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El dios violento,
según el Caín
de Saramago
Harold Segura C.
Edesio Sánchez Cetina
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2 | El dios violento, según el Caín de Saramago
Cuadernos de
Ateneo Teológico - Lupa Protestante
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El dios violento,
según el Caín de Saramago
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El dios violento,
según
el Caín de Saramago
Harold Segura C.
Edesio Sánchez Cetina
4 | El dios violento, según el Caín de Saramago
ÍNDICE
actualidad, para que las conteste un biblista. Por otra, recogió el guante
el Dr. Edesio Sánchez Cetina, consultor de traducciones de Sociedades
Bíblicas Unidas, especialista en Antiguo Testamento. El Prof. Sánchez
resume aquí algunas de las respuestas que se han dado y luego nos
ofrece la suya propia.
Y
¿qué cristiano negaría hoy -cuando cerramos la primera década de
un siglo que comenzó, contradictoriamente, al sonido de campanadas
que anunciaban felicidad y paz y de bombas que producían muerte- que
este tema es de vital importancia para la vida de la iglesia y su misión
evangelizadora?
Nos atreveríamos a afirmar que de esta doble presentación -”provocación”
y “respuesta”-se desprende una gran lección: tenemos que revisar
nuestra comprensión del texto bíblico.
Caín, la novela
En El Evangelio según Jesucristo Saramago había ofrecido su visión par-
ticular, por cierto también provocadora, del Nuevo Testamento y había
expuesto sus preguntas lapidarias acerca del Dios de la Biblia, un Dios,
según él, que quiere la sangre redentora y la muerte vicaria para resta-
blecer el equilibrio del mundo. En Caín, el tema pertenece al Antiguo Tes-
tamento; cambia de texto, aunque no de preguntas. Su cuestionamiento,
en mi opinión, es más profundo y agudo. Con el mismo sarcasmo y el refi-
nado humor literario que caracteriza su obra se pregunta «¿Qué diablo de
Dios es éste que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín?» Plantea «un
irónico y mordaz recorrido en el que el lector asiste a una guerra secular,
y en cierto modo, involuntaria, entre el creador y la criatura»1. El mismo
autor confiesa su atrevimiento desde las primeras páginas de su obra.
Advierte: «Antes de proseguir con esta instructiva y definitiva historia de
caín a la que, con nunca antes visto atrevimiento, arrimamos el hombro»
(C:15). Y sí que lo arrima y con qué pericia..
El asesinato de Abel por parte de Caín trascurre sin grandes variaciones
a la vieja historia conocida. Caín le pide a Abel que lo acompañe a un
valle «y allí, con sus propias manos, lo mató a golpes con una quijada de
burro que había escondido antes en un matorral, o sea, con alevosa pre-
meditación». A partir de ese momento se entabla la polémica entre Caín y
el creador: «Qué has hecho con tu hermano, preguntó, y caín respondió
con otra pregunta, Soy yo acaso el guardaespaldas de mi hermano, Lo
has matado, Así es».
Aceptada la culpa se introduce, entonces, lo novedoso de la historia: el
1 José Saramago, Caín, Alfaguara, Madrid, (solapa), 2009. En razón de la extensa citación de
Caín, lo citaré en el texto principal como C, indicando la página citada allí mismo.
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de ser celoso y envidioso. «Los celos son un gran defecto», dijo, «en vez
de estar orgulloso de los hijos que tiene, prefiere dejar que lo venza la
envidia, está claro que el señor no soporta ver a una persona feliz, Tanto
trabajo, tanto sudor, para nada, Qué pena, dijo caín, sería una bonita
obra» (C:96). Por orgullo el Señor impidió que se construyera la torre y
confundió la lengua de sus constructores. «La historia de los hombres»
dice el narrador para cerrar el capítulo, «es la historia de sus desencuen-
tros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a
él» (C:98).
