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Turing, con razón, defendió la validez de su criterio, siendo muy consciente del
aprieto en que ponía a los contendientes de lo que hasta ese momento era una pura
discusión teórica, en su peor sentido. Con ello estableció unas reglas en las que el
juego de determinar lo que había de singular en el pensamiento humano era
practicable. El test de Turing tiene una enjundia evidente. Si se puede emplear, y es el
caso que ahora podemos, resulta insoslayable su aplicación para el que quiera
determinar a qué llamamos «pensar». Permite evitar las discusiones en el vacío.
Por lo tanto, si fabrico una máquina que es capaz de hacer una determinada
operación, que no se puede distinguir de otra realizada por un ser humano y a la que
llamo «pensar», entonces hay que concluir que la máquina piensa efectivamente. Del
mismo modo que, si construyo una máquina capaz de hacer eso que denominamos
«volar», por el procedimiento que sea, entonces he de afirmar que la tal máquina tiene
la facultad de volar. Pongo de intento el ejemplo de «volar». Siempre me sorprendió
que, en su día, se dieran todo tipo de razones, desde físicas hasta metafísicas, para
negar que pudiera volar un aparato más pesado que el aire construido por manos
humanas. Para los aviones, como para muchos de los inventos de la Inteligencia
Artificial, vale el dicho: lo hicimos porque no sabíamos que era imposible.
Frente a las implicaciones del Test de Turing, no se trata de edificar con
precipitación algún chiringuito conceptual en el que refugiar con prisa la inteligencia
humana para salvarla de la quema. Quedaría en precario fácilmente. Conviene
escarmentar con lo que sucedió al vitalismo. Se inventó como cortafuego que salvara
la singularidad de la vida ante las pretensiones totalitarias del mecanicismo. Pero: "El
vitalismo es una doctrina típicamente defensiva y conservadora; más aún, torpemente
conservadora"6. Fracasó por el desarrollo de la bioquímica iniciada con la síntesis de
6
LAIN ENTRALGO, P., Bichot, Col. Clásicos de la Medicina, CSIC, Madrid.
la urea por Wöhler en 1828. A riesgo de ser pesado: Considero que el problema es
determinar si hay alguna operación incluida bajo el polisémico término «pensar», que
no sea capaz de hacer una máquina. La situación actual es óptima para emprender la
tarea con una buena base empírica.
Para aclarar ideas, invito al lector a un experimento mental, a uno de aquellos
Gedankenexperiment que tanto gustaban a Einstein. Imaginemos la puesta en
práctica del siguiente test de Turing: yo estoy en una habitación. En la otra habría un
grupo amplio y selecto de máquinas pensantes. Las dos habitaciones se comunican
con el exterior mediante teclados, micrófonos y altavoces. Pregunta: ¿Es posible
averiguar dónde estoy? Respuesta: muy fácilmente, allí donde aparezcan las
respuestas menos inteligentes. Lo explicaré.
Si el interrogador se atiene a las preguntas de los últimos exámenes de
selectividad, o, si lo prefiere, a los temarios de las diferentes oposiciones celebradas
en este país durante los últimos años, es fácil entender que los ordenadores
responderán mejor que yo. Tendrán más nota en el examen. Mientras más
conocimientos abarquen las preguntas, menos posibilidades tengo yo de pasar el test
de Turing frente a los ordenadores. Tienen más memoria, almacenan muchos más
conocimientos y cuentan con procedimientos de búsqueda muy ordenados y eficaces.
En ellos confiamos para recordar.
7
MILLER, G. A., «Informavores», en MACHLUP, F. y MANSFIELD, V. (eds.), The study of
information: interdisciplinary messages, Wiley, New York, 1984: Ese nombre, "informávoros" ha
quedado para designar los sistemas –como el hombre y los animales– que procesan información.
