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5-6-2010

Colectivo Revolucionario Espartaquista Estudiantil


Los primeros pasos de un partido son siempre titubeantes y no poco arbitraristas. La
dificultad de consolidar una acción decidida y orientada hacia un objetivo determinado
estriba en que no siempre se analizan las circunstancias que definen el momento histórico en
relación al objetivo perseguido. Comprendido esto, la necesaria reflexión sobre el dónde nos
encontramos debe llevarnos pues a un estadio superior de fundamentación teórica, la única
guía válida de nuestros pasos y el aval que respalda nuestra posición y acción.

Como partido político que somos, desde CREE sabemos de la importancia de dotar
nuestro ser y nuestra actividad conforme a una reflexión profunda del día de hoy en el plano
del movimiento estudiantil y obrero. Así, y sólo así; sabremos en cada caso el camino a
tomar, con independencia de estar más o menos acertados. Somos marxistas revolucionarios
que entendemos que no existen verdades eternas más que aquellas que la burguesía necesitó
defender en cada momento histórico de su dominación como clase y que nuestro bagaje
teórico no responde a una esencia monolítica y doctrinal; sino que es fruto de una reflexión
colectiva que se enriquece a cada momento con diferentes aportes de nuestros militantes y
simpatizantes.

Y es precisamente de esta labor de encuentro, debate y análisis de la que obtenemos los


planteamientos que, a continuación, expondremos. Marx dijo que el movimiento obrero está
continuamente criticándose a sí mismo, y que es sólo este camino el que debe de ser
adoptado para lograr comprender cada derrota sufrida (y son muchas ya desde que se
pronunciara esta sentencia) y acercarnos cada vez más al objetivo final de la clase
revolucionaria: la conquista del poder político, la transformación de las relaciones de
producción y, en definitiva, el logro de este estadio superior de evolución social al que
llamamos comunismo. Pese a todo, son demasiados aspectos los que quedan fuera de
nuestro análisis, el cual hemos intentado orientar hacia todas aquellas cuestiones que
concebimos como cruciales a día de hoy. El escueto análisis que venimos a aportar no
supone, sin embargo, que nos cerremos al debate y la discusión sobre la historia de nuestra
clase y de su movimiento de emancipación histórico; pero una orientación activa nos
conmina a apartar provisionalmente tales para lograr conectar orgánicamente con las
necesidades, preguntas, ideas y demás que el proletariado y el estudiante se plantean.

Partimos de la situación del movimiento de la clase revolucionaria en la actualidad. Los


movimientos sociales de la última década han venido a converger en las condiciones
particulares del desarrollo económico y político del continente latinoamericano. La
antiglobalización (antes, alterglobalización) tenía por máxima la necesidad de un cambio
social a nivel mundial tal y como se estaba orquestando en América Latina, en el que
gobiernos colaboracionistas (abierta o subrepticiamente) de Estados Unidos estaban dejando
paso a gobiernos de “izquierdas” con tiznes populistas, demagógicos y que tenían como
referente la bandera de la defensa de los derechos humanos burgueses, el antiimperialismo
yankee y “el ejemplo cubano” cuando éste no era tal. Ciertamente, llovía sobre mojado:
cualquier gobierno, de izquierdas o de derechas, entra en el juego del circo capitalista
mundial y, elevado a su condición por los sectores populares que decía representar, se
convierte en el más fervoroso defensor de los derechos de la clase capitalista. El
bonapartismo como tal se nos aparece es, en estos casos, expresión de la verdadera
naturaleza burguesa del Estado. Tanto da derecha o izquierda, “democracia” o fascismo; el
capital siempre es el capital y en cada caso adoptará las formas que más le convenga a fin de
garantizar su propia subsistencia.

Pese a lo antes descrito, todas las esperanzas de la nueva izquierda “post-moderna” se


concentraban en América Latina. Hasta el régimen estalinista de Castro era visto con otros
ojos. Por supuesto, el Ché seguía vendiendo camisetas como si de una estrella del rock se
tratase, ahí nada más que objetar. Será la crisis de las empresas punto com de principios del
siglo XXI la que refuerce la idea de que otro modelo distinto es posible sin derribar las bases
de producción burguesas, sin derrocar por la violencia el poder burgués y, en definitiva, sin
hacer nada más que ir integrándose paulatinamente en un proceso pacífico de cambio
marcado por un voluntarismo ciego con el que se pretendía cambiar el mundo sin cambiarlo.
El capitalismo estaba bien, lo que no lo estaba tanto era el neoliberalismo, o su carácter
financiarizado; o cualquier otro aspecto. Se tomaba la parte en vez del todo y la crítica se
dirigía a tal o cual dimensión; sin abordar la cuestión de raíz. En definitiva, la lucha de
clases marcaba esta nueva forma de entender el capitalismo; que no sólo era expresión de los
intereses contrarrevolucionarios de los agentes de la burguesía de los partidos de izquierdas
e “izquierdistas”, así como sus sindicatos; sino de un momento de retroceso en las luchas sin
final anunciado que era caldo de cultivo para que todo tipo de oportunismo viniera a
encontrar eco en las filas de los trabajadores.

