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Escuela de Sociología
LA COMUNICACIÓN Y SU ROL EN LA
CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA REALIDAD
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subjetividad hacia lo tangible. Junto con esto, hay otros aspectos que consideraremos a la
hora de analizar la influencia que posee el lenguaje en la construcción y percepción de la
realidad. Uno de ellos, la subjetividad humana, en cuanto a su susceptibilidad de ser
explorada de forma ilimitada a partir del conocimiento que generamos de la interacción con
el otro y con nuestro entorno objetivo. Diferente en cuanto a cómo la situación cara a cara
hace patente la afirmación de que la realidad se constituye gracias a la intercomunicación. Y
por otra parte, el surgimiento de determinadas normas que imprimen una rigidez sobre la
interacción, las que pueden coartar el intercambio de subjetividades entre los sujetos. En
efecto, ¿cuál es el nivel de influencia que el lenguaje ejerce sobre la realidad cotidiana de los
hombres? Algunos de los aspectos de esta última interrogante se abordarán en las líneas
siguientes.
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Conforme a lo anterior y a raíz de la necesidad de escudriñar los vaivenes de la
naturaleza del hombre en cuanto a su relación con su entorno inmediato y, en cuanto a lo que
este considera por real, es de profunda importancia aclarar que la existencia humana en este
mundo siempre se ha valido en su actuar gracias a márgenes indicantes y significantes,
establecidos como tales tras profundos procesos cognitivos que son constantes y delimitan las
fronteras de la vida misma, de lo que nuestras manos palpan y nuestros ojos perciben. Desde
que la evolución le dio al hijo del hombre el regalo de la conciencia, este ha necesitado
valerse juiciosamente de una trama que le oriente en relación a distintos significados que,
pudiendo o no colindar en el espacio y tiempo con la propiedad suprema de la vida cotidiana,
han de consistir siempre en objetivaciones intencionales y además intercambiables por
distintos agentes (Berger y Luckmann, 1968).
Se puede sostener que el individuo, gracias a su propia cognición y genio, puede
entregarle una significancia a los objetos que le rodean, desplazando estos desde la realidad
masiva a una perpetuidad deliberada e interna que se convierte en accesible a medida que así
lo estime. Este puede verter su visceralidad sobre el mundo real, compartiendo su juicio e
incrustándolo en objetos determinados, tal como un nexo umbilical entre la intimidad de la
mente y la exógena consistencia de los objetos, cualesquiera estos sean. La complejidad del
espacio y el tiempo parecieran sucumbir ante la manipulación omnipotente del pensar
humano en relación a la reconstrucción del universo circundante, ya que este último no es lo
que es sin estar sujeto a los designios entregados por los hombres y, en definitiva, a la
voluntad poderosa de subjetividades que chocan entre sí y producen conocimiento. En
consecuencia, se puede decir que el entorno que nos envuelve es la fuente incesante de
nuestro discernimiento, donde encontramos aquellos tan necesitados índices que orientan
nuestro caminar por los senderos de la realidad suprema.
Si bien en nosotros está la posibilidad de entregarle a los objetos un significado como
también adquirir conocimiento para validar la tangibilidad de la vida cotidiana e interpretarla,
esta misma se alza como un velo que ha sido puesto para generar coherencia en un entorno
aprendido, de modo que entendemos lo que nos rodea como un medio establecido
subjetivamente a través de la ingesta de objetivaciones ya instituidas. Nos orientamos al
compás de la cinética que ocasionamos al tener la certidumbre de que los fenómenos son
auténticos y que poseen factores que se nos hacen familiares. El velo nos separa de nuestra
propia realidad en ilación con la de otros. Así lo dan a entender Berger y Luckmann (1968)
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cuando afirman que lo que es real para un hombre de negocios en América puede no serlo
para un monje del Tíbet y que el conocimiento que posee un criminal difiere completamente
del que posee un criminalista. En definitiva, se producen diferencias observables entre
realidades que son autónomas al haber pasado por procesos que posibilitaron el conocimiento
y lo dieron por establecido en distintos individuos o cúmulos de individuos.
