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El lenguaje de los animales

Si se entiende por lenguaje un medio de comunicar con facilidad los


pensamientos, es evidente que todo animal, que no vive absolutamente solitario,
debe tener su lenguaje. Si lenguaje quiere decir, colección de signos articulados, o
mas bien, colección de articulaciones y de voz, se complica más la cuestión. Sin
embargo, pueden servir para resolverla las siguientes observaciones esenciales:
1ª. No es necesario tener un alfabeto completo para poseer un lenguaje; lo cual es
evidente puesto que muchas naciones tienen letras y pronunciaciones exclusivas,
por ejemplo, la th inglesa, la u francesa, la f española, la thtch rusa, &c., &c. Luego
si a cada pueblo en particular le faltan lo menos treinta articulaciones sin perjuicio
de su lenguaje, pueden muy bien los animales carecer de doble número. Basta
que se tengan tres o cuatro para que haya lenguaje. 2ª. Poco importa que las
articulaciones o los sonidos sean producidos por el pulmón o no, basta que sean
orgánicos para que exista lenguaje. 3ª. Porque nosotros no oigamos el ruido, los
sonidos, o algo de lo que se necesita para calificar su diferencia, no debe creerse
que no existan o que sean nulas sus diferencias. 4ª. Nada indica que estos
elementos de lenguaje que poseen los animales no puedan perfeccionarse algún
día; porque se sabe que se perfeccionan ya por sí mismos, o ya por nuestros
cuidados, y es probable que la mejora de ciertos sonidos e ideas obrase en la del
lenguaje.

El hombre mismo tan ventajosamente dotado por la naturaleza con respecto a voz
no tiene tampoco naturalmente un lenguaje; y quizá en ciertas regiones han
pasado siglos antes de tener un mediano alfabeto.

Se cree generalmente porque se escuchan los gritos de los de los pájaros desde
lejos, y con poca atención, que producen siempre un mismo sonido, lo cual es un
error. Los cuervos, según ha observado Dupont, producen veinte y cinco sonidos
diferentes. Estos sonidos pueden muy bien servirles para comunicar sus ideas, y
ser veinte y cinco señales para avisarse mutuamente con relación a sus
necesidades.

El perro solo emplea en sus ladridos vocales, y alguna vez cuando se encoleriza,
la s y la z.

También el gato usa las mismas vocales que el perro, pero añade algunas
consonantes, entre las que se marcan con más evidencia la m y la r.
Sería imposible que los animales viviesen como viven en sociedad, si no tuviesen
medios para entenderse y comunicarse sus ideas. Las hormigas se dan los avisos
necesarios cuando se trata de robar las provisiones. Las golondrinas acuden todas
para edificar con prontitud el nido de alguna hembra que va a poner y se ha
desecho por casualidad, y acuden llamadas por la misma hembra que da gritos
lastimeros. Las abejas se ayudan recíprocamente para sacar de la colmena los
cadáveres de sus compañeras.

Dice un naturalista después de haber descrito la vida social, las transmigraciones


y las asambleas deliberativas de las hormigas: «Nada de esto puede hacerse sin
tener grandes medios para comunicarse las ideas, sin una lengua abundante y
una extensa gramática. No tenemos nosotros la finura de oído suficiente para
saber si las hormigas tienen un lenguaje oral; no han sido estas suficientemente
disecadas, ni vistas con microscopios de bastante fuerza para que sepamos con
seguridad que poseen el órgano del oído. Sin embargo, las he visto al sonar un
ruido imprevisto, dar, parándose o huyendo, signos de audición, aunque también
puede ser que la sola vibración del aire haya producido estos efectos de temor sin
necesidad de audición real.»

Los pájaros, como el hombre, tienen además del lenguaje hablado, el canto, que
no es en la esencia mas que una enérgica acentuación del discurso, producida,
según algunos naturalistas, por la superabundancia del amor. Los pájaros no
podrían sacar tan enorme fuerza de sus débiles músculos sino por un exceso de
vida, cuyos elementos dan a su amor una violencia extraordinaria. En casos
semejantes no basta amar, sino que es necesario añadir al pensamiento la
energía de las entonaciones y del rhytmo. Esto ha originado la poesía, y hecho
músico a los pájaros.

El gallo habla la lengua de sus gallinas, y después canta su valor y su gloria. El


canario canta su amor y su talento. La alondra macho canta un himno a las
bellezas de la naturaleza, y despliega todo su vigor cuando hiende los aires y se
eleva a los ojos de la hembra que lo admira. La golondrina todo ternura y afecto,
rara vez canta sola sino en coro con los demás individuos de su familia; su voz
tiene poca extensión, y sin embargo , su pequeño concierto es sumamente
agradable.

El ruiseñor, el rey de los cantores, tiene tres clases de canto que manifiestan los
diferentes estados de su pasión amorosa; y según esta, es su voz suplicante y
tierna, satisfecha y alegre, o tranquila y apacible.
Hay, sin embargo, aves que cantan sin dar ningún sentido a su canto, y solo por
repetir y reproducir sonidos armoniosos, como sucede a la mayor parte de
nuestras damas que cantan música italiana en los conciertos. Tales son el
papagayo que repite las palabras que oye, y el burlón de América que abusa de la
facilidad de su órgano para atraer los otros pájaros, cuyo canto imita, y después
silba y se burla con sus compañeros en su lenguaje natural.

