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CAPITULO 3: El reencuentro

Estaremos todos de acuerdo en lo efímero que es la juventud no obstante, me cuestiono


la legitimidad de la conciencia de lo vivido durante la misma. Como tal, me refiero al
conocimiento, a posteriori, en edad adulta, de los acontecimientos presenciados durante
la infancia. Para ser consciente de algo, uno tiene que partir de un punto de referencia.
Un ejemplo, para saber si algo está caliente, una persona ha de conocer, previamente, lo
frio o lo templado. Para saber lo que es divertirse, antes uno ha de conocer el
aburrimiento. ¿Cómo podríamos decir después de una comida que estamos satisfechos
si nunca hemos pasado hambre? Dudo si nosotros, en el comienzo de nuestras vidas
conocíamos de verdad lo que es la tristeza, la angustia, la desolación, el desamparo o la
soledad, si antes no hubiéramos sentido de sus respectivos opuestos. ¡Cuidado, no me
malinterpreten! No quiero entrar en el complejo asunto del valor: está lejos de mi afán
cuestionar si los jóvenes valorizan la diversión, lo caliente o el comer bien. Ni tampoco
quiero entrar en aspectos políticos-geográficos, ya que el país, la ciudad o el barrio en el
que nazca y crezca un ser humano, infelizmente, aún marcan tanto su infancia como su
adultez. Simplemente me cuestiono si los jóvenes, todavía en su más tierna edad,
pueden ser conscientes de que si están, o no, bien alimentados, que su sopa está, o no
está, caliente o que si se divierten o si se aburren.

Dando por hecho que una buena infancia no garantiza una vida adulta exitosa, me
interrogo: (he aquí el quid de la cuestión) que si una infancia cruel tiene relación directa
con frustraciones en su etapa adulta o ésta es más bien una excusa fácil y rastrera para
justificar fiascos crónicos. Yo pienso que uno abandona su infancia en el exacto
momento en el que, por primera vez, sea consciente de lo previamente vivido. Entonces
su carácter dictará su futuro.

Unos minutos después que entrara en escena su abuela, avisando de la llamada


telefónica, Marc seguía estacionado, con el cuerpo bajo al Sol y la mente en el principio
de historia que su abuelo le estaba contando. Él nunca antes había pensado que un árbol
podía hacerse amigo de una niña ni tampoco que una niña podría corresponder a tales
sentimientos. Sin embargo, si en alguna persona creía, ésta era su abuelo. Éste nunca le
contaría una mentira. Además siempre le habían dicho que las plantas eran seres vivos y
que teníamos que cuídalas y tratarlas como tal.
No mucho tiempo duró tan buen ejercicio de reflexión. Mientras su abuelo seguía en
paradero desconocido, Marc sintió una esponja de terciopelo entre las piernas, que
además de estar caliente soltaba tiernos ruiditos por la boca. Era Félix, el gato de la
abuela, que según lo visto también era fan de un buen baño de sol los domingos en la
terraza. Félix no era conocido por su grado de sociabilidad, no obstante cuando
necesitaba unas piernas humanas a las que rascarse, era el más mimoso de los felinos.
Marc se alegró de verlo ya que tenía un nuevo aliado con el que travesear. Consiguió
cogerlo y colocarlo en su regazo – intuimos que el minino estaba de buen humor- pero
en un fugaz despiste, Félix salió corriendo y Marc detrás. Ambos bordearon la terraza,
sorteando sillas y plantas, en dirección de la puerta de la cocina. Félix entró con un salto
de ninja y Marc se topó de frente con el vientre de su abuelo.

John, minutos antes, había terminado de hablar por teléfono, entró en la cocina, le
explicó a Ana que iba hacer su paseo matutino y de paso encontrarse con un conocido,
sin ofrecer mucho detalle. Cuando estaba a punto de salir por la puerta, Félix muy
arisco, pasa entre sus piernas y Marc se estampa de frente contra él. Con la experiencia
uno se sorprende cada vez menos. Cuando un veterano conductor circula en coche por
una ciudad y ve un balón que cruza despacito por la carretera, le viene en mente la
posibilidad de que en cuestión de segundos salga un niño corriendo detrás del mismo.
En una casa ocurre algo parecido, cuando un animal doméstico entra corriendo por la
puerta de la cocina, es muy probable que esté persiguiendo algo o que sea perseguido
por otro algo. No hay fallo. Por lo tanto el primero presintió la presencia del segundo no
obstante el segundo no presintió la del primero. John hizo lo posible para amortiguar el
golpe e intentó decirle que luego le seguiría contando la historia del árbol y la niña
pero Marc apenas le dio tiempo para explicaciones y le contestó, displicente, que estaba
jugando con Félix. John entonces intentó disimular un sentimiento de profundo alivio
mientras se dirigía de camino a la calle, ya que tenía la impresión de estar haciendo algo
prohibido, sin saber muy bien cual era el pecado.

