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ARQUEOLOGIA, ANTROPOLOGIAE HISTORIA EN LOS ANDES Viana 1444 | q j Homenaje a Maria Rostworowski Editores: IEP INSTITUTO DE ESTUDIOS PERUANOS BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERU Los cronistas y la escritura de la historia incaica Franklin Pease G. Y. Pontificia Universidad Catdlica del Pert. LA HISTORIA DE los Incas del Cuzco no fue la primera preocupacién de Ios cronistas. Aquellos de éstos que se encontraron en Cajamarca die- ron ngticias mas certeras de los recorridos de los espafioles en los An- des, obviamente do los diversos acontecimientos que procedicron y ro- dearon la captura y ejecucién de Atahualpa y, por cierto, el tmico que pudo yerla —Francisco de Jerez— hablé del monto y el reparto del “rescate”, como se llamé el mayor rancheo de la invasién espafiola de los Andes, No pudioron ver la muerte de Atahualpa ni Hernando Pizarro ni Oristébal de Mena —el presunto autor de la Conquista de la Nueva Castilla— pues el primero habia partido hacia Espatia levando el quinto real y Cristébal de Mena se encontraba en Panamé el 1° de agosto de 1533, como deja testimonio una conocida carta del licenciado Gaspar de Espinosa, quien escribia al Rey desde Panamé en dicha fo- cha, mencionando los acontecimientos de Cajamarca aunque-sin indi- car todavia la muerte del Inca; Espinosa precisaba que la carta la ile- varia Cristébal de Mena, capitan en Cajamarca, quion se hallaba en Panama de viaje a Espatia (Cir, Porras, ed., 1959: 66; Andrade Rei- mers 1978: 104 y ss., Lohmann Villena 1968). Mena no pud, en con- secuencia, estar presente en la ejecucién del Inca y eus noticias publi- cadas en Sevilla en 1534 debieron basarse en datos ajenos, Justamente el licenciado Espinosa proporcioné ulteriormente noti- cias importantes, distintas y elogiosas acerea de los hombres andinos; banquero y hombre de negocios, sugirié alguna vez al Rey que, siendo los hombres andinos particularmente diestros en construir caminos y, por cierto, edificaciones diversas, debia aprovechérseles para: 16 FRANKLIN PEASE G.Y. mandar pasar a esta governacion algunos de cllos por todas las vias ¢ manera justas que para ello pudiere aver a lo menos hasta en cantidad de dos mill... aviondo niimero de esta gente podian sacar agua del Rio de Chagres para que venga a esta mar del sur como va a la del norte e que se navegase (en Porras, ed., 1959: 72- 78; Murra [1991] hizo notar este asunto). Espinosa escribia aquellas frases pocos meses después de la muerte de Atahualpa (el 10 de octubre de 1533; Atahualpa fue ejeeutado el 26 de julio de dicho afio); disponia entonces de informacién especifica s0- bre los Andes y veia claramente su practica utilizacin histérica. De- bieva buscarse mas informacién como ésta, que permita verificar el tipo de datos que solicitaban a los que iban de los Andes a Panama (0 escribfan) aquellos funcionarios que, como Espinosa, estaban fundan- do el Imperio. Reconocia éste que en obras de ingenieria los hombres andinos “hazian mucha ventaja” a los espaiioles. Otras eran las preoeupacionos de Jerez, Mena o Hernando Piza- ro, Sus inquietudes se centraban, como se ha dicho, en dar noticia de la tierra y sus peculiaridades, on informar acerca del potencial de ri- queza que encerraba, en describir los avatares de Ia conquista que em- prendian y los servicios que se prestaban al Rey (obvio recurso a las técnicas de las informaciones de servicios). Los instrumentos de que gozaron los eronistas que asistieron a la captura del Inca eran atin precarios, El manejo del espatiol de los in- térpretes (lamados Felipillo y Martinilio) debié ser muy débil. Captu- rados y embarcados en el buque mandado por Bartolomé Ruiz, viaj ron a Panama y Sevilla; debieron aprender un espafiol rudimenitario, que no les permitié traducir claramento Ia informacién que los espa- Boles les solicitaban, Ello. puede explicar el hecho que los cronistas que estuvieron en Cajamarca no escribieran la palabra Inca, no cono- cieran otro nombre que Atahualpa y amaran a Hudsear Cuzco y a Huayna Capac Cuzco Viejo: Asi, en el propio Francisco de Jerez, la in- formacién es confusa sobre los personajes pero también sobre las ciu- dades; el Collao es, on su versién, una ciudad importante. Es visible que en un- texto posterior, como el de Pedro Sancho, la imagen de los Incas sigue patrones apenas modificados, siondo amplia, en cambio, la relacién del rescato.’ Los Incas eran “los Cuzcos” (Sancho 1938: 123), se menciona a Calicuchima (0 Chilicuchima), a Guaritico (hormano de Atahualpa) y otros nombres. Se precisan los puntos del camino hacia 1. Sancho diré que después de la muerte de Atahualpa, “los hizo juntar e] Goberna- dor y-hallindose entre ellos un hijo de Guacumacaba, Hamado Atabalipa, hermano de Atabalipa, a quien tocaba por dorecho ol reino...” (Sancho 1938: 122). LOS CRONISTAS ¥ LA ESCRITURA DE LA HISTORIA INCAICA, v7 el Cuzco, que Sancho sf identificaba como uma ciudad que conocid, Pe- dro Sancho va identiftcando nombres pero sin mencionar a los Incas: “S-los sefiores que han sido del Cuzco teniendo su estancia y residencia en el Cuzco, a la tierra que quedaba hacia Quito Tlamaban Cancasue- tio, ya la tierra adelante que se llama Collao, Condisuyy, y a la tierra adentro Condasuyw” (Sancho 1938; 174-178)..En la descripcién del Cuzco tampoco menciona la palabra Inca. Ni siquiera Manco Inca tie- ne nombre (“este hijo de Guarnacaba”, ibfd.: 183), En la década do 1540 apareceran otras precisiones, Ali debieron redactarge textos como el atribuido a Miguel de Estete (1a Noticia del Port) y la anénima Relacién del sitio del Cuzco, nunca fechados con certeza. En el primero aparece una frase tan clara como “Yngua que quiere dezir vey” (Anénimo, atribuido a Estete, en Salas, Guérin y Moure, eds.,, 1987; 316). Pero en los mismos afics se escribid la Histo- ria de Agustin de Zarate y cercanamente Ja de Franciseo Lépez de Gé- mara, aprovechando muy posiblemente Ja informacién del primero (wer Pease 1995, cap. 6). En estas historias no se definia atin Ia lista de gobernantes cuzquefios y sus informaciones, por ejemplo las de ZA- rate, eran mas claras cuando se trataba de su propia experiencia, si bien no omitia otras noticias, de mano ajena. Pero la versién del ‘Tahuantinsuyu era todavia incompleta. Solamente en las cronicas escritas en la década de 1550 pudo dis- ponerse de una versién de la historia incaica: Pedro de Cieza de Leén y Juan Diez de Betanzos la proporcionaron; en muchos aspectos, los autores posteriores les son tributarios. A partir de entonees se tuvo una historia “de los reyes ingas” que combinaba las noticias culturales con una gonealogia elaborada, para dar la nocién imprescindible y res- petable de la antigtiedad histérica y, en consecuencia, de la legitimi- dad de la monarquia incaica, tal como la entendieron y describieron los espafiolos del siglo XVI. Tal historia de los Incas fue enriquecida y modificada por los cronistas que escribieron hasta mediados del siglo XVIL No voy a detenerme en esta ocasién a precisar la forma como los diferentes cronistas dieron informacién sobre los Incas cuzquefios (véase Pease 1995). Mi intencidn es precisar los criterios basicos em- pleados para escribir la historia. Los Incas no tuvieron una historia tal como se entendia en Euro- pa, su memoria del pasado estaba ritualmente establecida y formaba parte del calendario de celebraciones anuales. Los cronistas (Garcilaso de la Vega, entre otros autores) sefialaban que al morir los incas se hacian ceremonias en las cuales se relataban loa “hechos” del difunto. No es seguro que tal informacién sea correcta; lo mas probable es que las referencias al pasado tuvioran que ver con situaciones