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LA CRÓNICA: DEL ÁMBITO LOCAL AL REGIONAL

Alfredo Ruiz Islas*

Mucho tiempo ha transcurrido desde que hice esta excursión hasta hoy.
Las impresiones que dejó en mi alma fueron vivas e indelebles. En medio
de las nieves de las cumbres de la sierra, en las inmensas llanuras del desierto,
debajo de los árboles tostados por el hielo, en las arenosas orillas del mar,
en todas partes he recordado esos aromas, ese ruido misterioso, esas nubes de grana;
ese paisaje, en fin, espléndido, magnifico, encantador.

Manuel Payno.
Viaje sentimental al San Ángel.

En su diario transcurrir, el cronista respira aromas, camina veredas, ingiere los sabores de la tierra y

escucha los sonidos familiares del terruño; refrenda lazos de amistad o de parentesco, se afana en sus

quehaceres cotidianos —conservados generación tras generación o surgidos al calor de los nuevos

tiempos—, ancla los pies en la tierra que le es propia —aquélla a la que llama su hogar, incluso sin

haber visto en ella la primera luz—, observa todo, medita en torno a lo observado y apresta la pluma

para relatar —y retratar— lo visto, lo oído y lo sabido.

Si se efectúa de forma adecuada, la crónica1 —referida a un barrio, a un pueblo, a un conjunto de

ellos o a un municipio— posee un sinnúmero de ventajas analíticas con respecto a los distintos tipos de

relatos que abordan el pasado, sea éste inmediato o remoto, o la materia efímera que se asume como el

presente. Tal y como lo demostró Luis González y González en su obra Pueblo en vilo. Microhistoria

de San José de Gracia, el estudioso de lo local, investido de la autoridad que le brindan, tanto el hecho

de saber a detalle lo que acontece en el terruño, como la posibilidad de conocer lo que significa tal

*
Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras.
1
De forma deliberada, he omitido abordar en este artículo la polémica sobre las diferencias —de orden cuantitativo y
cualitativo— que existen entre la historia y la crónica. Sin embargo, confío en efectuar una reflexión sobre el particular, así
sea breve, en un futuro cercano, y someterla a la consideración del lector a través de estas mismas páginas.
acontecimiento, es capaz de plasmar la densa red de relaciones sociales que existen en el lugar que

inspecciona, con lo que estará facultado para presentar a su eventual lector una explicación

pormenorizada del sentido que guarda el presente al exponer con acierto las razones que invisten al

cambio y a la permanencia, a la continuidad y a la ruptura. No sobra decir que, para ello, el observador

deberá saber ver al entorno para discernir los elementos que lo integran, organizarlos de acuerdo con la

escala de valores que le parezca oportuna, y encontrar la forma en que se relacionan o el porqué de su

pertenencia a distintos campos de lo social. Una vez mirado lo que, a su juicio, resulta de importancia,

deberá saber razonarlo y, más importante aún, saber explicarlo, de modo que el producto de sus afanes

resulte interesante y útil para la comunidad que es, a un mismo tiempo, origen y destino del relato.

Lo recién mencionado implica que el cronista deberá poseer un método para efectuar la

observación, el análisis y la consignación por escrito de lo que aparece a su paso. Tal método,

entendido como el conjunto de pasos encaminados a la consecución de un fin preciso, sólo requiere un

poco de orden, otro poco de constancia, algo más de capacidad de crítica y una enorme habilidad para

narrar lo presenciado o indagado. La ausencia de cualquiera de las tres primeras condiciones redundará

en un ejercicio deficiente o en la relación de toda clase de despropósitos —así sean

bienintencionados— a un público no siempre cándido; a su vez, la falla en el último tramo —esto es, en

la narración de los hechos— convertirá al cronista en lo que Pedro Salinas atinadamente denomina

como ―[los] inválidos del habla […] cojos, mancos, tullidos de la expresión […] un baldado espiritual,

incapaz casi de moverse entre sus pensamientos2‖.

