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Testigos de mi pueblo

Alberto Restrepo González


1995
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Segunda Edición,
corregida y aumentada:
Medellín, 1995:
Los derechos por esta edición fueron pagados por el
Departamento de Antioquia
Derechos de Autor Reservados
Alberto Restrepo González
ISBN: 958-9172-08-3

Dirección Editorial:
Sección publicaciones –SEDUCA
Diseño de Colección: Saúl Álvarez Lara
Tiraje: 2.500 ejemplares
Impreso y hecho en Medellín por:
L. Vieco e Hijas Ltda.
Para las Ediciones de Autores Antioqueños
en cumplimiento de la
Ordenanza 45 de 1979 de la
Asamblea Departamental de Antioquia.

La edición que ahora se presenta está notablemente aumentada.


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Presentación

E l camino si no más corto al menos más seguro para llegar al corazón de


Antioquia es la lectura de sus grandes escritores. En ellos, en sus
obras, se resumen las búsquedas y los tanteos, los logros y los fracasos
de un pueblo que ha luchado furiosa y amorosamente por su identidad.

La palabra “antioqueñidad” puede significar mucho o puede ser un


vocablo huero, que a punta de ser esgrimido mendazmente corre el riesgo de
desvirtuar la manera de ser y de pensar de nuestro pueblo. De ahí la
importancia de indagar, de buscar en la raíz del pensar antioqueño aquellos
elementos que revelan el forcejeo interior que bulle en el alma de Antioquia.

Es lo que intenta, lográndolo a cabalidad, Alberto Restrepo González en


este libro, en el que se adentra con seriedad y hondura en algunos de los
escritores más representativos de la literatura antioqueña. El autor consigue
rastrear en sus obras las corrientes recónditas, no siempre confesadas, que
constituyen esa llamada antioqueñidad.

Testigos de mi pueblo deja ver, en su mismo título, la clara intención de


mostrar, más que demostrar, en qué sentido los escritores de Antioquia
testimonian en sus concepciones literarias las luchas espirituales del pueblo
antioqueño. Como quien golpea la tierra con el azadón y remueve cespedones
frescos y olorosos, Alberto Restrepo descubre en las concepciones filosóficas,
poéticas o narrativas de los escritores escogidos el humus en el que se han
sembrado y han brotado las cualidades y los defectos de las gentes de
Antioquia. Sin asumir poses dogmáticas y probatorias, sino con el simple gozo
del lector empedernido, va desbrozando el camino para quien quiera luego
adentrarse en la lectura de las obras de estos grandes escritores antioqueños.

No es éste un libro de tesis, sino de vivencias. Basta enumerar su


contenido, para entender la densidad de los ensayos que conforman la obra:
“Gregorio Gutiérrez González, testigo de los traumas genéticos del pueblo e
instaurador del mito antioqueño”; “Epifanio Mejía, testigo del sentido de Dios
en las patrias nacientes”, “Tomás Carrasquilla, testigo de la inmadurez de la fe
en América”; “Juan de Dios Uribe, testigo de la mentira del descreimiento
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americano”; “Porfirio Barba Jacob, testigo del desvalimiento de la fe”; “Efe


Gómez, testigo de la agonía trágica del hombre”; “Fernando González, testigo
de la madurez de la fe”. Ahí está, en su adolorida experiencia, manifestada en
la creación literaria, la forja de ese pueblo que hoy somos nosotros.

Alberto Restrepo González, filósofo y teólogo, envigadeño por más


señas, sueña con que alguna vez sea creada lo que él llama una “cátedra de
Antioquia”, desde la cual se fomente en las nuevas generaciones el estudio de
los grandes escritores, artistas y pensadores del Departamento. Sería la mejor
escuela de autenticidad como la que propugnó Fernando González. Pues bien,
Testigos de mi pueblo es, a mi juicio, el primer texto, por decirlo de alguna
manera, de esa cátedra, de esa escuela viva y vital, no enclaustrada en el
academicismo, que puede salvar a Antioquía de su mentira y de su postración.

Porque, precisamente, la lectura de este libro sirve para desmontar mitos


y mentiras en torno a Antioquia. Y para romper la caparazón de un
regionalismo insulso, alimentado para aherrojar libertades y frenar la
capacidad avasallante de un pensamiento que no por escrito en estas breñas es
parroquiano, sino que tiene aliento nacional y latinoamericano.

Testigos de mi pueblo apareció en su primera edición en 1978. La que


ahora entrega a los lectores la Secretaría de Educación y Cultura del
Departamento en la Colección Autores Antioqueños debe considerarse no
como una reedición, sino que es una nueva versión corregida y aumentada. De
hecho, los estudios sobre Gregorio Gutiérrez González y Efe Gómez son
frutos recientes de la incansable labor del autor, quien no ha parado en su
trabajo de lectura y análisis de los autores antioqueños y ya tiene en gestación
nuevos ensayos.

Por lo demás, este libro es, ni más ni menos, una introducción a la


lectura de unos autores cuya obra no ha sido suficientemente divulgada. Tiene,
pues, un gran valor propedéutico. Pero es también invitación e incitación a
entrar en contacto personal con los máximos representantes de la literatura
antioqueña. Es un regreso a las fuentes, no para alimentar nostalgias
enfermizas, sino para encontrarnos cara a cara con nuestra realidad como
pueblo.
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Por eso, porque toca las raíces, es inquietador este libro de Alberto
Restrepo que, para decirlo en lenguaje de arriería, levanta la enjalma y nos
hace sentir en carne viva, de la mano de nuestros escritores, las peladuras
existenciales que ha dejado el duro trasiego de un pueblo hacia su realización
como tal, hacia la identidad, hacia la libertad.

Ernesto Ochoa Moreno

Envigado, septiembre 14 de 1995


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Estos estudios tienen el daño de que,


para los píos son heterodoxos;
y para los descreídos, beaterías.
Es el “mal” de toda forma de palabra profética.

El Autor
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Gregorio Gutiérrez González

Testigo de los traumas genéticos del pueblo e


instaurador del mito antioqueño

I*

P ueblo es simbiosis de múltiples realidades; síntesis de innumerables


esfuerzos; asimilación de variados elementos étnicos, sociales y
culturales; unificación de contrarios en una nueva realidad. Pueblo es
realidad dialéctica; dialéctica de todas las dialécticas; síntesis de todas las tesis
y todas las antítesis.

Pueblo sin afrontamientos agonísticos es apenas entelequia, no realidad


viva.

Grupos humanos, aún ajenos a los afrontamientos substanciales (mítico,


ético, racial, político), no son todavía pueblos; son apenas clanes o embriones
de pueblo o satélites sin autonomía, en manos de dominadores que
transculturan y deculturan para colonizar o feudalizar.

Todo pueblo es, pues, suma de pueblos. No hay pueblo en estado de


pureza racial y cultural. Grupo humano en estado puro es realidad social
apenas embrionaria.

Mientras los grupos humanos no hayan vivido la experiencia del


afrontamiento de mitologías, culturas, razas y valores diferentes a los suyos, y
demostrado capacidad de reafirmar, en contacto con ellos, la identidad y los
valores propios, no podemos hablar aún de pueblos propiamente dichos.

_____________________
• Las citas de la obra de Gregorio Gutiérrez González que aparecen en el presente estudio,
están tomadas de Obras Completas, de Gregorio Gutiérrez González. Ediciones
Académicas. Editorial Bedout. Medellín. 1960.
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Cuando una comunidad humana es capaz de confrontarse con otras y


persistir en su identidad, asumiendo valores, asimilando culturas,
reformulando dentro de su existencialidad propia sus formas institucionales,
sin perder por ello sus elementos radicales de identidad, entonces es posible
hablar de un pueblo, de un nuevo pueblo, surgido de la dinámica propia y de
la dinámica del pueblo con el cual hubo de confrontarse.

Cuando tal confrontación tiene ocurrencia, los nexos genéticos que


vinculaban los hombres con las realidades ancestrales se transforman, cambian
de nivel, y ya en lugar de constituir norma social o jurídica, pasan a tener
carácter mitológico; la lengua se transmuta, para expresar las nuevas
realidades asimiladas y reesseificadas; la escala de valores y significaciones se
enriquece y reexpresa una nueva realidad cultual, ética, teológica, superior por
enriquecimiento vivencial, conceptual y ritual; la actividad social se
transforma para permitir la vivencia de los viejos elementos, conformadores
de la unidad grupa], y de los elementos recientes, constitutivos de la nueva
entidad social. En síntesis: se da el surgimiento de un nuevo hombre y de un
nuevo pueblo.

El proceso agonístico de confrontación étnicocultural no es uniforme en


sus resultados, sino que por el contrario, da lugar a una variadísima
fenomenología social.

Algunas veces los nuevos pueblos surgen para su desaparición casi


inmediata, por incapacidad de asimilación del sinnúmero de valores y
antivalores recientes. Así, por ejemplo, el caso de los numerosísimos
pueblúnculos mesoamericanos, que desaparecieron apenas surgidos de la
confrontación con los pueblos maya y azteca.

Otras, surgen para vivir encadenados a un prolongado proceso de


agonía, originado en su carácter reaccionario, que los incapacita para la
asimilación de la novedad, les cierra los caminos de la madurez y los condena
a una especie de ostracismo secular que dura hasta su consunción definitiva.
Es el caso de numerosos pueblos patagones y amazónicos, desaparecidos, sin
lograr nunca un pleno desarrollo, después de siglos de anquilosis solitaria.
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Otras, luego de un sorprendente proceso de acelerado crecimiento y


maduración, aparece la frustración inesperada y casi instantánea, como si los
agobiara la fatiga de sus logros asombrosos. Es el caso de las frustradas
civilizaciones maya, inca y azteca, periclitantes ya hacía siglos, a la llegada de
los españoles.

Otras, el proceso se detiene cuando apenas se está dando un atisbo de


pueblo, y los grupos humanos permanecen como testigos de una eclosión que
ni maduré ni se aniquilé, y se convierten en sociedades atípicas e insulares,
que perviven dentro de un gran pueblo con el que ni se identifican ni se
diferencian del todo. Es el caso del gaucho.

El antioqueño, en Colombia, encarna ese tipo de pueblo que supervive


desubicado y solitario, sin desaparecer ni realizarse plenamente.

Mientras todos los pueblos del grupo indigenoide, desde La Patagonia


hasta los límites con Norte América, comparten una unidad de habla, dulce y
susurrante, y los grupos negroides de sur y centro América y todo el Caribe, se
identifican en su habla bullanguera, timbrada y rápida, el habla paisa
permanece como fenómeno insular, es única en América por su tonalidad
bronca y profunda, su carácter arcaizante, su vigor hiperbólico, su tendencia al
proverbialismo, su aspereza y desmañamiento conceptual.

Mientras las diversas comarcas latinoamericanas fueron absorbidas, en


modos y modales, por el hispanismo rampante, o por las culturas indígenas a
la estampida ante la agresión colonizadora, o por el espíritu del negrerío
refugiado en sus palenques inexpugnables, el grupo paisa configuré una
cultura aislacionista, filistea, ramplona, totalmente desdeñosa de hispanidades,
indigenismos y negritudes; ni lo uno ni lo otro, indiferente a las idiosincrasias
de esos grupos.

Contradictoriamente, en el pueblo antioqueño se conjugaron una


desmedida voluntad de aislamiento, y otra, igualmente pugnaz, de expansión,
expresada en el instinto de procreación desaforada que hizo sinónimos
antioqueñidad y fecundidad.

De tal aislamiento y fecundidad surgió, como característica paisa, la


pobreza, y del afrontamiento de la pobreza, la hipertrofia del sentido de la
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economía sustentadora y de la religiosidad consoladora. Fue así como el


pueblo antioqueño, en su gesta de autoafirmación y expansión, en el viejo
Caldas, el norte del Valle, las selvas de Urabá y el Chocó, realizó una empresa
increíble de multiplicación de la raza, creación de riqueza y potenciación de la
vivencia religiosa.

Lo que a todas luces parecía el promisorio surgimiento de un pueblo


nuevo, llamado a una maduración temprana y rápida, devino en trauma de
origen causante de una gran frustración histórica, cuando al advenimiento de
las fuerzas neocolonialistas, surgidas de la expansión de los grandes capitales
británicos y norteamericanos, el naciente pueblo antioqueño acabó por
convertirse en una fuerza al servicio de los poderosos intereses foráneos, a
través de quehaceres utilitarios de minería e industria textil, hasta llegar a
entregarse a los menesteres bastardos de aprovisionamiento de alucinógenos
para las sibaríticas sociedades capitalistas.

Gregorio Gutiérrez González es el cantor del mito antioqueño y el


testigo de los traumas de origen del pueblo antioqueño.

Estudiar la formación del mito en nuestra cultura y los fenómenos


traumáticos en el origen del pueblo antioqueño, a través de la obra de
Gutiérrez González, expresión acabada del espíritu del hombre y del pueblo de
Antioquia, es el objeto del presente ensayo.

II

Los Molinas de mi parentela paterna, no fueron sino buenos.


Hombrones y mujeres de recia contextura física, desesperanzadamente
esperanzados, gente enraizada en el más allá y proyectada totalmente a lo
intemporal; campesinos hidalgos, de una hidalguía escéptica y modesta que no
pidió nada a nadie y que poco más aporté en su estoicismo sereno yen su
empeño tenaz de labores agrarias y fatigas de arriería que les absorbieron las
fuerzas mientras el espíritu tristón y melancólico estuvo pronto; gente, que de
una manera definitiva e indubitable, había cambiado la dicha por la esperanza.

La más nítida impresión que me produjo el conocimiento de la obra de


Gutiérrez González, fue la de que el poeta pertenecía a la misma estirpe
espiritual de los parientes de mi padre, agricultores y arrieros de fines y
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principios de siglo, gente toda de Dios y nada del mundo, blancos pobres, todo
bondad y todo retraimiento dolorido: la misma pesadumbre ingénita, la misma
bondad seria y parca en palabras, la misma fatiga permanente de no se sabia
qué; la misma campechanía noble en la que se manifestaban por igual el
campesino sencillo y el hidalgo distante; la misma habla, un sí es no es,
clásica y ruda; la misma piedad radical, confiada y desesperanzada a un
tiempo; el mismo estremecimiento permanente, callado, gozoso y compasivo
ante la naturaleza; el mismo recogimiento interior, la misma aura de soledad
irremediable; el mismo enraizamiento terrígena, convertido en apego al lar
nativo; el mismo sentido serio ante la vida, aún en el menudear de los gracejos
de la conversación descomplicada y fácil; la misma presencia omnipotente de
la muerte y del demonio; el mismo amor, transido de temor casi morboso, a un
Dios bueno y justo; hasta la misma casa familiar adormilada en los repuestos
de la montaña, «paloma oculta entre el ramaje verde, oveja solitaria en el
gramal».

Cuando viví que Gregorio y los Molinas de mi parentela eran la misma


gente y tenían la misma alma, me pregunté si la obra del poeta no testificaría
el alma traumática de Antioquia, así como la vida de los Molinas testificaba el
alma monacal, tímida, religiosa, seria y recia del Envigado que fue, antes que
pasaran las cosas y advinieran los tiempos que traían los vientos portadores de
“la hojarasca” de las malas hierbas.

Me di a tratarlo, a leer y releer sus poemas, a familiarizarme con su


vocabulario, a meditar el por qué de su melancolía sistemática, a averiguar sus
parentescos, a documentarme sobre sus quehaceres, y llegué a la conclusión
nítida de que la obra literaria de Gutiérrez González, ingenua y sobria y dura y
simple, como las charlas de mis parientes Molinas, era en esencia una
confesión, una crónica moral, que poma al descubierto, a través de la
pequeñez de lo cotidiano, del tematismo melancólico, de la fusión entre
pragmatismo y misticismo, el quid mítico y el sustrato traumático, por traumas
de origen, del pueblo antioqueño.

La obra de Gutiérrez González y las crónicas de arriería y labores


agrarias de mis parientes Molinas, están construidas íntegramente en el mismo
lenguaje duro y elemental: para el uno y los otros, la mujer enamorada está
«vencida» a su amado; unos y otros hablan del «empiezo» de los
acontecimientos; la suma de los hechos es, para el uno y los otros, «un
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montón»; el uno y los otros, gravemente, hablan de «las fraguas tormentosas


del infierno»; las crecientes de Aures y Ayurá, para todos ellos, son
«bombas»; la duda es un «torcedor». Gregorio y los Molinas, en el austero
retiro en que viven, no se cansan de admirar los portentos de la técnica
rudimentaria de su tiempo: los unos, a la escucha de los noticieros en su radio
descomunal, repiten incansablemente su admiración ante el «poder que les dio
Dios a los hombres»; el otro, compara las miradas de la mujer con «alambres
eléctricos», y la oración y la expresión de la mirada, con el “telégrafo
instantáneo que nos une \ con la patria del amor”.

Con mis parientes Molinas, tan cansados de trasegar con sus mulas los
caminos de la patria, jamás se llegó a hablar de algo, sin llegar a conclusiones
de tipo filosófico o moral.

La poesía de Gutiérrez González también revierte siempre a una


vertiente de tipo sapiencial, como que el habla y la literatura de los pueblos
nacientes, trátese de los clásicos griegos o hindúes o de los poemas folklóricos
latinoamericanos, son a la vez historia y sabiduría, crónica épica y silabario
ético.

Al recorrer los poemas de Gutiérrez González nos ponemos, como


sucedía en las charlas con mis parientes, en contacto con un vasto mundo
sapiencial.

¡... unidos hijo y madre


Un mismo cuerpo son, una misma alma!
(La vida, p. 168)

…gozando el vulgo
De la vida, indiferente, Sólo le sirven los males
Para pensar en ¡os bienes...
Vive el hombre un solo día,
Y entre la vida y ¡a muerte
Luchando con ¡a amargura
Sus breves horas se pierden.
Si uno es hoy grande... mañana
Será escarnio de ¡as gentes...
Y será más infeliz
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Aquél que más grande fuere...


Los que hoy oprimiendo mandan
Mañana opresores tienen,
Y el que verdugo fue un día Será víctima el que viene....
(El poeta y el vulgo, pp 190-194)

Sólo ¡a falsa amistad,


Sólo el afecto mentido
Necesitan dar recuerdos
Que duren más que ellos mismos.
(En el álbum. p. 267)

…¡que los goces de la vida rápidos


Riendo vienen y muriendo van!
(A un recién nacido, p. 244)

Yo comprendo lo horrible de la muerte


Porque ¡a muerte es eso: despedida.
(A Manfredo, p. 297)

La obra poética de Gutiérrez González está vivificada, vertebrada, por


la sabiduría, y constituye un itinerario ético que rige, desde el fondo, amores,
dolores, nostalgias y faenas agrarias.

Mis parientes habían olvidado sin esfuerzo, por simple proceso de


autenticidad e identificación con la tierra nativa, toda la historia y toda la
geografía de la tierra de sus mayores; citaban, ocasionalmente, andrajos de
genealogías o evocaban alguna anécdota de sus mayores sobre los Molinas
viejos, venidos de Toledo; pero realmente ni les importaba, ni sabían muy bien
de qué estaban hablando: «allá lejos», era todo el mundo de sus ancestros.
Otra cosa era oírlos hablar de la cosecha que granaba; de los ríos en crecida
durante los inviernos, cuando ellos viajaban con sus muladas hasta Popayán,
Honda o Mariquita; de las maderas resistentes a las asechanzas del comején;
de los detalles de la construcción del templo, en los días de la plaga de
langostas. Ya eran gente de aquí; agolpes de vida americana, ya eran pura
envigadeñidad.
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Para Gutiérrez González la cultura europea es un vejestorio rendido de


siglos, cuyo acontecer tiene el signo de la importunidad y la mentira, mientras
que Latinoamérica es el borbollón de la vida naciente. Así se amonesta a sí
mismo, en El Romanticismo Tétrico, para animarse en el duro combate que
sostuvo por su autenticidad, en lucha contra la tentación de las modas
literarias románticas que llegaban a través de las obras de Zorrilla, Espronceda
y el Duque de Rivas:

Deja los vuelos del febril cerebro


Del viejo mundo al fatigado ingenio,
Donde las alas del altivo genio
Rendidas están ya;
Naturaleza, poco rica en galas,
Muéstrase allí sin brillo, sin encanto,
Y su agotada inspiración, en tanto,
Incierto giro al pensamiento da.
¿Seguirás en sus pasos importunos
A los que adoptan la moderna escuela,
Y cuyo ingenio a la mentira apela
Para sus cuadros tétricos pintar?
Canta a este mundo que de polo a polo
Majestüoso sobre el mar se extiende,
Canta este cielo que sobre él suspende
Magnifico dosel.
Cántalo, si, que al bardo americano
Un nuevo numen inspirarle debe,
Porque en su suelo inspiraciones bebe,
Nuevas y grandes, como grande es él....
(El romanticismo tétrico, pp 174-175)

¿Cuál la psicología de Gregorio Gutiérrez, para que pudiera convertir en


mito la cotidianidad del pueblo y llegara a ser el testigo de los traumas de
origen del alma antioqueña?

La misma de don Manuel Molina y su esposa la matrona Mercedes


González. Habitantes de una casona hermosa en la ladera oriental de la
montaña, oráculos indiscutidos del vasto clan familiar, pasaron décadas, el
uno al lado del otro, monosilábicos y hieráticos, rumiando pesadumbres y
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piedades, sentados en sus sillones de cuero crudo, en el corredor que


dominaba el apacible vallecito de la Ayurá.

Gregorio Gutiérrez creció en el seno de una familia hidalga, respetada,


honorable y económicamente solvente; se educó en el seminario de Santafé de
Antioquia y en el colegio de San Bartolomé; estuvo emparentado con
presidentes, obispos y fundadores de pueblos; se gradué de abogado, en
tiempos de magnificación de jurisperitos; fue representante ante el Consejo de
Estado; estuvo desposado con doña Juliana Isaza, una mujer, toda amor; fue
paterfamilias respetado, padre de trece hijos. Disponía de todo lo necesario
para ser feliz, pero como los Molinas, parientes míos, debiendo ser dichoso
opté por la pesadumbre definitiva porque era heredero de traumatismos de
origen que patentizó en sus poemas.

Tres razones se han aducido para explicar la pesadumbre de Gutiérrez


González: el desamor de Temilda, la chiquilla bogotana de sus amores de
adolescencia; el azaroso y equivocado diagnóstico de cardiopatía grave, que le
hizo el doctor Cheyne, cuando el poeta era apenas un adolescente de diez y
nueve años; las dificultades económicas, que como la mayoría de las familias
de entonces, a causa de las nefastas guerras civiles decimonónicas, hubo de
afrontar su familia.

El recuento que de su personalidad nos han dejado José María Samper,


Salvador Camacho, y Ñito Restrepo, entre otros, nos lo muestra como un
personaje agradable, netamente sentimental, marcadamente emotivo,
débilmente activo, definidamente secundario; delicado en citrato con los
demás, silencioso y abstraído (sobre todo en las sesiones parlamentarias),
lento en su hablar suave, pulcro y honrado hasta el extremo, absolutamente
veraz, ágil en la captación de los valores estéticos, picante en los gracejos,
profundamente inclinado a la piedad intimista. Cree uno, de no ser por la
aparición de su figura en esporádicos escarceos políticos, que se trata, no de
Gutiérrez González sino de un Molina de las vertientes de la Ayurá.

La lectura de su obra confirma en todas sus dimensiones los rasgos de


su personalidad que sus contemporáneos nos han dejado, como que está tejida
de un aura de mansa ternura; discurre entre los encantos eglógicos de la tierra
nativa, los dolores de la orfandad, el desgarramiento de la muerte siempre
presente; y se apoya en los consuelos de la oración, y en la esperanza de la
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eternidad, siempre al fondo y siempre más real que todo lo real, dentro de una
visión embrionariamente platónica, constituida por los universos evanescentes
del tiempo y los absolutos y firmes de la eternidad.

Hombre de inteligencia aguda y de hombría de bien a toda prueba,


Gutiérrez González llegó a ser combatiente de guerra civil, senador,
magistrado, secretario de guerra del Departamento, candidato a la gobernación
de Antioquia; pero no fue nunca un verdadero hombre de acción; pasó su corta
vida en cargos sin mayor relieve ni significación, casi vegetando al ritmo de
los aconteceres aldeanos, como juez pueblerino, miembro de juntas
electorales, teniente de poblachones de tierra fría, hasta que se dejó morir
tempranamente de fatiga vital y de pesadumbres traumáticas de drama
ancestral, lo mismo que mis parientes Molinas que se murieron sólo de
desinterés vital.

Hoy, como en los días de su existencia en las aldeas del lar antioqueño,
Gutiérrez González, sigue siendo un desconocido para las actuales
generaciones de la confederación aldeana que llaman metrópoli. Pero su obra
no desaparecerá, porque está madurando en los odres de la historia, ya que lo
que encarna no es el acontecer anecdótico y episódico de un siglo preterido,
sino las raíces míticas y traumáticas del pueblo antioqueño, en lo cual radica
su poder demiúrgico de convocatoria a las fuerzas ancestrales que constituyen
el origen de los pueblos, y no desaparecen jamás.

III

Si no hay mito no hay pueblo.

Los mitos no nacen de los pueblos; los pueblos nacen de los mitos.

Cuando la cotidianidad, que es apenas anécdota, llega a transformarse


en mito: relato esencial que vertebra, jerarquiza, interpreta, y vincula con las
fuerzas primigenias todo el acontecer prosaico, el grupo social sufre una
transformación radical, y de simple agrupación que deviene, pasa a ser
comunidad de destino y conciencia, y se convierte en pueblo.

Los individuos que han asumido plenamente la realidad social germinal


en que viven, son los instauradores del mito, pues tienen el poder de que
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carecen sus congéneres: el de convertir en palabra, valor, paradigma, fuerza


teleológica, lo que antes era simple estar o simple acontecer sin sentido
genesiaco.

La comunidad, en comunión inconsciente con la naturaleza y con los


hombres, va viviendo el mito como anécdota diaria, sin conciencia de estar
haciéndolo.

Cuando en el grupo humano, una conciencia social madura de tal modo


que es capaz de abarcar sin escisiones toda la realidad natural y social y de
descubrir en ella, más allá del fenómeno, el valor y la sustantividad
constitutivos de un modo de ser propio y distinto, y de expresar esa vivencia
de manera paradigmática para la sociedad en que vive, el mito ha sido
instituido y adquiere vigencia intemporal y determinante en el acontecer de la
comunidad, que gracias a él, se ha convertido en pueblo.

Gregorio Gutiérrez González es el modelador del mito antioqueño, pues


en su conciencia prodigiosa, las realidades más elementales y manidas se
transforman taumatúrgicamente en fuerzas paradigmáticas y modelos sacrales
del acontecer humano antioqueño, porque él descubre el poder de génesis
social que ellas encierran.

Veamos cómo construye Gutiérrez González el mito antioqueño.

Los pueblos precolombinos vivieron sus mitos; los pueblos negros y los
pueblos europeos, los suyos; de la fusión de pueblos, tras un largo proceso de
simbiosis y traumas, surgió el pueblo latinoamericano, y dentro de él, el
pueblo antioqueño, constituido, como todo pueblo, sobre el mito; sobre un
nuevo mito que no era ya ni el mito precolombino, ni el africano, ni el
europeo.

Se fue viviendo una cotidianidad que no era ya ni indígena, ni negra, ni


europea; pero se la vivía sin conciencia de su novedad, ni de su identidad, ni
de su substrato permanente y fundante de nuevas realidades.

Gregorio Gutiérrez González fue el primer relator del mito antioqueño,


porque aunque es verdad que antes de él hubo contadores de mitos viejos de
Amerindia, África y Europa, hubo vivencia de realidades constitutivas de un
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nuevo modelo social; hubo relaciones hombre - mundo - divinidad, de tipo


puramente mítico, también es verdad que nadie había hecho conciencia de la
nueva realidad mítica surgida en la comunidad antioqueña.

Fue Gregorio Gutiérrez González, quien por primera vez en Antioquia,


expresó la relación vida - naturaleza - cultura-sociedad - divinidad, como un
todo sacral, constitutivo de un nuevo modelo de existencia en América. Él fue
el primero en totalizar y expresar como totalidad modeladora esa realidad
vivida pero no concienciada.

Lo que Gutiérrez González nos presenta en su poema sobre el Cultivo


del Maíz, no es una simple crónica descriptiva o un relato legendario; es una
acción existencial que involucra la totalidad de los hombres y de sus
actividades, que señala hitos y linderos de los que dependen el ser y el modo
de ser de la sociedad antioqueña como pueblo.

Lo que Gutiérrez González presenta a lo largo del poema sobre el


Cultivo del Maíz, no es el análisis conceptual de unos fenómenos, sino la
visión emocional y comprensiva, vivencial, axiológica y teleológica de la
realidad cotidiana como paradigma del pueblo antioqueño. Eso es lo que
expresa al decir:

No usaré del lenguaje de la ciencia,


Para ser comprendido por el pueblo;
No estarán subrayadas las palabras
Poco españolas que en mi escrito empleo,
Pues como sólo para Antioquia escribo,
Yo no escribo español sino antioqueño.
(Señores socios de la
Escuela de Ciencias y Artes, p.410)

El mito se constituye cuando la vivencia abarca la totalidad de


universos: físico, social, ético, sobrenatural, y los expresa como totalidad.

Cuando una sociedad ha descubierto que está inserta en un contexto


natural, social y metafísico del que no podrá salirse y dentro del cual tendrá
que vivir cíclicamente su realidad humana y social, entonces nace el mito.
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Eso es lo que sucede en el poema sobre el Cultivo del Maíz. En él


confluyen la totalidad del ser antioqueño y la conciencia de que se posee una
manera de ser propia, de la que ya no será posible evadirse: la naturaleza, los
quehaceres más inmediatos y manidos; los hombres, el sentido de los valores,
las fuerzas superiores. Todo de consuno yen acción, para establecer y
perpetuar un modo de vida.

En el Poema todo es viviente, porque en el mito sólo tiene lugar la vida;


los mitos son la expresión de la vida; en los mitos no se trata más que de
captar y expresar la vida multiforme, en acción.

El viento...
Con voz ahogada y fúnebre susurra,
Como un eco lejano de otro tiempo,
Como un vago recuerdo de ventura.

Los árboles…
Tienen guardados los aromas
Con que el ambiente en su vaivén perfuman.

Durante la tala,

A cada golpe el árbol se estremece,


Tiemblan sus hojas, y vacila y duda....

Los árboles derribados,

Se atropellan, se enredan y se empujan.

(Memoria sobre el cultivo del maíz, pp.4 13-416)

La enredadera es «tímida» (p.417); el humo es «caprichoso»(p.417); la


roza quemada, un «vivac de un ejército acampado» (p.419); la mata de maíz
está «rodeada de alegres compañeras / rebosando de salud y dicha ansiando»
(p.424); el turpial se mece «galán y enamorado» (p.426).

El poema sobre el Cultivo del Maíz, está concebido y expresado dentro


de la concepción circular del tiempo, que es la temporalidad propia del mito,
20

que retorna siempre al origen, ya que en los modelos originales encuentra la


autenticidad que legitima la iteractividad de una existencia que ya no puede
ser de otra manera, por imperativos naturales, culturales y sobrenaturales.

Dentro de esa concepción circular de un tiempo que retorna


necesariamente a su origen para purificarse y permitir que la vida continúe, se
inscribe el rito que es la manera de hacer que los tiempos y los hechos nuevos
entren en comunión de experiencia y de acción con las realidades fundantes,
que existieron en el tiempo original.

El poema sobre el Cultivo del Maíz constituye un mito y un ritual


agrarios cuya acción vivificadora se realiza a través de un ciclo de socola,
derriba, siembra, desyerba y cogienda, que debe repetirse siempre, para que al
pueblo le sea posible vivir.

En el poema aparecen todos los elementos del mito y todos los


instrumentos y ceremoniales del rito, pues el mito no se dice, sino que se
celebra:

Primero, los ropajes propios del ritual agrario: calzón de manta, camisa
de coleta cruda, sombrero de caía con el ala prendida de la copa con la aguja,
carriel de nutría.

Luego, los instrumentos para el sacrificio de la vida vegetal y animal: el


cuchillo de afilada punta, el calabozo que en el sol relumbra, el hacha afilada,
el azadón, el recado de sacar candela.

Más adelante, el rito sacrificial realizado por el acero y por el fuego, en


el que son entregados a la muerte enredaderas, bejucos, matas, árboles y
animales, en el ritual de la socola:

Los débiles arbustos, los helechos


Y los bejucos por doquiera truncan.
Las matambas, los chusques, los carrizos,
Que formaban un toldo de verdura,
Todo deshecho y arrollado cede
Del calabozo a la encorvada punta
21

En el ritual de la derriba:

Y a dos manos el hacha levantando,


Con golpe igual y precisión segura,
Y redoblando golpes sobre golpes,
Cansan los ecos de la selva augusta.

Una fila de árboles picando


Sin hacerlos caer, está la turba,
Y arriba de ellos, para echarlo encima,
El más copudo por madrino buscan.

Y vencido por fin, cruje el madrino,


Ye! otro más allá: todos a una,
Las ramas extendidas enlazando,
Con otras ramas enredadas pugnan;

Y así arrollados en revuelta tromba


En trueno sordo, aterrador retumban
El viento azota el destrozado monte,
Todo queda en silencio. Acaba el día.

En el ritual de la quema:

Prenden la punta del hachón con yesca,


Y brotando la llama al ventearlo
Varios fogones en contorno encienden,
La Roza toda en derredor cercando.

Lame la llama con su inquieta lengua


La blanca barba a los tendidos palos;
Prende en las hojas y chamizas secas,
Y se avanza, temblante, serpeando.

La llama crece...
Lenguas de fuego por doquier lanzando.
22

Aves y fieras asustadas huyen;


Pero encuentran el fuego a todos lados,
El fuego, que se avanza lentamente
Estrechando su círculo incendiario.

Hasta que

Sobre el monte, la Roza y el contorno


Tiende la noche su callado manto.

(Memorias..., pp. 412419)

También presenta el poema la naturaleza transformada en espacio


sagrado, como templo para el sacrificio:

Los árboles elevan sus cañones


Hasta perderse en prodigiosa altura,
Semejantes de un templo a los pilares
Que sostienen su toldo de verdura;
Varales largos de ese palio inmenso.
De esa bóveda verde alias columnas.

Muestra el cachimbo su follaje rojo,


Cual canastillo que una ninfa pura
En la fiesta de Corpus, lleva ufana
Entre la virgen, inocente turba.

El nido del gulungo

De un árbol en las ramas extendidas


…se columpia blandamente al viento,
Incensario de rústica capilla.

(Memoria..., pp. 413426)


23

Las faenas se realizan entre cantares de la tierra, ésos y no otros, ya que


forman con la tierra y el trabajo una unidad de origen y de expresión, porque
en el mito todo está vivo y todo posee un alma sacral común:

Mientras socolan, los peones van

Cantando a todo pecho la guavina,


Canción sabrosa, dejativa y ruda,
Ruda cual las montañas antioqueñas,
Donde tiene su imperio y fue su cuna.

(Memoria..., p. 412)

Y cuando siembran, siguen cantando SIEMPRE la guavina, porque los


himnos míticos, por su carácter litúrgico, no son mutables, pues están
adheridos a la tierra y tienen el mismo carácter de perdurabilidad del mito que
expresan.

Los sembradores

Como blancas manadas de corderos,


Sobre el oscuro fondo del quemado,
Cantando alegres, siempre, la guavina.
Teñidos de carbón, siguen sembrando.

(Memoria...,p. 421)

Al ritual sacrificial de muerte que lleva la naturaleza a su estado


originario de esterilidad y caos, le sucede dentro del mismo poder genético del
mito, la eclosión de la vida que renace al conjuro de los dioses, que hacen
surgir de la muerte la vida, por la fecundación de las entrañas vírgenes:

América es una virgen de entrañas fecundas:

¡Qué bello es el maíz! Mas la costumbre


No nos deja admirar su bizarría,
Ni agradecer al CIELO ese presente,
Sólo porque lo da todos los días.
24

El don primero que «con mano larga»


Al Nuevo Mundo el HACEDOR destina;
El más vistoso pabellón que ondula
De la VIRGEN América en las cimas. *

La mata de maíz es una doncella núbil:

Semejante a una joven de quince años,


De esbeltas formas y de frente erguida,

Rodeada de alegres compañeras


Rebosando salud y ansiando dicha.

El sembrado es un ritual de iniciación y de fecundación virginal, al que


concurre la naturaleza toda:

Forma el viento al mover sus largas hojas,


El rumor de dulzura indefinida
De los trajes de seda que se rozan
En el baile de bodas de una niña.

Brota el blando cabello del filote,


Que muellemente al despuntar se inclina;
El manso viento con sus hebras juega
Y cariñoso el sol las tuesta y riza.

La mata el seno suavemente abulia


Donde la tusa aprisionada cría,
Y allí los granos, como blancas perlas.
Cuajan envueltos en sus hojas finas.

Los chócolos se ven a cada lado,


Como rubios gemelos que reclinan
En los costados de su joven madre
Sus doradas y tiernas cabecitas. (Memoria..., pp. 423-425)
__________________
* El subrayado es mío.
25

El origen sobrenatural de la vida, surgida del aniquilamiento, por el


acero y el fuego, ya no es una obra del hombre, está en manos de la divinidad
que cuida de ella.

Se trata ahora del mito impetratorio y latréutico, para que no falte la


lluvia que garantiza la vida.

En el poema aparecen bien señalados todos los elementos míticos del


rito impetratorio:

La presencia y la acción de todo el pueblo, porque los hechos míticos no


son acciones de individuos sino de la persona corporativa, ajena a los
agrupamientos de clase que son productos ulteriores del hombre político:

Hoy han resuelto los vecinos todos


Hacer a la patrona rogativa.
Para pedirle que el verano cese,
Pues lluvia ya las rozas necesitan.

Nuestro patrón y el grupo de peones


Mezclados en la turba se divisan
Murmurando sus rezos, porque saben
Que Dios su oreja a nuestro rezo inclina.

(Memoria..., pp. 421-422)

La imagen sagrada, tosca, deshumanizada, porque no representa la


imagen común de la mujer, sino que es icono intemporal de la virginidad
modelo que actúa en el surgimiento de la vida en la tierra:

Va detrás de la cruz y los ciriales


Una imagen llevada en andas limpias,
De la que siempre, aún en imagen tosca,
Llena de gracia y de pureza brilla.

(Memoria... p. 421)
26

Aparece también el rito procesional, que revive los éxodos originantes y


teleológicos del pueblo, y allí, indestructible, el trauma antioqueño del
individualismo que hasta en la oración comunitaria hace su aparición.

Todo el pueblo la sigue, y en voz baja,


Sus oraciones cada cual recita,
Suplicando a los cielos que derramen
Fecunda lluvia que la tierra ansía.

(Memoria... p. 422)

Finalmente, apunta Gutiérrez cómo se trata de ritual cristiano, porque el


mito antioqueño tiene la especificidad de sus raíces de cristiandad europea:

¡Hay algo de sublime, algo de tierno


En aquella oración pura y sencilla.
Inocente paráfrasis del pueblo
Del «danos hoy el pan de cada día!

(Memoria..., p.422)

Los frutos de la tierra, surgidos en la misma situación original de no-


vida, por poder de seres superiores, en el misterio de la nubilidad virgen,
adquieren por tanto una condición sacral, pues participan de la misma
condición primigenia de los primeros frutos terrenos nacidos de la nada y de la
naturaleza de la divinidad que los llamó a la vida; constituyen una trinidad, tal
como la Trinidad divina, que fecundé la tierra virgen de América:

¡Salve, segunda trinidad bendita,


Salve, frisoles, mazamorra, arepa!
Con nombraros no más se siente hambre.
”¡No muera yo sin que otra vez os vea!”

(Memoria..., p.430)

La captación de ese carácter único y filogenéticamente ligado con las


divinidades, que poseen los alimentos de la tierra, está necesariamente ligado
27

a la tierra misma y es sólo comprensible para quienes estando ligados


genéticamente a ella, no han abjurado de ese vínculo:

Pero hay, ¡gran Dios!, algunos petulantes


Que sólo porque han ido a tierra ajena
Y han comido jamón y carnes crudas,
De su comida y su niñez reniegan,

Yo quisiera mirarlos en Antioquia


Y presentarles la totuma llena
De mazamorra de esponjados granos,
Más blancos que la leche en que se mezclan;

¡Oh! ¡comparar con el maíz las papas,


Es una atrocidad, una blasfemia!
¡Comparar con el rey que se levanta
La ridícula chiza que se entierra!

(Memoria..., pp. 430-431)

La vida está condicionada por el pan, por eso dentro del ritual mítico de
la cocción de los alimentos, preparados con el mismo fuego que sacrificó la
vida de plantas y animales para que se revivieran el caos y el vacío originales
en donde fuera posible la manifestación de los poderes divinos que originaron
la primera cosecha y originan la actual, la cocinera se pone en gesto ritual en
comunicación con los restos de la naturaleza sacrificada, que ha revivido en
los nuevos frutos:

Se moja en agua-masa las dos manos,


Las pone encima de ceniza fresca,
Las sacude muy bien, y en la agua-masa
Las lava luego y la ceniza deja.

(Memoria..., p.429)

E invoca sobre los alimentos que va a cocinar, la protección del dios


que los llamó a la vida, después de la hecatombe de la muerte:
28

De agua-masa y arroz llena la olla


Le echa la bendición, y la menea.

(Memoria..., p.429)

El ciclo de la cosecha que es el ciclo mismo de la vida del hombre


antioqueño, que para ella y de ella vive, termina con el ritual de comunión, en
el que el Dios de la tierra, bendecidos por la mano de la cocinera, les entrega
como alimentos los frutos que el trabajo produjo en el misterio de la
virginidad.

A las dos de la tarde suena el cacho


Para que todos hacia el rancho vengan,
Pues ya está la comida. Van llegando
Y en el suelo sentados forman rueda.

(Memoria..., p.429)

Es el más sencillo de los rituales es el ritual de la abundancia, que llega


hasta los hombres por manos del más humilde de los servidores: «El
muchacho que ayuda en la cocina». (p.430)

Es la expresión de la generosidad de Dios, de la fecundidad de la tierra


virgen, de la laboriosidad de los hombres, que se manifiesta bajo el signo de la
abundancia:

Frisoles con carne de marrano, la «mazamorra de esponjados granos,


cual isla de marfil que en leche flota»; el caliente claro, la arepa, el dulce
melcochudo, ye! agua que mantuvo la fecundidad de la tierra y consuma la
cena, haciendo las veces de vino opulento en una tierra de pobres.

La celebración de la cena lleva a la evocación de los demás alimentos


de la tierra, todos ellos signos de la generosidad de Dios:

Los frisoles verdes con el mote de chócolo... La tajada de aguacate,


blanda, amarilla, mantecosa y tierna... La postrera de espumosa leche con
arepa de chócolo... Arepa dorada, envuelta en hojas,/ que hay que soplar
porque al partirlo humea... La natilla, la más sabrosa de todas las comidas de
29

la tierra... La fermentada en tarros, /... remedio del calor, chicha


antioqueña! ... Y el mote, los tamales, los masaos/ el guarrús, los buñuelos, la
conserva…!

(Memoria..., p.431 - 432)

La cena, que devuelve al hombre su esfuerzo convertido en alimento,


transforma el maíz en símbolo totémico que encarna y representa la fuerza
vital, pues es mediador entre el hombre y las fuentes de la vida; por eso, el
maíz es «El rey que se levanta» porque

Mil y mil manjares deliciosos


Da el maíz en variedad inmensa.

(Memoria..., p.432)

Como colofón del poema, Gutiérrez González presenta la vivencia de


comunión con la naturaleza como dinamismo estructurador del carácter
labriego del pueblo antioqueño: el mito agrario, que vive por sí mismo,
enraizado más allá de la palabra y patentizado en un escenario natural, fuera
del cual la vida del hombre pierde su sentido:

... vosotros, pobres socios


De una Escuela de Artes y de Ciencias,
Siempre en medio de libros y papeles
Y viviendo en ciudades opulentas;

Nacidos en la alcoba empapelada


De una casa sin patios y sin huerta,
Y que jamás otro árbol conocisteis
Que el naranjo del patio de la escuela.

Vosotros, ¡ay! cuyos primeros pasos


Se dieron en alfombras y en esteras
Y, lo que es más horrible, ¡con botines!
¡ Vosotros, que nacisteis con chaqueta!

Vosotros, que no os criasteis en camisa


30

Cruzando montes y saltando cercas,


¡Oh!, no podéis saber, desventurados,
Cuánta es la dicha que un recuerdo encierra!

En fin… vuestra vejez será horrorosa,


Pues no habéis asistido a una cogienda.

(Memoria..., pp.433-434)

El mito, por su propia fuerza, y no por procesos electivos humanos, es


realidad constitutiva del espíritu, pues posee autonomía existencial
modeladora del ser, que nada puede destruir.

Esos recuerdos con olor de helecho


Son el idilio de la edad primera,
Son la planta parásita del hombre,
Que, aún seco el árbol, su verdor conservan.

(Memoria..., p. 432)

IV

¿Cómo llega a estructurarse la conciencia de pueblo, una vez que ha


surgido el mito fundante?.

