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Ishtar

Por Kimberly Cedeño


En el año cuatrocientos ochenta y tres antes de Cristo, reinaba a quien los

griegos le llamaban Alexandros. Y, en sus días, reinó desde la India hasta Etiopía

sobre ciento veintisiete provincias. En el tercer año de su reinado hizo un

banquete a todos sus príncipes, teniendo delante de él a los más poderosos de

Persia y de Media, gobernadores y príncipes de provincias, para mostrar él las

riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder. El

banquete tomó lugar en el patio del huerto del palacio. El pabellón era de blanco,

verde y azul, tendido sobre cuerdas de lino y púrpura en anillos de plata y

columnas de mármol; los reclinatorios de oro y plata, sobre losado de pórfido y

mármol, y de alabastro y Jacinto. Daban de beber en vasos de oro, y vasos

diferentes unos de otros, y vino de acuerdo a la generosidad del rey. Y cada

quien decidía si beber o no beber. Estando alegre el rey, mandó a sus eunucos a

traer a Amestris, su reina, para mostrar su belleza; pero Amestris no quiso

acudir al llamado del rey, por lo que el rey se encendió en ira. Khefar, al agagueo,

mano derecha del rey, le dio a conocer lo que podía hacer en su posición:

desterrar a Amestris y elegir a su nueva reina, pero el rey optó por dejar las

cosas intactas, ya que se sentía verdaderamente contrariado.


-¿Y qué van a decir los príncipes en sus provincias? ¡Las esposas de todo el reino

le contarán lo que sucedió a sus esposos, y creerán que los pueden tratar de la

misma manera!- reclamaba a viva voz el rey.

-Le reitero, su majestad, que dispone de…- le comentaba Khefar antes de ser

interrumpido por las desesperadas súplicas de un pueblerino seguido por los

apresurados guardias del palacio, que rogaba compasión al rey:-Su majestad, mi

casa se ha quemado, mi única hija de doce años está enferma y necesitamos

cómo subsistir. Le ruego, su alteza, que si he de conseguir su favor y he hallado

gracia en sus ojos, ayude a…- hasta que fue interrumpido por el mismo rey,

quien muy molesto, gritó:-¡Guardias! ¡Regresen a este hombre a donde vino, o al

menos, aléjenlo de mi presencia!- y al gritar el rey todos sus siervos bajaron la

cabeza y obedecieron, porque nadie se atrevía a mirar a los ojos a quien era

dueño de tal poderío. Sin embargo, Khefar no temía, porque conocía su lugar y

estaba muy consciente del favor del rey para con él. Aún así, se retiró, dejando al

rey solo en el patio del huerto. Y el rey miró su reflejo en un cántaro de agua: a

sus treinta y dos años, aún reflejaba el rostro de un joven, sus ojos y cabellos

castaños oscuros, piel blanca y tersa, con unas pocas pecas a duras penas

visibles, nariz perfecta, labios de un poco creíble rosado, con el labio inferior

levemente partido por una travesura de chico. Era tan fácil de creer, que si osara

ordenarle alas aguas que se levantaren con una palabra suya, las aguas se

levantarían; sin embargo nadie podía negar que casi se podía ver la sonrisa de
un muchacho en la niña de sus ojos cuando estaba sereno. En su mente revivió la

escena que acababa de presenciar y, repentinamente sintió remordimiento por

lo que era su carácter y experimentó rabia por aquello que era capaz, por lo que

escupió su reflejo y se encerró en su habitación por muchos días.

Hace semanas que el rey había ordenado que Amestris fuera destituida de su

título de reina y no se presentara más delante del rey, y se rehusaba a dejar su

habitación. De tanto pensar, aconteció que el rey enfermó de modo que, no sólo

rehusaba a dejar su habitación, sino que ahora tampoco estaba en condiciones

de hacerlo. Los eunucos pidieron a Khefar que mandara a llamar a alguien que

cuidara del rey y velara por su mejoría. Khefar aceptó, mientras que no tuviera

que escoger a ese alguien él mismo. Así pues, siete eunucos escogieron, con

dieciocho años, a Ishtar, una muchacha sin defecto físico e increíblemente

agraciada, que comenzó a cuidar del rey inmediatamente.

El rey no había conseguido dormir por la noche, por lo que había dormido toda

la mañana aquel día. El sol estaba en el momento más dorado del día y ofrecía

una tarde completamente amarilla en la habitación del rey. Él despertaba,

después de lo que podría ser el más cómodo sueño, agobiado en sus

pensamientos, como ensimismado sin remedio. Se sentía cansado de todo. Harto

de esa misma recamara, mismo lecho, mismo día y misma situación. Si bien

había pasado en esa habitación semanas ya, sentía que no conseguía descansar,
no encontraba siquiera el bienestar de un tiempo alejado de todo. Suspiró y

frunció el ceño, a lo que la puerta de su habitación se abrió suavemente. Ishtar se

presentó y brindó su cuidado al rey, hasta que caía la noche y regresaba a su

hogar en Susa, la capital del reino donde se asentaba el palacio.

