Del binomio Gobierno: Oposición se puede decir que, a pesar de que
sus integrantes están en las orillas opuestas del rio, se bañan en sus mismas aguas. Los partidos políticos son opuestos, más no antagónicos; si se mueven dentro de los principios de la democracia, por el contrario, si la confrontación ideológica conduce a entronizar doctrinas totalitarias de izquierda o de derecha, la contienda pacífica se puede trocar en violenta, hasta conducir al uso de las armas para imponer por la fuerza a la ideología triunfadora. En este orden de ideas, los partidos políticos y todas las organizaciones sociales se mueven dentro de un juego dialectico de mayorías y minorías, que propenden por alcanzar el poder o por mantenerlo.
Sólo en los Estados auténticamente democráticos podemos hablar de
pluripartidismo y de un sistema, sin pactos previos, de concurrencia en el poder. Los sistemas de partidos únicos, como el PRI mexicano o los partidos comunistas o fascistas europeos son ajenos al espíritu democrático, solo el modelo norteamericano y el seguido en Europa después de la revolución francesa tienen forma democrática. Ahora bien, dicha forma de organización política se va instaurando lentamente en los otrora continentes colonia, pese a la resistencia de las antiguas metrópolis y de los nuevos centros de poder económico representados en las grandes empresas multinacionales.
El Estado soy yo, como modelo acabado de organización política
encarnado en Luis XIV quien gobernó Francia a finales del siglo XVII y principios del XVIII, es hoy en día un estadio ampliamente superado por la gran mayoría de las naciones. La democracia participativa, dentro del Estado Social y Democrático de Derecho, es lo que orienta las relaciones entre gobernantes y gobernados, entre partido de gobierno y partido de oposición. Mauricio Duverger inventor de la palabra “estasiologia” sostiene que: “A partir del siglo XVIII, la función de oposición no fue organizada ya aisladamente: en lugar de crear en el Estado instituciones opositoras, enderezadas contra las instituciones propiamente gubernamentales, se establece una rivalidad entre éstas: “limitando el poder por el poder”, creando una oposición dentro del gobierno, en vez de una oposición exterior, perseguía el mismo objetivo general”; es decir, históricamente el Estado que se vino gestando 25 siglos atrás, se caracterizo por las guerras intestinas y fratricidas, que consideraron toda forma de oposición como conspirativa y destructora. Ya Aristóteles, había hecho la radiografía de las diferentes formas de gobierno y de organización de las ramas del poder público, la legislativa, la ejecutiva y la judicial, que él denominó magistraturas, las cuales podían contraponerse pero vigilarse mutuamente, dándose así el modelo de oposición al interior del propio Estado.
Reconocer y respetar a las fuerzas sociales, económicas, políticas y
culturales diferentes a las que ostentan el control del poder político es un paso fundamental a la entronización de la convivencia ciudadana y a la consecución de la paz social, ahorra esfuerzos, fundamentalmente económicos en la consecución de las soluciones más apremiantes que por afectar a la mayoría de los asociados pone en peligro la institucionalidad.
Ahora bien, el derecho fundamental de todos los ciudadanos de
“constituir partidos, movimientos y agrupaciones políticas sin limitación alguna (…)” impone el ejercicio pleno de la democracia participativa, de manera continua y permanente de tal forma que el partido o los partidos perdedores y que quedan por fuera del gobierna ejerzan plenamente la función crítica, con el propósito de “plantear y desarrollar alternativas políticas” en procura de “un orden político, económico y social justo”
*Constituyente de la Fundación Democracia y Libertad, Abogado Constitucionalista.
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