rituales, precisadas, en las que ciertos momentos especificos —arquet{picos— 18 FRANKLIN PEASE GY. eran ritualmente “recordados” (es decir, re-establecidos). Por ello pu- dieron sefialarse en las propias crénicas tres grandes ciclos miticos: el de'los origenes, el de Ja guerra con los chancas (a falta de un nombre mejor) y el de la “guerra entre hermanos’, referido mas concretamente al ritual sucesorio. Puede verificarse, por ejemplo, el contaxto ritual de la muerte del Inca, que aparecié sefialado inicialmente por Bartolomé de Segovia (genoralmente conocido bajo el nombre de Cristébal de Mo- lina “el Almagrista”, 1943: 49), y mucho mejor precisado por Juan de Betanzos (1987; 146-147). La versién de Betanzos es mucho més sensible a la informacién ot- nografica, por ello resalta el aspecto ritual frente a Ja pura explicacion factual de Segovia. El texto permite verificar un contexto ritual que ayuda a precisar distintos asuntos como la divisién dual, la guerra ri- tual que caracterizaba todo proceso sucesorio incaico y con diversas informaciones que se refieren a los pasos de Ja recomposicién del mun- do que encara una sucesién del poder; se encuentra, asimismo, el rela- to de las acciones del Inca fallecido. La forma de hacer historia de los cronistas —de los historiadores del siglo XVI— era visiblemente diferente de la actual, En primer hi- gar, los autores de entonces trabajaban en estrecha relacién con un contexto verosimil, que otorgaba calidad y respetabilidad a sus relatos pues los datos que registraban eran dificilmente verificables. Tal con- texto referencial cra amplio y diverso; el més importante era, natural- mente, la Biblia —ya que ésta era la tnica historia antigua verdadera aceptada entonces—; un segundo contexto se extend{a por un amplio universo donde se confundian versiones mitolégicas y noticias maravi- Uosas. Las primeras se originaban en contextos miticos mediterrd- neos, por gjemplo, y las altimas provenian con frecuencia de los libros de caballerfas, que tanto auge tuvieron. Muchos aiios atras, Irving A. Leonard (1953) hacia notar lo iiltimo y éste es un tema que ha alcan- zado amplia difusién. En el caso de Ja naciente historia de los Incas, en el siglo XVI comenzé a formarse un tercer contexto de informacién basado en la experiencia de los propios cronistas y en sus opiniones, ampliamente matizado por los contextos anteriormente mencionados. Es obvio que los historiadores del XVI requerian enlazar la historia que escribian do los Ineas con la Biblia —hacerla descender de ella y no eolamente tomarla como ejemplo de escritura histérica—; lo hacian basicamente a partir del dituvio universal y sus consecuencias, De ahi la extendida costumbre de mencionar (al menos desde Agustin de ZA- rate, quien salié del Per en 1545, aunque s6lo publicé diez afios més tarde) que los hombres andinos tenfan nocién del diluvio y, por ende, el cronista aceptaba que podian entroncar con la historia universal. Pero la mencién del diluvio tenia otras consecuencias inmediatas, como la precisin del origen de los americanos en uno de los descen- LOS CRONISTAS ¥ LA ESCRITURA DE LA HISTORIA INCAICA 119 dientes de Noé. Es conocida la forma cémo los bistoriadores europeos empleaban la nocién del diluvio y Ja presencia de los hijos de Nod, para prolongar en el pasado —o darle origen cierto, segiin la Biblia— la dinastia real, la espafiola por ejemplo. Eso fue lo que hizo Annio de Viterbo, cuando sefialé que el primer rey de Espafia era Tabal, nieto de Noé (ver Pease 1995: 91 y ss.). En sus tiempos, esta versién podia ser aceptada como “mas histérica” —mas aceptablemente verdadera— que aquolla que referia que era Hércules el primer rey de la peninsula ibévica; la historicidad estaba dada por el origen biblico de la informa- cién, Guamén Poma adquirié esta versin para explicar el origen de la “primera generacién” del