Pueblo es la suma de energías individuales amalgamadas para formar


una psiquis común, un alma colectiva, un espíritu, una cultura, capaz de
reconocerse en el actuar de cada uno de los individuos que la comparten y de
actuar unificadamente a través de una conciencia colectiva.

Pueblo es comunidad de energías, interacción psíquica capaz de crear


un alma colectiva, manifestada en valores comunes que originan cánones
estéticos, afectivos, políticos, religiosos, comunes también, y capaces de
responder a las necesidades humanas comunitarias de acuerdo con el alma
colectiva, nacida del común obrar y el común padecer.

Agonías individuales, vividas dentro de signos axiológicos diversos, no


pueden liberar las formas sociales de la energía vital constitutiva del pueblo.
31

Sólo cuando el compadecer hace advenir, a través del sufrimiento, una


conciencia común, puede surgir la conciencia de pueblo.

Cuando en un doble proceso, el pueblo conquistador, por


distanciamiento cronológico, despertar de nuevos intereses, olvido atávico,
pierde la nostalgia de sus orígenes, y el pueblo conquistado, por fatiga de
lucha, intereses pragmáticos, desmotivación emocional, mezcla racial, pierde
su pugnacidad defensiva, llega a formarse un nuevo pueblo, nacido de
conquistadores y conquistados, integrados ya, en razón del surgimiento de una
nueva conciencia social que no es ni la del uno ni la del otro.

En el surgimiento de los pueblos se trata de tensión liberadora de


energías vitales, a través de olvidos, rupturas vitales, coacciones,
incertidumbres, angustias, que en la misma medida en que liberan y crean,
hieren y traumatizan.

La noción de pueblo pertenece a la esfera de la problematicidad, y


dentro de ésta, a la esfera del trauma, pues en el orden del acontecer social es
imposible llegar a la experiencia genética de pueblo sin que a ella se
incorporen rasgos traumáticos, originados en la incapacidad de asimilación
consciente de procesos vitales.

Todas las cosmogonías, gestas épicas primitivas, rituales, tragedias y


liturgias, testimonian una común experiencia de rencores, fobias, filias y
remordimientos, revestidos de diversos ropajes catárticos, punitivos,
latréuticos, patológicos, que no son, en fin de cuentas, otra cosa que el
catálogo de los traumas de origen: dioses que se destrozan entre sí para dar
origen a las fuerzas del bien y del mal; divinidades insaciables que originan
cultos de sangre y de prostitución sacralizada; padres e hijos que se odian de
muerte y con sus sangres derramadas originan pueblos para la guerra y el
odio; hermanos irreconciliables que a través de su rechazo mutuo engendran
culturas secularmente antagónicas; amores incestuosos o bestiales que hacen
surgir naciones para la catástrofe y la perversidad.

Salmodia, épica, drama, tragedia, teurgia, exorcismo, no han sido otra


cosa que tareas de purificación de conciencias individuales y colectivas,
32

acogotadas por traumas no asimilados ni asimilables, originados en la


agonística del nacimiento de los pueblos.

Cada pueblo tiene su neurosis generativa propia, revestida de


características específicas, determinadas por su medio geográfico, étnico,
histórico, que hubo de afrontar para llegar a constituirse como pueblo.

Todo pueblo, sin saberlo, ni quererlo, ni entenderlo, tiene que afrontar


múltiples traumas.

Trauma del miedo a lo desconocido, que es el trauma de parto: cambio


de medio psíquico y afrontamiento de senderos difíciles y tareas nuevas que ni
siquiera se sospechaban, y para las cuales el pueblo naciente no estaba
preparado.

Los rituales conmemorativos, funerarios y exorcizantes, constituyen


formas de asimilación de este trauma.

Trauma de escisión, que es el trauma del destete: tensión


permanentemente insatisfecha entre pasado y futuro, urgencia de decisión
entre valores y cultura fundantes y nacientes, formas sociales regresivas y
renovadoras.

Los festejos públicos, tradicionalistas los unos y renovadores los otros;


los rituales y estereotipos sociales arcaizantes, son formas de asimilación de
este trauma.

Trauma de la violencia, es el trauma de adolescencia: inagotable espíritu


de bizarría, libido de posesión, psicología de la apariencia, vanidad del poder,
mantenidos a través de la justificación legal de la violencia institucional, para
hacer surgir el nuevo pueblo.

La creación de héroes y mártires, la conversión del acontecer cotidiano


en entelequia jurídica que magnifica y legaliza las acciones de fuerza, son
formas de asimilación de este trauma.

Trauma de carencia, que es el trauma de la maduración: desligamiento,


por olvido, de los hitos y mitos del pasado, y persistencia mortificante de las
33

carencias iniciales; conciencia de incapacidad constitutiva para realizar las


utopías propuestas.

La instauración de las clases sociales, que delega en una porción del


pueblo la incapacidad y la inoperancia, y así justifica la incapacidad de la otra
porción popular, es su expresión más acabada.

La creación de los códigos éticos y la institucionalización de las


jerarquías sociales son las formas de asimilación de este trauma.

Trauma del avergonzamiento, que es el trauma de la insignificancia


sociocultural, percibido a través de la vivencia del menosprecio del que es
objeto el pueblo naciente, mirado por los pueblos conquistadores como
híbrido y minusválido.

Se manifiesta como inseguridad disfrazada de caudillismos vanidosos y


prepotentes, alianzas políticas erráticas, espíritu de servilismo imitativo.

Los intentos de justificación de la dependencia política, económica y


cultural, que equivale a la negación de las propias raíces, es la forma propia de
asimilación de este trauma.

Trauma de la culpabilidad, que es el trauma de la voluntad. Expresa el


dolor de la lucha, cuando se va tomando conciencia de la magnitud del
sacrificio, la cantidad de sangre y muertes injustificadas, la ingente pérdida de
valores que demandó el surgimiento del nuevo pueblo.

Las formas sociales de asistencialismo, los rituales expiatorios, los


mitos demoníacos, el miedo al castigo, son sus manifestaciones.

Se asimila a través de las éticas punitivas, la religiosidad expiatoria, la


invención de personajes y acontecimientos dotados de poderes vicariales de
liberación.

Trauma de las creencias, que es el trauma de la dicotomía existencial.


Se origina en la muerte y nacimiento de los dioses yen la destrucción y
entronización de fetiches, rituales y mitos.
34

Se manifiesta en el conflicto entre el escepticismo y la creencia, la


confusión entre religiosidad mística y religiosidad profética, la incertidumbre
entre el progresismo y el eterno retomo. Es una forma de perplejidad
permanente entre la razón y la vivencia; la vida y la muerte.

Se asimila por la reelaboración de los mitos primitivos y el intento de


conceptualizar, sistematizar y racionalizar las viejas categorías existenciales
dentro de una doctrina orgánica, y por la instauración del nuevo mito.

El pueblo latinoamericano conserva de sus sociedades que le dieron


origen, sólo pequeñas minorías blancas, negras e indígenas, incapaces de
expresar la nueva conciencia colectiva, pues constituyen humanidad
traumatizada que vive en estado de diáspora o ghetto, en la nostalgia
enfermiza de su pasado.

La gran masa popular latinoamericana, nacida de la amalgama de


sangres, conciencias y culturas, tampoco logra expresar serena y
equilibradamente la nueva conciencia social, pues vive toda la gama de los
traumatismos de origen desde una experiencia carente de vivencias que le
permitan asumir plena y serenamente su realidad.

En la heteróclita sociedad lationoamericana cada grupo humano vive a


su manera los traumas de origen: a las aristocracias blancas de pueblos y
ciudades viejas, las caracteriza la voluntad de aislamiento menospreciador; al
gaucho, la esquivez refugiada en la soledad rural; al guaraní, la dulzura de la
pesadumbre; al negrerío, el espíritu evasivo, holgorista y agorero; a los
indígenas andinos, la pesadumbre silenciosa y cazurra; a las comunidades
mestizas, urbanas o rurales, el espíritu snobista e imitador de extranjerismos.
En América Latina no hay serenidad, claridad, ni capacidad de sosiego.

Dentro de esa multiplicidad de tipos comunitarios, el pueblo antioqueño


vive su trauma de origen en el aislamiento de una geografía áspera y pobre,
que origina el trauma del aislacionismo; la pobreza, siempre amenazante y
nunca superada; la hiperestesia de la religiosidad, tan esperanzada como
temerosa; el moralismo filisteo, el errabundaje mercantilista y un confuso
sentido del honor, entendido, a la par, como fidelidad femenina a toda prueba,
y actitud arrogante y larvadamente agresiva en defensa del propio territorio.
35

Gregorio Gutiérrez González vivió la época exacta del surgimiento


traumático de la conciencia antioqueña.

Fue la época del santanderismo intemperante y del radicalismo liberal,


que encarnaron la bizarría legalista y politiquera, enfrentada a la bizarría
teocrática y ungida, originadas ambas en las mañas legalistas de Francisco de
Paula Santander, una vez que no logró hacerse a los derechos del patronato
eclesiástico español que reclamaba para sí, a nombre del estado colombiano,
luego de terminadas las guerras de independencia.

El juridicismo santanderista acabó por destruir, en germen, la naciente


conciencia bolivariana de patria continental, y por potenciar los regionalismos
agresivos que se institucionalizaron como agresividad jurídico-militar en las
provincias pobladas por la aristocracia criolla que subsumió la noción de
patria en las nociones localistas de provincia y feudo, equivalentes a la noción
de colonialismo provinciano, como ya se vislumbraba que sucedería, desde los
días del memorial de agravios de don Camilo Torres que reclamaba para los
criollos los derechos de los españoles, que en América nunca fueron otra cosa
que depredación, vasallaje y dominación.

Gutiérrez González, heredero de sangres españolas, pero ya antioqueño


raizal, hereda por esta vía todos los traumas de origen del pueblo paisa, y
aunque participa en todas las empresas populares es, al mismo tiempo, un
antípoda de sus conciudadanos: apoya, sin entusiasmo, las guerras federalistas
y combate en el congreso, también sin entusiasmo, las divisiones federales;
hace poemas al federalismo en pie de guerra y firma proposiciones en contra
del Estado federal; le toca vivir el proceso de desamortización de bienes
eclesiásticos y el destierro de clérigos y obispos, muy parientes suyos, y acaba
por saturarse de una conciencia de pesadumbre por la inutilidad de la lucha
emancipadora: en sus poemas no hay una sola palabra de alabanza para los
héroes de la independencia.

Su poemática transpira una gran soledad, un gran aislamiento, una gran


insularidad, una gran religiosidad: todas las formas de manifestación del
trauma de origen del pueblo antioqueño.

V
36

A través de la obra de Gutiérrez González, estudiaremos los traumas


generativos del pueblo antioqueño.

El trauma del aislamiento

El trauma del aislamiento es el trauma fundamentador de toda la


traumaticidad social antioqueña.

Lejos de mar y ríos, el aislamiento geográfico de Antioquia devino en


aislamiento cultural y social, lo que a su vez determinó la conformación de un
pueblo intelectualmente pobre y volitivamente recio. Por carencia de recursos
intelectuales, el pueblo antioqueño se hizo voluntarista: ariscamente
autonomista, quisquillosamente independentista, repelentemente aislacionista
e individualista, tosca y desmañadamente afirmativo.

El trauma del aislamiento se manifiesta nítidamente en la obra de


Gutiérrez González, así:

Gusto deleitado por la soledad y desdeñoso apego a la oscuridad y el


retraimiento:

¡…es mejor en soledad el llanto,


¡ Y crece tanto
Nuestra dicha en humilde oscuridad!
Sólo en oscuro, retirado asilo
Puede tranquilo el corazón gozar;
Sólo en secreto sus favores presta
Siempre modesta
La que el hombre llamó felicidad.

(¿Por qué no canto? p. 270)

Actitud defensiva ante la mala condición del hombre:

Bendita para siempre


Mi soledad tranquila,
Donde jamás se asila
Del hombre la maldad.
37

Aquí morir prefiero,


Do mi dolor mitiga
La soledad amiga,
Mi dulce soledad.

(Mi dulce soledad, p. 243)

Y ante las añagazas de la sociedad, pues el mundo es constitutivamente


mentiroso y nada confiable:

¡…esos placeres
De la agitada vida
Que alegre y fementida
Nos da la sociedad.

(Mi dulce Soledad, p.241)

Tal es el mundo, un montón


De viles e infames seres
Do aquel será más feliz
Que más engaños surciere...
Este mundo es un fandango,
Quien no baila es un zoquete.

(El Poeta y el vulgo, p. 193)

Hiperestesia del sentido regional, que lleva a la transmutación del


sentido universal de patria por el sentido comarcano de terruño. Para Gutiérrez
González, como para Epifanio Mejía, Efe Gómez, y casi todos los testigos del
ser antioqueño, herederos todos ellos de los traumas aislacionistas de pueblo
naciente, la patria es siempre Antioquia.

De viaje por el río Magdalena, apenas en las afueras de la Antioquia


nativa, ya se siente lejos de la patria:

volver al seno de la patria,


Calentarse al hogar de la familia,
Volver a ver a Julia.... es ser dichoso!
38

(A Manfredo, p.297)

En el álbum de Dolores Argáez, recién llegada a Antioquia, escribe:

¡Bien venida, Dolores, a la tierra


que has elegido para ser tu patria!.

(p. 258)

Su quehacer literario tiene un sentido: el servicio a Antioquia, la patria.


Su poema sobre El cultivo del maíz, empieza así:

Sólo en bien de mi querida patria


Mi Memoria científica os presento.

...si logro ser útil a mi patria


Veré cumplido mi ferviente anhelo.

(Memoria... p.410)

El sentido terrígeno de patria, deriva en la magnificación de todo lo que


pertenece al terruño nativo:

El maíz es

El más vistoso pabellón que ondula


De la virgen América en las cimas

La elemental natilla comarcana:

…la más sabrosa


De todas las comidas de la tierra.

Los alimentos típicos adquieren carácter sacral mítico:

¡Salve, segunda trinidad bendita


Salve, frisoles, mazamorra, arepa!
39

La sacralización mítica de los bienes terrenos deviene en hipérbole


moral:

¡…comparar con el maíz las papas,


Es una atrocidad, una blasfemia!

(Memoria..., pp. 424-431)

El trauma de la pobreza

De la escasez de un suelo de laderas, depauperado aún más por la


codicia aurífera de los españoles y sus descendientes, de la incomunicación
geográfica con los centros de abastecimiento, y de la psicología aislacionista,
se origina traumáticamente en el pueblo antioqueño, el síndrome de la
pobreza.

Superficialmente mirada, la obra de Gutiérrez González, salvo un


poema ocasional de lamentaciones y temores de tipo económico (Un sueño),
pareciera ajena a este aspecto traumático del pueblo antioqueño.

Pero realmente la poemática de Gutiérrez González es la poemática de


la pobreza de un pueblo: un recuento de afanes laborales interminables, dentro
de una carencia total de recursos y un marco feudal de señores y peones,
ranchos y haciendas, teñido todo de esperanza religiosa que convierte en un
himnario latréutico la diaria faena.

El poema sobre el cultivo del maíz, en la misma medida en que es la


mitificación de la realidad antioqueña, es también el inventario agobiante y
esperanzado de la pobreza antioqueña.

El mundo físico descrito en el poema es un mundo superlativamente


rico.

La fauna hermosísima y múltiple:

En las faenas de derriba nos encontramos ante un abigarrado mundo de


animales bellísimos:
40

La culebra.../ cinta de azogue, abrillantada ondula...; de monos…, las


manadas... por las ramas juguetones cruzan; ... mil bandadas de aves/ alegres
de pintadas plumas...; la inquieta ardilla...; nubes de insectos que pululan...;
verdes lagartos...; enjambre de abejas que susurra.

(Memoria..., pp. 412-413)

Cuando ya la cosecha empieza a granar, aparecen las aves de belleza


increíble, como un mar inquieto de colores y voces innumerables:

Los pericos...
Dando al sol su plumaje de esmeralda.

…Galán y enamorado
Gentil turpial en la flexible espiga.
Rubí con alas de azabache, ostenta
Su bella pluma y su canción divina.

El duro pico del chamón desgarra


De las hojas del chócolo las fibras.

Su nido conoidal cuelga el gulungo...


Incensario de rústica capilla.

La boba, el carriquí, la guacamaya.


El afrechero, el diostedé, la mirla,...
Cantan, gritan, gorjean, silban, chillan.

(Memoria..., pp.425 - 426)

Como hábitat de ese multiforme universo animal, la lujuria de formas y


colores de las plantas:

…débiles arbustos, los helechos,


Y los bejucos...
41

Las matambas, los chusques, los carrizos,


Que forman un toldo de verdura.

Los árboles elevan sus cañones...

Semejantes de un templo a los pilares


Que sostienen su toldo de verdura.

Muestra el cachimbo su follaje rojo

El guayacán con su amarilla copa


Luce a lo lejos en la selva oscura.

El azuceno, e/floro-azul, el caunce


Y el yarumo, en el monte se dibujan...

Recta y flexible la altanera palma...

(Memoria..., pp. 412-4 14)

Enfrentado a la feracidad de la tierra, entre cantares dejativos y


rudos, el hombre inocente, alegre y pobre:

Cantando a todo pecho la guavina


Canción sabrosa, dejativa y ruda
Ruda cual las montañas antioqueñas
Donde tiene su imperio y fue su cuna.

(Memoria..., p. 412)

En este mundo donde proliferan las formas elementales de la


vida, el poema, a través de un inocente y colorido recuento de
quehaceres agrícolas, nos pone ante la realidad de una faena que
acapara por igual, en una áspera tarea de sobrevivencia, tiempo, fuerzas
y personajes, y deja en el lector, por encima del maravillamiento por la
multiplicidad y belleza del mundo vegetal y animal, la impresión
dolorosa de la pequeñez y de la precariedad en que vive el hombre.
42

Todo es pobreza dentro del panorama del hombre que lucha por
hacer producir la tierra.

Pobre la vestimenta, que más que cubrir, descubre formas de titán


desnudas, pobre la herramienta para la derriba de la montaña, pobre el
instrumental para la quema:

…hachones de cortezas secas


Con flexibles bejucos amarrados.

Pobres los utensilios para la siembra:

…el catabre sembrador...


…un largo recatón de punta...

Pobres los aperos para la desyerba:

…azadón y calabozo...

Paupérrimos los elementos con que el pajarero cuida los


sembrados:

El pajarero, niño de diez años,


Desde su andamio sin cesar vigila
Las bandadas de pájaros diversos
Que hambrientos vienen a ese mar de espigas.

Con su churreta de flexibles guascas


Que fuertemente al agitar rechina,
Desbandadas las aves se dispersan
Y fugitivas corren las ardillas.

Igualmente pobre el avío para la recolección de la cosecha:

…un costal terciado cada uno.

Pobre el menaje del rancho paupérrimo, construido para las


faenas de siembra y cosecha:
43

…la barbacoa, en que colocan


Las ollas, las cucharas y los platos;
…la vara de colgar la carne,
Y las tres piedras del fogón debajo.

La piedra de moler en cuatro estacas


…y en otras cuatro
Una cuyabra aparadora sientan,
Ya su lado, con agua, un calabazo. (

(Memoria..., pp. 4 17-427)

A este recuento de tan lastimosa pobreza de recursos se añade,


más sobrecogedoramente aún, el recuento de los personajes que
intervienen en la difícil faena que absorbe a todos los componentes de la
comunidad:

Los varones:

Un patrón por jefe...

Divididos están en dos partidas,


Y un capitán dirige cada una.

Las mujeres:

…la cocinera
Infatigable y siempre con buen modo
Se ocupa sin cesar en sus tareas.
Era la cocinera una muchacha
Ágil, arrutanada, alta y morena...

Los adolescentes: el muchacho que ayuda en la cocina,

…debe cargar agua,


Fregar los trastos y rajar la ¡ella.
44

Los niños:

El pajarero, niño de diez años,


Desde su andamio sin cesar vigila.

(Memoria..., pp. 411-428)

Pero más que el inventario de los personajes, la descripción de la


tarea que se extiende desde antes que el sol aparezca, hasta que aparece
la luna y el silencio se adueña del mundo, nos pone en presencia de un
pueblo pobre, que sólo vive para las fatigas del trabajo.

Es un alegre amanecer de junio;


El sol no asoma, pero ya blanquea
Por el oriente el aplomado cielo
Con la sonrisa de su luz primera.

…antes que el sol y que las aves


Se levantó al fogón la cocinera.

Ya tiene preparado el desayuno


Cuando el peón más listo se despierta;
Chocolate de harina en coco negro
Recibe cada cual, con media arepa.

Con un costal terciado cada uno


Todos saliendo van…

A las dos de la tarde suena el cacho


Para que todos hacia el rancho vengan,
Pues ya está la comida. Van llegando
Yen el suelo sentados forman rueda.

Todo queda en silencio. Acaba el día....


Cual hostia santa que se eleva al cielo
Se alza callada la modesta luna.
Y al llegar la oración vuelven al rancho.
(Memoria..., pp. 416-426)
45

Y más dolorosamente aún que el recuento de las pobrezas de los


medios de trabajo y de la tarea que absorbe a todos de sol a sol, nos
conturba la descripción cándida del mundo humano, en el que los
hombres del pueblo luchan por su pan, mientras sus señores, herederos
del espíritu ocioso de los hidalgos conquistadores, llevan a sus hijos
para que se diviertan en el campo durante los días de la cosecha.

Gutiérrez González rememora con entusiasmo la escena,


compenetrado con la visión mítica del mundo que revive, ajeno al
drama social en el que fatigas de trabajo de sol a sol, de los unos, se
contraponen al juego de los otros, el rancho de los trabajadores a la
hacienda de los señores, y el patrón y sus hijos juguetones, a los peones
agobiados.

A veces el patrón lleva a la Roza


A los niños pequeños de la hacienda,
Después de conseguir con mil trabajos
Que concedo la madre la licencia.

Sale la gritadora, alegre turba,


A asistir juguetona a la cogiendo,
Con carrieles y jíqueras terciados
Cual los peones sus costales llevan.

¿Quién puede calcular las mil delicias


Que proporciona tan sabrosa fiesta..?
¡A malaya volver a aquellos tiempos!
¡A malaya esa edad pura y risueña!

(Memoria..., p. 432)

Los cuadros descriptivos de la absoluta pobreza del hombre


enfrentado a un mundo vasto y múltiple, terminan con un colofón que
resume todo lo descrito, pues Gutiérrez González era, por ser un poeta
de tiempos de génesis, un maestro de aforismos morales: el pueblo es
tan pobre que sólo tiene por única riqueza su fe, de la que también está
siendo despojado:
46

...ya la moda va quitando al pueblo


El único tesoro que tenía.
(Una duda me queda solamente:
¿Con qué le pagará lo que le quita?).

(Memoria..., p. 422)

El corolario práctico que del trauma de la pobreza sacó el pueblo


antioqueño, lo expresa bien Gutiérrez, en un poemita humorístico:

…en el bolsillo se debe echar


Siempre dinero..., mas, no sacarle
Sino por grande necesidad.

(Un Sueño, p.324)

El trauma del errabundaje

Yente y viniente, andariego incansable y nostálgico inconsolable,


encontramos por todos los rincones de la patria al hombre antioqueño.

El trauma del errabundaje, nacido de la pobreza y de la distribución


feudal del suelo, se concreté en el alma de los antioqueños en una especie de
inseguridad y desasosiego permanentes que lo llevaron a errar por todas
partes, con la imagen del terruño nativo cosida al alma.

Gutiérrez González no es la excepción: es burócrata en el Medellín


aldea; legislador en el senado bogotano; mal recibido por los costeños en
Barranquilla; soldado en los campos de batalla en los años 60 del pasado
siglo; prisionero en Honda, juez en Ríonegro; viajero por mil lugarejos
comarcanos, casi limítrofes con el lar nativo, siempre en la añoranza de los
repuestos del Aures donde tenía su casa y su gente.

Eso es lo que evidencian sus poemas.

Como ya lo vimos, para Gutiérrez, el mundo es


47

un negro piélago
Do al fin sucumbe quien navega en él.

(A un recién nacido, p.244)

…un conjunto
De crimen y padeceres.

(El poeta y el vulgo, p. 193)

El alejamiento del hogar sólo produce pesadumbre y nostalgia:

Al alejarme de la playa hermosa


Donde a la vida y al placer nací,
Cual sombra opaca en niebla vagarosa
La dicha toda oscurecerse vi.

(La vida, p. 171)

De los seres que dejas el recuerdo


irá contigo por doquier que sigas.

¡Decir adiós, dejar a los que amamos


Es tan triste!... .Las almas martiriza.

Pero volver al seno de la patria,


Calentarse al hogar de la familia,
Volver a ver a Julia.... es ser dichoso.

(A Manfredo, p. 297)

Sólo el amor familiar, cuyas ralees constitutivas tienen origen


sobrenatural, presta refugio seguro contra la maldad del mundo:

Sobre vuestras cabezas inclinadas


Va a descender la bendición de Dios.
El va a santificar lo que en dos almas
Unidas ya, santificó el amor.
48

¡Lazo puro de amor dos veces santo


Que forma el corazón y aprueba Dios!

(A dos amigos, p. 291)

Tú en mi risueña juventud mostrabas


Con una mano el cielo, otra el hogar,
Los dos únicos nidos donde se halla
La dicha pura aquí y eterna allá.

(A mi amigo Segundo Fonnegra, p.310)

Es la condición teleológica y sacral del amor, lo que constituye al hogar


en su condición de alteridad frente al mundo y su mal:

¡Unión que en las borrascas de la vida,


Forma ese puerto que se llama hogar,
Separado del mundo…! Y si es que hay dicha,
La dicha sólo en ese puerto está!

Ese tibio rincón que abandonamos


Desde niños, en busca de otro sol,
Ya donde vuelve el corazón ingrato
Que heló la sociedad.... y halla calor.

Tabernáculo santo, en donde arde


La sola luz que la Ventura da)
Varia es la suerte, desigual la vida;
¡Sólo el amor compensaciones da!

(A dos amigos, p. 291)

El antioqueño cuando erra, porque en él se hiperestesió el sentido de la


pobreza y la insularidad, lo hace llevando en el alma.

La imagen del solar, piedra por piedra.


(Memoria..., p. 433)
49

Trauma de la fe punitiva

Los poemas de Gutiérrez González constituyen un catálogo de los


valores y antivalores religiosos y morales del hombre antioqueño,
traumatizado por el sentido punitivo que acompañó el proceso cultural y
evangelizador de la América Latina.

La concepción religiosa de Gutiérrez, paradigmática de la concepción


de fe de los antioqueños, se asienta sobre principios sólidos y claramente
formulados.

La fe ilumina la existencia humana:


la senda del hombre se ilumina
Con los fulgores de la fe divina.
Llámate afortunado, sin rebozo,
Con esa augusta trinidad bendita,
Fe, esperanza y amor...

(A Adriano Scarpetta, p. 312)

El hombre es una realidad constitutivamente ligada con el misterio, por


lo cual la relación humana con el universo constituye un vínculo de comunión
permanente con el Creador:

…hay en el humano un pliegue misterioso


Que le une con las obras sublimes del Criador.

(Al Salto del Tequendama, p. 202)

No es preciso morir, no, para amarlo;


No es preciso morir, no, para verlo.
Quererlo comprender es adorarlo;
No poderlo alcanzar es comprenderlo.

(Dios, p. 301)
50

La realidad de Dios es la centralidad de todo lo real, por lo cual ante Él,


todos los seres se igualan:

Una línea trazad, seguid por ella,


¿A dónde vais? No lo sabéis, es cierto;
Mas sabed que si fin llene esa línea
Encontraréis a Dios, Dios que es el centro.

(Dios, p. 301)

La realidad de Dios, como centralidad del universo y la igualdad de los


seres ante Él, constituye al hombre como ser orante, por lo cual,

...ante Dios nada hay pequeño o grande;


El fiel de su balanza es tan perfecto,
Que un insecto y un mundo se equilibran
E igualan ante El, que los ha hecho.

(Dios, p.302)

Bien hace aquel que prosternado cae


Y confiesa y alaba a su Señor;
Creer y confesar tal vez lo salven,
Pero es dulce, es mejor pedirle a Dios.

Las plegarias, que son alas del alma,


La llevan recta hasta encontrar a Dios.

(La Oración, p. 342)

La visión de la fe de Gutiérrez González, que es la visión de fe cristiana


típica del hombre antioqueño, parece clara y serena, en su escueta y sólida
fundamentación; mas al profundizar en su análisis, aparece su condición
traumática.

La preponderancia del demonio y su poder es el primer elemento de tipo


traumático con que nos encontramos, como que el demonio paisa es la
amalgama de toda la terrible fuerza del mal concebida por las culturas
51

indígenas, negras y blancas, amalgamadas en torno a la visión bíblica,


ideologizada por la cultura europea.

Gregorio Gutiérrez concibe, como cualquiera de los viejos padres de la


Iglesia en los primeros siglos o cualquiera de los teólogos o misioneros
renacentistas, que los dioses de los pueblos no cristianos son figuraciones del
demonio:

Ciega por ti la humanidad un tiempo,


Un templo y un altar te levantó,
Y, bajo formas de infinitos dioses
Te adoraron los hombres como a Dios.

(Al Diablo, p. 209)

La humanidad está toda, sometida al poder diabólico:


Ángel caído, por fundar tu imperio
Cogiste el cetro como rey del mal,
Y haciéndole tu esclavo, le quitaste
Su vasta prole al infeliz Adán.

(Al Diablo, p. 209)

La realidad y el poder demoníaco hacen que el hombre viva desde la


infancia hasta la muerte, inocente, piadoso, criminal o agonizante, atenazado
por el temor al demonio cuyo poder de ubicuidad desvela en las noches,
atemoriza en la oración y horroriza en la muerte, porque el demonio europeo
se hizo señor del mundo y del cristianismo latinoamericanos.

…tu poder oculto


Hace al cristiano corazón temblar,
Pues ve que incierto su destino eterno
Entre su Dios y tu poder está.

Aún en la infancia al inocente niño


Amedrenta tu mágico poder;
Yen medio de la noche, desvelado,
Cree que tu forma en las tinieblas ve;
52

En medio de sus castas oraciones


Tiembla la virgen al pensar en ti...
Y medrosa tu forma se presenta
Al criminal en su angustioso fin

...no te miren mis marchitos ojos


En mi lecho de muerte aparecer.

(Al Diablo, p. 209-210)

Del enfrentamiento entre la visión teológica clara y el poder demoníaco


omnipresente, nace una visión de fe dicotómica, contradictoriamente confiada
y temerosa de Dios a la vez.

El trauma de la fe punitiva se vivencia en una visión de Dios y el


demonio como consocios dotados de un poder casi igual, por lo que es Dios
tanto de amar, como el demonio de temer; tanta la bondad de Dios como el
poder del demonio; tanta la astucia demoníaca, como el rigor divino.

Si es verdad que Dios

…es grande, justo, poderoso, eterno;


…aún más que justo y poderoso, es bueno.

(Dios, p. 302)

también es cierto que el demonio tiene un poder tan grande que le fue
posible

Un crimen en el cielo concebir

(Al Diablo, p. 208)

por lo que a pesar de la redención obrada por Cristo, el poder


demoníaco

Hace al cristiano corazón temblar,


53

Pues ve que incierto su destino eterno


Entre su Dios y tu poder está.

(Al Diablo, p. 209)

En este desgarramiento casi neurótico del trauma de fe, la figura de


María, que es «Madre de los huérfanos y Dios» (p. 310) se convierte en tabla
de salvación, y pasa a ser una especie de deidad cristiana en la que se
encamara real y vivamente, lo que se afirma pero no se vive de Dios:

...perdón, Señora, si te ofendo


Al decir que te quiero más que a Dios.
Madre mía, es que a Dios le tengo miedo
Ya ti te tengo tanto, tanto amor!
Y aunque Dios es mi padre y lo bendigo
Yo no lo puedo como a ti querer.

(A mi amigo Segundo Fonnegra, p. 311)

Es la fe traumática de los conquistados y colonizados que viven una


experiencia de desenraizamiento y una fe ideologizada,, en la que el Dios
cristiano y el diablo bíblico se amalgamaron con los dioses y demonios
paganos, y fueron puestos al servicio del imperio teocrático español, para
mantener, a través de una fe punitiva y amenazadora, el control sobre
sociedades mental y emocionalmente confusas.

El trauma de la agresión

Toda la conquista o poblamiento o pacificación, pues todos esos


nombres justificativos le dio España a su empresa de genocidio, etnocidio y
deculturación; toda la Colonia, que fue una empresa de introyección de
actitudes de menosprecio y dependencia, fueron en síntesis, la implantación en
América del espíritu de violencia, generado por el trauma de la agresión.

La Reconquista española de principios del siglo XIX le dio al aislado y


pobre pueblo antioqueño la medida exacta de su vulnerabilidad frente a las
amenazas externas, pues las ingenuas y menguadas prevenciones que se
tomaron para afrontarla resultaron totalmente inútiles e insignificantes.
54

Desde entonces, el trauma del aislacionismo se transformó en trauma de


agresión, del cual el hombre antioqueño se defiende haciéndose escéptico y
guasón a la vez, asumiendo una permanente actitud burlona que abarca por
igual los valores:

Yo debo ser muy malo cuando dudo


Si hacer bien es virtud o es necedad.

(A Uribe Ángel, p. 319)

y la objetividad del conocimiento:


A nada, es decir, a todo,
Porque esta palabra vaga,
Como el maná del desierto
A cualquier gusto se adapta.
Se escucha lo que se quiere
Porque es fotógrafa el alma
Y con su luz un deseo
Es realidad y resalta.

En fin, sonidos, rumores,


Sombras, sonrisas, miradas,
Volcanes, nubes y truenos,
Dicen todo, o dicen nada.

(¡A Nada! pp. 334 -337)

El antioqueño, independiente y apegado a su terruño, vive su trauma de


agresión, escéptico y guasón; sólo la amenaza contra su territorio patrio, es
decir, su región nativa, convierte ese espíritu defensivo en agresión activa y
pone de manifiesto la xenofobia latente.

El significado del espíritu federalista de los antioqueños tiene como


sustrato más hondo, el trauma de la agresión. Los antioqueños son federalistas
más por temor a ser agredidos que por interés en hacerse dómines del país.
Los antioqueños, colonizadores o emigrantes, hacen de sus nuevos territorios
una pequeña Antioquia o retornan con sus bienes a la tierra antioqueña.
55

Gutiérrez González tipifica bien este hecho: por más que fue un
personaje de figuración nacional, padecía una atrofia del espíritu nacionalista
por hipertrofia del sentido regionalista.

Como adelante habíamos anotado, dentro de la poemática de Gutiérrez


no hay un solo poema de alabanza a los héroes nacionales. Apenas la amenaza
contra el territorio antioqueño logra hacerle escribir el poema A los EE UU de
Colombia, que es una reacción nacida del trauma de la agresión, construido
desde el resentimiento por las agresiones pasadas, en el que se desafía a los
ejército de los otros estados que pretenden atacar el territorio antioqueño:

Vednos aquí con el fusil al brazo


Esperando el descansen o el alerta.
¿Queréis la paz ? Se tomará en azadas
El hierro de las mismas bayonetas.

¡No creáis que las puertas del Estado


Como otro tiempo encontraréis abiertas!
Iremos a escuchar cerca de Bosa
Si el eco del cañón como antes suena.

Pero venid, pero venid vosotros;


Poned un pie siquiera en la frontera,
Y encontraréis un pueblo de gigantes
Que sabrá altivo perecer por ella.

(A los EE UU de Colombia, p. 289)

Para el antioqueño, portador del trauma originario de agresión, la


primitiva belleza de la tierra agreste, y el trabajo que redime del trauma de la
pobreza, es lo que realmente interesa; la violencia de la guerra le es extraña y
apenas la acepta como algo de lo que no puede enorgullecerse.

En un poema al fotógrafo Camilo Farrand, dice Gutiérrez:

Vete, Camilo, y a tu patria lleva


Eso que has espigado en mi país,
56

Y di a los hijos de tu magna tierra:


«Aquí hay más orden, más belleza allí».

Preséntales las vistas admirables


Que has recogido infatigable tú,

Y los montes, los valles, las cascadas...


todo lo primitivo muestra, en fin;
pero sólo lo agreste, amigo Farrand:
nuestras luchas no vayas a exhibir.

(A mi amigo Camilo Farrand, p. 331)

Trauma de la pragmaticidad

Del afrontamiento de los anteriores traumas: aislamiento, pobreza,


errabundaje, agresión, fe punitiva, nace el trauma de la pragmaticidad que
sepulta casi del todo la actividad intelectual y estética del pueblo antioqueño.

Por todo ello, para el antioqueño, según lo testimonia Gutiérrez


González,

…el dolor y la vida para el hombre,


Lo mismo son con diferente nombre.

(A Adriano Scarpetta, p. 311)

…engañarse a si mismo es sentir dicha,


Pues siempre suprimida
Otra mentira fue, felicidad.

(A Carlos Pradilla, p. 315)

Toda la vida está teñida de pesadumbre, pasado y futuro por igual:

…sólo tristes recuerdos


Dejan los años pasados.
Si los años venideros
57

Nos parecen siempre gratos,


Es por los recuerdos tristes
Que dejan los que pasaron
Y porque el día presente
Sólo ofrece desengaños.

(A.M.F. p. 238)

Así del hombre los ensueños plácidos


Envueltos siempre en el dolor están.

(A un recién nacido, p.244)

Por un designio sobrenatural, sólo el trabajo redime de la condición


dolorosa de la existencia:

Dios no quiere que el placer se mida


En la misma medida del dolor.

(Canción p. 295)

…en el trabajo está la dicha


Y sólo trabajando se halla paz;
Pues bendigamos la bondad divina,
Que a trueque de un dolor consuelo da.

(A Uribe Ángel, p. 321)

Este concepto del trabajo que por voluntad y como don divino libera del
dolor, es la filosofía subyacente en el poema sobre El cultivo del Maíz en
Antioquia. El poema es una explicación poetizada de las raíces teologales y
traumáticas de la pragmaticidad del pueblo antioqueño, que renuncié a todas
las actividades liberales del espíritu e hiperestesié el sentido del trabajo sin
tregua.
58

Trauma del sentido del honor

Toda la historia medieval y renacentista española fue una gesta de


honor: hasta muerto cabalgaba el Cid.

En los breñales antioqueños, el sentido del honor que trajeron los


conquistadores españoles se estereotipé en la valoración de la virginidad y
fidelidad femeninas, como testimonio irrecusable de la dignidad del origen, y
en la defensa del territorio, como testimonio irrefutable de la hombría de los
varones.

Gutiérrez González, extraño a su contexto social, critica la enfermiza


concepción del honor femenino prevalente en su pueblo:

…¿quién habrá que pueda motejamos


Porque un engaño el corazón sufrió...?

(A. R, p. 301)

¡Oh! no insultéis a la mujer que cae,


No sabemos qué peso la agobió;
Y no sabemos cuánto tiempo el hambre
Hiciera en vano vacilar su honor.

Dejad amar a la mujer calda,


Dejad al fango que le dé calor,
Porque todo en el mundo resucita
Con los rayos de amor o los del sol.

(Traducción de Víctor Hugo, pp.306-307)

Y en el poemita, A un niño expósito, nos presenta la traumática visión


antinatural del honor femenino en el pueblo antioqueño:

El hijo de amores libres es

Fruto... de criminal amor.


59

No hallaste al lado, tierna y cariñosa


La mano maternal que enjuga el llanto;
Que el mundo le vedaba que amorosa
Dulcificase tu infantil quebranto.

Quizá en sus brazos te estrechó y amante


Te bañó con sus lágrimas de amor...
Y luego te arrojó de si distante
Para salvar su mancillado honor. (p. 203)

El Poema, A. R, que relata el amor de la muchacha ingenua y engañada,


nos presenta críticamente el machismo en que deviene el traumático sentido
del honor en Antioquia:

¿En dónde está la pena que merece


El corazón que engaña a un corazón?

La sociedad con risa o con silencio


Va a coronar la frente del infiel,
Yen su oprobio sonriese muriendo
La victima que es mártir de su fe. (p. 300)

Es tan traumático el sentido del honor del pueblo antioqueño, que


Gutiérrez González acaba por concluir:

…ojalá que al dormir, ¡oh pobre niño!


Dejaras de existir ¡mejor te fuera!

(A un niño expósito, p. 205)

Por el contrario, el sentido del honor como defensa del territorio, en la


visión de Gutiérrez González, tiene legítimas raíces antropológicas y
teológicas que lo justifican:

Poned un pie siquiera en la frontera,


Y encontraréis un pueblo de gigantes
Que sabrá altivo perecer por ella.
60

¡Será horrible la lucha! Anchos arroyos


De sangre hermana surcarán la tierra
Y cenizas, cadáveres y escombros
Encontraréis si la victoria es vuestra.

Pero no lo será: sólo Dios puede


daros el triunfo, y su justicia es cierta...
Ya más de Dios tenemos el derecho
Y nuestro honor y nuestra propia fuerza.

(A los EE UU de Colombia, p. 290)

También en el campo del honor territorial, como en el del honor


femenino, mejor es la muerte que la vida sin honor:

Pero si acaso Dios nos abandona,


Venida contemplar ruinas inmensas;
Será el cielo de Antioquia nuestro palio,
Tumba gloriosa nuestra amada tierra.

(A los EE UU de Colombia, p.290)

VI

Hemos aclarado cómo Gutiérrez González, desde su vivencia,


testimonié en sus poemas los traumas de origen del pueblo antioqueño.

Bucearemos ahora en su obra para dar con respuestas a la preguntas


sobre la posibilidad de superación de los traumas de origen y la expresión de
los valores teleológicos del pueblo antioqueño.

Pareciera que el doloroso y frustrante mundo que nos presenta la


poemática de Gutiérrez, fuese un universo cerrado a toda posibilidad de
realización humana, pues está signado por la desgracia que tiene

…un altar en cada frente


Y cada corazón es tu dosel.
(La Desgracia, p. 223)
61

por lo que

…ni el niño, ni el joven, ni el anciano


Pueden nunca decir ¡yo soy feliz!

(A Carlos Pradilla, p. 315)

Da la impresión de que sólo el trabajo, absorbente hasta la alienación,


fuera la panacea para el atormentado corazón del hombre.

Pero no. El universo de Gutiérrez González, el universo paisa, es un


universo abierto a la esperanza, iluminado por valores trascendentes, redimido
por el amor que desata toda amarra y supervive más allá de la muerte.

La visión de Gutiérrez González es la clásica visión soteriológica de la


historia, que el poeta sintetiza así en su poema Al Diablo:

Ángel caldo, por fundar tu imperio


Cogiste el cetro como rey del mal,
Y haciéndolo tu esclavo, le quitaste
Su vasta prole al infeliz Adán.
Pero cayó el aborrecido imperio
Que con fu influjo levantaste tú
Al alumbrar las lóbregas tinieblas
La humilde insignia de ¡a Santa Cruz.

(Al Diablo, p. 208)

En esta sencilla soteriología fiducial cristiana, se funda el enfoque


positivo que Gutiérrez González da a la lucha humana. Sólo la fe puede liberar
al hombre:

…el que tiene


La fe en el corazón, la fe en el alma,
Ese conjunto de infinitos bienes
Que las borrascas de la vida calma,
Ese, feliz, adornará sus sienes;
62

Tendrá cetro, dosel, corona y palma,


Pues la senda del hombre se ilumina
Con los fulgores de su fe divina.
…Lleno de gozo
Debes sentir que el corazón se agita;
Publica pues al mundo tu alborozo,
Que la dicha del hombre es infinita…

(A Adriano Scarpetta, p.312)

…no importa que el alma torturada


Gima aquí, que gemir es su misión;
Sufre y ¡afrente en tu dolor levanta,
Y de la fe en las alas
Elévate hacia Dios, sólo hacia Dios.

(A Carlos Pradilla, p. 317)

La vivencia de la salvación por la fe se realiza en el amor, que es la


presencialización de la bondad de Dios:

Varia es la suerte, desigual la vida,


¡Sólo el amor compensaciones da!

Si la desgracia vuestras almas hiere


No blasfeméis por eso del Señor:
Que todo pasa, pero vive siempre,
y nos espera en su justicia Dios.

(A Dos Amigos, p. 292)

El dolor al amor no se resiste,


Y vencido por éste, aquél se aleja.

(A Adriano Scarpetta, 302)

Sin embargo, no es en el tiempo donde el hombre y su historia logran su


realización plena; es más allá de la muerte donde la lucha humana tiene su
63

consumación. Por eso la muerte, a pesar de su horror, es un desideratum, pues


libera de la materia, que en el contexto dicotomista platónico, tan del gusto de
Gutiérrez, tiene el carácter de prisión del espíritu, que sólo liberado de ella
puede llegar a su verdadera patria:

Tú no bajaste a tu sepulcro frígido


A descansar eternamente en él,
Sino a dejar ese vestido efímero
e la tierra, prestado, te dio ayer.
Y libre al fin de la cadena incómoda
Que tu cuello a la tierra sujetó,
Atravesaste por la estrecha bóveda,
Cual por arco de triunfo a otra región.

