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725 rove 2070 H Cuadernos Hispanoamericanos gunn Conan ce CoopenconFavrocona pr el Deseo Ie sees stn y orc defece serio Piczo de Agence Esterase cocpectr ere ‘etoio Pel tn Reto a on nt 14 i ita womans Sc ae, eae oncer Benjamin Prado ‘Redector ote Juan Malpartida unos Hepreanetcanes: ts. ye Cas. 42040, Ma ‘ison Foc 860, Sanson Fa ToS (at eure gcertnnogoeas, ‘trons Can Fomine Poet fome'saweriee kee cAU Serta ators opts Bosc apt SSee88 1% 601.250 MPO 610.087 {lide Comal x ateaeoe tue Tienes overs onden aura on HAP (tesa aruean Pecos se ante > Stitgaohyy one asoge coo Boece ‘Ste eos 725 indice Editorial Benjamin Prado: EI nuevo acho mil de Vargas Llosa Mesa revuelta Piedad Bonnett: El prestgio de la belleza Felipe Benitez Reyes: El siglo de Ramén Gaya ‘Santos Sanz Vilanueva: Martin Gaite: rayectorla de una escritora ‘el medio siglo ‘Juan Cruz: Piel y alma de ies novelas Dossier: Literatura de El Salvador Horacio Castellanos: El escritor y la herencia Miguel Huezo Mixco: Tres poeta rumbo al molino Jacinta Escudos: La escritura: rebelola y supervivencia ‘Juan Francisco Montalban: Retazos inirincados sabre Fioque Daltén Danie! Rodriguez Moya: Lo que devueive e! refejo én un estangue Punto de vista ‘Juan Carlos Abril: José Bergamin ante s{ mismo. . Hortensia Campanelia: José Bergamin, les paradojas de un | peregrino Alvaro Salvador: Jaime Gilde Biedima y 6 juego de hacer versos Biblioteca Fernando Iwasak! En Paris, como hongos Jul 6, Quesae: Vente ier, metasicoycotlaro ‘Josep M. Rodriguez: Efecto tunel. Rafael Espejo: La belleza de lo teribie Faquel Lanseros: Hablando con un haya’ Ronaldo Menénder: Blanco nactumo, negro y polical Jon Kortazar: Silencio y olvido. El peso de la memoria Bianca Estela Sanchez: Habitacion doble ‘Juan Marqués: Bajo la superficie de las cosas Isabel de Armas: Paseando por nuestra historia " 15 a1 21 39 45 a a 3 89 401 109 113 118 122 127 130 135 144 147 181 petty (2) Literatura de EI Salvador EI escritor y la herencia Horacio Castellanos Moya LA LITERATURA SALVADOREIIA DISFRUTA DE UN MOMENTO DE EXTRAOR- DINAFIA CREATIVIDAD, CON AUTORES COMO HORACIO CASTELLANOS Moya, MIGUEL HUEZ0 MIXCO 0 JACINTA EscuDos, TODOS ELLOS COLABORADORES EN ESTE NUMERO DE CUADERNOS HISPANOAMERICA- NOS, QUE YA SON CONOCIDOS EN TODO EL AMBITO DE NUESTRA LENGUA E INCLUSO LO HAN TRASPASADO HOLGADAMENTE, DESDE EL MITO DE ROQUE DALTON, CUYA FIGURR TAMBIEN ES RECORDADA EN ESTE DOS- SIER, HASTA LA ACTUALIDAD, EL PAIS CENTROAMERINANO HA RECORRIDG LUN LARGO CAMINO DE LA MANO DE SUS ESCRITORES MAS NOTABLES. Con alguna frecuencia me pregunto qué significa ser un escri- tor salvadoreio, No lo hago por mero acio 0 masoquismo, sino que el hecho de haber vivido en varias ciudades muy alejadas de mi lugar de origen me ha obligado a enfrentar situaciones en que mis interlocutores me piden seas de identidad. Supongo que todo escritor que sale de sus fronteras, sin importar su proceden- cia, tiene que lidiar en uno u otro momento con esta situacién. Pero también comprendo que no es lo misme presentarse como un escritor espafol, argentino 0 mexicano, para dar un ejemplo, que hacerlo como un escritor boliviano, costarricense o salvado- reio. En el primer caso, Cervantes, Borges y Paz han hecho ya una respectiva presentacion de credenciales que faciita al escritor visitante Ja interlocucién en tierras Iejanas; en el segundo caso, tenemos que dar referencias, explicaciones, contar, inventarnos, convencer. En el primer caso, la tradicién habla y el escritor slo debera afinar una apreciacién o precisar detalles; en el segundo caso, la tradicién no cuenta y el eseritor tendra que ingenidrselas por si solo para presentar sus sefas de identidad. Al principio éste puede ser un desafio interesante, aunque luego pueda convertirse {en algo predecible,fastidioso. Cuando a la ignorancia de mi inter locutor sobre mi lugar de procedenciz se suma su correccién poli- tica, yo suelo decir, a modo de presentacidn, que el més impor- tante escritor de mi pais, Rogue Dalton, eta un terrorista que murié asesinado a manos de sus propios camaradas acusado de traidor; mi interlocutor, con una sonrisa nerviosa, preferiré cam- bar de tema, Pero, mas alli de esas travesuras, zsignifica esto que ro tenemos una tradicién literaria?, gque nuestra orfandad es absolura? Por supuesto que no. Significa que nuestra tradicién no cuenta fuera de nuestro territorio, que allende las fronteras apenas es conocida por unos pocos expertos. ;Par qué? Me parece que si algo nuestro no es importante para nosotros mismos tampovo lo sera para los otros. Y que a la desoladora condicién interior que padece literatura salvadoreiia corresponde su no existencia en los circuitos exteriores. En términos pricticos esta circunstancia implica que el escritor no tends una plataforma nacional ni inter~ nacional sobre la cual sostenerse para publicar y promover su obra. Si su vocacién no es ahogada muy pronto por esa falta de tstimulos, si esté empecinado en construir una obra contra viento y marea, e escritor deberd partir de una circunstancia: su habitat hatural sera la adversidad y contara nada més con su propios recursos para hacerle frente. ,Cules recursos? La perseverancia pata desarrollar el oficio en condiciones dificiles, robando tiempo fl tiempo, y la capacidad de resistencia para sobrevivir ante Ja indiferencia del medio, aferrado a la idea de que una obra de valor se abre camino por si sola, aunque sea lentamente. ‘Algunos rebatiran mis afirmaciones, dirén que las condiciones para la literatura salvadorefia han cambiado en los sitimos afios, ue estoy desactualizado, que ahora hay mas espacios, més even- tos, mas estimulos que hace diez o veinte afios. Y quizé tengan razbn. A finales