Próxima parada: Sodoma y Gomorra. Abraham condujo a Caín a la casa
de su sobrino Lot en el instante cuando comenzaba a caer fuego y azufre
como resultado del castigo divino. Después de huir con Lot y su familia,
ya de regreso, Caín dijo a Abraham: «Tengo un pensamiento que no me
deja… Pienso que había inocentes en Sodoma y en las otras ciudades
que fueron quemadas». A lo que respondió Abraham con firmeza: «Si los
hubiera, el señor habría cumplido la promesa que me hizo de salvarles la
vida». Caín replicó: «Los niños, los niños eran inocentes». Abraham mur-
muró y su voz era como un gemido: «Dios mío». Pero Caín le contestó:
«Sí, será tu dios, pero no fue el de ellos» (C:108).
De Sodoma pasó, como por arte del tiempo infinito, al desierto del Sinaí.
Una multitud impaciente aguardaba a Moisés quien se encontraba en
la presencia del mismo Señor. Mientras tanto, el pueblo le pide a Aarón
«haznos un dios que nos guíe porque no sabemos lo que le ha sucedido
a moisés». Aarón satisface el deseo del pueblo y, tal cual lo sabemos por
la narración bíblica, cuando regresa Moisés encuentra al pueblo rendido
ante el ídolo. Moisés, siguiendo las órdenes del Señor ordena el juicio:
que quien esté de parte del Señor tome su espada y vaya de puerta en
puerta matando al hermano, al amigo o al vecino. La novela recoge la
estadística bíblica de aquel episodio sangriento: como tres mil hombres
muertos.
Caín no podía creer lo que estaba viendo con sus ojos.
No bastaban Sodoma y Gomorra arrasadas por el fuego,
aquí, en la falda del monte Sinaí, quedó patente la prueba
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2 Cf. Carlos Eduardo Román Hernández, El evangelio según Jesucristo, de José Saramago:
una apelación al pensar teológico, Universidad Javeriana, Facultad de Teología, Bogotá, 257 p.
3 Surgen muchas más preguntas y enfoques teológicos, pero aquí, por razón de propósito y de
espacio nos concentramos solamente en tres que, en mi falible opinión, contienen el meollo del
asunto que nos ocupa, la violencia sagrada.
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siguen, el día de hoy, el ejemplo del célebre Marción: toman sus “tijeras”
y sistemáticamente “cortan” los textos que les causan “cortos circuitos”
en su lectura e interpretación de la Biblia. La iglesia de los primeros
siglos y la actual ha decidido que esa no es la solución. Es nuestro deber
meternos en el mundo epistemológico de la Biblia, en su cosmovisión, y
encontrar las posibles lecturas que permitan “abrir algunas puertas” hacia
una solución menos escandalosa y que mejor nos ayude a enfrentar el
grave e imbatible problema de la violencia que hoy día se vive por doquier
en nuestro mundo.
Las primeras preguntas que se me ocurren para caminar por el sendero
de la búsqueda de respuestas más satisfactorias son las siguientes: ¿Qué
tipo de lectura vamos a hacer al adentrarnos al texto de la Biblia? ¿Cuál
o cuáles son las vías más adecuadas? Mucho depende de nuestras
concepciones sobre la revelación de Dios, la inspiración de las Escrituras,
su autoridad y el método o métodos exegéticos más adecuados.
que las guerras de YHYH son guerras que responden al encuentro de dos
fuerzas militares bien dispares, y en las cuales el elemento “milagroso”
se manifiesta de manera más abundante en los contextos de mayor
vulnerabilidad del pueblo que ha sufrido opresión y vejación. Por ello,
no es nada sorprendente que en los textos de Deuteronomio y Josué
donde se habla de esos encuentros, por lo general se indique que los
habitantes de las ciudades-estado sean descritos como “gigantes” (no
seres humanos comunes y corrientes).