Para retornar al tópico que da título al presente escrito, vale decir que el cronista es, en suma, el

pesquisidor por excelencia de lo que acontece en un contexto dado: en su propio contexto. Sin

embargo, conforme se adentra en la investigación de lo sucedido en el presente que le ha tocado vivir, o

en el pasado que ha dado una forma singular a ese mismo presente, el cronista debe asumir un enfoque

2
Pedro Salinas, Aprecio y defensa del lenguaje. 2ª edición, San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, p.
11.
que rebase el plano de lo estrictamente local y se adentre en el estudio de la región en que se encuentra

su lugar de pertenencia, toda vez que la sola investigación de los fenómenos acaecidos en éste se

revelará, muy probablemente, incapaz de brindarle explicaciones amplias sobre la configuración de los

acontecimientos y el significado del presente. Así, ¿cómo exponer con claridad los hábitos de consumo

presentes en una localidad si se ignora, por ejemplo, de dónde provienen los artículos que la gente

emplea en su diaria alimentación? En este mismo sentido, ¿cómo saber si tales hábitos han sufrido

modificaciones a lo largo del tempo debido a alteraciones sucedidas, no en el entorno inmediato de la

comunidad, sino en aquél que la abastecía? De igual forma, ¿cómo entender los lazos de parentesco, de

apego, o incluso de enemistad entre dos pueblos distintos, si no se examina a ambos?

La crónica, entre la multitud de problemas que la aquejan —de tipo burocrático, económico,

narrativo o procedimental, por citar sólo algunos—, con frecuencia se enfrenta a un padecimiento de

orden metodológico: la propensión al aislamiento, a la presentación de procesos históricos cuya

conexión con los acaecidos en otros lugares, cercanos y distantes, resulta escasa o nulamente estudiada.

Esto redunda en la confección de trabajos donde el conocimiento profundo de lo local no se ve

complementado por un saber, así sea superficial, sobre lo regional, hecho que a su vez deriva en la

exhibición de conclusiones incompletas o, las más de las veces, plenas de interrogantes no resueltas

sobre lo que habría sucedido en los lugares situados más allá del terruño y que, posiblemente, incidirían

sobre el acontecer comunitario. Con el fin de brindar una alternativa operacional a la problemática aquí

enunciada y enriquecer, así sea mínimamente, el bagaje instrumental del cronista, las siguientes páginas

se dedicarán a presentar los elementos básicos involucrados en el estudio de la región.

El ámbito regional y su estudio

Antes de abordar los elementos que integran el estudio de lo regional, conviene preguntar ¿qué es una

región? ¿Cómo se construye? ¿Qué instancias, tanto físicas como humanas, intervienen en su
delimitación? Conviene decir, en primer lugar, que la región no es equivalente al entorno local. De

hecho, el propio Luis González admitía que el ámbito local se conforma por ―[…] espacios breves y

poco poblados, en promedio diez veces más chicos que una región. [Que] se puede[n] abarcar de una

sola mirada y recorrer de punta a punta en un solo día3‖. Dicho en otras palabras, lo local es el espacio

donde: a) se desarrollan las acciones habituales del sujeto; b) sus lazos de pertenencia poseen una

mayor solidez; c) los vínculos sociales cuentan con una cohesión explicable en sí misma. A ello podría

añadirse que lo local cuenta con una frontera, no política sino de índole cotidiana, significada por el

espacio que el sujeto determina como el límite hasta el que puede, debe o quiere desplazarse en su día a

día4.

Definir a la región requiere echar mano de un conjunto mayor de conocimientos que aquéllos

necesarios para comprender a la localidad, al ser ésta parte de la vida diaria de cualquier persona y

hallarse definida, según mencioné líneas atrás, por las capacidades del sujeto para actuar en ella. En el

caso de la región, debe tenerse en cuenta que su delimitación responde, de manera ineludible, a los

criterios analíticos establecidos por quien la investiga: para el geógrafo, la región deriva de un paisaje

observado desde cierta perspectiva y comprenderá una serie estable de elementos característicos —ríos,

llanos, cadenas montañosas, valles, ciudades o pueblos— que le brindan cierta congruencia, aun en su

natural diversidad. A su vez, el economista agrupará porciones de territorio posiblemente desiguales de

acuerdo con las actividades productivas que en ellas tienen lugar, a través de lo cual podrá observar la

interacción de los agentes económicos, la formación de circuitos mercantiles o la mecánica que guía el

desarrollo del trabajo, entre otros aspectos5. Finalmente, el estudioso de lo político considerará, como

su base de trabajo, las demarcaciones territoriales generadas mediante la acción del Estado, mismas que

3
Luis González y González, El oficio de historiar. Estudios introductorios de Guillermo Palacios y Andrew Roth Seneff. 2ª
edición, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, p. 170. (Colección Clásicos.)
4
Ágnes Heller, Sociología de la vida cotidiana. Prefacio de György Lukács, traducción de J. F. Yvars y Enric Pérez Nadal.
5ª edición, Barcelona, Ediciones Península, 1998, pp. 383 – 384. (Colección Historia, Ciencia, Sociedad, 144.)
5
Cfr. Manuel Miño Grijalva, ―¿Existe la historia regional‖, en Historia Mexicana 204. México, El Colegio de México,
volumen LI, número 4, abril – junio de 2002, pp. 867 – 868.
le permitirán analizar la dinámica seguida en la toma de decisiones, la producción legislativa o la

circulación del poder entre los distintos grupos que habitan la región por él construida.

