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Sociedades Bíblicas de Costa Rica patrocinan cada mes un Foro Bíblico para líderes de
las iglesias evangélicas de Costa Rica. Estos foros han sido un gran éxito y están
haciendo un aporte muy significativo a la vida teológica y espiritual del país. Para el mes
de julio (2010) me pidieron, junto con el historiador y teólogo Juan Carlos Sánchez,
analizar el tema delicado y controversial de "Mecanismos de manipulación en las
iglesias". Es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por
eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.
Un buen punto de partida puede ser un análisis sicológico del fenómeno de la sugestión.
Aquí el sentido de "sugestionar" que nos interesa es el proceso sicológico mediante el
cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de
determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La Guía de Psicología, "la
sugestión es un estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las
sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de de experimentar las que se le indica
que no sienta."
Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una
forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la
propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; "por debajo
del umbral de la conciencia"). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de
bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza
producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con
tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La
propaganda política gasta millones de dólares para hacernos pensar, sin más razones
que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el
caso. En los 1980s, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un
cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era
fumador y los dos son muy diferentes). La ciencia de la propaganda fue perfeccionada
por Adolfo Hitler y su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, para llevar el mundo
a la guerra. El mandamiento de Jesús, "Mirad, pues, cómo oís" (Lc 8.18; Mr 4:24), nos
impone el deber de estar alerta y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.
Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también
hay sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada
repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su
deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier sicóloga, competente en
estos temas, lo podría reconocer y analizar. Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace
son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los
locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que "hay una tremenda unción
aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí"? Cabe la sospecha legítima
que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y
maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas, Queda sumamente vago en qué
consiste esa "unción", cómo saben que está presente, y cómo puede ser tan predecible e
invariable. Jesús dijo que el Espíritu sopla donde quiere, lo que Lutero parafraseó, "El
Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere" y no cada vez que nosotros lo
decidamos y después producimos por sugestión las sensaciones correspondientes.
Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son
las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el
colmo, el acabose, del chantaje: "o te sometes, o te maldigo". Por falsas que sean, estas
maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las
personas. De esas maldiciones hemos hablado en artículos anteriores: "Apóstoles y
profetas que juegan con maldiciones" (26 junio 2009) y "Una iglesia abusiva" (15 de
marzo 2010). A veces estos "profetas" convalidan hechizos venidos del espiritismo en la
vida anterior de los acusados.
El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es
Mateo 7:1, "No juzguéis, para que no seáis juzgados". Otras mantras sagradas son "no
toquéis al ungido del Señor" o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la
castigó (ver el artículo del 12 de agosto de 2007 en este blog).
Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a
los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la
viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom 2:1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable,
en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de
ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su palabrería
espiritual (7:21-23). Según Juan 7:24 Jesús nos manda "juzgar con justo juicio" (cf. Lc
7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó "juzgad vosotros mismos" (10:15;
11:13) y les avisa que "el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie"
(ni de "apóstoles" ni de "profetas"; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn. 2:27)
Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi
ilimitado para la manipulación de sus feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas,
"apóstoles"), igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a
otros, sin que otros los puedan criticar a ellos.
Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una
profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por
el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez
más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.
"Amén" es un signo de exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de
interrogación.
Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación de las escrituras para que
digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro sermón. A veces buscamos la
traducción más bonita, o más de acuerdo con nuestro concepto, en vez de la más fiel. La
meta principal de todo sermón, sea doctrinal o evangelístico, no es primordialmente
impactar a los oyentes sino ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios. En ese sentido,
Bernard Ramm ha escrito, "el ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de
tratarlo homiléticamente" (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en servicio
del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.
Estas palabras, que llegan hasta la motivación más profunda del apóstol, revelan dos
cualidades que deben caracterizar a todo siervo y sierva de Dios: la humildad y la
integridad. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación.
Gracias a Dios, ha habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son
auténticos y fieles. Aun en alguien tan famoso y "exitoso" como Billy Graham, y con todos
sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una profunda integridad.
Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del mundo de hoy se han infiltrado
en la iglesia, tanto de los predicadores y líderes como de los creyentes en las bancas.
Entre los famosos predicadores en sus mega-iglesias y sus programas de televisión, con
todo su éxito, es mucho más difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los
gigantes del pasado. Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables, muchos
(diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen soberbias, con la
arrogancia que les otorga su "éxito". Muchos también dan la impresión de estar jugando
algún papel, más como actores de teatro que como siervos del Señor de señores.
¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan poco halagador! De todas maneras,
la iglesia de hoy necesita mucha oración.
Mientras Mr 4:24 exhorta "Mirad lo que oís", Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye:
cuidadosa y responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).
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