hombre, uari uiracocha runa. Otra alternativa para explicar el origen de los americanos se ha- Haba, por cierte, en las didsporas del antiguo Israc] las diez tribus perdidas—; ello fue motivo de controversias, con muchos ingredientes, hasta en el siglo XVII (cfr. Huddleston 1970: 33 y ss. Y una tercera, también obvia, remitia al lector a las informaciones provenientes de la mitologia mediterranea, cosa que apazecia en los cronistas que dispo- nian de una educacién humanista, como Agustin de Zarate. Este iden- tified las Antillas con las islas que Platén sefialaba en medio del Océa- no Atlantico, entre Ja Atlantida y la Tierra Firme, convertida on América: no aé por qué so tenga dificultad a entender que por esta via ayan podido pasar al Pert muchas gentes, assi desde esta grande ysla Athlantica como desde las otras muchas yslas, para donde desde aquella ysla se nauogaua, y aun desde la misma Tierra Firme po- dian passar por Tierra al Pert (Z4rate 1555, Declaracién: 3), Mis complejo es el problema de la explicacién de los pobladores andinos y su cultura en los cronistas del XVI. Puede notarse que on log primeros tiempos el referente cultural fue primordialmente arabe, Los arabes espafioles eran el tmico pueblo infiel que los espafioles co- nocian de verdad al momento de la invasion y ollo hizo que los hom- bres y las cosas fueran retratadas con relacién a un universo arabe que actuaba como referente. Por ello no extraiia a nadie que los prime- ros autores Hamaran meaquiias a los templos, 0 que un autor como Agustin de Zarate —de la década de 1540— utilizara a los arabes para explicar cémo hablaban los hombrés andinos: La tierra del Perd, de que se ha de tratar en esta historia, o- mienga desde la linen equinocial adelante azia cl mediodia. La gente que habita debaxo de la linea, y en las faldas della, tienen los gostos ajudiados, hablan de papo como Moros, son dados al pe- cado nefando, a cttya causa maltratan sus mujeres, y hazen poco 120 FRANKLIN PEASE GY. caso dellas, y andan tresquiladas las mujeres] sin otra vostidura mas que unos pequeiios refaxos, con que cubren sus vergtiencas Gitrate 1585: 5-5v). La nocién no era ociosa. Un autor que tuvo un gran suceso edito- rial en el siglo XV —Johannes Boemus Aubanus— continué recibien- do agregados en el siglo XVI. En su edicién italiana de 1550 se afiadié un apéndice hecho por el P. Gerénimo Giglio; es posible que la misma fuera tomada o confrontada con el resumon que preparara Francisco Thamara para su traduccién espafiola del libro de Boemus (1556). En esta Uliima hay un texto sospechosamente cercano al anterior: Son todos estos Indios mny ajudiados en gesto y en habla, tienen grandes narizes, y hablan de papo, son carnales, Sodomiticos, por lo que tratan mal a sus mugeres. Ellas andan treequiladas y faxa- das, Fllos visten camisas cortas, traen coronas como frayles, traen esmeraldas en las narizes y orejas, sartales de oro, turquesae, pic- dras blancas y coloradas (Thamara 1556: 294 a)”. Una muestra de la caracterizacién do los Andos bajo categorias arabes es la primera identifieacién de las acllas. Hernando Pizarro, a quien poca atencién le merecieron las caracteristicas de los hombres andinos, precisé detenidamente a las acliacuna o acllas, calificadas por él como mujeres reservadas al uso del poder —descripeién que fue repotida muchas veces después— y que eran ofrecidas a los eonquista- dores espafioles como presunta muestra de aprecio o sumisiin (Piza- rro en Porras, ed., 1959: 81). Como él, los espafioles iniciales pensa- ban que el Inca tenia un serrallo de tipo musulmén;* sélo asf podan 2 Gomara habia eopiado posiblemente la informacién dé Zarate, en los largos afios en que este demoré en imprimir su libro. Su texto sirvid, mucho mds cereanamen- te, de inspixaciGn al traductor de Boomus: “Son todos muy ajudiados en gesto y ha- bia, ca tienen grandes narizes y hablan de papo. Bllas andan tresquiladas y faxa- das, y con anitlos solamente. Ios visten camisas cortas que uo los cubren sus ver- guengas, y traen coronas como de frayles, sino que cartan todo el eabello por delante y por dotrés, y dexan eeecer los Jado” (Gémaza 1654: xlix'v). 