de julio pasado, visité por primera vez El Salva dor tras seis largos afios de ausencia. Me invitd el Centro Cultu- ral de Espafa: tuve un conversatorio con el poeta Miguel Huezo Mixco en la sede de esa institucién. Temi que hubiera muy poco publico, porque esa misma noche de jueves estaban programadas bras cuatro actividades literarias en la ciudad: la poeta Claribel ‘Alegria recibiria un homenaie, los encargados de la revista Caltw- 34 va presentarfan su nuevo aiimero, una novelista de origen lbanés daria a conocer su reciente obra y la acddemica Beatriz Cortez lanzaria su estudio sobre a literatura centroamericana de pos- tguerra titulado Estética del cinismo. Que en una ciudad como México o Madrid haya cinco eventos literarios una noche de jue- ves puede parecer normal, pero que sucediera en San Salvador me impresion6, aunque enseguida consideré si no se trataria de una conspiracién para arruinar el conversatorio en el que yo partici~ paria. Por suerte no fue asi y los cinco eventos contaron con numeroso piiblico. Algo esté sucediendo aqui, me dije a solas en mi habitacin de hotel esa misma noche, algo que yo no he perci- bido por vivir en el extranjero. Pero, gqué es lo nuevo? ;Real mente se ha producido una transformacién en los valores de las lites, gracias a Ja cual la literatura, que antes era vista con el mayor de los desprecios, ha pasado a tener un mejor lugar en el orden de intereses? Ha cambiado el clima adverso al que me refe- rf anteriormente, caracterizado por la ausencia de casas editoria~ les, oer, revistas, suplementos literarios? :Se ha creado un mercado para el libro literario, una plataforma de apoyo a la pro- duccidn y distribucién de obras, una politica de extimulo y fs mocién? zO se trata nada mis de un entusiasmo por los «even tos», expresion local de una tendencia internacional que promuc- ve festvalesliterarios en los que a los escritores nos toca «bufo- near» un rato para cumplir con el rito dominante de la llamada celebrity culture? Una de las satisfacciones que tave durante mi breve visita a El Salvador fue encontrar de nuevo a Claribel Alegria, una escritora que a sus 86 afios de edad rezuma entusiasmo, vitalidad, y cuya agenda de actividades me hizo sentir exhausto. A Claribel tam- bién tenia seis aftos de no verla, pero esa dltima vez, en marzo de 2004, coincidimos en un almuerzo en casa de dofia Violeta Cha- morro, en Managua, ciudad donde la poeta reside desde hace casi tres décadas. Ahora, en San Salvador, la suerte quiso que nos alo- jaramos en el mismo hotel, en habitaciones casi enfrentadas, lo gue permitié que disfrutaramos un par de largas veladas, conver sando y escanciando whisky, y tras las cuales solo pude seguir preguntindome cémo ha hecho esta mujer para conservar su des- hordante energia. Quiza su secreto esté relacionado con una acti 38 tud de asombro ante la vida semejante a la que mantuvo a Ernst ‘Tanger con la curiosidad a flor de piel hasta cumplir el siglo. Cla ribel nacié en Esteli, Nicaragua, pero a muy corta edad llegé a Santa Ana, en el occidente de El Salvador, de donde era originaria ‘su madre; en esta ciudad de provincia estudié y se empapo de his- torias de injusticia, en especial de Ja masacre de campesinos de 1932 que luego rected en su novela Cenizas de Izalco. Luego via} 4 realizar estudios universitarios a Washington, donde su buena fortuna la puso en el camino de Juan Ramén Jiménez, de quien se convirtid en discipula. A partir de ese momento, su destino de poeta estuvo trazado: tno tras atro vinieron libros y viajes, que la llevaron a radicar en Ciudad de México, Santiago de Chile, Paris y en-un pueblito de Mallorca, en el que era vecina de Robert Gra- Yes, de quien luego traduciria sus poemas. Finalmente recal6 en Managua, al calor de la revolucién sandinista, donde eseribié a cuatro manos, con su marido Bud Flakoll, libros testimoniales de dudoso valor literario sobre las luchas revolucionarias que Cen- troamérica vivié en la década de los 89. Nunca le pregunté a Claribel qué significa para ella ser una escritora salvadoreiia, como lo asume ~muchas resefias biograficas Ia ubican como poeta nicaragtiense, de forma semejante a mi me clasifican como narrador hondureno-, 0 si esta preocupacién alguna vez. tuvo sentido para ella a lo largo de su vida. Cada escri~ tor construye su propia ruta, encarna su propio destino. Pero a veces hay pautas de comportamiento que se repiten, y que mas alli de su incidencia en la calidad de las obras, conforman un modo de ser escritor en un espacio y tiempo determinados. Por ejemplo, en México se repite la pauta del escritor asalariado del Estado, ya sea como burderata 0 diplomético, una pauta social aque viene desde la época cortesana; en los Estados Unidos ahora son los llamados departamentos de escritura creativa de las uni- versidades los que funcionan como fabricas de autores. Me he preguntado sobre las pautas que se repiten en el escritor salvado~ refio, Claribel pareceria un aso especial: hija de un extranjero, salié de El Salvador en su primera juventud, hizo su carrera lite- ratia en varias metropolis v nunca volvié a vivir en el pais. Pero, {no podriamos aplicar este mismo modelo, con otros contenidos, { Dalton: el hijo del millonario gringo, que salié de El Salvador en su primera juventud, que hizo su carrera literaria en La Habana y Praga, y que sélo volvis a su pais a morir? Dicen que toda com- paracién es odiosa, pero lo cierto es que ambos renegaron de esa aridez literaria, Hamada tradiecién, que les tocé padecer en el pais Dalton hasta se burlé descarnadamente de «glorias» locales como Francisco Gavidia_y Alberto Masferrer=, y que ambos construyeron sv obra pese a esa tradicidn: Dalton, conirontindo- la con un desenfado corrosive; Claribel, apenas