Por lo que toca a la integración de unidades regionales por parte de quienes asumen como su

objeto de estudio al pasado humano, vale anotar que existen tantas propuestas de definición en torno a

la región como especialistas dedicados al asunto. No obstante, como punto de partida, es preciso

indicar que existe una tendencia creciente a abandonar los modos tradicionales de operación —donde la

región preexistía a la indagación efectuada, lo que forzaba a ésta a amoldarse a una serie de límites que

ataban su potencial de acción— y, por el contrario, a construir el ámbito de análisis conforme se

desenvuelve la investigación, de acuerdo con las evidencias recabadas y las propuestas analíticas

empleadas.

El proceso de deconstrucción – reconstrucción del ámbito regional trae aparejadas una serie de

ventajas que el investigador debe tener en cuenta. Por principio de cuentas, está la posibilidad de

trabajar por medio de un razonamiento inductivo, mediante el cual las consecuencias observadas trazan

la ruta a seguir hacia el pasado, permitiendo advertir con claridad el momento en que surgen fisuras de

distinta magnitud en la continuidad de los tiempos. Con ello, la región observada en el presente

adquiere una fisonomía distinta en tanto el sujeto se desplaza hacia el pasado, al ampliarse o reducirse

según se encuentren series de relaciones —políticas, económicas o sociales— entre porciones

adyacentes de territorio. A su vez, lo anterior permite la valoración de las consecuencias tenidas por un

acontecimiento —o por un grupo de ellos— en un tiempo y en un espacio dados, de manera que la

respuesta de los distintos órdenes sociales queda de manifiesto y resulta plausible, tanto la

descomposición de los paradigmas territoriales, como su nuevo ordenamiento.

Como se ha visto, el tiempo —o, mejor dicho, sus efectos en la población que habita el territorio

estudiado— es el ingrediente primordial a considerar en el análisis regional. Pensar en la inmovilidad

de una región cualquiera equivaldría, por decir lo menos, a asumir como nulas las consecuencias de los

procesos históricos, lo que equivaldría a suponer que la vida se ha desarrollado siempre bajo
condiciones similares a las del presente, situación que nulifica cualquier tipo de examen sobre el

pasado al carecer tal labor de un fin práctico6. Por lo tanto, además de ponderar las distintas realidades

sociales presentes en una región en diferentes periodos históricos, el estudioso debe tomar en cuenta

qué factor, o grupo de factores, le permitirán dotar al espacio estudiado de una lógica interna suficiente

como para asumirla en tanto unidad autosustentada.

Con respecto a lo indicado, y por citar sólo tres ejemplos representativos, para Eric Van Young la

región es, bajo cualquier circunstancia, una hipótesis a demostrar —no una realidad preexistente—, y

resultará de mayor utilidad aquélla construida con base en la amplitud poseída por una serie concreta de

relaciones económicas solidificadas con el paso del tiempo, de forma tal que sea visible la influencia

tenida por la producción, la comercialización y el consumo en el comportamiento de la población y,

eventualmente, en el surgimiento de prácticas y representaciones distintivas del sitio7. En tanto, Sergio

Ortega Noriega apuesta por la descomposición de lo social a partir de la búsqueda de características

socioeconómicas y culturales particulares, lo que habilitará a la delimitación de una región siempre y

cuando no se pierda de vista que el sentido de lo particular, lo específico, está dado por el conocimiento

de lo que sucede en los sitios aledaños, de modo que lo diferente se explica al compararlo con lo que le

rodea, y no tanto como unidad aislada8. Por último, para Ignacio del Río, el estudio de la región debe

centrarse en la manera en que el espacio determina las acciones de los sujetos, para posteriormente

localizar las distintas relaciones que se entablan entre el todo y las partes que lo componen, o sea, entre

las regiones y la nación o, si se prefiere, entre el centro y la periferia9.

