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on 1A Homeee Wan 9 TACK 4 2 as i BL Mo eal = WARS MAND: Aint’ » 1968 wm i, itn 3 wins “Z 4 Introduceisi: FrwvondK op chsivenen samepeeeoy Cris da es saobadlr ane ag ah role YO ede " Roucault, 1970, p. 54. USVST FSU TTS GS SSCS CSCSCECSE CECT ECET OSS 2 La caida del hombre natural escéptica de Catneades de que «no existe tal cose que Hamamos la Jey natural, sino que todas Is leyes se originaron en la convenieneia y el be- reficio de Estados concretos. Como sefals Monteigne, el hecho de que ‘lgunas personas suludaran volvigndose de espaldas y comieran @ sus padies oomo un acto de devocién seguramente era suficiente para que- brantar la fe que se pudiere tener en leyes universales. Pero si ta ley natural no era, como insistfan que era a mayoria de los autores tratados en este libro, supracultural, que selvaguarda podria haber contra el com- portamento’ verdaderamente antinaturs! —el_canibalismo, por ejemplo, 6 los sectficios humabos.-? El relativismo, la aceptacién de que otros mundos son simplemente diférentes, no podia dar ninguna respuesta a esa pregunta; tampoco podia ofrecer una aproximacién al significado del com- portamento extrafio, puesto que necesitamos suponer un entendimiento Cognitive comin con aquelcs que inientamos deseribir; en otro caso, no tenemos ninguna tazén para suponer que lo que hacen tiene elysn sentido pera nosotros, Y lo que era més grave pera la mayorfa de los primeros bservadores modernos (que estaban més interesedos en la evaluacién ‘que en a comprensién), el escéptico nunca podria decir por qué cirtos {ndividuos podrfan estar equivocados en sus creencias. Tampoco podria explicar adecuadamente por qué si entre los birmani era correcto comerse 2 sus patientes, no To era entre los franceses. Inclso Jos que estuvieran dispuéstos, a ciertos niveles al menos, a suscribir 1a opinién objetiva tas fla sobre la costumbre, pedian algin argumento més apremiante rmoralmente para el comportamiento aparentemente «antinatural» que Pa- recta caracterizar a las culsras de tantos pueblos amerindios. Uno de estos argumentos lo proporcionaron los teSrisos modernos de 1a ley natu- ral Hugo Grocio y Semuel Pufendorl, en términos de lo que Richerd Tuck ha denominado una «flosofie moral minima» * Sélo un e6digo minimo, 7 ademés cuya consideraciOn principal fuera le uiilidad de la comunidad, en el que lo beneficioso (ule) también fuera To conecto (honesium), podla dar una respuesta sl reto de Cameades, Y de esta nueva ciencia moral también surgi6 una nueva explicacién his- térica del origen y Ja expansin de las sociedades humanes. Esta fue completamente desarrollads en la famosa eteoria do las cuatro fases»* de ‘Adam Smith, que aunque ‘ntentaba explicar los orfgenes de la sociedad de mereado, podi ser transformada por otxes, como William Robertson, fen le evolucién progresiva de la existencia moral —e intelectual— del eM 186, Tp. 120, teotie ‘moderna’ de Ia ley naturals, en Padgen, 1986. Véanee Meck, 1876, © 1. Hont, «The language of sociability and commerce: Samuel Pullendert and the foundation of the “Four Stages Theory'», en Padgen, 1886 Meck, 1976, pp. 13545. Introdvectén 2s hombre. A mediados del siglo-xvs11 la teoria de que las diferencias en el comportamiento cultural podfan explicarse como las diferencias en los ritmos de desarrollo histéxico, ce habfa convertide en un lugar comin, Pero este cambio tiene otra dimersién, hay otra historia de edmo fue posible pensar en téritinos de la diferenciacidn que hace del relativismo tun registro aceptable. Y ésa es la historia que he intentado trazer en este libro, Comienza con un hecho: el descubrimiento del hombre americana: y termina con una proposicién simp.e: que para ef historiador cultural —que habia heredado de Jos te6logos ese proyecto que en el siglo xvi se llamé eantropologie»— las diferencias en el espacio pueden ser idén- ticas a las diferencias en el fempo. Comienza con la historia de um intento de describir de forma convincente epistemolgicamente el comportamicato de un grupo d 6 reales y, adomés, de un grupo sobre