Al cuarto día, rey se sentía mejor por lo que permitió a Ishtar irse más temprano.

Pasadas escasas horas de haberse retirado Ishtar, el rey se camufló en ropas de

pordiosero hechas de cilicio que consiguió en la bodega del palacio, y con mucho

cuidado salió de ahí tras el paso de Ishtar para saciar un tanto su curiosidad. La

siguió hasta el puesto de su padre en el mercado de Susa. Ishtar era tan diferente

en su ambiente que en el palacio; -Por supuesto- pensó el rey –en mi presencia le

conviene la sumisión-, pero de vuelta en su medio parecía ser dueña del espacio

donde se encontraba. Todo iba de las mil maravillas cuando alguien tenía su

nombre en los labios. Su sonrisa tan espontánea y sencilla acaparó la atención.

Era exactamente como el rey jamás había siquiera imaginado: sin nada

extraordinario, sin glamour, sólo esos pequeños detallitos de los que está hecha

la vida. Cuando estaba a cargo de una situación, era como si poseyera todo a su

alrededor, sus ojitos tan bien y únicamente contorneados parecían dominar

cualquier detalle en y fuera de su lugar. Cada pequeño parpadeo era tan

despiadadamente soberbio. Dentro de sus ropas de mendigo, los pensamientos

que enfermaban al rey se volvieron absurdos hasta para él. En ese momento se
sentía como en un lugar sin tiempo y espacio. Era como si la gloria le estuviera

tan cerca…

El menester que era cuidar del rey había sido una rutina hasta entonces. Un buen

día en que el sol propinaba unos agradable rayitos de sol después de una fresca

llovizna temprano en la mañana, Khefar le había recomendado al rey que pasara

unas horas al aire libre, aunque ese día el rey se encontraba un poco decaído.

Pues salieron ese día a que el rey caminara y respirar mejor. Había nubes

formándose otra vez, y entre la maleza de un valle algo lejos de donde

caminaban, había una única flor de una inusual especie. –Es como si combinara

con el color de la piel de Ishtar- se dijo el rey, y comenzó a correr como si su vida

dependiera de ello a conseguir esa flor. Para el momento en que tenía la flor en

sus manos, las nubes se apropiaron del cielo y la lluvia había empezado a caer.

Corrió de vuelta al palacio, hasta el patio del huerto, donde Ishtar compartía un

momento con los eunucos. Agitado y jadeando, sostenía la flor detrás de su

espalda, seguido por Khefar preocupado y apresurado reclamando el

comportamiento del rey. Ishtar también se asustó al darse cuenta de lo que

pasaba.

-¿En qué pensaba su majestad al cometer tal disparate?- preguntó Ishtar, casi

igualmente agitada.
Y extendiendo la mano con la flor, apenas alcanzó a esbozar, tal como estaba,

sucio por la tierra y mojado como un pollo:-En ti.

-Su majestad está mejor. Su majestad estará recuperado más pronto que un

chasquido de dedos, ¿verdad?

-Ojalá no… Así no te fueras nunca.

-¿Por qué insiste su majestad con eso? No es correcto, su majestad complica las

cosas. ¿Por qué su majestad osa tratar a su sierva de tú y no usted?

-¿Por qué, pues, con ese brillo en tus ojos engalanando esta habitación, crees no

ser digna de mi confianza, que aún te preguntas por qué te trato de tú y no

usted?

-Su majestad hace demasiadas preguntas…

***

-Y de pequeño tuve un sueño, y soñaba que yo estaba con mi abuelo aprendiendo

sus deberes, cuando por entre las cortinas de alguna habitación del palacio

jugaba una muchacha vestida diferente a nosotros. Como si estuviera jugando a

las escondidas con alguien, pasaba y retrocedía, y se volvía a esconder. Y esa

muchacha era igualita a ti en todo sentido. Tenía esos exactos ojos tuyos, pero no

parecía ciudadana del reino. Al despertarme no me di cuenta de que había sido


un sueño, por lo que busqué ese cuarto por todo el palacio, incluso las escaleras

de mármol en la otra ala, y he aquí que tropecé sosteniendo una pequeña daga

con la que pensaba rasgar cualquier cortina, y fue así como me dividí el labio.

Pero mi abuelo casi no lo notó, no. Él tenía mucho de qué preocuparse,

queriendo abdicar y sin condiciones de hacerlo porque mi madre murió al nacer

yo, y mi padre loco de atar en una cama a mis ocho años, ¿qué podía hacer él,

más que seguir gobernando Persia y Media?

