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ivana romero Jas hamacas de firmat Desde que empezaron a moverse solas, el pueblo se revolucioné, La tradicional vuelta al perro, que solo cubria las manzanas del centro, se alargé hasta la plaza Belgrano. Los autos cruzaban la ciudad en direccién al barrio La Patria, un poco antes de la ruta 98. Ahi esté la capilla San Cayetano, con un cartel del santo pintado sobre una chapa,al lado de un potrere donde los chicos juegan al fitbol. Cerca hay una canilla para que los jugadores se refresquuen, un cafio que sale del suelo con un grifo oxidado en el extre- ‘mo.El potrero esté separado de la plaza por un alam- brado. Exactamente en ese lugar estan las hamacas, rodeadas por calles de tierra y ripio, I) suwerenioan oy ivana romero ‘Tenemos mucho por hacer. Venga, Firmat lo espera. Pare {Sanaa fit au a: trd ied an 08 Bg tet on smareserioaans |. oto can asp Paro Seema Cray van oan xe(m)x; rl rip co Pos Doras: Us Hoda Fehr ene (© Mic eo Pe" Catan a, ‘Senne fae, Si Air rrr. wrasse ChraRine Oise eo pst tema 11725, ‘rac on aon. Intec 909 “ee-cans 2098 saugreseriozsn curs ann 55 non egmna las hamacas de firmat vana romero ROSANA GUARDALA PROFESORA EN LETRAS, si esa plaza te comienza a hablar sino estuviste qué vas a contar ‘cuando esos ojos te pregunten por qué por qué se fueron y si alguien los ve. Coki & the Killer Burritos Desde su celular crece un rumor. Pasos ahogados en el pasto seco, ladridos, péjaros que huyen de los pos- tes del corral. Le pregunto si pasa algo. Dice que no. Sigue hablando. Cuenta que una calandria chilla como loca en un arbol cercano. Al fin reconoce que salié a dar una vuelta por unos disparos que venian sonando desde temprano. —Te mienten, te dicen que solo cazan liebres 0 perdices. Pero la verdad es que andan dando vueltas, a ver si pueden Ilevarse un cordero, un lech6n, —iQuiénes mienten? —Los que cruzan el alambrado. Y eso que hay boyeros —dice mi padre. Cuando yo naci él ya no era maestro ni dirigente gremial sino encargado de un bar. Parece que aban- doné la docencia por un tipo que le hizo la vida im- posible para sacarlo del escalafén, Mi hermana ma- yor recuerda que una vez lo apretaron en la terminal de Rosario cuando volvia de una reunién con sus compaiteros del gremio docente. ‘Ahora mi padre tiene mas de setenta aftos y cuida un campo cerca de Arias, un pueblo en el sureste de Cérdoba limitrofe con Santa Fe. No somos de hablar mucho de nosotros. Apenas deslizamos algiin asunto personal a través de char- las que pueden ser de politica, del clima 0 anécdotas de poca importancia, Me cuenta si Ilueve 0 no, si se escaparon los chanchos, si fue a buscar un libro ala biblioteca publica de Arias. Lo tiene maravillado Internet pero no se decide a comprar una computadora, Ademés, probablemen- te no llegue ninguna conexién hasta el lugar donde vive, alejado de todo, Sin embargo, no necesita Inter- net para estar informado: escucha radio AM. Creo que pasa dias sin hablar con gente, aunque sigue usando palabras elegantes, de sefior con mun- do. Por ejemplo, volvié a decirme tesoro. No lo hacia desde cuando empecé a menstruar, de manera pre- 02, alos once aftos. Entre todos sus oficios, el que mas recuerdo es el de panadero, Abrié dos panaderias en Firmat, que al tiempo tuvo que cerrar. De una, la del barrio Carlos Casado, tengo imagenes borrosas porque era chica. Pero si me acuerdo de la panaderia del barrio La Patria, La empezé a construir més o menos cuando cumpli seis aftos y la cerré en 2002. No sé por qué terminamos hablando de las hamacas que se mueven solas, O