Miller, en 1956, fue el primero que describió las bases conceptuales de la mente humana modelada
como procesador de información, que tanto han gustado en la Facultades de Psicología (pueden verse
sus ideas en MILLER, G. A., Psychology: the science of mental life, Hutchinson, London, 1964).
pagado lo suficiente por el aparato, puede tener imágenes muy bonitas en falso color,
para que le sea más fácil interpretarlas. Igual sucede con una Resonancia Magnética
Nuclear: al médico no se le pueden dar listas inmensas de tiempos de relajación de
spin, de poco le servirían. No somos tan inteligentes como para manejar tantos datos.
La máquina, gentilmente, los ofrece digeridos y procesados en forma de falsa imagen.
En todas las ciencias, en todas las áreas del conocimiento un poco desarrolladas, la
adquisición de información está confiada a instrumentos, que no sólo prolongan
nuestros sentidos, sino que los sustituyen y mejoran.
La galería de genios de la humanidad está llena de personas consideradas muy
inteligentes, porque aportaron muchos datos precisos, mucha información, como
Tycho Brahe para la astronomía: puso la base sobre la que edificaron Copérnico y
Kepler. En esa galería tendremos que incluir cada vez más máquinas. Hacia Marte no
se ha enviado a Livingston, ni a Stanley, para que vuelvan con un relato de viajes, y
un pobre croquis impreciso del equivalente marciano a las fuentes del Nilo. A Marte
se ha dirigido un satélite, el Mars Global Surveyor, que no nos contará sus aventuras,
sino que ha elaborado un mapa completo y detallado de la superficie marciana. Es
menos romántico, pero mucho mejor para el conocimiento. Para adquirir información
las máquinas son insustituibles.
Si dejamos la adquisición de información y pasamos a considerar su
almacenamiento, la superioridad de las máquinas cognitivas es abrumadora. No entro
en la difícil cuestión de desentrañar cómo se las apaña una red neuronal para tener
memoria. Mucho menos en el caso de nuestra red neuronal biológica. Tampoco entro
en los distintos tipos de memoria que se pueden distinguir. Es un campo de estudio
muy activo8. En una red neuronal la memoria parece consistir en la misma estructura e
intensidad de las relaciones entre neuronas. No es algo tan sencillo como en un
ordenador lógico; en él sólo hay memoria de datos y memoria de instrucciones en
lugares bien determinados.
Sea como sea, tenemos memoria y hemos de pasar el test de Turing frente a las
máquinas. Nuestra puntuación será muy baja. Uno de los puntos más débiles de la
inteligencia humana es su memoria. Las civilizaciones orales, que dependen de los
conocimientos memorizados como narraciones y ritos, avanzan muy poco: dependen
demasiado de la memoria individual, que es escasa. Todavía, a finales del siglo XX, se
puede estudiar lo poco a que llegan los grupos humanos que permanecen sin escritura.
En esos grupos los conocimientos pertenecen a los ancianos de la tribu, si consiguen
recordarlos, y mueren con ellos. Unos pocos conocimientos se quintaesencian para ser
transmitidos como la memoria humana parece funcionar mejor: en forma de historias
emocionantes y rituales ceremoniosos, más que con frías definiciones y datos
asépticos. Los mitos, leyendas y ceremonias transmiten, en un caos abigarrado que
tiene su encanto, los conocimientos que consiguen aglutinar. Hay mucha sabiduría
decantada en ellos, pero difícil de aquilatar: el bosque no permite ver los árboles.
8
McGAUGH, J. L., WEINBERGER, N. M. y LYNCH, G., Brain and memory. Modulation and
mediation of neuroplasticity, Oxford University Press, Oxford, 1995; ANDERSON, J. A. y
HINTON, G. E. (Eds.), Parallel models of associative memory, Lawrence Erlbaum, Hillsdale, New
Yersey, 1989; KOHONEN, T., Self organization and associative memory, Springer–Verlag, New
York, 1984; LYNCH, G., Synapses, circuits and the beginnings of memory, MIT Press,
Cambridge, MA, 1986; GAZZANIGA, M. (Ed.), Perspectives in memory research, MIT Press,
Cambridge, MA, 1988; SQUIRE, L. R., Memory and brain, Oxford University Press, New York,
1987; JOHNSON, G., In the palaces of memory, Knopf, New York, 1991; ALKON, D. L. y
FARLEY, J. (Eds.), Primary neural substrates of learning and behavioural change, Cambridge
University Press, New York, 1984; NEISSER, U., Memory observed, Freeman, San Francisco, 1982.