el que una nacién europaltEspatia, reivindicaba la soberanis. Los juristas y los te6- Jogos tratados en los primeros “eines capitulos de este bro intentaban propoicionar a su rey una teorla del arigen de Is autoridad politica —de, en att Lenguaje, el dominium— en América que evitara los peligros de las tradicionales pretensiones cesaropipistas de soberania universal o, més peligiosa por su estrecha relacién con las teorfas Iuteranas y calvinistas de ta revolucién, de Ia’ pretensién de que sélo el principe divino puede sor un gobernador legtimo. Los indios americanos, conclufan, eran sib tos de Ja corona espafiola no en viriud de alguna ley positive, sino porque su «educaciGn escasa y DGrbara» les habfa incapecitado s, temporalmente all menos, para crear sociededes civles, Los derechos de dominium que ppudiera fener 1a corona es en América no eran Ia consecuccle de sus derechos, sino de su/dcber cristiano Ye evidar de pueblos que todavia estoban en wna condicign de ignoraiicia infantil, No obstante, ‘para Hegar @ esta proposicidn tenfan que generar su propia teoria de Ie relatividad de Ja condueta social humana, 5 ‘Como explico en el capitulo cuerto, hicieron esto cambiando la base de su argumentacién de una secciin de Ia psicologia sristotélica (que trataba de fa condicién mental de los esclavos) a otra (que trataba de le disposiciéa mental de los nifios). Empezaron con tna explicacién, la teoria de Aristteles de Ia esclavitud natural, que hacta del indio emer cano wn ehombre natural incapar de escoger racionalmente y, por Jo tanto, moralmente. Termineron con la teorfa de que todo el comports- rmienio cultural humano, y casi tocas Tas ereencias, son él resultado del condicionamiento social, Jo que Anstételes —que también ofrecié une explicacién plausible de cOmo se «estampaban» éstas —denomin6 ethis zmos 0 habituacién. Con este paso, os escoldsticos espaftoles proporcions Tie 97 fe aaine. 9 ey stele reso “norte | dy uw ma La ox el hombre natural na los comentaristas posteriores una descripein telaiivista del come portamiento humano que no tomaba en cuenta ninguna de les teorias de {los excépticos, Las implicaciones de esto fueron considerables, pues si era posible ser relativista sin dejar de ser aristotslco, también sexta post ble refuter c2os argumentos escépticos que se apoysban en la inniensa diversidad de organizzclones 0 ciales ¥ oreencias humanas desde dentro de un discurso tradicional y, en dltimo término, teolégico, La obra de Joseph Frangois Lafitau con la que termina este libro debfa Fiucho a les modelos tebricos sugeridos por los escolésticos esparicies y fue eserta precisamente para rebatir las teorfes del escéptico del siglo xvi Pierre Bayle. Pues, argumentaja Lefitau, si fuera posible traducir los modelos de todo el comportamento cultural y, especificamente, del rel? sios0 en un solo lengue, el. bélicas, también seria’ posible iaje de lo que denominé «Teologia Sim- mostrar los orfgenes communes de todos ellos, Lo que Lafitaa y el historiador jesuite José de Acosta, antes que G1, crearon no fue una historia evolutiva general de la hamanidad, aunsue fue una contribucién a tal histo etnologia segiin la cual Ja diferent lemente como la consecuencia de dispo como los modelos contingentes Ja indicactén de las posiciones que alcanzado en una escala temporal histérica, ia, sino una etnologia comparativa, una cultural no podfa explicarse eim- siciones psicolégicas diferentes ni de distintos grupos sociales, sino como c las distintas sociedades humanes habfan Este también es un libro sobre ciertas estrategias anteriores a la lluse tracién para abordar lo que era conceptualmente nuevo, Jo «otto», No Obstante, trata bésicamento de la historia, y el contenido proposicional, de un fenguaje, de un di urso. No es un libro —como un petulante crf. tico de ls primera edicién afirmé que debia haber sido— sobre lo que 2 ha denominedo «el impacto del Nuévo Mundo en ef Antiguo» y, por To tanto, sdlo toca tangencialment ese amplio corpus de literatura des- criptiva esctita por soldados, administradores y sacerdotes sobre el mundo. Indio. Aunque