que mueve el espiritu de un chico que, segdin dicen, murié en esa plaza. Ah, si, es que salié un articulo nuevo sobre las hamacas en el diario y las radios seguramente co- ‘mentaron el asunto. A simple vista, las hamacas parecen normales: tres asientos de caucho sostenidos por cadenas a un barral. Son parte de los juegos de la plaza Manuel Belgrano en el barrio La Patria, al sur del pueblo donde me crié Cada tanto las hamacas vuelven a ser noticia. Que tun ingeniero fue a hacer estudios radiestésicos —es decir, mediciones en el piso para detectar radiaciones clectromagnéticas—, que un experto registré la velo- cidad del viento, que unos yanquis estan haciendo un programa especial sobre fenémenos paranormales, que los japoneses llegaron con cAmaras de alta defi- nicién, que los portefios volvieron, que los portefios vuelven cada dos por tres. —Vos jugabas con el nenito que se murié —dice ‘mi padre, No sé si habla en serio. Hago silencio. Lo que acaba de decir es perturba- dor, descabellado, imposible. Quizas no escuché bien. Vos jugabas con el fantasma de la hamaca, Cuan do era nenito vivia cerca de la panaderia —insiste. Aunque yo no quiera reconocerlo, suena légico. A fin de cuentas, pasé varias tardes en el barrio desde que mi padre empezé a levantar la panaderia. Es posi- ble que ese chico y yo nos hayamos conocido. Habre- ‘mos jugado a la pelota, a la escondida, a la mancha, © nos habremos mirado, al menos, sin necesidad de 10 preguntarnos el nombre. —iEs cierto lo de esa muerte? Mi padre asegura que si. Lo que pasé fue uno de esos dramas que quedan flotando varios afios en el aire, que se murmuran hasta el cansancio y que se reconstruyen hasta transformarlos en otra historia, hasta que se desdibujan. Hay distintas versiones. Pero todas acuerdan en que el accidente ocurrié cuando las primeras familias se mudaron a las flamantes casas con techos amarillos que son caracteristicas del barrio hasta ahora y que se inauguraron a comienzos de los ochenta, construidas por medio de planes estatales. —Parece que se golped con un cafio gigante 0 que el caiio se le vino encima cuando estaba jugando —dice mi padre. ‘Supone que estarian construyendo la red de agua potable y los caftos habrian quedado en la plaza, que todavia era un terreno baldio, La familia sigue por al viviendo en el barrio, Pero nunca hablé del asunto, Segiin algunos vecinos, su madre si habl6 pero solo para decir que ya demasiado con lo que les pasé para n ‘que encima vengan los periodistas a remover el pasa- do. En este punto se nos acaban los temas de conver- sacién. Mi padre es capaz de hablar un rato largo de lo mismo pero no sé seguirlo. Cambio de tema como para que la conversacién se termine. Le digo que es- toy a punto de irme al trabajo. —;Estés en tu departamento? Quiere saber qué veo a través de la ventana, —Las torres de Puerto Madero —contesto. ‘Me cuenta que escuché por radio que en Buenos res hay niebla aunque ya es mediodia, Pero si veo las to- res desde mi casa, razona, seguro tanta niebla no hay. Vivo en Buenos Aires. Voy una vez al afto a Firmat. mejor dicho, iba una ver. al afto. Ahora las visitas son mas espaciadas porque mi familia ya no vive ahi. Mis padres se separaron. Mi madre y mi hermana mayor se mudaron a Rosario. Entonces, mi referen- cia santafesina es esa ciudad, un lugar del que me voy yal que vuelvo de vez en cuando, Llegué para estudiar Comunicacién Social y me quedé unos quince aiios. Por esa época en la terminal Mariano Mo- reno habia una sola bo- somo. leteria para sacar pasaje — a cualquier pueblo entre EE Casilda y Rufino. Ahora = Ja