El transcurrir de los años procuró la extensión de estas ideas, con un auge capitalista
similar al que podemos encontrar hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX en el
que fermentaron los Bernstein y demás. La clase obrera quedaba paralizada, postrada.
Integrada cada día más en el sistema económico que, según Marx, era promotor de su
pauperización, no requería levantar grandes cambios, sino subordinar acciones a intereses
mezquinos y a años luz del carácter revolucionario que le atribuimos los marxistas.

Ningún proceso es, en definitiva, irreversible. La dialéctica histórica es más fuerte que las
centrales sindicales, que los partidos socialistas y los partidos comunistas estalo-
socialdemocratizados; como la esencia del capitalismo lo es respecto a las distintas
manifestaciones que en cada caso pueda desarrollar. La riqueza creaba miseria, una miseria
galopante que era parcheada a base de extender un crédito que terminó por hacer saltar la
banca cuando su debacle no era sino expresión de la debacle del sistema de producción
sobre la cual se sustenta. Se han hecho mil y un análisis de la crisis en la que nos hallamos
sumergidos actualmente, pero siempre nos aparecerá el mismo dilema de intentar atribuir la
causa ulterior de la misma al sistema financiero: ¿sobre qué base se cimenta el sistema
financiero? La crisis de sobreproducción es inherente al propio capitalismo. De hecho es,
resueltamente, necesaria para el mismo en la medida en que facilita la concentración
capitalista y refuerza al sistema cara a los años posteriores en los que vivirá en un continuo
proceso de crecimiento y acumulación que le llevará hacia una nueva crisis,
indefectiblemente. Es por ello que el capitalismo no puede venirse abajo por sí mismo, tiene
que existir la voluntad de derrotarlo por parte del proletariado, verdadero agente histórico
del cambio social, político y económico en la medida en que su trabajo siga siendo
enajenado por el capitalista; y el capitalista seguirá enajenando su trabajo hasta que el
proletariado no sea capaz de derrocar el sistema que le oprime y aliena. Esto nos lleva a
preguntarnos, ¿qué ha sido del proletariado en estos años?

El desarrollo del nivel de vida de las clases populares en la mayor parte de los países
industrializados a partir de los años setenta fue producto de un desarrollo capitalista sin
parangón que requería cada vez más resueltamente la integración social del proletariado para
legitimarse a sí mismo. Si no valía la pena decir que existía la clase obrera para sí misma,
los acontecimientos llevaron incluso a preguntarse si existía la clase obrera en sí misma
puesto que se desplazó al trabajador de las actividades productivas a las improductivas
como expresión de tal desarrollo económico. La apropiación del trabajo por parte del
capitalista parecía haber desaparecido, pero en la medida en que existe salario; que existe
una clase que vende su fuerza de trabajo para subsistir puesto que no posee los medios de
producción, hablamos de proletariado.

Ajeno al movimiento pequeño-burgués de la antiglobalización, los años oscuros de los


noventa y principios del siglo XXI los pasó sin saber a qué atenerse. Cada vez más postrado
al sistema, su servilismo cerril a los explotadores aumentaba. Pero la pauperización que
siguió a un proceso aparentemente definitivo e irrevocable de crecimiento y mejora despertó
en él la conciencia de la necesidad de luchar. Y pronto se vio sometido, de nuevo, a la
postración y la frustración a sabiendas que los sindicatos estaban vendidos, los partidos
políticos tradicionales también y no había esperanza salvo en dejar el mundo discurrir y
saberse incapaz de cambiar, sin poder tampoco regresar a las condiciones de antes. Así se
entiende que los partidos socialistas y comunistas no se hayan “masificado” (como aún
creen muchos trotskistas que ocurrirá); ni que las luchas sean faraónicas ni que la conciencia
de la lucha por el socialismo sea la bandera que guía la acción. El proletariado está luchando
ahora mismo en lo concreto, dirigidos por los agentes de la burguesía que, en cada caso, le
hace estrellarse contra el muro de piedra del sistema. El señor Hugo Chávez Frías es un buen
ejemplo de esto, como lo es el que llevemos ¡diez huelgas generales! en Grecia y Papandreu
siga adelante con el durísimo recorte de los derechos de los trabajadores que ha planteado
dirigido desde las esferas del BCE y el FMI. Nada más lejos de la realidad que aún podamos
definir este momento, tomando las palabras de nuestros compañeros de Corriente
Comunista Internacional, como un periodo de transición. Aún hay un largo camino que
recorrer pero el desarrollo de la combatividad obrera basado en la predisposición a la acción
y el debate es el factor clave para entender que las cosas no quedarán como están.