3, “En todos estos pueblos hay casas de mugeres engerradas: tienen guardas 4 las puertas; guardan castidad. $i algin indio tiene parts con alguna dellas, muere por ello, Eelas casas gon unas para el sacrificia del sol, otras del Cuzco viejo, padre de Atabalipa... Hay otra easa de mugeres en cada pueblo dostos principales, agsimes- mo guardadas, que estan recogidas de los caciques comarcanos, para quando passa el sefior de In tierra ssacan de alli las mejores para presentérselas, & sacadas aquellas, meten otras tantas... Destas casas sacaban indias que nos presentaban”, 4. “Tienen casas de mugeres esrradas como monostorios, de dendo jamas salen. Ca- pan y aun castran a Jos hombres quo Ina guardan, 7 aun les eortan narizes y begos, porque no los codicien ellas. Matan a la que se emprefia y peca con hombre: mas si LOS CRON'STAS ¥ LA ESCRITURA DE LA HISTORIA INCAICA 124 explicar una forma desconocida de relacién matrimonial destinada, en cambio, a propiciar las relaciones de reciprocidad y redistribucién on- tre el Inca y los curacas: por ello el Inca debia casarse con mujeres de los diversos grupos étnicos, para iniciar una relacién de parentesco de Ja que derivara la reciprocidad. Las descripciones posteriores repitie- ron el tépico sin variantes. Las informaciones coloniales dieron mas evidencias acerca de las “esposas” del Inca (cfr. Espinoza 1976 y Pease 1992:110 y ss.) De esta manera, los matrimonios del Inca establecian pautas de relacién entre el Tahuantinsuyu y las unidades étnicas. ‘Aplicaron en este ultimo caso los cronistas su imica experiencia con otro pueblo “infiel” previo a la conquista de América: los musulmanes ibéricos. Pero, mas adelante, las categorias empleadas por los historiadores para identificar instituciones o hechos culturales andinos dejaron de ser drabes y pasaron a ser romanas. El caso mas inmediatamente visi- ble es el de las mismas acllas, que se transformaron en virgenes del sol, una suerte de vestales (Zérate 1556, lib. I, cap. XT: 20-20v). Este estereotipo perduré, no sélo por la utilizacién posterior de los datos de un cronista como Zarate, sino porque éste, come aquellos autores que tuvieron una educacién humanista, habia aceptado como sus patrones historiograficos aquellos proporcionados por la cultura grecolatina, bé- sicamento Ja ultima, transmitidos en la educacién espafiola de la épo- ca, Este tltimo asunto ha sido muy bien tratado para el caso del Inca Garcilaso de la Vega (Pailler y Pailler 1992) pero se encuentra, asi- mismo, analizado con relacién a la problemAtica general de los cronis- tas (Gonzélez 1981). No es extrafia a tal concepcién la identificacién del Cuzco con “otra Roma”, visible en los croniatas, ni la posterior identificacién de las guacas més “populares” con los dioses lares y pe- nates, como se observa ett los escritos y procesos relativos a extirpa- cién de la idolatria (cfr, Garcilaso 1723, Ia. parte, lib. VI, cap. XX: 195 a; ver también Arriaga 1920 y Pease 1968-1969). La interpretacién de los Andes bajo categorias romanas puede ver- se en otros muchos aspeetos de los cronistas. Por ejemplo, el Inca Gar- cilaso de la Vega, hombre que explicaba con frecuencia la razén de sus afirmaciones, contraponfa (€ identificaba) las “fabulas historiales” del origen de los incas con laa romanas; la educacién latina, perceptible no sdlo en sus escritos sino en su importante biblioteca, lo ponia en condicién de trabajar asi: jura que Ja emprefié Pachacama, que es el sol, castiganla de otza manera por amor de Ja casta: al hombre que a ellas entra.cuelgan