(A Tomás M. Flórez, p. 249)

Yo sé, Señor, que más allá se esconde


De la tumba fatal la nueva patria

Y yo sé que el que pone del sepulcro


En el estrecho límite ¡a planta,
Al salvar los umbrales de la huesa
De otra existencia los umbrales salva

(Mi muerte, p. 198)

Pareciera que la visión de Gutiérrez es evasiva y ajena a la tarea


temporal, lo que resulta absolutamente contrario al espíritu del pueblo
antioqueño, siempre laborioso; pero no es así , pues la acción liberadora de la
muerte sólo es tal a condición de una existencia gastada en la realización del
bien y la liberación del mal:

Aunque haya sido tu existencia efímera,


Tu mano, pronta para hacer el bien,
Pudo en el pueblo derramar solícita
La fecunda semilla del saber.
64

La muerte en tanto viste tú con júbilo


Acercarse a tu lecho de dolor,
Y en lo alto abiertas para ti por último
Las puertas que conducen hacia Dios.

Bello es morir cuando del vicio el hálito


Nuestra conciencia no manchó jamás...

(A Tomás M Flórez, p. 248)

y el enfrentamiento, modesto pero no resignado, de la lucha de la vida,


pues la resignación no es virtud sino antítesis del auténtico quehacer temporal
del hombre, que es la lucha:

RESIGNAClÓN, sofisma que mintiendo


La impotencia habilita de virtud;
Cobarde concesión que hace muriendo
La voluntad del hombre, única luz.
Cansado el hombre de luchar en vano
Por conseguir un fin que no alcanzó,
Hipócrita y rendido exclama ufano,
Fingiendo una virtud: RESIGNAClÓN.
Ante el deber jamás es santo el miedo,
No poder no es virtud. ¡ Valor! ¡ Valor!

(La Resignación y la Modestia, p. 305)

VII

La figura y la obra de este poeta instaurador del mito agrario del pueblo
antioqueño, en los bellos días en que la existencia del pueblo era una
esperanza, nos señalan los hitos de la posible antioqueñidad; nos testimonian
los traumas de nuestro origen; nos señalan una tarea de afrontamientos y
trascendencia.

Él es el testigo de las frustraciones genéticas y el cantor de las


esperanzas primigenias; el padre de la autoexpresión antioqueña, primer
constructor de nuestro mito, nuestro aedo; un guía ético, porque es el primer
65

escritor antioqueño que consciente y deliberadamente opta por lo nuestro, al


ser capaz de ver en la cultura europea el germen de la decadencia.

En el puñado de poemas de Gutiérrez González encontramos los jalones


de nuestra autenticidad humana y cultural.

Gutiérrez González es un solitario que renuncia al colonialismo


romántico para cultivar su espíritu terrígena, elaborar el mito de la raza, cantar
a sus amigos enamorados o muertos, urdir en ideas sencillas y lenguaje de
recia pobreza nuestra cosmogonía y nuestro código de sabiduría elemental, y
dar así, por primera vez, cauce a la expresión estética del pueblo antioqueño.

Mí paisano Uribe Ángel, tan entrañablemente unido a Gutiérrez, dijo


que mientras existiera el mundo agrario, en el que Gregorio Gutiérrez escribió
su obra, ésta perduraría. Creo que es a la inversa: ahora, cuando el mundo que
sirvió de base a su poemática casi ha desaparecido, su obra empezará a ser
juzgada en su exacto valor, pues se comprenderá que en sus poemitas
elementales; burdos, muchas veces; ocasionales, en su mayoría; marcados por
el regionalismo temático y semántico, siempre; hay algo más que un embeleco
romántico de aldea: todo un sentido del hombre antioqueño, de su
territorialidad, sus angustias, sus esperanzas, sus afrontamientos, sus
limitaciones y posibilidades culturales y sociales y su destino definitivo.

La grandeza de Gutiérrez González es precisamente su pequeñez, es


decir: su capacidad de asumir, desde su personalidad limitada, introvertida y
sensible, la verdad del momento humano y social que le correspondió vivir; su
poder de expresar cabal y auténticamente el alma, naciente y traumatizada del
pueblo antioqueño; su carisma taumatúrgico de conversión de la pequeña
realidad prosaica de las aldeas y campos de la Antioquia naciente, en mito que
da alma y vertebra la conciencia de un pueblo.

Desde la traumaticidad congénita del pueblo antioqueño hay que


estudiar el drama de los traumatismos actuales. Lo que hoy nos sucede tiene
sus raíces en lo que nos sucedió al nacer como pueblo. El drama
contemporáneo de Antioquia es el mismo drama traumatizante de los
orígenes, prolongado en el espacio y en el tiempo.
66

Para el pueblo antioqueño es la hora de un nuevo mito, y aunque


tenemos muchos rápsodas que van recitando poemas, tenemos un solo aedo
que instaura mitos: Gregorio Gutiérrez González.

Para Antioquia ha llegado la hora de elegir entre seguir siendo pueblo o


convertirse en manada de ilotas al servicio de los poderes de la ideología, o de
la imagología, será mejor decir, del capitalismo rampante.

La Antioquía agraria del Mito de Gutiérrez, ha dejado de ser. Es preciso


reentendernos como pueblo y autoexpresarnos, siempre a través del mito,
como nuevo pueblo dentro de la «aldeanización planetaria».

En la obra de Gutiérrez González, quien lo creyera, encontramos luces y


sabiduría para juzgar nuestro presente, construir nuestro nuevo mito y
reencontrar nuestro camino.
67

Epifanio Mejía

Testigo del sentido de Dios en las patrias nacientes

L as patrias surgen en dos dimensiones, ingenuas y casi infantiles cuando se


las mira a la distancia, cambiados los tiempos.

Los ademanes caballerescos, la religiosidad embrionaria y naturalista,


las infinitas argucias de maliciosa inocencia que cubren los períodos de
formación de patria los tiñen de bella inocencia y dulce ingenuidad, a pesar de
la reciedumbre, los horrores y las carencias que encierran.

Hablar de patria naciente es hablar de ingenua simplicidad.

La dimensión bélica del alumbramiento de la nacionalidad, la


hiperestesia de la voluntad escisoria de las realidades anteriormente
imperantes y el repudio a la lentitud inherente al mero proceso evolutivo,
caracterizan el aspecto liberal del proceso.

Cuánto más tangible y ardorosa sea la fenoménica guerrera, más fugaz y


efímera será, también.

Los héroes encarnan y realizan este período de la eclosión patria y son,


por la esencia misma de los hechos, fugacidades.

El heroísmo tiene como esencia la eternización del momento. No se


puede ser héroe durante mucho tiempo porque el heroísmo como estado vital
permanente tiende a degenerar en imperialismo, despotismo, anacrónica
tiranía.

La edad heroica es breve, no llega a ser siquiera de siglos, corresponde


al estadio de asentamiento y creación de realidades nuevas, apenas surgentes.
Logrado el empeño, el héroe se convierte en caudillo político, dictador
68

atrabiliario, estadista omnipresente, porque ha desaparecido el estado de


tensión social que era el aura que daba al héroe la dimensión de tal.

No se es héroe sin más, ni cuando se quiere serlo; el heroísmo es


resultante de un determinado momento social específico que se condensa,
potenciado, en unos hombres concretos, realizadores, en grado eminente, del
dinamismo de su momento social.

La condición de inestabilidad, que por definición acompaña a las masas,


hace que el estado de trance heroico desaparezca prontamente y que los
hombres que encarnaron el estado de cosas que permitió el surgimiento del
héroe se encuentren sin realidad heroica qué encarnar, desapareciendo casi
todo del panorama social, luego de su brillar fugacísimo.

Bolívar, por ejemplo, fue el héroe supremo, y pasó a ser el «tirano», el


«dictador», «longaniza». Había pasado su momento y se había desdibujado la
heroicidad de su figura.

El carácter infantil del pueblo que está creando la patria exige


personalidades bizarras, altamente dramáticas, enamoradas de la gloria y de la
figuración, que le patenticen en gestos y hazañas, aquello que presiente y
anhela sin poderlo expresar claramente por razón de la infantilidad que lo
priva de capacidad autoanalítica y dotes autoexpresivas. Los hombres que
cumplen esta función son los héroes.

Los héroes son los profetas del instante. El pueblo, al verlos aclamados,
honrados, temidos, respetados por sus mismos enemigos, percibe en ellos su
futuro de libertad; tiene el sentimiento de la libertad como la realización, a
nivel social, de lo que el paladín, dramaturgo de la gloria, encama bellamente
ante sus ojos. Los héroes son la maqueta, viviente y mitificada, de la patria
futura.

El magnetismo y la infidelidad son las características del héroe.

El héroe sólo puede ser fiel a sí mismo; crecer ante sus propios ojos;
encarnar, cada vez más rutilantemente, la idea de la libertad; cambiar, sin
descanso, ante las diversas circunstancias del acaecer bélico, para que el
pueblo que lo sigue y admira esté siempre sorprendido, desconcertado,
69

pendiente de él y de sus hechos, sumido en el ensueño de que cuando nazca la


patria todo será como es actualmente su héroe.

Los héroes son infieles por fidelidad a la idea directriz de su obra, que
es el surgimiento de la Patria y el acrecentamiento de la dignidad del hombre.

Con los héroes, realmente tales, caracterizados por la magnanimidad,


aparecen en las épocas bélicas los seudohéroes, caracterizados por el espíritu
del medro.

Concluida la época guerrera del nacimiento patrio, cuando los héroes


desaparecen o se opacan, los falsos héroes crecen, se adueñan, dividen,
explotan, traicionan, llegan a ser los amos infieles a sus libertadores, se
adueñan del erario público, ejercen tarea de jueces omnímodos, crean un
status social basado en el cálculo que es supervivencia, más o menos
mimetizada, de las condiciones sociales anteriores a la época de las luchas
libertadoras.

Los seudohéroes propician rencillas provincianas; envían representantes


suyos a países lejanos para que los revistan de una aura de gloriola al lado de
las grandezas políticas que antes los habían sojuzgado; crean, excretado de su
propio espíritu, un mundo de apariencias vanidosas.

Con ellos se afianza un mundillo de vindictas e improvisaciones de las


que regularmente surge un Estado ultraconservador disfrazado con tintes de
liberalismo radical.

Los verdaderos héroes, los místicos de la libertad y de la guerra


libertadora, desaparecen pronto de la escena, desterrados, fusilados,
encarcelados, enfermos, mientras se adueñan de la Patria las figurillas que
encarnan el espíritu de medianía, astucia y ambición, que es entonces el
momento sicológico de la patria nueva.

Los seudohéroes son los padres de la patria nueva convertida en


antipatria; los creadores del despotismo y la casta, los organizadores del
establecimiento contra el cual han de luchar las posteriores generaciones.
70

En las patrias en eclosión, tras la guerra, se pasa al dominio de los


leguleyos que acompañaban a los legisladores; de los camorristas que
acompañaban a los guerreros; de los medradores que acompañaban a los
políticos sanos.
Patria en trance de surgencia y organización es oscuridad, zozobra,
incertidumbre, nostalgia del pasado que se logró superar luego de inmensos
sacrificios.

Los héroes son liberales al servicio del conservatismo subsecuente a su


obra; toda la novedad de su pensamiento será el conservatismo ideológico del
período de la posguerra.

En cuanto hay que crear patria, nueva vitalidad social, estructuras


sociales nuevas, todos los héroes son liberales, revolucionarios, izquierdistas,
heterodoxos; pero en cuanto hay que mantener viva la Patria, sostenerla
operante, hacerla madurar en el espíritu aletargado de gentes intonsas,
defenderla de las asechanzas del colonialismo remanente, son conservadores.

Los héroes, en cuanto libertadores, son heterodoxos y liberales; en


cuanto organizadores, conservadores y ortodoxos. En esta duplicidad
espiritual radica su tragedia: encontrarse, luego del triunfo de sus ideas,
rechazados por aquellos que creyeron en ellos y siguen pensando la patria en
función de quehacer armado; ser mirados con desconfianza por los amantes
del orden y el status, incapaces de olvidar las arengas guerreras, la desolación
que sembraron a su paso, las estructuras del mundo colonial del que eran
usufructuarios.

Los héroes no son héroes más que en el momento del clímax de la idea
de liberación. La cotidianidad administrativa es antagónica de la heroicidad.

A la brillantez fulgurante de las gestas libertadoras, sigue la cotidiana


tarea de educar el pueblo en la civilidad, desenvalentonar la soldadesca,
ordenar la economía, deshacer la idea de gloriola que hubo de crearse en la
mente de los sargentillos para evitar la deserción y contener los intentos de la
reconquista amenazante.

Los héroes, luego de cumplida su misión, son patriarcas vejados;


desterrados de los mismos chafarotes que un día, por necesidad de las
71

circunstancias, hubieron de halagar con ascensos militares; nostálgicos


‘soñadores de patrias imposibles, naufragadas, ya para siempre, en manos de
las medianías que accedieron al poder y dieron pábulo a reyertas de clan,
vindictas de resentimiento, oropeles de vanidades ávidas.

Patria y héroes son términos que se convierten el uno en el otro: las


patrias nacen en los héroes; los héroes son hombres en los que la noción de
patria ha germinado desde dentro. Toda la fuerza que reviste a los héroes, es la
fuerza de la patria que pugna por hacerse realidad.

En la noción de patria naciente, encamada en el héroe, está inscrita la


noción de antipatria: se crea para la destrucción; nada de lo que inicialmente
surge ha de quedar en pie. A los héroes sólo puede llegarles la idea de patria
como liberación, como independencia, como lucha. Su tarea es una tarea para
la desaparición.

Sin embargo, la patria tiene que ser una realidad para la permanencia:
por eso, las patrias surgen de una callada contemplación del medio y de sus
componentes vitales.

Con los héroes vistosos, conviven los profetas o poetas, tímidos y


ocultos, llamados, también, juglares.

Lo mismo que en el fondo de la desmesura terrible de la dimensión


bélica de la patria naciente, hay un alma vivamente infantil, también en la
dimensión poética de la patria niña hay un aura de infantilidad.

Los juglares son especies de ángeles difícilmente comprensibles por la


sencillez misma de su vida, su lenguaje, su temática, su ritmo vital.

A pesar de la aparente rusticidad inocua de sus vidas y sus obras, en


ellas está, en síntesis admirable, lo que constituye el alma de la patria.

En fin de cuentas, el sustrato de todo su vivir, patentizado en sus obras,


es la captación de la libertad como una realidad interior y viva, que es lo que
en definitiva supervive luego de la fase armada.
72

En la época en que actúan, los poetas pasan casi inadvertidos a nivel


nacional, pues se mueven en un medio aldeano que solamente por la
consolidación del sentido de la unidad nacional llega a adquirir un sentido más
amplio de las significaciones que le permita valorar justamente la obra
juglaresca como compendio de las ideas vivas de la patria nueva,

Los poetas juglares son espíritus muy misteriosos, capaces de sustraerse


al común interés de su época; movidos por una aura espiritual distinta de la de
sus contemporáneos; capaces de contemplación, cuando todo a su alrededor es
actividad, si no activismo desmedido.

En ellos la fuerza pasional se reviste de un tinte místico; de una especie


de placidez y quietud, en contrapunto con el rebrilleo y el trajín ambiente.

Son miradores de esencias, las realidades adjetivas les llegan muy de


lejos; en su lenguaje se manifiesta la realidad esencial: su adjetivación es
pobre, difícil, casi inexistente. Lo que en épocas de refinamiento evolutivo es
realidad adjetiva, en la época juglaresca es realidad sustantiva.

En la contemplación de fenómenos naturales intrascendentes- vuelo de


insectos, coloración de aves y flores, habla de gentes humildes, actitudes de
gentes sencillas de entraña popular- pasan sus días. Así, lo que sus obras
expresan es el transfondo existencial que dio origen a la libertad y a la patria.

El coplerío, la manifestación de la fe popular, las expresiones del habla


campesina, los refraneros, el catálogo de costumbres rutinarias, ese algo
propio y distinto que origina el deseo de la libertad y la posibilita y vitaliza,
creando, a través de generaciones, una forma nueva de expresión humana en
un determinado territorio, es lo que se patentiza en su obra, modesta y
perseverante, de orfebres tímidos en las aldehuelas que concretan la patria.

Su tarea es una especie de obra de brujería que logra su efecto por


cauces escondidos y, aunque parece viciada de inutilidad, pervive y llega a
convertirse en punto obligado de referencia cuando se quiere rastrear el origen
y la axiología de los pueblos.

Los hombres entregados a esta tarea profética son patriarcas


sedentarios, enamorados de la libertad interior trabajosamente madurada en el
73

lento discurrir de la vida campestre o aldeana, que exige un esfuerzo continuo


de captación del sentido de la libertad en las nimiedades diarias.

Ajenos a la tarea de tipo empresarial, encaminada directamente a la


consecución de logros inmediatos, se agudiza en ellos el sentido de los valores
éticos y religiosos, que los lleva a ser los instigadores del sentido de la
intimidad humana.

Los poetas juglares hacen la patria sintiéndola. Por eso su obra pervive,
milenaria, porque no es preciso guerrear siempre; pero siempre se precisa
sentir.

Terminada la guerra, los pueblos ya no necesitan de conocimientos de


logística bélica, pero siguen necesitando de la vivencia de los valores que
inspiraron la capacidad heroica de sus gentes.

El carácter profético-poético de los juglares radica allí: en la capacidad


de captar y expresar los elementos vivos, propios de cada patria, y en su poder
de manifestar una realidad vital nueva.

Esto era Epifanio Mejía: Un sentidor: «De sentir me duele el corazón»,


dice en su poema Una noche de luto. (pág. 150)*

La característica de juglar que Mejía encarna, radica en que vive la


patria sintiéndola, cuando aún la capacidad racionalizadora no ha hecho
eclosión y sólo los que sienten pueden expresar en alguna forma la patria
nueva.

La juglaresca reemplaza, entonces, todo lo que más tarde será objeto de


una variedad de inquisiciones científicas. El juglar es el germen del sociólogo,
del historiador, del retórico, que aparecerán más tarde, madura ya la patria.

El juglar es un hombre dotado de la capacidad de captar y transmitir


realidades autóctonas aún inexpresadas. Su obra es el germen de las escuelas,
las listonas, las lucubraciones posteriores. El juglar es apenas un vehículo
transmisor de realidades aún incontaminadas.

______________
74

* Las citas para este trabajo sobre Epifanio Mejía están tomadas de:
Mejía, Epifanio. Obras Completas. Ediciones Académicas, Editorial Bedout 1.961.

La juglaresca expresa valores propios, en un balbuciente lenguaje


propio, en combate contra todo influjo externo.

En los juglares, antes que en guerreros y legisladores, se expresa por


primera vez la patria en una dimensión de unidad que no aparecía, aún, en los
tiempos de los quehaceres guerreros, esencialmente antagónicos a la poesía.

Un núcleo humano ha empezado a existir realmente, con unidad


intrínseca, cuando ha podido expresarse a sí mismo sin necesidad de acudir al
recurso del préstamo verbal o ideológico.

Los juglares crean la patria expresando los valores autóctonos, limitados


a una estrecha circunscripción geográfica, y urgidos de una dimensión
ecuménica.

Mientras legisladores, políticos, gobernantes, son copia más o menos


velada de instituciones coloniales, los juglares son la primera manifestación
realmente viva de la patria nueva.

Los juglares son historiadores místicos porque la obra de la


nacionalidad surgente es obra genesíaca, y génesis es himno religioso.

La obra de Mejía es un himnario místico. Él componía obritas para ser


cantadas. Te desprecio, La queja, El beso, El mirto, La rosa del engaño, Adiós,
son, entre otros, algunos de los títulos de las canciones compuestas por Mejía
para ser interpretadas por sus amigos.

Los himnitos religiosos, los gozos para los novenarios marianos, son
otra manifestación de la lírica juglaresca en la obra de Mejía.

Aún sus poemitas amorosos, no facturados para el canto, eran cantados


en la patria naciente.
75

La juglaresca, en cuanto lírica, es manifestación de una patria ya en vía


de crecimiento y afianzamiento en sí misma, segura de la realización de su
destino, manifestada como conciencia de la libertad.

Mejía es yarumaleño. Yarumal es un pueblo de soledades y fríos, todo


en su ámbito toma un cariz de silenciosa lejanía. Mejía es un espíritu de
soledades. «Aquí en mis soledades vivo contento» (p. 177), dice a sus amigos.

Su mirada del mundo es una mirada mística, interior, que contempla


«con los ojos del alma». (p. 176)

El retrato primitivo y elemental que nos hace Epifanio de su aldea


nativa, da la idea exacta del medio vital en que se movió su espíritu:

Yarumal

Es un pueblo situado en una falda,


en su plaza enyerbada hay una pila,
pero e! agua no brota por sus huecos
arrimados a ella, sólo hay niños
que retozan saltando sobre el suelo

Son sus calles pendientes y empedradas


largas - anchas - con yerba en sus extremos;
son sus casas pajizas a los lados
y de teja sus casas en el centro.

(Yarumal, p. 332)

En pueblo depauperado, recogido, olvidado, apto para crear


sentimientos hondos, lenta y cotidianamente madurados, pasa toda la infancia
de Mejía.

Pueblos de montaña, plazonas solas y dejadas, caseríos pajizos,


centenares de aldeítas «yarumalescas», son el escenario de los enconos y los
combates de la libertad.
76

Se piensa en el rey y en los héroes y se discute sobre guerras y


constituciones, sentados en taburetes ordinarios, en callejas enyerbadas,
alrededor de plazonas solas y abandonadas. La magnificación de la “epopeya
libertadora” es sólo una situación interior, el mundo físico y el medio social es
precario y simple.

Cuando aparecen los hombres capaces de captar la belleza y la verdad


de sus aldeas y de los elementos que las constituyen, la patria ha empezado a
expresarse de verdad.

Mejía, nacido y crecido al amparo vivificante y tutelar de Yarumal


recogido, es el hombre capaz de expresar la patria de entonces como lo que es,
en su justa dimensión, en su orgullosa humildad aldeana, en su verídica
autenticidad de pueblerino descuido. Él, siente su pueblo al unísono y con la
misma intensidad con que siente su propia vida, como la misma entidad que
constituye su propio vivir:

Yo te conozco desde niño... Cuna


tú fuiste de mis padres... Mis abuelos
en tu suelo vivieron... En tu tierra
mis afectos están vivos y muertos.

(2 de enero, p. 346)

El es hombre que encama una vinculación racial y tradicional y afectiva


y moral con el nuevo territorio patrio. Sus raíces ancestrales y afectivas no
están vinculadas ya a la metrópoli colonial. Tiene entonces que surgir una
patria, otra patria, la propia patria.

En poblachoncito frío y sano del norte antioqueño, va a vivir y a


patentizar Epifanio Mejía el desarraigo de la metrópoli conquistadora y
colonizadora, y el enraizamiento en los valores de la patria nueva de donde
nacen los valores autóctonos y el orgullo de la Independencia, que son la
esencia de la patria libre.

Mejía es un hombre aldeano, siempre en su aldea; por eso es juglar,


porque su capacidad de ambientación vital no excede los ámbitos de la
exigüidad juglaresca. En su aldea vivirá todo el drama que vive entonces
77

Suramérica, que en pleno siglo XIX se debate entre las angustias de


federalismo y radicalismo.

Medellín, la capital del Estado de Antioquia, es el único lugar a donde


Mejía se despla.za, ennoviado de Ochoa envigadeña.

Medellín es entonces otro poblachoncito, que Mejía describe así:

En su plaza empedrada hay una pila.


Yen su plaza rodeada de balcones
se levanta la cúpula de un templo:
Y sus calles son recias y empedradas
Y de oriente a occidente se desliza
una hermosa quebrada, por su centro
Y hay mujeres lavando en sus orillas...
y hay tres puentes que sirven como calles...
Hay dos anchos y largos camellones...
Hay también, hacia el sur, entre malezas,
un antiguo y oscuro cementerio...
A la parte del norte, entre obeliscos...
hay un campo también para los muertos.

(Antioquia, p. 303 ss)

A pesar de la rusticidad aldeana del conjunto, fielmente captado y


descrito por Mejía, como lo demuestra la comparación con las descripciones
de otros autores de entonces, para él, juglar yarumaleño, de pueblo lejano, frío
y solo, la capital

Tiene grandes y hermosas edificios;


tiene torres y cúpulas y templos;
y es ciudad populosa...

(Antioquia, p. 302)

Un pueblo - Rey donde hay


deleite - y hay pompa - y hay orgullo -
y hay... ¡todo lo que es malo! en ese suelo.
78

(Antioquia p.303)

Ésta es una bella página de la literatura nacional. Condensada en pocos


renglones está la realidad social cuasifolklórica de la que surgió la patria.
La elemental descripción que hace Mejía de la capital del terruño paisa
es una versión americana del relato de Babel; es la misma mirada confusa del
hombre elemental ante el incipiente surgir de la organización social que se
mimetiza de orgullo y libertinaje.

Luego de una inoperante incursión comercial a la ávida capital


antioqueña, Mejía vuelve a su nativa Yarumal:

las Patrias selvas


se adoran tanto...
Volví a mi Caunce,
como vuelve a su nido
pájaro errante.

(Juguete literario, p. 176)

Mejía es testigo del crecimiento de la noción de patria desde el


crecimiento de las nociones de independencia y libertad en el fuero de la
intimidad personal de los hombres que constituyen la entidad nacional.

Lo que se realizó en él, se realizó en miles de hombres de entonces: la


decantación del fenómeno político nacional en el ámbito lugareño, entre los
azares de la inquietud política y la incertidumbre económica. Como Mejía,
casi toda la generación nacional de entonces hubo de sufrir la patria en el
esfuerzo por captar el sentido de las nuevas realidades, más confusas que
alentadoras, aún.

Los diversos elementos que constituían la nacionalidad están todos en


su obra: la familia de tinte patriarcal; el campesinado, base de la población; la
religión, base de la unidad nacional; el entrañable amor a la tierra.

Mejía tenía la clave para expresar la surgencia de la patria como


manifestación de los propios valores, de espaldas a las pugnaces tendencias
79

extranjerizantes que amenazaban hacer de la patria una copia modificada de


las entidades coloniales preindependentistas.

La obra de Mejía, en su simplicidad casi rayana en la ordinariez


conceptual, es un catálogo de elementos capaces de crear patria.

Para él, todo lo nacional, todo lo que sea esfuerzo por la libertad, es
bello y grandioso; así, por ejemplo, al hablar de los soldados antimosqueristas,
gañanes de ruana y cotizas, armados de machetes, dice en lenguaje hiperbólico
y mistificante de juglar que posee la idea de Patria y ayuda a crearla en otros:

¡Salud, héroes del Norte! No en la historia


debieran escribirse vuestros hechos:
que la historia perece con los siglos
y ellos merecen un loor eterno...

(2 de enero, p. 348)

Así cantaban los aedos antiguos en Ilíadas y Ramayanas y Nibelungos,


e hicieron de guerreros mugrientos y analfabetas, personajes imborrables en la
historia de la humanidad.

No se trata en este textico, como en muchos otros de Mejía, de una mera


hipérbole retórica, se trata de la supervaloración de los valores nativos de los
que surge la posibilidad del afincamiento de los propios valores en el alma
popular.

Epifanio Mejía es un maestro de creación de nacionalidad, quizá el


único ajeno a influjos extracontinentales que hubo entre nosotros.

Para Mejía todo el Universo está envuelto en un halo agonístico teñido


de vislumbres de esperanzas ultraterrenas; para él:

Hay sólo un Ser que es verdadero, eterno,


Aquel que crió los cielos, el infierno,
La luz el hombre, en fin, la inmensidad

(En la cartera de un amigo, p. 209)


80

Las patrias son fruto de los dioses. Donde no hay dioses no hay
exigencias éticas y morales; donde no hay metas trascendentes capaces de
convocar comunidades a empeños que conllevan el sacrificio, no pueden
surgir las patrias.

El colonialismo conlleva siempre la imposición de dioses extranjeros.


Las patrias sin Dios son colonias disfrazadas de libertad, sometidas a dioses
ajenos y humilladas por los adoradores de aquéllos.

Los relatos genesiacos y los poemarios épicos son historias místicas,


más de dioses quede hombres. La concienciación de la presencia de la
divinidad entre los hombres ha sido siempre la fuerza de la que han surgido
los pueblos y se han formado las patrias.

De los dioses nacen las morales, de las morales la conciencia de la


propia insignificancia y de la propia dignidad; de éstas, la posibilidad de la
avanzada de la libertad política y moral.

En los mitos, leyendas, epos, el elemento divino es esencial.

Toda epifanía patria es a la vez una escatología y una epifanía divina.


Donde surge una Patria, nacen y mueren dioses. Vidas de hombres y de dioses
es el precio de la libertad.

Donde no se da el fenómeno de la captación del sentido de la tragedia y


de la eternidad, no puede darse el sentido de la libertad.

El ansia de libertad social es una amplificación del ansia de libertad


interior como rompimiento del sentido trágico subyacente en las fases
embrionarias de la fe.

Epifanio Mejía, heredero de la fe cristiana en la que siempre creyó


creer, vivió, sin embargo, una fe naturalista en la que las nociones de Dios,
bien, mal, culpa, etc. no exceden en mucho las concepciones de los hombres
de las generaciones precristianas.
81

El mismo sino trágico indestructible del mundo griego alienta en su


obra; la noción del terrible Dios pagano es la suya; la noción de un Dios
totalmente trascendente aparece diseminada por toda su obra.

Toda ella está envuelta, pues, en un sentido religioso naturalista, del


cual surge la Patria.

El mundo es ancho mar sin horizonte,


La humanidad es barca en él perdida.

(A Julia, p. 204)

Solos vagamos del destino al soplo


por el desierto de la triste vida

(A mi hermano, p. 139)

muerte y no más, he aquí lo positivo:



que es la vida.., cual la fuente
que nace, corre, y muere entre la mar.

La Fe seguida de Esperanza
es entre cielo y tierra el eslabón...

(Al cumpleaños de la señorita R.M.F. pp. 134-135)

En la obra de Mejía, la Trascendencia de Dios es un hecho primario y


permanente: «Dios que habita en el cielo... Benigno, Poderoso y grande...
Eterno y bondadoso... De todo ser primaz»

(Hoy cumplo veinte años, pp. 127-131)

El tiempo.

fantástico coloso...
que lleva en bronce escritas en su mano
¡Muerte! ¡Fatalidad! ¡Desolación!
82

(Al cumpleaños.. p. I 34)

La dicha y la esperanza del hombre son dádivas de la Divinidad,


poderosa y trascendente:

A Dios debemos nuestra inmensa dicha

(Posdata p. 162)

Tanta belleza, tanta alegría,


dime ¿qué es esto... ? Cosas de Dios.

(Quiere amanecer p. 256)

Juventud y vejez son siempre infancia


para el que adora a Dios.

(A mi hermana p. 140)

cuando el alma abandona la materia


vuela entre aromas a un dichoso edén.

(Ecos del alma p. 160)

Sin término medio, el universo de Mejía está dividido en «el mundo del
dolor y el mundo santo» (p. 137), separados por el abismo entre la
temporalidad y la eternidad.

El universo de Mejía es el mismo universo moral elemental de los


antiguos épicos, caracterizado por la dicotomía entre Dios y su universo, pues
la santidad divina trascendente no se encarna en un mundo sumido en un
hálito trágico, donde:

entre cadenas
la dicha feneció

(A Pepita p. 237)
83

…la noche también llora


en este valle de lágrimas

(La ceiba de Junín p. 245)

…de quejas se alimenta el alma

(La paloma del arca p. 255)

El drama de la angustia vital es el drama de los pueblos primitivos,


manifestado en multitud de formas: las guerras interminables, que vienen a ser
la manifestación de los espíritus ante el mal circundante que los torna
agresivos; los cultos sacrificiales, teñidos siempre de matices punitivos; la
tristeza mística de la lírica apenas incipiente.

El ancestro trágico en la concepción religiosa propia de estos pueblos


americanos tan amargamente catequizados por los conquistadores, y el
desequilibrio sicopatológico de Mejía, se encarnaron en su obra hacia la
expresión de la patria naciente.

Mejía se encierra en su mundo interior a vivir el sino angustioso de la


patria urgida de maduración:

...yo silencioso
me oculto, y temo la fiera
sociedad

(Una verdad p. 132)

Pero no sólo el aspecto negativo y trágico de las épocas de patria


naciente aparece en su obra. En su poesía elemental hay un concepto amoroso
y positivo de la apropiación de las realidades ambientales y espirituales que
van unificándose con el hombre y constituyendo con él una realidad nueva: la
patria.

Epifanio Mejía no pertenece a ninguna escuela. Él es escuela.


84

Todos los intentos de clasificación de su obra dentro de una escuela


determinada son erráticos. Ella es tan descomplicada y sencilla que se evade
de todo intento clasificatorio; es anterior a la noción, ya más elaborada, de
escuela, dentro del sentido literario y retórico del término.

La obra de Epifanio Mejía es apenas un inventario balbuciente y gozoso


de seres mínimos, ajeno a todo retoque, a todo aderezo, a todo alarde de
suficiencia verbal.

Andar por el universo de Mejía es andar entre «maderas blancas»,


«rubias abejas», «negras hormigas», «el cuervo negro», «el blanco novillo»,
«el cariblanco toro», «la ovejita parda», «la cristalina quebrada», «la negra
serpiente», la tórtola que come mortiños o anida en el laurel.

El universo que pinta Epifanio es un universo epifánico por su surgencia


y por la simplicidad que le es propia y lo hermana con el alma del poeta que lo
mira y describe.

Por primera vez, luego de las descripciones admiradas de los


conquistadores y de las investigaciones científicas de los naturalistas
europeos, en la voz de Epifanio Mejía el universo colombiano es expresado
con la amorosa voz posesiva, de quien ve en él algo connatural y amado.

Él habla tiernamente de todo aquello que lo circunda. Describe cada


cosa:

Las hojas de mi selva


son amarillas
y verdes y rosadas
¡Qué hojas tan lindas!

cuenta de

Gallinetas reales
de canto dulce

(Las hojas de mi selva p. 217)


85

de

...la mariposa dulce y querida

(A mi hija Rosaura p. 200)


todo ello urgido de un afecto telúrico, porque

...las patrias selvas


se adoran tanto..

(Juguete. p. 176)

Es la unidad entre el hombre y su medio, más allá de la observación


científica o especulativa; es la apropiación que crea nexos y desde allí
construye patria.

Para Mejía, voz de las voces simples de su tiempo, no existen las cosas,
existen los seres apropiados, hechos suyos.

Él, es testigo válido del despertar del sentido posesivo, fruto de la


libertad.

Mejía habla de «Mis antioqueñas verdes montañas... mi selva... Mi


preciosa selva.., el valle mío... las montañas mías»

Por toda su obra se percibe el testimonio de la conciencia de posesión,


más allá del marco jurídico legal. Para él, la libertad ha penetrado ya al campo
de la conciencia; se ha pasado del orden jurídico al ético; ha surgido la
conciencia de la fidelidad como consecuencia de la unión posesiva.

Mejía, espíritu juglaresco, épico por naturaleza, no pudo, sin embargo,


por su inestabilidad síquica, crear la leyenda de la raza y de la tierra con que
tanto soñó ya la que dio principio en múltiples poemas que quedaron
inconclusos o esbozados apenas. Amelia, La casa de Jacinto, Antioquia o la
Mano de Dios, son buen testimonio de su esfuerzo por crear un poema épico
de la raza y de la tierra.
86

Las ideas básicas de la concepción de la libertad social, como fruto de la


libertad individual, aparecen dispersas por todas partes en sus poemas; así, por
ejemplo, en el poemita Las hojas de mi selva dice:

¡Hija - sé libre!
busca siempre la choza
del más humilde. (p. 218)

Allí se condensa el sentido de la sociedad a partir de la potencialidad de


los estratos sociales más bajos, que es donde germina la patria nueva.

La conciencia del orgullo racial, uno de los componentes fundamentales


de la conciencia de libertad, es otra faceta que aparece, bella y
constantemente, en su obra.

El poema Antioquia o la Mano de Dios, es tal vez la obra que mejor


encama su sentido del valor de la raza.

A partir de un tema realmente pobre, la guerra civil en el ámbito


antioqueño, Epifanio reviste todo el cuadro de una magnificencia y una
nobleza extraordinarias.

En dónde, el mundo,
ha visto entre sus hijos más denuedo?

Todo dejarlo - abandonarlo todo:
sus esposas - sus hijos - sus afectos.

y desde lejos contemplar sus casas,
y mirar s sus hijos, desde lejos.
y... «¡adiós!» gritarles, y seguir andando,
en lugar de volar a darles besos.

(¡Adiós! pp. 346-347)

El canto de los soldados, aldeanos montaraces armados de machetes y


trabucos de fabricación casera, es un himno a la libertad:
87

Nacimos libres, moriremos libres,


no queremos cadenas ni opresión;
nuestros hijos jamás serán esclavos;
nuestra patria es el nido del condor.

(Venteadero p. 312)

La libertad es ya una realidad del diario vivir; la guerra es


acontecer anómalo, que no se rehuye, sin embargo, pues la conciencia
de la dignidad en la libertad ha calado en los espíritus:

Muchachos les digo a todos


los vecinos de las selvas,
la corneta está sonando...
¡Tiranos hay en la tierra!

Mis compañeros, alegres,


el hacha en el monte dejan
para empuñar en sus manos la lanza
que al sol platea

(El canto del antioqueño p. 300)

Si hoy han dejado la glacial montaña...


es porque vienen a buscar tiranos...

Los que han nacido para siempre libres


no se acostumbran a arrastrar los hierros,
porque la ley de la opresión gravita
sólo en esclavos y serviles pechos.

(Venteadero p. 314)

Más allá del valor e interés del hombre por la defensa de su


libertad, el Dios del pueblo, el Dios guerrero de las mentalidades épicas,
que tiene en sus manos el don de la victoria,

Ese - principio y fin de cuanto existe;


88

rey y señor del universo entero,


vela por ti, mi dulce tierra;
Ese - ve tu desgracia.., en Él confiemos.

Qué poder sobrehumano en media hora


cambió en guirnaldas tus pesados hierros?
Fue la «Mano de Dios», no fueron hombres
los que acaban de dar tan justo ejemplo.

(2 de enero pp. 338-342)

Hay aquí la simplicidad expresiva y la tensión teológica de todos los


poemarios épicos, de todos los tiempos.

Como expresión del sentido de la libertad, E canto del antioqueño, es tal


vez, la más lograda de las obritas de Mejía. Es un poema agreste, fácil, fluido,
vibrante, condensado, dinámico, que canta la libertad como un estado, más
que como una contienda insegura y versátil. El poemita es una de las piezas
más vivas de su género en toda la literatura de América. Es un poema nuestro,
vivo, auténtico.

Nací sobre una montaña.



Nací libre como el viento
de las selvas antioqueñas...

Yo que nací altivo y libre
sobre una sierra antioqueña
llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.

¡Oh libertad que perfumas
las montañas de mi tierra,
deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias!

(El canto del antioqueño p. 298 ss)


89

Es una concepción viva de la libertad afianzada en lazos genésicos,


raciales, más allá de la mentalidad bélica o legalista. La libertad se percibe
como legado y se aspira a dejarla como legado; la libertad tiene un tinte
humano concreto, tiene un ámbito geográfico propio, tiene el olor de la tierra.
Epifanio Mejía es en Colombia el representante de la épica nativa.
Nadie como él pudo sentir y entender la noción de libertad.

Desgraciadamente, entre nosotros primé el falso sentido de la libertad


como empresa politiquera e imitación extranjerizante. Así como se escarneció
a Bolívar, se destruyó la promisoria realidad de la Gran Colombia, se importé
el naturalismo francés y el dólar yanqui, se olvidó también a Epifanio Mejía
que sigue siendo un desconocido para las juventudes de Colombia y América.

Es tarea de las generaciones venideras descubrir los auténticos testigos


de su proceso histórico, los auténticos maestros de libertad y nacionalidad.

El aura de soledad y olvido que envolvió la vida de Mejía en el norte


antioqueño, sigue envolviendo su obra a través de los días.

Los colombianos deslumbrados por el ansia imitadora no han podido


ver en los poemitas del antioqueño más que ñoñerías, vacuas de sentido y
faltas de mérito. Aquí, desde que vino Quesada a pelear con el lejano obispo
italiano, Giobbio, hemos vivido de espaldas a nuestra autenticidad.

Después de Mejía no hemos tenido juglares; luego de su obra no hubo


quién más le cantara a la patria diseminada en sus realidades constitutivas
primarias. Dragos, uvitos, chilcos, caunces, mirlos, gallinetas, hormigas y
batatillas, se quedaron sin cantores.

Gregorio Gutiérrez, le hizo dúo; José Eustasio Rivera, mirada y


calificada su obra, por Eduardo Castillo, de «endechas al ganado lanar y
vacuno», fue voz de silencio final en el amoroso cántico de las realidades
terrígenas.

Las juventudes colombianas y americanas estudian y memorizan


Ramayanas y Odiseas, Virgilios y Tassos, y no saben siquiera que entre
nosotros la juglaresca se vivió y dejó su tesoro en la obra de Epifanio Mejía.
90

Los jóvenes de América estudian en glosas monacales hispanas los


balbuceos de las lengua naciente, y no han pasado siquiera sus ojos por el
provinciano e ingenuamente tierno lenguaje del cantor nacional.
En colegios y escuelas se estudia el nacimiento de la patria, y no se
sospecha siquiera de la voz de Mejía, que fue entre nosotros, la más auténtica
expresión del fenómeno de patria naciente.

En claustros de bachillerato y en recintos universitarios se estudian


clasicismos y parnasianismos y simbolismos, y no se menciona siquiera la
existencia de Mejía, que con su vacilante lenguaje naciente en el mundo de la
libertad, cantó, desde sí misma, la patria.

El día en que se estudie la obra de este poeta olvidado, el más poeta de


los nuestros; el día en que se lleve a la niñez y a la juventud a estudiar en su
obra cómo fue creciendo y vitalizándose la noción de Patria, habremos abierto
una brecha que nos permita penetrar a nuestra auténtica entraña nacional y
expresarnos a nosotros mismos, para tener la patria que hace casi doscientos
años hubiéramos podido tener, de no habemos dado a la imitación
extranjerizante.

Cuando la juventud colombiana aprenda la inocencia vital que Mejía


vivió y expresó, habremos recobrado la posibilidad de crecer en la libertad a
que estuvimos llamados desde que los españoles, llevándose el oro, nos
dejaron la patria elemental y buena que Epifanio Mejía cantó con tanto amor.
91

Juan de Dios Uribe

Testigo de la mentira del descreimiento americano

P ara juzgar con criterio seguro sobre épocas turbulentas es preciso


buscar los surcos de pensamiento a través de hombres que encarnen su
tiempo desde planos medios. En épocas de convulsión, los individuos
que llegan a descollar e imponerse llevan tal amalgama de astucia, veleidad,
mimetismo ideológico, que acaban por no dejar ver con claridad los signos de
los tiempos que vivieron, haciendo así imposible el análisis de su época a
partir de su personalidad y de su obra.

Las figuras que en una época determinada llegan a asumir papel de


liderazgo y auténtica dirección social, encarnan una gran capacidad intuitiva y
llevan en sí, germinales, las épocas venideras: son más oscurecedoras que
clarificadores del período vital en que se movieron; son especies de profetas
cuya voz y cuya vida, aunque parezca contradictorio, tienen sus raíces en el
futuro, que en ellos se anuncia en forma pugnaz.

Las figuras de tipo medio, sobremanera las individualidades altamente


capacitadas para la lucha ideológica e inoperantes en el campo de la acción
concreta, dan luz altísima para comprender las características de la época en
que hubieron de vivir; son especie de criba que retiene todo lo que representa
valoración de su ámbito vital; diques que hacen acopio de lo ya elaborado,
pues carecen de capacidad descubridora en medida digna de tenerse en cuenta.

Estos personajes se hallan desligados de los artificios que impone el


logro de efectos en el campo del comportamiento social; son acopio de
ideología en estado puro, sin desfiguraciones producidas por pactos, cálculos o
componendas enderezados al logro de intereses inmediatos; encarnan el
mundo de las ideas por las cuales lucharon ya las cuales sacrificaron lo mejor
de sí mismos; son espíritus desmedidos, faltos de tino para cálculos de orden
92

pragmático; grandes ingenuidades mentales que reflejan abiertamente lo que


creen, esperan, piensan y defienden; son los confesores de la doctrina y,
frecuentemente, también los mártires.

Su paso por la historia es una serie ininterrumpida de malandanzas; sus


figuras, las de ángeles o demonios, según como convenga presentarlos a los
caudillos sociales de su tiempo.

Acaban por ser olvidados, cuando al avance de los tiempos, se hace


claridad y los extremismos de que se alimentaron no tienen ya razón de ser ni
resonancia en las generaciones que han advenido a las tareas de dirección y
pensamiento. Son su época y nada más, y con ella desaparecen; son la historia
en cuanto momentáneo discurrir encarnado en el hombre; viven amargamente
su tiempo y se pierden, casi desconocidos, después de haberlo nutrido.

La vida de estos personajes es una inmensa pasión desfigurada por el


tiempo, cuando los grandes hechos de la historia acaban por convertirse en
verdades manipuladas por los intereses de las sistematizaciones que van
imperando.

