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tumbas (Fig. 29). En Madagascar se advierte que en parte la aparicién de un siste- ma fuertemente desigualitario se basa en lo que Kus (1988) denomina «contrato so. cials, un acuerdo técito entre gobernantes y gobernados que limita el poder de los primeros y hace que se mantengan en los cauces que marca la tradicidn, a la vez que los modifican lentamente, En el fondo se trata de una apropiacién de los sfinbolos culturales y su expresin material. Algo semejante sucedia entre los yoruba (Kamau 1976): el palacio del Oba se componia de varias unidades del médulo basico de la arquitectura tradicional, que poseen todas las casas, incluidas las mas pobres, En sintesis, exceptuando algunos ejemplos como la investigacién de Kus y Ra- harijaona, esté por hacer una auténtica etnoarqueologia politica, que vaya mas alla de los lugares comunes, de los estereotipos evolucionistas y de las formulas sencillas transculturales. Por lo que respecta a las sociedades desiguales —jefaturas y Estados~ en mi opinién una etnoarqueologia politica deberfa ser basicamente foucaultiana: creo que el trabajo de este autor sobre el concepto de castigo desde el siglo xvit a la actualidad (Foucault 1998) puede servir de ejemplo para los etnoarqueslogos, entre tras cosas por la atencién que presta al papel de la cultura material (cérceles, hos. Pitales o fabricas) en la reproduccién del orden social. Serfa necesatio, desde este unto de vista, un anélisis del discurso de la desigualdad y del control en sociedades Jerdrquicas premodernas, que atendiese més a lo social y a fas relaciones de poder (incluido el género, la edad y la identidad étnica) que a los condicionantes econd- micos, indudablemente importantes pero probablemente sobrevalorados (Sweely 1999b). Por otro-lado, aspectos, como los que apunta Melntosh (1999), como for. mas de complejidad social que raramente se tienen en cuenta (sociedades secretas, brujos, grupos de edad), abren un campo de reflexién para los arquedlogos. Su apro. vechamiento tedrico, en cualquier caso, requiere ir més alla de los sempiternos po- linesios y Big Men. Il, EL ESPACIO El paisaje como construccién cultural Todo paisaje se construye y percibe culturalmente. Existen grandes diferencias entre los escenarios en que discurre la vida de los cazadores-recolectores y los de las sociedades estatales, de las comunidades campesinas dentro de un Estado y de los agricultores de roza igualitarios. La forma de moverse en el espacio, de establecer puntos de referencia, materializar memorias o apropiarse de los lugares difiere en cada cultura, aunque existen rasgos comunes dentro de distintas clases de comple- jidad (fz. Hernando 2002). En el paisaje se codifican los principios que esttucturan el comportamiento de un grupo, pero también puede servir para expresar el con- flicto o para negociar posiciones sociales: como veremos, el paisaje natural o cons. truido se ha usado hist6ricamente para reclamar la posesiGn de un territorio o para justificar su conquista. En las sociedades de cazadores-recolectores, los lugares tienen significado a dis- tintos niveles. Algunos pueden estar relacionaclos con mitos de origen y creacién; otros, con gente que ha muerto y en consecuencia se evitan (como sefiala pata los nukak Politis 1996); otros, con experiencias individuales o colectivas de cata o en. cuentros con animales (Ingold 1996). En ocasiones se modifica ese paisaje de forma 97 poco agresiva (con pinturas o grabados). Que un paisaje no esté construido, nos re- cuerda Rapoport (1969), no significa que no esté pensado: al involucrarse en el pai- saje, los cazadores-recolectores hacen que el espacio natural se transforme, huma- nice, se convierta en algo socialmente significativo. En comunidades ms complejas, el espacio construido (el asentamiento o la casa) sirve para explicar y transmitir [a idea del cosmos y los principios del orden social. El cosmos se manifiesta espacialmente en la vivienda, porque ésta suele ser el centro de la geografia mitica, el espacio humano por antonomasia, el centro de Ia vida, donde se nace y donde se muere: el ugar donde tienen lugar los misterios de la existencia y donde el mito se encuentra materializado. Para los nuer la distribuci6n del espacio se organiza de forma jerdrquica a partir del hogar en cfrculos concéntrricos: la cabafia, la casa, el caserfo, la aldea, las secciones