-Yo tampoco tuve mucho tiempo con mi madre, pero compartí mucho con ella.

Es curioso, porque mi madre provenía de la tribu benjamita y hablaba unas

pocas lenguas herencia de sus padres y abuelos. Mi padre no las comprende

hasta el día de hoy, pero a veces me pide que le repita cosas que mi madre solía

decir en sus lenguas, sólo para acordarse de ella o decirme lo parecida que soy-

Ishtar tomó un sorbo de té y sonrió.

Fue así como el rey conoció que Ishtar era parte hebrea. Y Khefar no tardó en

conocer este hecho también. Ahora sentía un odio encendido hacia Ishtar y

procuraba sembrarle cizaña al rey a como diera lugar. Su corazón se convirtió en

genocida al escuchar las palabras acerca de Ishtar, y le odiaba de tal manera que

al escuchar su nombre era un chirrido para sus oídos y semejante a que cada

célula de su cuerpo se retorciera.


El rey estaba sano, sin embargo, Ishtar tenía su propia habitación el palacio

desde que el rey no quiso que dejara el palacio. Ishtar se rehusó a vivir en el

palacio a menos de que desempeñara algún cargo, por lo que decidió encargarse

del cultivo de las frutas y especias para dar sabor a la comida del rey. Y así como

las especias aliñaban la comida, la sola presencia de Ishtar le era su razón para el

rey, quien la quería hacer su reina, muy a pesar de Khefar, quien insistía que ella

jamás reinaría por ser una extranjera. Khefar, no sólo evitaba la ascensión de

Ishtar al trono, sino que buscaba, desde que supo el origen de la muchacha,

encontrar algún defecto en sus quehaceres. Minuciosamente miraba cada detalle

de su trabajo, la cuestionaba y buscaba la manera de opacar su trabajo. Sin

embargo no podía. Casi que se retorcía en su lecho pensando que no tenía

absolutamente nada que reprochar de ella. Un día se le ocurrió una idea: dictaría

un mandato, con el sello irrevocable del rey, hacer algo que sabía que Ishtar no

haría. Prolongó la semana laboral de toda Persia y Media hasta el día sábado.

Era un mandato de su difunta madre, según su tradición guardar el día sábado. Y

lo consiguió. Aprobado por el sello del rey, se dictó dicho mandato. El rey e

Ishtar regresaban de un pueblo cercano, después de brindar una vivienda y

asistencia médica a la familia de aquel hombre que hacía casi un año había

llegado pidiendo clemencia, cuando Ishtar tuvo conocimiento del nuevo

mandato. Afligida comentó al rey que desobedecería el mandato, y explicándole

sus razones al rey, éste, igualmente afligido buscó la manera de exonerar a Ishtar

del respectivo castigo que conllevaba desobedecer. Sin embargo, no podía, ya


que el mandato tenía –por mera influencia de Khefar- su sello aprobador. La ley

era clara: quien desobedeciera el mandato sería puesto en un horno siete veces

más caliente de lo usual, irrevocable.

El día anterior a la ejecución, apareció en el lecho de Khefar algo que perturbó su

alma. Una escritura ajena a su conocimiento en todo su lecho. El Rey junto con

Ishtar, acudieron a ver las palabras en lecho de Khefar. Ishtar reconoció

rápidamente las escrituras siro-caldeas en el lecho: “ZASAAR, HAREL, SHALIOV”

e interpretó su significado:

Zasaar: Cuidado, mano derecha de su majestad, tus días han sido contados.

Harel: Se te ha puesto en la balanza, y has sido hallado falto.

Shaliov: Larga vida al rey Alexander y su reina Ishtar.

Tarde esa misma madrugada, un grupo de hombres irrumpieron en la casa de

Khefar. Lo agarraron por sorpresa mientras dormía y sin pena ni compasión, lo

agarraron en peso mientras uno más anciano de decía:-Su majestad cambió

desde que Ishtar entró en su vida. De echarme de su presencia, el rey más tarde

me dio un lugar para vivir, se encargó de que mi hija fuera atendida por un

médico. ¡Y tú!, tú, intrigante desgraciado, malnacido en un portón, ¡pretendes

deshacerte de aquella que cambió al rey! Pues, pretendías. Porque el pueblo de


la reina está enterado de las cosas que haces. Pretendías desterrar a Amestris,

sabiendo que la razón por la cual no se presentó ante el rey era porque llevaba

en su vientre al hijo del rey. Ella sólo se cuidaba de lo que le pudieren hacer los

hombres en estado de embriaguez en ese banquete. ¡Y tú lo sabías

perfectamente! Ahora, que el rey ha encontrado una reina que este reino

necesita, tú buscaste eliminarla. ¡Pues su pueblo no te lo permitirá!- y mientras

los otros hombres cortaban en pedazos a Khefar, las palabras en su lecho

zumbaban en su cabeza. “Zasaar… Harel… ¡Shaliov!”.