En la historia de los pueblos, al logro de la armonía entre ideas de largo


tiempo antagónicas, siguen largas épocas de paz, entendida como quietud
mental y social que propicia el discurrir inquisitorio sobre doctrinas e ideas ya
maduradas, sin que entonces preocupe mayormente el quehacer bélico o la
empresa de tipo aventurero. Ejemplos de este fenómeno son la Edad Media
europea, dedicada a la paciente elaboración de sus Sumas filosóficas y
teológicas, y el segundo decenio de este siglo, en Colombia, una vez aceptada,
tras escaramuzas, voces y vocinglerías, la Constitución del 86.

Cuando una doctrina, dominante de tiempo atrás, inicia su declinar, su


antagonista empieza a abrirse paso, y de su estado de sojuzgamiento pasa al
envalentonamiento y al esfuerzo de imposición total y absoluta en el medio
sociocultural, en abierto combate con su contraria que trata de conservar el
dominio que venía ejerciendo. Son éstos tiempos de predominio volitivo y
surgimiento de profusión de ardides bélicos, extremismos ideológicos,
artilugios y hazañosos empeños de tipo político; no hay reposo para
lucubraciones de superioridad intelectual, y las actividades de tipo pragmático
93

acaban por imponerse como modus vívendi et operandi. Entre nosotros, la


época del Radicalismo liberal del siglo XIX, es uno de tales períodos.

Moría definitivamente el espíritu medieval de la Colonia (que aún hoy


sigue agonizante y se niega a morir del todo) y nacía el espíritu de la libertad
plena, más allá de tareas militares y heroicas. Todos los términos se resolvían
en confusión: no había la suficiente madurez humana para hablar un lenguaje
nuevo; se precisaba, por urgente necesidad histórica y sociológica, pues los
pueblos han de asimilar primero dramáticamente las realidades que luego
expresarán en su lenguaje escrito y hablado, vivir a la vez, en la creatividad y
en la frustración y en la amargura y en la vindicta y en el activismo social la
conciencia de la libertad, para proceder luego a lucubrar sobre ella y construir
una armónica y bella doctrina de la libertad.

Estas épocas son épocas de infantilismo social y mental. Son pubertades


de los pueblos. Para encontrar el alma de tales tiempos es preciso buscar
mentalidades, temperamentos, personalidades infantiles, voltarias,
incontinentes.

Los intemperantes son los personajes que encaman eminentemente el


espíritu de tales épocas; en ellos se encarna, se encarniza, diríamos más
exactamente, el estado moral de su tiempo: a ellos, persecuciones, destierros,
denuestos; con ellos, dicterios, amenazas, anatemas, prejuicios, precipitudes.
Toda la gama de la inmadurez social se patentiza en los hombres de la clase
media intelectual de una sociedad volitiva, que asiste a la maduración
ideológica propia de los procesos de cambio de mentalidad.

Parece que aquellos individuos a quienes no corresponde la misión


directiva de la sociedad, estuvieran hechos para vivir en una especie de
apacible impermeabilidad a las contingencias adversas que su conducta social
les impone: son incapaces de recelo; el hosco medio en que se mueven les es
amable, a pesar de todas las adversidades; viven ingenuamente entregados a la
tarea de difusión ideológica, sin preocuparse por propiciar una tregua interior
que les permita examinar sosegadamente las ideas de sus adversarios; las
innúmeras penalidades que arrostran, les son fuente de renovado brío y jamás
causa de desaliento o pesadumbre; la intemperancia verbal es su paraíso vital;
la capacidad de ofensa les da la medida de su propio vivir y del vivir ajeno.
94

Por individuo de tipo medio en la sociedad, entendemos a quien la


encarna en sus rasgos predominantes sin aportar elementos realmente
renovadores, ni destacarse operativamente en el campo del liderazgo
intelectual, político o administrativo. El tipo medio es el conservador de las
ideologías revolucionarias: en lugar de buscar el ascenso a planos superiores
de evolución social, pretende institucionalizar el ajetreo social en que vive y
convertirlo en mundo permanente; vive permanentemente en trance de
encamación agresiva de ideas que ya los espíritus más lúcidos han asimilado
con tranquila reflexividad.

Por no ser hombres de gran profundidad mental, los individuos tipo


medio encarnan en escalas claramente perceptibles, los móviles comunes y
dominantes en la sociedad de su tiempo.

Obeso, Arrieta, Kastos, el tuerto Echeverri, son bellas medianías en las


que un espíritu observador ve patentizado el sustrato vivo que hizo posible el
radicalismo decimonónico en Colombia.

En sus vidas y en sus obras, precipitadas, rampantes, desprovistas de


alardes especulativos y ornamentales, está todo el espíritu que animé a la
América entera en dicho siglo. Son los testigos, en versión popular, en
lenguaje popular, en actitudes populares, de lo que era toda la sociedad
intelectual y política de entonces.

La «lora» de Núñez el reformador, y la manceba de Candelario Obeso,


el suicida, son manifestaciones equivalentes, en órdenes sociales distintos, de
lo que era entonces el sentido de la libertad del amor. Los alcaldes de los
cuentecitos y cuadros de costumbres de Emiro Kastos expresan, en su esencia,
los gobiernos Mosqueristas, que fueron una serie de alcaldadas magnificadas
por el poder. Para el analista inteligente, los últimos días de Mosquera como
alcalde de Coconucos, patentizan que él tenía alma de alcalde y que en esos
días Colombia era una inmensa alma municipal. Las coplas de Ñito Restrepo,
surcidas en verso de arte menor, son la encarnación del mismo sentir escéptico
del peripuesto Que sai je, de Núñez. La diferencia es sólo de tonalidad, pero el
calor humano y la esencia de todas las manifestaciones de la época es la
misma. Todo lo que entonces se vive son vertientes que tributan a un mismo
mar.
95

Es en el análisis del espíritu popular, donde puede encontrarse la


explicación clara de lo que produjo el siglo XIX americano, porque el
populismo era el alma de ese siglo. Antioquia, enriquecida minera; Cauca,
letrado, politiquero y un tris eclipsado por la preeminencia santafereña;
Bolívar, el costanero y parlanchín; Santander y Tolima, belicosos desde sus
orígenes, son los escenarios donde el espíritu nacional, federalista y
liberalizante, da sus más abundantes frutos: allí, las guerras separatistas; allí,
la incipiente legislación profeminista; allí, las capitales de los gobiernos en
exilio; allí, las convenciones «ateas»; allí, los generalotes y los reclutas; allí,
las prédicas incendiarias y las luchas banderizas, pomposamente llamadas
guerras. Toda la incontrolable proliferación de liberalismo radical se
manifestó en esas comarcas en serie inagotable de majaderías, entendidas
como eclosión de la idea grande de la libertad. Todas las manifestaciones del
espíritu colombiano traumatizado por los abusos del coloniaje español se
representaron en esas regiones bajo la especie de «revolución», cuyo único
contenido real era la agresión del resentimiento y la manifestación del anhelo
desinhibitorio.

Todos los pueblos pasan de sus propias inhibiciones tradicionales,


creadoras por ser fruto de un lento y bien madurado proceso; ordenadoras, por
ser fruto de una tarea armónica y progresiva; catárticas, por ser respuesta a
traumas sociales congénitos; a las inhibiciones morbosas, fruto de los golpes
coloniales, que desequilibran el sabio y ordenado acontecer de la evolución
social autóctona culturalmente adecuada a las capacidades del medio.

Más que en las acciones militares, encaminadas a expulsar al invasor


dominante, los pueblos se liberan de las inhibiciones adquiridas durante los
tiempos del coloniaje en los períodos que subsiguen a éstas, cuando ya
políticamente libres se desvergüenzan y manifiestan lo que son, de una manera
totalmente opuesta a los moldes que les enseñó e impuso su amo de los
tiempos coloniales.

El Radicalismo liberal en América, antes que otra cosa, fue un intento


desinhibitorio del complejo colonial.

El intento de auténtica manifestación del alma americana, que el


Radicalismo decimonónico encamé entre nosotros, se vio, sin embargo,
abocado al fracaso, porque fue mal orientado, careció de jefes realmente
96

profundos en su pensamiento, acabó por ser patrimonio de botas militares y


clericalismos politiqueros, careció de morigeración operativa y de propósitos
ordenados.

Para hallar el hombre que desaforada, maldiciente, frenéticamente,


encame el Radicalismo liberal en Colombia, hemos de dirigimos a un medio
humano muy inhibido, muy marcado por el fenómeno religioso colonial, muy
espontáneo y desmedido en su manera de actuar.

En Antioquia, minerías y talas han hecho olvidar legislaciones e incisos;


el aislamiento geográfico ha propiciado el oscurantismo ideológico en una
región donde apenas unos cuantos tienen tiempo para letras y «sabiondeces»;
las misiones eclesiásticas se han extendido por todas partes, pues el territorio
antioqueño se ha convertido en venero de sacerdotes y religiosos; el espíritu
matriarcal ha sentado sus reales en todo el territorio paisa, y Antioquia se ha
convertido en la más pía de las provincias de los Estados Unidos de Colombia.

La lejanía de las autoridades nacionales en que vivieron los antioqueños


y el auge de las empresas de tipo capitalista alas que dedicaron sus mejores
esfuerzos, hicieron del grupo antioqueño un asentamiento humano
autosuficiente, independiente, autosatisfecho, exuberante, enamorado de su
tierra y de su libertad, exagerado en todo, el pueblo con más «mases»: más
minas, más plata, más hijos, más fe, más todo.

El territorio de Antioquia era el ámbito apto para el surgimiento de las


intemperancias; por eso allí tenía que manifestarse, pródigo y demoledor, este
fenómeno durante los años del Radicalismo liberal.

De Antioquia tenía que salir el más coloretudo mosaico de bendiciones


y maldiciones. Todo el lenguaje del vituperio y del encomio religiosos tenía
que resonar en las laderas paisas.

En Antioquia, Nordeste y Suroeste han permanecido casi hasta finales


del presente siglo en estado de conquista. Clima, topografía, etnografía,
subsuelo, han propiciado allí toda forma de rudeza espiritual.

En Nordeste y Suroeste antioqueños, el dogmatismo del clérigo a medio


ilustrar y todo ambicionar; la rudeza petulante de la autoridad lugareña, mitad
97

legislación y mitad inventiva, la imaginación hechizada del minero; la


brutalidad de alguaciles y hacheros. Toda la actividad social ha creado allí un
curioso ejemplar humano: tenaz, agresivo, escéptico, irreflexivo, febril,
herético, ejemplar humano único, hermosísimo por momentos y por
momentos repulsivo y contradictorio.

En el Suroeste antioqueño, Titiribí es la mina de El Zancudo y Ñito


Restrepo el alma minera hecha copla y arenga parlamentaria; Amagá, las
minas de carbón y Emiro Kastos cuentista entre repelentón y jocundo; Jericó,
Bolívar, Salgar..., cafetales inmensos, bebedores de cerveza, clérigos
carrielones, mujeres adiposas y mandonas... todos desmedidos, gritones,
impulsivos. El suroeste antioqueño es el puente entre los azares de la selva
chocoana y la remansada vida del Valle del Aburra., donde los mineros
enriquecidos empiezan a soñar la industria, cuando agoniza el siglo XIX.

En el suroeste, en San Juan de Andes, tiene que nacer, hijo de médico


andariego, Juan de Dios Uribe Restrepo. ¿Dónde más iba a nacer, si nació para
ser el prototipo de la mentalidad radicalista del siglo XIX?

Juan de Dios Uribe encarna la incapacidad de morigeración. Su alma es


un pueblo del suroeste antioqueño donde se lucha sin tregua y se sueñan las
más imposibles y arrevesadas empresas.

Envuelto en un halo agonístico, desesperado y maldiciente, es un


hombre en trance de colonización de su espíritu. En su alma no hay un
resquicio siquiera para la serenidad reflexiva. Todo lo suyo es brusco,
demoledor, hiriente.

Su mundo interior es una réplica del acontecer de la conquista territorial


del suroeste nativo donde el descanso no tiene lugar porque es tan rápido el
desmesurado crecimiento de malezas y alimañas que reflexionar un instante
sería perder el esfuerzo de años enteros.

Cuando Uribe Restrepo escribe, las ideas fluyen atropellándose


irreflexivas y contradictorias. El mundo mental del Indio Uribe semeja una
selva después de un día de tala. Uribe, antes que un pensador, es un hachero.
Su mundo es el mundo de la naciente colonización de San Juan de Andes.
98

En el siglo XIX Colombia entera es un San Juan de Andes. Los valles


del Cauca, el Risaralda, el Sinú y las hoyadas ubérrimas del Quindío ven
surgir cada día un rancho nuevo, una fonda caminera, una posada, un
poblachoncito incipiente. Por todas partes hay colonos; todo es tac tac de
hachas; reprimendas de sacerdotes a peonadas amarteladoras y cocineras
coquetas; maldiciones de arrieros a mulas tardas y marrulleras; hachas, minas,
partos, borracheras, más partos y más preñeces. Una desbordada
manifestación vital inverecunda que crea una patria nueva.

En esos días, el músculo ha obnubilado el cerebro: cuando los


americanos se meten a pensadores resultan rezando o blasfemando; como las
vivencias, las empresas intelectuales quedan a medio hacer, deslustradas,
torcidas, provisionales.

Una desordenada competencia entre clérigos y nuevos ricos, autoridades


y caciques lugareños, es la única manifestación de la vida social de las
nacientes comunidades.

Avanzar, destrozar, arrollar, dominar, es la consigna. Como los árboles,


también los hombres han de ser derribados si se oponen en el camino de
alguien.

Con la campaña libertadora, la sociedad colonial ha desaparecido, y el


más agresivo individualismo se ha apoderado de las mentes. Ahora se precisa
crear un concepto nuevo del nosotros, y mientras tanto impera el yo. Los
soldados ignaros de la independencia, deformados sus hechos por la leyenda
que empieza ya a magnificarlos ya desfigurarlos, se van convirtiendo en
generales condecorados y en grandes hombres. La patria quiere perpetuar sus
horas de gloría bélica, y no teniendo ya enemigos foráneos, se revuelve dentro
de sí misma y pasa de ser la Nueva Granada, unificada bajo la idea española, a
ser Los Estados Unidos de Colombia; cada provincia es entonces un inmenso
cuartel; cada idea se convierte en razón para esgrimir un arma; cada jefe
lugareño sueña ser un general o un presidente temido y acatado.

Encono es el término que define exactamente la patria de esos días.


Encono es la esencia del espíritu de Obandos, Melos, Mosqueras, Ospinas.
Encono, la oratoria gritona y amenazante en plazas y congresos.
99

La patria no puede aquietarse, es organismo juvenil que en su continua


agitación adquiere la fortaleza para vivir su futuro de madurez.

Colombia es un San Juan de Andes, granulado y diseminado en un


millón de kilómetros, y el alma germinal de ese multiforme San Juan de
Andes es el encono.

Juan de Dios Uribe Restrepo es la encamación del municipio


inmoderado; es decir, de la patria toda. En el alma del Indio Uribe hallamos
toda la Patria, todas las patrias americanas del siglo XIX, que se debaten bajo
los mismos signos agonísticos. Uribes y Restrepos son todos individualistas
hasta el extremo, idealistas, muy dados a negocios y a leyes, quijotescos en su
diaria actividad, emprendedores, un tris escépticos y otro locos,
sanchescamente tercos que cuando dicen nones, nones han de ser aunque
todos digan pares.

Miguel Uribe Restrepo vive atormentado por la dictadura de Bolívar, y


muere testarudo y oscuro; Pedro Uribe Restrepo, expande el mortífero sistema
médico de Broussais entre los médicos paisas, y después de haber construido
cementerio para descanso de los muertos, y teatro para solaz de los deudos,
resuelve morirse también, arruinado por sus filantropías; Antonio José
Restrepo, colono de las riberas del río La Miel, senador acrimonioso, coplero
insigne, anticlerical incorregible, pasa a la posteridad como el signo de la
agudeza mental y la atrabilis ideológica.

Viven las gentes de estas progenies en plan de errabundaje, insaciables


en su libídine de conocer gentes y mundos nuevos: para Manuel Uribe Ángel,
«un viaje no es otra cosa que un catecismo, un libro de escuela, una obra
académica en forma de preguntas y respuestas». Les es imposible profundizar
callada y quietamente en un asunto concreto; son los hombres agradables,
memoristas de lo anecdótico, someramente ilustrados sobre todo lo existente.

Se entregan a la aventura, tanto más excitante y loca cuanto más avanza


la progresión del apellido: Rafael Uribe Uribe, ocho veces Uribe, combate en
la guerra de los mil días, la más alocada y estéril de cuantas guerras civiles ha
habido en el mundo. José Vicente Uribe, el padre de Juan de Dios, es
encarnación perfecta de los manes de su gente: médico, loco, lingüista,
100

botánico, burócrata, soldado de la guerra civil, tiene de todo un poco, pero


definitivamente nada de nada.

¿Quién, pues, mejor que Juan de Dios Uribe Restrepo puede encarnar
perfectamente el alma de la naciente Colombia radical? En su vida y en su
palabra hallamos el más exacto compendio de lo que fuimos en tales tiempos.

Uribe Restrepo nace en Andes cuando éste es apenas aldea en


fundación; su niñez es un nutrirse del espíritu del colono agresivo.

Vive, ya adolescente, en el Cauca Viejo, Buga, en concreto, entre los


gritos de la guerra civil patrocinada y acaudillada por Cabales, Contos,
Caicedos, Mosqueras, Arboledas, toda la nueva generación que bajo banderas
libertarias va entronizando la nueva Colombia autóctona bajo sus ideas de
caudillismo y noblezas heredadas.

América toda es radicalismos de derecha y de izquierda: García Moreno


y su enemigo Alfaro, en el Ecuador, Jerez en Centroamérica, Francia en el
Paraguay, Rosas en Argentina, Páez y Guzmán Blanco en Venezuela. América
toda crece aturdida por voces antagónicas y absolutistas.

Por todas partes hay enfrentamientos entre centralistas y federalistas,


que sin percatarse de ello están realizando la tarea de madurar la unidad en la
diversidad.

Las figuras caracterizadas por la mesura y el equilibrio, que aparecen en


el escenario político y cultural de entonces, no brillan, son rechazadas en
calidad de mediocres, como les sucedió a los bonazos de Manuel Ancízar y
Eustorgio Salgar entre nosotros: en su tiempo no pasaron de ser figuras muy
modestas, y sólo el correr de los días ha venido a esclarecer el valor moral y la
significación de sus vidas.

En este orden de cosas, se vive un precioso momento en la evolución


religiosa de América.

El Radicalismo liberal encierra un preciso, marcado y valioso contenido


de religiosidad que no se ha analizado a fondo. Es un movimiento que sin
proponérselo, por el contrario en lucha contra el fenómeno religioso cristiano-
101

católico, trató de purificarlo, de situarlo en un justo medio, de esclarecer los


contenidos realmente religiosos del cristianismo, de deslindar los campos del
quehacer político y religioso. Todo en su lucha fue muy negativo, todo se
presentó bajo la apariencia del rechazo, todo fue grito de odio; pero en el
fondo del Radicalismo liberal hay más un proceso de maduración humana,
social y religiosa, que una batalla contra la fe popular. Todo fue torpe porque
eran tiempos de inmadurez aquellos en que el Radicalismo liberal libré sus
batallas.

La obra del Indio Uribe, hijo de Antioquia la pía, nos permitirá conocer
lo que con sólo variantes de intensidad se vivía en toda América.

El primer paso de los pueblos al liberarse de sus colonizadores, es


buscar un nuevo amo. La idea del tutelaje se borra muy difícilmente. El
esclavo empieza a detestar su situación de esclavitud juzgando que su amo es
malo y no que su condición de esclavitud es la causa de sus males: quiere
cambiar de amo, antes que de condición social.

_____________

• Las citas que aparecen en el presente estudio, han sido tomadas de Obras Completas de
Juan de Dios Uribe, Ediciones Académicas, Medellín, 1965. Lo. diversos trabajos de Uribe que se
citan figuran con las siguientes abreviaturas:

AJR Antonio José Restrepo.


C Ciclón.
CFA Clérigos, Frailes y demás alimañas.
Dis. Quito Discurso de Quito. 1898.
EC El Cantabro.
Eu C Eugenio Castilla.
EX Excomunión.
102

Los países americanos sintieron odio por España, encarnada aquí en


virreyes, oidores, alcabaleros, alguaciles, y como reacción se volvieron hacia
el poderío francés que era la antítesis del dominio español. Para
Latinoamérica, Francia, más que Francia era anti-España, y era, por lo mismo,
la libertad.

El vasallaje ideológico que había ejercido el escolasticismo, enseñado


por los frailes españoles, fue reemplazado, con igual poder avasallador y
totalizador, por las escuelas positivistas y empiristas que apenas si se conocían
en estas baratarias americanas, ofuscadas por su liberación reciente.

El colonialismo seguía vigente, solamente había cambiado de pelaje y


color, y como una fiera después de la muda, se agazapaba amenazador en
todos los ámbitos nacionales.

Los neolibertos americanos, aún en estado de pupilaje, no eran capaces


de entender la dialéctica de la libertad como una tensión hacia la
autoafirmación; Francia era la maestra; su revolución, el paradigma; sus
doctrinas, el nuevo dogma.

_______________

F En la Fragua.
GEC Gregorio, Epifanio y Camilo.
JC Juicio crítico.
LA Leopoldo Arias.
LF Leonidas Flórez.
OP Ovación del porvenir.
AP A Propósito.
PDC Perfiles de la capital.
MJ Por Máximo Jerez.
EM Discurso sobre Epifanio Mejía.
PV Plutarco Vargas.
PDC Pueblo de la dura Cerviz.
LP Leonidas Plaza.
SS Semana Santa.
103

América era una palabrería hueca y la repetición de las máximas


enciclopedistas el talismán que daría la paz y el progreso. Palabras nada más.
La musicalidad fonética que fascina los seres primitivos era todo. Hablando de
algún orador, dice Uribe Restrepo, en palabras que retratan su tiempo y su
mundo mental: «No nos fijamos en sus razonamientos... (pero) tuvo momentos
de verbosidad sostenida». (EC, I p. 243) Éste era el encanto de la América del
siglo XIX: «los momentos de verbosidad sostenida, semejante a la verdadera
elocuencia».

Se consideraban «los autores franceses decisivos parata razón». (MR,


II p. 126) «. . . la Francia, en sus benéficas agitaciones, era la que daba el
argumento y el molde de nuestras luchas...». (LA, II p. 116)

Francia, vencida España, fue la nueva metrópoli ultramarina. Francés


fue el primer tutor de la púber América, rumbo a la conquista de la libertad.
Francia era «el molde». Los países americanos no sabían vivir fuera del
«molde», habían adquirido alma de panderito que sólo en el molde adquiere su
deleznable forma.

En los pueblos nacientes, una vez hallado el nuevo amo, se acrecienta el


odio contra el viejo colonizador, y sólo se ven sus defectos; es ésta, época de
acritud maldiciente contra la madre España: Edipo maldice a su Padre.

El mundillo religioso en el que entre abusos e indefiniciones


doctrinarias se vivió la época del coloniaje, es entonces el blanco de la
iracundia de los pueblos apenas nacidos a la libertad política. Uribe Restrepo
expresa este momento sicológico de la sociedad americana de su tiempo:
«…todo era Cristo Rey; todo furor religioso y codicia cristiana» (JC, II p.
202), y agrega, refiriéndose a la tarea misional: «robar, idiotizar y esclavizar
a los indios impidiendo la colonización civilizadora», (CFA, I p. 98) «por tres
centurias se había arado la conciencia en beneficio de la rapiña eclesiástica».
(C, I p. 97) Este odio por los amos de la Colonia, es casi un himno a la
libertad.

Aquí está esbozada la tragedia de los pueblos americanos: se quedaron


en la intonsa rebeldía de la pubertad; no pudieron pasar jamás de la fase
maldiciente: hoy maldicen a los Estados Unidos, mientras repiten, sin
entenderla a derechas, la jerga chino-soviética del marxismo-leninismo.
104

El ofuscado pensamiento revolucionario francés, que un día había sido


maldición de la monarquía francesa, se repitió en América sin incorporarle
contenidos vitales propiamente americanos. Éramos pueblo ajeno a los
problemas sociales, políticos y filosóficos que lo habían engendrado en
Europa, sin llegar, ni de lejos, a estas tierras donde «el hacha es el blasón».
(AJR, II p. 283)

La mentira social que fue la América colonial se repite en la época del


Radicalismo. En esos días, América labriega busca sus lecturas «entre lo más
innovador y más ardiente de la literatura francesa» (EF, I p. 296), como es el
caso de Leonidas Flórez, otro Indio Uribe en escala menor, hombre del común
de la América liberta.

La inteligencia popular está nutrida entonces, como en el caso del Indio


Uribe, de autores segundones que cada día van perdiendo vigencia en el
pensamiento europeo. El empobrecimiento cultural de la Colonia se va a
repetir ahora dentro de moldes franceses, y América seguirá su larga marcha
de inautenticidad y atraso. Empieza la «derriba» cultural. Se proclama «la
inapreciable victoria (de la ciencia) sobre el Génesis... Porque, tal vez nada
necesita con más urgencia el pensamiento, para ser libre, como el
aniquilamiento completo del Pentateuco.» (JC, II p. 209)

Se da por hecho cumplido e indiscutible que «El hombre no lleva en


parte alguna señal de su venida del cielo. En su organización como en su
inteligencia se cumplen las leyes naturales.» (Ibid p. 198)

Se proclama que la extensión del fenómeno religioso se debe a «que la


religión tuvo gobierno; y pudo mandar, y fue obedecida, y pudo fingirlo todo,
y hubo de creérsela». (Ibid p.198)

En un ámbito intelectual simplista, se ha enraizado en el trópico el


cientismo europeo del siglo XIX.

Este racionalismo seudocientífico es la voz del caporal tumbamontes


que intenta derribar, sin análisis ni ponderación, con la misma simpleza
desordenada y feroz con que derriba la selva secular, la estructura milenaria
del misterio religioso. Eran los tiempos en que «el hacha es blasón».
105

Es la hermosa imagen de la América conquistada y colonizada que


lucha por deshacerse de tales estigmas, y arremete contra todo lo que le fue
impuesto en los años de la dominación colonial.

Se repudia al clérigo español y se mira a Tracy, Rousseau, Spcncer,


Bentham, con la devota admiración con que antes se miraba al clérigo.

Es la época en que se vaticina la desaparición del fenómeno religioso


surgido con la presencia española: «Era Viernes Santo y una gran multitud
seguía otras cosas... que morirán también». (GEC, 1 p.201)

Del aspecto meramente critico se pasa al terreno de la lucha. Los


colonos americanos si no luchan perecen. «La lucha con el catolicismo no ha
de tener tregua aunque se esconda, mañosamente, detrás de la cruz». (OP, II
p. 87) «La quimera religiosa» (AJR, II. p. 290) debe desaparecer, pues «El
cristianismo fue un movimiento simpático en cuanto se presentó con las
verdades descubiertas por la filosofía; por lo demás, nada de raro trajo que
no fueran errores y crímenes. Sostener esos errores y estos crímenes en el
curso de los siglos, con más los del catolicismo, que es un bastardo de Cristo,
es tarea de los filósofos de la Iglesia Católica en Colombia, como en todos
partes; cantarlos, misión de sus poetas.» (JC, II p. 197)

La religión ha de ser perseguida y desarraigada, ya que su origen es


ilegítimo y contradice la estructura ascendente y noble del hombre en libertad:
«La oscuridad, por tanto tiempo densa, del origen del hombre, habituó a los
pueblos a creerse hechuras de la Divinidad, como se lo dijeron leyendas
fantásticas. Ya con un paso apócrifo, no era ímprobo falsificar el porvenir, y
la religión encontró el cielo, yen el hombre buena voluntad para admitirlo,
porque naturalmente inclinado a lo maravilloso -por pereza- y además con
temor de acabarse, olvidó lo imposible de la idea por fijarse únicamente en lo
agradable del consuelo. Como el camino de ¡a debilidad hay que andarlo
todo, sise dio el primer paso, ya admitido el cielo, el hombre no tuvo mayor
trabajo en admitir las penas y recompensas de ultratumba...». (JC, II p. 197)

El análisis del ateísmo de Uribe nos lleva a conclusiones claras: es la


confusión entre los campos de la fe y la ciencia; la negación de la divinidad,
como consecuencia de la sujeción del hombre a las leyes naturales; el rechazo
106

de lo que por falta de claridad en los términos definitorios, aparece


enmarañado; el recurso a una construcción del pasado a base de elementos
imaginativos, que suplen la falta de interés investigativo. Es decir, Uribe, en
su ateísmo, es víctima de la pereza a la que achaca el origen de la fe.

El ateísmo de Uribe es la rediviva expresión de la mentalidad de los


pueblos culturalmente frustrados por la dominación colonial que padecieron, y
que en un momento dado se resuelve en resentimiento insultante y agresivo,
disfrazado de superioridad racional, información novedosa y amplia sobre
temas intelectuales, partícipe de los nuevos rumbos de la cultura. A la España
creyente se le opone entonces la Francia «atea».

El ateísmo de Uribe es un ateísmo emocional no discursivo, encarnación


de la época emocional en que apareció.

Cuando Uribe nos habla de «la zona del liquen religioso, desabrigada
para la aclimatación de las ideas radicales» (F, I p. 60) es preciso tener ojo
avizor para mirar, encerrado allí, como contenido genuino de nuestro siglo
XIX radical, un ateísmo que no significa más que inmadurez ideológica,
confusión de términos, ansia imitativa, complejo colonial, alienación. Son
esos los tiempos del tumulto ensordecedor que trata de acallar el amargo
reproche de las frustraciones socio-históricas: «Gustamos de la elocuencia
tumultuosa, viva, apasionada... que lleva a la discusión un carcaj...» (EC,II p.
111)

Nuestro brote radical de ateísmo es, pues, un desahogo social, un


intento de autoafirmación; su real contenido filosófico-teológico es ninguno, o
muy pobre en el mejor de los casos. Ha nacido de espíritus desbordados,
incapaces por su misma formación de una tarea crítica constructiva,
reposadamente analítica, profundamente renovadora y creadora.

El mundo mental desde el cual ha surgido el ateísmo americano


decimonónico, es aún el mundo de la religiosidad incapaz todavía de llegar a
los umbrales de la fe propiamente dicha, que es manifestación superior del
espíritu y desde la cual puede discutirse válidamente el problema de la
existencia o inexistencia de Dios.
107

En este caótico mundo, carente de reales fundamentos críticos, hay sin


embargo un inmenso valor de fondo: el intento por pasar de la fase religiosa
propiamente tal, basada en creencias y tradiciones, a la fase fiducial.

Los puntos que en materia religiosa atacan Uribe y los hombres de su


generación, son precisamente los puntos atinentes a la órbita puramente
religiosa de la fe.

El medio anticlerical inculto en que vivió los al los de su formación,


creó una casi congénita aversión a las manifestaciones religiosas, que a él y a
los hombres de su generación los frustró para las tareas de una información
adecuada, amplia y válida sobre el hecho religioso.

El primer contenido real del ateísmo radical en América es el repudio


casi unánime, desde sectores muy distantes en su manera de pensar a lo largo
y ancho del continente, a la forma odiosamente impositiva como la cristiandad
se impuso en América. Más que un ateísmo de tipo metafísico, hallamos en la
obra de Uribe una repulsa de carácter histórico, que mira el fenómeno
cristiano como un demérito y no como un logro. Así analiza Uribe el
catolicismo en Colombia: la Religión Católica «Omnímoda aquí en Colombia,
porque los españoles la trajeron en la punta de sus cuchillos de bandidos y
entre el cañón de sus mosquetes de salteadores» (PV, II p. 97), y añade,
refiriéndose al periodo colonial: «todo era Cristo Rey; todo furor religioso y
codicia cristiana». (JC, II p. 202)

Las aseveraciones de Uribe tienen validez histórica; pero carecen de la


validez metafísica que él y sus contemporáneos quieren darles.

El ateísmo de Uribe encarna también una repulsa anticlerical, en un


mundo en el que las nociones de religión y clericalismo se confundieron,
dando origen a chocantes confusiones.

Uribe, hijo de colonizador del suroeste antioqueño, piensa la fe en


función del clérigo en el que se ha quintaesenciado otro colonizador,
desmedido y violento. Uribe piensa en términos de campesino paisa, y si se le
habla de orden moral, piensa en el cura que pelea con los borrachos
dilapidadores; sise le habla de ortodoxia y heterodoxia, piensa en el cura que
no administra los sacramentos a los escasos lectores de las pocas páginas
108

enciclopedistas que llegan a las rinconadas andinas; si se le habla de eternidad,


piensa en el cura de misa y olla que ora por los difuntos según tasa arancelaria,
y bebe chocolate y mazamorra. Para Uribe no hay un universo religioso que
pueda ser analizado, abstracción hecha del mundillo pueblerino que lo ha
circuido y marcado para siempre desde su primera niñez.

En su mente, altamente religiosa, como se deduce de la permanente


presencia del tema religioso en sus páginas, y muy airada contra el clero
resabiado de colonialismo, es imposible separar los postulados de fe de la
manifestación religiosa amalgamada de magismo y administrada por el clérigo
mandamás, médico, político, alguacil y sabelotodo, que él conoció desde niño.

El sacerdote ignorante y mandón es, en la mente primitiva de Uribe, una


misma cosa que la realidad de la fe.

La lucha por una real liberación, que no aparece a pesar de las hazañas
emancipadoras, impotentes para despertar de su sopor a una sociedad
centenariamente estática, se concreta en la mente de Uribe y los Radicales en
un combate contra clérigos, frailes, monjas, toda persona que tenga nexos
cercanos o remotos, reales o imaginarios, con España, su conquista y su fe.
Los misioneros, según Uribe, van a «robar, idiotizar y esclavizar a los indios»
(CFA, 1 p. 98); las religiosas que sirven en los hospitales, «hacen un pésimo
servicio.., como que mezclan la superstición con la ciencia» (Ibid); los
jesuitas, «no carecen de conocimientos, pero los dirigen al fin único de
conservar su autoridad, en consorcio con el despotismo, para mantener
sumisos a los pueblos explotándolos a su gusto» (Ibid p. 96); el clero es «un
pueblo de ladrones, de mendigos, de haraganes, superpuesto al pueblo
legítimo» (Ibid p. 98); los frailes son «perjudiciales y gravosos, sin utilidad de
ningún género» (Ibid p. 103) «el país jadea, agoniza con el peso de la
holgazanería frailesca». (Ibid p. 105)

A partir de este doble repudio a la tarea española en América y al clero


como encarnación de la obra religiosa española, se construye el ateísmo de
Uribe y los ateos de su generación: «Somos ateos, ateos rebeldes, armados
contra Dios si cuida a los hombres para pasto de los sacerdotes!» (F, ¡ p. 86).
Se trata pues, de un ateísmo sin bases, de una repulsa anticlerical, típica de la
América del siglo XIX que tenía al sacerdote por objeto casi idolátrico, si
109

amado; terrorífico, si desconocido; repudiable hasta el fastidio, si mirado bajo


el aspecto de sus debilidades y errores.

Maldecir al Cura que encarna poderes sobrenaturales que cada día van
apareciendo más ilusorios que reales; superar, aún con la violencia, un estado
de cosas ya caduco y perteneciente a un pasado en vías de superación, tal es el
contenido real del ateísmo radicalista del siglo XIX americano.

En pueblos infantiles, realidad política y religiosa constituyen una


unidad. No se concibe la unidad más que como integrismo, hegemonía,
monopolio ideológico: política y religión constituyen una unidad. Ateísmo es,
entonces, religiosidad y religiosidad ateísmo, porque el concepto de Dios es en
tales épocas tan oscuro y está tan entremezclado con realidades que le son
extrañas, que no corresponde en últimas a una justa noción de Divinidad.

Asumir una posición política es en esos tiempos asumir una posición


religiosa, y viceversa. El Dios de los pueblos es aún el Dios del poderío, de la
amenaza, de los fenómenos naturales aterradores: el Dios de los ejércitos.

El mundo de los colonizadores es un mundo de horrores: plagas, ríos


desbordados, viviendas rústicas bajo el fragor del viento, viandas pobres,
senderos lodosos, selvas derribadas, en maloliente descomposición. El dios de
esos pueblos es el dios del huracán, del rayo, de la peste; el dios de las fuerzas
cósmicas, intempestiva e implacablemente desatadas por su mano colérica; el
dios de la ley rubricada con la promesa de la vida o la amenaza de la
destrucción que ha de estimular y morigerar la pujanza feroz y ruda de
pueblos en gestación; el dios lejano que al acercarse al hombre más puede
dañarle con su poderío que apaciguarle con su bondad. Por ello, Uribe el
colono ve «así el universo para el catolicismo y así la vida: abajo sólo
miserias, arriba entre las sombras un Dios airado; alrededor, nada!». (JC, II
p. 197)

Esta concepción elemental y morbosa de Dios y de la Iglesia, lleva a los


librepensadores del siglo XIX a mirar el universo religioso bajo el matiz
político, y a elaborar una curiosa clasificación política, según la posición
tomada ante el clérigo: el conservador lo respeta y aprecia, el liberal lo
rechaza. Para Uribe, el insulto contra toda forma de actividad clerical es un
gusto: el Obispo Herrera Restrepo es «una albóndiga» (Ex, 1 p. 55); «en todas
110

partes los escrúpulos clericales, son los de la madre Celestina» (F, 1 p. 88);
en los penales femeninos, a las reclusas «las fecunda el Espíritu Santo por la
persona de los sacerdotes» (CFA, 1 p. 98); el confesionario es «trampa con
agujeros... los escritores profanos condenan las acciones dañadas y dañinas,
y los ministros de la religión las perdonan, las adulan y las explotan» (F, 1 p.
87); los clérigos hacen el recuento de las monedas colectadas en la Semana
Santa y exclaman: «¡Bendito sea el Señor que hizo morir a Cristo!» (SS, Ip.
59); los religiosos americanos son odiados, pues tienen «cepa de
conquistadores unos, y otros importados de entre los más levantiscos de
Europa». (F, I p. 102) Es una retahíla en la que la falta de mesura conduce a la
hilaridad, más que a la solidaridad.

La urdimbre entre política, religión y economía que Uribe Restrepo


denuncia a cada paso, es una verdad evidente que no puede ser desconocida
sin más; por el contrario, tiene dimensiones más amplias y gravosas que las
que el mismo Uribe percibe y denuncia.

Es válido el concepto de «la carcoma, general en Colombia, de la


educación religiosa, que explotan los clérigos, los caudillejos y los
gamonales, en nombre de las buenas costumbres, de la autoridad y del orden»
(PDC, I p. 150); tiene vigencia, aún hoy, el lamento de Uribe en uno de sus
discursos en Quito: «Apenas queda la sombra de lo que nos legaron nuestros
padres en 1810». (Dis. Q, II p. 77)

A pesar de su lucidez penetrante en tantos campos del acontecer social,


Uribe acaba siempre por llegar a extremos que hacen perder la claridad y el
equilibrio a sus planteamientos: él, que tiene como lema «Seamos
intransigentes! La intransigencia es ¡a verdad en pie», (F, 1 p. 80) arremete
con furia desbordada contra personas e instituciones por el sólo hecho de no
estar matriculadas dentro de los lineamientos de su ideología Radical. Así,
«Los españoles legaron a la América independiente los vicios de su raza,
fanática en religión, servil en política, sanguinaria en guerra, haragana en
industrias, nula en ciencias, hueca en literatura, aventurera, covachuelista,
servil y teológica. …El catolicismo, que era la matriz de la tradición estaba
incólume.., la herencia española se recibió, pues, por inventario.» (F, 1 p. 62)
«El Concordato entrega a los conservadores por medio de los clérigos y los
frailes la enseñanza de la juventud.., para que el poder no se escape de las
manos de Roma» (CFA, 1 p. 106); «Los gentes honestas de que hablamos, »
111

se entiende que son los liberales, porque no podrían ser los conservadores»
(AQ, I p. 158); «A despecho de la Independencia, viven las aspiraciones
coloniales dentro del partido conservador... que cuando triunfa recorre la
misma trayectoria de sus modelos peninsulares.., arriba, un amo que maldice
al pueblo, un clérigo que bendice al amo, y la indeclinable vergüenza» (MJ, II
p. 28); es el «carácter de los conservadores, perverso en todas sus partes».
(LP, II p. 139)

Este catálogo, que podría ampliarse mucho más, es la Colonia


intransigente, rediviva, pero con signo contrario. Son las mismas realidades
vitales de la Colonia las que siguen influyendo en el alma nacional:
hiperestesia de los elementos religiosos; anhelo de destrucción del antagonista
ideológico como único camino posible de auténtica libertad; idéntico mundillo
mental en que religión y política son homocigotes de la fecundidad mental. En
la Colonia todo era fundar conventos, ahora todo es aniquilarlos: «Para
fundar el gobierno de las naciones que han querido ser libres
verdaderamente, se eliminaron los conventos, o se los redujo a su mínima
expresión». (CFA, I p. 102)

En el fondo de todo hay un anhelo de autenticidad y autoexpresión: «El


que nos cierra el paso que perezca, si es poderoso... sin eso seremos hombres
en busca de dueño, jamás dueños de nosotros mismos» (CFA, ¡ p. 111); pero
las características de intolerancia contra la Iglesia, los clérigos, los
conservadores, que realmente han cubierto entonces la mente de la América
Radical, son el espíritu y las maneras del Enciclopedismo francés.

De este universo febricitante no puede nacer más que la violencia: «La


cuestión es obrar como revolucionarios. Sin la revolución no daría un solo
paso ¡a verdad» (F, 1 p. 79); «los que quieren ser libres no pueden esperarlo
de ¡a evolución del tiempo, que los sorprendería en el sepulcro» (MJ, II p.
28); «amar ¡a paz a todo trance, es establecer la inmunidad del despotismo».
(Ibid p. 31)

Este es el mundo mental del colono, hecho palabra. Ahora no se trata de


la tala de árboles, se trata del degüello de hombres: «No haya paz con los
fuertes; confesemos nuestra fe bajo el filo de la espada. Si ¡a sangre nos
salpica, dejemos que el tiempo la borre...» (CFA, I p. 111) «o el silencio o el
112

grito: nada de circunloquios, ni apólogos, ni charadas.» (F, I p. 93); «No se


nos hable de tolerancia... ¡Seamos intransigentes!». (Ibid p. 79)
«El progreso es una abreviación de los sucesos» (Ibid p. 63) por ello,
«La Revolución ha asegurado el porvenir del pueblo porque ella lo despierta
cuando duerme, lo levanta cuando cae, lo empuja cuando vacila: es el
espíritu de conservación de las sociedades que está en la misma carne de los
hombres» (PV, II p. 97). En el mundo mental del Suroeste antioqueño todo
hay que hacerlo apresuradamente o se perderá el trabajo realizado. El anhelo
revolucionario que las obras de Uribe evidencian es más una necesidad
biológica que una derivación de procesos dialécticos, ordenadamente
elaborados. Cómo el mismo Uribe lo dice, más que de una revolución se trata
de un esfuerzo de conservación social, de permanecer, de no perecer; de ahí el
repudio a toda forma de tolerancia y diálogo: es cuestión de hacer espacio, no
de convivir riesgosamente. Es el mismo espíritu colonial español,
horriblemente conservador y despótico. Los españoles, acosados por la selva y
los insectos tropicales, habían degollado indios y fusilado criollos
contestatarios. En este sentido, la Conquista—española fue también una
revolución: se destruyó todo lo que se consideró una amenaza para la
supervivencia en un medio hostil; los españoles lucharon «bajo el filo de la
espada», bajo la idea de «la conservación de la sociedad» que venían a
implantar en América, y los nativos feroces amenazaban destruir.

Cuando Uribe Restrepo, voz que encama su siglo Radical, afirma que
«el machete» (machete es colonización rediviva) «exterminador» (exterminio
es también Conquista y Colonia redivivas) «de Rayo debería ir de mano en
mano» (F, I p. 74), y cuando dice «Yo admiro los conjurados; el puñal en sus
manos es la brújula de los hombres libres» (F, 1 p. 73), está haciendo patente
cómo Conquista y Colonia seguían vivas y mimetizadas bajo otro pelaje de
dependencia, pues la obra española de entonces no fue más que eso: machete,
puñales, espadas, mosquetes «civilizadores» al servicio del «progreso»,
abreviando los sucesos.

La lógica vital es bella, implacable, sostenida. Nada de lo que ella exige


puede ser eludido, su proceso ha de cumplirse inexorablemente.

Por la obra de Uribe cruzan, a la vez que las carencias y fallas del
pensamiento de su tiempo, rasgos de intensa perspicacia. Aquí, denuncia las
falsedades de una elaboración amañada del recuento histórico: «Los partidos
113

sin fijarse en los hechos claros de la política, habían inventado una historia
apócrifa de hechos mentirosos» (PDC, I p. 111); allí, prevé la necesidad de
«una sociedad nueva en la cual nunca jamás sea explotado el hombre por el
hombre» (F, I p. 86); más allá, señala la perpetuación de las esclavitudes
culturales: «unas generaciones legaban a las otras las mismas esclavitudes
sociales, económicas y políticas» (Dis. Quito, II p. 76); acullá, señala
certeramente: «¿Queréis a los ricos respetables? Que ayuden a la libertad de
los pobres» (MJ, II p. 30); en fin, en algún otro lugar, señala la necesidad de
una autenticidad nacional: «Bastan a para ¡a reivindicación americana del
arte, mirar en torno nuestro y reproducir el paisaje «al través de un
temperamento», como quiere Zola; reposar nuestras sensaciones y dar la
conciencia colombiana; mirar hacia atrás y repoblar el mundo muerto de los
recuerdos indígenas...» (EM, II p. 11)

Toda el ansia de libertad del Indio Uribe y de los miles que como él
discurrieron por los poblachones americanos en el siglo pasado, no tenía
raigambres estructurales de fondo; ellos eran espíritus cerradamente
individualistas, almas bonachonas deslumbradas por los prohombres de su
tiempo y por las nacientes urbecillas capitalinas.

