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capitalista a propósito de Metropolis.
La entrada al subsuelo es una boca enorme que devora, en su impecable perfección
mecánica, a los trabajadores formados en hilera. Creo que esta película en su proyección
al 2026 representa la estética de la ley general de la acumulación capitalista, la ley que
“determina una comulación de miseria equivalente a la acumulación de capital1.”
Hasta aquí la oportunidad de poner sobre la mesa un concepto que permite pensar
críticamente algunos aspectos de la realidad desde la ficción de Lang.
Rebelión, masa manipulada, furia contra‐hegemónica, posibilidad de un mundo distinto y
sentimiento son otros ejes fundamentales dentro de la película. Cabe destacar que ni en
las más distópicas ficciones cabe la posibilidad de la muerte infantil, pues, en la película,
los niños son la furia y la gloria al saberse muertos y salvados respectivamente. Esto
presenta un paralelismo con esto que se ha vuelto noticia recurrente en los noticieros
nacionales: muerte y abuso de la infancia. Aún la clase más encumbrada, en la película, es
sensible a la prioridad de la infancia ante un momento de supervivencia. Seguramente
Fritz Lang se quedaría boquiabierto con el caso de Paulette, la guardería ABC o la
protección de la Suprema Corte de Justicia a casos de pederastia o de Calderón a los
responsables del incendio de la guardería, o de Mario Marín, o de Ulises Ruiz que en su
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Ibíd. Pág. 547.
primer orden de represión al plantón en Junio de 2006 arrojo como saldo un aborto por la
violencia policial. Qué tanto hemos superado tristemente a la pesadilla de Metrópolis en
sus aspectos más aberrantes, es una buena pregunta para debatir.
Viene muy a tono la película en una Oaxaca que corre el riesgo de fetichizar y volver
evento cultural y no social la rebelión de 2006. La rebelión de Oaxaca no tiene nada que
ver con la de la película y a la vez, tiene mucho que ver. En metrópolis se presenta una
masa voluble, y el pueblo Oaxaqueño tuvo tanta capacidad de organización que no
necesitaba darle la mano al tirano para tener un final feliz. Porque Oaxaca fue el comienzo
truncado de una sociedad distinta, autogestiva tan capaz de funcionar sin Estado ni Capital
que fue necesario el uso de toda la fuerza bruta para acallar, lo que para mí, es el
comienzo de la revolución mexicana. Un comienzo que ha sido estúpidamente ignorado
por el fetiche del 2010, como si la voluntad humana de libertad y justicia estuviese
agendada. Si bien es cierto que algunos analistas gustan de ver el fracaso de los
movimientos sociales como culpa de sus propios integrantes, habría que pensar si
nosotros mismo no acabaríamos en conflicto si en este instante nos cerraran la puerta y
nos impidieran salir hasta matarnos por un pan. El poder, por medio de la violencia,
reduce las capacidades humanas de convivencia al punto de la animalidad por el terror y
la incertidumbre. Esto es lo que ignoran estos analistas culpando a los propios
movimientos sociales de su desaparición. Pero ese es otro tema.
Mucho hay por debatir en Metrópolis, por el momento solo fue un pretexto para
introducir una categoría crítica al leguaje cotidiano de los participantes.
Aunque el final puede dejarnos perplejos, es también un final polisémico y humano.
Quizá, en otra ocasión encontremos tiempo para platicarlo. Saludos al cineclub y la pira‐
te‐k.
Julio Broca