Pensamientos de los animales

Los seres humanos a menudo nos preguntamos si piensan o no los animales, si


son conscientes, si sienten emociones, o si algunos animales son más inteligentes
que otros. Estas preguntas no sirven de mucho porque son vagas y se centran en
conceptos muy generales que se suelen definir en función de lo que hacemos los
humanos. Para entender que piensan los animales, es más acertado preguntarse
por fenómenos mentales que se pueden especificar con mayor precisión,
fenómenos como por ejemplo la capacidad de los animales de usar herramientas,
encontrar el camino de vuelta casa o aprender por imitación.

Para entender “qué” piensan y sienten realmente los animales, debemos observar
los entornos en los que han evolucionado. Todos los animales están equipados
con un conjunto de herramientas mentales para resolver problemas ecológicos y
sociales. Algunas de estas herramientas son universales, compartidas por
insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos, incluidos los seres humanos. El
conjunto de herramientas universales proporciona a los animales una capacidad
básica para reconocer objetos, contar y orientarse. Se produce una divergencia de
este conjunto de herramientas básicas cuando las especies se enfrentan a
problemas ecológicos o sociales excepcionales. Por ejemplo, los murciélagos se
orientan mediante una señal de sonar de alta frecuencia, pero nosotros no. A
diferencia de los humanos, los murciélagos se enfrentan al problema de volar en la
oscuridad. Como resultado, su cerebro ha evolucionado de una forma especial
para procesar sonidos de alta frecuencia. Los humanos reconocen a cientos de
personas por el rostro, pero los insectos sociales como las abejas no reconocen ni
siquiera a los miembros de su propia colmena por el rostro. Para los humanos, el
rostro es un objeto especial; por que tiene una configuración única de rasgos y por
que representa una ventana crucial para la identidad, las creencias y los
sentimientos de cada persona. En consecuencia, los humanos tienen un cerebro
que ha evolucionado de forma especial para procesar caras.

La única forma de comprender cómo y qué piensan los animales es evaluar su


conducta a la luz, tanto de las herramientas universales como de los mecanismos
específicos de la mente diseñados para resolver problemas. Algunas ideas
generales sobre las emociones y pensamientos de los animales, obtenidas a
través del estudio del cerebro, del comportamiento animal y de la comparación con
el desarrollo de la infancia de los seres humanos, han proporcionado algo de luz
acerca de cómo los animales usan sus herramientas mentales para sustentarse en
sus nichos ecológicos y sociales, y cómo solamente los humanos han aplicado sus
herramientas a la creación de un mundo moral.

Se puede decir que casi todos los animales experimentan emociones. Las
emociones preparan a todos los organismos para la acción, para aproximarse a
las cosas buenas y evitar las malas. Pero en cuanto nos alejamos de las
emociones fundamentales como la rabia y el miedo, que seguramente comparten
todos los animales, encontramos otras emociones como la culpa, la vergüenza o
el bochorno, que dependen críticamente de un sentido de la propia conciencia y
de la conciencia de otros. Es posible que estas emociones sean sólo humanas, y
que nos proporcionen un sentido moral que ningún animal, probablemente, es
capaz de alcanzar.

Los animales, al igual que nosotros, se guían por el instinto. Los instintos guían la
experiencia del aprendizaje. Son responsables de que los organismos esperen
determinadas características del entorno e ignoren otras. Muchos de nuestros
instintos responden a la evolución, de forma que compartimos una visión
perceptiva y conceptual del mundo con muchos otros animales.

Los animales, como los humanos, tienen unas normas a las que atenerse y que a
veces pueden romper. Esas normas reflejan las condiciones bajo las que se llevan
a cabo los juegos de la reproducción y la supervivencia. Pero a diferencia de
nuestras normas, las suyas no se basan en el conocimiento de lo que esta “bien“ y
lo que está “mal”. Los animales obedecen a unas normas, pero no saben que las
normas están destinadas a preservar las convenciones, a prevenir acciones
dañinas y, al menos en algunos casos, a mantener la justicia. Los niños son como
animales, pero los humanos adultos no.

La comprensión de la visión que tienen los animales del mundo requiere, por
tanto, una habilidad para aislar los sistemas sensoriales adecuados y determinar
los tipos de problemas que las especies remontaron en el pasado para sobrevivir
en el presente. No debemos asumir que sabemos lo que sabemos, o cómo hemos
llegado a saberlo. Debemos usar el diseño actual del cerebro de un animal y su
conducta de ahora para deducir qué tipo de problemas tuvo que resolver su
mente. Es una receta que sigue funcionando desde que Charles Darwin la preparó
por primera vez, hace más de cien años. Si la seguimos fielmente aprenderemos
muchísimo de las mentes salvajes que habitan nuestro planeta.

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