A Bogotá, la Meca de la antirrevolución, centro de cuanto


conservatismo y tradicionalismo pendejo es posible concebir en esos tiempos,
llega Uribe Restrepo, «con zozobra y gozo, con curiosidad y temor» (MR, II p.
258), «no tanto para estudiar, ni para ensanchar a los ojos el espacio, sino
para ver de cerca a los hombres notables.» (AP, II p. 166). En sus horas de
ensueño fantasea imaginando «uno de esos encuentros solemnes, en que las
personas sagradas de los pueblos» («personas sagradas de los pueblos», es
Colonia rediviva) «se dignan responder a un tímido saludo del pobre
incógnito» (AP, II p. 165) (Colonia rediviva, los regentes y oidores que se
dignan saludar al «pobre incógnito»). Encuentra el gran incentivo de los viajes
en «conocer a las grandes individualidades». (AP, II p. 165)

Bajo una máscara de violencia y un lenguaje sardónico y pomposo, se


esconde un espíritu tan aldeano y conservador como el de sus compatriotas,
que al unísono con las páginas de Uribe, produjeron y leyeron Yerbabuena, El
rejo de enlazar, Mi primer caballo, toda la innúmera proliferación de
literatura goda y agropecuaria que en el siglo XX se hizo selva devoradora en
la obra de Rivera.
114

La vida y la obra del Indio Uribe es un errabundaje tragicómico que,


bajo la capa de los mosqueteros franceses, oculta un hachero ruanetas y
bonachón.
La tragedia de Uribe, cómica y brutal a la vez, es toda la realidad del
siglo XIX en América.

En su vida y en su lenguaje desmedido, que se atreve a lanzar juicio


condenatorio contra el «Dios católico... Juzgado y vencido y condenado» (JC,
II p. 200), está la síntesis del fracaso de la tarea liberadora del Radicalismo. Es
la tragedia del fracaso de una empresa bella y grande, la realización plena de
la libertad, en aras de la falta de morigeración y claridad de conceptos y fines.

Uribe fue un don Quijote paisa, que disfrazado de mosquetero francés


no pudo ocultar el hacha y olvidó deshacerse de sus cotizas camineras. Él,
tipifica el híbrido hispano-anglo-franco-americano que poblé estas comarcas
en el siglo XIX, y consumió su existencia en un desesperado esfuerzo por no
ser ni lo uno ni lo otro.

Radicales y clericales, revolucionarios y clérigos, del tinte que fueren,


casi todos gente honrada en el fondo, adalides sinceros que murieron
empobrecidos e incomprendidos, no son más que el fruto de mentalidades
lugareñas superadas por las exigencias y el contenido ideológico de las
realidades sociales y culturales que quisieron manipular. Eran náufragos de la
Colonia, desconocían el sentido hondo de la realidad social, la tolerancia que
facilita la maduración de ideas, la posibilidad de conciliación de opuestos, los
abismos casi insalvables entre realidad e idea, la relación entre los diversos
estratos culturales.

Eran hombres obnubilados por el deseo de borrar un pasado de


humillación; asfixiados por la inestabilidad del momento que vivían;
angustiados por la inoperancia de las instituciones que habían sido creadas
para madurar el mundo de la libertad; avizores, a tientas, de un futuro
imprevisible.

La generación americana del siglo XIX, esa fue su grandeza, soñó con
la libertad interior y trabajó por crear un mundo en la libertad permanente, y
vio deshacerse en sus manos, esa fue su tragedia, el sueño de sus afanes de
115

libertad, pues cuando ellos combatían aquí, en Europa iban siendo superadas
las ideas que los iluminaban con su pálido reflejo desde más allá del mar.

Tragedia de pueblos-niños que juegan a ser pueblos maduros;


asombrosa mezcla de lucidez e intuición, oscuridad mental y falta de agudeza
para penetrar un futuro informe.

Los luchadores de las concepciones radicales del XIX fueron cirujanos


con hachas por bisturíes, tertulias pueblerinas por academias, articulejos de
periódicos provincianos por cátedra, griteríos oratorios por derrotero de lucha,
chascarrillo versificado o befa adjetivada, por regocijo supremo de la
inteligencia.

Era imposible que aquí pudiera hablarse válidamente de revolución;


tenían que seguir imperando, a la usanza colonial, pues la Colonia seguía en
marcha, «las grandes individualidades» y «las personas sagradas de los
pueblos».

En esta barahúnda, clérigos y radicales estaban igualmente


deslumbrados por la idea nueva de la libertad; cegados éstos por las
enseñanzas del Emilio y aquéllos por las argumentaciones interminables de la
Suma Teológica.

Clérigos y radicales hablaban el común lenguaje de la libertad:


progreso, ciencia, cultura; pero eran incapaces de entenderse, recelosos los
unos de los otros, marchando paralelamente, mirándose frente a frente,
equiparando fuerzas y poderes, incapaces de otear en un horizonte más amplio
puntos de convergencia en planos superiores de juicio y de acción. Igualmente
coloniales, los unos y los otros, deslumbrados todos por latinajos y galicismos,
buscando la libertad, no pudieron pasar del encono.

Fue un desastre generacional que cubrió por igual a todos: a Montalvo,


cuyas obras «matan, crean legiones, libertan pueblos»; (CFA, 1 p. 108) a
Vargas Vila, «domador de leones sueltos... ama y odia en desorden
magnifico» (CFA, I p. 108); a miles más, en todos los campos.

La revolución del XIX en América es apenas un cambio de modelo


colonial; significa la implantación de una nueva Colonia en la que un estado
116

laico trata de hacerse usufructuario omnímodo del poder civil y religioso; es


una nueva forma de eclosión del totalitarismo, la intemperancia y el
absolutismo que detentó el establecimiento teocrático de la Colonia Española.

Fue éste un siglo en el que bajo una graciosa y trágica urdimbre de


alienaciones culturales, fue madurando el sentido político y la fe de un
continente.

Juan de Dios Uribe Restrepo, hijo del pueblo antioqueño, encarnó


eminentemente el drama de su generación envalentonada contra la religión de
sus mayores.

En su época, viviendo todos colonialmente en mayor o menor grado,


situados en una u otra línea de los extremismos imperantes, insultando a la
Iglesia que predicaba el cristianismo con voces y actitudes contradictorias de
sabiduría y agravio, se logró superar en alto grado la fase provinciana de la
religiosidad, encamada en el clérigo puédelotodo, amalgamada con el
fenómeno político, mirada a través del odio hacia el conquistador que la trajo
de ultramar y hacia el virrey que la expandió con sus leyes.

Un hachero por ancestro, un hijo del naciente San Juan de Andes, un


deslumbrado de la «inmensidad» de la capital, un prosélito tropical de la
revolución francesa, fue el llamado a encarnar este momento de la maduración
religiosa de América. Ingenuo, repelente, bonachón, agresivo todo él, desde su
figura desapacible hasta su palabra hirsuta; pero en todo caso un espíritu
ingenuo de la mitología montañera de Antioquia, Juan de Dios (su nombre es
nombre de escolar de vereda) Uribe Restrepo, pasó su vida entera, errante,
anatematizado, acusado, increpado, amenazado, hijo redivivo de la colonia
española, estremecido por la realidad del hecho religioso cristiano, y desde el
fondo de su alma ingenua, creyéndose ateo y revolucionario.

Conocer su figura y su obra es adentramos en la necesidad de una justa


exégesis de nuestros valores religiosos, que nunca han sido decantados bajo la
severidad de una mirada penetrante y escrutadora, pues el intento depurador
del Radicalismo liberal americano fue apenas la eclosión de un resentimiento
anticolonial, vestido de los ostentosos ropajes del racionalismo liberal
europeo, que como el misticismo imperial español, hizo más daño que bien en
nuestros pueblos americanos.
117

Don Efe Gómez

Testigo de la agonía trágica del hombre.

D
on Efe Gómez, increíble figura del suroeste antioqueño, es una de las más
grandes inteligencias surgidas en el lar antioqueño.

Él es, en Antioquia, el testigo del espíritu de la tragedia.

A partir de la vivencia de su propio drama de soledad y del análisis


penetrante del alma violenta y atrabiliaria de las gentes de su región nativa, se
hace analista de la condición agónica del hombre.

El drama doloroso nacido de la lucha entre el activismo


desordenado, el vicio y la violencia, y la bondad radical del ser humano, que
permanece dinámica a pesar de todas las miserias; la contradicción entre el
orden determinista del cosmos y la libertad humana, siempre en actitud de
búsqueda, interrogación y rebeldía; la antinomia entre los oscuros fondos de la
subconciencia y la lucidez cegadora de la conciencia, es lo que hallamos al
escudriñar la obra literaria de don Efe Gómez.

________________

Las citas de Efe Gómez están tomadas de la siguientes obras:


Guayabo Negro. Medellín, Ed. Bedout 1943. Mi Gente.
Medellín, Ed. Bedout. 1947. Retorno. Medellín, Ed. Bedout.
1944. Almas Rudas. Medellín, Ed. Bedout, 1943.
Las abreviaturas de las obras son las siguientes;
G N Guayabo Negro.
MG Mi Gente.
R Retomo.
A R Almas Rudas.
118

Él es producto típico de una sociedad naciente, sin organización


mental ni cultural, acosada por la urgencia de las necesidades más inmediatas.
Inteligencia lucidísima, corazón nobilísimo, espíritu penetrante, desbordada
capacidad de acción, apenas entendidos por una sociedad indisciplinada,
pragmática e inmediatista, es lo que encarna su vida.

Pudo haber llegado muy lejos, y apenas alcanzó a sobrevivir entre


penurias sin cuento; pudo haber realizado una imponderable tarea de
mejoramiento económico y cultural, y apenas logró prestar exiguos servicios,
que beneficiaron y enriquecieron a muchos y a él apenas le permitieron
sobrevivir.

Vivió la callada tragedia cotidiana de una inteligencia superior,


cargada de lúcidas ideas y novedosas propuestas que chocaron siempre con la
indiferencia del Estado y la incomprensión de una sociedad egoísta en la que
el individualismo rampante era ley general

Él es paradigma del drama del hombre superior que vive en una


sociedad sin claro sentido de los valores, sin conciencia de disciplina social,
sin sentido del momento histórico.

La exigüidad de la obra que logró realizar, es un dolor que no puede


cesar en la conciencia del pueblo antioqueño, porque don Efe Gómez tuvo que
haber significado mucho más de lo que logró significaren un medio hosco que
no logró entenderlo de veras.

Uno se maravilla de la sencillez ingenua, del humor permanente,


del sereno y sonreído estoicismo, de la lucha sin fatigas con que él, sin perder
nunca los rumbos del espíritu, en un vivir desapacible, duro y casi feroz, entre
azarosas excursiones selváticas, rudos trabajos de minería, escasez de pan
familiar, minusvaloración de sus capacidades intelectuales, miró y vivió la
vida, desde su niñez aldeana hasta los días finales, cuando lo sorprendió la
muerte, trabajando a marchas forzadas en la terminación de su novela Mi
Gente, para cuya publicación los amigos habían conseguido suscripciones por
adelantado, tratando de salirle al paso a las afugias económicas que don Efe
seguía pasando en los años duros de la vejez.
119

Parece difícil entender cómo, mientras analiza descarnada y


angustiosamente las más hondas miserias humanas, la farsa del mundo social
y político y los determinismos atávicos en los que el crimen y el vicio incuban
sus gérmenes de insania y violencia, en todas sus páginas campean, a la par, la
dulzura del corazón, la más desbordante ternura, el sentido
inquebrantablemente optimista ante la evolución del cosmos y del hombre.

Por razón de su activismo temperamental y por las dificultades de


su situación que no le permitían el sosiego, don Efe Gómez no llegó a ser un
pensador sistemático, ni un analista coherente y orgánico, ni un literato
realizado. Jirones de ideas, jirones de buen quehacer literario, jirones de ágil y
penetrante análisis sociológico y psicológico, resulta ser su obra. Nada
acabado en ella; nada madurado sosegadamente; nada larga y cuidadosamente
trabajado.

Varios textos nos permiten conocer la manera casi imposible de


componer sus obras:

En el prólogo a su novela Mi Gente, dice:

En una narración que yo llamaba novela, lo escribí. En mi morral


me traje eso de la selva. Ya aquí, cuando algún amigo me hacía el honor de
pedirme algo para su revista -o lo que fiera- arrancaba un capítulo y se lo
entregaba. Luego, excursiones a otras selvas.., trabajo en minas. Y eso se fue
olvidando. (MG. p. 9)

Como soy culebrero, ahí me iba defendiendo.

No me dejaban escribir.
Hasta que me echaron al monte, a la selva, otra vez. (MG. p. 10)

En carta al director del Semanario Ilustrado, donde publicaba


fragmentos de sus obras, le dice a propósito del relato, Jesusito y Dientedioro:

Aquí voy escribiendo, cuando envía usted por lo que haya... desde
el lunes estoy escribiendo todas las noches, ya ratos también en el día... Ni de
releer he tenido tiempo. Ya vendrá la lima, si es que hago esto. (R, p. 209)
120

Pareciera ser que la obra de Efe Gómez, por razón de su inmadurez


y precipitud, debiera ser dejada de lado.

Sucede todo lo contrario: a través de esa obra siempre en proyecto y


jamás concluida y pulida podemos estudiar, sin retoques ni preciosismos
formales, el sentido de la tragedia en el hombre antioqueño, enfrentado
agónicamente con el medio social y con el enigma de la antinomia entre la
ceguedad determinista del universo físico, caducante, y la libertad del espíritu
humano, urgido de eternidad.

La fuerza desmedida del trópico antioqueño, la testaruda


obstinación del indígena, la desadaptación de los “místeres”, la salerosa
picardía del negro, la desorientación existencial de jornaleros y mendigos, los
dramas amorosos de campesinos y mineros, sirven a don Efe Gómez para
configurar cuadros que nos ponen en presencia de la agonía humana a la
búsqueda del sentido de la existencia, ya en la resignación, ya en la apatía, ya
en la evasión de la embriaguez, ya en la entereza indomeñable, y al fin, en la
serenidad de la comunión, al descubrir la unitotalidad de la vida.

Espíritu inteligente y libre el de don Efe Gómez.

Entre el rampante medio político de su tiempo, que en el suroeste


antioqueño producía todas las formas de intemperancia y exaltación, desde la
fiereza popular, en surcos de labrantío y hondones de mina; la desbocada
oratoria parlamentaria de Ñito Restrepo, el destrozo de enemigos políticos en
el Senado; la facundia virulenta del Indio Uribe, la redacción de panfletos
anticlericales; hasta el encono de Uribe Uribe, la organización de macheteros
de alpargatas para la guerra civil, él permaneció mesurado, ecuánime y libre
de desbordamientos pasionales. Enfrentado a su contradictorio mundo interior,
sensible y analítico a la vez; testigo del afrontamiento del destino, implacable
y feroz, injusto y rudo que sufren los pobres de la tierra, nunca perdió el
equilibrio, todo lo miró y juzgó inteligente y certeramente, con sonrisa entre
burlona y tierna, salpicada de un tris de modernismo y otro de tradicionalismo
raizal.

Políticamente era liberal; espiritualmente, una amalgama suave de


liberal y conservador: a la vez audaz e iconoclasta, tradicionalista y renovador,
hondamente sacudido en su fuero más íntimo por las sinrazones de la fatalidad
121

y estoicamente resignado a lo inevitable. Ese multifacetismo interior lo puso a


salvo de la terrible oleada de odios y violencia que cubrió la patria desde los
días de la constitución del 63, hasta el sopor de la hegemonía conservadora
que arropé la patria fatigada y mútila, después de la guerra de los mil días.

Para él siempre fue difícil situarse: era un hombre en camino. Hasta


el amor de su vida lo encontró ya tarde: sesentón vino a casarse.

Ni el frío mundo de la naciente industria, ni la avidez mezquina de


la explotación comercial, ni la ñoñería de los tradicionalismos a ultranza, ni la
maquiavélica y enconada tramoya de la politiquería partidista, le dieron
sosiego. Su palabra juiciosa, que convocaba a la tecnificación y al crecimiento
científico, no fue oída por nadie. Porque nadie lo entendía a derechas jamás
logró aglutinar fuerzas a su alrededor, y vivió y murió incomprendido y
solitario.

Su figura desgarbada y cargada de espaldas, su mirada penetrante y


tristona, el dejo entre resignado y dolorido de su rostro, el rictus pesaroso de
sus labios, dan la imagen cierta de un hombre tan bueno como sobrecargado
de sinsabores y soledades.

Él es, en Antioquia, el testigo de la tragedia del hombre que lucha


entre los límites deterministas de la naturaleza ye! grito de trascendencia del
espíritu; él es el testigo de la agonía del hombre en lucha por su liberación, en
el rudo peregrinaje de los determinismos evolutivos.

La insularidad de su figura en la Antioquia de su tiempo está


fielmente transcrita en sus páginas, análisis certero de la soledad del hombre
antioqueño en lucha contra males endémicos, traumatismos de hibridación,
confusiones interiores arterías de socavón, en tierras de deslizamientos e
injusticias, tercamente mantenidas por el sistema político.

Don Efe Gómez, sin ser específicamente nada, es de todo un poco,


gracias a su inteligencia portentosa: sociólogo sagaz, historiador comarcano,
psicólogo penetrante, filósofo vitalista, poeta, pintor y cronista del pueblo,
profeta denunciador. Encarna al típico hombre culto de América, abierto a
todas las corrientes de pensamiento, fatigado en su lucha contra el hosco
122

ambiente tropical, inconstante para la nimia sistemática de intuiciones y


problemas, repentista intuitivo de formas y dramas.

En sus cuadritos redivivos, maliciosos y breves, porque como él


mismo decía “yo prefiero lo breve”, (R. p. 209) la vida palpita con toda su
picardía y todo su dolor.

Don Efe era hombre de raíces hondas y pensamiento y mirada


penetrantes.

Desde las más inquietantes disquisiciones sobre el origen del


universo, hasta las más sugerentes premoniciones sobre el destino de la
especie humana, se extiende su obra, antioqueña en personajes, peripecias,
lenguaje y ambiente, pero universal en el planteamiento de los problemas.

Ahí radica la permanente vigencia de esa obra, testimonio de cómo


en el acontecer humano, por insignificante y pobre que parezca, laten y se
entrecruzan todas las fuerzas del destino y del universo.

En ellas se trasunta el drama humano de don Efe Gómez, a la


conciliación de las vastedades de su pensamiento con las urgencias de su
cotidianidad, en medio de un diario ajetreo en ambiente selvático, minero,
mercenario y pragmático, que no daba pausa para profundizar sosegadamente
en las inmensidades del pensamiento, para lo que estaba tan ampliamente
dotado.

Matemático de gran brillantez, mineralogista, químico, lucubrador


de realidades metafisicas, ya la vez paisa anda- riego, contertulio gocetas de
fonda caminera, amigo deleitado de velada hogareña, colono audaz de selva
húmeda, profesor de universidad incipiente, don Efe Gómez vivió detenido en
su vuelo, por amor y solidaridad con su pueblo. Esa fue su máxima virtud: la
fidelidad a sí mismo y a su pueblo antioqueño.

Su inquebrantable espíritu de libertad le impidió adular, medrar y


calcular, y prefirió ser un oscuro empleado de tercera categoría, al margen de
los falsos mecanismos de la representatividad social.
123

A pesar de ser figura cimera de Antioquia, como encarnación


auténtica de las virtudes de la raza, sigue siendo personaje de tercera categoría
en los círculos de la cultura oficial, y es ya un desconocido entre el común del
pueblo antioqueño.

Aportar algo al rescate de su figura; mostrar cómo y por qué él es


en Antioquia el testigo del sentido de la tragedia, rescatar su mensaje vitalista
de reconciliación entre la condición atormentada del hombre y la armonía
determinista del universo, ambos en marcha hacia la plenitud de la unidad, es
el objeto del presente estudio.

Don Efe Gómez es, entre nosotros, testigo de la agonística trágica


del hombre en el universo, camino de la plenitud.

Porque él fue un luchador infatigable que se asumió a sí mismo y


amé y comprendió a su pueblo, pudo captar y transmitir, a través de su obra, el
drama de la agonía humana desde el universo antioqueño.

II

En la obra de don Efe Gómez el tema de la agonía humana se


encama en lites de mendigos aldeanos, peripecias lastimosas de expresidiarios
refugiados en el mar de su propia soledad, angustias de mineros maltratados,
terrores de colonos y aventureros de selva húmeda, desazones de hombres
comunes, nostalgias de regreso, remordimientos de criminales compulsivos.

Su mundo literario, a pesar de ser un mundo apenas esbozado,


sobrevive, vital y sugerente, por estar trazado con pinceladas tan certeras, tan
fuertes y tan firmes, que al contacto con él, uno se encuentra con toda la
latencia del dolor del hombre ante el universo.

Ése es el primer mérito de su obra: la capacidad de captar y


expresar en pinceladas rápidas, cargadas de fuerza visual y vital, todo el
dinamismo de la universal angustia humana, presente en los menudos reductos
sociales que son la mina, el abra selvática, la cantina lugareña, yen el pequeño
drama de la soledad del alienado, la tortura del demente senil, la rabia del
minero parasitado.
124

Él supo ver el universo en la comarca. Su obra, tejida con tintes de


pavor goyesco y picardía de diablo cojuelo, es a la par, logro ingenuo de
fotógrafo lugareño que retrata sin deformar, y voz de profeta airado que en el
más ingenuo acontecer detecta y denuncia destinos irremediables y opresiones
deshumanizantes.

Pudo hacerlo, porque al ser un hombre con raíces, fue capaz de


descubrir la integridad del ser humano en el paisano insignificante y el poderío
del universo todo, en el pequeño mundo de la aldea antioqueña.

Su mundo fueron “las montañas queridas”(MG. p. 15).

El futuro de la raza antioqueña, su esperanza:

...Antioquia, es la Patria que se expande irresistible. ¡Paso a ella!


Son sus hijos, los audaces descendientes de la raza más audaz del Universo,
modelados en siglos de aislamiento, sobre el dorso de nuestras soberbias
cordilleras.

Antioquia son sus hijos, es su raza. Antioquía será Colombia


entera. (GN p. 106).

Su orgullo, el valor de su pueblo: “¡Qué madre España ni qué


demonios...! Primos hermanos nuestros son los tipos ésos. Somos hijos de los
mismos padres de ellos. No hay tal madre”. (MG p.101)

El vocabulario y la sintaxis, y más que ellos, el alma del habla


antioqueña, su palabra:

Habla de “zamparse de un salto” (R p.39); de la hermana San


Damián dice que “era ¡oque hemos convenido en llamar muy troza” (R p.65);
al referirse a la campana del Conde, dice que lo miró “con ojos enormes de
ternera mona” (R p.138); de uno de los personajes de sus cuentos, asegura
que “chicó tres o cuatro vasos de sal de frutas” (R 212); del mister de Mi
Gente, dice que era un “loncho de míster”. (MG p. 27)

El sentido antioqueño de la sacralidad del hogar, su manera de vivir


la vida familiar a la que llegó tarde y vivió dichoso, por no decir que
125

piadosamente, en compañía de dona Julia Agudelo. Él encarnó, al pie de la


letra, lo que dice del sentido del amor del hombre antioqueño el personaje de
Un Zarathustra maicero:

Para el antioqueño de pura cepa, el amor no es una diversión ni un


tema de arte. El amor para él es una cosa augusta, severa y casi triste; es el
trabajo, son los hijos, la vida entera con sus alegrías y sus dolores; es la
familia, en fin: el arma con que coloniza, con que puebla, con que invade,
como planta cundidora, el territorio entero de la República...

Que Antioquia no es grande, no es fuerte, por sus individuos


tomados aisladamente, sino por la familia...

Así somos todos los antioqueños. Nuestro pueblo todo lo critica,


todo lo examina, lo vuelve de un lado para otro, lo desmenuza, lo escudriña,
precisamente porque de nada está contento; porque eminentemente
progresivo, ve en toda institución un modo de ser pasajero que conduce a
otro más perfecto... Acompañada un antioqueño en sus faenas, en sus
diversiones: seguid/o a la feria, a la tertulia, al almacén, a la cantina: en
todas partes oiréis sus críticas, sus burlas, sus exageraciones heroicas, sus
ironías, sus sarcasmos sangrientos, volar, zumbar, herir al magistrado, al
gobernante, al banquero, al militar, al sacerdote, a todos. ¿Pero qué respeta
este hombre? os preguntáis.... Seguidlo al interior de ese santuario si queréis
conocer lo que respeta... El hogar es para él lo que el aire puro para el buzo,
lo que para el asceta la oración... a las alturas morales en donde cuelga su
hogar el antioqueño, tampoco llega nada de los odios, de las canallerías, de
las abdicaciones, de las vergüenzas, del lodo amasado con sangre, con
lágrimas y honras en donde chapucean los que abajo se agitan batallando...
el antioqueño vive dos vidas bien distintas: la de los negocios, campo en que
no cede en tenacidad, en clarividencia, en poder combinador, a ninguna de
las razas conocidas; y la del hogar, vida de afectos pura y simple. Y eso
explica íntegramente su carácter: mientras más rudo, más implacable, más
burlón aparezca en el trato social, por ley de compensación, por una especie
de polarización moral, más dulce, más amante, estará para los suyos en el
sagrado hogar. (GN. pp. 89- 92).

Conoció y analizó, con finura de cirujano, el alma antioqueña en


todas sus facetas.
126

Su psicología introvertida:

El antioqueño, oculta siempre tenazmente sus íntimos sentires. Por


eso - en otro orden de actividades - son tan escasos aquí los poetas líricos.
Nos falta la ingenuidad que se necesita para mostrar desnuda el alma. (R. p.
47)

Su sentido pragmático de los valores:

En Antioquía todos estamos convencidos de que lo único que no se


puede hacer son pendejadas. Y la pendejada más grande que uno puede hacer
en la vida es no ser honrado en esos asuntos (dar buenas cuentas) (R. p. 52)

Su espíritu agrícola y colonizador:

El hacha del antioqueño y el casco del caballo de Atila serán en


adelante, en la historia, los símbolos definitivos de la desolación; con la sola
diferencia de que Atila asolaba para saquear, y los antioqueños para sembrar
maíz Y saquear ha continuado siendo un magnífico negocio, en tanto que
sembrar maíz no ha dado nunca los gastos. (R. p. 75)

Su apego a la riqueza:

En esta colonia judía en que vivimos, el dinero es el móvil único de


todo. (MG. p. 154)

La ineptitud de su dirigencia:

Así somos todos en Antioquia. Así hemos sido siempre - dijo don
Luis a Pedro-. Así como estos campesinos ignoran que sus tirones de la borda
de la canoa, para enderezarla, repercuten apenas en la resultante dinámica
del sistema, ya que ellos propios son partículas de ese conjunto animado de
una sola velocidad, de una inercia sola, así nuestros dirigentes ante los
bandazos, ante las convulsiones zozobrantes de la nave de nuestra
democracia, tiran también de la borda, se echan hacia atrás y hacia adelante,
gesticulando cómicos e inanes, como lo hacían estos campesinos, y como
ellos convencidos de que sus esfuerzos han salvado del naufragio a la
127

comunidad. Y así lo dicen, y así lo proclaman, y así, muertos ellos, son


propuestos por asambleas y congresos como ejemplo a las futuras
generaciones (MG. p. 303)

Su doloroso proceso de formación social:

…En lo que se ve mejor que nuestro pueblo desciende directamente


de los conquistadores es en la imprevisión. De esos tercios que siguiendo la
enseñanza del César Carlos Quinto, ese triple ungido por la locura, por el
óleo imperial y por el genio, incendiaron, talaron, desmantelaron, saquearon
la Europa... .y que luego, envueltos los cuerpos marciales y recios en los
harapos soberbios que los abrojos de estas selvas les dejaron adheridos a la
piel, restos de las espléndidas vestimentas que tras épicos asaltos pillaran en
Flandes y en Italia, la espada anudada al cinto con ásperos bejucos tórridos,
temblando de hambre y fiebre, ganaron para el rey de las Españas un mundo
inmenso, remoto y misterioso De esos grandes viene nuestro pueblo. Que
pasada la epopeya vino para ellos la paz, con todos sus horrores. Y tras ésta,
el ocio. Y tras éste, la pobreza; hasta ser poco a poco sojuzgados por
peninsulares venidos después en la paz de la Colonia: por comerciantes y
agricultores, por judíos y moriscos, quienes. cuidadosamente disfrazados de
hidalgos españoles, acudieron con los restos de sus fortunas. a refugiarse en
estos rincones aún hoy remotos, huyendo de las feroces persecuciones
religiosas y políticas. De éstos descienden nuestras clases altas; de éstos
heredaron las virtudes acaparadoras que los han tornado ricos y prósperos.
En tanto que los hijos de aquellos guerreros “que todo lo ganaron y todo lo
perdieron “, trocábanse en los siervos de la gleba. Fue aquélla una segunda
conquista feroz, callada, incruenta. Ya los vencidos les quedó esa tristeza de
la raza que se exhala aún hoy en sus cantos melancólicos. Tristeza que tiene
doble origen: la que el indio conquistado transmitió con su sangre nobilísima,
y la de los conquistadores vencidos en la lucha económica.

Afortunadamente aún sirven hoy a nuestro pueblo las virtudes


conquistadoras heredadas. Con ellas se defiende de la opresión económica
ambiente. Alzan en hombros sus hijos y su flaca hacienda, y se van a
conquistar, en su nueva manera de hacerlo, otras regiones. La hoya del
Rizaralda, el Quindío, el norte del Tolima, son hoy su América distante. (AR.
pp. 188-189)
128

Las consecuencias de su condición sociogenética, fatal e


ineludiblemente determinada por la evolución, como un triste acontecer que se
encarna en historia de lástima e institucionaliza una situación de violencia
larvada de la que todos son víctimas.

El pariente más cercano, como es el caso del soldado Lezama,


víctima de las mezquindades políticas:

¡La bandera de la Patria humillada ante la bandera de la Patria 1


¡El hermano que revuelca en el fango la honra y los timbres del hermano,
para honrar así a su madre! ¡Nuestra historia entera!. (AR. p. 80)

El jornalero que apenas sobrevive, inmerso en un régimen laboral


constitutivamente injusto:

¡Jornal! ¡Puro Jornal!...

Y pensaba yo en lo que esa triste palabra significa: cincuenta o


sesenta centavos, cuando no son cuarenta, de donde hay que rebajar la
tercera parte que por sentencia de un juez hay que abonar a los acreedores
semanalmente, que sobre todos los jornaleros que conozco, sin excepción,
gravita esa condena; de donde hay que separar los intereses para pagar en ¡a
peña (;y qué intereses! ) portas alhajas empeñadas; de donde hay que separar
algo qué ir abonando al tendero de telas, pues no es posible que los niños
vayan a la escuela mostrando las carnes...; y la ¡ata para esa larga prole...; y
para la abuelita que no puede ya valerse...; y las limosnas para el señor
cura..; y las contribuciones prediales...; y los.. ¡Y con qué paciencia, con qué
heroísmo, con qué dignidad de gran señor venido a menos, sufre nuestro
pueblo augusto todo eso! Porque eso, un gran señor arruinado, es nuestro
pueblo. Que él es el verdadero descendiente de los conquistadores
semidioses. Eso se leve en todo: en su imprevisión magnífica;. en su orgullo
taciturno; en la arrogancia con que tira de la espada ante cualquier ultraje....
(AR. pp. 186-187)

Las causas de la situación de injusticia institucionalizada, que se


resumen en libido de posesión y de mando:
129

El dinero y la fuerza son una misma cosa en dos aspectos


diferentes: son el poder (MG. p. 115) …en la tabla de valores de la nueva
cultura, es entendido que el honor lo constituye el éxito, el oro. (MG. p. 307) .

…cuando hemos palpado lo fugaz de los placeres de los sentidos,


entonces todas nuestras pasiones se resumen en una sola: la ambición de
mando. (GN. p. 170)

La constitución de una sociedad permanentemente colonial,


perfectamente tipificada en la figura y el sentido de la vida del paisano
Álvarez Gaviria, heredero de la cultura colonial, que entiende la civilización
como explotación:

Antioqueño, de Medellín, del puro plan de la Villa....

Soy el único que trabajo aquí. Me lo trabajo todo...

…esos siete u ocho mil negros, trabajan para mí, exclusivamente


para mi…

Y lo curioso es que después de que los pelo, les sigo sacando.

- ¡Exactamente lo que pasa en los centros civilizados!

-No le digo paisano!, si yo al fin civilizo a estos negros.

-Tiene razón el paisano: al fin los civiliza. Es el método usado por


todos los civilizadores: robar, corromper, envenenar. (R. pp. 39-44); como
que entre nosotros se ha creado una civilización que tiene como “... la ley
única de la existencia: la oportunidad” (R. p. 115)

La injusta estructuración social, originada en la división ciudad -


aldea, pues ésta abandonada por el Estado, se torna corruptora y semillero de
la corrupción nacional, tal como lo dice Toñejo, el protagonista del cuentecito
En las minas:

¿ Qué podemos nosotros los infelices habitantes de los campos


contra ustedes, los que saben, los que tienen la plata, los que viven en los
130

pueblos grandes? Yo no digo que ustedes no se hagan justicia unos a otros,


sobre todo si son igualmente ricos. ¡Pero a nosotros!

De suerte, señor, que si yo llego a matar a Ambrosio iré a dar al


presidio sin remedio, y si él me mata a mí, él es rico, él saldrá libre...

Entonces comprendí toda ¡a enorme tristeza de la condición de


esas pobres gentes del campo, que son las que mueren en las revoluciones,
que son las que pueblan los presidios, expoliadas por rábulas sin principios,
afrentadas en su honor, en sus afecciones más caras por el ansia miserable de
goces de esas gentes sin fe, manufacturas más o menos despreciables de lo
que ha dado en llamarse nuestra civilización, incapaces de sentir el amor
verdadero y sus tristezas augustas. (A R. p. 144-145)

La mentira social de nuestra democracia, que aparece de cuerpo


entero en el penetrante diálogo entre el cura, el médico y el ingeniero, en
Psicologías, publicado por los días de la guerra de los mil días:

Colombia se derrumba- dice el cura.

Y el ingeniero responde:

Colombia es una larva. Y sus actos internacionales, sus actos de


vida de relación, como quien dice, son casi nulos. Se la mira en el exterior
como a un cadáver. Pero en su interior, entre sus individuos, es decir, entre
las células constitutivas de esa larva, se efectúan luchas intensas que han de
dar por resultado la conversión, en organismo vivaz, de la larva entumecida...

… dudo mucho de que lo que entre nosotros se verifica sea una


transformación. Y me temo que sea más bien una detención de desarrollo o
una regresión de nuestra raza, que la denuncie inepta para la democracia...
En nosotros, ¡atino - indígenas con pringues de sangre africana, la
aspiración a la democracia es periférica; todavía no se ha convertido en
hábito, en instinto; todavía no se ha fijado en los estratos profundos de lo
inconsciente, condición indispensable para que sea principio vital. Y esto
explica por qué nosotros somos individual, intelectualmente más demócratas
que un sajón, y sin embargo, somos ineptos para la democracia. Somos
demócratas por autosugestión, porque entendemos que sería mejor serlo,
131

mientras que nuestro individuo es todo absolutista. Todo nuestro


inconsciente, en trabajo secular, ha sido forjado en el seno del absolutismo, y
en tanto que con la cabeza luchamos por ¡a democracia, nuestros instintos,
nuestra manera de ser, nos aglomeran en monarquías...

Todas nuestras conmociones políticas, hechas por la libertad, por


el principio democrático, han tenido por resultado práctico fortalecer el
sistema central, cohesionamos, apartarnos de la plasticidad biológica de la
democracia y acercarnos a la fuerte centralización de funciones del animal.

…no es por reacciones momentáneas de estados de conciencia


fugaces sobre el organismo, como se forman las razas demócratas; es por
selección, por labor secular y lenta.

He aquí por qué no creo que nuestras revoluciones, violentas como


una enfermedad aguda, y como éstas, seguidas siempre de la consiguiente
reacción, determinen transformación política ninguna, sino más bien
suspensión de desarrollo, regresión” (G N. pp. 178- 190)

Y que resume una frase lapidaria en Almas Rudas:

…en tesis general, puede decirse que las guerras las hacen para
robar. (A R. p. 107)

La mentira de la política, que deviene en caudillismo que sofoca la


libertad:

…en Hispanoamérica, esa evolución del individuo, rasgo común a


todos los países civilizados, tiende a ser entrabada por el caudillaje; porque
ésta es la tierra de los caudillos, de los reglamentadores, cerebros de
hechiceros, de mágicos de horda; de los que quisieran volver al individuo a la
pasividad que tenía en la tribu. Porque ¿qué son nuestros sectarios políticos,
aún los que más abusan de la palabra libertad, sino caciques, en el sentido
sociológico de la palabro? ¿Qué es nuestra exigente vida departidos sino
vida de tribus? Nuestros mohanes políticos nos ofrecen libertad, libertad en
la justicia.., es cierto, pero unas libertades que dan risa, engendros de sus
propios cerebros retrasados: quieren que el individuo sea libre, pero con
libertad impuesta según su sistema especial. Y el individuo reacciona natural
132

e instintivamente a la anarquía con un movimiento reflejo momentáneo, por


que si los leaders o lathers (como decía un amigo mío que tampoco sabía
inglés) quieren volver a imponer su tiranía, propia de la tribu, el individuo,
muy evolucionado ya, prefiere la anarquía, la dispersión en medio de las
selvas. (GN. p. 200).

La inautenticidad y, por lo mismo, la inoperancia de nuestra cultura,


expresada cabalmente por uno de los desadaptados personajes de Almas
Rudas:

¡Conque terminé mi carrera! Pues, sí. Es decir, heme aquí, inútil


para luchar con la vida. Porque lo que entre nosotros llaman una carrera, en
vez de ser una labor de adaptación de nuestras facultades al clima social que
nos rodea, lo es de dislocación completa de nuestro ser moral e intelectual.
Nos dan un impulso vigoroso, no calculado, que nos arroja fiera de las
órbitas en que se mueve la mayoría de nuestros conciudadanos, y resultado
de todo ello es que cuando salimos del colegio y abandonamos un corto
número de condiscípulos que tenían con nosotros cierta comunidad de ideas,
nos encontramos solos, completamente solos, en medio de una sociedad que
tiene aspiraciones e ideales que no son los nuestros. Comprendemos entonces
que necesitamos adquirir ese mismo modo de vivir y de verlas cosas, pues que
no ha de seria sociedad en masa la que cambie para adaptarse a nuestro
modo de pensar. Comienza entonces una educación inversa ala del colegio,
por cálculo emprendida, llena de repugnancias...

Y a mucha Ventura S tenemos valor suficiente para emprender ese


cambio de frente de nuestro ser. Los sinceros, las almas rectas se sublevan...

Cada cual malgasto en ella lo mejor de su existencia...

Creemos ser una entidad grande y somos simplemente una


bandada de cursis...

Ni en literatura, ni en política, ni en ciencias, se ve una sola nota


indígena, una sola manifestación que pueda llamarse propia de la raza. Todo
es copia de pueblos grandes, en que esas cosas son buenas porque son
oportunas, porque han llegado por sus pasos contados en labor secular y
armónica…
133

…nos educan como para Europa y nos exigen que vivamos aquí.
Nos hacen gastar lo mejor de la vida haciéndonos incapaces de vivir en
nuestra patria, ya eso llaman educarnos (AR. pp. 155 ss)

Las raíces de la condición violenta de nuestro pueblo, que


determinan lastimosamente su futuro:

...todos esos fermentos de barbarie que duermen en la conciencia


de las masas, despertados por la revuelta, forman nuestros fagocitos, los
cuales se encarnizan sobre los tejidos larvarios de nuestro organismo político
y los destruyen; pero en medio de ese caos se delinea ya el organismo de la
Colombia del futuro. (GN. p. 186)

Le correspondió ser testigo del nacimiento de la modernidad


antioqueña, en los días iniciales de la industrialización y el urbanismo, cuando
las reformas económicas de Núñez desestimularon las tareas agrícolas y
mineras y se inició el éxodo aldeano a la capital.

A pesar de su marcado sentido del progreso y de su clara conciencia


de la necesidad de la tecnificación, le fue difícil capear la aparición del
fenómeno urbano, porque era connaturalmente un espíritu enamorado de la
naturaleza.

El siguiente texto de Mi Gente, tan lleno de alma y de modismos de


lenguaje regional, como de exactitud descriptiva y vivencias de los sentidos,
ayuda a comprender la desazón de don Efe ante la eclosión de la cultura
urbana:

¡Andar por la selva en verano! Que digan otra cosa más sabrosa.
Los cañones de los árboles, redondos, derechos, lisos, altos, tan altos, que
tiene uno que tenderse bocarriba para verles el copo; nudosos, retorcidos
otros. Yen cada jorobo, en cada nudo, en cada horqueta, una orquídea
florecida Chorrean cascadas de flores de oro las americanas; las catleyas,
enjambres de cucarrones irisados, o de calaveras que parecen vivitas
mismamente...

Y la fragancia que trascienden las flores del chagualo. No hay en


olores nada que pueda comparársele. Ni el olor de una novilla de tres años y
134

medio, aseada y blanca, cuando el recental mama, coleando, de las ubres


colmadas y redondas; ni el olor de una muchacha quinceañera, bella, limpia
y sana; ni el olor de las violetas que se ocultan para perfumar, como en las
culatas de las cabañas campesinas, se ocultan, para cantar, los cucaracheros.
(MG. pp. 35- 36)

En Retorno y Mi Gente, encontramos textos de alto valor


testimonial sobre su actitud reticente ante la naciente cultura urbana.

Xavier, el personaje de Retorno, encarna el momento psíquico y


social de los antioqueños ante el trauma de la desaparición de los modelos de
la vida rural.

A través del personaje, quedan señalados tres grandes dramas


sociales, derivados de ese proceso:

El primero es el de la pérdida de la alteridad, cambiada en igualdad


desidentificadora:

Xavier resistíase a creer a sus ojos.

Hacia veinte años, cuando dejara su pueblo,.., eso no era más que
un pardo grupo de cabañas: en las dehesas, en donde apenas comenzaba a
brotar la grama nueva, tendidos aún los troncos carbonizados de la selva;
rozas en donde pardeaba el maíz seco; campos recién quemados en que entre
el suelo negro por el fuego, brotaba, como estrellas verdes, el maizal
naciente...

Y ver lo que encontraba en cambio: una ciudad nueva y flamante,


de calles rectas reborbollantes de vida, de carrozas, de bullicio.... y
derramada por doquiera, multitud cosmopolita, fauna nueva, del todo para él
desconocida. Lo mismo que dejara atrás en sus dilatadas peregrinaciones por
el mundo.

Y él, que soñara tomar a ese escondido lugar donde nació, a vivir
vida campestre y silenciosa...

Lentamente, tristemente, prolonga su paseo» (R. pp 13-15)


135

El segundo es la pérdida de identidad en valores, tradiciones,


vivencias y utopías, que lleva al hombre a convertirse en un extraño dentro de
su propio medio social:

Vuelvo -dicía (Xavier)- a ser aquí un extraño: que la Patria son


seres amigos que crecieron a par nuestro, corazones con las mismas
quimeras amasados, unas mismas estrofas en las bocas, unos mismos anhelos
en el alma. ¿Y qué entiendo, qué siento yo de lo que entienden y sienten estas
gentes? Es como si hubiéramos nacido en planetas diferentes... (R. p. 17)

El tercero la confirmación de la ingénita condición agónica,


escindida y dolorosa de toda existencia humana, que ninguna realización
puede superar, y amenaza con convertir en un sinsentido el esfuerzo humano:

¡En vano! ¡En vano! En vano es todo eso.... Y si él, el mejor de


entre vosotros, no ha logrado ahogar el dolor, ¿qué ha conseguido?.... ¿No
está ¡a vida gritando a todas horas que a medida que se agranda lo
consciente el campo del dolor también se agranda? ¿Qué no podremos
suprimir jamás ese desgarrador contraste entre lo infinito que anhelamos,
que ideamos, que imaginamos y creamos, y lo exiguo del vivir que actuar
logramos, nosotros, frágiles floraciones de un instante?...