tomandola en cuenta. Son dos casos sobresalientes; otros escritores salvadorefios han seguido pautas distintas. Y es que cada quien hereda una his- toria, una tradicin literaria, unos valores familiares que ayudan a conformar su visién de mundo; el escritor puede asumir esa herencia, renegar o pelearse con ella. Nada de esto mejorara la calidad de su obra o la hard peor. El valor de una obra no depen- de de la acumulacién social o de la voluntad colectiva invertida cen ella. El trabajo de un creador literario no es un trabajo de equipo, por eso es uno de los oficios més solitarias del mundo. En verdad ser un escritor salvadoreo significa poco: como tam= bign significa poco ser un escritor de Mongolia o de Francia. La nacionalidad ofrece un conjunto de referencias historicas y cul- turales, nada més, pero la calidad de la obra literaria no depende ni es limitada por estos referentes nacionales. Los grandes escri- tores son precisamente aquellos que, sin verse constrefidos por su herencia, ofrecen una nueva forma de leer el mundo. Ese es el significado que cuenta 7 Tres poetas rumbo al molino Miguel Huezo Mixco La tinica vida que tenemos es eterna. A esta conclusién llegué eto un dia del mes de marzo o abril de ochenta y dos. Ese dia comprendi que hacer lite actividad extrema. Me encontraba en un campo de b: camino era estrecho y polvoriento. Hacia un calor de mil Era verano y la naturaleza parecia exhausta. de alambre espigado se miraban pequefios mo dominados por corpulentos amates semisepul tales, Por aquel sinuoso camin e los cercos tes de sombr: tre los zaca- indbamos tres ami ciones de los proyectiles de mortero de 69 milimetros k zados contra nuestras posiciones por una avanzadilla del ejército. ‘Teniamos algunos meses de estar en la zona de guerra de Chalate- nango, pero aparte del monétono ruido de las avionetas de obser- vacién que volaban a gran altura nada habia perturbado nuestro ritmo de vida Los tres amigos habiamos llegado desde la ciudad a la zona de guerra por caminos diferentes. En sentido estricto, ninguno de nosotros habia recibido instruccién militar. Estébamos allf para instalar una radioemisora. Introdujimos los equipos de transmi- sion, grabadoras, casetes, micréfonos, dos maquinllas de escribir, un pequeiio mezclador de sonido y, por ultimo, el corazén de todo aquel aparataje: un motor de gasolina mas grande que el de un auromévil de 16 valvulas. Habiamos instalado nuestro campamento entre | un caserfo semidestruido por los ataques de la avia ruinas de ey do por la maleza, Los téenicos hacian pruebas de instalacién, nos- otros planificabamos la programacion de las futuras transmisio- nes, organizabamos el equipo de produccién, integrado mayorita- riamente por j6venes campesinos y ayuddbamos en las arduas labores de excavacién del sistema de ttineles y subtertaneos -los status» — donde instalariamas la radioemisora or las noches, después de las comidas, los tres amigos nos sen~ tabamos en cudillas, con los viejo fusileserguidos entre las pier- nas como méstiles, para hablar un poco de todo y también de poe- sia y libros. Aunque no siempre coincidiamos en los autores favo- ritos, tenfamos mucha identidad en la misica que escuchabamos Era el comienzo de los aiios 80. Canturreabamos «Goodbye Yellow Brick Road> de Elton John, 0 «La vergiienza» de Silvio Rodriguez. Unas cervezas nos hubieran venido bien en aquellas veladas sin fogatas, a oscuras y hablando a media voz, compar~ tiendo entre todos un cigarrillo. Claro, nada de eso era posible Pensabamios que ya habria un momento para ello, cuando se diera el triunfo y la vida recomenzara desde otro punto. Después de mi turno de vigilancia me dedicaba a mirar el ciel. Era el mismo cielo de siempre pero con muchisimas més estrellas Mirarlo me producia un vértigo que solfa vencer reconociendo las constelaciones que habia construido para mf: La del Pez Riente La Mujer en Celo, La Mano Cortada, El Tigre de Papel... Unia mentalmente los puntos marcados por astros mas esplendorosos y recitaba mentalmente, como me lo habia enseiiado en el colegio el maestro Bellegarrigue, aquella formulacién de Clavio que esta~ blece que todos los puntos equidistantes de una linea reeta cons- tituyen, a su vez, otra linea recta. La idea de la linea recta siempre me habia parecido absurda y al estaba mi vida para probarlo. “Aquella calma se interrumpid, como ya he dicho, la mafana en que probamos el fuego de morteros, Apenas habjamos disuelto la Jormacién matutina y nos disponiamos a tomar el desayuno. Las papayas estallaron un poco lejos de nosotros. El bautizo no Fesultd demasiado peligroso pero nos hizo caer en la cuenta de aque estabamos en Ia guerra y no en un campamento de boy cows, Inmediatamente recibimos instrucciones para movilizar- nos hacia el oriente del Jicaro. Desmontamos el campamento y organizamos la carga de los equipos de la radio sumandolos nuestras cargas personales. Sélo el motor fue colocado a lomos de una bestia. Sin probar bocado nos movilizamos a lo largo del dia haciendo breves paradas. Al mediodia nos encontramos con otra columna integrada por una unidad de médicos y paramédicos que tenia bajo su cuidado a un grupo de heridos que debian ser transporta- dos en hamacas. Todos tenfamos que ayudar con el transporte de Jos heridos. Hice lo posible por eludir aquella tarea, que se me antojaba severa, argumentando que veniamos cargando equipos ‘extras, pero fue en vano. Aquello era una orden, no un debate. Al atardecer se nos adelanté una patrulla de reconacimiento y cuan- do cayé la noche cada herido fue colocado en el suelo sobre una hhamaca sujetada por los extremos a una larga tranca. En cada extreme de la tranca se dispuso un cargador. A la cuenta de tres los cargadores se colocaban