Junto a buenas hierbas medicinales está la danza del chamán para ahuyentar los malos
espíritus.
Escribir y leer, ¡qué gran invento! La palabra escrita fue un buen remedio a las
carencias humanas para almacenar y transmitir información. Con la imprenta, la
revolución de la copia múltiple e idéntica de información, el avance cognoscitivo fue
aún mayor. Para recordar con precisión no acudimos a nuestra memoria, ni a las
batallas del abuelo, que tanto nos gustan por ser relatos, aunque no sean exactos.
Recurrimos a las fuentes documentales históricas y a las bibliotecas. En especial, los
signos escritos soportan muy bien los conocimientos que mi memoria no retiene:
fórmulas, datos precisos, la historia real que no llega a ser leyenda, cifras exactas, los
términos de un contrato... Información pura y dura.
Las bibliotecas son buenos almacenes de información. Aunque demasiado
voluminosos y de acceso complicado. Sólo los muy leídos, los ratones de biblioteca
que se encuentran cómodos en esos ambientes, saben dónde está la información. El
sabio de las civilizaciones orales, el narrador de historias, fue sustituido por el erudito.
Sabe dónde está el texto o el documento, y quién dijo o hizo qué. Como es imposible
manejar todos los libros, los eruditos suelen serlo por temas: los reyes Godos, la
escritura jeroglífica egipcia, las obras de Kant, el arte románico palentino, la
Transición, etc. Los Ilustrados se preocuparon por preparar un digesto que hiciera más
accesible, y manejable por todos, tanta información libresca: el producto fue La
Enciclopedia. Ha tenido muchos descendientes; los más, dirigidos a niños. Son como
papillas que tomamos para ver si nos hacemos inteligentes de mayores.
No se dónde buscar. Las máquinas racionales están invadiendo todas las áreas
inteligentes. Cada vez dejan menos hueco para que podamos pasar el test de Turing
con la cabeza alta. Estamos en retirada, vencidos y humillados. En las tareas que
requieren inteligencia, donde no se colocan máquinas para llevarlas a cabo, es porque
no compensa económicamente el gasto de su desarrollo. Resulta más barato que lo
hagan humanos inteligentes, aunque puedan tratar menos información, sean más
lentos, y cometan errores. Valen para el Ministerio de Cultura, pero no para el de
Hacienda. Donde el tratamiento de información va en serio y hay mucho en juego, las
máquinas son imprescindibles. Aquí suscribo la profecía de Moravec: "La inteligencia
de un robot sobrepasará la nuestra antes ya del año 2050. Habrá entonces robots
científicos formados y educados, producidos en serie, que trabajarán de manera
inteligente, económica, con rapidez y eficacia crecientes, lo cual garantizará que la
mayoría de los conocimientos que la ciencia atesore en el 2050 habrán sido descubiertos
por nuestra progenie artificial"9.
Hasta aquí el juego de imaginar que nos enfrentamos al test de Turing frente a
máquinas racionales. ¿Qué se puede deducir? Es obvio que se nos ha hundido el
paradigma sobre la inteligencia humana con el que habíamos vivido hasta ahora. Con
él hemos diseñado la educación, el proceso de formación de humanos para
considerarlos inteligentes; damos los premios y distinciones; hemos fabricado una
Antropología, una Psicología y una Pedagogía; establecemos los modelos y las metas;
medimos gran parte del nivel de civilización y de progreso; construimos muchos de
los ideales en que creemos vale la pena poner la propia vida.
10
RIVIÈRE, A., Objetos con mente, Alianza, Madrid, 1991, p. 54.
palabra: a la Diosa Razón, que los ilustrados franceses entronizaron en Notre Dame, le
hemos puesto en las manos un cubo y una fregona: la tenemos trabajando para
nosotros. Ahora se trata de averiguar lo que es capaz de hacer, junto con la mejor
manera de darle buen uso, para que no se desmande de nuevo y vuelva a exigir
adoración.
