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III.

ESPAÑA - Libros

Lunes, 9 de agosto de 2010 - josemari20 46 7 visualizaciones

Tras la revuelta de 1848, la familia real borbónica huye y jamás vuelve a reinar en Francia. España no sufrió a su tiempo la revolución de 1848
porque el Manifiesto Comunista se vio suprimido de raíz en su territorio.

No es ocioso indicar que el retraso político por la que los movimientos socialdemocráticos o libertarios representó en España la equiparación de
la revolución con el desorden de legitimación monárquico. Lo cierto es que aspectos conexos a la revolución liberal de 1848 continental tiene en
España una actitud de protesta respecto a los asuntos internos.

Muchos pronunciamientos tuvieron su punto de inflexión en el conflictivo siglo XIX y una especial ideología subyacente motivó aquellos hechos.
Madrid, Sevilla y Cádiz sufrieron la represión de Narváez. Pero la distinción entre demócratas y liberales en la España de 1848 tuvo una
distinción considerable respecto al continente, pues, aunque la mayoría del ejército español se afiliaba a la causa revolucionaria
ideológicamente, había unas ciertas sociedades secretas en cuyas logias abundaban los militares, pero también los comuneros y otras entidades
de menor calado.

El general Narváez, líder del moderantismo, no se parecía ni a lo lejos un liberal. Su criterio político era conservador, mayor incluso que el de
Burke. Narváez tenía todo el carlismo a su derecha y manipulaba voluntades, amén que poseía magnimidad política. De ahí que el año 1848 en
España se debatía no tanto en la distinción europea de demócratas y liberales, sino que se traducía en manos de Narváez como Progresistas,
Liberales y Conservadores, que tenían mucho en común, más de lo que parecía incluso a primera vista.

La impermeabilidad de España a las corrientes revolucionarias europeas corresponde a la barrera de protección de Narváez a las ideas
libertarias, aprovechando un ideario confuso y desorientado de la clase política española. Sin sólidos fundamentos teóricos, no se edificó una
auténtica revolución política y social.

Aunque la España de 1848 era rural y agrícola, no se animó a las fuerzas campesinas para hacerse con el poder, como un conjunto orgánico,
funcional y organizado, al estilo de los socialistas franceses Babeuf, Proudhon, Fourier, Saint Simón, Cabet, del inglés Orwell o del propio Marx.
Al propio tiempo, la revolución del tejido industrial no llegaría a España hasta unos sesenta años más tarde.

También influyó la Iglesia Católica, como contrapoder del Estado. Y la política del Estado era caciquismo diluido en caprichosas camarerías
palaciegas. No había líderes para crear ilusión real de progreso. Tras la derogación de la Ley Sálica, el reinado de Isabel II de España fue
bastante tranquilo, nada convulsivo, en 1848.

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