la tranca en un hombro. El herido quedaba suspendido en el aire. gCusnto pesa un hombre herido? La marcha, constituida por unos sesenta guerrilleros, médicos y paramédieos, siete heridos, una mula y un motor inicié su marcha. ‘Cuando despunt6 el amanecer los guias nos llevaron hasta una vaguada y caiamos derribados por el cansancio y el suenio. Yo me encontraba lavandome una pequeia pero dolosa herida que se me habia abierto debajo de una rodilla, producto de una caida duran- te la caminata, cuando lleg6 uno de los jefes de la columna y me pidi6 que escogiera dos hombres. Me habfan asignado una misién. Una unidad de aseguramiento habia instalado un pequefio moli- no de mano en un easerio proximo, a unos veinte minutos cami- nando. Me entregé un huacal colmado de granos de maiz lavados. La tarea consistia en quebrar el maiz. regresar con la masa hecha ‘Unas mujeres se encargarian de preparar a toda prisa las tortillas parta la tropa. No habia tiempo que perder, el enemigo acechaba. Aqui vamos, entonces, Justo, juan Angel y yo, los tres amigos, rumbo al molino. Debiamos hacer un trio singular, pues los tres usébamos anteojos y esa protesis no era muy frecuente en el mundo rural, En e] sendero nos encontramos con un par de com- paiteros que volvian con su racién de masa, Ellos nos indicaron cémo llegar. No era lejos. «No circulen por el camino», nos advir~ tieron. «Aqui casi no hay Arboles. Si los mira un helicéptero son hombres muertos». Saltamos el cerco de alambre y nos adentra- an mos en el monte donde ¢} calor era peor. Las hojas afiladas del zacatal nos herian el vostro. Nubes de pequeiios insectos se arre~ molinaban sobre nosotros y nos hacian més penosa la camin: ‘Al rato escuchamos el erujir del molino y voces de hombres y mujeres. Estaban el corredor de una pequefta casa hecha de lodo y varas que tenia el techo destrozado. Se miraban cinco o seis ‘casas mas, algunas mas grandes, igualmente destruidas, y unos arboles de plitanos, aguacates y zapotes pero sin fruta. Salvo por el calorén, aquel lugar debi6 ser muy agradable antes de la guerra ‘Todos eran campesinos y, como nosotros, estaban muy excita dos con Ja posibilidad de comer. Dos fornidos guertilleros molie~ ron répidamente cuatro o cinco tolvas de maiz y se marcharon arecia una tarea facil. Mientras legaba nuestro turno nos senta mos aun lado a hablar y fumar. 2De qué hablabamos? Desde luego, de las incidencias de nues tra primera «guinda (marcha en retirada tactic), pero también de literatura. Desde unas semanas atrés tenfamos una discusién sobre la escritura y la revolucién. Nos sabfamos en medio de una guc~ rra revolucionaria pero no habia que perder identidad. Somos eseritores, pese a no haber publicado libros, pero eso de momen- to no importaba, pues teniamos entre manos wna misidn ineludi- bile: la de usar la palabra como un arma de combate, Nuestro éxito personal, decia Justo consistiré en enlazar nuestra obra a la vida del pueblo. Justo, igual que Juan, habia estudiado en un colegio jesuita y esto les hacia coincidir en muchos puntos, especialmen- teen uno: la necesidad de la mistica en la vida cotidiana. Yo también habia estudiado la secundaria en un colegio de curas, pero salesianos. La mella que Don Bosco habia hecho en mi alma clasemediera era un poco diferente. Yo hablé de lo mierda que era escribir en la periferia de la periferia, La historia dela live- ratura latinoamericana nos sigue mirando como papel con caca. E] triunfo de la revolucién, replicé Juan, hard que la eritica vuelva sus ojos a estos lares. Yo contraataque. ~ @Han leido alguna vez que las monsergas de Fernindez Retamar, Rodriguez Monegal o Angel Rama se refieran a El Sal-~ vador con un poco de respeto? ~ Dalton decia que llegé a la revolucién por la via de la livera- tura. a = {Tendremos que dejarnos matar para que todos esos mamo- nes miren en esta direccién? — Necesitamos repensar una nueva critica latinoamericana, entendida como un nuevo acto teérico y politico, y en cémo aquella dialogars con los discursos subversivos y qué efectos pro- duciré en el escenario conereto de la revolucion centroamericana. = ;Centroamérica! A quién le importa? Hasta durante la Colonia fuimos llamados la Audiencia de los Confines. ~ El culo del mundo. ~ Escribir en El Salvador es una actividad extrema, En eso lleg6 nuestro turno. Tardamos en quebrar nuestro maiz «Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maiz», repe~ tia Juan Angel, a quien le encantaba citar a José Marti La verdad, aquella masa blanquecina olia maravillosamente. De regreso decidimos no atsjar por el zacatal y saltamos al camino, Habriamos caminado unos diez minutos cuando esct- chamos el ruido de un helicéptero. No supimos ubicar en qué direccién venia. El sendero sinuoso y polvoriento estaba al d campado. La zona de Arboles estaba un poco mas lejos. «Corra- mos hacia alli», indicé Justo, sefalando los Arboles. En eso mira- ‘mos el helieéptero volando rasante, moviéndose en nuestra direc- ciGn, «jAl suelo!», grit6 Justo. El aparato vols sobre nosotros. Su sola presencia nos dejé paralizados. El helicéptero dio media vuelta y pasé disparéndonos sin suspenderse en el aire y siguié de largo. Polvo y piedras se levantaron a pocos centimetros de nos- otros. Conseguimos saltar el cerco y tendernos entre el zacatal. EL helicéptero regres6 y lanz6 una nueva ronda de metralla. El ruido del motor era horrendo. Disparé dos 0 tres andanadas mas en direccidn a la casa del molino. Aprovechamos para irnos arras- trando hasta el mogote de drboles. Hubiera querido abrir un hhueco en la tierra y meterme por alli, cayendo vertiginosamente por un tiinel donde miraba los rostros tumefactos de los tortura~ dos por la Guardia Nacional, a los obreros en huelga de la fabri- ca