Siguió su camino, no sin una buena dosis de curiosidad en sus entrañas. Cuanto más lo
pensaba, menos lo comprendía. Estaba confuso ante la situación en la cual se veía
metido. Había aceptado citarse conmigo más por reflejos y educación que por lógica y
juicio. “Ante la confusión, nunca se recomienda echar mano de la improvisación”, John
siempre lo decía. Por lo tanto un poco antes de llegar a mi hotel, se detuvo y se sentó en
un bordillo de una calle tranquila escoltado por la sombra de un gran árbol. Empezó a
encajar las piezas del puzle en que se encontraba: iba volver a trabajar por un instante. <
Yo ya estoy viejo para esas cosas - decía John a sí mismo- Kevin ha perdido el juicio>.
Yo le había pedido ayuda para resolver un asunto que me sobrepasaba y él había
aceptado ayudarme por puro instinto. Él había comprendido el dónde y el cuándo pero
no el cómo ni el por qué. < No debería haber aceptado encontrarme con él; -siguió John
hablando solo, sin temor a parecer loco- iré, le escucharé educadamente y volveré a
casa.>

El traducir, como todo oficio, no se domina exclusivamente con la teoría de los libros,
sino que requiere un periodo de aprendizaje práctico. Durante el mismo, yo había sido
su aprendiz y John mi maestro. La gran diferencia de edad entre nosotros contribuyó a
que mi aprendizaje fuera más corto de lo que me hubiera gustado. Entre nosotros
siempre hubo una gran admiración mutua. John decía que respectaba mi curiosidad
sana, mi actitud siempre humilde, y mi desenfreno por aprender así como yo admiraba
su experiencia, su saber hacer y su saber estar. En inglés hay un dicho que hace
referencia a estos dos últimos: “you can pay for school but you cannot buy class”. John
tenía ese don nato para resolver problemas sin solución aparente. Lo hacía sin
despeinarse, siempre manteniendo el tono constante y los ojos serenos. Fue, por 25
años, el director del departamento de “Traducción e Investigación Literarea” dentro del
museo Nacional de Arte e Historia. Había estudiado Arqueología e hizo estudios de
postgrado “Dirección y Organización de Museos y Centros Culturales”. Además de ser
un lector voraz y un escritor aficionado, tenía una cierta debilidad académica por la
traducción de documentos históricos. Por este último motivo, siempre fue conocido en
su círculo de amigos y colegas arqueólogos como “el Traductor”, mote al que respondía
sin desagrado.

Llegó al hotel, algo nervioso. Preguntó por mí al amable recepcionista, se dirigió al


ascensor, marcó la tercera planta y buscó la habitación número dos. Cuando la encontró
golpeó a la puerta, primero tímidamente y luego con insistencia. Abrí la misma y
nuestros ojos se encontraron fijamente en silencio hasta que un gran abrazo, afanoso y
prolongado, los cerró con fuerza. “Al abrazarse las almas se tocan” dicen los Hare
Krisna, con mucha razón. Los nervios en John desaparecieron y en mi se encendieron
inmediatamente. De repente en aquella pequeña habitación no había entrado un simple
viejo amigo jubilado, sino el ex director del museo NAH y presentí que no había
preparado la entrevista con suficiente escrupulosidad y esmero. De repente volvieron el
maestro y el aprendiz de antaño como por arte de magia. Le ofrecí la única silla que
tenía la habitación y me senté en la cama, donde esparcí suavemente y con mucho
cuidado, uno por uno, todos los documentos que necesitaba. Más que documentos eran
cartas. Me costó empezar a explicarle la situación. Me sentí un verdadero novato. La
complicidad entre nosotros estaba corroída por la falta de contacto. Intenté no
infravalorar ni exagerar cada detalle. Las palabras exactas deberían ser dichas, en un
orden preciso y armonioso.