6
Cfr. Dení Trejo Barajas, ―La historia regional en México: reflexiones y experiencias sobre una práctica historiográfica‖, en
História Unisinos. São Leopoldo, Universidade do Vale do Rio dos Sinos, volumen 13, número 1, enero – abril 2009, p. 8.
7
―Haciendo historia regional. Consideraciones metodológicas y teóricas‖, en Pedro Pérez Herrero, (compilador), Región e
historia en México (1700 – 1850). 1ª reimpresión, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997, pp.
101 – 102. (Colección Antologías universitarias. Nuevos enfoques en ciencias sociales.)
8
Citado por Juan José Gracida Romo, ―Contribuciones a la teoría de la historia regional e historia económica del siglo XIX
del doctor Sergio Ortega Noriega‖, en Benito Ramírez Meza y Jorge Briones Franco (coordinadores), El noroeste de México
y la historia regional. Coloquio homenaje, Ignacio del Río y Sergio Ortega. Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa,
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, 2002, pp. 96 – 97.
9
Vid. La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768 – 1787. México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1995, pp. 16 – 17. (Serie Historia
novohispana, 55.) Asimismo, vid. ―De la pertinencia del enfoque regional en la investigación histórica sobre México‖, en
Para redondear las ideas expuestas en el presente artículo, me parece oportuno efectuar una breve

mención de algunos elementos adicionales que el estudioso puede tomar en cuenta al iniciarse en el

análisis de una región. La lista que se incluye a continuación está organizada con apego a un cierto

orden de prioridad en cuanto a los aspectos indicados, aunque en ninguna forma debe considerarse

como un recetario o un modelo único a seguir; en última instancia, su observancia estará condicionada

por las posibilidades que brinden los materiales al alcance del investigador.

1. Una región es la suma de partes —de distinta magnitud— que interactúan entre sí. Así, si se

considera como unidad mínima al poblado, la región estará integrada por aquéllos que posean

características comunes, sin importar si pertenecen a entidades políticas diferentes o si se

encuentran enclavados en áreas geográficas de distinta nomenclatura10. Por ejemplo, si las

características encontradas lo permiten, los pueblos de X y de Z pueden englobarse en la

misma región aun encontrándose en distintos estados del país, situados el primero en una

montaña y el segundo en un valle. Todo dependerá, como siempre, de ubicar con acierto las

similitudes entre ellos y tejer las redes de análisis convenientes.

2. La región funciona, ante todo, como un sistema. Por tanto, como se ha indicado líneas atrás,

la amplitud de sus límites se encuentra señalada por la interrelación habida entre los sucesos

que en ella tienen lugar, sin importar si éstos suceden al interior de la misma región pensada

al momento de abordar el estudio o si, por el contrario, se encuentran en su exterior. Debe

asimismo tenerse en cuenta que la frontera —asumida como elemento de tipo movible y

poroso, no necesariamente sujeto a determinaciones políticas ni geográficas— establecida

para la región debe funcionar como el marco dentro del que se articularán los fenómenos

Vertientes regionales de México. Estudios históricos sobre Sonora y Sinaloa (siglos XVI – XVIII). México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001, pp. 135 – 145. (Serie Historia novohispana,
66.) Los planteamientos aquí apuntados fueron complementados por las notas tomadas durante las sesiones del seminario
Los métodos de la historia social. Historia regional, impartido por el propio Del Río en el Posgrado en Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, del cual formé parte en el ya lejano año de 2003.
10
Vid. Arturo Taracena Arriola, ―Propuesta de definición histórica para región‖, en Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas,
número 35, enero – junio de 2008, pp. 187 – 188.
examinados, y que éstos deberán poseer una diferencia, si no significativa, si al menos

perceptible, con respecto a los acaecidos en sus alrededores11.

3. La región guarda relaciones de distinto tipo con los territorios ubicados a su alrededor.

Intentar el estudio de un espacio dado como si fuera una unidad cerrada e independiente

conducirá, indefectiblemente, a la presentación de explicaciones erradas. Vale recalcar que la

asunción de un ámbito regional cualquiera como entidad autosuficiente no se refiere a su

presentación como elemento insular, sino a la existencia de características que la distinguen

de las que le rodean y que tornan único su desarrollo en el tiempo y en el espacio12.