El Leén levantando los purios y lanzando vivas a los eafdos, y también a Fredy Mercury cantando Rapsodia bohemia. Fl heli- céptero dio una vuelta y se retiré. Nos levantamos y corrimos hacia Ja vaguada. Todos preguntaron por Ia masa. Yo solo me cencogi de hombros intenté explicar el incidente del camino. Pero 4 habia cosas peores de qué preocuparse. El ejército avanzaba sobre Ja zona en tres direcciones. Esperarfamos la noche para reanudar la marcha. Nadie podia hacer fuego. El humo podia delatarnos. Nadie comis ese dia. Aguardando la salida cay6 la noche, Mixé mi cielo. Alla estaban otra vex mis constelaciones. No querfa recor~ dar los eventos de ese dia. Tenia suficientes razones para sentir gratitud por seguir con vida. Me conformé con pensar en Ia inmensidad del Universo. Alli seguian mis constelaciones: La Mano Cortada, El Tigre de Papel... La eternidad solo resiste la prueba del instante en que vivimos © 4a La escritura: rebeldia y supervivencia Jacinta Escudos Comenzar a escribir fue sin duda mi primer acto de rebeldia. A los 12 afos, en un colegio de monjas en El Salvador, viviendo con un pie en el campo y otro en la ciudad, en medio de una familia sumamente conservadora donde no era permitido hablar abierta- mente sobre nada, recurr al papel para Salvarme a mi misma Escribj cuentos cuya trama intentaba solucionar lo que en mi vida estaba mal. Como mi realidad era infliz, en la eseritura yo la wansformaba en felicidad. Los hechos, sentimientos y reflexiones que no podia comentar con nadie por tantos motives, se transfor~ maron en cuentos ¥ poemas, Comencé a jugar a que era una escritora famosa 0, més emo- cionante ain, a convertirme en la herofna cle mis propias aventu- ras, Miraba programas de television (como Hawai 5-0 0 Los gori- las de Garrison), y re-escribia los argumentos incorporindome como personaje, cambiando la historia y trasladndome en tiem- po, lugar y época de acuerdo z mis deseos. Ast descubri el gran- dioso poder de la imaginacién. Esto, stmado a las lecturas que me provefan los dos grandes hombres de mi vida, mi padre y mi tio Ricardo, quienes no sabien- do qué hacer con una chiquilla, me criaron siempre con paftuelos y relojes de hombre, billeteras ¥ lecturas supuestamente dedicadas {los varones y no a las nifas. Una suposicién falsa, doy testimo- rio. Porque para mi fueron apasionantes las lecturas de Emilio Sal gari, Julio Verne, Alejandro Dumas, Jonathan Swift, los viajes de Marco Polo, las aventuras de Gengis Khan 0 Tarzan e incluso las ediciones populares de novelitas de vaqueros dle Marcial Lafuente Estefania 0 de ciencia ficcién de autores desconocidos, Este fue el material que desbord6 mi imaginacidn y que la ejer 6, pero también, la dimensidn paralela en la que me refugiaba de una infancia demasiado infeliz. Pero la realidad siempre 45 encuentea maneras de abofetearte, de hacerse notar. ¥ la realidad de los aitos 70 en Bl Salvador era una de violencia, censura, asesi- ato y secuestro. En el trayecto entre mi casa y el colegio de monjas era comin encontrar cadaveres torturados por los Escuadrones de la Muer~ te, En el colegio, las enseiianzas del Concilio Vaticano II y la Teo- Jogia de la Liberacién se infiltaron de manera arrasadora abrién- donos los ojos hacia una realidad que corria paralela a nvestros cémodos y seguros hogares. Los sermones de las misas se convir~ tieron en informes sobre la represién a sacerdotes, seminaristas, catélicos y al pueblo salvadoreio en general. Monsefior Oscar Arnulfo Romero (con quien Ia orden de las Oblatas al Divino ‘Amor de mi colegio tenia excelentes relaciones), nos habl6 més de tuna vez sobre las cosas que pasaban en el pais. Cosas inimagina bles ¢ impactantes para una adolescente cuya vida transeurria estrictamente entre sv casa, ubicada en la soledad de una finea rural, ¥ los muros del colegio, gue mas parecfa un castillo feudal en plena ciudad de San Salvador. Poco a poco, este ir escuchando cosas que eran secretos a voces, se fue combinando con lo que desbords la realidad y ta censurai manifestaciones de organizaciones de izquierda que sai ana la calle y eran reprimidas a puro plomo con muchos muertos Secuestros, tomas de fabricas instituciones pablicas, El Salvador se habia convertido en un polvorin que revent6 el 15 de Octubre de 1979, con un golpe de Estado combinado entre militares y civi- les. Para mi, aquella fue Js fecha exacta del comienzo de la guerra que duraria mas de una década. “Tres dias después, en medio de nuestra misa de graduacin de bachillerato, presidida por Monsetor Romero, una bomba explo té en las cercanias de la iglesia defindonos a oscuras. Monseitor Romero mismo fue asesinado menos de 5 meses después, el 24 de Marzo de 1980. En esos dias comencé a confiar en mi intuicién, Porque mi intuicidn me decia que aquellos eran sucesos importantes que debian registrarse. Comencé a guardar recortes de periédico y a escribir impresiones inconexas de aquellos dias en que teniamos toque de queda y en que tanta gente salio del pais, yo incluida. 