terminal esta com- pletamente remodelada y hay ventanillas para elegir. En la del Expreso Ari to pido un boleto. Mi abuelo paterno trabajaba como chofer en la empresa. No lo conoci. Mi padre y él dis- cutieron cuando nact y nunca volvieron a hablarse. Entre Rosario y Firmat hay 112 kilémetros. Es una distancia de una hora y media en auto. El co- lectivo tarda casi tres. La empresa Arito—como Los Ranqueles, Monticas y La Verde— cubre el tramo de pueblos y ciudades en el sur de Santa Fe ubicados sobre la ruta 33, entre Rosario y Rufino, También se 13 puede llegar a Firmat por la ruta 93, El servicio no hha mejorado gran cosa con los afios: los asientos son Viento del sudoeste o Pampero: fresco y seco, es ‘el que viene después de unos das de Huvia y limpia la atmésfera, Se origina en el sur del océano Pacifico, por 30 s fresco y hiimedo, Descarga la humedad en la cor- dillera, en las laderas del lado de Chile, y llega seco. » Sudestada: fresco y cargado de humedad. Nace en el Atlantico sur, y como no hay cordones monta- fiosos en su trayectoria, llega con toda la humedad. Son esos dias nebulosos, lloviznosos, pegajosos, que en general aparecen entre el otofio y el invierno. » Nor-noreste: célido y htimedo, de origen tropi- cal, Viene acompaiiado con baja presién atmosférica. ( sea, los famosos dias pesados. » Otras veces soplan vientos del sur, que son Jos mis frios. Por eso los horneros, cuando hacen st. rancho, orientan la entrada a cualquier punto cardi- nal, menos al sur. Esto titimo lo ley6 cuando era chica y se la pasé a mirando para qué lado apuntaban las aberturas de los nidos de horneros. ¥ me asegura que no vio nin- guna que diera al sur. Lo bueno de los pueblos es que el tiempo se estira, Ahora no son més de las cinco dela tarde y ya hice muchas cosas. Le mando un mensaje de texto a la Chola, A veces a la gente le cae un sobrenombre por razones caprichosas que, de todos modos, resultan atinadas. Ella es robusta, fuerte y morena como las mujeres nortefias, pero Chola le viene de una copla que recitébamos cuando éramos adolescentes, una suerte de juego de palabras que decia: “Yo nunca tuve caballo, siempre me manejé a dedo. Una vez. tuve uno, al pedo si siempre me manejé a dedo” Vive desde siempre en el barrio La Patria, muy cerca de las hamacas. Me dice que vaya, que la Pelo- pincho tiene agua. Vuelvo a la casa de mi madre para ponerme la malla y agarrar la bicicleta. La Patria que- daa unas quince cuadras del centro, més lejos que lo del Hamacélogo, que esta del otro lado de la via. ‘Agarro por calle Buenos Aires derecho en direc- ci6n al sur. Los negocios tienen el nombre de los due- fios: Farmacia Giuliani, Merceria Stampone, Peina- dos Edith Mazza, Optica Lépez, Kiosco Jessy. En laesquina de Buenos Aires y Sarmiento esti la Sociedad Espafola de Socorros Mutuos, un_ edificio de fachada neocolonial construido en los afios vein- te, El bar Cervantes se encuentra en la planta baja, con entrada por Sarmiento. En contraste con Ja clari- dad de la vereda, parece una fortaleza oscura, con st frente de ladrillos sin revocar que mantienen el aire fresco puertas adentro. A fines de los setenta, la con- cesién estuvo a cargo de mi papa. Creci en este bar rodeada de hombres (porque solo iban hombres), en ‘su mayoria laburantes. Mi madre era la tinica mujer, ‘ademas de la sefiora que hacia sindwiches. Recuerdo olor cigarrillo. Los tipos fumaban como locos en ‘esa época y jugaban largas horas al truco. De vez en ‘cuando la cafetera express impregnaba el aire de un ‘aroma més concentrado y acre, y el olor a cigarrillo 8 retrocedia durante