de los pies” (Gémare 1554: Ivi a), 122 FRANKLIN PEASE GY. “digéronla la Gran Ciudad del Cozco, Cabega de los Reynos, y Pro- vincias del Perd. También la Ilamaron la nueva Toledo, mas luego 80 Jes caié de la memoria este segundo Nombre, por la improprie- dad dél; porque el Cozco no tiene Rio que la cifia, como a Toledo, ni le asemoja en el sitio, que su poblagén empiega de las laderas, Faldas de un Cerro alto, y se tiende a todas partes por un ano grande y espacioso. Tiene calles anchas, y largas, y Placas mui grandes; por lo qual los Espatioles, todos en general, y los Escriva- nos Reales y los Notarios en sus Escripiuras publicas, usan del primer Titulo; porque el Cozco en st Imperio fire otra Roma en el suyo; ¥ asi se puede cotejar la una con la otra, porque se asemejan en las cosas mas generosas que tuvicron. La primera, y principal, en aver sido fundadas por sus primeros Reies, La segunda, en las muchas y diversas Nasciones, que conquistaron, y sujotaron a su. Imperio. La tercera, en las Leies tantas, y tan buenas y honisi- mas, que ordenaron para el Govierno de sus Reptiblicas, La Quar- ta, en los Varones tantos, y tan eccelentea que engendraron, y con su buena docirina Urbana y Militar criaron. En los quales Roma higo ventaja al Cozco, no por averlos criado mejores, sino por aver sido mas venturosa on aver aleancado Letras y eternigado con ellas a sus hijos, «que los tuvo, no menos Ilustres por las Sciencias, que eccelentes por las Armas; los qualos se honraron al tracarlo unos a otros: Katos, haciendo hagafias en la Guerra, y en la Paz; aquellos, escriviendo las unas y las otras, para honra de su Pa- tria, y perpetua memoria de todos ellos, no sé-quales dellos hicie- ron mas, si los de las Armas, o los de las Plumas: que por ser es- tas Facultades tan Heroicas, corren Langas parejas, como ae ve, en el muchas veces grande, Julio César, que a egercido ambas con tantas ventajas” (Gareilaso 1723, lib. VIL, cap. VIL: 250 a y b). Pero habia otros muchos aspectos de la cultura greco-latina que eran empleados dentro del contexto verosimil que usaban los cronistas para organizar sus informaciones andinas. Me refiero a temas que, si bien provenientes de la mitologia clasica, habianse transformado du- rante la’ Edad Media en tépicos literarios, muchas veces generalizados a través de los libros de caballerfas. Las sirenas, los faunos, asi como los monstruos que poblaban los confines del mundo ingresaron a las erénicas, vio como informaciones, sino come contextoa que hacian vero- similes las descripciones de los cronistas. Por ello no llama la atencion que en la exploracién de los grandes espacios, tanto en la Ainazonia como en otros lugaros “limitrofes”, pudiera pensarse que tales seres existian; las deseripciones de fray Gaspar de Carvajal acerca de las amazonas que dieron nombre al gran rio son ampliamente conocidas (Carvajal 1955). La abundancia de referencias al oro y la plata en las LOS CRONISTAS ¥ LA ESCRITURA DE LA HISTORIA INCAICA, 123 crénicas mas tempranas evidericia la preocupacién de los cronistas pero también muestra el vigor que estas leyendas alcanzaron,® ya que se suponia que las amazonas, como la fuente de la eterna juventud y hasta el rey dorado, se hallaban cerca del reino fabulogo del Ofir salo- ménico, al mismo tiempo que se afirmaba, de acuerdo al mismo con- texto verosimil que incluia “verdades” no verificables, que el oro so “producia” en mayor cantidad en las tierras calientes. Mas tarde, el Dorado y la Canela inspirarian nuevas fascinaciones, Hevando a Ja ex- pedicién de Gonzalo Pizarro, continuada por Francisco de Orellana, a descubrir el rio de las Amazonas, legendarias habitantes de las tierras vecinas a las del oro y la quimera. Aun en el siglo XVII, Antonio de ‘Leén Pinelo eseribiria un oxtenso libro titulado El Paratso en el Nuevo Mundo. Comentario apologético, Historia