Semanas después del acontecimiento, Ishtar se encontraba en sus quehaceres,

cuando el rey fue a verla. Por detrás de ella, comenzó a susurrar suavemente:-

Estoy celoso. No de quienes trabajan contigo, ni de los demás que viven en este

palacio, porque no puedo envidiar a quienes son mis iguales. Estoy celoso del

polvo en tu aire, del suelo que pisas, del sudor en tu piel y cada minúscula

partícula a tu alrededor. ¿Qué te impide reinar conmigo? No me trates así- y cada

vez estaba más cerca de ella –Si he de conseguir tu favor, y he hallado gracia en

tus ojos, sé mi reina-.

Y fue así como Persia y Media tuvo una nueva reina, la que hacía las cosas con

diligencia y se mantuvo íntegra ante su pueblo, junto con su rey en el momento

de gran esplendor desde la India hasta Etiopía: Ishtar.


Datos anexos a notar relacionados con la precedente historia
corta:
 Notarás que el rey protagonista de esta historia no tiene un nombre

definido. Los griegos lo llamaban “Alexandros”, los hebreos “Alexander”,

así como el inglés equivalente a nuestro “Alejandro”, esto es, en hindi y

urdu “Sikandar” que significa “muy hábil”, en árabe “Iskandar”, es persa

“Eskandar” y en pashto “Skandar”, por si te preguntas de donde pensé el

nombre.

 “Amestris es el equivalente griego para “Vasti” o “Vashti”, la reina que de

hecho desafió al rey Asuero, padre de Artajerjes, cuyo nombre persa era

Khshayarsha, mientras que “Xerxes”, su nombre griego.

 Ishtar representaba a la diosa babilonia del amor. ¿Por qué babilonia?

Simplemente porque Venus y Afrodita están demasiado trilladas.

 “Khefar” no es un nombre agagueo, sino inventado, cualquier parecido

con una persona viva o muerta es pura coincidencia.

 “Sin defecto físico” se refiere a libre de todo defecto o incapacidad,

además de poseer un aspecto agradable ante la mirada pública. La edad

de tales neófitos (en caso de que fueran más de una persona en el oficio,

quiero decir) oscilaba entre los catorce y dieciocho años.

 El contexto histórico de las procedencias está así: la tribu benjamita se

remonta a los tiempos de Jacob, quien tenía (entre varios más) dos hijos:

José y Benjamín, sus favoritos por ser hijos de Raquel, su esposa más
querida, y Jacob, posteriormente llamado por el ángel de Dios (ese que

luchó con él en el desierto), Israel. La tribu benjamita se refiere a la de

Saúl, linaje de Benjamín (como lugar mas no personaje). Los agagueos se

remontan a casi mil años cuando los judíos salieron de Egipto, y fueron

atacados por los amalecitas, cuyo linaje comenzó con Amalec, nieto de

Esaú. Dios pronunció maldición sobre los amalecitas, la cual resultó en su

eliminación total como pueblo. Aunque Saúl recibió orden de matar a

todos los amalecitas, incluso a su rey Agag, él desobedeció. Finalmente

Samuel cortó en pedazos a Agag. De ahí el linaje agagueo. Eso debería

explicarte la hostilidad de un agagueo hacia un benjamita y en general, a

un judío.

 El año 483 A.C. era el tercer año de un reinado en que Persia y Media

consistía en 127 provincias desde India hasta Etiopía. Las características

de la vida en ese tiempo no son ficticias, sino que eran tal y como las

detallo en la historia, es más, las detallo textualmente.

 El cilicio era el material del que estaban hechas las ropas de los mendigos.

En general, si alguien rasgaba sus vestidos para vestir de cilicio y ceniza

era una señal de angustia y humillación interna.

 La lengua hebrea proviene de algunos dialectos anteriores como son el

cananeo o fenicio, sirio, caldeo, samaritano, galileo, arábigo y etiópico; y

posteriormente el siro-caldeo.
 Las palabras que aparecen escritas en el lecho de Khefar también son

producto de mi imaginación.

 Gran parte del ambiente de esta historia salió de la “Lacrimosa” de

Mozart, de su obra Réquiem.

 Un eunuco era un siervo real encargado básicamente del arreglo personal

de la realeza, esto antes de someterse a una cirugía donde el cirujano se

llamaba Dr. Aquiles Castro.

 Quisiera recalcar que, personalmente no soy gran admiradora todo

aquello de las procedencias y nacionalidades tipo Persia o Babilonia, ni

mucho menos todo cuanto se refiere a la idolatría de estas civilizaciones,

simplemente las escogí para variar y porque, en un comienzo, la imagen

que me pasó por la mente de pedacitos de esta historia, se remontaban a

esos tiempos.

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