46 Estos recortes y apuntes se convirtieron, algunos aftos después, en mi primera novela publicadz, Apuntes de una historia de amor que no fue, en la que hago un retrato de dicha época desde la visién, precisamente, de una nifia de clase media que eventual- ‘mente termina incorporada en la guerrilla. Hablar de este tipo de sucesos en el pais era, por supuesto, censurado en aquellos momentos. La novela sin embargo logré publicarse en El Salvador en 1987 y su existencia corrié de boca en bocs, agotindose répidamente la edicién de 2 mil ejemplares, en una época en que era impensable hacer presentaciones de libros y en que mi presencia hubiera supuesto una amenaza a mi vida Continué escribiendo en actitud de rebeldia, porque en ese momento habia temas que no se estaban tratando en Ia literatura salvadoreia, saturada en aquel entonces por testimonios, poemas y euentos ambientados en Ja guerra y sobre todo, en la militancia de izquierda, A partir de mi primera novela, el afan de «remediar» la realidad a través de mi escritura, cambio por el de «presentar» la realidad, tal como yo la pereibia. Los libros siguientes serian escritos con una actitud combina- da de presentar la realidad, pero también de comprenderla (sin tratar de justificarla), lo que me llev6 a escarbar en el lado oscuro del corazén, ‘Una de mis preocupaciones ha sido siempre tratar de innovar fo presentar estos temas de manera inusval, tanto en forma como «en contenido. De ahi que parte de las intencionalidades conscien- tes de mi trabajo han sido el cuestionamiento de mitos y temas tabi, sobre todo en lo referente a los roles familiares, la sexuali- dad y las estructuras sociales que nos imponen falsos valores y prejuicios. No se trata del cuestionamiento per se, sino de plante~ ar elementos que puedan producir en el lector reflexiones sobre su propio entorno v experiencia de vida, v sobre todo a cuestionar lo {que nuestras sociedades tan conservadoras dan por sentado como mitos indiseuibles. En esa bisqueda de formas nuevas de contar algo, he recurrido tambien a la experimentacién tanto en forma como en lenguaje, lo cual, lejos de convertirse en un angustiante quebradero de eabezs, a me ha dado la oportunidad de jugar con los textos, deconstruir- los, hacerlos pedazos para luego rearmarlos y reinventarlos en un todo coherent. Mientras tanto, el mundo siguié girando. Regresé a vivir al Sal- vador en el 2001 después de casi 20 afios de exilio (transcurrido sobre todo entre Nicaragua y Europa). Los paises de nuest regién firmaron acuerdos de paz y entraron en el juego democ: tico, Desde entonces, los eseritores de la regién se han tomado con pasién y furia el retrato de la contemporaneidad centroame- ricana desde todos los angulos posibles. Algunos pocos han pre- Ferido explorar otros géneros, como la novela histérica o la cien- cia fiecién, para encontrar respuestas 6 explicaciones a situaciones actuales. Pareciera que hay una explosién de narradores, muchos de gran calidad, a pesar de los nulos estimulos editoriales y de los inmensos y en todo caso, absurdos problemas de distribucién de nuestra obra en el perimetro de nuestros 7 pequeiios paises. Alguien en alguna entrevista me pregunt6: «si no hubiera habi- do guerra en El Salvador, ghubiera sido eseritora?». Le contesté {que si, porque mi escritara no comenz6 por la guerra, La pregun- ta correcta hubiera sido: de haber tenido una familia feliz, zhubie~ ra sido escritora? Quizas no, ya no podré saberlo, Eseribir ha sido para mi un acto de transmutacién constante. Comencé a escribir por infeliz y descubri, en la escritura, la mayor pasién de mi vida, lo que jamés me defrauda ni abandona, Jo que nunca me aburre y lo que le da un sentido real y valioso al hecho de ser Jacinta Escudos. Escribir me ha salvado en muchos sentidos y es lo que me anima a levantarme cada maiana, en un mundo en el que a veces, sinceramente, ya no me dan ganas de vivir. Como dice la Cayetana, el personaje principal de mi novela A-B-Sudario sobre Ia gente que no escribe: «no sé cémo le hacen para vivir sin volverse locos» Por suerte, tengo la eseritura incorporada a mi organismo préc~ ticamente como una de mis funciones biolégicas. Y eso me per- mite la posibilidad de continuar inventando una agradable dimen- sion paralela donde ampararme de la brutalidad que ha aleanzado la violencia, la mezquindad, la enajenacién por lo material y la vileza que, por desgracia, estin caracterizando el tiempo que nos toca vivir 48 Quizas es hora de retomar la motivacién inicial de mi ejercicio literario, volver a mis dias de nifta en que remediaba la realidad a través de la escritura. No como un acto de escapismo, sino como un desesperado intento por aferrarme a la esperanza. Porque me niego, rebelde en fin, a contagiarme con el virus de la deshumani- zacién © 4s Retazos intrincados sobre Roque Daltén Juan Francisco Montalban Los escritores, a po, intenso y por vei atentos de su tiempo y de su soci prometidos en ocasiones, vocifer siendo con frecuencia un simbolo de la » los poetas, se convierten en arquet arbitrario, de sus paises. Hijos sensibles » id, bohemios o austeros, ary sufrir, v de nace ngua que En la vida, obra y muerte de Roque Dal extremo. Los afios que pasé en El Salvador, pais ya de por sile dario, me sirvieron para comproba Llegué alli a mediados de 2001. Mi primer contacto con ton, de quien apenas conocia el nombre, y su estela, entre mitica y maldita, produjo pronto, en la presentacién de una recopila- cién de los articulos periodisticos del poeta David Escobar Galin do, uno de los negociadores de la paz, en los ochenta, por el bando gubernamental. Lo que iba a ser un acto literario conven ional, resulté emotivo, Uno de los intervinientes, Geovani Gale: as, escritor, polemista, decidi6 convert, a su estilo, sus palabras en un desagravio de toda una generacidn, la suya, de militamtes de izquierdaacérrima, seguidores vitales de Rogue Dalton, hacia lor literatio © cidn, de paz y de letras =a quien habjamos condenado a muerte» por la cerrazén y el sectarismo imperantes en e} momento. Asi se expresé «Alguien que mo se haya bai 0 siguiera a gi preso, alguien gue y 705 0 la sordidex de renturado, como quiere el bolero, por esos n lacura, no puede ser un escritos, segiin el conacido dic nunca a balazos o a puitaladas in, que no se h res) de st Ernest Hemingway... Entiendo que ni en la vida ni en la obra de José David Escobar Galindo hay ese brillo negro de los exce- sos. Buena parte de mi generacién