tribales, la tribu, otras tribus, etc. (Evans-Prit- chard 1992). La dimensién cosmoldgica se observa también en la materializacion del tiempo, porque el hogar es la encarnacién del pasado, expresa la relacién con los an- cestros. La organizaci6n de la casa sigue en muchas culturas la estructura general del poblado, vertebrado a través de ciertos parametros (alto/bajo, este/oeste, centro/pe- riferia), y esta estructura es, a su vez, una réplica del universo. Fenémenos tan importantes como la creacién de la Tierra, la fabricacién de se- res humanos, el movimiento del sol, la formacién del cielo, la construccién del in- framundo y la creacién de diversas deidades se explican a través de la arquitectura doméstica entre los batammaliba (Preston Blier 1987). Existe ademés una metéfora estructural entre la casa circular y el poblado, percibido como circular aunque sea oval, que se entienden como reflejo de la tierra, concebida con la misma forma por Kuiye, el dios creador. Si entre los batammaliba se trata de reproducir Ia forma y or- ganizacién del cosmos, entre los kassena (Hahn 2000), mediante la localizacién de Ios distintos edificios y elementos arquitecténicos, lo que se intenta reproducir es la temporalicad de la vida: del nacimiento a la muerte. En el caso de los yoruba (Ka- mau 1976), como corresponde a una sociedad estatal, la ordenacién paralela de es- pacio humano y mitico llega a sus cotas més elevadas: desde la casa més modesta al plano de las capitales, todo es una réplica del universo. La sociedad ajusta el paisa- je a ese orden preconcebido y a su vez se encuentra constrefiida por el orden que ha ayudado a crear, de forma que el conjunto de habitacién, el palacio, la ciudad, la Tierra y el mundo sobrenatural se encuentran cercados por muros que delimitan es- pacios sociales y miticos. Pese a los avances de la antropologfa en este sentido, y al desarrollo de una arqueologfa cada vez més intetesada en Ia experiencia del lugar (Tilley 1994), la etnoarqueologfa apenas ha intentado profundizar en los aspectos simbélicos y culturales ni del paisaje en general ni de la vivienda en particular. El espacio colectivo: os asentamientos Los asentamientos nos permiten adentramos en la organizacién social de un grupo. Pero son también un elemento de complejo y ambiguo significado. En realidad jamés llegatemos a saber c6mo se organizaba un poblado de la misma forma que lo llegan a saber los antropélogos 0 los etnoarquedlogos, es decir, teniendo en cuenta las intrinca- dlas redes de parentesco que dan lugar a una determinada ocupacién del espacio. El tra- bajo de David (1971) sobre un conjunto de habitacién fulani en Ghana ya dejé claras las limitaciones hace més de 30 afios y estudios recientes no han puesto las cosas més facile, al menos para quienes buscan recetas transculturales que aplicar a sus respec- 98 tivos yacimientos. Pero silo que buscamos es alimentar nuestra imaginacién arqueol6- gica y comprender mejor al Otro, la etnoarqueologia de los poblados tiene mucho que oftecer. Aunque existe una gran variedad en Ia organizacisn del espacio en los asenta- mientos, segtin el grado de complejidad del grupo, también es cierto que se pueden en- contrar algunos fendmenos recurrentes en los ms variados sistemas sociales. Las relaciones entre Las familias, por ejemplo, son uno de los condicionantes més presentes en la estructuracién del espacio. La afinidad resulta un criterio basico para decidir donde ubicar la casa: asf sucede entre los nchumuruh, de Ghana (Agorsah, 1988) o los kofyar de Nigeria (Stone 1992). Para los marakwet de Kenya, que al- guien construya una casa a menos de 20 metros de oto, significa que ambos son fa- miliares cercanos (Moore 1982). El levantar la vivienda junto a padres, hermanos w otros parientes es una forma de garantizarse la cooperaci6n, no solo en la construc- cin de la casa, sino en la vida cotidiana: as{ sucede con los kaguru de Tanzania (Beidelman 1972) o los kofyar. El hecho de que las viviendas tengan entradas o fa- chadas enfrentadas suele ser buen sintoma de afinidad familiar (David 1971). Sig- nificativamente, entre los grupos de cazadores-recolectores, como los mbuti 0 los ung, las viviendas tienden a la disposicisn en citculo, de forma que todos pueden observar las cabafias de todos los demi. Dentro de una banda, el conjunto de los miembros se encuentra ligado por vin- culos de parentesco, pero cuando la organizacién