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Reinhard Bonnke

L a cena divina parte 1

Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,


entraré a él y cenaré con él y él conmigo.
Apocalipsis 3,20

Algunos aspectos inusuales en este versículo me hicieron estudiarlo con


detenimiento. El Señor nos está pidiendo a nosotros una invitación, cuando es
él quien normalmente invita o por lo menos es lo que esperaríamos que hiciera.

Pero ante todas las cosas, el mensaje contiene una condición: “si alguno oye.”
El pasaje de donde se ha tomado este versículo cierra recordándonos esta
misma condición: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias“
(versículo 22).

La oferta va dirigida a “el que” es decir a ustedes o a mi. El Señor está


esperando que le invitemos; y el único prerequisito es que tengamos que oír que
está llamando a la puerta … y dejarle entrar.

En este caso particular, el Señor les está hablando a creyentes, a personas de


la iglesia de Laodicea, no a no creyentes. Parece mostrarnos que hay dos tipos
de cristianos diferentes: los que abren sus vidas a Jesús y los que no. No nos
gusta pensar en categorías de cristianos, pero existe una gran diferencia entre
los que excluyen a Cristo y los que le incluyen. Los que no abren cuando él toca
a la puerta son los cristianos que Cristo llama “tibios”. Advierte que a algunos
de ellos los vomitará de su boca (versículo 16). A menudo, predicadores dan el
ejemplo de los creyentes de aquellos tiempo como ejemplo a seguir, pero Cristo
pensaba que la iglesia de Laodicea era “incomible”, inaguantable.

Empecé a preguntarme porqué el Señor dijo: “cenaré con él y él conmigo.”


¿Es lo mismo nosotros cenar con él y él cenar con nosotros? Y si lo es, ¿porqué
ponerlo de esta manera? Me parece que se produce un cambio de papeles. En el
primer ejemplo, nosotros somos el anfitrión y él el invitado y en el segundo él es
el anfitrión y nosotros el invitado; dos diferentes roles en dos diferentes mesas.

El Señor es nuestro invitado


Contemplemos el primer escenario: nosotros le servimos siendo anfitrión y él es
nuestro invitado. Un ejemplo muy literal lo encontramos en Génesis 18 cuando
Abraham invita al Señor a comer. El relato comienza de la siguiente manera:
El Señor le apareció a Abraham, Abraham alzó la mirada y vió a tres hombres
desconocidos cerca. Se postró en la tierra y dijo “Señor, si he hallado gracia en
tus ojos, te ruego que no pases de largo junto a tu siervo” (Génesis 18:1-3).

Permítanme hacer un breve paréntesis. Esta apariencia de Dios fue muy pecu-
liar: Abraham se dirigió a los tres hombres como si fueran una sola persona.
Después les pidió que esperasen hasta que les había preparado un banquete.
Según la costumbre oriental, esto le tomaría horas, pero eso no les preocupaba.
Abraham mató al mejor becerro y lo preparó y Sara molió trigo y preparaba pan
mientras que su marido fue a traer leche y cuajada. Tardó un buen tiempo, ¡pero
el Señor es un Dios paciente!

La comida fue servida pero Abraham no comió con ellos. Los tres hombres
fueron sus invitados y les mostró su gran respeto llamándoles Señor. Ellos le
mostraron su grandeza prometiéndole un hijo.

¿Preparar comidas para desconocidos?


Otro hombre que también preparó una comida para un desconocido que pasaba
por su casa fue Manoa, el padre de Sansón (Jueces 13). Un día, un ser “muy
impresionante” apareció en su casa con la información de que les nacería un
hijo a Manoa y su mujer. En un gesto de verdadera hospitalidad, Manoa mató a
un cabrito para preparar una comida digna que luego se convirtió en holocausto
quemado a Dios. Como Abraham y Sara que habían perdido la esperanza de
tener hijos, el “ángel” les prometió a Manoa y su mujer un hijo, Sansón.

Los sacrificios hechos en los altares de Israel fueron descritos como “el
alimento de Dios”. Los sacerdotes “santos serán para su Dios, y no profanarán
el nombre de su Dios, porque ofrecen las ofrendas quemadas para Jehová y
el pan de su Dios; por tanto, serán santos” (Levítico 21:6). Es cierto que Dios
no comía las ofrendas, pero las aceptaba cuando eran dignas de él como lo
vemos en la historia de Manoa y su mujer. Cuando estas ofrendas de comida se
convirtieron en meros ritos religiosos ofrecidos por hombres con apenas una
sombra de decencia moral en ellos, a Dios le repugnaban. Él dijo: “Si yo tuviera
hambre, no te lo diría a ti, porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer
yo carne de toros o beber sangre de machos cabríos?” (Salmo 50:12-13).

Estemos a cuenta
El Señor convierte lo que le ofrecemos a él en algo para nosotros. En los
tiempos del Antiguo Testamento, las personas traían sus diezmos de trigo y
ganado al templo y luego comían sus diezmos delante del Señor. Esto lo vemos
también en Isaías 1:11-19: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de
vuestros sacrificios?” Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de grasa de
animales gordos; no quiero sangre de bueyes ni de ovejas ni de machos cabríos
… No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación … Mi alma
aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes; me son gravosas y
cansado estoy de soportarlas. Yo esconderé de vosotros mis ojos. Venid luego,
dice Jehová,y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos … si queréis y escucháis, comeréis de lo
mejor de la tierra.”

Jeremías 14:12 advierte a Israel (¡y a nosotros!): “Cuando ayunen, yo no


escucharé su clamor, y cuando ofrezcan holocausto y ofrenda no los aceptaré,
sino que los consumiré con espada, con hambre y con pestilencia.” Mientras
que no le traigamos algo a Dios que pueda aceptar, viviremos un vacío, una
hambruna spiritual.