un rato. Pedaleo lentamente. Voy tomando notas men- tales sobre lo que veo. Para eso hago de cuenta que ‘miro estas calles por primera vez, pero es imposible no reconocerlas, por mucho que hayan cambiado. La ciudad mantiene hasta cierto punto su forma original, aunque se la note mas poblada, con mas negocios, con casas nuevas. Donde habia un baldio, ahora hay una casa. Donde habia una chica de novia con un chico, ahora hay un nifio también. La ciudad parece respirar con satisfaccién, con su falda sembra~ da de soja, sus senos llenos de leche de vaca criada a campo y sus fabricas que han vuelto a humear como cen los viejos tiempos. ‘Sin embargo, a pesar de su impronta obrera, Fir- mat no es muy peronista que digamos. Sus raices més bien son socialistas, radicales, anarquistas. El hist6rico Grito de Alcorta, la rebelién campesina de 1912, dejé su impronta y sus mértires en Firmat. Los dirigentes anarquistas Francisco Mena y Eduardo Barros fueron asesinados en 1917 en la plaza Riva- 50 davia durante un acto organizado por la Federacién Obrera Regional Argentina en solidaridad con los agricultores. Mi abuelo Donato y st hermano Santia- 80 anduvieron en el asunto, Eran colonos defensores de Ia idea de que la tierra es para quien la trabaja. Me pregunto si el fantasma del Mena asesinado se pasea por la plaza Rivadavia, aunque ahi no hay hamacas. " Sigo pedaleando y paso por el graffiti mas anti- guo de Firmat, a mitad de ca 10 entre La Patria. Aparecié en los noventa, a ad de chapa que se fue oxidando con el tiempo. Mi necesita hardcore, dice. om Paso por donde estuvo la panaderia de mi papé, Buenos Aires al fondo, en la entrada del barrio. Fra un galpén con el techo de zinc y las paredes desnudas, sin revoque, pintadas ala cal. Ahora funciona ahi un taller mecénico, Al fondo habia un horno a leita enor- me. Tenia una puerta de hierro pesada, Adentro esta- ba el infierno, con los bordes de ladrillos al rojo vivo. Por otra puertita del costado se iba poniendo la lena. st ‘A veces era muy seca, o muy verde, o muy nudosa y eso complicaba los tiempos de coccién del pan. El horno tenia sus mafias. Para conseguir la tem- peratura adecuada habia que prestarle atencién todo el dia, $i no, el pan se apelmazaba. O salia acido. O se quemaba. Mi padre se encargaba de todo eso. Dor- mia entre las doce de la noche y las tres de Ja mafiana, Después se iba a trabajar. Bl pan descansaba en unas bandejas, apoyado so- lo cubrian por arriba, bre telas de hule que tam ‘como a un nifito del que solo se distinguia la cabeza blanca. Una vez. cocido, los empleados y mi papa lo ponfan en canastos de mimbre. O en bolsas de hari- na vacias, hechas de papel madera resistente. De ahi pasaba al local, que funcionaba adelante, o a la vieja Ford verde petréleo con la que mi padre hacia el re- parto por los barrios Villa Fredriksson, La Hermosa, Carlos Casado. ‘También habia unas méquinas Argental, muy pe- sadas, que se usaban para mezclar masa en grandes cantidades. Y unas mesas larguisimas de madera que siempre parecian resbalosas, un poco cubiertas de manteca, donde se hacian las facturas. Debajo de las mesas se guardaban grandes panes de levadura, bolsas de azticar blanca y negra. Mi padre tenia dos o tres gatos, que cuidaban que no entrasen ratones. Es que al lado de la panaderia, en un gran descampado, se juntaba la leiiera. El les daba de comer pan con leche y trocitos de carne. Eran gatos flacos, despreocupados, felices con lo que tenjan, Maullaban fuerte en demanda de mimos. Recibo un mensaje de texto. “sTe perdiste?”, pregunta la Chola, Se ve que me retrasé en