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Absurdo, tonto y ético: un trabajo psicoanalítico

por Mayra Nebril


mayranebril@adinet.com.uy

Voy a parodiar tres situaciones clínicas, que espero encierren algunas interrogantes acerca de
la ética.

Situación 1: No responder a la demanda / Brushing o laciado

- ¿Qué te hiciste en el pelo? – pregunta la paciente, mientras subimos en el ascensor.

En efecto, los rulos alborotados habitualmente, se han transformado en un manto lacio que se
estira veinte centímetros por debajo de mis hombros.

Silencio. Pienso: ¿Le contesto? Pero el laciado habla de mi disconformidad con lo que la vida
me ha otorgado. Brushing en cambio, es el anhelo concretado de un deseo perecedero.

- ¿Te hiciste brushing o laciado? – insiste la paciente cuando el ascensor se detiene.

Silencio. Pienso: El brushing dice de un arrebato, delata la insatisfacción, la queja, me saca


del sujeto supuesto saber, al menos en lo relativo a la humedad ambiente y sus efectos sobre
el pelo crespo. Qué macana. ¡Castrada en el segundo mes de tratamiento!

- ¿Me escuchaste? – dice la paciente subiendo el tono de su voz.

Silencio. Vuelvo a pensar: Debo ser una X. Jamás responder a su demanda. ¿Demanda de
brushing? ¿O de laciado? Un muerto… con cabello lacio.

- ¿No me vas a contestar? ¿Te resulta personal la pregunta?

Silencio / Silencio / Guerra de silencios.

Poner a la paciente a pensar sobre mi cabello suena tonto, qué mis preguntas sobre la ética
se diluciden en este campo aún más.
No responder a la demanda es de las sentencias éticas que más consenso generan dentro del
psicoanálisis. Pero no responder, y punto, parece ser la manera en la que muchas veces se la
abrevia.
Brushing o laciado, Adónde vas de vacaciones, Sos casada o soltera, Tenés hijos.
Preguntas que el paciente hace y no siempre sabemos los porqué, y mucho menos lo que le
dicen los silencios o las respuestas acerca de ese que somos allí.
No contestar. Devolver la interrogante. Poner cara seria. Gruñir. Reírse. Contestar y
trabajar con eso.
Depende del momento. Depende del paciente. Depende del estilo. Depende del analista.

Situación 2: Ocupar el lugar del muerto / Pasá vos primero.

Un paciente hombre, luego de trabajar conmigo durante un tiempo, comienza a invitarme a


pasar antes que él en cada una de las aberturas con las que nos enfrentamos. Portón, palier,
ascensor, consultorio. Cuatro rounds en los que no cedo. Al fin y al cabo soy psicoanalista.

- Pasá – dice él.


Soy psicoanalista. No mujer. ¡PSICOANALISTA!
- Pasá vos – contesto.
- No, pasá. – contraataca el iluso.

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Soy psicoanalista. No soy hombre. No soy mujer.

- Pasá tú. - repito


- ¿Pasas? – pregunta el paciente al borde del desconcierto.
Soy psicoanalista. Ni mujer, ni hombre. Una incógnita, una muerta. ¿Por qué no le queda
claro?
- Adelante. - insisto.

- ¿Paso?- repite el paciente ahora francamente desconcertado.


SOY PSICOANALISTA, che! Y todavía no entramos al consultorio. Qué agotamiento
- Pasá, por favor. - digo en tono de súplica, ante el umbral de la última puerta.

Suspender el deseo, no ser sujeto en sesión, jugar el papel del muerto qui parla.
¿Qué deseo es el que se debe suspender? ¿Todo deseo? ¿Lo de morir no era una metáfora? ¿O
los deseos relativos a ese paciente?
A la vez, ¿es este un ideal hacia el que se tiende o es un hecho factible de ser logrado?
Parece que los ideales deben quedar con los paraguas en la entrada del consultorio, pero ¿no
levantamos así un ideal mucho más grande, el del gran psicoanalista inmune e inmunizado?
No se duda en responder que si un sujeto se analiza con dos terapeutas diferentes, el camino
que recorrerá será distinto. Y el lugar al cual llegará tal vez también. ¿Pero por qué? A
veces la respuesta tiene que ver con el análisis del analista, otras se dice que depende del
estilo, otras de si fue psicoterapia, psicoanálisis o vaya a saber qué. En definitiva, para mí la
pregunta sigue siendo si se trata de DOS en sesión, o si se trata de UNO; el inconciente.

Situación 3: La dirección de la cura / El futbolista- psicoanalista.

El motivo de consulta de un paciente es su anhelo, cito textualmente, “de que mi cabeza se


alineé con mis piernas. Soy bueno jugando al football, preciso que me ayudes con lo otro”.
Trabajamos durante un tiempo juntos. Llegó el día en que el paciente consiguió lo que
buscaba y al poco tiempo, planteó su agradecimiento y la fecha en que dejaría de venir.

Así como el futbolista tiene que saber para donde va la pelota, se dice que hacia donde
dirigimos la cura es lo único que debemos saber. Pero a diferencia que en el juego, donde lo
más importante es hacer un gol, en nuestro caso meter el balón en el ángulo en que el otro
no lo esperaba, suele ser un gol en contra y si acaso decidimos ganar por goleada el partido,
seguro perdemos el campeonato.
Que el paciente no nos dirija; Que nosotros no lo guiemos a él; Dirigimos la cura hacia el fin
del análisis. Y si llegamos al sitio al cual debemos, de pronto, se nos aparece un psicoanalista,
jamás un buen futbolista, motivo por el cual intuyo que mi paciente no llegó adonde debería,
y sus sueños de futbolista caerán en picada antes de que yo deje de comprender la ley de off
side.