¿Qué deberíamos traerle?


¿Porqué algunos cristianos no tienen alegría y están secos aunque siempre oran
y le piden a Dios por muchas cosas? La respuesta es que quieren todo, pero
no dan nada. Son tacaños con su dinero, muy controlados y exactos con su
alabanza y adoración y en el uso de su tiempo y todo en general, pero esperan
grandes cosas. Sin embargo, ¡si quiere recibir, tiene que dar! Cene con él y él
cenará con usted.
Solamente podemos cenar con el Dios santo cuando él puede disfrutar lo que
le ofrecemos. Israel tenía que respetar las más estrictas reglas en cuanto a
ofrendar “el alimento de Dios”, pero aún así sus ofrendas no eran válidas; y la
razón fue porque no eran estrictos en cuanto a sus vidas y carácteres. Jesús dijo
que ¡colaban el mosquito (en sus ritos religiosos) y tragaban el camello – en sus
vidas hipócritas! (Mateo 23:24)

Dios quiere lo que ofrecemos. ¿Qué debemos traerle? Si Jesús nos visitaría
personalmente en nuestra casa, ¿qué pondríamos en la mesa? Afortunadamente
tenemos muchos ejemplos en los evangelios de cómo Jesús visitaba a muchas
personas como, por ejemplo, Marta y María, Zaqueo, Leví y otros.

¿Está haciendo lo que “es mejor”?


Tomemos a Marta como ejemplo. Se preocupaba demasiado por la comida que
preparaba porque quería que todo estuviera perfecto. Jesús le dijo “afanada y
turbada estás con muchas cosas” (Lucas 10:41). Una mesa en la cultura oriental
no satisfacería a un anfitrión hasta que cada milímetro estuviera cubierto
de comida. Fue una tarea gigantesca y Marta pensaba que estaba haciendo
más que su parte del trabajo mientras que María no hacía nada. Esto era, por
supuesto, injusto y por eso Marta, que sabía que Jesús defendía lo bueno y justo,
le pidió que le dijese a Marta que le ayudase. Para su sorpresa, Jesús no la apoyó
sino que dijo que María hacía lo que “era mejor”, lo cual era escucharle a él
(Lucas 10:42). Ella se alimentaba del pan viviente.

Cuando Marta pidió a Jesús que le dijese a María qué tenía que hacer, le ponía
en la posición de cabeza de familia. Lo mismo sucedió una y otra vez. Cuando
Jesús fue a la casa de la suegra de Pedro, tomó las riendas en seguida sanando
a la enferma y ella se levantó y les sirvió comida (Mateo 8: 14-15). Cuando
fue a una boda, su madre les dijo a los sirvientes que hicieran lo que él les
dijera, convirtiéndole en señor de la casa a la que había sido invitado. Ella no
tenía ni idea que convertiría agua en vino, pero en su propia casa miraban a
Jesús y él siempre sabía qué hacer. Jesús fue a la boda en Caná como invitado,
pero proveyó el vino, la parte más importante de la fiesta, y de esta manera se
convirtió en anfitrión, porque es el anfitrión quien provee el vino (Juan 2:1-10).
Invítele a entrar
Cuandoquiera que haga algo para el Señor, él hace algo por usted. Él cena
con usted y usted con él. Después de que Abraham le había servido al Señor,
el Señor dijo: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será muy
grande” (Génesis 15:1). Lo que sea que planee hacer para el Señor, él planea
multiplicarlo a cambio. Si dejamos nuestra familia o país, recibiremos cien veces
más, dijo Jesús (Mateo 19:29). Invítele a comer algo, y él se convertirá en el
anfitrión, trayendo cosas buenas más allá de la escala humana de dar. Vendrá
con recetas, comida y delicias “más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos” (Efesios 3:20).

Éste es el meollo del asunto, una verdad asombrosa. El Dios omnipotente se


rebaja para pedirnos algo. A la mujer samaritana le dijo “dame de beber” (Juan
4:7). Sin embargo no irrumpe en nuestro espacio privado, nuestra casa, sin
haber sido invitado. Está en la puerta. “¿Me permites entrar y comer contigo?”.
Siempre está cerca de esta puerta.

Para servir al Señor, Abraham mató al mejor becerro de su manada. Abraham


trató a sus invitados celestiales e impresionantes lo mejor que pudo y sin
embargo no se consideró digno de comer con ellos. En la parábola del hijo
pródigo, el padre mató al becerro cebado para celebrar la llegada de su hijo
(Lucas 15:11-32). ¡El padre trató al derrochador de su hijo como Abraham trató
a Dios! ¡Imagínese esto! ¡Qué banquete de bienvenida tuvo el hijo pródigo! Si
hablamos de que el Señor nos sirve a nosotros, estamos hablando de esta clase
de servir. Cuando un pecador se arrepiente y vuelve a la casa del Padre, este
pecador recibe la mejor bienvenida posible, digna de un príncipe.
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George Peters
En ningún lado leemos que tenemos que perseguir al Señor como si estuviera
corriendo de nosotros. El Señor es el Buen Pastor que nos está buscando. El
nos persigue a nosotros, tocando a nuestra puerta. En realidad, cuando aún ni
siquiera hemos empezado, el Señor, que está preparado para sobrepasar todo lo
que pidamos o pensemos, ya está aceptando cualquier esfuerzo que hagamos.

Dios no busca adoradores, busca a aquellos que le están adorando. Esta


es la diferencia. No está haciendo publicidad para atraer a adoradores,
promocionando un estilo de vida. El está buscando a aquellos que ya le están
adorando o que tienen un corazón de un adorador. Él los encuentra, los ama y
los bendice.

Será continuado …

febrero 2010

Cristo para todas las Naciones


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