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Mucho tiempo ha transcurrido desde que hice esta excursión hasta hoy.
Las impresiones que dejó en mi alma fueron vivas e indelebles. En medio
de las nieves de las cumbres de la sierra, en las inmensas llanuras del desierto,
debajo de los árboles tostados por el hielo, en las arenosas orillas del mar,
en todas partes he recordado esos aromas, ese ruido misterioso, esas nubes de grana;
ese paisaje, en fin, espléndido, magnifico, encantador.
Manuel Payno.
Viaje sentimental al San Ángel.
En su diario transcurrir, el cronista respira aromas, camina veredas, ingiere los sabores de la tierra y
escucha los sonidos familiares del terruño; refrenda lazos de amistad o de parentesco, se afana en sus
quehaceres cotidianos —conservados generación tras generación o surgidos al calor de los nuevos
tiempos—, ancla los pies en la tierra que le es propia —aquélla a la que llama su hogar, incluso sin
haber visto en ella la primera luz—, observa todo, medita en torno a lo observado y apresta la pluma
ellos o a un municipio— posee un sinnúmero de ventajas analíticas con respecto a los distintos tipos de
relatos que abordan el pasado, sea éste inmediato o remoto, o la materia efímera que se asume como el
presente. Tal y como lo demostró Luis González y González en su obra Pueblo en vilo. Microhistoria
de San José de Gracia, el estudioso de lo local, investido de la autoridad que le brindan, tanto el hecho
de saber a detalle lo que acontece en el terruño, como la posibilidad de conocer lo que significa tal
*
Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras.
1
De forma deliberada, he omitido abordar en este artículo la polémica sobre las diferencias —de orden cuantitativo y
cualitativo— que existen entre la historia y la crónica. Sin embargo, confío en efectuar una reflexión sobre el particular, así
sea breve, en un futuro cercano, y someterla a la consideración del lector a través de estas mismas páginas.
acontecimiento, es capaz de plasmar la densa red de relaciones sociales que existen en el lugar que
inspecciona, con lo que estará facultado para presentar a su eventual lector una explicación
pormenorizada del sentido que guarda el presente al exponer con acierto las razones que invisten al
cambio y a la permanencia, a la continuidad y a la ruptura. No sobra decir que, para ello, el observador
deberá saber ver al entorno para discernir los elementos que lo integran, organizarlos de acuerdo con la
escala de valores que le parezca oportuna, y encontrar la forma en que se relacionan o el porqué de su
pertenencia a distintos campos de lo social. Una vez mirado lo que, a su juicio, resulta de importancia,
deberá saber razonarlo y, más importante aún, saber explicarlo, de modo que el producto de sus afanes
resulte interesante y útil para la comunidad que es, a un mismo tiempo, origen y destino del relato.
Lo recién mencionado implica que el cronista deberá poseer un método para efectuar la
observación, el análisis y la consignación por escrito de lo que aparece a su paso. Tal método,
entendido como el conjunto de pasos encaminados a la consecución de un fin preciso, sólo requiere un
poco de orden, otro poco de constancia, algo más de capacidad de crítica y una enorme habilidad para
narrar lo presenciado o indagado. La ausencia de cualquiera de las tres primeras condiciones redundará
bienintencionados— a un público no siempre cándido; a su vez, la falla en el último tramo —esto es, en
la narración de los hechos— convertirá al cronista en lo que Pedro Salinas atinadamente denomina
como ―[los] inválidos del habla […] cojos, mancos, tullidos de la expresión […] un baldado espiritual,
Para retornar al tópico que da título al presente escrito, vale decir que el cronista es, en suma, el
pesquisidor por excelencia de lo que acontece en un contexto dado: en su propio contexto. Sin
en el pasado que ha dado una forma singular a ese mismo presente, el cronista debe asumir un enfoque
2
Pedro Salinas, Aprecio y defensa del lenguaje. 2ª edición, San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, p.
11.
que rebase el plano de lo estrictamente local y se adentre en el estudio de la región en que se encuentra
su lugar de pertenencia, toda vez que la sola investigación de los fenómenos acaecidos en éste se
revelará, muy probablemente, incapaz de brindarle explicaciones amplias sobre la configuración de los
acontecimientos y el significado del presente. Así, ¿cómo exponer con claridad los hábitos de consumo
presentes en una localidad si se ignora, por ejemplo, de dónde provienen los artículos que la gente
emplea en su diaria alimentación? En este mismo sentido, ¿cómo saber si tales hábitos han sufrido
comunidad, sino en aquél que la abastecía? De igual forma, ¿cómo entender los lazos de parentesco, de
La crónica, entre la multitud de problemas que la aquejan —de tipo burocrático, económico,
narrativo o procedimental, por citar sólo algunos—, con frecuencia se enfrenta a un padecimiento de
conexión con los acaecidos en otros lugares, cercanos y distantes, resulta escasa o nulamente estudiada.