¡Cuánto más feliz que vosotros el idiota en ¡anoche de su alma, el


salvaje entre su selva, el árbol que aún vegeta, larva de conciencia, la roca
que no siente, el ser que aún no ha nacido!. (R. p. 21)

En Mi Gente, a través del diálogo entre Pedro Zabala y Maitre


Rabelais, se continúa el escrutinio de los problemas surgidos del cambio
social, enfocado esta vez al fenómeno de la desidentificación del hombre y la
mujer:

El hombre y la mujer son hoy meros competidores en la rebusca


del dinero, rey único del mundo. Se necesita estar uno loco, como lo estás tú,
para no verlo. Ellas, vestidas de Efebos, la falda a la rodilla, recortado el
cabello, trotan por las calles, invaden las oficinas, tamborilean en tropel
sonoro, con sus dedos ahusados, el teclado de la máquina de escribir; suman,
restan, cuentan dinero, regatean, engañan al cliente (o continúan
136

engañándolo). ¡Y ellos! Parece como si cuando vieron germinar en ellas las


nuevas actividades, desordenados, torpes, olvidaron que, « sólo el que es
bastante hombre, será capaz de despertar a la mujer en la mujer».... Y todo
eso... viene de bien poca cosa al parecer: un cambio imperceptible en el
ambiente. Lo que fue aquí en Medellín yo sorprendí el momento preciso en
que comenzó la transformación. Y tuve la fortuna de oír la palabra que la
sintetizó: se instalaba en la parroquia el alumbrado por la electricidad. (MG.
p. 108)

Ante el naciente mundo moderno antioqueño, por boca del


personaje del relato Rafael, don Efe Gómez hace un juicio airado y
condenatorio:

¡Ay! Hoy nada veo; por más que me esfuerzo, allá no se me


aparecen sino nubes.

Lo propio me pasa con la humanidad. En donde antes, en mi


adolescencia ardiente, ingenua, vi grandes hombres, vi héroes, hoy no
distingo sino hatos de venales, de mequetrefes y de infelices. (AR. p. 177)

Y en El Diario de Pedro, consigna:

¡Entonces sí, los hombres eran hombres y pasiones las pasiones,


secretos y solemnes los amores, las razones corteses y discretas!.

Reinaba entonces, la igualdad heroica: no aquesta moderna


igualdad venal ante el derecho (;vil mercado!)...

¡Pero hoy! ¡Ah! ¡Hoy ya la fibra del sexo se ha aflojado! ¡Hoy


todos los hombres son más o menos príncipes tudescos!

¡Hablar! ¡He aquí todo el presente!

¡Palabras! ¡Eso es lo que saturo el ambiente emponzoñándolo, y lo


hace irrespirable: ya no hay espadas, sino lenguas. Ya no hay sangre, sino
baba!...

¡Sociedad de bizantinos y de eunucos!


137

¡Mereces verte (y no ha de ser muy tarde) entre cadenas y sin


honra! (R p. 172)

Dentro del espíritu del pueblo antioqueño, como fondo, y dentro del
marco inmediato de la incipiente modernidad antioqueña, construye don Efe
Gómez su mundo aldeano y semisalvaje, trágico siempre ya veces brutal; vive
su drama personal de incomprensión ciudadana; busca la razón de ser de la
condición trágica de la existencia humana, enfrentada a los desgarramientos
surgidos de la lucha entre la lucidez de la conciencia y las sombras de lo
inconsciente, los determinismos naturales y los proyectos de libertad, que
parecen determinar un destino fatal e ineludible, al caminar del hombre sobre
la tierra.

III

Aunque don Efe Gómez era un hombre de una no común capacidad


de pensamiento, para él, lo mismo que para el alcalde de Ríolimpio, cuando se
trata de afrontar la cotidiana lucha del hombre, «Las ideologías son vacas.»
(R. p. 71)

Todos los personajes que desfilan por sus obras, el paisano Álvarez
Gaviria, reidor y ambicioso; el míster comilón de Mi Gente; Ester Julia, el
invertido; Ambrosio y Toñejo, los rivales de amores, son personajes signados
por la fatalidad, que encarna toda la gama de los determinismos atávicos,
patológicos, sociales y económicos.

Ahora es Claudio Majoca, el infanticida, víctima de «ese mal sombrío que lo


mantenía aterrado», a quien nadie había dicho nunca «que esas dos
desgracias horribles de su vida -la pérdida de su hija y la de su salud-
obedecían ambas a ese pequeño mal de su juventud, adquirido tan
alegremente en la bodega de Nare, y que trabajaba aleve y callado en lo más
recóndito de su organismo!» (AR. p. 20).

Ahora es Tomás Ayala, el maquinista, que al encontrar la muerte,


asumiendo su deber, «está todo en su conciencia». (R p. 98)
138

Ahora es Julia, la niña que jugaba a matar mariposas, fantaseando


con la imagen de la abuela enferma, y que al coincidir las muertes de la abuela
y de uno de los insectos, queda obsesionada por la idea morbosa de que era
«la causa de la muerte de la abuela, que ella había matado». (AR. P. 30)

Ahora Manuel el minero, que atrapado en el socavón dice a sus


amigos:

«Por mí no se afanen. Yo ya no soy de esta vida...

Encerrao como en el sepulcro.... De aquí ya no me saca nadie...


Sacará Dios el alma cuando me muera..., si es que se acuerda de mí...
Váyanse muchachos Ya hay agua aquí… Déjenme los tabacos que puedan,
fósforos y mecha, y váyanse, les digo. Déjenme a mi el alma quieta: Yo ya
estoy resignao a mi suerte Y no me llamen más, porque no les contesto.» (GN.
p. 158)

Ahora Jorge, el guía en la selva chocoana, que tratando de salvar a


don Cirilo su compañero de viaje que se despeñaba, muere angustiado en el
corazón de la selva, pues «cuando se hundiera arrastrado por el peso de don
Cirilo, ha caído sobre la raíz de un arbusto cortado en punta a dos cuartas
del nivel del suelo. El cual ha penetrado oblicuo por el costado izquierdo.»
(MG. p. 256)

Ahora Rafael Montoya, el loco filicida, que acaba suicida en la


entrañas de la selva porque «su infortunio era mucho infortunio para un solo
hombre» (MG. p. 309)

Ahora Pedro Zabala, víctima de la fatalidad de la embriaguez


compulsiva, que tiene que perderse en las soledades de la selva, pues sabe que
«un camino me queda: uno solo Recluirme, desdeñoso, en el círculo
invulnerable de mi conciencia moral, lejos de aquí, de esta maraña
inextrincable de chicanas y de dolo. Huir, fugarme. Huir a la soledad» (MG.
p. 233)

Todo lo resume lapidariamente don Efe Gómez en este aforismo


magistral: «El hombre, dolor hecho carne, pobló el mundo». (MG. p. 197)
139

La condición humana está signada de fatalidad desde sus raíces más


hondas, en lo inconsciente, donde reina el instinto.

Así describe a Pedro Zabala, náufrago en el mundo de la


embriaguez:

Bebió con ansia. Y mientras más bebía, se tornaba más triste, más
solitario, más rencoroso, más torvo. Descendía como una sonda, como un
buzo medroso, a oscuros limbos, a infiernos del inconsciente en donde hervía
la bestia, donde reinaban el instinto, el automatismo, la tristeza de la
animalidad. (MG. p. 264).

Por debajo, dentro, estaba todo él. Allí estaba su ser verdadero....
Y no era - claro - no era que este mundo de aquí abajo no fuera tan vívido,
tan real, como el de allá arriba - lo era más - sino que en la cima, en lo que
emerge, en donde se vive habitualmente, en el mundo llamado de la
inteligencia, ordenado en la sucesión del tiempo por la urdimbre férrea de
causas y efectos, por el encadenamiento de los intereses egoístas de que la
vida pende, aprestigiado por el esplendor objetivo del Universo, por la
claridad resonante de la luz que todo lo penetra y lo exalta... allá, se valen de
un lenguaje diferente del que aquí se usa: del lenguaje ideológico reciente,
esa urdimbre anémica regida por leyes novísimas de asociación de ideas, eso
esquemático, discursivo, en que los hombres unos con otros se entienden,
yeso... eso es inconmensurable con lo de aquí, infinitamente enérgico. Aquí el
lenguaje es intuitivo, directo, el lenguaje mismo de la vida. (MG. pp. 285-
286).

Las fuerzas ancestrales determinan el ser del hombre. Esas fuerzas


son las que determinan el trágico destino de Pedro Zabala, en Guayabo negro:

Ya era el ancestral salvaje, caníbal, borracho de chicha y sangre


humana, junto a su pira que se extingue; ya el aventurero sin entrañas que en
Flandes humeante o en el bohío del indio americano roba y viola; ya el
presidiario, de Ceuta fugitivo, que viene a fundar un hogar en América
remota; ya el negro que amarrado en las bodegas del buque negrero forja
proyectos de venganza contra los que le vendieron y contra los que le
compraron, contra la tierra y contra el cielo, en su odio negro; ya el
bucanero, de oro y de crímenes hidrópico; ya el héroe; ya el santo; ya el
140

alcahuete; ya el falsario. Porque ¿quién es, entre los infinitos seres que han
urdido la tela de la vida de una raza, de las razas todas, el que no ha
contribuido a la existencia de cada ser humano? Ese es el mar pavoroso,
arcano, cuyo oleaje sentimos golpear contra el cerebro en nuestras horas de
locura. (GN. pp. 28-29)

Por eso, el hombre encama una realidad fundamentalmente confusa,


que emerge de las profundidades de su ser y se refleja en el mundo de la
conciencia.

Al describir el regreso de los personajes que estuvieron a punto de


perecer destrozados por la dinamita en el fondo de la mina, habla don Efe de
las «sensaciones conscientes que integran normalmente el monstruo humano»
(R. p. 32)

¿Cuál es entonces el destino del universo y del hombre, libre e


idealizador, en un universo regido por determinismos inmodificables?

Ése es el interrogante que lo persigue sin descanso y que sin


descanso trata de resolver.

Ése es el contenido de la tragedia existencial, testimoniada por la


obra de don Efe Gómez: La condición del hombre angustiado ante su
incapacidad para conciliar necesidad y libertad, determinismo y trascendencia.

La respuesta no es fácil y la búsqueda es larga.

Encontramos, como respuesta, una actitud escéptica.

En Mi gente, Cosme Zúñiga, que es la encarnación de la sabiduría y


de la lucha, solitario de soledad absoluta, se pregunta: «Estaremos solos en el
Universo? ¿Como sus hijos, la Humanidad habrá poblado el agujero del
sepulcro con mentidas ensoñaciones?» (MG. p. 15)

A propósito de la muerte del padre, intenta dar una respuesta


afirmativa a la pregunta por la condición trascendental del hombre: «El padre
ha muerto. Conoce ya el Misterio», pero interroga, inmediatamente:
«¿Conoce ya el Misterio?» (MG. p. 15)
141

Lorenzo, en el velorio de Melito, expresa desoladamente su


sentimiento ante el más allá de la muerte: «La otra vida si que será lejos,
ah?» (MG. p. 68)

El extremismo -entre nihilismo y trascendencia- que encarnan las


respuestas, nace de las cuatro grandes dificultades que, ante la posibilidad de
la trascendencia y el sentido de la libertad humana, se plantea la asombrosa
inteligencia inquisitiva de don Efe Gómez:

Primera, la indescifrabilidad del misterio del hombre y el enigma


del universo que la conciencia humana escruta asombrada, pues no puede estar
segura ni siquiera del resultado del escrutinio sobre sí misma:

¿Es que podemos saber algo de la propia alma nuestra, de ese


gran desconocido que para nosotros propios somos?..., el misterio del
individuo, ese mirador a que se asoma una conciencia como una
interrogación trémula al enigma del dolor y de! universo. (R. pp. 135 y 206)

Segunda, la dificultad para captar la presencia de un Dios eterno,


intemporal, y ajeno por su misma naturaleza intemporal, dentro del orden
necesario de la causalidad determinista en la que se inscribe el hecho
horroroso del dolor humano:

¿…qué se propone la Providencia de Dios con estos horrores? -


pregunta en Mi Gente - ¿Sí será que el dolor es la herramienta de espinas y
de fuego con que Dios trabaja las carnes vivas, sensitivas de la humanidad
para modelarla y exaltarla?. (MG. p. 177)

Tercera, la dificultad para conciliar la relación entre lo eterno


incausado y lo necesario causal: ¿Pero cómo entonces, se coordina el mundo
arcano de lo necesario en donde Dios es, con este mundo de la causalidad en
que vivimos? Y el problema tremendo se alza ante mis ojos, y retrocedo ante
él, y me inclino aterrado... (MG. p. 177)

Cuarta, la nítida vivencia de la soledad del hombre en el universo,


que dificulta la comprensión del interés de Dios en el destino humano: «Qué
saben en el cielo de las miserias de aquí abajo ?» (AR. p. 110)
142

A la hora de sus tragedias aterradoras, el hombre parece estar


abandonado.

En el cuento, En las minas, luego que la dinamita ha tronchado las


vidas de Toñejo y su rival Ambrosio, víctimas ambos de la rabia del primero,
que luego de una lucha solitaria de años con su conciencia, llega a su acto
demencial, movido por el sentimiento insuperable de la inoperancia de la
justicia humana, dice el personaje don Lucas: «al salir a la boca del socavón,
a plena luz, el cielo me pareció más remoto, la humanidad más desamparada,
y la Providencia un enigma pavoroso» (AR. p. 151)

Encontramos diferentes posiciones de don Efe ante la trágica


condición humana:

En un momento asume una posición de fatalismo resignado ante la


condición determinada y contradicha del hombre, sujeto a los determinismos
de la evolución y de la selección natural:

O prevalece nuestra personalidad asimilando para sí los restos de


los que caen en la lucha por la vida, o nos asimilan, no hay medio. Es
cuestión de fuerza, de bárbara selección, sin tregua, y ¡ay! del caído. (R. p.
176)

¡Y qué hacer! - dice el personaje de una de sus páginas -ni siquiera


me sublevo; que tengo un convencimiento triste y tranquilo de que todo pasa
como debe pasar; de que el egoísmo es la ley del mundo, porque debe ser así;
que en esta lucha de selección social el débil está destinado a abonar con sus
despojos el humus en donde el fuerte se levanta. Y ya que no he de poder
triunfar en la vida, busco siquiera el triste placer de elegir el lodazal en
donde deba consumirme. (AR p. 162)

En el relato titulado El Monito Fleis, leemos la sentencia tajante de


Perucho, el químico de la empresa: «Existen las buenas y existen las malas»,
(AR. p. 169) y luego, a través de un diálogo vivísimo, asistimos a la exégesis
del aforismo del químico:
143

Como todos los que la fortuna plantó sobre las arterias por donde
la vida universal circula intensamente, nuestro rosal estaba convencido de
que a su personalidad moral se debía su floración magnífica...

-Y los que nacieron desvalidos, y por esfuerzo propio triunfaron:


un Rokefeller, un Carnegie, un -replicó fogosamente Gerardo.

-Esos vegetaron tristemente, mientras sus raíces chupaban de la


reseca arena; pero cuando por azar las hundieron en capas ricas de
sustancias nutritivas, entonces...

-Pero para llegar a esas capas ricas necesitaron del esfuerzo


heroico de su voluntad.

-Necesitaron, sobre todo, que las capas ricas existieran (AR p.


169)

En ese mundo regido por la fatalidad selectiva, de poco sirven los


valores:

…para ascender, el odio sirve tanto como el amor. El que sabe


estorbar, el que se hace temer, tendrá honores y altos puestos, tan
seguramente como el que sirve y se hace amar. (MG p. 131)

En un segundo momento, encontramos como respuesta a la


fatalidad de la condición humana, la evasión y el oportunismo.

En el mundo de don Efe Gómez, por todas partes aparecen los


alcohólicos compulsivos que huyen de sus dramas interiores.

Pedro Zabala consigna en su diario: «No me gustan las gentes que


no beben: es porque tienen algo qué ocultar. El licor es franco, comunicativo,
incita a las confidencias íntimas.... y es muy bueno! (R. p. 175)

Gontrán, elogia las dulzuras del «anís, aún no ennoblecido, ese dios
Demos que desgrana, lleno de misericordia, su irisada pedrería como rocío
cotidiano sobre los campas sedientos, sobre el cerebro de los pobres, de los
que tienen sed de justicia y de amor, de los que tienen hambre., y es ahí luz, y
144

es ahí entusiasmo, y es ahí valor para continuar la lucha negra, acerba del
vivir. (MG p. 140)

El personaje de Evohé, exclama:

«Bien está que no beban los novillos, y los yanquis, y los.... Pero
tú!: Pero un hombre.... », y luego continúa haciendo su apología del licor, en
defensa de Colorete, el alcohólico que limpia las alcantarillas públicas: ¿Qué
ha hecho la vida por ese desgraciado? Echarlo desnudo e indefenso al
palenque cerrado de sus luchas tremendas. Y si el alcohol no lo recogiera
cada tarde, y como una madre amante no lo apretara en su regazo, y le diera
el seno henchido de ideal, de maravillas, de países encantados en los cuales
él, niño mimado, penetra como un héroe; como el héroe, ya la vida (hotel de
mercachifles ahítos y pletóricos), lo hubiera devorado. Bien está que no
beban los fuertes, los adaptados, los victoriosos. Pero mientras en el mundo
haya seres frágiles, fogosos, cuyas almas selectas no puedan avenirse con la
mezquina realidad ambiente, el alcohol, la religión y el arte disputarán a la
vida real el privilegio de abrigar, de acoger a las angustiadas humanas
muchedumbres. Mientras haya vencidos, mientras haya proletarios, mientras
haya poetas, mientras haya oprimidos, mientras haya dolor, mientras haya
injusticia, habrá alcohol en el mundo.

El dolor es eterno, irremediable, fatal; los hombres bebemos


alcohol para escapar unos instantes, por el olvido momentáneo que
determina, al dolor implacable, al horror de vivir. (R. pp. 79- 82)

En el hombre se da una contradicción entre el anhelo y las


realizaciones, que constituye la existencia en una radical condición de dolor y
sinsentido insuperables:

¿No está la vida gritando a todas horas que a medida que se


agranda lo consciente el campo del dolor también se agranda? ¿Que no
podremos suprimir jamás ese desgarrador contraste entre lo infinito que
anhelamos, que ideamos, que imaginamos y creamos, y lo exiguo del vivir que
actuar logramos, nosotros, frágiles floraciones de un instante?

¿Y la inutilidad de la existencia? ¿ Y el dolor de los que amamos?


¡Ah! cuánto más feliz que vosotros el idiota en la noche de su alma, el salvaje
145

entre su selva, el árbol que aún vegeta..., la roca que no siente, el ser que aún
no ha nacido!. (R. p. 21)

A partir de ese drama de la condición esencialmente agónica y


escindida del hombre, se plantea la cuestión de la actitud ante la vida.

...en mi interior suena solemne la voz serena de Espinosa: « ¡No te


exaltes; procura entender»! ¡Entender! Como si fuera tan fácil. Sentir es lo
que ahora anhelo. (R p. 161)

Ante la dificultad de una actitud intelectual, que razonando y


entendiendo dé sentido al drama de la existencia, surge la opción por la actitud
volitiva y afectiva.

«...si ya no podemos decir siquiera como Calderón decía: «lo que


importa es obrar bien para cuando despertemos»; «si no hemos de tener
despertar alguno, ¡ahí entonces conservemos, aticemos ¡afiebre maravillosa
que enciende el ensueño: el amor» (MG p. l 5), pues como dice, Máximo,
uno de los personajes de Mi Gente: Indudablemente.., lo único que nos sirve,
lo sólo que nos sirve, lo sólo que tenemos en la vida, es el corazón (MG. p.
50)

Don Efe Gómez descubre, finalmente, que la condición trágica de la


existencia no tiene un carácter absoluto. En boca del paisano Álvarez Gaviria,
encontramos expresado el sentido trascendente que se encierra en el dolor de
la agonía humana:

¡Alma infanzona! No alcanzarás, no, la fortuna; tus sueños


temerarios, la inasible quimera de tus ansias, ha de permanecer, quizás por
siempre, como visión aislada de tu bizarro cerebro aventurero... Una vida de
intensidad infinita no será tu lote. Morirás como morimos todos: temerosos y
temblando ante el enigma pavoroso. Pero no temas, oh magnánimo. Tal vez
sin que de ello te des cuenta, ese Dios en quien creemos, nosotros los
ingenuos, modela y purifica, a golpes de dolor, tu grande alma. ¿ Quién
sabe? Tal vez nosotros, los indoctos, estemos en lo cierto, y esta vida no es la
que tú crees, sino más bien lo que a nuestros sencillos abuelos parecía: la
gestación dolorosa del hombre de ultratumba. (GN. p. 103)
146

Ya casi al final de Mi gente, al contemplar el cadáver de Jorge,


muerto por salvar a don Cirilo que se despeñaba, aparece una frase
iluminadora: …cuando lo palpé muerto, muerto en un hermoso impulso,
comprendí que el Destino es algo infinitamente rico y que tal vez allá, muy
lejos, todo se justifique y se coordine. (MG. p. 260)

La síntesis de la dolorosísima dialéctica trágica de la existencia


humana, escindida entre realidad e ideal, tiempo y eternidad, proyecto y tarea,
aparece por fin, cuando logra percibir que no hay sino la vida, en la que todo
se unifica, vale y cobra sentido:

El error puro… no existe en la naturaleza, ni en las sociedades, ni


en parte alguna, fuera de la inteligencia de los dialécticos que hacen de ese
fantasma el sujeto de razonamientos concluyentes… para ellos...

Todo fruto, bueno o malo, es señal de vida, y la vida es la ley del


universo. (GN. p. 180)

...Los filósofos no han podido hallar un pasaje, un camino claro,


paladino, entre lo que pasa dentro de cada uno de nosotros y lo que pasa
afuera: entre lo subjetivo y lo objetivo, como dicen ellos. Y la pendejada de
los filósofos está en plantear así el problema; en creer que hay problema.
Porque desde que dicen mundo interior y mundo exterior, hacen ya imposible
la solución. No hay tales dos mundos: eso es una sola cosa. Tenemos dos
sectores de esos mundos: el mundo moral interior y el mundo exterior de las
edificaciones, de la industria. Y verás claro que los dos son uno solo, regidos
por unas mismas leyes. En lo moral lo llaman equidad, lo mismo que en lo
físico lo llaman equilibrio... El mundo interior, subjetivo, es lo que en óptica
llamamos una imagen real. Reproduce el universo externo y está sometido a
las mismas leyes que lo reproducido: es lo reproducido mismo. (R. p. 142)

Como buen matemático, constructor de una concepción del mundo


objetiva, don Efe Gómez halla la vinculación entre la subjetividad y la
objetividad constitutivas de la realidad, dentro de un esquema matemático que
expresa el personaje Pedro Zabala:

El paralelismo completo de la Geometría Euclidiana, con gran


parte de la Estática -digamos- con parte de la Dinámica, con el contenido en
147

unidades determinadas de las áreas planas, con la distancia de un punto a


otro, etc., nos hace sospechar que el puente que une lo subjetivo a lo objetivo
reside en las vecindades del cálculo matemático, que el Problema del
Conocimiento planteado en la Metafísica, es un problema matemático.

En su necesidad de generalizar, la regla de tres y la dialéctica


(traducción verbal, ésta, de la dulce regla de tres) han sido extendidas a la
indagación de lo desconocido Pero cuando la ciencia ambiente se extiende
más allá de ciertos límites, la dialéctica y la regla de tres han resultado
insuficientes.

Los especies naturales son ordenaciones de individuos que tienen


propiedades comunes.

El Lugar Geométrico es la reunión de puntos que tienen


propiedades comunes: individuo. Punto.

Y ha resultado que las especies naturales y determinadas funciones


matemáticas, coinciden, (como en un plano inferior pasaba con la dialéctica y
con la recta), yen la ley natural son una sola cosa. Todo es uno. (MG. p. 76)

Luego de un largo proceso de agonística desoladora, llega, por fin,


don Efe Gómez, a un optimismo definido al descubrir, como ya lo había
sospechado desde 1903, en Psicologías, que «la vida es la ley del Universo»
(GN. p. 180). Por boca de don Luis, uno de los personajes de Mi Gente,
teoriza la unitotalidad de la vida, determinista en la naturaleza y proyectiva y
libre en la conciencia del hombre:

…el hombre es el ser único que se irgue ante la naturaleza


proyectándola ala altura de la emoción de ¡ahora en el foco bullente de ¡a
conciencia...

Para mí, el universo no es ese océano pavoroso en que bogamos


solitarios temblando ante el misterio. Para míes la reunión de seres eternos
que van moviéndose en complicadas trayectorias, moviéndose en el sentido
propio de la palabra movimiento, la cual ha significado siempre cambio de
estado. Cosas que cambian de estado eternamente, sin jamás agotar ese
cambiar perdurable, que van degradando energía sin jamás terminar de
148

degradarla. Porque el camino que lleva al reposo absoluto, ala anulación de


cambios de estado, a la anulación del movimiento, es infinito como es infinita
la distancia que separa la cantidad pasiva del cero. Astros, planetas,
continentes, mares, células, moléculas, átomos, electrones... Y ese cambio de
estado tiene ritmos distintos, orígenes distintos. No hay dos fenómenos
simultáneos. El que mira cree que las sucesos que ve de una ojeada son
simultáneos, y los simultáneos son su acto de ver y la cosa vista y atribuye la
simultaneidad a todos los fenómenos vistos de una ojeada ¿Qué unas cosas
nacen de otras, qué todo se transforma? Sí; pero en el fondo hay sólo masa y
movimiento. Y esas cosas que surgen, árboles, flores, animales, son cambios
de estado por donde pasa la energía degradándose y esos seres degradan
energía a ritmos distintos, viven en tiempos distintos; y esa energía que
degradándose los hace nacer, es incapaz de obrar sobre sí misma, es inerte,
que dicen los matemáticos; yeso, la inercia de la energía, es susceptible de
una demostración por ay por b. Pero hay un ser, sólo en el Universo, que
siente en su conciencia que en él se anudan dos clases de energías: launa, la
que hace surgir las estrellas y las flores, que va distendiéndose,
degradándose, que hace fugaz la floración que constituye su organismo, y la
otra energía que no es inerte, que reacciona sobre si misma, que ha creado la
historia que es libertada! lado del germinar, del crecer y decrecer, del mundo
rodeante del movimiento, del cambio de estado, mero mecanismo de resorte
que se tiende, ciego, inerte. Y esa cosa, el hombre, el ser trágico del Universo,
la zona de dolor del Universo, se siente enquistado en un mecanismo fugaz
que nace, crece y declina sin saber si sus anhelos de eternidad, de verdad, de
belleza, de justicia, su sentimiento íntimo de libertad, de autonomía, son mera
burla, ilusión mera. Conoce, ve, siente que la sucesión de los cambios de
estado que constituyen su vivir es fatal, ciega, indiferente a sus aspiraciones
eternas. Que el cuerpo decae, se torna decrépito, enfermo, presa de las
degeneraciones hereditarias. En su fuero íntimo presencia impotente la
degeneración, las pasiones que mandan fatales en su ser. Y mientras una
porción de sí, la que pende de la energía libre, vigila, protesta, la otra
porción obra fatalmente, gravita hacia la disolución. Y ese drama íntimo se
repite en el organismo social que ha formado agrupándose, organizándose,
creando en medio del organismo mecánico del mundo, un refugio de libertad
que a medida que asciende espiritualmente, le aleja de la constitución
mecánica del mundo... (MG. p. 318)
149

La lucha agónica de don Efe Gómez ante el dolor del hombre, ha


llegado a su fin, porque ha encontrado la reconciliación entre la libertad y la
necesidad, entre la multiplicidad y la unidad, entre el ideal y la realidad, entre
la inmanencia y la trascendencia, y así ha podido entender cómo el dolor
inscrito en la naturaleza humana no es tragedia sin horizonte, sino acicate del
hombre hacia la trascendencia:

Esperad a que un gran dolor torture el alma... entonces


comprendemos que en el sacrificio, en la abnegación, en la aceptación del
dolor augusto como amigo, y no como antagonista de la vida, se encuentra el
consuelo. (R. pp. 116- 117)

Para don Efe Gómez la dignificación del individuo es «algo


inmanente que crece de adentro hacia afuera.» (MG. p. 320)

IV

Don Tomás Carrasquilla, resume magistralmente, lo que el presente


estudio ha tratado de expresar:

Efe Gómez es uno de los iniciados en Colombia: a un dinamismo


ideológico, de verdadero filósofo, aúna el sentir de lo bello. Con dualidad tan
privilegiada tiene de ver la vida, los hombres y las cosas desde las cumbres
de la estética y de la crítica; con tal corazón y tal cabeza tiene de ser un
escritor más que egregio...

Su intelectualidad en lo dramático, es casi esquiliana; en sondear


hasta los profundos del alma, es siempre certero. No escribe propiamente:
pinta con cuatro pinceladas. Su forma es nerviosa, nítida, plástica y se gasta
un casticismo y unas elegancias hipócritas que se las quisieran tantos que
academizan a lo Ricardo León o a lo Mosén de Escalante.

Así y todo, Efe Gómez es un filón catado solamente. Los que


conocemos todo lo que atesora esta criatura, bien podemos decir que está
inédito.

Efe es una potencialidad desproporcionada a nuestro medio


incipiente y montañero. El destino lo lanzó a estas breñas, para probarnos
150

que la grandeza puede resultar hasta en la Patagonia. (Obras completas, Ed.


Bedout, Medellín, 1958. II p. 717)
151

Tomás Carrasquilla

Testigo de la inmadurez de la fe en América

Don Tomás Carrasquilla es un creyente típico de América.

Dada mi sicología, dada mi educación, dada mi madre, tengo de mirar cielo y


tierra por el telescopio de la fe. Por otro cristal no puedo verlos. Si esto es
una patraña ridícula que me he urdido para mi uso
exclusivo, en esa patraña quiero morir Amén. (Copas, II p. 618)

Las anteriores palabras del maestro antioqueño extraídas de una de


sus páginas con más sabor autobiográfico, son una radiografía de la fe que
vibró en el alma de Don Tomás Carrasquilla.

_________________

Las citas que aparecen en el presente estudio están tomadas de:


Tomás Carrasquilla, Obras Completas, Ed. Bedout, Medellín, 1958.
La obras citadas aparecen abreviadas así:

AOV Ave oh vulgo. T Techo


CdA Curas de Almas. MY La marquesa de Yolombó
DA Del monte a la ciudad. PAP Por aguas y pedrejones
DMC Dimitas Arias PCC Por cumbres y cañadas
El Elegantes. R Rogelio
EN Entrañas de niño. S Superhombre
EZ El Zarco. SB Sobre Berrío
FMT Frutos de mi tierra. SR Salve Regina
G Grandeza. SS Semana Santa
H Humo. Dic Diciembre
Ho Homilías. 25 REG 25 Reales de buen gusto
L Luterito.
LC Ligia Cruz
LS La sencillez
152

Su fe, es la fe del americano común: “creer lo que no creemos”, que


decía el poeta Gutiérrez González; vivencia de una fe conceptualizada y
sentida, pero desligada de un compromiso existencial auténtico; carencia de
una ordenada y vertebrada integración de los valores flduciales aceptados;
cristianismo débil, en el que supervive siempre y hasta el fin un tris de duda y
escepticismo: Creer en patrañas y en fábulas equivale a creer en verdades
eternas, si por religión setas tiene y la fe es sincera, Saber errores vale tanto
como saber evidencias, si ello se tiene por sabiduría…

La monta está en creer y en amar, para sentir. No importa en qué


se crea ni a quién se ame, desde que el corazón esté contento....

El mundo objetivo no es más que un reflejo de cualquier sujeto...

Y esto del amor a la verdad por la verdad pura y neta, es también


una chifladura como cualquiera. Parece que nadie sabe lo que es verdad ni lo
que es mentira. (Elogio de la viuda sabia, II pp.608-610); predominio de la
sentimentalidad en la aceptación de la fe, que no parece nunca realmente
situada ante las exigencias y posibilidades del razonamiento: “la evidencia es
tan aterradora que asfixia: la fe y el misterio son una necesidad del corazón
El hombre cuando razona es ateo, cuando siente tiene que creer.” (Ho No 2, II
p. 683)

El alma de don Tomás Carrasquilla vivió sumida en una especie de


pesadumbre que comparte con la generalidad de las gentes americanas, fruto
de la síntesis racial de grupos desadaptados o golpeados por los
acontecimientos de sus orígenes históricos. Para don Tomás Carrasquilla,
“Todo triunfo lleva en si mismo un germen de derrota” (Sursum Corda, 1 p.
708); “Todo es humo” (Humo, 1 p.718); “El progreso puede existir en todo,
menos en eso de colmarle al hombre la medida de sus anhelos”. (LS, I p.733)
La vida, para él, es una batalla feroz: “fieras es lo que más necesitamos para
defendernos en la batalla cruenta de la vida”. (LT, 1 p. 694) Las nimiedades
son el refugio donde el hombre encuentra el descanso, y la raíz de la dicha y la
placidez: “Y quién no ha encontrado en las bobadas lo mejorcito de su
existencia?” (LS, 1 p.729)

Por las páginas de don Tomás Carrasquilla desfila una inagotable


variedad de personajes tristes, frustrados, fracasados, llenos de bondad y
153

cargados de injustos dolores: El padre Casafús, Chichí, La marquesa de


Yolombó, Regina, Dimitas Arias, Higinio, Melchorita, Blanca, El Zarco.

Los más plácidos de sus personajes (Nicanor, Cantalicia,


Magdalena Samudio, Paquito, Rogelio) son gente de un subfondo melancólico
y nostálgico.

El alma de don Tomás Carrasquilla, un blanco pobre, de pueblo


antioqueño de fines del siglo pasado, es encarnación fiel del alma de América.

El vive hasta el fin de sus días una existencia monótona,


bonachona, desubicada, creyente sin compromisos y sin exégesis de fondo.

Solterón, amigo de curas, arreglador de altares en su Santo


Domingo nativo, su obra es un-cofre donde en desordenada profusión se
entremezclan todos los elementos religiosos de la raza: mitos, leyendas,
historias, ceremonias, ritos, personajes eclesiásticos, beatas y sacristanes,
místicos y oliscados anticlericales de pueblo.

Su obra es manual obligado de consulta en el escrutinio


sociorreligioso de nuestra América surcontinental.

A ella es preciso mirar si quiere hacerse una génesis y una


evaluación válida de los problemas religiosos del continente.

El es un observador único del fenómeno cristiano de América,


porque vivió y vio vivir la fe del hombre común de nuestros pueblos
americanos.

El es un testigo excepcional de la inmadurez religiosa del


continente. Vivió, observó, y transcribió fielmente el devenir de esa
inmadurez religiosa, desde todos los ángulos ya través de todas las épocas de
que fue testigo.

Fue un enamorado de su pueblo, unido a él por su alma provinciana


y por el afecto y la concepción de la vida y los valores.
154

En cada personaje de Carrasquilla habla un poco el mismo don


Tomás; en cada pueblo suyo está descrito un poco su propio pueblo; en cada
angustia descrita por su pluma está un poco su propia angustia.

Vamos, pues, a vivir con don Tomás Carrasquilla la aventura de la


inmadurez de la fe en los pueblos americanos. Vamos a asistir, guiados por la
socarrona mirada y la fidelidad casi fotográfica de sus descripciones, a los
orígenes y desarrollo de una fe que se quedó en estado de inmadurez.

II

En los pueblos americanos, por su común denominador de


amalgama racial; procesos de Conquista e Independencia, muy próximos en
los diversos países; gran semejanza y casi simultaneidad en sus procesos de
evolución social; idéntico origen Ibérico; ausencia de movimientos de tipo
genuinamente revolucionario, como que la hazaña libertadora se llevó a cabo
sin una clara conciencia de su entidad revolucionaria; puede hablarse de
comunes nexos antropológicos e ideológicos a través de todo el continente, y
es posible realizar análisis válidos de realidades continentales, partiendo de
grupos humanos reducidos que tienen asiento muy determinado y localizado
en un sector continental.

A la manera que en el campo nosológico puede observarse y


estudiarse una forma endémica en un foco muy circunscrito, y con sólo variar
datos adjetivos que no destruyen el valor de las observaciones sustanciales
obtener resultados de valor y aplicación amplísimos, así puede procederse, con
plena validez, en el campo ideológico.

Nuestro continente está muy lejos de presentar una total unidad en


la estructuración de su cotidianidad pero subyacen, a lo largo y ancho de su
geografía, factores comunes de fondo que permanecen casi idénticos e
invariables a través de los años.

Nos une y caracteriza:

El infantilismo individual y social, manifestado en el ansia


imitativa.
155

El avergonzamiento, operante en la alienación ideológica y en el


encubrimiento de los móviles de conducta de individuos y pueblos, bajo una
mascarada de legalismos inútiles y estorbosos.

La inseguridad ideológica, manifiesta en la inoperancia de los


estamentos universitarios, jurídicos, políticos, y en la carencia de aportes
válidos y renovadores a La cultura universal.

El resentimiento, que más que en cosa alguna, se ha hiperestesiado


en el sentido punitivo de la fe.

La astucia, amalgama de inocencia y malicia, característicamente


encarnada en el fenómeno, típico nuestro, de los dictadores: Rosas, Francia,
Melgarejo, Estrada, Gómez, Trujillo, los Somozas, Perón, Strossner, Castro,
para no citar los dictadores de facto a quienes encubre una mascarada de
democracia.

La inmadurez cristiana, típica del continente, cuya vivencia de los


valores religiosos no ha llegado aún al cuestionamiento de sus orígenes
históricos ni a la opción de un cristianismo libremente aceptado.

Por razón de esta identidad de caracteres comunes es posible la


extensión de los hallazgos de una investigación hecha a nivel local, a toda la
territorialidad y humanidad continentales: los elementos sustanciales básicos
son comunes; los cambios de región a región, adjetivos y epidérmicos.

El elemento folklórico, recipiendario de las inquietudes metafisicas


del pueblo, por ejemplo, puede analizarse en un grupo que lo encarne
característicamente, y las conclusiones halladas serán válidas en la vastedad
continental, hechos retoques muy secundarios. Los elementos folklóricos
rituales de los grupos negros o negroides de Haití y Brasil contienen todos los
elementos esenciales de tal tipo de expresión cultural: lo que de folklore negro
hallemos en el resto del continente, ya estaba expresado esencialmente en esas
culturas típicamente expresivas de tal fenómeno.

La expresión de rito y vida familiar en los grupos de filogenia


predominantemente indígena de las altas mesetas bolivianas y ecuatorianas,
156

por ejemplo, dan la base del comportamiento de todos los otros grupos afines
a ellos, dispersos por el continente.

En los clásicos de cada país americano (América tiene también sus


clásicos aunque aquí, avergonzados, busquemos el clasicismo en las culturas
euroasiáticas), hallamos una clarificación de los postulados anteriores.

La concepción de un sentido sacral de la tierra, a guisa de ejemplo,


se percibe por igual en las Cocherías, costarricences; el Martín Fierro,
argentino; Doña Bárbara, venezolana; la obra de la Mistral, chilena; Manuela,
del colombiano Díaz, por citar sólo algunos autores.

Por más que encontremos en cada obra caracteres geográficos o


comportamientos sociales específicos de las diversas comunidades, la
reactividad pasiva de los indígenas explotados aparece por igual en La
Vorágine, Huasipungo, La casa verde.

La ridiculez operativa, el resentimiento, la mentira, la adulación,


aparecen por igual en el recuento del hecho político latinoamericano: en la
insípida Paz, y el inmenso Otoño del Patriarca, colombianos; el sucio Sena,
Haitiano; el valeroso Señor presidente, guatemalteco; el horrible Diálogo en
la Catedral, peruano.

El ensayo filosófico social se vierte siempre sobre el problema


racial, la diferenciación de castas, la necesidad de una cultura autóctona,
trátese de obras de Reyes o Vasconcelos, al Norte; Masferrer, en
Centroamérica; Zaldumbide y Rodó, al Sur del continente.

Más aún, un escrutinio del acontecer histórico en los países


americanos nos lleva al hallazgo de una común reactividad social: repulsa ante
las ideas libertadoras; desprecio por los gestores de la empresa emancipadora,
al aparecer en cada país la libido imperandi; continuación de los quehaceres
bélicos, encarnados en guerras civiles, luego de las campañas libertadoras;
entrega casi simultánea del subsuelo a las empresas europeas y
norteamericanas bajo los gobiernos republicanos; catecumenado marxista en
las universidades de todo el continente desde fines del primer tercio del
presente siglo.
157

Esta identidad fenoménica no puede ser casual ni fortuita. La igualdad


continuada, iterativa, generalizada, de las conductas sociales, es signo
manifiesto de una identidad constitucional subyacente.

Cada país americano tiene una nota característica que lo define, y


desde ese ángulo de especificación, se constituye en patrón y vehículo de
investigación en los aspectos socioantropológicos a él pertinentes:

Argentina encarna el fenómeno de la debilidad nativa ante el influjo


extranjero. La autenticidad racial se perdió allí; el idioma está desapareciendo.
Bolivia y Ecuador son escenario del drama de la frustración del indio.

Perú encarna el fenómeno del espíritu pendenciero del mestizaje


liberto y politiquero.

Brasil es la tierra del magismo y el endriago.

Venezuela es la tierra de la vanidad y la figuración: desde los


tiempos del libertador ha sido tierra de bizarrías.

Colombia es teatro para la representación del fenómeno legalista y


la vivencia de la religiosidad cristiana, impuesta desde ultramar.

Los Estados centroamericanos escenario del espíritu divisionista


que frustré las posibilidades de la unidad continental soñada por el Libertador.

Los países caribeños centro de actividad de la representación del


fenómeno mulato: sometimiento del pueblo al amo a cambio del jolgorio.

Estudiando dentro de cada país latinoamericano su fenómeno típico,


las conclusiones tienen validez para los grupos que le son afines en los otros
países del área continental.

Colombia, decimos, es teatro del embeleco jurídico. Aquí el


legalismo ha encubierto toda manifestación humana; no ha sido posible entre
nosotros el hallazgo de la autenticidad nacional, perdida la conciencia moral y
social en el laberíntico mándala de la catarata legislativa.
158

Dentro del contexto Latinoamericano, a la par que del legalismo, Colombia es


centro predominante de la manifestación-del fenómeno religioso.

Desde el embeleco nariñesco del Nazareno sargento, centralista, no


ha habido problema político que no esté entreverado de preces y anatemas; ni
una sola reforma constitucional que no haya conllevado una disputa religiosa
o clerical, al menos; ni una sola manifestación artística que no lleve explícita o
latente la entidad religiosa: desde las Crónicas de don Juan de Castellanos y
los óleos de Vásquez de Arce, hasta las novelas de García Márquez y Álvarez
Gardeazábal y las pinturas de Botero, la angustia de la fe se trasunta por todos
los campos del quehacer cultural colombiano.

Desde Colombia es posible estudiar, para América, el fenómeno


religioso cristiano: somos el país de la hipertrofia del sentido religioso.

En Colombia, Antioquia montañera, individualista, agiotista,


tradicionalista, quintaesencié el sentir religioso de la nación.

A Santafé de Bogotá y Popayán las embelecó el deseo de mando


político; Cartagena, sin dejar su señorío, se hizo un tris liviana; Pasto
consumió sus energías defendiéndose de las ambiciones de los enconados
payaneses y el ávido Flórez, ecuatoriano; en fin, en el decurso de los años,
solamente Antioquia se encerró en sus breñales a hacer cuenta de agios y
castellanos de oro, ya rezar sin descanso, decantando todo lo bueno y todo lo
malo de credos y creencias, y se convirtió en prototipo de la manifestación
religiosa americana. Sin santuarios, ni apariciones, ni tribunales
inquisitoriales, ni grandezas de figurón, se dio a ver a Dios y al diablo en
todos los rincones de la montaña, en todos los vericuetos de las minas, en
todos los torrentes de su aviesa geografía, y llegó a ser la porción continental
donde en una casi impúdica fecundidad han hecho eclosión todos los
fenómenos del orden religioso cristiano típico de Hispanoamérica.

Es Antioquia humanidad propicia para el estudio del fenómeno de


la religión en América. En ella, los embrujos de la negrería zahorí y
curandera; la resignación casi islamítica; el diezmo y la bula; la clerecía
profética, anatematizante, ñoña, enérgica, señorial, andariega, abnegada; la
amalgama de potestades civiles y eclesiásticas; frustraciones y fructificaciones
159

de la fe; amalgama de fe y ganancias mercantiles; toda la variedad incontable


de la manifestación religiosa continental.

Cristo milagroso, en la minera Zaragoza de los malfacientes; curas


politiqueros, en los tiempos coloniales, en el plácido Envigado;
anticlericalismo furibundo, en Andes del Indio Uribe; impertinencias
seudorracionalistas, del legendario Ñito Restrepo, en la arisca Titiribí;
embelecos ateos de constitucionalistas rezanderos, en la fría Ríonegro; obispos
masones, en los días de la Independencia, en la vieja Santafé de Antioquia; el
sueño de una teocracia católica, en Bello de Suárez; profetismo de la
autenticidad de la fe, caso único en América, en Femando González el místico
filósofo.

Tomás Carrasquilla, pintor, cronista, analista, maestro de la raza,


nos da a través de su obra la imagen viva de la fe de la comarca, en relatos que
abarcan desde los días de la Colonia hasta la mitad del siglo XX.

Por su obra desfilan todos los tipos de creyente; todas las


supersticiones y angustias; la historia religiosa de la nación, en sus
repercusiones en la pía Antioquia. Su obra, sin propósito de serlo, se convierte
en documento analítico de la inmadurez de la fe americana, manifestada en los
riscos antioqueños.

Objeto de este escrutinio será el análisis de las notas características


de nuestra fe a través de la obra de don Tomás Carrasquilla.

