defensa de nuestro programa por parte de los estudiantes. El trabajo con los
hijos del proletariado, con aquellos que se muestran abiertos al diálogo fraterno; el rechazo a
cualquier forma de “delegacionismo” y delación y una actitud coherente con nuestros
postulados marxistas y proletarios son los estandartes que deben dirigir nuestra actuación.
Nacidos en un momento de reapertura del conflicto social, creemos necesario llevar éste a
las aulas en las que nos movemos y participamos. De no hacerlo, no lograremos jamás
articular orgánicamente las reivindicaciones obreras y estudiantiles; y la medianoche, no ya
en el continente, sino en el mundo entero, volvería a caer durante largo tiempo sobre
nuestras cabezas.