También debemos agradecer a todos los que trabajan en Inteligencia Artificial
el habernos librado de una imposible y agotadora tarea: buscar la quimérica resina
epoxi conceptual que uniese la res cogitans con la res extensa. Han conseguido que
la res extensa sea extraordinariamente racional, del todo lógica. Puede cesar la
búsqueda. De camino recuperamos la posibilidad de entendernos sin acudir a ideas
que nos partan por la mitad.
Otra cuestión, que de aquí se deriva, es si la denominación de animal racional
indica suficientemente lo específico humano. Es evidente que esta pregunta toca un
aspecto central de la antropología. Pues bien, a mi parecer, estamos en condiciones de
responder negativamente a la pregunta. Si por racional se entiende la capacidad de
manejar símbolos formales, de hacer constructos racionales, de moverse en un plano
lógico, de hacer demostraciones deductivas o inductivas, o de aprender mediante
símbolos nuevos, entonces resulta que no por eso el hombre es un ser singular. En el
árbol de Porfirio, táchese racional como diferencia específica para el animal humano.
Las máquinas están resultando ser mucho más racionales que el hombre. Si hay algo
singular en los seres humanos, habrá que buscar por otro lado. Por ahora estamos
aprendiendo a utilizar, para pensar racionalmente, otras cabezas artificiales porque
resultan más dotadas que la nuestra. En la tarea hay éxito y buenos resultados. Nada
importa llegar a un sitio utilizando las propias neuronas, o unas tomadas en préstamo,
si lo hacen mucho mejor y facilitan la trabajosa tarea de adquirir, almacenar y
procesar la información.
Pero dejo las alturas filosóficas y vuelvo a los terrenos informáticos. No somos
animales racionales y las máquinas lógicas nos vapulean en los test de Turing: cierto.
Sin la facilidad de las máquinas, sólo consigo ser lógico a veces: cierto. Pero hay un
asunto que me intriga. ¿Cómo unos bípedos dotados de cerebro hemos conseguido
inventar la lógica, creernos el invento hasta venerarlo, y luego fabricar las máquinas
lógicas, para que nos ganen en los juegos racionales? ¿Cómo los animales humanos
nos las hemos compuesto para conseguir esa hazaña con la única dotación de una red
neuronal? Otros animales las tienen, y muy apañadas. El hombre de Neanderthal
incluso estaba más dotado: 1.500 cc. de cerebro, frente a 1.300 cc. en el homo sapiens
sapiens, de media. Los animales dotados de mejores redes neuronales, cercanos
filogenéticamente como el chimpancé o lejanos como el delfín, tras años de
entrenamiento no pasan sino test simbólicos mínimos, que son significativos sobre
todo por el entusiasmo de sus entrenadores.
También quisiera saber de dónde viene, por ejemplo, la afición por los
números, que ha llevado al mono desnudo a inventarlos, a imaginar nuevas formas de
representarlos y hacer operaciones, o a realizar la pirueta mental en el vacío que
supone el número cero...11 Así durante milenios, en un paulatino y trabajoso avance,
porque a nuestra red neuronal no le resulta natural manejarlos. Así, también, hasta
hacer una teoría de los números, para saber qué era eso con lo que hemos estado
trasteando durante tantos siglos. No es nada fácil -quienes trabajan en redes
neuronales lo saben bien- conseguir algo semejante. ¿Qué hace falta para que una red
11
IFRAH, G., Historia general de las cifras, Espasa–Calpe, Madrid, 1997.
neuronal trabaje en «modo lógico»?; ¿cómo es posible conseguirlo?; ¿por qué los
niños se aclaran con las máquinas lógicas -los ordenadores- mejor que los adultos?;
¿por qué sólo los matemáticos jóvenes parecen capaces de hacer aportaciones
fundamentales?; ¿hace falta una plasticidad especial del cerebro que luego se pierde?
Son preguntas cuya respuesta me gustaría conocer, junto a mucha otras. Me intriga
una red neuronal, la humana, que se atreve a afrontar el test de Turing frente a
máquinas lógicas, aunque no lo haga brillantemente.