el camino. ; Ella es maestra y trabaja con chicos con capaci- dades especiales. Vive con su mario y su hijo, Bru- no, que tiene nueve afios, en una casa sobre bulevar Colén, a media cuadra de la plaza Belgrano. Me abraza al verme. Conoce ese mundo que no se muestra porque si a los extrafios. Los barrios recla~ man exclusividad. Para brindar un sentido de perte~ nencia, exigen que te quedes, susurran al oido como sirenas barrenandb el oleaje de cemento, Desconocer ese canto cuesta el alejamiento, Solo se puede volver de la mano de quienes se quedaron. Por la ventana se ve una punta de la plaza. Le pre- gunto a Bruno, su hijo, si me lleva a ver las hamacas. —No puedo. Primero me voy al médico y des- pués a la pileta de un amigo —me informa, muy se- rio, mientras mira Disney Channel y reclama mate, Su madre se re. —Acai las hamacas nos tienen podridos. Semueven de vex en cuando, pero ya nadie les da pelota —dice. 6 Lo del hijo es un ratito. Si quiero, puedo esperar- la, Me deja con el mate. Saca su moto Zanella, Le pone un casquito con visera a Bruno, que lleva la remera de Argentino de Firmat, a rayas verticales blancas y celestes. La reme- ra del club rival, el Firmat Foot Ball Club, es igual, pero con rayas rojas y blancas. Me quedo saludandolos desde la puerta. Voy hasta adentro, caliento agua, tiro la yerba en un tachito, la renuevo. Vuelvo ala vereda con el termo y el mate. Los apoyo en una baranda de ladrillos, al lado del medi- dor de gas, Atrés, un metro de césped. Adelante, la ca- Ie de tierra, anchisima, el dltimo tramo del bulevar. Y mas alld, la ruta 93 que describe una curva rodeando una planta de silos elevadores de grano y luego enfila hacia Melincué entre los campos de soja Vista desde el cielo, la planta urbana de Firmat, segiin la forma que alcanzé en ciento veinte afios, no es cuadrangular como en su origen sino tirando a romboide, con el bulevar Colén como eje vertical. A fines de los sesenta, editorial Eudeba publicé La ciu- dad pampeana del arquitecto Patricio H, Randle. Se- gain se explica en el libro, este tipo de metamorfosis geométricas es muy comiin de los dameros de indias proyectados sobre planicies sin accidentes geogrifi- cos relevantes. Como el tefido urbano en estos casos tiende a continuar los ejes verticales y horizontales de las plantas, los cuadrados y recténgulos van vi- rando al rombo. En el extremo sur del romboide, La Patria ocu- pa una porci6n triangular, cuyo éngulo inferior a su 56 ‘vez esté ocupado por la Plaza Belgrano, de perimetro trapezoidal. El tramo final del bulevar Colén tiene un cantero central con enormes jacarandas. En el tramo céntri- 0, en ver de jacarandis hay palos borrachos. Pasa una chata, que leva un acoplado maicero detris. Levanta polvo. Pasa un hombre con short, musculosa y visera, corriendo como un atleta. Se es- cuchan sus pasos sobre la grava, A la gente le gusta salir a correr. Hay mucho lugar para eso. Las sefioras mas grandes salen de tardecita, cuando hace buen tiempo, a caminar. Van en grupo de tres o cuatro, con los joggings livianos y las caderas anchas, ha- blando de los hijos, de los maridos, de recetas. A ve- ces se rien todas juntas. Chin chiqui chin chiqui chin, Es un sonido apa- gado, metilico, de cumbia. Escapa de un celular que leva una nena colgado de una correa al cuello. Ella asa por delante mio y va hasta la casa de al lado, donde hay un auto sobre la vereda, bajo esos parai- 808 con bolitas diminutas color ocre que los chicos 87 del barrio usan para jugar a la guerra. La puerta esta abierta. No hay timbre, parece. —Alvariiiito —Ilama la nena golpeando