A lo largo de nuestra investigación, nos encontraremos con una


monocorde manifestación del fenómeno religioso, demostración de cómo, a lo
largo de todo nuestro discurrir histórico, desde la Colonia hasta hoy, en
infantes y adultos, populacho y aristocracias provincianas y citadinas, se vive
en estas Américas conquistadas el fenómeno de la inmadurez religiosa, fruto
de la traumática comunicación del mensaje cristiano, la negligencia propiciada
por la mezcla racial, la falta de un más idóneo trabajo pastoral, todo lo cual ha
mantenido los pueblos americanos orbitarios de una fe individualista, pasiva,
tradicional y adinámica.

Nacido y criado entre blancos, negros, indios ladinos, mineros,


viejas averigüetas y contonas, Carrasquilla oyó desde el primer día de su
160

existencia, en clave antioqueña, la monocorde disonancia del alma nacional,


en todas sus facetas y bajo todos sus matices.

Temperamento inquisitivo, independiente, “cusumbosolo” (PAP, II


p. 217), que decía la negra Cantalicia; enemigo de extremismos de todo
género, si se exceptúa su amor por los valores y expresiones terrígenos; hijo
de poblachón andinopaisa, donde no hay posibilidades sino para el atisbo y la
introspección; habitante de la comarca paisa donde se reza y se cuenta sin
descanso, en graciosa mezcolanza de oraciones y maldiciones, verdades y
mentiras hiperbólicas, gravedad inquietante y humor basto; miembro, por
sangre y espíritu, de un sinnúmero de troncos raciales paisas, Carrasquilla fue
el hombre mejor dotado para dar testimonio del alma creyente de la nación,
enfocada su mira a los altos vericuetos de la montaña.

Todo lo nuestro, grandeza y mezquindad, frustraciones y logros, los


mas remotos orígenes de nuestra operatividad como individuos y colectividad,
constituye el contenido de la obra de don Tomás Carrasquilla.

III

Fuera de Antioquia, don Tomás no puede ser feliz.

En Bogotá, meta de sus esporádicas ausencias del lar nativo, donde


se le recibe bien y a cuyas gentes aprecia, le aburren “la muchedumbre y los
vestidos negros” (Cartas, II p. 782); se burla, pues “los sabios y doctos que se
dejen ver, tienen más de fantoches que de ál” (Cartas, II p. 781); su gente
“hace una falta que se parece a nostalgia”; (Cartas, II p. 744) en cada carta a
los suyos repite: “sigue siempre la nostalgia de mi casa y de mi gente”.
(Cartas, II p.782)

Carrasquilla está genética y síquicamente adherido a su Antioquia


nativa. La vida en su aldea es su sueño: “Mi gusto es no hacer nada; mi ideal
vivir en mi parroquia, ni obscuro ni brillante, sin que nadie se ocupe de mí, ni
para lo bueno ni para lo malo; sin meterme en ningún lío, grande ni chico”.
(Cartas, II p. 754), dice a Max Grillo, en frase que resume su espíritu de
urdimbre aldeana.
161

Toda Colombia es matriarcado. España misma lo era desde los días


de doña Ximena, la del Cid, a quien le dio la andadera detrás del marido
belicoso. Antioquia, por su retraimiento y lejanía, vio acrecentarse el espíritu
matriarcal.

Las mujeres han educado la niñez antioqueña (en nuestros pueblos,


educación y mujerío son términos concomitantes); nuestros campesino, como
Ligia Cruz, la de Carrasquilla, asocia el apelativo de señorita con el de
“maestras de escuela”. (LC, 1 p. 384)

Los vínculos religiosos, transmitidos por la mujer en paciente


repetición de preces y ejemplos; las nociones de urbanidad y sociabilidad,
aprendidas de ella, pues el hombrerío es hosco y montaraz; las nociones
estéticas, enseñadas todas por ella; el sentido de higiene y humanidad, en
vericuetos mineros y abras en el corazón de las montañas, practicado y
enseñado por ella. Por eso, los americanos presentan un marcado influjo
femenino en su personalidad.

El antioqueño, tiene esta nota femenina agudamente impresa en su


modo de ser: apego al hogar, escasa inclinación a los quehaceres bélicos,
sentido muy marcado de la previsión del futuro familiar.

Tomás Carrasquilla, durante el período de su niñez, vivió inmerso


en un mundo de tal preponderancia femenina que llegó a afeminarse él mismo;
dejó de ser Tomás, para hacerse, por lo acicalado y amanerado, “Tomasa” y
no Tomás, que cuenta Ñito Restrepo, su condiscípulo de universidad. Se
quedó mariquetas, encantado de trapos, altares, modos, modas y caviloseos
femeninos.

Este afeminamiento suyo, manifestado en mil detalles de su obra,


como el gusto y la minuciosidad en la descripción de trajes y viandas, unido a
su soltería gustada y regustada, lo hizo capaz como nadie de captar el alma
matriarcal de estas Américas.

Todas las vibraciones del alma femenina en parloteo, sentimiento e


influjo familiar pudieron ser captadas y fidedignamente transmitidas por la
pluma maestra y cositera de Tomás Carrasquilla.
162

De gran parte de su obra puede decirse lo que él mismo decía de


Entrañas de niño: pertenece “al género inocente y señorero”. (Cartas, p. II
763)

A lo largo de su vasta obra los personajes más representativos son


las mujeres y los niños: Doña Bárbara, la Marquesa; Magdalena Samudio,
Regina, Cantalicia, doña Milagros Lobo, tienen una osadía y logran una altura
humana y moral, que no hay personaje que las iguale a lo largo y ancho del
mundo carrasquillesco.

En la obra de don Tomás, los hombres aparecen hoscos, gruñones,


cansados de la pesada faena diaria en organales y montes, enredados en
negocios alocados, desdibujados entre la turba enérgica y reidora del mujerío
que enseña, asca, aconseja, consuela, educa y, en más de una ocasión, manda
simplemente.

La parla insubstancial e interminable de doña Leonilde de Gama; la


seña Juanita y sus hijas, las de Grandeza; Elisa, Melita y Tila, las de Hace
tiempos, acaban por encabezar y hacer perder el ánimo en la lectura, pues don
Tomás-Tomasa, se embelesa con su cháchara, y la transcribe sin perder
detalle.

Solamente el maestro Carrasquilla podía transmitimos la fiel copia


de este mundo donde la Sacra Real Majestad española fue reemplazado por la
majestad femenina, trabajadora, parlera y omnímoda en el hogar de su señorío.

Por otra parte, la obra de Carrasquilla es una autobiografía. Para él


la autobiografía es una “eterna dicha”. (Cartas, II p. 770)

Su figurilla de asceta enteco y duendecillo picaresco y cumbambón,


de ojos profundos hechos para la mirada escrutadora, fuertes senos frontales
de hombre que siente y vibra, cumbambilla de vieja cavilosa y averigüetas,
labios delgados de fiscal implacable, cuerpo encogido que da la impresión de
una caja repleta de cachibaches, delata de inmediato al introvertido colector de
impresiones y sucesos intrascendentes; al espíritu vivaz, picaresco e hiriente;
al penetrante zahorí de estas californias indinas.
163

Esa figurilla terrible y picante, como el naibí de las tierras cálidas


que nadie ve y todos rascan, tenía que surgir en Santo Domingo de Antioquia,
el pueblo de las tres efes “feo, frío y faldudo” (Autobiografía, I p. XXV),
taburete arrunchado entre nieblas, predestinado para dar al primer biógrafo de
la raza; autobiógrafo, que en sí mismo captó el alma de su pueblo todo.

La niñez fue decisiva, como dijimos. Impregnó su alma de un


delicioso almíbar de atrabilis, sublimidad, ramplonería, finura y pendejadas de
pueblo.

A la manera de cordel fino que sostiene todo el perlaje, una


inmensa corriente de pietismo, o de fe, en el mejor de los casos, señaló su vida
integra.

Todas las realidades de su infancia están consignadas a lo largo de


su obra, en las bien logradas y avasalladoras personalidades infantiles que
dibuja: pobres o ricos, devotos o perdularios, apacibles o voltarios (Paquito
Santos, Eloy Gamboa, Rogelio), todos los niños del mundo de Carrasquilla,
viene a configurar una sola y bien definida imagen infantil: la de Tomás
Carrasquilla, el “escuchetas” (PCC, II p. 344), discípulo de Dimitas Arias, el
tullido, que pasa horas enteras embelesado por la parla agorera de los negros,
los hechos de los viejos calculadores y duros, las diabluras de los muchachos
urdemales y ferósticos.

La infancia de Carrasquilla fue eso: observar y más observar, oír y


más oír, de la mañana a la noche, y construir un mundo vivo y palpitante, que
en resumen genial fue el alma inocentona y maliciosa de América, en su
versión antioqueña.

La parla de las mujeres fue la gran formadora de la conceptualidad


y el sentir de este mocoso de embelecos.

Al lado de las negras, que en la jerga de la blanquicie comprende


indias, zambas, mestizas y las negras mismas, (Cantalicia, Bernabela, Frutos,
Catana, Tula) que cuidan, visten, engalanan y ponen en orden el chico, lo
despiden de sus cuartos porque “un blanco... metido en cuarto de negras
s’emboba y se güelve un tienta gallinas”, (SM, 1 p. 509) le ordenan que en la
calle marche lejos de ellas “pa’ que la gente no crea que es mi nietecito”
164

(PAP II p. 295); le enseñan a confesarse, a saludar a los mayores, a responder


“Si, señor “, go “No, seño”“, (PAP, II p. 266) y se sienten felices porque el
niño “es tan sabrosito y tan célebre” (PCC, II p. 336); aparecen doña Beatriz,
doña Elisa, misiá Rosita, Amalia, Marina, en fin, la cohorte innumerable de
madres, hermanas, parientas y vecinas de los héroes infantiles de sus relatos
que, modelos de pulcritud, piedad y señorío, con un gesto o un silencio, van
formando el alma del niño en el orgullo racial, la cortesía, la piedad, el
patetismo, y un tris, la cultura.

El niño del mundo Carrasquillesco es, en fin de cuentas, servido por


todo el mujerío, “el niño criado en vidriera, como decía la Tía de Antolino”
(PAP, II p. 294)

El alma de don Tomás estaba connaturalmente dotada para la


captación de la belleza; como él mismo lo dice, “cuanto tenía por lindo, era
para mí una cosa allá casi divina, o sin casi”. (EN, I p. 200)

Una rara avidez por lo triste y melancólico, que lo atraía al mundo


de la desolación, que llegaba a antojársele como algo “tónico y saludable”,
(EN, I p. 198) se manifestó desde su niñez, y en casi todos sus personajes
infantiles aparece descrita.

El héroe de Entrañas de niño, el personaje infantil que más


fielmente retrata su niñez, se encantaba con guapos, mandones y bonitos, por
lo que se inclinaba a admirar más “a los victimarios que a las victimas” (EN,
I p. 200), pues “La hermosura moral no me resultaba”. (EN, I p. 200)

Su alma fue pues, un alma enrarecida por el medio vital en que se


desenvolvió su niñez; por eso pudo profundizar en el espíritu de la raza que
era un amasijo de feminidades imperativas, tormentos atávicos y tradiciones
religiosas que llegaban a construir una como ampliación de su propio espíritu.
Su obra es fuente documental en el campo de la lexicología, la etnología, la
sociología, por más que don Tomás no se propuso hacer obra de ninguno de
esos géneros, como tampoco un tratado de costumbres religiosas del pueblo
antioqueño, de las que sin embargo llegó a constituir el mejor documento.
165

La obra de don Tomás Carrasquilla es epopeya de los fundadores de


Antioquia, enterrados en montañas y minas, viviendo historias y originando
leyendas entre pavorosas e ingenuas.

De esta epopeya de la raza antioqueña, retrato fiel de “La Antioquia


que fue” (DCM, II p.560), puede decirse lo que el maestro antioqueño decía
de alguna de sus obras: “fábula pueril y montañera, escabrosa en apariencia,
mística en el fondo”“(R, 1 p. 630)

Carrasquilla vivió casi una centuria, y casi media duró su labor


literaria.

Desde mediados del siglo XIX, hasta casi la mitad del XX, época
toda enmarcada en las desastrosas lides republicanas, se desenvolvió su vida y
su tarea literaria.

Desde los ámbitos parroquiales, fue testigo de la persecución


anticlerical de Mosquera; de los arrebatos bélicos de Uribe y Ospina; de la
arcadiana bobaliconería del decenio 1910- 1920; al final de sus días, ya ciego,
pero lucidísimo de mente, alcanzó a captar el desmoronamiento del orden
social ancestral. De todo ello es reflejo su obra, en la que los presidentes son
ñoes mandones que no le merecen mayor interés.

En los días de su niñez se vivía en un ambiente cultural paupérrimo:


“Libros aquí en casa, desde que no sean novenas o vidas de santos... ¡lo
mismo es que estén en castellano que en latín!” (EN, I p. 233), dice doña
Beatriz, la madre de Paquito, y así resume la situación cultural colombiana, en
la poblachonería de entonces. En las aldeas con humos de ciudad, Bogotá,
Popayán, se estudian cánones, codificaciones desuetas, inutilidades
humanísticas; pero en los pueblos, nada; en el mejor de los casos, hay un
maestro de escuela que como Dimitas Anas, el tullido, en pizarrón de arena,
enseña en un rancho de bahareque y paja.

En la época de la madurez de Carrasquilla, parnasianismo,


modernismo, simbolismo, hacen su agosto; todo es esfinges, ibis y camellos,
todo lectura de naturalistas franceses y novelistas y dramaturgos europeos.
Carrasquilla refunfuña fastidiado: “Gruño porque el modernismo que aquí se
quiere implantar no se aviene con nuestro carácter nacional, ni corresponde
166

a nuestra actual cultura “, (Ho No.2, II. P. 674) sueña con “un veinte de julio
literario” (Ho No 2, II p. 688) y se arraiga, más aún, en lo que fue siempre su
orgullo: “cifro mi orgullo en ser rancio, provinciano, maicero y montuno”.
(Cartas, II p. 806)

Colombia íntegra, Antioquia a la cabeza, era socialmente entonces,


en gráfica y feliz expresión de Carrasquilla, “tierra del hogar cristiano y del
interés pecuniario” (El, II p.581), donde, en vía de adaptación a las reformas
constitucionales y fiscales de Caro y Núñez “casi toda la plutocracia del
partido católico va formando, mejor que la roja, la rosca bancaria” (DMC, II
p.555), mientras en las capitales departamentales todavía los desagües corren
destapados por las calles, y las puebleñas aristocráticas, venidas a más, pelean
con sus vecinas ñapangas de portón a portón.

El ámbito nacional que pinta y vive Carrasquilla en los años de su


madurez es un mundillo amorfo en busca de su definida estructuración, donde
fuerzas apenas surgidas son aniquiladas por sus antagonistas, que a su vez
desaparecen sin dejar huella profunda y duradera, pues nada perdura en el
orden social: “Antioquia en este actual momento, histórico o legendario,
metodizado o caótico, se agita, se revuelve, en busca de ideales. Vibra a todas
las corrientes, palpita a todas las novedades, se abre a toda idea... de aquí
nuestra novelería, nuestra inconsecuencia y esta cosa errática, ansiosa, que
lid tiempo nos acomete “. (G, 1 p.3 10)

La búsqueda nacional está envuelta en un manto inmenso de


inocencia y bobaliconería, agobiada por el peso de las tradiciones que
persisten todas, sin crítica ni valoración jerarquizada y dinámica. “¿Que no
hay inocencia?... ¡Vaya...! Es que no cabe: es su época, su siglo. Si vivimos
en un perpetuo 28 de Diciembre” (G, 1 p. 280), dice Magdalena Samudio, uno
de los personajes que mejor encarné el sentir de Carrasquilla.

La más clamorosa muestra de la inocencia social de entonces la


encontramos en el mundo universitario, donde sin protestas de nadie, había
“rosario al externado, librito de oraciones a todos, trisagio en la misa”
(DMC, II p.546); “Claro que todos los mozos eran muy devotos. No perdían
Mes de María, ni Cuarenta horas”. (DCM, II p. 539).
167

Ése fue el mundo inocentón, místico y pendejete en el que


Carrasquilla vivió. En él observé, analizó y describió con una superioridad
inmensa sobre las gentes y las mentalidades de su generación, el alma de la
creyente y crédula montaña antioqueña, prototipo de la creyente y crédula
América.

Solidario por ancestro y por alma con el espíritu de la comarca,


pero distanciado de él, kilométricamente, por su inmensa capacidad crítica y
por sus lecturas vastísimas que abarcaron todo, “bueno y malo, sagrado y
profano, lícito y prohibido, sin método, sin plan ni objetivos determinados,
por puro pasatiempo” (Autobiografía, 1 p. XXV), Carrasquilla expresó
insularmente su mensaje de autenticidad nacional.

Se sustrajo a la corriente extranjerizante, tan en boga en su tiempo;


se sustrajo al costumbrismo ambiente, y llevó al cuadrito de costumbres,
ramplón y superficial, un acerbo léxico increíble, una crítica social profunda y
una penetrante capacidad de análisis sicológico, dando un viraje profundo a la
narrativa nacional que en él tuvo al padre de la novela genuinamente tal, luego
de perfeccionado el intento de realización de una novela auténticamente
terrígena, Frutos de mi tierra.

Carrasquilla vivió su mundo, amé a su gente, se interesó en todo lo


vivo que por sus lares llegó, pero permaneció siempre él mismo: “No tengo
escuelas ni autores predilectos. Como a cualquier hijo de vecina, me gusta lo
bueno en cualquier ramo”. (Autobiografía, I p. XXVII)

Toda la obra de Carrasquilla es auténtica, lleva la impronta de su


autor. Su estilo socarrón, sonreído, ingenuo y penetrante se parece a su
cumbambilla de fraile de la inquisición, a la parva deliciosa que horneaban las
viejitas Layos, a las patas dediparadas de la negra Frutos, al cuerpo encorvado
de Dimitas Arias, al son triste de la Guariconga en el capador del Zarco.

Toda la obra de Carrasquilla es auténtica, todo suyo, todo nuestro,


todo raizal; aparece apenas un atisbo del Positivismo, tan en boga entonces y
tan acorde con su alma de liberal de parroquia en los tiempos de la desbandada
de Rafael Núñez a las toldas conservadoras.
168

En este orden de cosas, para Tomás Carrasquilla la novela tiene


esencia de veracidad: “Novela es la aplicación de conocimientos y de
sensaciones al hombre y a cuanto lo rodea, combinada en forma narrativa.

Esto, como procedimiento; como resultado, la novela es un pedazo


de la vida, reflejado en un escrito por un corazón y por una cabeza...
Esta fórmula todo lo recibe, excepto la mentira...

La novela, tal como hoy se escribe, es a la historia, lo que el


Álgebra a la Aritmética: ésta toma en concreto, aquélla generaliza” (Ho
No.2, I p. 630); según él, “para producir la obra estética no bastan las
argucias del intelecto, ni los recursos de la fantasía y de la forma: es
indispensable un elemento emocional, verdadero y personal; una sinceridad
absoluta en las impresiones que se pretenda manifestar” (Ho No. 1, II p. 668)

La obra de Carrasquilla, es pues, confesión personal y elaboración


estética de procesos históricos reales.

Queda abierta así, a partir de la palabra misma de Carrasquilla, la


posibilidad de recurrir a la obra del maestro en busca de datos esclarecedores
del hecho humano y social en nuestro medio.

Su obra, relato fiel del existir de un pueblo a través del sentir de un


hombre que lo encarnó de manera perfecta, es filón riquísimo e irremplazable
para estudiar su sentir religioso.

La obra de Carrasquilla tiene valor histórico, si no en los personajes


y situaciones literarios mismos, que concretamente pudieron no haber
existido, sí en el enfoque de la realidad social subyacente y patentizada en
ellos, en personajes y situaciones que son dobles, iconos, de toda la gama vital
y humana de la tierra antioqueña.

Como don Tomás Carrasquilla lo dice, todo tiene que mirarlo “por
el telescopio de la fe” (Copas, II p. 618), porque así lo miró todo la gente de
su pueblo.

Conocido ya el mundo personal y social en que Carrasquilla se


movió; aclarada la posibilidad de extender a regiones más amplias los
169

hallazgos sociológicos preponderantes en una región determinada; señaladas


las notas que desde la infancia caracterizaron a don Tomás, haciéndolo el más
apto para captar el alma creyente de Antioquia, y desde ella, de América toda;
conocida la manera como Carrasquilla, vivió y entendió su fe, en la
inmadurez, a la manera típicamente americana; sentado, a partir de las propias
palabras del autor, el sentido de veracidad e historicidad de toda su obra,
podemos emprender ahora, con él, la marcha por el caracterizado mundo de la
fe cristiana en la cristiandad Americana, desde los ya remotos tiempos de la
Colonia hasta los muy próximos de las primeras décadas de este siglo.

IV

En La Marquesa de Yolombó, se remonta Carrasquilla hasta los


tiempos de la Colonia, a la búsqueda de las raíces del alma antioqueña.
Lástima que no hubiese llegado hasta los tiempos de la Conquista, es éste
quizá el más grande vacío en su obra de novelista historiador de la raza.

Ceñido a una información seria sobre los hechos de este período, lo


que da a su novela un valor excepcional, La Marquesa de Yolombó se
constituye en un fiel y penetrante retrato de la agonística vi vida por las tres
razas a la búsqueda de la armonización de sus respectivas creencias.

La Marquesa de Yolombó es entre nosotros la más valiosa incursión


en el mundo de nuestra embriología religiosa; en ella campea toda la fuerza
emocional, social y moral en el planteamiento de la temática religiosa.

Carrasquilla es el primer clásico de la picaresca americana, en La


Marquesa de Yolombó asistimos, pues, a una lites tragicómica la pugna entre
la blanquicie platuda y dominante, y la negrería ignorante y sojuzgada, por
hacer prevalecer sus respectivas concepciones teológicas o místicas.

En un delicioso y a la vez amargo combate de barbaries y


nimiedades, a través de las cuales los negros, más emocionales, acaban por
hacer prevalecer el peso de sus leyendas, mientras los blancos, inquisitoriales
y paternalistas a la vez, logran triunfar imponiendo al mestizaje y a la
zambería, parapetados en un inmenso aparato de poder, la fe de su Majestad el
Rey.
170

Una parte amplia de la obra se desenvuelve alrededor de las pugnas


de Sacramento y Guadalupe, los negros, con doña Bárbara, la marquesa reacia
a aceptar el monicongo mágico y logralotodo, que al decir de los negros, han
llevado siempre consigo todos los grandes hombres de la humanidad, desde
los tiempos precristianos del rey Salomón.

El contexto todo de la obra trata de señalar la forma impositiva


como los españoles acabaron por imponer la fe cristiana a un pueblo ignaro,
que no tenía posibilidades de exégesis ni opción real de fe.

El aparato político que conllevó la tarea evÁngelizadora en tiempos


de la Colonia es otro de los aspectos que Carrasquilla, con muy buen éxito,
trata de poner al descubierto, en La Marquesa de Yolombó. A través de todas
las páginas de la novela queda en claro la dependencia ideológica que
derivaba de la dependencia político-económica de las clases de color.

El análisis del fenómeno religioso en el mundo de La Marquesa de


Yolombó es predominantemente negativo; pero la concienzuda investigación
hecha por Carrasquilla sobre el tema y su tiempo; la vivísima y fidelísima
reconstrucción del aura vital de los pueblos coloniales, que aparece
corroborada cuando se lee la obra del antioqueño a la luz de los documentos
de la época colonial, hacen de la novela en cuestión el más valioso documento
sobre el sentir religioso de la época.

Como documento histórico sobre la vida colonial, La Marquesa de


Yolombó sólo es superada por las obras originales de ese período; pero en el
aspecto de la novelística, no hay ninguna otra obra de tal envergadura, tan
honda penetración y tan fiel y viva representación de los móviles de la
conducta sociorreligiosa de entonces.

Allí nos enteramos, viva, cotidiana, operativamente, del quehacer


hogareño: matrimonios, bautismos, duelos, celebraciones navideñas y
pascuales, aparecen descritos con todos los tisquismisquis con que sólo el
añoñado, puebleño y pesquisetas de Tomás Carrasquilla podía hacerlo. Allí
conocemos trajes y modas, en profusión que ofusca; viandas de día solemne y
cotidiana ingestión; entretenimientos familiares y pueblerinos. Allí sabemos
de la interminable sucesión de diarios aconteceres pintados con rasgos
finísimos, minuciosos y, sobre todo, reveladores de la hondura interior de
171

donde emergían. Allí nos enteramos de la vida económica, volcada sobre la


minería; de la odiosa división clasista envuelta en un halo chocante de
paternalismo proteccionista; de la gradación social, con el hispano en la
cúspide. Allí nos percatamos del precario mundillo cultural, constituido por
escasos lectores, algunos que suman y restan, y uno que otro iniciado que
conoce una miaja de autores hispanos, envuelto todo en un marco de rudeza
mental, moral y ética. Allí finalmente nos ponemos en contacto con el
mundillo religioso, tan desenfocado y pobre, que está a kilométrica distancia
de su verdadera esencia y sentido.

Una ignorancia casi pavorosa de las verdades de la fe es el manto


que envuelve el sentir religioso del pueblo creyente, que por ello puede
calificarse más bien de crédulo: “En los lugares pequeños, tan dispersos
entonces, ni aún la doctrina cristiana se enseñaba, pues en muchos no había
cura de almas” (MY, II p. 52), dice Carrasquilla.

La ignorancia religiosa y el sentido paternalista de la fe, heredado


del medioevo conventual, monacal y frailuno, acabó por desdibujar en las
gentes el sentido de misión. Nadie se preocupaba pues de enseñar la fe:
clérigos no los había y laicos interesados en hacerlo, menos.

Las clases altas estaban sumidas también en una crasa ignorancia


religiosa, y no tenían interés en llegar a una ilustración en la fe, pues el
concepto medieval de la operatividad “per se”, de la Gracia, los hacía
acomodarse en un plácido universo fiducial donde el hecho mismo del
bautismo les aseguraba la salvación y los eximía de toda tarea distinta al
enriquecimiento.

Las palabras de Taita Moreno a doña Luz, la hermana de la


marquesa, resumen la mentalidad española ante la fe: “Qué vas a saber tú de
estas cosas de religión, tan trabajosas de entender? Hasta los curas se
enredan, cuando entran en explicaciones”. (MY, II p. 39)

Por todas las raíces de nuestro árbol genealógico sube un sustrato


de ignorancia religiosa: ni por el blanco de ultramar, ni por el negro africano,
ni por el indio nativo tuvimos nunca, en los orígenes de nuestra historia
nacional, ilustración que valiera la pena en materia de fe.
172

La Nueva Granada, diseminada en poblachones estilo Yolombó,


permaneció ignara en materia de fe, ajena a los escarceos teológicos tomistas
de los incipientes centros universitarios existentes en el país.

De esta ignorancia religiosa que relieva Carrasquilla, nació la


concreción de la fe en un ritualismo facilitado por la inclinación ancestral del
alma española a los deslumbramientos de oropel y a las borracheras de tipo
religioso.

Así consigna Carrasquilla esta realidad: …el cumplimiento del


decálogo, les importaba tanto como las nubes de antaño. El amor a Dios, el
sentido ético del cristianismo; los dogmas y la filosofía de la Iglesia, no
entraban para nada en esas almas, arrulladas en la ignorancia y en la
indiferencia”. (MY, II p. 53)

Lo que es más grave aún, esa ignorancia se buscó deliberadamente,


por parte de los lugartenientes de Su Majestad, pese a pragmáticas y derecho
indiano, tan conceptuosos y angustiados por la fe ilustrada de “Las Indias”,
como que la ignorancia creyente de un pueblo sin voz favorecía sus avideces,
por lo que se dieron a revestir de alienante misticismo monárquico la
ignorancia de las gentes nativas: “A su Sacra Real Majestad no le gusta que
sus súbditos, de estas Américas, sean muy sabidos y quiere que las mujeres de
aquí sean muy inocentes y que vivan en el santo temor y amor de Dios”. (MY,
II p.32)

La ignorancia de la fe, fomentada por la clase dominante, derivé


hacia una pérdida del sentido auténtico de la solidaridad comunitaria y de sus
manifestaciones concretas: así, la ofrenda, las porciones decimales, las
mandas, etc., llegaron a tener un sentido de amuleto propiciatorio, de tal
manera que los emolumentos anejos a los actos cultuales vinieron a
constituirse, para las gentes del pueblo, en la causa real de la operatividad de
las celebraciones cultuales.

A falta de ilustración, la coacción vino a reemplazar la libertad en la


adopción de la fe. Se implanté en América el método que tan acuciosa y
eficazmente se había aplicado a moros y judíos en la España de Cisneros, con
el agravante de que aquellos pueblos, ya maduros y cultos, crearon sus rituales
propios, como la liturgia mozárabe, por ejemplo, mientras aquí, en pueblos
173

apenas en vía de gestación, se produjo una situación traumática que en


muchos aspectos dura hasta hoy. Así consigna Carrasquilla estos hechos: “…a
fuer de padre amantísimo y majestad católica, estaba empeñado en que todos
sus americanos se salvasen, les imponía la religión de su España”. (MY, II
p.53)

Como consecuencia de este proceso coactivo en la adopción de la fe


cristiana, hubo de recurrirse a las más variadas formas de coerción para que
negros e indios practicaran lo que no creían de veras, ni llevaban en sus almas
por fuerza atávica: “.. .y todo indio o liberto que se hiciese el remiso para
asistir al “incruento sacrificio “, lo arreaban a latigazos hasta la propia
puerta de la Iglesia. Algo semejante le acontecía a quien se obstinaba en no
pagar el diezmo”. (MY, II p. 53)

El universo de impositividad y violencia religiosa que Carrasquilla


pone al descubierto, aparece también en las obras rigurosamente históricas
sobre la época y el tema. Derecho de Indias, canas de misioneros pidiendo
ayuda a las autoridades para reducir indiadas, cronicones de la época, obras de
investigación sobre el tema, como la historia eclesiástica de don José Manuel
Groot (creyente fervoroso por otra parte), nos ponen al tanto del mismo hecho
y justifican las apreciaciones de Carrasquilla sobre el asunto.

Cuadro tan sombrío hace presagiar la desaparición total del


universo religioso de nativos y negros, perdido en el mar de la cristiandad
española.

Sin embargo no fue así. La mentalidad religiosa de las razas


sojuzgadas hizo su agosto, y las leyendas, mitos y consejas de medroso tinte,
irrumpieron soterradamente, anegando el alma de chapetones y criollos. Aquí
tomó carta de ciudadanía la leyenda indígena, más allá el mito africanoide,
acullá la leyenda medieval matizada de indigenismos. Un mundo diabólico
pobló los rincones mentales y geográficos del territorio americano.

Desde entonces, “Aquí habitan Los Ilusiones, esos duendecillos


incorpóreos, que se van a las orejas de los inocentes y les revelan secretos
feos y pecaminosos. Antes somos buenos los americanos, para las cosas tan
horrendas que Los Ilusiones nos enseñan, desde la cuna.
174

Aquí habita El Patasola, que, disparándose del monte, en tres


zancadas, desgaja los frutales, rompe cercos, hunde techos y cuanto topa, con
su única pezuña, hendida como la de un marrano babilónico. No se conoce
cóntra que le valga.

Aquí, La Madremonte, musgosa y putrefacta, que, al bañarse en las


cabeceras de los ríos, envenena sus aguas y ocasiona calenturas y tuntún,
llagas y carate, ronchas y enconos. Tampoco tiene cóntra, la maldita.

Aquí El Patetarro, un gigantón que sólo tiene una pierna de carne


y hueso. Para poder andarse en sus fechorías, se acomodo en el muslo mocho
un trozo de guadua... No bien lo llena con sus líquidos pestilentes, se sale a
las sementeras yen ellas los derrama, el muy cochino. En ¡aparte que coge se
secan hasta los árboles, si no resultan gusaneras de cosecha y hormigueros
que todo lo arrasan. ¡Horribles son los líquidos del Patetarro!...

Aquí, el más funesto y espantoso de estos enemigos: El


Bracamonte, incógnito y misterioso. Ningún ojo humano le ha visto, porque
nunca sale de sus espesuras; mas desde ellas hace sus estragos; sus bramidos
y baladros son tan pavorosos que, en oyéndolos, se echan a temblar los
ganados y perecen, entre horribles convulsiones. De cuanta peste sobrevenga
en hatos y en corrales, tiene la culpa El Bracamonte. ¿Qué cóntra puede
tener este malvado?”. (MY, II p.29)

Es un universo mítico-teogónico, donde la culpa, la pobreza, la


desgracia, la enfermedad tienen su origen en una genesiaca caída que no acaba
nunca, y prolifera por doquier.

De la ingente y violenta tarea de conquistadores y misioneros por


imponer una fe sin basamentos sólidos ni catecumenado previo, surgió en las
primigenias y golpeadas mentes de indios y esclavos negros, una generación
de seres macabros, encamación de los elementos diabólicos y punitivos que la
nueva religión portaba en sí.

El demonio se hizo centro de las creencias de estos neoconversos, y


a su alrededor, suborbitarias de él, se agruparon las verdades de la dogmática
cristiana que ellos no alcanzaban a percibir en su exacta dimensión.
175

La iconografía y las fórmulas de oración, desprovistas de mucho, si


no de todo, su carácter cristiano, fue lo que vino a quedar en las almas de esas
gentes, luego de su catecumenado de intimidación.

Carrasquilla consigna así este hecho: “Ni el diablo ni los diablitos


pueden arrimar por ahí, (a minas y casas) de ningún modo, porque arribita
del cuartel, en una cuchilla desmontada, está el cementerio, sembrado de
cruces, sin contar la de Mayo, renovado cada tres del mismo”. (MY, II p.29);
las negras nacidas en jueves santo gozan de poderes de curación y penetración
de futuros, como la negra María de la O Quintana (MY, II p.26); el demonio
mismo, en más de una ocasión, es autor del bien: “Mi Dios pa castigar al
diablo, por toítas las picardías qu’ hizo en el cielo, antes de rumbalo de allá,
lo pone, en algunas ocasiones, a hacele el bien a la gente, qu’ es como ponelo
en penitencia, porque hacer bien es lo que más le repuna y lo que más li-hace
padecer”. (MY, II p. 82)

Lentamente la pintoresca y macabra demonología negra va


penetrando el alma española en estas Américas afro- indígenas.

En prolongados diálogos apologéticos, los negros Guadalupe y


Sacramento luchan para que la Marquesa acepte llevar el monicongo, cifra
clave de la fe mágico- demoníaca de los negros.

Una argumentación simplista, graciosa y sofistica es esgrimida por


los negros: el monicongo no es imagen diabólica, “Imagen del diablo ni de
los diablitos, no es, porque ningún familiar tiene cachos ni cola... Es como un
cristiano, de cabecita algo grande pal cuerpecito, y con una carita muy
cismática”. (MY, II p. 80)

El diablo no está exento de bendición eclesiástica, como que la


marquesa puede ver a “San Miguel Arcángel en l’Iglesia de Santa Bárbara,
pisando al diablo y chuzándolo con la lanza. Ai está bien patente y bien
horrible, y ya ve que el retablo está bendito y que la gente le reza.”(MY, II p.
80). (Los negros y mulatos iban a los templos a rezarle al diablo).

“De espíritus malos no pueden venir los familiares, porque, antós,


no hacerían bienes sino perjuicios”. (MY, II p.82)
176

No tiene tampoco importancia el que de repente tuvieran origen


diabólico, pues al producir el bien, éste debe ser aceptado siempre: “uno debe
recebir el bien, venga de donde venga”. (MY, II p. 82)

Ningún “ayudao” conoce “al diablo, ni an de vista, ni a ningún


espíritu malino”. (MY, II p.82)

Como argumento definitivo de la retahíla apologética, “el ayudao


más grande qui -habido en el mundo era el rey Salomón... Él fue el que les
enseñó a los tres Reyes Magos, que jueron otros ayudaos, sumamente
grandes. Ya los tres les dejó todos sus libros. Por eso los llaman magos
porque fueron los maestros de los mágicos, que todos penden d’él”. (MY, II
pp. 83-84)

Los diálogos de los negros con la diminuta marquesa terminan al


mes siguiente con “una taleguita diminuta, entre el relicario de Santa Justa y
Santa Rufina, el rosario y los escapularios de Las Mercedes y del Carmen”
(MY, II p. 85) en el pecho de doña Bárbara, ya catecúmena de la demoníaca fe
americana.

El mundo de la Colonia fue, pues, escenario de la manifestación de


una modalidad nueva del cristianismo: el cristianismo americano, mágico-
diabólico- cristiano, mezcla atrabiliaria de imágenes, reliquias, monicongos,
promesas, maleficios, leyendas, mitos, dogmas y un tris de escritoras sagradas
acomodadas a las exigencias de la atrabilis tropical.

El alma española, dada de suyo a las milagrerías, pagó tributo a la


raza negra esclavizada y humillada por ella, atragantándose de elementos
religiosos salidos del primitivo mundo afroindígena.

Apareció, en consecuencia, la innumerable florescencia de esta fe


tropical cristiano-diabólica: los rezos maléficos y sus anTidotos; los
talismanes y los relicarios, los jubileos y las peregrinaciones, encaminado todo
a la consecución de dichas y curaciones, en lucha contra el poder diabólico.

No hay trazas siquiera de un compromiso personal, de un ascetismo


purificador, de una investigación seria sobre la dogmática cristiana, de una
organización social renovadora y liberadora.
177

En toda América, como en la mina de la marquesa, en fraterna


hermandad, junto a “la Santa Cruz de Mayo, muy destacada e imponente...
asoma, blanca, cachiabierta y asustadora, la eficaz calavera de vaca” (MY,
II p.85); vencedora la cruz, del demonio, y la calavera vacuna, del hórrido
Patetarro.

De las expresiones cultuales, típicas de la alcurnia española, queda


muy poco en el alma popular: algunas danzas y la poemática medieval
mezclada de indigenismo, “y sien los lugares reducidos de Cundinamarca,
entraron en estas ceremonias modalidades y remembranzas indígenas, en los
centros mineros del Nordeste de Antioquia, se les mezcló el África con todos
los caracteres de su barbarie.” (MY, II p. 109)

Impuesta la fe, desvanecido un poco el carácter punitivo de la


imposición de la misma, la práctica de la religión se reduce a la celebración de
algunas solemnidades: Fiestas patronales, Navidad, Cuaresma, sobretodo,
cuando “Desde el miércoles de ceniza todo es austero y taciturno. Dijérase
que el velo negro que cubre los altares se extiende por esos ámbitos, en otros
días tan risueños. Ni una voz ni una cuerda se oye por esas casas, de
ventanas cerradas... No se habla más que de rezos y de sermones”. (MY, II p.
115) Ritualismo, nada más. La diaria práctica de la fe es, envuelta en
empalagos y gazmoñerías, flor escondida en los conventos de las mesetas frías
de los Andes.

A través de las páginas de La Marquesa de Yolombó, Carrasquilla


también nos pone en contacto con el mundillo clerical de la Colonia,
descubriéndonos la posición social, la calidad y la extensión de los quehaceres
de los clérigos en aquellos oscuros tiempos.

Carrasquilla, como todos los españoles y todos los


latinoamericanos, es anticlerical por afecto, pues en estos trópicos
hispanizados la vieja costumbre de no poder entender la vida social sin el
clérigo ya la vez criticar de él por fas y por nefas se extendió por todos partes.
La clerecía del mundo colonial americano carrasquillesco es bonachona,
amable, áspera algunas veces, pero nunca perversa ni malévola.
178

Carrasquilla no desaprovecha barranquita para deslizar su satirilla


anticlerical; para reforzar la notícula urticante en la descripción de la figurilla
o de la sicología del clérigo pueblerino; para manifestarse ajeno a la sicología
clerical; para poner de manifiesto la carencia de cualidades o virtudes
necesarias, con necesidad primaria y elemental, en el clérigo. Sin embargo,
vivió profundamente vinculado, por actividades y afectos, al mundo
parroquial de su tiempo: con su coterráneo Pacho Rendón, sastre y novelista
muy vivo, arregló altares en su pueblo y gastó tardes enteras en parloteos
anodinos con curas de su Santo Domingo nativo; por eso es un calificado
testigo para juzgar de clérigos y clerizontadas: como las beatas, tenía el don de
apreciar y juzgar clérigos a primera vista.

En La Marquesa de Yolombó, Carrasquilla pone su punto de vista


en el mundillo parroquial, no misionero, y en la opinión de las gentes sobre
sus curas, que se reducían prácticamente a dos categorías: el clérigo chapetón,
mandón y campanilludo, y el clérigo criollo, blanco o mestizo.

En los tiempos coloniales el mestizaje todo vio en el cura el


sustituto del brujo. El sacerdote era más temido que amado, precisamente por
sus poderes ultraterrenos.

Los curas de la Colonia dedicaban gran parte de su tiempo a las


tareas de exorcización de insectos y duendes, luego de que por el cruce de
sangres y creencias, apareció el “diablismo”. (MY, II p.55)

Muchos, si no la mayoría de los curas de las rinconadas andinas,


eran como el padrecito Lugo: “seráfico por su bondad e inocencia, pero
perjudicial a la fe católica por su celo indiscreto y su ignorancia.., sacaba
diablitos del cuerpo de los enfermos, ahuyentaba brujas y duendes, conjuraba
pestes en hombres y animales; conjuraba los gusanos de éstos y las úlceras
de aquéllos; conjuraba a los hormigueros, a la comadreja, al tigre
matarreses, al gavilán robapollos”. (MY, II p.56)

La mezcla de dogmas y supersticiones siguió su camino sin que


nadie pudiera atajarle el paso. El clero mismo estaba desconcertado e
impotente ante el universo religioso de los grupos nativos: “algunos curas,
que no sabían de la misa la media, respecto a estas creencias y prácticas, más
o menos reservadas, predicaron varias veces contra los agüeros y las
179

supersticiones; pero ni expusieron bien ni explicaron claro ni concretaron los


casos ni los fieles les creyeron.” (MY, II p. 56)

A pesar del radical distanciamiento entre el clero español y las


gentes nativas, los sacerdotes, prestes del “ceremonial católico, tan hierático
y decorativo, (que) a ellos (los nativos) les parecía el colmo de la belleza”,
(MY, II p. 55), crecieron desmedidamente en poder y veneración entre las
clases populares y llegaron a ser los dómines y dominadores del pueblo, más
que los mismos españoles que en un principio eran amos absolutos de la
comunidad continental, incluido en ella el cura mestizo a quien miraban como
su empleado, según la gráfica expresión de don José María al padrecito
Romerales, el Tasajereño: “Su Majestad y nosotros les damos colocación”.
(MY, II p. 67)

La blanquicie española y criolla, cercanamente descendiente de la


española, hacía las remociones y nombramientos de párrocos; glosaba las
predicaciones; en fin, detentaba el cesaropapismo tropical. Como muy bien lo
apunta Carrasquilla por boca de la marquesa: “La religión de los blancos es
muy cómoda: para ellos, oprimir; para los negros, dejarse oprimir”. (MY, II
p. l84)

Ante esta situación los curas nativos, que cada vez iban siendo
mayoría, “echaban de cuando en vez, alguna predica, farfullada a la diabla”
(MY, I p. 53), pues piensan, como el padre Romerales, que “ni le conviene
demasiado malquistarse con esos chapetones, tan empingorotados yen tanto
predicamento con su amo y Señor El Rey, de quien él dependía” (MY, II. P.
64), sin que faltara, en este trópico, siempre excesivo y desmedido, el extremo
contrario, el de los clérigos “criolletas”, que se enfrentaban a los españoles y
querían zamarrearlos “como a indios bravos y meterles adentro el resuello”.
(MY, II p. 67)

Realizada la mezcla de sangres, entre las baldías lamentaciones de


los españoles que añoraban el zezeo de sus compatriotas en los púlpitos, el
clero nativo acaba por imponerse. Permanecen blancas, blanquísimas las
jerarquías; sigue subsistiendo una miaja de discriminación racial en la
aceptación de los candidatos al sacerdocio; inconfesada pero operante,
subyace una especie de discriminación en virtud de la cual los curitas mestizos
yana las parroquias más lejanas e inhóspitas; pero el clero, factotum de los
180

pueblos ignaros, es el dómine indiscutido de cada pueblo o lugarejo, perdido


en las vastedades continentales: dueños de la ciencia y los únicos capaces de
iniciativa en los poblados incipientes, mediquillos, jueces, policías,
arquitectos, los curas de cada lugar son, al término de la Colonia, temidos y
reverenciados; temerosamente obedecidos; señores, más que hermanos;
servidos, más que servidores; reemplazo efectivo del conquistador o del
regente.

Unas veces por la carencia de líderes en los pueblecitos en los que


vivió; otras, por imitación del despotismo de tantos de los capellanes y
prelados venidos de ultramar; otras, en fin, para simplificar la tarea pastoral
que se abreviaba mucho al hacer uso de medios intimidatorios, acordes con la
mentalidad cerril de las gentes, el cura de fines de la Colonia, fue amo
indiscutido.