social se hace més compleja, los poblados crecen y aparecen mais grupos familiares, la construccién de la vivienda junto a la de los parientes més cercanos da lugar con frecuencia a barrios separados, a veces incluso fisicamente, que pertenecen a un determinado linaje, como sucede con los nchumuru de Ghana (Agorsah 1988). Por desgracia para los arquedlogos, esto no es una regla general: entre los dogon (Lane 1994) las familias se encuentran, dispersas por el asentamiento, sin que se advierta ninguna concentracisn de clanes 6 linajes. No obstante, conviene sefialar que el plano aparentemente cadtico de un poblado dogon se diferencia bastante de otros asentamientos donde la estructura- cin y el crecimiento se corresponden més estrictamente con reglas familiares. En aquellos émbitos, ademas, donde se produce una mayor aglomeracién de gentes se tienden a producir fendmenos de autoorganizacién que hacen més evidente la se- paracién de barrios familiares. {Qué organizacién del espacio cabe esperar de cada sistema socioeconémico? Esta ha sido la pregunta tradicional que los etnoarquedlogos han planteado al re- gistro etnogréfico, por lo general con un claro sesgo determinista econdmico y eco- Iogico. Existen indudables semejanzas formales y estructurales entre distintos tipos de organizaci6n social: las bandas de cazadores-recolectores, los pastores y los agri- cultores intensivos muestran tres formas diferentes de construir sus poblados, aun- que después se encuentre una gran diversidad entre cada tipo (mayor en el caso de los agricultores que entre los forrajeros). Cazadores-recolectores Los cazadores-recolectores oftecen la ocupaci6n del espacio més sutil y dificil de recuperar arqueolégicamente (Fig. 30). Muchos de los asentamientos desaparecen sin dejar rastro y aquellos que sf lo dejan suelen suftir grandes alteraciones natura- les, por su caricter endeble. Binford (1978, 1992) ha estudiado y comparado los 99 Piedras pare 2 abrrnuccss mmongonge ‘carbones Fig. 30. Campamento !kung san (a partir de Hanson 1999). campamentos de cazadores-recolectores de distintas regiones (Norteamérica, sur de Africa, Australia), con el objetivo de descubrir los elementos comunes a todos y sus principios de organizacién bisica. Pudo observar, asf, las estrechas similitudes apa- rentes entre ngatatjara, nunamiut y !kung. En su opinién, esto se debe a un princi- pio estructurador bésico: el cuerpo humano. Como buen funcionalista, no interpre- ta el cuerpo como construccisn cultural, sino como mero mecanismo material dotado de unas dimensiones y unas propiedades fisicas: la mayor parte de las dispo- siciones de artefactos dentro de los poblados de forrajeros se pueden interpretar como resultado de la disposicidn de la gente en torno a uno o més hogares y que arrojan detrés (érea toss) 0 a sus pies (érea drop) los restos de su actividad. En tor- no a los hogares se encontrarén los desechos y artefactos de menores dimensiones (pequefios restos de talla, por ejemplo), mientras que tras las cabafias aparecerin los elementos mayores (huesos de gran tamafio). La contribucién de Binford ha sido importante para tener en cuenta el papel que los actos mas ordinarios y habituales de los cazadores-recolectores ~sentarse en torno a un fuego, comer tienen en la configuracién de un campamento, as{ como cuestiones bisicas de tipo fisico (la dis- tribuci6n del calor, la luz y la sombra). Pero la sencillez de estos campamentos nos puede Hlevar a engaiio: més alla del determinismo material, hasta la expresi6n arquitecténica mas simple, recuerda Hanson (1999), se utiliza para expresar informaci6n social compleja que supera las meras necesidades humanas. En los campamentos {kung que estudis Yellen (1977) se materializan principios sociales de primer orden, como son la proximidad y cen- tralidad. La proximidad implica que las cabafias deben estar lo suficientemente cer- ca como para que los vecinos pueden pasarse cosas unos a otros. Por Io que respec- taalla centralidad, es necesario que entre las cabaiias, dispuestas en circulo, quede 100 tun espacio vacfo comunitario de modo que se puedan desarrollar actividades en co- main y ceremonias (distribucién de carne, bailes). Incluso en los asentamientos més sencillos, ademds, puede encontrarse una distribuci6n. del espacio en la que se ma- terialicen principios de género y edad: entre los hadza, por ejemplo, O'Connell, Hawkes y Jones (1991) documentaron