También lo menciona, pero de distinto modo, Rafael Echeverría (2006, pg. 57) tras
afirmar que “la forma en que la gente se comporta en una comunidad es a menudo muy
diferente de cómo la gente se comporta en otra comunidad. Aunque se atienda a asuntos
similares (tales como temas relacionados con la familia, la intimidad, la muerte, el trabajo,
etc.) la manera como nos hacemos cargo de ellos son muy diferentes de una comunidad a
otra. Por ello es que tenemos costumbres distintas, formas diferentes de ejecutar el cortejo, de
alimentarnos, de vivir en familia, etc. Nuestra coordinación del comportamiento cambia de
una comunidad a otra. Ejemplo de esto son los franceses, los chinos, los mexicanos, los que
son diferentes porque pertenecen a diferentes sistemas de lenguaje. Pertenecen a diferentes
discursos históricos y prácticas sociales que nacen precisamente de diferentes caldos de
“cultivo” y, en consecuencia de diferentes culturas, para la emergencia de distintos tipos de
individuos. Diferentes culturas lingüísticas producen diferentes individuos”.
No obstante, si la afirmación de Echeverría aborda la constitución de realidades
supremas desde un enfoque lingüístico, cabe reafirmar que es a través del lenguaje que las
experiencias se convierten en objetivaciones y componen la realidad de los grupos sociales.
En definitiva es por el proceso en que los individuos se comunican que se concreta la
construcción de la realidad.
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nuestra visceralidad a la externalidad para que los actores frente a nosotros puedan entender
la significación que le otorgamos a nuestro entorno y, también en viceversa. Mas esto no
ocurre sin la herramienta comunicativa más formidable que posee el hombre, el lenguaje.
El lenguaje adquiere su mayor potencial cuando es utilizado en la situación cara a
cara, por el hecho de que es en esta donde la subjetividad de cada quien se abre al otro de
manera próxima y se hace accesible. Un actor frente al otro se vuelve incluso más real que la
propia noción del segundo sobre sí mismo, a medida que el primero ocupa todos los espacios
de la realidad suprema en ese momento específico y, por cuanto la disponibilidad de recibir
su información es continua y pre-reflexiva, es decir, ocurre espontáneamente (Berger y
Luckmann, 1968). Pero esto no se queda en esa situacionalidad limitada al momento y al
lugar dados naturalmente, sino que la objetivación otorgada por el lenguaje cumple una labor
de transportar la significancia de las cosas por el tiempo, e incluso, por los distintos contextos
espacio-temporales de los individuos. En esencia se permite ipso facto un viaje que puede ser
retomado cuantas veces se quiera y se estime necesario. Se le abre al hombre una puerta que
le permite traspasar el velo gracias a un dominio sobre lo que se toma por conocido y queda
en los anales de la conciencia. Con esto se afirma que el lenguaje nos da la posibilidad de
acceder de manera inagotable a la subjetividad ajena.
Ahora bien vale mantener presente que lenguaje no es sólo aquel producido por
nuestra labia sino que todo aquello que pueda ceder significados y lecturas. Consiste en
gestos, modos, símbolos y signos, siempre que todos ellos hayan sido facultados con valores
distintos y que hayan sido dispuestos tras lo ya explicado, la significancia que le dan los
individuos a los objetos, esa transportación de subjetividades a un escenario objetivado.
Volvemos entonces a la afirmación de que es en la situación cara a cara donde la cinemática
del conocimiento se origina con más fuerza y denota la necesidad de la intercomunicación
para concretar objetos y productos sociales.
No hay circunstancia más transparente para conocer la subjetividad de un alter, ya que
es en esta donde los actores intercambian continuamente su expresividad los unos con los
otros. Es muy difícil imponer pautas rígidas en la interacción social, ya que las pautas son
siempre modificadas a raíz de la variedad y sutileza del intercambio de significados
subjetivos. Esto ocurre porque en definitiva, aunque el hombre se valga de tipificaciones para
adecuarse en contextos e imaginarios específicos, estas tipificaciones siempre, o casi siempre,
terminan por ser desechadas al entrar en contacto directo con un individuo, debido a que una
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vez contrastamos los valores anónimos que le dimos en primera instancia, estos se
desvanecen ante valores caracterizados por una naturaleza más individual. Berger y
Luckmann (1968) se refieren a este hecho dando un ejemplo en torno a Henry, un inglés al
que se le otorgan ciertas interpretaciones por su nacionalidad. Se toman por sentado
propiedades de su persona como ciertos modales, gustos y costumbres, sin embargo se obvian
propiedades individuales, las que acontecen luego cuando a Henry se le conoce más
personalmente. Así es como funciona una tipificación, en un esquema tremendamente
anónimo, que sirve para favorecer la orientación en cuanto a cómo actuar y qué hacer frente a
individuos que no son parte de nuestra realidad subjetiva.