se acercé a la literatura bajo el influjo de Roque Dalton, que nos llamaba a la guerra: la mayor de las aventuras y de las tragedias. Nosotros ceiamos en 1s cantos de Dalton, el heroico, el martirizado, como nuestros padres creian en el evangelio, sin fisuras... Alla estd Roque Dal- ton, en la catacumba ideolégica, solo y con frio en la noche terri- ble de la traicién y de los suetios despedazados, que ahora son pesadillas (hablo del idedlogo, no del poeta. El pocta Dalton esta ‘aqui, plenamente redimido). ¥ aqui estd José David, enfrentan- ado como todos nosotros lt claridad publica que a unos irvita y a otros los hace sonreir tranguilamente» Que estuviera hablando efectivamente de Dalton y de Escobar, © se tratara de algtin alambicado ajuste de cuentas, 0 mostrara incredulidad y desesperacién por haber nacido en tan impensable escenario de la guerra fria, es cosa distinta, pero aquellas fueron sus palabras y me intrigaron, ‘A los pocos dias, Escobar Galindo le respondid, con geatitud, cn su columna de prensa: «No hay dude de que el proceso del pais nos ha ido poniendo a todos en trance de sinceridad vital... Como bien dices, bubo wn momento en que el fuego tomé posesion de practicamente todos los espacios existentes en el pais... Le ha legado el turno a la ‘armonia, No tengo duda de que Roque, nuestro atormentado inevitable Rogue, estaria de acuerdo Empecé, pues, con tal predmbulo, mi transito por las obras de Dalton. Fueron primero Las historias probibidas del pulgarcito, caleidoscopio de textos propios y ajenos, sarcasticas y afectuosos a la par, sobre su pais, y luego el Pabrecito poeta que era yo, her- ‘mética y experimental, autobiogréfica. Y se me fue perfilando, de a poco, tal vez el meollo de su existencia: 2En qué momento un hombre de letras inconformista,licido, critico, implacable con la estupidez, la mentira y I injusticia, amante del humor y de la vida con sus contradicciones, intransigente con frecuencia v contradic- 82 torio él mismo, se decepciona del comunismo, de la revolucién armada, se revuelve contra la rigidez malsana y reduccionista de las ideologias, y qué hace en tal momento? - peramento, poco hablador, jugador en ratos libres. Tras una pelea con el banquero Benjamin Bloom, al que debia dinero, uno de sus guardaespaldas le pegé varios tiros que le dejaron postrado en un hospital donde conocié, enamoré y embaraz6 a su enfermera, Maria Garcia, madre de Rogue, que le exigiria el reconocimiento de su paternidad (que no Hlegara hasta los 17 afios), el abono del colegio de jesuitas y luego la universidad chilena donde Roque comenz6 sus estudios; no en vano Atwood habla de ella como «la, tinica persona capaz de intimidar a Winall Dalton». Roque adul- es to y su padre se vieron con cierta frecuencia, en ocasiones con mayor cordialidad y cercanta, luego de forma mas frfa quizés por Ja progresiva implicacién politica del pocta. Muere en 1962, con Roque instalado en Cuba. No faltan ironias freudianas de Roque sobre las consecuencias de su filiacién: «Dicen que tt ing cen el partido comunista por complejos, me dijo un dia en México Miguelico Regalado Dueftas después de pagarme la cena y hablar del sefior Marx». No es facil saber qué pensaba Winall de su hijo jzquierdista y vital, de su fuerte personalidad y sus singulares habilidades literarias, de su cosmopolitismo, de si ello generé orgullo paterno. Viviendo afios después, por razén de mi trabajo, en Bolivia, buscaba por la feria del libro de La Paz, en cierto pasco indolen: te, a deshoras, textos de Dalton y Bolaio que me hablaran de sw rastro y su relacién. Nada hallé entre las caset pero la atractiva propaganda de Plural Editores para hacerme con el recién reeditado Felipe Delgado, de Jaime Saenz, dicen que la mejor novela boliviana, Saenz. gustaba del iema de navegamtes inscrito al pié del monumento a Colén, en el Paseo del Prado de La Paz: «Vivir no es necesario, navegar es necesariow, En su singladura, atormentada y profunda, no cono- ci6 revoluciones ni lugares remotos, pero fue de innegable inten sidad: la realiz6 por los barrios pacefios, sélo, con vecinos, ami- gos, compaiieros ocasionales de taberna, y en ella descendi, en introspeceidn personal jmplacable, a las simas del alcohol y la vida marginal, la heterodoxia, la muerte y la magia. Los escritores via jan y nos cuentan sus andanzas, can las que nos divierten, nos ate~ ran © nos emocionan. Quisiéramos a menudo también, abusan- do de su indulgencia, contarles las nuestras. Repaso con animo de cierre estas notas, en el Madrid t6rrido de julio de 2010. Una conclusién politica me Hlevaria a la porfia inasequible por un mundo mejor y e! trégico destino de quienes io pretendieron en tiempas intolerantes y crueles. Y podria recor dar la busqueda afanosa, interminable, de la verdad en el caso Dal- ton perseguida por sus hijos: hace dos meses, Juan José public un articulo reclamandola «con el corazén desgarrado> en el aniversa~ rio de la ejecucién de su padre, pidiendo explicaciones sobre cmo ocurrié y donde reposan sus huesos, protestando desolado 64 por el nombramiento de un antiguo dirigente del EPR, presunto implicado en el asesinato, como alto cargo del gobierno del FMLN, pidiendo valentia y perdén y ofreciéndolo de su parte. Pero no renuncio & otra senda me dejo Hevar por esa poesia especial, suave o amarga, a menudo enfebrecida, de las eausas per- didas, de la felicidad esquiva, de la confianza traicionada. Zambu- llido en mi biblioteca, entre libros y apuntes de aftos pasados que releo para componer estos retazos, topo con La bodega, un cd dedicado a la vida y Ia obra de Saenz, que cierra con hondas pala- bras suyas, «Decir adiés / y volverse adiés / es lo que cabe>. Mientras, suena de fondo una triste cancién de Bob