dos de los escritores que'analizo, Acosta y Lafitau, tonlan tuna latga experiencia con tribus amerindias, y otro, Las Casas, hablo trabajado entre ellos durante algtn tiempo; ‘aunque todos ellos insistfan on la importancia fundamental de esa experiencia, el lenguaje que ussben ee, como espero demosttar, la ereacién de intelectvales universitares que nunca habian abandonado Europa ni habfan visto @ un indio amerh ano. Decit que el descubrimiento de América tuvo un impacto. proba. Dlemente es ua error, porque con demasiada Frecuencia ha hecho suponer ue Ie incapacidad inicial de los europeos para reconocer la novedad del Nuevo Mundo era consecuencia de su obstingda insistencia en desti- gurar cualquier fragmento del mundo real de América que amenazara a sus nociones sociales y antropol l6gicas preconcebidas (por no mencionar Introdvectéa : 2% cas y bil6gicas) de To que debia haber allt, Si fracaso coneep- tual, que, segsin esta opinin, testficarian las innumerables historias e informgs etnogréficos, s¢ debe simplemente a su resistencia a encarar la verdadera dimensién de lo que habia ante ellos. Pero estos supuestos con, en el mejor de los casos, imperfectos. Sin duda, las estrategias que des. ‘ribo estaban disefiadas en respuesta a la muy real presencia al otro lado del Atlético de comunidades humanas que parecan distntas de todo lo que se concefa en Europa. Pero los abservadores del mundo americeno; como los observadores de cualquier cosa culturalmente desconocida para Ja que existen pocos antecedentes fécilente identificables, tenfan sue clasficar antes do poder ver correctamente; y para esto no fenian més altrnativa que scudir a an sistema que ya se utlizaba, Y ere ese sistema, ) Ino ia estructura innata, del mundo, fo que determind las areas que selec. ‘cionaton para describirlas, La mayoria de los primeros viejeros 2 Amé- lea estaban en Ia stuacin del indio kwakiull a quien Frenz Boas favité a Nueva York algunas veces para que le proporcionara informacin, Su Ainico interés on le ciudad se limitaba a los enanos, los gigantes y las mujeres barbudas que se exhibian en Times Square, @ les maquinas auio- iéticas y a las bolas de latén que decoraban las escaleras y barandilla. Ls coches y los rascacicos, ls cosas que Idgicamente se poinfa esperar que observera, aparentemente pasaron desapercibidas porque n0 tenion conexién con nada de su cultura’, Por supuesto, el propio sistema que dicta fo que'a un observador 4e puede parecer digno de obsorvar eat suet al eambio. Pero exe eambio ‘nunca es consecuencia exclusivamente de un deseo repentino de registrar ln novedid y, pot lo tanto, reconocer que hay que modificar sustancial- mente el sistema o abandonatio completamente. Los paradigms, emplean- do el famoto término de Thomes Kuhn, son més.resistentes al atague.de J cruda realidad. En cualquier ciencia, el primer paso seré modifi tanto como sea posible el paradigma exstente, Bra perfectamente posible, incluso pare los gedgrafos, seguir ignorenco la presencis de América, igual que os axtrénomos académicos podian modifcar Ia imagen piolomeice del universo para adaptaria« algunas de las conclusiones de Copéinico, al mismo tiempo que se negaban a reconocer la teorfa heliocéntsica mis. ma, Cuando sistemas con tanta autoridad como la cosmografia ptolometca y le psicologla aristotélica se tinden el cambio, generalmente ocurre como respuesta a umn reconocimiento muy gradual de que el sistema ya no puede cexplicat todos los hechos. Incluso entonces, ef nuevo paradigma suele rete- ner —tealmente debe retener— lo sufieiente del antiguo para hacerlo reconacible como un patadigina capaz de explicar log hechos de ese cas0 * Citsdo en LéviStrauss, 1967, p. 44 wwvwueuvwwewwww re eye ee ee 2% Le caida del hombre natural Jeoncreto. Fue, por ejemplo, et facaso obvio de la teorfa de la esclavitud Inatural de Aristteles pare explizer Jo que, se conocia sobre Ja vida social ide Ios amerindios lo que condujo al teslogo Francisco de Vitoria 2 reco- nocer que habia una contradiccién inherente en la propia teorfa, Pero @ fin de interpretar de alguna forma ese