4. Toda región dota a los elementos que la constituyen de una semántica que el estudioso debe

comprender en su contexto. Lo anterior no quiere decir sino que aquello susceptible de

encontrarse en cualquier región se entiende por el significado de que le dotan los demás

elementos. Por ejemplo, participar en una procesión religiosa que toca los diferentes puntos

de una región resulta comprensible si se sabe —más allá del origen y la finalidad de la

peregrinación— qué importancia tienen los sitios visitados, cómo se organizan los

participantes en la ceremonia y de qué manera se establecen las rutas y los descansos. Es

decir, el estudio de los factores en su conjunto brindará un panorama de mayor amplitud al

saber cómo se condicionan unos a otros, qué peculiaridades se imponen y cómo modifican su

funcionamiento.

5. La región debe definirse por sus componentes, no por las categorías que un observador

externo les atribuya. Sabido es que el investigador de la región elige un terreno, adopta un

enfoque y asigna niveles de importancia a lo que encuentra. Sin embargo, esto no implica que

pueda saltar por encima de aquello que la comunidad ha establecido por consenso o que
11
Cfr. Sergio Boisier Etcheverry, ―Algunas reflexiones para aproximarse al concepto de ciudad – región‖, en Estudios
sociales. Revista de investigación científica. Hermosillo, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, volumen
XIV, número 28, julio – diciembre de 2006, pp. 174 – 175.
12
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional. El noroeste de México, 1530 – 1880. México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1993, pp. 9 – 15.
posee una significación afincada históricamente. Lo más importante es, en este caso, observar

lo que acontece en el sitio, indagar en las formas asumidas por la sociedad, y encontrar las

razones que asisten a los significados impuestos por el uso.

6. Finalmente, la región debe ser entendible para quien la habita. Los estudios regionales, desde

un principio, han funcionado como un medio para reivindicar la existencia de realidades

sociales distintas de las existentes en los sitios prominentes y tenidas, durante largo tiempo,

como representantes de un conjunto amplio de sujetos13. Por lo tanto, el trabajo resultante

debe dar cuenta de los muy distintos procesos constitutivos de la identidad de que participan

los habitantes del sitio investigado y que les confiere un sello distintivo frente a otros que, sin

ser completamente diferentes, pertenecen a una esfera distinta de lo social14.

A manera de conclusión

Para el cronista, encarar el estudio de un ámbito territorial que comprenda más allá de los límites de la

localidad puede resultar, sin duda, un reto de cierta envergadura, toda vez que deberá familiarizarse con

la forma en que han tenido lugar los procesos históricos más allá de su ámbito de pertenencia, y tendrá

que encontrar la manera más adecuada de relacionar los acontecimientos, las costumbres y las

creencias sin imponer categorías que resulten ajenas al contexto. Asimismo, deberá ser capaz de sortear

los obstáculos que supone la presencia de nociones preexistentes para buscar, tanto el sentido de los

acontecimientos, como la valoración efectuada por la comunidad en torno a los mismos.

A pesar de lo mencionado, creo que la incorporación del enfoque regional a la crónica resulta, no

sólo conveniente, sino incluso obligatoria, dado que resulta una buena manera de complementar la

información que se posee sobre el entorno inmediato del cronista con datos frescos y explicaciones

13
Ortega, Ensayo, op. cit., p. 7.
14
Vid. Pablo Serrano Álvarez, ―Clío y la historia regional mexicana. Reflexiones metodológicas‖, en Estudios sobre las
culturas contemporáneas. Colima, Universidad de Colima, volumen VI, número 18, 1994, pp. 154 – 156.
novedosas. A la par, el estudio de la región permite eliminar cualquier clase de exclusivismo o posición

personalista en el desarrollo de las investigaciones que se llevan a cabo, y pasar del ―yo lo dije‖ o el

más reprobable ―sólo yo conozco ese dato‖ a una socialización efectiva de los saberes, debido a que el

experto en los asuntos de su comunidad tendrá que ponerse en contacto con quienes se encuentran

versados en el acontecer de los lugares cercanos, a fin de darse una idea de qué conviene buscar, dónde

y a partir de qué fuentes. Tender los vasos comunicantes apropiados de la localidad a la región, y

posteriormente de ésta a las demás, redundará en beneficio de todos los que dedican sus esfuerzos al

estudio del pasado como medio para lograr una mejor comprensión del presente y, aun cuando nunca

podrá tenerse el mapa completo y certero de lo acaecido en el tiempo pretérito, al menos se dispondrá

de más y mejores herramientas para explicar el porqué del mundo que nos rodea, al tiempo que se

circula al conjunto de la sociedad el producto de las investigaciones efectuadas.

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