complementado por un saber, así sea superficial, sobre lo regional, hecho que a su vez deriva en la
exhibición de conclusiones incompletas o, las más de las veces, plenas de interrogantes no resueltas
sobre lo que habría sucedido en los lugares situados más allá del terruño y que, posiblemente, incidirían
sobre el acontecer comunitario. Con el fin de brindar una alternativa operacional a la problemática aquí
enunciada y enriquecer, así sea mínimamente, el bagaje instrumental del cronista, las siguientes páginas
Antes de abordar los elementos que integran el estudio de lo regional, conviene preguntar ¿qué es una
región? ¿Cómo se construye? ¿Qué instancias, tanto físicas como humanas, intervienen en su
delimitación? Conviene decir, en primer lugar, que la región no es equivalente al entorno local. De
hecho, el propio Luis González admitía que el ámbito local se conforma por ―[…] espacios breves y
poco poblados, en promedio diez veces más chicos que una región. [Que] se puede[n] abarcar de una
sola mirada y recorrer de punta a punta en un solo día3‖. Dicho en otras palabras, lo local es el espacio
donde: a) se desarrollan las acciones habituales del sujeto; b) sus lazos de pertenencia poseen una
mayor solidez; c) los vínculos sociales cuentan con una cohesión explicable en sí misma. A ello podría
añadirse que lo local cuenta con una frontera, no política sino de índole cotidiana, significada por el
espacio que el sujeto determina como el límite hasta el que puede, debe o quiere desplazarse en su día a
día4.
Definir a la región requiere echar mano de un conjunto mayor de conocimientos que aquéllos
necesarios para comprender a la localidad, al ser ésta parte de la vida diaria de cualquier persona y
hallarse definida, según mencioné líneas atrás, por las capacidades del sujeto para actuar en ella. En el
caso de la región, debe tenerse en cuenta que su delimitación responde, de manera ineludible, a los
criterios analíticos establecidos por quien la investiga: para el geógrafo, la región deriva de un paisaje
observado desde cierta perspectiva y comprenderá una serie estable de elementos característicos —ríos,
llanos, cadenas montañosas, valles, ciudades o pueblos— que le brindan cierta congruencia, aun en su
acuerdo con las actividades productivas que en ellas tienen lugar, a través de lo cual podrá observar la
interacción de los agentes económicos, la formación de circuitos mercantiles o la mecánica que guía el
desarrollo del trabajo, entre otros aspectos5. Finalmente, el estudioso de lo político considerará, como
su base de trabajo, las demarcaciones territoriales generadas mediante la acción del Estado, mismas que
3
Luis González y González, El oficio de historiar. Estudios introductorios de Guillermo Palacios y Andrew Roth Seneff. 2ª
edición, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, p. 170. (Colección Clásicos.)
4
Ágnes Heller, Sociología de la vida cotidiana. Prefacio de György Lukács, traducción de J. F. Yvars y Enric Pérez Nadal.
5ª edición, Barcelona, Ediciones Península, 1998, pp. 383 – 384. (Colección Historia, Ciencia, Sociedad, 144.)
5
Cfr. Manuel Miño Grijalva, ―¿Existe la historia regional‖, en Historia Mexicana 204. México, El Colegio de México,
volumen LI, número 4, abril – junio de 2002, pp. 867 – 868.
le permitirán analizar la dinámica seguida en la toma de decisiones, la producción legislativa o la
circulación del poder entre los distintos grupos que habitan la región por él construida.
Por lo que toca a la integración de unidades regionales por parte de quienes asumen como su
objeto de estudio al pasado humano, vale anotar que existen tantas propuestas de definición en torno a
la región como especialistas dedicados al asunto. No obstante, como punto de partida, es preciso
indicar que existe una tendencia creciente a abandonar los modos tradicionales de operación —donde la
región preexistía a la indagación efectuada, lo que forzaba a ésta a amoldarse a una serie de límites que
desenvuelve la investigación, de acuerdo con las evidencias recabadas y las propuestas analíticas
empleadas.