las palmas. Aparece un pelirrojo. Tiene el pelo grueso, cao- ba y lacio, que le cubre la cabeza como un sombrero majestuoso. Desde el fondo de la casa se escucha la voz de una mujer. El chico y la mujer hablan de algo, de unas monedas, “fijate arriba de la mesa, 0 en el aparador, no te llevés todo el sencillo”. ‘Alvarito y la nena me pasan por al lado nueva- mente, Acé cerca hay un kiosco, que es también un poco almacén. “Para dos jaimitos alcanza”, dice la nena. El chico me mira un segundo, Yo chupo fuerte el mate. Lo apoyo sobre el medidor de gas. Me hago la desentendida. ‘Vienen caminando tres pibes desde la zona de la plaza. Son més grandes que el coloradito y su amiga pero no tendran mis de doce afios, Se paran enfrente mio. No sé quignes son. Pueden ser hijos de mis ami gas. Vecinitos, seguro. Aci, todos se conocen. Ellos ‘me miran sin interés, como a alguien que si estd en la 88 casa de la Chola también es vecino, Alguien que no desentona con el paisaje. —:Bruno? —pregunta el mas alto, un rubio con una remera que dice Ginobili —Se fue del doctor. —i¥ a qué hora vuelve? —Enseguida, Pero después se va a la pileta de un amigo. 2Qué amigo? No sé. El rubio piensa un segundo. Yo si sé—dice con un poco de amargura, como sien verano el mundo se dividiera entre los amigos que pueden ofrecer piletas y los otros. —Silo ves, decile que lo buscan los pibes —me avisa. Hay algo de amenaza en el tono. 0. un mensaje Cifrado que s6lo debo transmitir més que entender. Los tres se van por donde vinieron. Miro el cielo didfano, recortado contra las ramas del paraiso, Es un juevesa las seis la tarde. A esta hora estaria en el diario donde trabajo. Gente, veredas con 50 basura, autos que se amontonan en calles demasiado angostas, subte, un calor aguachento como la sopa de un enfermo, escaleras, computadora, apuntes, mails, escarbar agencias de noticias, llamar por teléfono a contactos, decidir notas, escribir con el aire acondi- cionado roto, con unos ventiladores en la cara, y los chistes de siempre sobre lo que se va viendo en la tele encendida, y todos hablando al mismo tiempo por- que cada cual tiene que resolver los asuntos de su sec~ cin, definir un buen titulo para que la editora Ileve a la reunién de sumario, un poco de tiempo muerto que se reanima con el facebook y escribir, escribir, escribir, porque las paginas deben estar llenas todos Jos dias. La Chola no vuelve y ya me aburro un poco, asi gue voy a visitar al padre de mi amiga Natalia, Agus- tin Secreto, Tiene escrita una historia del barrio La Patria que nunca consiguié publicar. El libro —Ila~ mado Firmat al sur— reine recortes periodisticos, fotos y hojas escritas a maquina. Es un libro en cons- tante crecimiento, que empez6 hace afios. Agustin es pintor, titular de la empresa de pintu- ra Agustin Secreto e hijos. Militante barrial hist6rico. Fue unos de los impulsores del Partido Intransigen- te en su momento y del Partido Socialista Auténtico ahora. Uno de los fundadores de la vecinal, organizé la fiesta donde se escucharon Los Wachiturros ese dia que vi las hamacas moverse por segunda vez. Es incansable. Ahora, por ejemplo, se encargé de que el barrio tuviera la Plazoleta Che Guevara, que se inau- ‘gurd en febrero de 2012. Tiene cuatro hijos, Natalia es la mayor. Cuando ‘me fui tenia dos nietos. Ahora tiene cuatro y otro que viene en camino, Agustin vive con Luisa, su esposa, en una de las casas construidas con planes sociales en los ochenta que le dieron al barrio su identidad. Al principio eran todas iguales, pero cada cual fue haciendo modifica- ciones, abriendo un