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rase una vez un rico mercader

que tena seis hijos: tres varones y tres


doncellas. Siendo un hombre de gran
inteligencia, los instrua en las ms amplias
disciplinas sin reparar en costes. La belleza
de sus hijas era inconmensurable, pero era
la ms joven de las tres la ms hermosa
de todas ellas. Ya desde nia, todos la
admiraban y conocan como la pequea
Bella; sobrenombre que, a medida que
fue creciendo, qued simplemente en
Bella, despertando los celos de sus dos
hermanas.

No solo era la menor mucho ms


bonita que ellas, sino tambin la ms
dulce y bondadosa. En cambio, las
hermanas mayores, debido a la gran
riqueza que albergaba la familia, carecan
de humildad y eran muy orgullosas. Con
una actitud engreda y altiva, mostraban
desprecio ante las hijas de mercaderes
ms pobres que su padre; por supuesto,
nunca se procuraban la compaa de
otros cuya riqueza y posicin social no
fueran notables. De ese modo, destinaban
su tiempo a acudir a fiestas, bailes,
representaciones teatrales, conciertos
y dems eventos sociales, y a disfrutar
de toda clase de placeres, mientras se
burlaban de su hermana menor por
dedicar gran parte de su tiempo a la
lectura de buenas novelas.

Puesto que todo el mundo conoca


su gran riqueza, las tres hermanas eran
cortejadas por distinguidos comerciantes
de la regin; pero las dos mayores
rehusaban su ofrecimiento con desprecio,
esperando ser desposadas por algn noble
de alta cuna; deba ser este, como mnimo,
un duque o conde. Bella, por el contrario,
agradeca cortsmente el inters de
cuantos deseaban tomarla como esposa y
los rechazaba con suma dulzura, alegando
ser demasiado joven an y expresando su
deseo de permanecer algunos aos ms
junto a su padre.

Al poco tiempo, de forma totalmente


inesperada, el rico mercader perdi toda
su fortuna, a excepcin de una pequea
casa en el campo, alejada de la ciudad.
Lleno de una incesante pena, no le qued
otra opcin que comunicar a sus hijos,
mientras brotaban lgrimas de sus ojos,
que deban trasladarse all para poder
hallar una forma de subsistir. Las dos
mayores, con su habitual soberbia, se
negaron a abandonar la ciudad, pues
seguro que alguno de sus amantes estara
encantado de acogerlas a pesar de haber
perdido sus bienes. Mas las damas estaban
equivocadas, pues sus pretendientes
haban perdido todo inters en ellas ahora
que eran pobres.
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