¿Y qué hay de los estudiantes? Antaño líderes de los movimientos subversivos pese a su
condición de clase media (acomodada) en incluso burguesa; hoy se hallan a sí mismos
narcotizados en un grado tal que nunca antes había sido conocido. Mientras la gran mayoría
se resigna y reniega de hacer nada; la minoría se mueve sin orientación ninguna, en
devaneos hacia la izquierda o la derecha; atendiendo a lo inmediato y factible, dejando las
grandes cuestiones para que figuren en los libros que pueblan sus bibliotecas. La dirección
del movimiento ha quedado en manos los jefes del clan; que tienen perros a su alrededor que
ladran cuando les toca ladrar, muerden cuando les toca morder y convocan asambleas
despobladas que son aprovechadas para guiar a las fuerzas por el terreno que ellos desean y
legitimarse ante los demás.

En el caso concreto del Estado español estamos yendo hacia atrás, como los cangrejos.
Cuando en el resto de Europa se lucha por la supresión de Bolonia, aquí se decide plantear el
combate conforme a las consecuencias derivadas del EEES. Una actitud derrotista recorre a
la vanguardia que decide actuar sobre la parte para dejar intacto el todo. Cuando en el resto
del mundo se afluye, aquí se refluye. El movimiento de Bolonia fue un fracaso estrepitoso
que no sólo tuvo su razón de ser en el apoliticismo declarado de muchos; sino porque la
orientación que se le entregó fue absurda también por parte de los “politizados” como el
Sindicato de Estudiantes o Izquierda Anticapitalista. Ni se respetaron decisiones de las
Asambleas (supremos órganos de representación estudiantil directa), ni el movimiento se
encaminó por los cauces anti-administrativos ni se sabía realmente qué era eso de Bolonia.
Aunque, y por encima de todo, entendemos que fue el hecho de elevar a la categoría de
deidad el plan educativo anterior el verdadero factor de derrota; ya que supuso no saber
articularse con un movimiento obrero al que se le podría haber insuflado mucha vida y el
haber llevado a innumerables fuerzas de cambio por el camino del reformismo estéril.

El curso que viene será el curso en que el EEES tomará definitivamente forma y las
expectativas no son halagüeñas. Derrota tras derrota, los estudiantes están cansados de
pelear; y si no se logra hacer entender que la debacle capitalista y las reformas en los planes
de estudio son dos aristas de un mismo cuadrado volveremos a caer en la indefensión
aprendida, las luchas intestinales y las categorizaciones excluyentes (los licenciados frente a
los graduados, etc.). Pero no es tarea fácil. No sabemos qué nos espera a la vuelta de las
vacaciones, si algo así como el Art. 27 que logre movilizar a amplios sectores del
estudiantado o un momento de aparente “paz” que haga, si cabe, más difícil la labor de
promoción de asambleas y de lucha por parte de las minorías revolucionarias que, como el
CREE, trabajamos en las clases que también nosotros cursamos.

No podemos definir programáticamente cómo debemos actuar en cada caso que se nos
plantee, pero tener como horizonte el de hacer comprender, desde nuestra posición marxista,
el por qué de las cosas nos puede ayudar mucho en el duro camino que nos lleva hasta la
aceptación y defensa de nuestro programa por parte de los estudiantes. El trabajo con los
hijos del proletariado, con aquellos que se muestran abiertos al diálogo fraterno; el rechazo a
cualquier forma de “delegacionismo” y delación y una actitud coherente con nuestros
postulados marxistas y proletarios son los estandartes que deben dirigir nuestra actuación.
Nacidos en un momento de reapertura del conflicto social, creemos necesario llevar éste a
las aulas en las que nos movemos y participamos. De no hacerlo, no lograremos jamás
articular orgánicamente las reivindicaciones obreras y estudiantiles; y la medianoche, no ya
en el continente, sino en el mundo entero, volvería a caer durante largo tiempo sobre
nuestras cabezas.

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