Dylan, Nor dark yet, cuyos versos evocan angustias cercanas a las de quienes nos han acompaiado en estas lineas: «He seguido el rio hasta legar al mar / be aleanzado el fondo de un mundo repleto de mentiras / ya no busco nada en los ojos de la gente / cargo a veces con pesos que apenas soporte / atin no es de noche pero na va a tardar» «iQué cosa més jodida es descansar en paz», dejé dicho Roque, premonitorio y burlén€ Lo que devuelve el reflejo en un estanque Daniel Rodriguez Moya La poesia centroamericana tiene motivos para la esperanza. Galan es una de sus voces més personales y cn los titimos aos ha sabido dar el paso necesario para romper clichés e ideas preconcebidas sobre una literatura que va mas allé de los limita- dos contextos hist6ricos. Todos los preiuicios que se pudieran tener ante un joven pacta salvadoresio estallan en mil pedazos cuando se leen sus poemas. Fuera de nacionslismos poéticos excluyentes, Galin hace bueno eso de gpor qué quedarse como heredero de una teadicion cuando se pueden escoger varias? Y es por ello que sus versos beben tanto de lo mejor del 27 espanol, de Eliot, Whitman y, en definitiva, de una poesia reflexiva pero sin estériles preacupaciones metafisicas. Galan recurre a una metéfora mistraliana, la del estangue col- mado, para titular este libro. Sélo que sus versos no nacen de un «surtidor inerte>, como eseribiera la poeta chilena. Todo lo con- trario. Sus imagenes, realmente impactantes pero con sentido ¥ huyendo de discursos fragmentarios, brotan de una fuente lirica vivisima Este libro, con el que el autor ha conseguido un aceésit en el Premio Jaime Gil de Biedma 2010, esté dividido en cinco partes de Jas que la primera leva por titulo El muchacho detris de la venta- 1a con un primer poema, Tardes sobre el asfalto, que nos zambu- Iie instantaneamente en el tono del libro, porque aunque se trata de una obra reposada, sin estridencias. Hay un tono continuo desde el inicio, una manera de contar a partir sobre todo de una Jorge Galén: El extangue cofmado, Colescién Visor de Poesia, Madrid, 2010, 7 imagineria que es la que mantiene la unidad y la coherencia hasta el tltimo verso. En este primer poema, como en todo el capitulo, es el territorio de la infancia por el que el autor transita, en un ambiente sino sondmbulo, si algo onirico. Pero no son de un sueho los elementos que se describen, como los perros aullanda, los payasos y las bailarinas del circo recién llegado a la ciudad en tuna caravana extrafa, Del mismo mode que también son muy reales los primeras recuerdos, la primera memoria a partir de la que comienza el mundo del personaje pottico, del poeta. Y de esa ‘memoria esta por ejemplo el toque de queda de un pais en guerra Es curioso como para el nino que vive en este poema, asi como en ‘ros de este libro, el miedo del adulto se convierte casi en algo idico. Como dentro del drama de un pafs, El Salvador, inmerso fen una guerra fraticida, el terror se transforma en un juego: «En Ia tarde jugabamos al ftbol o al béisbol/ Por la noche lo tinico {que podiamos hacer era jugar al escondite, / en la penumbra, bus- cando en el silencio la salvacién. / El cerro en esos afios era un sitio de cuevas: / alguien o algo se escondia aht. Cerea de m noche / me levantaba y caminaba entre los cuerpos que dormian J tirados en el piso, salfa hasta la sala, abria la ventana, / con sig Jo, y asomaba mi tinico ojo con valor hacia Ia oscuridad... Hay vup verso en el no casualmente poema llamado «Infancia», que resume perfectamente todo esto: «Los dias de la infancia, amables: 4 su extrafla manera.» Uno de los poemas de més bella factura de todo el libro esta incluido en su segunda parte y lleva por titulo «Breve canto sin miisica». No hay que dejarse engafar por algiin eco nerudiano ‘que destila, porque no es més que eso, un leve eco. Lo auténtico de este poema, més alli de esa levisima patina de los Veinte poe- ‘mas de amor, es el descubrimiento que en él se hace de la verda- dera condicién del yo postico a partir del descubrimiento del otro verdadero para darse cuenta que son la misma cosa: «No es cier- to que estés triste ni que hayas pronunciado / mi nombre impro- nunciable en la penumbra, no es cierto / que escribiste aquello que he callado en la noche sobre el polvo». Ese nombre impronuincia- bile, al que el poeta se resiste durante odo el poema y que sélo allora al final, es nosotros. A pesar de que justo a continuacién, en el siguiente poema, Retrato casi adolescente de rus ojos, el dltimo verso concluy2: «Tus ojos / donde no me reflejo». Pero es que esa lucha por la bisqueda de la identidad a partir del otro es una cons- tante en mas poemas. De hecho funciona como ee de libro. Una lucha en la que también se dan juegos de espejos con sus contra- dicciones entre lo uno y su reflejo. «Soy un hombre pero no puedo ser ese hombre, escribe en el poema «El reflejo», que per- tenece ala tercera parte del libro, Crepusculos sin prisa, tal vez en Ja que el tono se vuelve mas reflexivo ¢ incluso trascendente, pero, Jo deciamos al principio, sin caer en raras metafisicas. Con «Invierno» Galan casi concluye su relato~que finaliza con un epilogo de un unico poema titulado «La muchacha». E] pocta ha ido construyendo puemtes & lo laego de todo el fibre, caminos que llevan de la inocencia a su perdida, del yo al otro, unos puen- tes de los que, toma conciencia, no permiten el regreso: «Los puentes que van de la ciudad al bosque / nunca van del bosque a la ciudad porque quien se marcha no regresa...». Pero esos puen- tes permanecen, quedan watrs como vestigios>. Porque conviene, de cualquier forma, no perderlos de vista. No derribatlos y asi, como escribid otro poeta, no construir precipicios

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