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cuanto a todos los actores está elevada a niveles ciertamente mayores y no sucumben ante el
traspaso de nueva información sino que se mantienen gracias a un estado de constancia y
medianía comunicativa.
El fenómeno mencionado también ocurre en coyunturas de índole militar, dado a que
los integrantes de las fuerzas armadas están sujetos a estrictos escenarios de socialización.
Los uniformados no pueden expresar su subjetividad por el hecho de que poseen márgenes
que los coartan en su expresividad. La tipificación en este caso del militar, individuo que
posee características de rígido, apegado a normas y estructuras se ve potenciada por la
exacerbación intencional de esta tipificación. Es decir, se crea una virtualidad en torno a las
expresiones comunicacionales de estos individuos, aún en contextos vis-a-vis, ya que deben
ocupar un lenguaje específico y normado, como también seguir conductas establecidas que
no concuerdan necesariamente con su internalidad.
Esto queda especificado según la revisión histórica que hace Rosas (1998, pg. 3)
sobre el ejército prusiano al aseverar que “Federico Segundo el Grande, hijo del Rey
sargento, fue aún más lejos en su posición de disciplina extrema. Estableció que el ejército
debía ser el reflejo del Estado y la proyección de la mente del rey, aunado por la sola
voluntad de hierro de la persona del monarca, bajo la cual oficiales y soldados debían ejecutar
y no razonar, debiendo fundir todo rastro de personalidad individual en la imagen colectiva
del Regimiento. De esta forma, Federico el Grande incorporó los postulados de la filosofía
del Estado Absoluto a la rígida disciplina de orden cerrado de su padre, borrando todo rastro
de acción individual e iniciativa de las filas de su Ejército, transformándolo así en una
auténtica máquina de guerra que respondía en forma instantánea y precisa a sus órdenes”.
No obstante, se debe aducir que la situación protocolar en ambos casos no se puede
tomar con fenómeno únicamente relacionado con el acceso a la expresión de intenciones
subjetivas del “aquí y ahora”. El protocolo, posea este la connotación de solemnidad en el
primer caso y rigidez en el segundo, debe tomarse como un fenómeno relacionado a los
sistemas de signos. Estos sistemas pueden ser de naturaleza gesticulatoria, de movimientos
corporales definidos y de representaciones comunicativas pautadas. En comparación al
contexto del “aquí y ahora”, los sistemas de signos pueden ser accedidos no subjetivamente,
sino que objetivamente.
Se establece que la tradición militar prusiana consiste en que los integrantes del
cuerpo armado deben suprimir su individualidad y, por lo tanto, su expresión subjetiva
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respecto a las cosas. Sustituyen esta última por una de índole objetivada, con el motivo de
convertirse en un reflejo del ideario del Estado. Esto significa realmente que el valor de la
disciplina militar constituye en un sistema de signos, trasplantado del imaginario subjetivo de
un ente socializante (el Estado o el rey) a un objeto, en este caso el ejército prusiano.
Podemos deducir, tal como lo hicieron Berger y Luckmann al abordar este mismo tema, que
los signos o los sistemas de signos se caracterizan por su capacidad de separarse en distintos
grados de la situación “cara a cara”. Como resultado, no podemos considerar bajo ninguna
circunstancia que las situaciones protocolares producen un real conflicto en el traspaso de
subjetividades. Si bien el individuo se ve algo coercionado en el mismo momento que efectúa
los ritos protocolarios en lo que respecta a interpretar su internalidad, se asume que este los
lleva a cabo de manera voluntaria y con la intención de representar objetivaciones que le han
sido transplantadas desde otro sujeto. Podemos comparar el hecho con el ejemplo dado por
Berger y Luckmann, sobre los bailarines, que aunque posiblemente no sintieran ira en el
momento de ejecutar la danza, representaban aquella ira que sentía el compositor de la obra a
la hora crearla. En este caso, como en el que nosotros presentamos, se da una situación de
traspaso de subjetividad pero de manera diferenciada, pues la subjetividad del sujeto
incógnito cuyo oficio es del compositor, objetivó su internalidad inmediata en signos para
que esta fuera reconstruida después y a través de otros.