kiosquito, ampliando el jardin delantero o sepultandolo bajo cemento, pintando las aberturas amarillas de otro color; en fin, las casas fueron adquiriendo un aire propio. La de Agustin tiene una puerta de chapa que daa un patio delantero estrecho. La puerta siempre abier- ta, En la cocina-comedor hay un cartel que prohibe fumar, pegado debajo de la cabeza embalsamada de un gran dorado con la boca entreabierta y dos hile- ras de dientes minisculos y afilados. Es un legado de su padre, que pescaba como hobby. También hay muchos libros. Y la computadora y el televisor, todo en la misma habitacién por donde circulan vecinos, hijos, nietos. En uno de los folios del libro leo un recorte foto- copiado, extraido del semanario La Palabra, de fe- brero de 1931: “Firmat, con una poblacién més que respetable, tiene un matadero municipal a media docena de palos que hacen recordar las horcas cau- dinas. Los responsables de la faena se ven obligados a trabajar en una mezcla de fango, bosta y sangre cu- yos olores se hacen irresistibles”. El matadero estaba ubicado donde ahora esté la plaza. En la carpeta encuentro un dato que me interesa. En 1968, Primo Palmieri, de M4 afios, que trabajaba en los hornos de ladrillo de la zona, murié atropella- do por un vehiculo del circo Veracruz. Ocurrié en la interseccién de las rutas provinciales 95 y 33, donde esté la plaza. 3 si el alma del chico se quedé enreda- da para siempre en ese cruce de caminos? ;¥ si en el pueblo no hay un fantasma sino varios? El barrio comenzé a tener su perfil actual a partir de 1976. En ese momento se creé el FOMUVI (Fondo Municipal de la Vivienda). La idea era impulsar la cteacién de casas con dinero de las tasas municipa- les, explica Agusti En 1977 se habilitaron las primeras viviendas, Al aiho siguiente se sumaron 141 casas construidas por la Direccién Provincial de Viviendas y Urbanismo con fondos estatales. Con los ais legaron a un to- tal de 200, todas con las mismas caracteristicas. Las tiltimas fueron hechas en 1986, sea, el barrio se empez6 a construir durante la dictadura y se termi- né durante la democracia. En 1980 se creé la Vecinal. Mientras tanto, una empresa constructora deposita- ba los caiios para hacer los desagiies de cemento en 6 tun descampado vecino, donde luego se inauguraria la plaza Belgrano. El chico que advirtié por primera ver el movi- miento inusual de las hamacas vive enfrente de la plaza. Ahora tiene 17 afios. Lo voy a buscar. Agustin dice que a esta hora tendria que estar. La casa es parecida a la de la Chola y asta ubica- da unas cuadras mas cerca de la ruta 93, de la mis- ‘ma mano. Toco la puerta. Silencio. Insisto. Silencio. ‘Abro la puerta. El comedor esta en penumbras. Hay tuna mesa con un adorno de cerémica en el centro, illas, un aparador con puertas de vidrio. ;Por qué abri la puerta? Me creo que puedo agarrar despre- vvenido al misterio de las hamacas, tomando mate en pantuflas en la mesa de la cocina? Me voy. En el camino me cruzo al pibe, Diego. Imagino que es él porque lo describieron como un flaquito timido, Lleva un cartén de jugo Baggio. Le- vanta Ja vista. Me pregunta qué necesito, Ah, es0, dice. Y arranca: “Bueno, yo volvia del boliche una noche, Y vi las hamacas moverse. No me llamé la a atencién porque pensé que alguien se habfa hama- cado, Pero a la semana siguiente, y a la otra, pasé lo mismo, Entonces las filmé con el celular, y las subi al YouTube”. Nos quedamos en silencio. Seitala el car- t6n de Baggio: “Me tengo que ir a Hevarle el jugo a ‘mi abuela”. Vuelvo a la casa de La Chola, que sigue sin apa- recer. Cae la tarde. Pasa