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Pero ante todas las cosas, el mensaje contiene una condición: “si alguno oye.”
El pasaje de donde se ha tomado este versículo cierra recordándonos esta
misma condición: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias“
(versículo 22).
Permítanme hacer un breve paréntesis. Esta apariencia de Dios fue muy pecu-
liar: Abraham se dirigió a los tres hombres como si fueran una sola persona.
Después les pidió que esperasen hasta que les había preparado un banquete.
Según la costumbre oriental, esto le tomaría horas, pero eso no les preocupaba.
Abraham mató al mejor becerro y lo preparó y Sara molió trigo y preparaba pan
mientras que su marido fue a traer leche y cuajada. Tardó un buen tiempo, ¡pero
el Señor es un Dios paciente!
La comida fue servida pero Abraham no comió con ellos. Los tres hombres
fueron sus invitados y les mostró su gran respeto llamándoles Señor. Ellos le
mostraron su grandeza prometiéndole un hijo.
Los sacrificios hechos en los altares de Israel fueron descritos como “el
alimento de Dios”. Los sacerdotes “santos serán para su Dios, y no profanarán
el nombre de su Dios, porque ofrecen las ofrendas quemadas para Jehová y
el pan de su Dios; por tanto, serán santos” (Levítico 21:6). Es cierto que Dios
no comía las ofrendas, pero las aceptaba cuando eran dignas de él como lo
vemos en la historia de Manoa y su mujer. Cuando estas ofrendas de comida se
convirtieron en meros ritos religiosos ofrecidos por hombres con apenas una
sombra de decencia moral en ellos, a Dios le repugnaban. Él dijo: “Si yo tuviera
hambre, no te lo diría a ti, porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer
yo carne de toros o beber sangre de machos cabríos?” (Salmo 50:12-13).
Estemos a cuenta
El Señor convierte lo que le ofrecemos a él en algo para nosotros. En los
tiempos del Antiguo Testamento, las personas traían sus diezmos de trigo y
ganado al templo y luego comían sus diezmos delante del Señor. Esto lo vemos
también en Isaías 1:11-19: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de
vuestros sacrificios?” Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de grasa de
animales gordos; no quiero sangre de bueyes ni de ovejas ni de machos cabríos
… No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación … Mi alma
aborrece vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes; me son gravosas y
cansado estoy de soportarlas. Yo esconderé de vosotros mis ojos. Venid luego,
dice Jehová,y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos … si queréis y escucháis, comeréis de lo
mejor de la tierra.”
Dios quiere lo que ofrecemos. ¿Qué debemos traerle? Si Jesús nos visitaría
personalmente en nuestra casa, ¿qué pondríamos en la mesa? Afortunadamente
tenemos muchos ejemplos en los evangelios de cómo Jesús visitaba a muchas
personas como, por ejemplo, Marta y María, Zaqueo, Leví y otros.
Cuando Marta pidió a Jesús que le dijese a María qué tenía que hacer, le ponía
en la posición de cabeza de familia. Lo mismo sucedió una y otra vez. Cuando
Jesús fue a la casa de la suegra de Pedro, tomó las riendas en seguida sanando
a la enferma y ella se levantó y les sirvió comida (Mateo 8: 14-15). Cuando
fue a una boda, su madre les dijo a los sirvientes que hicieran lo que él les
dijera, convirtiéndole en señor de la casa a la que había sido invitado. Ella no
tenía ni idea que convertiría agua en vino, pero en su propia casa miraban a
Jesús y él siempre sabía qué hacer. Jesús fue a la boda en Caná como invitado,
pero proveyó el vino, la parte más importante de la fiesta, y de esta manera se
convirtió en anfitrión, porque es el anfitrión quien provee el vino (Juan 2:1-10).
Invítele a entrar
Cuandoquiera que haga algo para el Señor, él hace algo por usted. Él cena
con usted y usted con él. Después de que Abraham le había servido al Señor,
el Señor dijo: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será muy
grande” (Génesis 15:1). Lo que sea que planee hacer para el Señor, él planea
multiplicarlo a cambio. Si dejamos nuestra familia o país, recibiremos cien veces
más, dijo Jesús (Mateo 19:29). Invítele a comer algo, y él se convertirá en el
anfitrión, trayendo cosas buenas más allá de la escala humana de dar. Vendrá
con recetas, comida y delicias “más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos” (Efesios 3:20).
Será continuado …
febrero 2010