vida, él y sus sucesores recurrieron a otto tipo de explicacién, a un discurso que era histérico, mis que psi- col6gico, pero que, a pesar de ello, todavia recurr(a a las estructuras expli lcativas de ison aristotélice, La mayorie ge los historiadores anteriores también ban asumido téci- tamente que log primeros observadores medernos de América pretendlan proporcionar algiin tipo de detcripcién exacta de lo que habia «alli. Este supuesto plantea Ia cuestiGn de la intencionalidad que ahora es bésica en cualquier historia intelectual. Este no es el lugar para analizar ese problema, ni siquieta su relevancia inmedista para mi tema concreto, No obstante, afiadinia que aunque este libro es en gran parte un intento de resucitar un modefo mental olvidado y.con frecuencia falsficado, in- evitablemente, en lap palabras de Geoffrey. Hawthorn, «reconstruir les {ntenciones de los otros... ptesupone el proyecto para el cual y en el cual esas intenciones eren las que eran», Pero si la comprensiGn de proyectos pasados s6lo puede ser un acto premeditado de traduccién, al menos el historiador puede decir en qué proyectos no podien estar comprometidos los autores que estudia, Los primeros,cronistas ¢ historiadores naturales de las Américas, por ejemplo, no pretendfan una descripcién exacta del mundo que habia salife. Intentaban levar dentro de su comprensin intelectual fenémenos que recorocian que eran nuevos y que sélo podian describir y, por lo tanto, hacer inteligiles, en los términos de una antro- pologia cuya autoridad derivabs precisamente del hecho de que sus fuen- tes se remontaban a los griegos Los observadores de los siglos xv1 y xv también vivian en un mundo que creia firmemente en Ia universalidad de ls mayorla de les normas socisles y en un alto grato de unidad cultural entre las distintas razas de hombres. ‘La costumbre era, en la formulacién del jurista romano Bariolus, el espejo de la mente de un pucbio (consuetudo repracsentat mentem populi). La costumbre servia para interpretar la ley, y la ley era mucho més que una euestién de preferencia cultural: era’ el producto de una razén active actuando sobre el mundo natural. Desde luego, podia cexistir una amplia variedad de costumbres locales (el ius gentium 0 dere- cho de gentes era un registro de tales costumbres); pero todas tenfan que conformarse a un cuerpo d= metaleyes, el derecho natural, el ius nraturce. La descripeién minueiosa, y el reconocimiento de Ie «singu- 1 Hlawehorn, 1986, p. 253 Introdueston n latidad del «otro», que es Ja ambicién declarada del etnélogo moderno habrian sido impensables para la.mayoria de los escritores que he ans- lizado en este libro, Ninguno intentaba, consciente 0 inconscientemente, buscar a tientas, entre la miasma inteectusl que se desprendia de los aprejuiciosn de Ia educacién, el ofigen social o el compromiso ideotégico, lune invagen de la realidad més completa, més «objetivan. Esos prejicios constitufan su mundo mental, Eran une parte central de lo que Gadamer denomina «la estructura anterior del eonocimiento»’, Desear abandonar- tos hubiera parecido estipido, peligroso, posiblemente herético, [Alguias de las obras clave descrtss'en las péginas siguientes tlenen su origen en un medio social e intelectual concreto, pero todavia poco comprendido: el aula universitaria. La mayorfa empezaron como eonfe- rencias 0 relectiones, y todo lo que sobrevive de elias son las notas detallades tomadas por alumnos diligentes, Como Ia mayorfa de las ex pposicfones orales suponfan Ia existencia’de audiencias especificas, cuyos conocimientos y comprensién de lo que trataba el conferenciante eran bien conocidos para éste. El lenguaje del aula universitaria se basaba en um corpus de autoridades (auctorttates) 0 tropos (loci communes) yen los argumentos a los que se referfan. Una sola referencia a un texto conocide podia’ contener todo un subtexto, de cuya comprensién dependian las feses snvesivas del argumento del coferenciante, Por efem plo, para comprender Jos fines para los que se empleaba Ia controvertida feoria de Ia esclavitud natural (que se analiza en los