natural y peregrina de las Yndias occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar. Océano (Leén Pinclo 1948), Leén Pinelo afirmaba que el Paraiso se encontraba en la Ama- zonia y que los cuatro rios biblicos que Jo circundaban serian, a fin de cuentas, el Amazonas, el Plata, el Orinoco y ol Magdalena. Pero al margen de los contextoa verosimiles, debe examinarse la manera como los cronistas empleaban su informacién geografica y et- nogrfica. Acerca do la primora, las confusiones son frecuentes y no séla se deben a errores de traduccién, como podria pensarse de la in- formacién de Cieza de Leén sobre la forma como se denominé la Villa de Ancerma (también denominada Santa Ana de los Caballeros); es- cribié: El sitio donde est4 fundada la villa de Anzerma es llamado por los Indios naturales Umbra; y al tiempo que el adelantado don Sebas- tifn de Benaledzar entré en esta prouincia, quando Ia descubrid; como no Ieuaua lenguas, no pudo entender ningtn secrete de la prouincia. Y oyan a los Indios que en viendo sal la llamauan y nombrauan Anzer, como es la verdad, y entre fos Indios no tiene otro nombre; por lo qual los Christianos de all adelante hablando en ella la nombrauan Anzerma (Cioza 1984), Ia. parte, cap. XVI: 64). Cosa similar anotara ei propio Cieza de Len, cuando precisa que “Llaman a estos indios Corrones, porque cuando poblaron en el valle de la ciudad de Cali nombrauan al pescado Gorrin, y venian cargados i or Io cual no sabiéndoles nombre propio, Ila- 5. Por ejemplo, tanto La conquista def Peri (1534), atribuida a Mena, como la Verda- dora relacién de Jerez, utiligaron en abundancia los términos oro y plata; esa era In principal preceupacién de sus autores. 124 FRANKLIN PEASE G.¥. méronles por sus pescados gorrones” (Cieza 1984b, Ia. parte, cap. XXVI: 91-92). Otras veces no se trataba de un problema de traduceién, sino de establecimiento de una denominacidn por los espafioles; tal podria ser el caso de yunga, nombre que se generalizé para referirse a los ltanos costeros, El propio Cieza de Leén eseribié: ¥ porque en muchas paries desta obra he de nombyar Ingas y también Yungas, satisfaré al lector en lo que quiere decir yungas, como hize en lo de atras lo de los Ingas: y asi, entenderdin que los pueblos y prouincias del Pera estén situadas de la manera que he declarado: muchas de ellas en las abras que hazen las montafias de los Andes y serrania neuada. Y a todes los moradores de los:al- tos nombrati serranos: y @ Jos que habitan en los anos Haman Yungas. ¥ en muchos lugares de la sierra por donde van los rio; como las sierras siendo muy altas, las Hlanuras estén abrigadas y templadas, tanto que en muchas partes haze calor como en estos anos; los moradores que viven en ellos, aunque estén en la sie- ra, so aman Yungas, Y en todo ef Pertt, quando hablan destas partes abrigadas y edlidas que estén entre las sierrus, luego dizen es Yunga. ¥ los moradores no tienen otro nombre, aunque lo ten- gan en loa pucblos y comarcas; de maneza que los que biven en las partes ya dichas, y los que moran. en todos estos Ilanos y costa del Peri se Maman Yungas, por biuir en tierra edlida (Cieza 1984b, Ia. parte, cap. LX: 190-191, subrayado mio; efr. 123-124). La indicacién os particularmente precisa y ttil, no s6lo por prove- nir de Cieza de Le6n, reconocidamente un buen observador, sino por- que otorga una tonalidad y un dmbito eapecial al término, con una més precisa connotacién ecoldgica. Ciertamente, desde tiempo antes de Cieza se precisaban distintas acepciones para yunge. El presunto Estete indicaba: “toda esta gente que reside en esta regién caliente [se rofiere a la costa] es llamada yungas, que es lo mismo que villanaje: y la gente ciudadana y que mds se tione os 1a do Ja tierra adentro” (Es- tete, en Larrea 1918: 38) y atin anteriormente Pedro Sancho referia como Ingres (la confusién