Y esto nos lleva a la segunda lectura, la retórica o literaria. En esta respuesta
o propuesta, opto por lo que he llamado “una lectura de las Escrituras
desde la perspectiva infantil”: la perspectiva desde el vulnerable que, en
su vulnerabilidad, crea nuevas alternativas de acabar con la violencia y
de construir un mundo más justo y de vida. La hago para resaltar, sobre
todo, lo que se conoce, sobre todo en círculos donde se habla de la vía
no violenta, como “la tercera vía”. Entonces, si se habla de una “tercera
vía”, se debe de hacer referencia a las otras “dos vías”.
La primera, es la del statu quo, la de la sociedad y cultura tal como la
conocemos y en la cual estamos inmersos, con toda su realidad de
vida basada en el consumismo, el materialismo, el individualismo y el
hedonismo: este mundo tal como lo definen y describen y conforman
los grandes poderes mundiales (gobiernos poderosos, multinacionales,
grandes empresas que se han adueñado de los medios de comunicación
masiva).
La segunda vía es la opción más natural y prioritaria: la que se elige
para “salvar el pellejo”, el “sálvese quien pueda”. Es decir, la solución
que buscamos y encontramos cuando la primera vía nos es adversa, nos
aplasta, y trata de quitarnos la vida. A veces, la solución es peor que la
realidad: escapar hacia lugares que parecen una mejor opción, aislarse
y “cobijarse” bajo expresiones religiosas, etc. Es decir, opciones que
quizá resuelvan la crisis en la que se vive, pero de manera individualista,
personal y familiar.
En la Biblia tenemos, sin lugar a dudas, casos en que se optó por una
u otra “vía”. Por ejemplo, lo que se dice en el primer capítulo del libro
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de Rut. Los personajes de ese libro viven en una de las épocas más
horrendas y violentas de la historia de Israel: la época de los jueces.
En Israel hay divisiones, idolatría, violencia y falta de alimentos. ¿Qué
hacer ante tal situación? La primera vía es precisamente esa: mantener
la sociedad, sus gobernantes y líderes, que son los que han creado ese
estado de vida invivible. La segunda opción o vía es lo que hicieron
Noemí, Elimelec y sus dos hijos: huir al país que “mejores” oportunidades
les ofreciera, aunque fuera, como el mismo libro de Jueces constata, una
de las fuerzas enemigas que habían socavado la paz de Israel.
Pero la tercera vía, lo que llamo también “las sorpresas de Dios”, la da, no
un miembro de la familia judía—del reconocido pueblo de Dios—sino una
mujer, extranjera, pagana y viuda, como lo fue Rut, la moabita. Ella, de
acuerdo con el relato del libro, es a fin de cuentas, verdadero miembro del
pueblo de Dios. Ella es la que sí manifiesta creer y confiar en YHVH y la
que provee respuestas liberadoras y vivificantes a Noemí, que es quien,
en el libro, representa al pueblo de la elección y de la alianza. Rut se
muestra libre de etnocentrismos y dogmatismos; la mueve la solidaridad
y el anhelo de ser instrumento para que otros y otras encuentren espacios
de vidas más plenas y justas. Como resultado de la acción de Rut, no solo
ella y su suegra consiguen la restauración de sus vidas, sino que abre
una cadena de posibilidades que encuentran su clímax en el nacimiento
del Mesías (cf. Mt 1., de Jesús de Nazaret y, de él, a todos los que somos
herederos del don salvífico de Dios y de su gracia).
Esta y muchas historias más en el Antiguo Testamento —creadas y
producidas por literatos y poetas trascendiendo el dato histórico llano
y concreto para desvelarnos nuevos mundos y nuevas posibilidades
esperanzadoras—, muestran que las verdaderas “respuestas” de Dios a
la maldad y crisis de este mundo, son esas “terceras vías”, “esas salidas
o encuentros sorpresivos de Dios”.
Todas esas posibilidades sorpresivas encuentran su punto de llegada—
que es, a la vez, de salida—en la visión profética, utópica y esperanzadora
del verbo poético de Isaías 11.3-6. Aquí se habla, por supuesto, de
juzgar, de castigar, de aniquilar a los malvados y violentos. Pero el sujeto
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Acán, aquel soldado que ávido de poder y riquezas quiso quedarse con
las “fichas” del juego.