A partir de lo arrojado con la reflexión de esta suposición, llámese del conflicto
comunicativo, podemos entender con aún mayor claridad que la realidad y el conocimiento
son elementos dependientes de una relatividad, la que está sujeta a comprenderse siempre y
cuando se tengan en cuenta los aspectos que permitieron que un proceso cognitivo
determinado se convirtiese en una realidad establecida y objetivada. Es decir, aquellos
aspectos que consisten en la externalización de subjetividades, la objetivación del entorno y
la significancia entregada a objetos silvestres, que a través del conocimiento son valorizados
y utilizados como orientadores de la realidad, o más bien, como símbolos. En definitiva,
consideramos que las instituciones y, todo aparato que descanse sus raíces en la conciencia
del hombre, posee completa lógica en cuanto a su relación con la construcción social de la
realidad y, en efecto, con la composición simbólica, significativa e ideológica de las acciones
humanas.
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IV - ALCANCES SUSTRAIBLES
Luego de la revisión que hemos efectuado nos atrevemos finalmente a concluir que la
existencia humana se ve condicionada por el lenguaje y por todos aquellos sistemas de
símbolos y significados que hemos objetivado desde nuestro fuero interno y
mancomunadamente con los que nos rodean. Estos influyen y ayudan a construir nuestra
realidad, una que consideramos independiente a nuestra volición, por lo tanto omnipresente y
suprema. Es por esto que de una comunidad a otra los comportamientos arraigados varían y,
por consecuencia, el prisma por el cual se orientan los individuos, entendiéndose como una
producción que se ha gestado cognitivamente. Si bien los individuos se encuentran envueltos
en una realidad suprema y objetiva, últimamente son estos los que otorgan significados
complejos a las cosas. En otras palabras, según cómo se emplean los signos y, por ende, todo
los usos lingüísticos de determinada comunidad en un lugar específico, se ve afectada la
conducta y la visión de los actores con respecto a la realidad.
En los párrafos anteriores abordamos distintos aspectos que indicaron la relación
existente entre el hombre en cuanto sus expresiones aprendidas y la realidad suprema, siendo
las expresiones una exteriorización de la internalidad y condicionantes de la estructura de
estas. La externalización de la subjetividad a través del lenguaje conforma una vértebra
sumamente imprescindible, la que constituye un escenario en donde hay cabida para que se
conjuguen dos variables en extremo considerables a la hora de dar paso a la construcción de
la realidad; el entorno que condiciona el lenguaje y la subjetividad de cada persona.
Con esto queremos decir que a medida que existe una relación con el entorno en tanto
se le considere como instancia comunicativa e interactiva se darán las posibilidades para que
exista una transmisión básicamente ininterrumpida de signos, los que traen consigo variados
y, en distintos niveles, complejos mensajes, que moldean la realidad inmediata, la modifican
y le entregan nuevos valores. Es el medio, con ayuda de la conciencia, los que condicionan el
lenguaje, siempre que asumamos que el intercambio y la asimilación de signos se generan de
forma espontánea e independiente a los entramados ideológicos, sean convergentes o
divergentes, que existan entre los sujetos.
Por otro lado, la subjetividad de cada persona debe ser entendida como un conjunto de
visiones, significados, ideas y argumentos cognitivos que posee el sujeto visceralmente, el
que le permitirá entrar en contacto con la realidad. Esto ocurre a raíz de una relacionalidad
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con los objetos y, quizás más importante, en una interacción “cara a cara”, donde se pone de
manifiesto al ser externalizada y, por ende, dada a conocer al otro. Al final de este proceso
emergerá una realidad común que puede ser observada y analizada naturalmente por los
sujetos.
En definitiva, todo lo anterior es posible gracias al uso del lenguaje como instrumento
transaccional o de traspaso de internalidades, las que permiten conectar un ser humano o
grupo de seres humanos a otros. Por lo tanto cabe agregar que el lenguaje, además de ser el
aparato principal de la interaccionalidad, es susceptible de quedar plasmado y trascender en el
tiempo o, en otras palabras, de convertirse en un objeto posible de ser accedido cuantas veces
se estime prudente. Así, por ejemplo, en la actualidad se puede acceder a través del lenguaje
objetivado por la escritura a ideas de grandes y antiguos filósofos, o simplemente rememorar
internamente el discurso de algún ser querido. Todo con el fin de de valorizar lo que
entendemos como real y de poder traspasar el velo del “aquí y ahora” para conducirnos en el
espacio y tiempo de nuestra conciencia. Lo que nos rodea no es sino lo que hemos construido
inocentemente, aunque con la fuerza de nuestro bien más preciado, la razón.
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BIBLIOGRAFÍA
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