capftules tres y eus- tro), és imprescindible saber que este teorfa se basaba en un principio ampliamente aceptado de le psicologia de las facultades, y que estaba expuesta en un texto —la Politica de Arist6teles— que, en el siglo xv1 cra una lectura obligada en el curso de filosofia moral que todos los est diantes de teologia debian hacer. Para términar, un comentario sobre el titulo de este libro. La expre: sién-chombre natural», como se entendia en la Hustracién, describe & alguien cuya mente no esté coartada por las restricciones morales ¢ inte lectvales de Ia sociedad civil. El-amerindio era, como’ el sabio tahitiano de Diderot, capaz de percibir las locuras y la maldad de nuestro mundo rés'claramente que los demas hombres, porque s6lo pensaba y actusba de acuerdo con Ta rez6n natural. Nc he wsado Ja expresién en ese sen fido. Para la mayoria de los europeos de los siglos xvi y vit, Te imagen del chombre natural» era muy distints, Lejos de ser el esclarecido y poten- 7 Gaderer, 1975, p. 255. fs del hombre natural ea que siplemente vr er a Y tales erature gus usta santos, ean menos aus hun st pate gos Peet ot mao gue Dio hal nde cmb sas WM fi, in ca ag aoe hombre natural Jo ‘que he intentado describir. oe King’s College Cambridge, febrero de 1986, f 1. El probletay del reconocimiento con sus semajantes porgue og hombres son, por su misma naturaleza, animales «comunicativos» (eéon koinonikén), igual que son constructores de ciudades, animales sociales (z6on politikén), La relacién d:l hombre con las eriaturas de su texpecie es estricamente jerérquica, pero lambién supone una cierta amistad fg todos los niveles, que debe surgir inevitablemente del hecho de que los hombres, a diferencia de los demés animales, poseen ls capacided para comunicarse y que, como miembros de un grupo mayor, deben compartir ‘un objetivo comin ®. Por otra parte, se pensaba que el bérbaro vivia en un mundo donde esta covimunicalio imprescindible no s° produefa, donde los hombres no Seconocfan la fuerza de los vineulos que les mantenfan en comunidad, Gonde. el mismo Ienguafe de intercambio social carecta de significado. E muchos aspectos, el bérbaro era ccmpletamente ofro enimal. Era uno'| de los sylvestres homines, los hombres salvajes de le ims varia ™, esas eriaturas que se orefa que vivian en Jos bosques y:las mone | Ese ‘pariados de las actvidedes de los hombres racionales, que siem | pre tenfon lugar en espacios abiertos y en Hanuras. Les ciudades donde vivian los hombres racionales se vefan como les avanzadas del orden y la razén en’ un mundo volétil y potencialmente _ostiL/Los hombres selves eran eriauras que acechaben en los bosques” 'y patos de montafas preparados paca stacar al viajero imprudente; y ! Jin tina auionaza permancnte para la civilizeién’ de Tos que vivian en las ciudades, Estos hombres salvajes y sus compafieros —los pigmos, los + pilosos, los faund’’y los stiros— pertenecian @ un grupo claremente (etl, las slides horns, ara clase de citar medio hombres) | Inedio bestias ". Como veremos, ls exstencia de una categoria animal que “poseia algunas, pero n0 todas, de las earacteristicas del hombre, ereabs problemas inimensos. Pero incluso antes del descubrimiento de «primitr Mos» auténticos, no era impensable, Para los eristianos, no menos qué para fos gregos, la jerarqule de la naturaleza, la Gran Cadena del Ser, Eatabe eonstruide de manera que el mayor nimero de una especie siem fre Se aproximaba en forma al menor mimero de In siguiente, Ast se Penvaba que los primates superiores tenfair mucho en corns con el one Byer y el hombre mismo, que, en palabras de Santo Tomés de Aauino, nd economic analysion en Barnes ef al, 1977, ® Véase M. I. Finley, «Arist! pp. 140-158, 14, 2'Sobre fos hombres salvajet, véase Bernicimer, 1952, La distinesin teres |-euag/iers bua erevents en Pato, Ls Lye, 368165 3 Janson, 1852, pp 76105 ein Tite | \op [ “ 1s alta det hombre natura el chorizonte y linea limite de les cosas compéreas © incorpSreasy ® ene o euetpo en comtn eon los enimals infers pero os ech,

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