El proceso de deconstrucción – reconstrucción del ámbito regional trae aparejadas una serie de
ventajas que el investigador debe tener en cuenta. Por principio de cuentas, está la posibilidad de
trabajar por medio de un razonamiento inductivo, mediante el cual las consecuencias observadas trazan
la ruta a seguir hacia el pasado, permitiendo advertir con claridad el momento en que surgen fisuras de
distinta magnitud en la continuidad de los tiempos. Con ello, la región observada en el presente
adquiere una fisonomía distinta en tanto el sujeto se desplaza hacia el pasado, al ampliarse o reducirse
adyacentes de territorio. A su vez, lo anterior permite la valoración de las consecuencias tenidas por un
respuesta de los distintos órdenes sociales queda de manifiesto y resulta plausible, tanto la
Como se ha visto, el tiempo —o, mejor dicho, sus efectos en la población que habita el territorio
de una región cualquiera equivaldría, por decir lo menos, a asumir como nulas las consecuencias de los
procesos históricos, lo que equivaldría a suponer que la vida se ha desarrollado siempre bajo
condiciones similares a las del presente, situación que nulifica cualquier tipo de examen sobre el
pasado al carecer tal labor de un fin práctico6. Por lo tanto, además de ponderar las distintas realidades
sociales presentes en una región en diferentes periodos históricos, el estudioso debe tomar en cuenta
qué factor, o grupo de factores, le permitirán dotar al espacio estudiado de una lógica interna suficiente
Con respecto a lo indicado, y por citar sólo tres ejemplos representativos, para Eric Van Young la
región es, bajo cualquier circunstancia, una hipótesis a demostrar —no una realidad preexistente—, y
resultará de mayor utilidad aquélla construida con base en la amplitud poseída por una serie concreta de
relaciones económicas solidificadas con el paso del tiempo, de forma tal que sea visible la influencia
cuando no se pierda de vista que el sentido de lo particular, lo específico, está dado por el conocimiento
de lo que sucede en los sitios aledaños, de modo que lo diferente se explica al compararlo con lo que le
rodea, y no tanto como unidad aislada8. Por último, para Ignacio del Río, el estudio de la región debe
centrarse en la manera en que el espacio determina las acciones de los sujetos, para posteriormente
localizar las distintas relaciones que se entablan entre el todo y las partes que lo componen, o sea, entre
6
Cfr. Dení Trejo Barajas, ―La historia regional en México: reflexiones y experiencias sobre una práctica historiográfica‖, en
História Unisinos. São Leopoldo, Universidade do Vale do Rio dos Sinos, volumen 13, número 1, enero – abril 2009, p. 8.
7
―Haciendo historia regional. Consideraciones metodológicas y teóricas‖, en Pedro Pérez Herrero, (compilador), Región e
historia en México (1700 – 1850). 1ª reimpresión, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997, pp.
101 – 102. (Colección Antologías universitarias. Nuevos enfoques en ciencias sociales.)
8
Citado por Juan José Gracida Romo, ―Contribuciones a la teoría de la historia regional e historia económica del siglo XIX
del doctor Sergio Ortega Noriega‖, en Benito Ramírez Meza y Jorge Briones Franco (coordinadores), El noroeste de México
y la historia regional. Coloquio homenaje, Ignacio del Río y Sergio Ortega. Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa,
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 2002, pp. 96 – 97.
9
Vid. La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768 – 1787. México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1995, pp. 16 – 17. (Serie Historia
novohispana, 55.) Asimismo, vid. ―De la pertinencia del enfoque regional en la investigación histórica sobre México‖, en
Para redondear las ideas expuestas en el presente artículo, me parece oportuno efectuar una breve
mención de algunos elementos adicionales que el estudioso puede tomar en cuenta al iniciarse en el
análisis de una región. La lista que se incluye a continuación está organizada con apego a un cierto
orden de prioridad en cuanto a los aspectos indicados, aunque en ninguna forma debe considerarse
como un recetario o un modelo único a seguir; en última instancia, su observancia estará condicionada
por las posibilidades que brinden los materiales al alcance del investigador.
1. Una región es la suma de partes —de distinta magnitud— que interactúan entre sí. Así, si se
considera como unidad mínima al poblado, la región estará integrada por aquéllos que posean
misma región aun encontrándose en distintos estados del país, situados el primero en una
montaña y el segundo en un valle. Todo dependerá, como siempre, de ubicar con acierto las
2. La región funciona, ante todo, como un sistema. Por tanto, como se ha indicado líneas atrás,
la amplitud de sus límites se encuentra señalada por la interrelación habida entre los sucesos
que en ella tienen lugar, sin importar si éstos suceden al interior de la misma región pensada
asimismo tenerse en cuenta que la frontera —asumida como elemento de tipo movible y
para la región debe funcionar como el marco dentro del que se articularán los fenómenos
Vertientes regionales de México. Estudios históricos sobre Sonora y Sinaloa (siglos XVI – XVIII). México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001, pp. 135 – 145. (Serie Historia novohispana,
66.) Los planteamientos aquí apuntados fueron complementados por las notas tomadas durante las sesiones del seminario
Los métodos de la historia social. Historia regional, impartido por el propio Del Río en el Posgrado en Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, del cual formé parte en el ya lejano año de 2003.