bien puede deberse a la retraduccién de Sancho del italiano) a las yungas (Sancho 1938: 174, passim). El empleo generalizado del contexto verosfmil para hacer acepta- bles sus propias afirmaciones, ha hecho que los cronistas fueran tam- bién identificados como autores de fieciones y hasta se ha buscado en sus obras la primera novela americana. No es tan exacto esto. Los cro- nistas empleaban el contexto verosimil (biblico, grecolatino 0 mitolégi- co alegorizade) de igual forma como los historiadores reconocidos del mundo europeo; mencioné anteriormente cdmo la utilizacién de un LOS CRONISTAS ¥ LA ESCRITURA DE LA HISTORIA INCAICA, 125 contexto verosimil biblico habia permitido a Annio de Viterbo (quien habia “descubierto” —en realidad inventado— el texto que atribuyé al aittiguo Beroso) establecer una continuidad entre el tiempo inmedia- tamente posterior al diluvio y ol de los Reyes Catélicos.® Similar con- texto permitié a Gonzalo Fernandez de Oviedo, clasico entre los cro- nistas de Indias, escribir un capitulo entero donde afirmaba que, habiendo sido Héspero el rey originario de Espafia que conquisté en sus azarosos dias las islas Hespérides y, como éstas eran a su juicio las Indias (las Antillas), el dominio de los reyes de Espaiia sobre éatas venia desde los origenes del mundo. En el mismo cap{tulo hay un re- sumen de las ideas de Annio de Viterbo (Oviedo 1959, lib. I, cap. III, I: 17-20). Entre los clsicos, los griegos hab{an reducido mucho de lo que en- tendian como historia al pasado mds reciente (Tucidides, Jenofonte). Alli la informacién oral era una fuente segura pero también la memo- ria era considerada ejemplar. En el caso de un Técito, que emplea ac- tas senatoriales como material para escribir los Anaies, 0 de un Julio César, que compara sus informaciones con otras, al escribir sobre sus campafias militares, la situacién adquiere otro tono justamente por el empleo de otra fuente. Sin embargo, los cronistas utilizaron un crite- rio mas cercano al de Tito Livio, quien alegoriza (seculariza) la infor- macién; nos informa que los mitos de la fundacion de Roma son sus historias mas antiguas, aceptando que eran “conocidos” (= aceptados; cfr, Prefacio, 2). El dilema de la informacién de los cronistas se enenentra entre la lenta asimilacién de una informacién que siempre se entendid como oral y que probablemente era mas ritual (cfr. Pease 1994b: 12 y ss). Sus “datos” eran ordenados (y explicados) histérieamente por los cro- nistas que, al igual que los autores del Renacimiento, alegorizaron sus mitos y los relatos de sus rituales, de manera de convertirlos on datos histéricos, La memoria ritual fue convertida en una memoria histérica. 6, Véase Caro Baroja 1991: 49 y ss; ol libro de Annio de Viterbo se denomin§ Berosi. Chatdei Sacerdotis. Reliquarumque eonsimilis argumenti autorum. De, antiquitate Haliae, ac totius orbis, eum #. Joan Anmii Viterbensis Theologi comentatione & au- ea, at verborum rerumque memorabitium indice plenissime [1498], Apud Seannem Temporalem, Ludguni 1555. Agradezco al Profesor Juan Gil, on Sevilla, hhaberme permitido consultar su ejemplar de esta edicién. 126 BIBLIOGRAFIA. Fuenies imprenca Arriaga 1920. Betanzos 1987. Carvajal 1986, Cieza de Len 1984b. Estete (atribuido a) 1918, 1987. Gareilaso de la Vega 1723. Gémara 1554. Larrea 1918, Leén Pinelo 1943. Molina, “el Chileno” fen realidad Bartolomé de Segovia] 1943. FRANKLIN PEASE G.Y. Oviedo 1959. Poase G. Y. 1968-1969, Porras _ Batrenechea, od., 1959, Salas, Guérin y Moure, eds., 1987 Sancho 1988. ‘Thamara 1556, Zarate 1555. Fuentes secundarias Andrade Reimers 1978, Caro Baroja 1991, Espinoza 1976. Gonzalez 1981. Huddleston 1970 1967), Leonard 1953. Lohmann Villena 1968, ‘Murra 1991, Pailler y Pailler 1992 [versién castellana 1993]. Pease G. Y. 1992, 1994b, 1998,

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