Tres ejemplos absurdos dirán ustedes, y están en lo cierto, pero tres viñetas clínicas que dan
cuenta de los motivos por los cuales me decidí a leer y releer sobre la ética del psicoanálisis.
Cuestionamientos como: qué estoy haciendo, cómo responder, porqué y para qué el paciente
sigue viniendo, o su contrario porqué se fue. Situaciones particulares para las cuales a veces
resulta más sencillo apelar a respuestas en serie. Interrogantes que muchas veces se
responden con aforismos lacanianos, reglas del psicoanálisis que transmiten la “esencia” de
La ética.
No responder a la demanda. Desaparecer en sesión como sujeto deseante; y Saber hacia
dónde se dirige una cura; son las frases con las que trabajé en las viñetas, pero podrían haber
sido otras: No buscar el bien del paciente, la cura viene por añadidura, la única resistencia es
la del analista, etc.
Conceptos que balizan la formación de todo el que se forme en la facultad de psicología y
luego en psicoanálisis. Oraciones que de tanto escucharlas, creemos que todos las
interpretamos de la misma forma. Que son unívocas. Pero eso no es así. Funcionan como
leyes, es cierto, pero lidiar con las leyes nunca fue sencillo, si no, no existirían los abogados;
sujetos que interpretan cada vez y para quien lo escrito. Ya que las respuestas genéricas, al
igual que las vestimentas de talle único, terminan por quedarle grandes o chicas a todo el
mundo.

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Aspectos teórico-técnicos con los cuales y en principio, todos estamos de acuerdo y que
funcionan como camino por el cual andar. Pero el encuentro con los pacientes no se ajusta a
lo leído, las situaciones clínicas son únicas, novedosas, difíciles de transmitir.
El psicoanálisis, a diferencia de la psiquiatría, se ocupa de lo individual, de historizar lo
particular. De reconstruir cada vez y para cada paciente, la teoría, la técnica, la clínica.
Las Generalidades de la ética, se enfrentan con las particularidades del consultorio.
Especificidades a desarrollar en cada caso. Además lo paradojal de la labor que llevamos a
cabo, sólo nos permite contar con aciertos o errores en un après coup.
Los tres ejemplos parodian acerca de la pose de psicoanalista, de las frases hechas, de esa
nada de sentido en los que todos alguna vez hemos caído, pose que tal vez pretende esconder
la humanidad de quien trabaja, ¿pero es de eso de lo que se trata? ¿es una pose o una
posición la que debemos sostener?
El Deseo del analista, como deseo de analizar es la función ética que soporta todo
tratamiento, pero también está el deseo con minúscula, ese del cual advertidos intentamos
desarticular.
Porque a esta altura me resulta innegable que depende de quien escuche y como escuche lo
que luego sucederá, depende de como esa historia es leída, de la forma en la que se entiende
la locura y la cura. Porque a pesar que un análisis es la combinatoria de dos que la mayor
parte del tiempo están en disparidad subjetiva, si uno debe analizarse tantos años es porque
trabajamos con un material que no nos es ajeno.
Sin el analista como sujeto deseante, no sería posible llegar a tener un analista que opere la
función Deseo del analista. Sin tratamiento no existiría la posibilidad de ser psicoanalista; y
tratarse es convertirse en sujeto deseante y desear, tal vez, operar dicha función.
Función que éticamente requiere de plasticidad, de evitar sentenciar con frases absolutas,
que cuentan con un sentido siempre y cuando, se refresquen cada vez, para cada caso y para
cada analista. Claro que el peligro también está en creer que todo vale. Lo cual no es así.
No en vano estamos aquí hablando de ética en psicoanálisis

Armar una viñeta es recortar y pegar, y en ese orden que se establece darle un sentido. Zona
de encuentro de teoría, técnica y clínica, vértices distintos de un mismo triángulo.
Para todos, primero es aferrarse al pasamanos de la teoría y técnica, como se aferran los
niños a los pasamanos de las escaleras empinadas, pero, se van todos los pacientes. Luego es
soltarse y andar a los tumbos, “en búsqueda de un estilo”, que en definitiva es darse cuenta
que antes que ser psicoanalista, se es UN psicoanalista; los pacientes no abundan pero al
menos se quedan.
La ética comienza a ser entonces el océano de los cuestionamientos; la escalera que debemos
mantener visible, ya que es la que soporta y posibilita la función de escucha… y por lo tanto
el trabajo psicoanalítico.
La teoría lacaniana unas veces resulta seductora y otras, hermética. Círculo que se cierra
cuando hacen eco frases vaciadas de sentido. Palabras que se escurren como el agua entre las
manos. Oraciones que vuelven a convocar mis ganas, mi atención, mi fastidio… mi
transferencia.

Lacan trabaja sobre los ideales, para posibilitar una función. Función que a veces pareciera
erigirse idealizada. El gran psicoanalista muerto, resucitado, advertido.
Para concluir, dos frases de Lacan vienen en mi auxilio, me alivian:

“Pues bien, nuestra concepción teórica de nuestra técnica, aunque no coincida exactamente
con lo que hacemos, no por ello deja de estructurar, de motivar, la más trivial de nuestras
intervenciones sobre los denominados pacientes.”

“…hay un mundo entre lo que hacemos en esa especie de antro en el que un enfermo nos
habla y donde de tanto en tanto le hablamos y la elaboración teórica que a eso le damos.”

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