tres dreas de dormitorio, que respondfan a fa- milias nucleares, mujeres ancianas y jévenes del mismo sexo. Pastores Los grupos némadas 0 seminémadas que viven del ganado poseen una forma ca- racteristica de ocupar el espacio, Habitan en campamentos formados por tiendas in- dividuales, cada una de las cuales contiene una unidad de produccién y consumo (Yakar 2000), aunque los asentamientos més estables pueden dotarse de arquitectu- ra en piedra o adobe, También entre los pastores, la proximidad de las tiendas suele indicar afinidad familiar. Siguiendo la terminologia ya mencionada de Yellen y Bro- ks (1987), las aldeas de las comunidades pastoriles se caracterizan por su escasa re- Campamentos abandonados en Luristén e 5pm (aporeod Fig. 31. Distribucién de campamentos némadas abandonados en tomo a una poblacién sedentaria en el Luristan (a partir de Cribb 1991 y b). 101 dundancia y congruencia. Se trata de asentamientos amplios que crecen en exten- siGn y no en altura (es decir, no se sobreponen las ocupaciones). En zonas habitadas por estas gentes, es habitual observar un continuum de estructuras, algunas en uso y ‘muchas abandonadas (Cribb 1991a yb) (Fig. 31). En Anatolia, se ha comprobado la reutilizaci6n de ruinas de varios cientos de afios de antigtiedad para colocar las tien- das (Yakar 2000) y en Siria sucede lo mismo icon los campamentos del limes roma- no! Los problemas arqueolégicos que puede ocasionar este tipo de asentamiento re- sultan evidentes. Una ocupacién extensa, con varios episodios estacionales, sobre un determinado lugar, ademés, no garantiza su identificacién con un solo grupo que vuelve al mismo sitio de forma recurrente. Se han documentado casos, como entre Jos yoruks de Sacikara, en Anatolia, en que miembros de un determinado grupo ocu- pan un asentamiento abandonado previamente por otra comunidad. La densidad de un poblado, segtin Cribb (199 1a), es un resultado del compromiso entre tendencias opuestas hacia la nuclearizacién, por un lado, y la dispersiGn, por otro. Las necesidades de la sociabilidad y la seguridad llevan a concentrar las tiendas, mientras que la necesidad de espacio entre las tiendas para mangjar los ganados y de- sarrollar actividades domésticas (entre las que se incluye la disposicién del desecho) favorecen la dispersion. La consistencia de los asentamientos, por otro lado, se ha comprobado mayor en aquellos casos en que el acceso a los pastos y los campamentos se encuentra asegurado. Ademés de la mayor o menor densidad, la situaci6n y dispo- sicién de las aldeas depende también de cuestiones de tipo topografico y econdmico (calidad y cercania de los pastos, tamatio de los ganados, caracteristicas del terreno, etc.). Una de las ubicaciones favoritas en el Proximo Oriente suele ser los espacios la- nos y sin obstéculos pero defendidos por un afloramiento rocoso 0 laderas. La organizacién sociopolftica desempefia un papel importante en la organizacién de los campamentos: se ha sefialado una disposicién modular de cuatro o cinco tien- das entre los grupos igualitarios, mien- tras que los més estratificados muestran una estructura jeréirquica (Yakar 2000). En estos casos, el jefe del grupo tiene de- recho a poner el primero la tienda, que es, ademas, la de mayores dimensiones. Varios autores han analizado lo que significa, en términos sociales y maceria- Tes, el paso de una forma de vida trashu- mante a una estable. Linda L. Layne (1987) comprobs los cambios y pervi- vencias que se producen en la organiza- Fig. 92. Proceso de sedentarizacién de un cam- pamento pastor! (segin Cribb 19912). 1. Campamento némada. 2. Transformacién de las tiendas en casas y conjuntos de habitacion. 3. Adicién de nuevas tiendas y desarrollo de los conjuntes de habitacion. 4, Relieno de los espacios abiertos por ‘nuevos conjuntos de habitacién. Las tien- K mm Nueva vivienda das se emplean todavia de forma estacio- Vienda exablcida fal en algunos conjuntes. 6. Pueblo se con patio ontario con un campamento némada . estacional, con casas en proceso de se- 5. Sean dentarizacién en las cercanias. 