un grupo de obreros en bici- cleta. Cuando era chica, los veia de a cientos. Bajaban del barrio La Quemada, donde habia algunas fabri- cas. También recuerdo que el cierre de todas esas em- presas en los noventa dividié la ciudad en dos gru- pos: los que defendian la convertibilidad y viajaban_ a Disney World y a Europa y los que no. La madre de una amiga volvié de Roma quejéndose de que era demasiado vieja. Con la década recién estrenada, en. 1991, cumpli quince aftos. No hubo gran fiesta. A mi no me interesaba pero ademas mis padres no la po- drian haber pagado. En esa época cerr6 Vassalli. Los ‘obreros salieron a la calle. Casi con culpa, Recorrie- ron un tramo, arrancando de la iglesia de la Virgen de la Merced, patrona de Firmat, con una imagen de la virgen a cuestas. La depositaron en la entrada de la fabrica, al costado de la ruta 33. Hubo una misa. Ni bombos ni cantos ni gritos, solo silencio. Fue una marcha tristisima. ‘Vassalli tiene mucho que ver con la historia so- cial del pueblo. Cuando naci, la fabrica ya estaba ahi, como el dinosaurio del famoso cuento de Augusto ‘Monterroso. Es el termémetro que marca las épocas de prosperidad o de bolsillos flacos, Su fundador, Ro- 68 que Vassalli, habia nacido en Caftada del Ucle, igual ‘que la abuela de la Dany. Como era muy ingenioso se las arregl6 para ar- mar grupos electrégenos utilizando viejos motores de Ford T. As{ todas las chacras tenian energia eléc- trica, También ided los primeros boyeros eléctricos, clectrificando los alambrados para evitar que la ha- cienda se escape. Cuando empezé con su propio taller, la gente le llevaba las cosechadoras rotas y al tiempo volvian a ronronear en medio del campo. Se envalentoné y armé su propia cosechadora con hierros viejos que pesaba mil kilos menos que las otras. En 1949 traslad6 su taller de reformas a Firmat. Ya el pueblo comenzaba a transitar cierta prosperi- dad, Habitado por unas cinco mil personas, tenia luz eléctrica, calles asfaltadas y una ruta, la 33, que se habia prolongado hasta Chabis. Asi nacié el Estable- cimiento Metakirgico Vassalli Hubo un momento verdaderamente critico para el productor de maiz: faltaba mano de obra y era 8 necesario levantar la cosecha. Fue entonces cuando Vassalli inventé el cabezal maicero, que se podia aco- plar a la propia cosechadora para levantar el grano. Este proceso esta contado en su libro autoeditado Casi memorias, escrito en colaboracién con Jorge Isaias y publicado en 1990: “Consciente de que debia fabricar una maquina que no fuera cara, hice la pla- taforma compuesta por una serie de puntones: 3, 4, 5, 6,7, segtin los surcos y lo hice de manera flotante. Se meten debajo de la gramilla y levantan espigas. Es- 68 tos puntones tienen resortes para ir adaptandose al terreno, es decir que es mévil y tiene una cadena que atrae la mazorca de la planta y la saca de la gramilla ¥ dos rolos puestos debajo, tiran de a planta y sacan dejando s6lo la espiga, ésta con un acarreador es en- viada a un cilindro que lo trilla y manda el grano a la bolsa, la que, cosida, se deja caer por un tobogin Y se recoge con un acopladito tirado por un tractor. De alli va directamente a la estiba donde se carga en camiones para ser comercializado”, No es que el invento haya sido muy bien recibido, Los colonos desconfiaban de las innovaciones aun- ue poner el grano a resguardo en menos tiempo sig- nificara ganar la batalla contra la langosta, el grani- 20, los excesos de lluvia o la sequia. Por otra parte, los sindicatos rurales tenian miedo de que la méquina

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