< ¿Cartas?, - preguntó John- ¿todas son Cartas? Así es; hace unos días, estaba
trabajando en mi despacho del museo, cuando recibí una llamada de la Casa Real;
primero hablé con un asistente personal y seguidamente se puso al teléfono el príncipe
en persona. ¿Qué príncipe? Bueno, perdona, el que fue príncipe Enrique, que tras la
muerte de su majestad la Reina Olivia, ahora es el flamante Rey; aún no me he
acostumbrado a verle como Rey ¿Has hablado con el príncipe Enrique? Sí, con el antes
príncipe y ahora Rey Enrique V de España; después de explicarme lo que implicaba el
participar en un asunto de la realeza, me solicitó una entrevista en su casa de campo,
para tratar de un asunto personal. No me lo creo, Kevin – dijo John con una sonrisa
pícara para sus adentros, que se manifestó ligeramente en sus ojos, ya que estaba un
poco saturado de todo lo relacionado con la muerte de la excelentísima señora. Yo
tampoco me lo creía John; ni cuando, al hablar con el príncipe Enrique, miré a la
ventana y comprobé que había un coche oficial del Estado que, según el Monarca, me
estaba esperando para escoltarme a su casa de campo; sólo caí en la veracidad del
asunto cuando entré en el Mercedes y dentro del mismo se encontraba otro asistente
personal que me expuso, en un largo discurso, mis obligaciones y mis derechos al
trabajar temporalmente para la Familia Real. Según me contó aquel joven, estas cartas
fueron encontradas en un proceso de limpieza rutinario del palacio y, en seguida,
llevadas al Príncipe, quien contactó al Embajador de Inglaterra en Madrid; entonces
salió tu nombre; intentaron contactarte y dieron conmigo. ¿Sigue siendo el señor
Edgeworth, el embajador? Así es; preguntó por ti y al saber que estabas jubilado, me
preguntó tu teléfono; yo le expliqué que no era correcto que se lo diera, sin antes
comentártelo; entonces me dio el suyo, pidiendo que te lo hiciera llegar; colgó y en
pocos minutos volvió a llamarme, proponiéndome el trabajo >. Tuvo lugar un largo
silencio, John se puso las gafas, se levantó de la silla y atentamente miró, con los brazos
cruzados, las cartas sobre la cama. El silencio es respetado entre los sabios. Yo esperé a
su pregunta, que tardó en llegar. < ¿En qué te puedo ayudar Kevin?- preguntó John,
mientras se quitaba las gafas- Te lo explicaré; estas cartas han sido encontradas en los
aposentos reales de la Reina, días después de su muerte, en una especie de escondrijo
secreto en uno de los baños de los mismos; están escritas en inglés. Eso ya lo veo-
contestó John censurando la obviedad de la última información recibida- Bueno… -
tartamudeé ligeramente- consisten en una serie de correspondencias que mantenía la
Reina con una persona extranjera. Con una persona extranjera… El príncipe Enrique
cree que puede ser una serie de correspondencias de su difunta madre con un cercano
amigo que mantenía en secreto. Un cercano amigo -pensó John en voz alta y se dispuso
a leer en voz baja un poema aleatorio que existía en una de las cartas >.

Así es, había poemas. Poemas de una estrofa. Uno al final de cada carta. Igual que un
pintor firma su propia obra maestra, estas cartas eran anónimas sin serlo, ya que iban
firmadas con un poema. Estábamos ante un poeta anónimo que se bastaba de sus versos
para decir su nombre. Se notaba que estaban escrito por una persona no anglófona. El
peso del significado en las palabras de sus versos contrarrestaban la simplicidad de las
mismas, proporcionando una mezcla, como poco, insólita de escribir un poema. Yo
recuerdo cuando leía a Federico García Lorca, que me encantaba sus poemas, pero
siempre dudaba si lo comprendido era lo que el poeta quería decir. Este entresijo no
ocurría en estas cartas. Las palabras eran un precioso puzle de una pieza. John, se acercó
a una carta aleatoria y leyó una y otra vez la misma estrofa.

It is hard to pretend
that my life is still the same.
With out you by my side
It finished before it´s end.

< Cartas de un amigo cercano de la Reina- murmuró John, comprendiendo lo que yo


quise decir sin decirlo- Lo has comprendido bien John; eso es; sé que eres consciente
del nivel de importancia que tienen estos documentos; esto nunca podrá salir a la luz;
nunca; el príncipe, ahora Rey, dejó que el hijo dentro de sí ganara al príncipe que fue;
no pudo quemar estas dichosas cartas; en lugar de hacerlo me invitó a su casa de campo,
haciendo caso omiso a todas las recomendaciones reales; el príncipe Enrique quiere
saber quien es el autor de estos escritos y la máxima información sobre el mismo;
solamente hay cinco personas que saben de la existencia estas cartas; tú eres la sexta.
No sé qué decir ante tanto misterio- respondió John a mi monólogo- No digas nada;
solamente llévate la carpeta que las contiene a casa, guárdala con el sigilo que requiere,
trátala con el profesionalismo que tienes dentro de ti y volveremos a formar el equipo
que siempre fuimos, aún que sólo sea por poco tiempo . No es tan fácil cómo lo crees
Kevin; os agradezco, que hayáis pensado en mi pero yo estoy jubilado en España,
disfruto con Ana de una vida tranquila y he perdido el contacto con el oficio, no me
podéis pedir eso. John, eres el más capacitado para hacerlo; tú tienes el talento, la
pasión y además la discreción que requiere este asunto. Te lo agradezco Kevin; guardaré
vuestro secreto pero no puedo ayudaros con este tema; no es justo para Ana que entre en
tal enredo; implicaría invertir mucho tiempo… además todo lo relacionado con la
muerte de la Reina me trae sin cuidado; ahora todo se ha convertido en un gran circo,
del cual no pienso ser un espectador. John, te comprendo; de verdad que te comprendo
pero te propongo que te lleves esta carpeta; sin compromiso; si quieres las lees y si
quieres las quemas; sólo son copias; las originales están en mi despacho; así me iré con
la impresión que mi viaje no ha sido en vano. En vano no ha sido ya que nos hemos
visto, después de tanto tiempo. Tienes razón mi caro amigo- le contesté yo- pero
llévatelas y si no cambias de opinión las quemas, sin ningún tipo de reparo. Me las
puedo llevar Kevin, pero no te prometo nada. Trato hecho; oye mi vuelo sólo sale en
tres horas, ¿tienes tiempo para dar una vuelta? Todo el tiempo del mundo >.

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