10
Vid. Arturo Taracena Arriola, ―Propuesta de definición histórica para región‖, en Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas,
número 35, enero – junio de 2008, pp. 187 – 188.
examinados, y que éstos deberán poseer una diferencia, si no significativa, si al menos
3. La región guarda relaciones de distinto tipo con los territorios ubicados a su alrededor.
Intentar el estudio de un espacio dado como si fuera una unidad cerrada e independiente
4. Toda región dota a los elementos que la constituyen de una semántica que el estudioso debe
encontrarse en cualquier región se entiende por el significado de que le dotan los demás
elementos. Por ejemplo, participar en una procesión religiosa que toca los diferentes puntos
de una región resulta comprensible si se sabe —más allá del origen y la finalidad de la
peregrinación— qué importancia tienen los sitios visitados, cómo se organizan los
saber cómo se condicionan unos a otros, qué peculiaridades se imponen y cómo modifican su
funcionamiento.
5. La región debe definirse por sus componentes, no por las categorías que un observador
externo les atribuya. Sabido es que el investigador de la región elige un terreno, adopta un
enfoque y asigna niveles de importancia a lo que encuentra. Sin embargo, esto no implica que
pueda saltar por encima de aquello que la comunidad ha establecido por consenso o que
11
Cfr. Sergio Boisier Etcheverry, ―Algunas reflexiones para aproximarse al concepto de ciudad – región‖, en Estudios
sociales. Revista de investigación científica. Hermosillo, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, volumen
XIV, número 28, julio – diciembre de 2006, pp. 174 – 175.
12
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional. El noroeste de México, 1530 – 1880. México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1993, pp. 9 – 15.
posee una significación afincada históricamente. Lo más importante es, en este caso, observar
lo que acontece en el sitio, indagar en las formas asumidas por la sociedad, y encontrar las
6. Finalmente, la región debe ser entendible para quien la habita. Los estudios regionales, desde
sociales distintas de las existentes en los sitios prominentes y tenidas, durante largo tiempo,
debe dar cuenta de los muy distintos procesos constitutivos de la identidad de que participan
los habitantes del sitio investigado y que les confiere un sello distintivo frente a otros que, sin
A manera de conclusión
Para el cronista, encarar el estudio de un ámbito territorial que comprenda más allá de los límites de la
localidad puede resultar, sin duda, un reto de cierta envergadura, toda vez que deberá familiarizarse con
la forma en que han tenido lugar los procesos históricos más allá de su ámbito de pertenencia, y tendrá
que encontrar la manera más adecuada de relacionar los acontecimientos, las costumbres y las
creencias sin imponer categorías que resulten ajenas al contexto. Asimismo, deberá ser capaz de sortear
los obstáculos que supone la presencia de nociones preexistentes para buscar, tanto el sentido de los
A pesar de lo mencionado, creo que la incorporación del enfoque regional a la crónica resulta, no
sólo conveniente, sino incluso obligatoria, dado que resulta una buena manera de complementar la
información que se posee sobre el entorno inmediato del cronista con datos frescos y explicaciones
13
Ortega, Ensayo, op. cit., p. 7.
14
Vid. Pablo Serrano Álvarez, ―Clío y la historia regional mexicana. Reflexiones metodológicas‖, en Estudios sobre las
culturas contemporáneas. Colima, Universidad de Colima, volumen VI, número 18, 1994, pp. 154 – 156.
novedosas. A la par, el estudio de la región permite eliminar cualquier clase de exclusivismo o posición
personalista en el desarrollo de las investigaciones que se llevan a cabo, y pasar del ―yo lo dije‖ o el
más reprobable ―sólo yo conozco ese dato‖ a una socialización efectiva de los saberes, debido a que el
experto en los asuntos de su comunidad tendrá que ponerse en contacto con quienes se encuentran
versados en el acontecer de los lugares cercanos, a fin de darse una idea de qué conviene buscar, dónde
y a partir de qué fuentes. Tender los vasos comunicantes apropiados de la localidad a la región, y
posteriormente de ésta a las demás, redundará en beneficio de todos los que dedican sus esfuerzos al
estudio del pasado como medio para lograr una mejor comprensión del presente y, aun cuando nunca
podrá tenerse el mapa completo y certero de lo acaecido en el tiempo pretérito, al menos se dispondrá
de más y mejores herramientas para explicar el porqué del mundo que nos rodea, al tiempo que se