102 cién del espacio doméstico en Jordania: en el grupo objeto de su andlisis, los anti- guos némadas continuaron manteniendo un alto grado de movilidad, pese a la cons- truccién de asentamientos permanentes: de hecho, fa mitad del afio viven en tien- das (cuando se desplazan a los pastos de verano) y Ia otra mitad en casas de adobe ‘o cemento, Io que indica que en realidad se pas6 de un sistema némada a otro tras- humante estacional. Los importantes significados simbélicos de las tiendas quedan. puestos de relieve en el hecho de que se sigan utilizando para ceremonias y ritos de paso. Los mayores cambios que Hlegan con la aparicién de la arquitectura perma- nente se pueden observar en un incremento de la complejidad de las estructuras, la mayor segmentacién del espacio y el incremento del espacio privado. Cribb (1991a), por su parte, afirma que las aldeas de pastores y agricultores o de pastores en vias de sedentarizacién presentan una densidad y organizaci6n caracteristicas (Fig. 32). A luna mayor sedentarizacién corresponde un incremento en la cantidad de las es- tructuras y en la cercanfa de unas respecto a otras. Agricultores ganaderos sedentarios Al contrario que los anteriores, los poblados sedentarios han sido objeto de and- lisis por antropélogos y estudiosos de la cultura material mas que por etnoarquedlo- gos propiamente dichos. No obstante, existen varios trabajos de la mayor importan- cia: los estudios de Horne (1994) y Kramer (1982) son ya clisicos en la materia, pero el problema es que éstos y otros muchos trabajos sobre etnoarqueologia de los asentamientos tienen como escenario el Préximo Oriente, con sus peculiares carac- teristicas geogréficas y culturales: Siria, Jordania e Irn concentran la mayor parte de estudios sobre aldeas. Para el Africa subsahariana, aunque hay que mencionat las investigaciones de David (1971) y Agorsah (1985, 1988), no disponemos de obras comparables en extensisn y profundidad a las de Asia (si descontamos los ya cita- dos estudios de Glenn Stone de los que hicimos mencién més arriba), América y ell Extremo Oriente. Horne estudié un poblado iranf (Fig. 33) en los afios setenta. Se preocupé de do- cumentar toda clase de cuestiones relacionadas con el uso del espacio y las areas de actividad, al nivel de las estructuras y de todo el asentamiento. Pudo comprobar que Ja mayor parte de los espacios de una aldea varian de funci6n con suma facilidad, de modo que lo que en un momento pudo ser un corral puede convertirse més adelan- te en un dormitorio y viceversa. Se trata de un dinamismo que en ocasiones se pue- de recuperar arqueolégicamente, al menos en parte, y que en otras resulta imposible: como se vio al hablar de los abandonos, en muchos casos habré que limitarse a des- cribir la Gltima actividad que tuvo lugar en. un determinado espacio. Horne analiz6 todas las caracterfsticas que definian cada tipo de habitacién (almacén, corral, vi- vienda) segtin la presencia o ausencia de ventanas, enlucidos, decerminados mate- riales, tamafo de las puertas, ete. Cuando elementos extrafios a un tipo de habita- cién aparecen en ella (por ejemplo ventanas grandes en un almacén) podemos inclinarnos a pensar que se trata de una habitaciGn reutilizada (en este caso una vi vienda). Un andlisis semejante llev6 a cabo Kramer (1982) en la aldea irani objeto de su estudio, con la conclusién de que determinados elementos, como la prepara- cién de suelos y paredes, podian constituir elementos definitorios del uso del espacio. Home (1994) plantea también el problema de la identificacién de casas dentro de los poblados (ver también David 1971). No se trata de un asunto baladi. En Iran, 103 Bs ® gm &@ Kalata N Fig. 03. El poblado de Baghestan y sus alrededores, En trama, las casas construldas o usadas original- mente como viviendas (segiin Horne 1994). como en muchos otros lugares del mundo, la vivienda no se define como una serie de habitaciones que comparten techo. Se trata més bien de conjuntos de estructuras, unidas o no, comunicadas o no, techadas o sin techar, que pertenecen a una misma unidad familiar. [Se pueden identificar casas a partir de la mera evidencia material? La orientaci6n, proximidad y conexidn entre habitaciones puede ser un criterio, pero con frecuencia est sometido a cierto grado de ambigiiedad. Home sefiala como mar- cadores materiales los recténgulos que delimitan los barrios, los patios compartidos (iy sino conservamos los vanos?), las hileras de edificios que se abren al mismo es- pacio o via y en menor medida los bloques de habitaciones que comparten paredes. En el caso iranf, hay que tener en cuenta que los aldeanos carecen de la nocién de «casa» (edificio) como algo diferente de

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