Y es exactamente en el contexto de la conquista de las grandes ciudades
estado donde Josué usa el vocabulario más sanguinario y destructivo del
mensaje bíblico. ¿Sucedió eso realmente como lo narra el texto bíblico?
Realmente no lo sé. La arqueología bíblica y los trabajos de eruditos de la
talla de Martin Noth han repetido una y otra vez que la narración bíblica
dista mucho de la realidad de la ocupación de la tierra prometida. Los
descubrimientos arqueológicos constatan que los estratos pertenecientes
al siglo XII a. C. de ciudades tales como Jericó, Hai, Hazor, etc., no
indican que fueron destruidas por guerra o fuego. No se han encontrado
montones de restos humanos u otros testimonios que “apoyen” aquellas
terribles matanzas. Es probable que el mismo lenguaje sea el creador de
las “realidades” que narran los relatos; pero, ¡qué historias tan horrendas!
En verdad, así lo son. Tómese en cuenta, sin embargo, que la intensidad
de lo horrendo sube en proporción a la fuerza destructiva de quienes
detentan la riqueza y el poder. Recuérdese lo que hemos dicho de la
fuerza de la palabra con la cual se destruye a los malvados y se crean
nuevos mundos, nuevas realidades. El poeta o narrador, vocero del
pueblo sencillo y vulnerable, otorga, por medio de sus poemas y relatos,
voz y fuerza a aquellos a quienes se les ha arrebatado. Aquí el lenguaje
no cubre la verdad ni enaltece la mentira, sino que crea una realidad
en la que el pobre, como dicen Ana (1 S 2.1-10) y María (Lc 1.46-55),
es exaltado y el rico es humillado. Se crea un mundo donde, por fin, los
desclasados y marginados, triunfan sobre los malvados y poderosos.
En la introducción al libro Y vendimos la lluvia (título en inglés: “And We
Sold the Rain”: xv), Jo Anne Engelbert cuenta una breve historia con la
que los indígenas se burlan de la ridícula y ciega sed de riqueza y oro de
los españoles, quienes estaban dispuestos a todo por conseguirlos. Y
luego la comenta:
Con ojos radiantes, los españoles se
aferraron firmemente de los lados de la enorme
canasta que los descendería hacia los dorados
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Bibliografía
Giuseppe Barbaglio. ¿Dios violento?: Lectura de las Escrituras hebreas y
cristianas. Estella: Editorial Verbo Divino, 1992.
Eduardo Galeano. Espejos: Una historia casi universal. Buenos Aires:
Siglo XXI Editores, S.A., 2008.
Rosario Santos (Editora). And We Sold the Rain: Contemporary Fiction
from Central America. New York: Seven Stories Press, 1996.
n9 Sobre los autores
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Harold Segura Carmona: Colombiano, residente en San José, Costa Rica. Administrador
de Empresas y Magister en Teología del Seminario Teológico Bautista Internacional,
de Cali, Colombia. Estudiante del programa de Doctorado en Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana, de Bogotá, Colombia. Director de Relaciones Eclesiásticas y
Compromiso Cristiano de World Vision para América Latina y El Caribe.
Edesio Sánchez Cetina: Mexicano, residente en Costa Rica. Doctor en Antiguo
Testamento en el Union Theological Seminary, en Richmond, Virginia, Estados Unidos.
Asesor de traducciones bíblicas de las Sociedades Bíblicas Unidas, miembro de la Junta
Directiva de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.
Plutarco Bonilla Acosta: Nació en Islas Canarias, España y reside en San José, Costa
Rica. Magister Theologiae en Nuevo Testamento del Seminario Teológico de Princeton.
Consultor para publicaciones en castellano de Sociedades Bíblicas Unidas.
El dios violento,
según el Caín
de Saramago
Harold Segura C.
Edesio Sánchez Cetina
Prólogo escrito por Plutarco Bonilla A.
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