Éstos fueron los orígenes de la fe de América, tipificada así, en los


breñales antioqueños, según la muy negativa pero muy acertada visión de don
Tomás Carrasquilla: “¡Peregrino religión la de esta tierra! El alma
yolombera, a ese respecto, era un revoltijo, si muy raro y estrafalario, muy
explicable, por cierto. Media población era africana, y, por más que fuese
bautizada y metida en catolicismo, cada negro conservaba, por dentro y hasta
por fuera, por transmisión o ancestralismo en creencias, mucha parte de las
salvajes de sus mayores. Esta negrería, entreverada con esos españoles de
entonces, más supersticiosos y fantásticos que cristianos genuinos, más de
milagros que de ética, coincidía y empataba con africanos y aborígenes en el
dogma común del diablo y sus legiones de espíritus medrosos. De este empate
vino una mescolanza y un matalotaje, que nadie sabía qué era lo católico y
romano, ni qué lo bárbaro y hotentote, ni que lo raizal “. (MY, II p.55)

De este turbio origen parte la fe de América.

Vamos a asistir, ahora, al proceso de desarrollo del cristianismo de


cristiandad en los breñales antioqueños, tal como lo captó, analizó y
transcribió, con mirada certera y honda y pluma magistral, en retrato vivo,
como prototipo de toda la fe americana, don Tomás Carrasquilla.
181

La niñez en los pueblos americanos postindependentistas, según el


diseño de Carrasquilla, es un catecumenado, una catequesis continuada y
laboriosa en la que, a la cabeza la mujer, criados, naturaleza, millonadas de
imágenes en templos y rincones hogareños, presagios y hechizos y agorerías
repetidas a diario, poblachones absorbidos por las moles de los templos, son
magisterio vivo e ineludible de fe y creencias.

A partir de la fe, el niño del mundo descrito por Carrasquilla, hace


el esclarecimiento y la elaboración de los valores individuales; para el infante,
la fe es el principio de la relación axiológica. Así, por ejemplo, para Teodoro,
el de Hace Tiempos “un ser perfecto es una persona que se parece a la
Virgen o a Nuestro Señor Jesucristo y a los doctores y a los santos que ha
habido en el mundo”. (PCC, II p. 360)

Todo lo que rodea al niño americano es un camino hacia la


excelencia de la fe: las oraciones, el pardear de amaneceres y atardeceres,
reunida la familia; el resurgir del pueblo adormilado, a la llegada de la Semana
Santa; el domingo, que colma de gentes el templo; la reunión del grupo
familiar, venido desde lejanías de espanto, en las festividades navideñas; la
parla vibrante, hechizante, docta, interminable del cura que deslumbra el
gentío ignaro; la profusión de la imaginería en los cuarteles de labor agraria;
en fin, la vida toda, que gira alrededor de la fe.

Este ambiente hacía que todo niño, como Paquito Santos, acabara
por ser “muy religioso, sino por tendencia, por sugestión al menos” (EN, I p.
199); para el niño era imposible permanecer impermeable al mundo fiducial
en un medio donde por todas partes se vivía “entre prácticas y símbolos
religiosos, entre milagros de santos y encantadores”. (EN, 1 p. 205)

El catecumenado infantil adolecía, sin embargo, de serias fallas.


(¿Cómo iba a ser de otra manera, en un mundo heredero de la fe de la
Colonia?).

El vacío doctrinal era la nota primaria. En aras de un patetismo


extremado, la configuración doctrinal de la fe palidecía, dejando su lugar a
“lo patético, lo imprecable, el versículo” (EN, I p. 200), las leyendas de
brujos y duendes, la aparición de muertos y ánimas en pena, que contra toda
lógica, acaban por expresarse en fórmulas populares contradictorias, como
182

aquélla de la negra Frutos: “Es muy cierto que hay brujas... ¡puú. !De que las
hay, las hay! Pero... no hay que creer en ellas”. (SM, I p. 511)

El sustrato religioso que marca el alma del niño americano explica


el por qué del ateo americano, tan nuestro, tan típico, tan vociferante y
descreído y a la vez tan estremecido por todo lo que en alguna forma contenga
gérmenes de religiosidad: anticlericales y ateos, que ayudan a construir
templos; agnósticos, que versifican con profundo sentimiento religioso;
críticos implacables de la fe, sumidos en mundillos de dudoso contenido
religioso; “el liberal de Ríonegro” de que habla la sabiduría popular entre
nosotros. América es y será por mucho tiempo tierra estéril para el ateísmo,
porque la emocionalidad religiosa que impregna nuestro pueblo en los años de
infancia, puericia y adolescencia, no puede borrarse definitivamente, por más
que se luche por hacerlo. El volcamiento del Continente hacia las tendencias
marxistas ateas, en este siglo, se debe, en buena parte, al contenido
mistificante de aquéllas, más que a sus contenidos arreligiosos o
antirreligiosos.

Carrasquilla, tal vez el escritor nuestro más capaz de captar y


recordar las minucias de la niñez, preñadas de potencialidad vital
configuradora de la mentalidad adulta, dice así en alguna de sus páginas,’por
boca del doctor Albarracín: “yo sufro delirio de recordadera infantil; que no
dizque se me olvidan ni los zuecos de Antonio Roña ni la lora del padre
Rojas, ni lo que dijo ño Manca ni lo que agregó ña Antonia Serna... yo tengo
como una necesidad de recordar mi niñez y mi pueblo. Es mi chifladura”
(Copas, II p. 611). En Hace Tiempos, ya septuagenario, apunta: “para las
cosas menudas e insignificantes, tengo una memoria tamaña de grande
Merced a este don, tan inútil como ingrato, puedo volver a vivir los varios
episodios de mi infancia”. (PAP, II p. 211)

De la mano de este testigo, que no deja perder un tris de los


acontecimientos de su niñez, vamos a asistir, sin temor a equívocos, al proceso
de elaboración de los conceptos religiosos en el alma del niño americano.

El pecado y sus adláteres, el miedo y el demonio, aparecen en lucha


colosal contra el mal, contra el pueblo, contra el pecado, contra el
remordimiento, contra el miedo. Un día, Paquito Santos decide: “Iba a ser
sumamente bueno, para que no me diera susto de nada... Todo eso era por
183

haber pecado tanto en esos días” (EN, I p. 239); otro recuerda las historias de
ultratumba: “Mi Tía, la monjita, decía unas cosas muy bellas del hábito de la
Virgen del Carmen, y otras, más miedosas que todo, de ánimas, purgatorio e
indulgencias” (EN, I p. 245); otro presiente ante lo desconocido la amenaza
del pecado y su castigo: “Cuando llegamos a la casa ya no me quedaba duda
de que en toda la ciudad debía haber muchas ánimas regadas, muchísimos
espantos y entierros o quién sabe cuántas cosas que hacían calaveras” (EN,
Ip.247); en fin, toma a culpa el no sentir admiración por el prelado y sus
canónigos, en la ciudad lejana: “Por mi fantasía de niño pasa algo aterrador:
es un pecado gravísimo, harto lo siento, y, sin definir ni entender lo que es
sacrilegio, no se qué voz me dice adentro que es ello bastante más que
pecado: todo lo del obispo y los canónigos me va enloqueciendo... La idea de
que son un bando de aves fatídicas..., tal vez de gallinazos, no se me aparta
de la cabeza y esta idea me revuelve y tortura la conciencia” (EN, I p. 255)

La encantadora visión de la vida para el muchacho de América está


entenebrecida por el horror de la culpa.

Todo en América es pecado: para Rumalda, la campesina, es un


deber crear en el Zarco inocente la conciencia de culpa, pues para ella todo es
culpa, hasta “aruñar paré” (EZ, Ip. 431); para la fiel Cantalicia, lo mejor es
confinar al suave Eloy a la soledad, porque “mejor usté está solito que mal
acompañao”. (PAP, hp.218)

Esta niñez que va despertando a la vida en el alucinante mundo del


pecado, ve en la imaginería innumerable la más bella representación de sus
ideas y sentimientos de fe. Lo mismo que la antigua españolería ambiciosa, la
negrería fetichista y la indiada orfebre, la niñez americana es irresistiblemente
atraída por la imaginería aldeana. En cada alma de niño latinoamericano hay
una imagen imborrable del san Pedro calvo y compungido, el feminoide san
Juan, el horrible Judas, la transida Magdalena de cabellos ensortijados. Un día
es Gabino Zárate quien adoctrina al montaraz Rogelio: “Vea qué tan bello y
tan perfecto es el Señor del Triunfo , y qué tan queridos los apóstoles” (R, 1
p. 634); otro, es Eloy Gamboa que mira y remira las imágenes, en la casa cural
de San Juan, y acaba por exclamar: “No me cansan los santos” (PAP, II
p.272); otro más, al Zarco, en la villa de la Candelaria, “le parece un sueño
tanto oro, tanta policromía, tantísimos ornatos y relieves. ¿Quién haría todo
eso?” (EZ, 1 p. 456). El chiquillerío de los pueblos, en rebullicio más infernal
184

que piadoso, encuentra en las tiesas imágenes coloretudas el compendio de la


belleza y la más acabada expresión de sus ideales.

Este mundo inocente, repleto de imágenes y de culpas, se expresa


en prácticas familiares y populares, que no llevan anejo ningún compromiso
personal: las virtudes son tenidas más como predicamento radical que como
expresión del encuentro entre Dios y el hombre por medio de la fe. No había
una concepción clara del sentido de la culpa y la virtud. Así, Paquito Santos
había de ir al pueblo “para que confesase, únicamente; que lo que era
comulgar no tenia ni para qué pensarlo, con todas las señales de irracional
que estaba dando”. (EN, I p.21 5) Se llegaba al extremo de concebir la
posibilidad de la culpa sin la existencia cierta de la razón.

Sin embargo, ,Oh mundo de sorpresas y contradicciones éste de la


América colonizada!- “fuera de robar y matar, nada les parece pecao” (PAP,
II p. 275), a los hombres, que viven estremecidos por el miedo a la culpa ya la
perdición del alma, acogidos a la protección de sus santos y sus reliquias.

“Los blancos, mientras más pobres, son más caballeros y más


decentes” (PAP, II p. 224), mientras “la gentualla” ni buena fama necesita
(PAP, II p. 223), como lo proclama la fiel Cantalicia, de Hace Tiempos. Ser
bueno y virtuoso es cuestión de genealogía y posición social; ser pecador no
es primordialmente asunto de fe, dado que la sangre tiene propiedades de
virtud y dignidad de que carece la fe.

El cubrimiento de este mundo-catecumenado es tan amplio, que


hasta Rogelio, el único de los personajes infantiles de Carrasquilla que ni “del
Salvador ni de dogma alguno tiene noción mínima.., nunca ha jugado a lo
eclesiástico” (R, 1 p. 634) y ante los ritos litúrgicos “Hállase ante lo
desconocido” (R, I p. 631), puede, al allegarse al mundo de la imaginería y el
rito, sacar del subfondo de su memoria elementos que le permitan moverse en
el ámbito cristiano:

“Se abisma. De un golpe recuerda y relaciona. Es el mismo


hombre de barba rala y cabello de mujer que él vio alguna vez en una sala,
allá en la Mayoría de las minas de san Nicolás, como pintado en una cosa
puesta en la pared. Es Él ... es el Cristo de Zaragoza .... y una vislumbre de
185

religión, de culto, alborea de pronto en la tiniebla de esa mente infantil y


medio primitiva”. (R, I p. 635)

Es tal el influjo del elemento religioso en el alma de los niños


americanos, que no tener extensas y patéticas nociones de fe, como Gabino
Zárate, el cicerone de Rogelio, que “cuenta, expresa y explica” (R, I p.638)
sobre ritos, misterios, santorales y leyendas pías, constituye una frustración.
La permanencia de esas características pietistas y amedrentadoras, a lo largo
de toda la infancia de los hombres americanos, llega a conformar el hombre y
el “creyente” americano, que son una y la misma cosa, sin ser a derechas ni lo
uno ni lo otro, de verdad.

En el alma del niño, entre devociones, esperanzas y ceremoniales


medio suntuosos y medio místicos, se va formando la imagen de un mundo
sagrado y pecador a la vez, en el que el hombre se sumerge sin nociones claras
de bien ni de mal, sin compromisos serios de fe, sin una formulación clara y
precisa del dogma, provisto apenas de las elementales nociones de la Citolegia
y el catecismo tradicional.

Mirada a la ligera, la panorámica de la religiosidad del mundo


infantil de Carrasquilla, fascina; pero escudriñada a fondo, estremece: es una
escuela de superficialidad, de inmadurez, de timidez, de debilidad en la fe. El
mundo en que se mueve el nulo americano, a la asimilación de las verdades
cristianas, no es un mundo auténtico, sana y estrictamente religioso, sino más
bien, un universo clasista, en el que las verdades dogmáticas han sido
aceptadas sin beneficio de inventario, y así, sin más, se transmiten, dañando y
traumatizando, más que formando y liberando.

En el mundo de los pequeños que van asimilando la fe de sus


mayores, se ve en ciernes el drama de cada creyente americano: fe viva hasta
la hora de la maduración glandular y del enfrentamiento social; de allí en
adelante, indiferencia, anticlericalismo o ritualismo inoperante.

VI

Para Carrasquilla, el pueblo es toda la gente. Él, parte del concepto


de una igualdad racial constitutiva sin tener en cuenta los privilegios de casta,
que si en el orden étnico no se dieron en forma realmente apreciable, en la
186

organización social fueron y son innegables. “En estas Américas


democráticas, donde a Dios gracias no hay castas privilegiadas -dice
Carrasquilla- todos, más o menos blancos, más o menos negros, somos
pueblo, puro pueblo”. (AV, I p.684)

Aunque Carrasquilla mismo percibe que hay una casta


ultraprivilegiada que ha salido de los pueblos y ha venido a la ciudad,
“urbecilla de dineros y sede rentada de Arzobispo”, (SS, I p. 7 19) y que esas
mismas castas tienen vergüenza de su origen campesino, “nos falta el valor de
ser lo que somos: unos pobrecitos montañeros” (LS, I p. 734); sin embargo,
hace caso omiso de ello, persiste en mirar el pueblo como una comunidad
igualitaria, y confunde la igualdad racial y provinciana, con la igualdad
operativa en la actividad social y el reparto de bienes.

La penetrante inteligencia de Carrasquilla percibe, sin embargo, que


hay una porción social mayoritaria que no finge, que vive
despreocupadamente, que no tiene ansias de aparecer, que discurre su diario
vivir en lucha inclemente, que es el puro pueblo, el vulgo transformador de la
sociedad del cual saldrán “las aristocracias del futuro”. (AOV, I p. 686)

A pesar de esa teórica negación de la condición elitista de la


sociedad antioqueña (maqueta de la sociedad americana toda), Carrasquilla
percibe, de hecho, la existencia de un pueblo netamente definido y operante.

El pueblo lo componen: el cura, alma y vértice de la actividad de


los pueblos; las familias con predominio racial blanco, dueñas de minas y
tierras; los campesinos, muy religiosos y férreos, bondadosos como ángeles, y
a la vez rencorosos, irascibles, mugrientos y abandonados; las gentecitas: el
sacristán, los maestros, las beaticas, gente representativa en menor escala,
culta y sana; la gentualla: esclavos, libertos; mendigos, vagos, locos,
trabajadores de las minas, prostitutas, en fin, la viruta que queda de la labor
social, y que no tiene historial claro, ni bienes, ni metas, ni razones definidas
para vivir y luchar.

El pueblo, vive en una individualidad que pasma; no hay noción


alguna de unidad dinámica, a no ser la que viene de la fe, que el pueblo no
conoce a derechas ni se interesa en vivir y profundizar. Cada hombre está solo
ante su destino.
187

En el pueblo, sólo la familia es vínculo permanente y profundo: “en


este mundo tan ancho, tan regado y tan complejo, no le queda a cualquiera
que lo especule y lo trasiegue más que el rinconcito en donde arde el fogón,
vivo o mortecino, de su familia. Así se componga ella del perro, del gato y del
gorrión entrometido”. (Techo, 1 p. 724)

En el mundo antioqueño, visto por Carrasquilla, las historias


ocurren alrededor de la familia, centro aglutinante de la vida social. Toda la
obra de don Tomás es un himno a la familia, punto focal de empresas,
angustias, esperanzas y paz.

En el mundo individualista que Carrasquilla describe y cuya


mentalidad encama superlativamente, no hay una noción de patria a partir de
una conciencia común; la patria se concibe como una agregación de
individualidades granuladas, portadora, cada una, del dinamismo total de la
patria: “El hombre, en su personalidad específica, que lo resta de sus
semejantes, es su patria, porque no puede ser más ni menos”. (LC, I p. 421)

La descendencia del triple despatriamiento hispano, negro y


aborigen, tuvo que producir eso: un pueblo constituido granularmente; una
patria concebida como agregación de individuos, antes que resultante de
unificación de fuerzas vivas.

Este pueblo individualista vive, constante y cotidianamente, en


función de religiosidad; para él, el mundo es una continua epifanía de Dios;
cada cosa es una manifestación, un mensaje, una visualización del misterio.
… el granadillo di ‘atajadero: ese es un bejuco bendecido por el Señor.., en
cada flor están pintaos toítos los azotes que le dieron al Señor, y en la propia
mitá tiene clavaítos los tres clavos con qu’ esos judíos lo crucificaron” (PAP,
II p. 300), explica ño Matica; “las estrellas eran roticos para uno entrar al
cielo; el alma, una palomita” (PAP, II p. 303), aclaraba Nicanor: Dios cobija
“no sólo a los cristianos, sinó también a los árboles: allá verá cuando
pasemos por el alto de Aguaslimpias, todos los arbolitos cobijaos con barbas
pá’que no los pasme el frío” (PAP, II p. 244); “Santa Bárbara y la
Inmaculada traen verano” (DCM, II p. 506).
188

En este mundo sacralizado, un himno de alabanza a Dios sale de


todas las criaturas en igualitaria hermandad devota: “Todos le rezábamos con
muchísima devoción: los cucaracheros, por ahí en los caballetes y paredes;
los toches y azulejos, en los árboles y plataneras; y, más arriba, en los aires,
sin que la viéramos siquiera, le entonaba la alondra sus oraciones más
bellas... Sentía que el antiguo esposo de la luna, al asomar detrás del monte,
rezaba con tanto fervor como nosotros!” (PAP, II p. 259)

Los bienes adquiridos, no siempre en forma honrada; el diario


sustento, la fecundidad de bestias y terruños, son manifestaciones de Dios, don
suyo. Rumalda hace ver a su esposo demente “todos los beneficios que nos
hace mi Dios; ya ve esta finca, y esta fertilidá y tanto animal y ganaos, solos y
en compañía, y terrenos con agregaos, y rozas, y los rialitos que nos tiene el
señor cura, y cabal salú pa’ trabajar” (EZ I p. 445); Nieves, increpa a su
hermano Augusto, loco también, “¡Por la Virgen, hermanito! ¡Es un pecao
muy grande botar la comida de mi Dios! ... ¡Muy grande, muy grande!”.
(FMT, I p. 128)

Las gentes viven en la soledad de sus aspérrimas montañas, seguras


del cobijo sobrenatural. Cada personaje, como la enana Elodia, sabe que no ha
de haber miedo a la soledad, pues “Nuestro Señor, la Santísima Virgen y el
Santo Ángel de su Guarda” (PAP, II p. 289) están siempre a la vela de cada
cristiano (un hombre es una cristiano, en el mundo y lenguaje de América)
para cuidar de él y defenderlo en el peligro.

El trabajo tiene un sentido sacral, pues fue consagrado por Cristo.


Ño Matica dice al niño Eloy: “Mi padre San José y Nuestro Señor Jesucristo,
sabían carpintiar”. (PAP, II p. 300)

El mundo es un templo viviente donde las almas más elevadas


pueden orar mejor que en los templos levantados por la mano del hombre,
como lo hacía Regina, ante la cascada de la Blanca: “A veces rezaba
contemplándola, y se le figuraba que eran sus preces más fervientes ante esta
obra de la Naturaleza que en la misma iglesia, en medio de las solemnidades
del culto”. (SR, I p. 175)

Este sentir el mundo como una manifestación sagrada y mirar su


diario discurrir como un himno latréutico, era compartido por igual, a todos
189

los niveles, desde los núcleos rurales hasta los estratos urbanos; en cada sector
social había la clara e indefectible conciencia de que “todos los montes y
todas las quebradas y todos los animales y ¡os pajaritos y toditas las estrellas
y el sol también, adoran al Señor...” (EN, I p. 213)

La concepción sacral del mundo, se expresaba


consuetudinariamente en el ámbito familiar con el rosario al que con
“frecuencia -en las casas principales- acudían vecinos y aún personas del
pueblo... jornaleros.., agregados... la servidumbre femenina.., el señorío; de
rodillas todos, desde el “Abre, Señor, mi boca” hasta el último Amén”, (EN, I
p. 213)

En los ámbitos sociales más amplios: pueblos y “urbecillas”, que


decía don Tomás, las celebraciones patronales y sobre todo el misterio de la
Pascua, lograban reunir, con pujanza inusitada, gentíos inmensos, recogidos
por momentos, para celebrar conmemoraciones más representativas que otra
cosa: “Este pueblo rezandero y creyente compite con la Santa Madre Iglesia
en este recuerdo representativo de la Redención... (y) despliega… todas sus
industrias e invenciones, todas sus sabidurías y estéticas, todas sus galas y
sus ornatos todos...

De pueblos muy distantes acuden por este tiempo, nada más que
por asistir a estos espectáculos conmemorantes muchísimas personas y hasta
familias enteras “. (R, 1 p. 630)

En la naciente urbe medellinita “les alcanzan las gracias


sacramentales hasta a las almas tibias y maculadas ... al influjo edificante de
procesiones y públicas plegarias;... humos asiáticos de los templos, que hasta
las calles llegan... resultan estas funciones fastuosas y hasta estéticas”. (SS, I
p. 719)

En la capital, “¡Qué santos, qué vestidos, qué pasos!... La


procesión del Viernes Santo es la cosa grande, tremenda y ponderada... Va su
ilustrísima con todo el Capítulo, y ño presidente con todos sus ministros, y el
ejército con sus bandas... Por las noches es Bogotá una bacanal, en nombre
yen memoria de Nuestro Señor Jesucristo... ¡Y luego dicen que la preciosa
Sangre no nivela a todos los redimidos!”. (Cartas, II pp. 785-786)
190

El patetismo imaginero y ritual de españoles y mestizos, prendió


definitivamente en estas comarcas y en ellas se siguió manifestando,
multitudinario, concorde e inoperante.

La pesadumbre de la culpa, sigue su marcha. La fe no madura cosa


mayor, y la cadena del diario sufrir atormentado cubre por igual a todos.

Los indios y los negros, y todos sus descendientes, en todas las


posibles ramificaciones del entrecruzamiento racial, ven en Cristo paciente, un
signo mitad redentor y mitad alienante, de su vocación de sufrimiento y
desamparo: “Más padeció mi Amito y Señor por losotros: ya ve los
impropelios y alatomías qui-hicieron con Él, ya ve qui-hasta lo enclavaron en
la cruz.. .Resínese, miamo, a la voluntá de mi Dios... Cuando su Divina
Majestá le mandó esta penalidá... ¡pu-algo es!” (FMT, I p. 113), aconseja
Bernabela al energúmeno Augusto; Bernabela, hija de la cuarterona Juana
Bautista Uruburu, al hacer el relato de sus padecimientos y miserias concluye
que “todo ha sido pa bien de mi alma” (PAP, II p. 29); Beneda, llora
recordando su pasado de miseria: “Tengo mucha de la congoja, porque mi
‘acuerdo que mi mamita era ciega, y qu ‘éramos méndigas y que nos daban
limosna en la puerta de las iglesias” (PCC, Hp. 352), y se consuela invocando
al “Señor espontigo”, advocación de Cristo que se ha creado a partir de la
salutación angélica.

En infantil y estéril concepción maniquea del mundo, las gentes de


color ven el mundo como una concatenación interminable de miserias venidas
de lo alto y llevaderas en unión con Cristo, como que vienen de Dios.

Entre los “blancos”, con un poco más de claridad conceptual, existe


el mismo sentimiento de desdicha y sufrimiento.

“Mi Dios se tenía que llevar a misiá Rosita: como era tan
bondadosa y tan santica, estaba mejor pa vivir en el cielo, con Dios y la
Virgen y los Ángelitos, quepa vivir en este mundo dondi ‘hay tanta maldá y
tanto pecao” (PAP, II p. 304), dice Nicanor, el de Hace tiempos.

Mano Higinio, el de la “calva y barba sampedreñas...” es


“chiflado por las Benditas Animas” (EZ, Ip. 429), a cada paso ve “entripaos
que Dios nos manda, en castigo ‘e nuestras culpas” (EZ, I p. 439), a cada
191

momento reza “un auto de contrición, por si go por no”, (EZ, I p. 442) y
acaba suicida, desesperado del mundo de maldad y tragedia en que le toca
vivir.

Dimitas Arias, el maestro tullido, un alma de Dios “sacó en limpio


que era un hombre comido de pecados, a quien todavía le faltaba “mucho
palo” para ponerse en buen punto de cristiano y aprender a conformarse con
el querer de su Divina Majestad”. (DA, 1 p. 553)

El mundo americano es un mundo acogotado por el sentido del mal,


y aunque hay teóricamente un sentido de la redención y de la liberación que
Cristo ha traído a la tierra, sin embargo las gentes viven obnubiladas por el
peso de la culpa y los remordimientos.

El sentido mágico de los tiempos de la Colonia perdura, y en ese


orden de cosas se juzga “el pecao callao” (FMT, 1 p. 117), como causa de
enfermedad; se piensa que los santos tienen como tarea hacer que, a fuerza de
promesas, lámparas, novenarios, cesen la esterilidad femenina, la invalidez
congénita, el colapso nervioso, etc. (FMT, I p. 62, 113; SR, 1 p. 185, L, I p.
167. EN, I p. 228; EZ, I p. 441)

No es solamente el ámbito personal el que aparece continuamente


amenazado por la presencia asechante del mal, también los pueblos viven bajo
el inquietante presagio del mal amenazador. Las comunidades pueblerinas, de
suyo individualistas e insolidarias, se sienten de repente unidas en una fatal
solidaridad ante un hecho protuberante de desorden social. Así “Santa Maria
de la Blanca era la nueva Babilonia; el valle, otro Pentápolis.... El castigo de
Dios vendría y... ¡ay de los culpables!” (SR, I p. 178). Con la suspensión del
padre Casafús, reo de liberalismo, confeso y predicado, Piedragorda entero se
sobrecoge: “¡Un sacerdote suspenso!... un hecho extraordinario, precursor
de castigos espantosos”. (L, I p. 161)

La plácida visión de la naturaleza que alaba y anuncia a su Dios; la


conciencia de la bondad divina que cobija a los hombres, está, al fin y al cabo,
desdibujada por el horror de la culpa en sus múltiples y ubicuas
manifestaciones de maldad, castigo, dolor, tristeza. El sentido liberador del
mensaje cristiano no ha penetrado de veras al fondo de estas almas golpeadas
192

por la rudeza geográfica y colonial, traumatizadas definitivamente por el


acontecer histórico.

Todo el contexto cristiano queda estacionario a la altura del


Gólgota, las realidades Pascuales de Resurrección, Ascensión y Pentecostés
apenas si llegan a tener acceso a estas almas montaraces, perdidas en la
inmensidad de la maraña geográfica y en la cerrazón del espíritu.

Hasta la misma perversidad y la bajeza moral andan embozadas en


el manto de la fe. Así como en los países nórdicos de la lejana Europa,
fantasmas y aparecidos sirven de fachada a malhechores y mercachifles
parleros encubren ladrones medievales, aquí, piadosos y piadosas encubren
almúnculas perversas: Un día es Quiterita Revolledo de Quintana, a quien
caracteriza “una amistad santa con el cura,.., una de esas piedades
ostentosas, que necesitan ruido y aparato; una susceptibilidad, siempre
enconada, por los intereses de la Iglesia... la comezón de figurar, de seria
dueña de todas las situaciones altas y piadosas” (L, I p. 145); ya es Restituto,
el de El Zarco, que bajo la más insólita de las humildades encubre su
ambición desmedida; ya es San Antoñito, el “seminarista”, que simula años
enteros para medrar a costa de larguezas y generosidades de solteronas
crédulas; ya es el Mesías transformador de aldea, que se inclina sumiso para
conseguir sus logros y “extorsiona y oprime entre insultos y sarcasmos” (S, I
p. 663), una vez herido en su amor propio; ya es Justina, la mendiga, que
implora en nombre de santos y santas, y luego denigra y difama.

Por el universo que Carrasquilla describe fiel y minuciosamente no


aparece una sola figura de espaldas a la fe; en el mundo de la inmadura fe
americana hasta el mal está teñido de religiosidad.

Los pueblos que Carrasquilla nos describe son la cristalización, a


nivel social, de una fe indeleble y falseada, “lugar de rencillas, siempre
palpitantes, de enconos inveterados, anticristianos en su intolerancia y en su
misma gazmoñería”. (SR, I p. 194)

La concepción de fe y patria bajo el mismo signo: “nación y


religión se identifican” (SB, I p. 736), acaba por llevar al campo religioso las
mismas lacras que tiñen el marco social: a partir de la situación económica, la
193

estratificación social clasista hace su aparición en el mundo religioso de


América, donde “religión e interés nunca fueron enemigos”. (EZ, 1 p. 476)

El aspecto social del dogma es epidérmico en América, la fe no


tiene capacidad transformadora de comunidades, se estanca en individualismo
remordido y desesperanzado, no crea una solidaridad realmente
transformadora, pues una sociedad resultante de la unión de gentes sin sentido
claro y dinámico de la naturaleza comunitaria del dogma cristiano que dicen
profesar, tiene que ser una sociedad anticristiana.

El análisis del mundo cristiano, hecho por Carrasquilla, conocedor


como el que más del alma de su pueblo, como que creía “que si no conocemos
el pueblo, no podremos comprender las selecciones que de él resultan”
(AOV, I P. 684), es un análisis altamente negativo y decepcionante: un minen-
so caudal de reservas y valores humanos; pero una paupérrima realidad social
y fiducial.

Carrasquilla comprende este hecho y juzga: “Este elemento


individualista que la domina, será, acaso, el principio diferencial y hermoso
de armonio y pujanza; pero, a fuer de heterogéneo, nos resta, en vez de
sumarnos; en vez de asociarnos, nos aísla” (G, I p. 309) y concluye, como si
quisiera tener razones de esperanza, luego de tan desoladores hallazgos: “el
alma colectiva de esta montaña es todavía una incógnita”.

VII

Clérigos campechanos cubrían el territorio paisa.


Campechanamente vivían y se paseaban por todas partes; con “noble
campechanismo” (CDA, II p. 574) trataban a las gentes; campechanamente
morían, orgullosos de su fe y de su ministerio. Los curas antioqueños fueron
maestros de nacionalidad y de egoencia, también en las épocas posteriores a la
Independencia.

“Cura nuevo y era nueva, una misma cosa son en las aldeas”, (L, 1
p. 167), dice Carrasquilla, en frase feliz que resume el omnímodo influjo de
los sacerdotes en los pueblucos nativos de la era republicana.
194

En toda América el sacerdote ha sido la cúspide del edificio social.


A él convergen los poderes del brujo, la sabiduría del monje, el poder del
conquistador, la protección paternal del amo.

El sacerdote en América ha asumido todas las formas de liderazgo


social y moral, y la vida pueblerina es satélite suyo.

Los curas, por lo general, han sido adalides de un tradicionalismo


intonso, pues su conciencia de ser “Curas de almas montañeras” (EZ, I p.
486), los ha hecho estáticos y tradicionalistas, temerosos de escandalizar sus
parroquias rebañegas, inseguros de la capacidad de renovación de sus
feligreses, permisivos y aún fomentadores de la simplicidad, rayana en el
ridículo, en las manifestaciones populares de la religiosidad cuyo único
vehículo de transmisión ha sido la expresión popular.

Las familias están orgullosas de sus nexos de sangre con padre


Villalares, tienen por lo más santos y humildes que han pisado la tierra. (EN, 1
p. 208)

Entre el pueblo la condición clerical se hace sinónimo de sapiencia


y perfección; así ante las maravillas que realiza el “Superhombre” de uno de
los cuentos de Carrasquilla, la gente exclama: “Lástima que no fuera Cura!”
(S, Ip. 656); en La Blanca, “El Doctorcito”, un curita calvo, llorón, de torpe
andar de loro, “para el pueblo era un santo, un elegido, un profeta”. (SR, 1 p.
183)

Aún las familias más encumbradas en la escala social y las almas


más cerriles y difíciles atienden la voz del sacerdote para que hagan auto de fe
en sus bibliotecas y en sus vidas (EN, 1 p. 232), y en campos y aldeas se
cuentan, interminablemente, las tragedias ocurridas a muchos por
“desobedecer los preceutos del Señor Cura”. (PAP, II p. 300)

En las nacientes villas, donde ya el cura del pueblo va siendo


mirado con cierto desvío altanero por los emigrantes enriquecidos en los
pueblos, que como don Vicente, el personaje de Veinticinco reales de buen
gusto, a pesar de ser más conservadores que el padre Astete, se rotulan
liberales y Rafaelistas (25, RBG, II. 593), y encausan su admiración hacia los
195

jesuitas, “ésa gente tan civilizada y de tanto mundo” (G, 1 p. 277), que dice
doña Leonilde de Gama, la de Grandeza.

Pero como “no hay panal que no esconda allá dentro su ápice de
ponzoña” (Dic. Ip. 713), esta indiscutida jefatura sacerdotal, lleva en si misma
graves vacíos. Como en el caso del padre Gil, el coadjutor de Santa Ana, casi
todo el clero “sin ser Ignorante, tiene más de místico que de ilustrado, más
corazón que cabeza... orador, más que todo, por sentir”. (CDA, II p. 573)

A través de las fidelísimas páginas del memorioso Carrasquilla no


aparece más sermón de fondo que el panegírico del suspenso padre Casafús
contra las guerras de religión (L, 1 p. 162); a lo largo de todas sus páginas,
crónica viva y fiel de la historia popular, no aparece nunca una explicación
seria de los misterios centrales de la fe. Como dato de orden histórico, que
corrobora las afirmaciones anteriores, en una de sus cartas Carrasquilla relata
la visita de un prelado a los hondones mineros, orillas del río Samaná, y en
ella enumera los temas de predicación del pastor que tanto gustaron al
maestro: “El fin para que fue creado el hombre, el Rosario, el Padre Nuestro,
el Avemaría”. (Cartas, II p. 776)

La tarea pastoral se enfocó siempre hacia un moralismo timorato y


medroso, y hacia un sacramentalismo sin bases dogmáticas firmes, más bien
utilitarista y rutinario, presa, aún, del influjo amedrentador y escatológico de
la época colonial.

El culto santoral ocupó un lugar perniciosamente destacado, de tal


manera que el sentido cristológico de la liturgia y su esencial contenido
Pascual, se perdió del todo entre una mar de devocioncillas y advocaciones
hagiográficas, teñidas muy frecuentemente de un marcado morbo ultraterreno,
como en el caso de las devociones marianas, tan arraigadas en el medio
americano.

Por la obra de Carrasquilla, luego del recuento de las peripecias


coloniales de La marquesa de Yolombó, no aparece, excepción hecha de Blas
Jiménez (marmullo al fin), forma alguna efectiva de autoridad, sino es la
omnímoda de los párrocos y la cuasimítica, por lo lejana, alta y sagrada, de los
obispos hieráticos.
196

En su cuento Luterito, que más que cuento es una crónica


rigurosamente ceñida a la historia de la época del radicalismo liberal, con
mano maestra pintó Carrasquilla los dos tipos de sacerdote que mangonearon
por toda la América. El Padre Vera, “Curita de Misa y olla, de una
simplicidad enteramente evangélica, aficionado en exceso - por pasatiempo e
higiene solamente - a las faenas y asuntos pecuarios, sabía más de terneros y
muletos, que de embelecos filosóficos, literarios y canónicos... alma limpia,
olorosa a espliego y a romero”. (L, I pp. 144-156) Su coadjutor, el Padre
Casafús, “Clérigo suelto” (L, I p. 153) que “odiaba de muerte cuanto oliese a
bajeza, a lisonja y a deseos de granjearse honores y conveniencias.., desigual
de genio..., siempre tuvo curatos paupérrimos, muchos cambios, andanzas y
trashumancias, varios disgustos con feligreses, y tal cual pelotera con sus
superiores, el Obispo inclusive”, a causa de la maldita atrabilis. (L, I p. 141)

Las decenas de curas que desfilan a lo largo de las páginas de


Carrasquilla, son el mismísimo padre Casafús o el mismísimo padre Vera,
ciertamente más esto que aquello. Las figuras de estos dos clérigos son las
figuras de todos los clérigos americanos, que en ellos están quintaesenciados y
vivos.

Carrasquilla hizo desfilar por su obra una inmensa gama de tipos


sacerdotales, pragmáticos, místicos, ramplones, solitarios, carismáticos; pero
no aparece nunca una figura de clérigo rastrero, mezquino o bribón. Esto se
explica porque don Tomás, desde su rincón nativo, se interesó en mirar los
valores constructivos de la nacionalidad, y porque, como ya dijimos, él
encarna al creyente típico de nuestra América, que aunque liberal y oliscado,
conserva en su alma un sentido de veneración por el clero, como fue también
el caso, en los breñales antioqueños de principios del siglo, de Emiro Kastos y
Ñito Restrepo, que no dejaron en su obra, ciertamente resentida de desvío
hacia la Iglesia y sus jerarquías, una sola página que denigrara de los
sacerdotes.

En la ¿poca de la Colonia el clero fue blanco, blanquísimo, hispano


todo él: no se tenía aun certeza de que los negros tuvieran alma, por más que
debían ser bautizados y practicar integra la preceptualidad eclesiástica.
197

Luego apareció el cura doctrinero, nuestro primer aporte a la línea


jerárquica; catequista en lengua nativa, humillado por regentes, notarios,
frailes y toda laya de gentes hispanas

Terminada la Colonia, para proveer curatos malsanos e inhóspitos,


orilla de los ríos, selva adentro muchos días, accedieron los mestizos a la
clericatura.

En los tiempos republicanos, la mulatada pudo acceder, no sin


muchos reparos, al orden sacerdotal; pero ni las jerarquías los miraron bien, ni
el pueblo los aceptó con jubiloso acatamiento, sino que por el contrario llegó a
calificar el mal comportamiento como manejo de “clérigo mulato”. (EZ, I P.
464)

El clero lo hizo todo en la naciente república: construyó pueblos,


fundó escuelas, abrió caminos en la selva, regenté universidades, derrocó
gobiernos, anatematizó, bendijo, refrenó pasiones, impulsé empresas, mientras
la clase política se perdía en la maraña de sus enconos y ambicioncillas.

La historia de la ineptitud de las clases dirigentes es la explicación


de la prepotencia del clero en Latinoamérica.

Aquí la clerecía no tuvo interés en predicar herejías, ni en impulsar


la formación de una élite realmente cristiana. Como ya se había anotado, los
regocijos populares en honor de los santos cubrieron el campo pastoral de los
curas sabelotodo y puedelotodo, y así surgió esa heteróclita amalgama entre
“la cruz igualitaria del Dios Cristo .. .y las supersticiones selváticas del
Congo y de Angola; y aquello e la yerba maléfica y embrujadora y el milagro
de sangres sudadas por imágenes; fue “la uña de la gran bestia” y los
escapularios de la Virgen” (LC, I pp. 410-411)

El conjunto de la obra del maestro Carrasquilla pone de manifiesto


una serie de carencias en la tarea sacerdotal, que pueden señalarse así:

Concepto estático de la fe: quien cree está en el camino. Creer es


aceptar.
198

Preeminencia de los valores (si es que entendidos en tal forma lo


son) escatológicos de la religión: culto a los muertos, temor al más allá,
devociones liberadoras de las puniciones ultraterrenas, etc.

Falta de un adoctrinamiento más teológico y profundo, que hiciera


surgir una verdadera conciencia de fe, creadora de un sentir auténticamente
evangélico, constructora de una verdadera comunidad cristiana genuinamente
evÁngelizadora, antes que promotora de empresas de tipo social, realizadas
por el clero en labor de suplencia de quienes debiendo llevarlas a cabo no las
realizaban.

Predominio de los elementos secundarios sobre los esenciales en la


práctica cristiana.

En fin de cuentas, el clero de la fase republicana en la comarca


antioqueña aparece, en la obra de Carrasquilla, bonachón, abnegado,
laborioso, pero realmente inculto y carente del auténtico sentido de su
quehacer ministerial, como que los clérigos son, más bien, agentes del
desarrollo, creadores de una especie de estado teocrático y mantenedores de
un tradicionalismo cristiano, depauperado por muchos aspectos.

Lo que al mirar el mundillo clerical ha hallado Carrasquilla en los


breñales de su Antioquia nativa, vale para la América toda, en cuya íntegra
territorialidad vemos repetirse como fenómeno susceptible de comprobación
histórico social, los caracteres del mundo clerical que Carrasquilla nos ha
puesto al descubierto.

VIII

La obra de Carrasquilla, a la vez que constituye el relato de una


génesis, es también la consignación de un decadencia naciente.

Carrasquilla es cronista de los orígenes y avizor del


desmoronamiento de un orden social afincado en hechos sociales precarios e
insuficientes para supervivir por mucho tiempo.

Por todas las páginas del narrador antioqueño aparece una


interminable lucha por esclarecer los términos del problema: a la par que una
199

admiración profunda y un clamor constante por el progreso liberador, una


mirada rencorosa hacia él. En Dimitas Arias, afirma: “No hay progreso que
no las haga” (DA, I p.558); en Superhombre, con un satírico tono de repudio,
califica el avance del progreso en las aldehuelas inocentes como un germinar
desbordado y fácil de “germen de tomate a bordo de cloaca”. (S, I p. 658)

El progreso, que en su esencia admira y en sus cotidianas


manifestaciones vanidosas rechaza, se le hace repulsivo porque
tradicionalmente ha encarnado, entre nosotros, la copia de lo extranjero y la
negación de los valores auténticos. En Pro Patria, afirma certeramente: “Lo
que nos huele a nacional o indígena nos carga y nos asquea. Pero...! eso si!
En cuanto husmeamos algo extranjero, ahí nos tienen con la boca abierta,
por más que sea cualquier chilindrina, harto inferior a lo nuestro”. (Pro
Patria, I p. 706)

Fruto de este acolitaje a las novedades foráneas, surge lento e


implacable, el desdibujamiento de los vínculos familiares tradicionales
enraizados en los valores religiosos: “Ya no se espera al Niño Dios, ni se
sienten en el hogar los evocadores perfumes de la selva... Este rito, el más
excelso y trascendente en la familia de otros tiempos, es ahora un juguete
puramente infantil, más o menos devoto, más o menos reservado, que no tiene
más significación que la representativa...

eso que implica y simbolizo un común lazo, un mismo afecto, el


calor tutelar de los padres, el cariño reciproco de los hermanos; que se ha
celebrado por alguna fórmula en todo tiempo, bajo todas las religiones y
todos los gobiernos; eso, que da origen y nombre a la familia, ya no tiene
rito, ni una remembranza, tan solo, en las montañas antioqueñas. Ya no
tenemos lares: nuestras mansiones espléndidas están sin fuego. Tal vez ya no
tengamos ni aun penates”. (6, I p. 310)

En su novela Grandeza, Carrasquilla describió los nacientes


fenómenos de la incipiente decadencia en el ámbito paisa.

Todo en Grandeza está elaborado para dar la imagen de la surgente


decadencia: La bancarrota de la familia de doña Juana, venida “a más”, luego
de su dignidad y honradez pueblerina; el antagonismo entre las hijas de ésta,
inteligente y enraizada en su pasado la una, yana y modernizada la otra; la
200

muerte de Chichí, el hijo que encarna el espíritu de los tiempos viejos; la final
desintegración de la familia, elemento nuclear del orden social.

Sin término medio, cada personaje de Grandeza, es encarnación de


los nuevos tipos imitadores de lo extranjero, que han surgido en el ámbito
regional, o por el contrario, de los luchadores derrotados en su esfuerzo por
hacer resurgir el espíritu autóctono en combate con el alud avasallador que
aniquila los propios valores.

Aunque, según decires públicos, Carrasquilla quiso retratar en


Magdalena Samudio a una distinguida dama medellinense, es el propio
Carrasquilla quien se transparenta en la fisonomía del personaje. El talento
divagador de Magdalena, su satirilla delicada y exacta, su tolerancia escéptica
de modos y modas, sus nativas y desordenadas inclinaciones intelectuales, su
libertad espiritual ante leyes y prohibiciones, su innata capacidad de afecto y
perdón, su alma descomplicada y aristocrática, ‘retratan el espíritu de
Carrasquilla, quizá un tris menos femenino de lo que Carrasquilla mismo
quiso diseñarlo, pero, de todos modos, tal vez la mejor figura andrógina de
nuestra literatura regional.

A lo largo de las páginas de Grandeza señala don Tomás como


causas de la decadencia naciente:

El desprecio por el pueblo y los pueblos, que es como el desprecio


de los orígenes mismos y de la inmensa mayoría de los valores propios.
“Ellas en pueblos? Ellas en esos enredos de gentes vulgares? Ni porque
estuviesen locas!” (G, I p. 378), que dice ña Juanita de sus hijas metidas a
damas citadinas.

La superficialidad creciente en la concepción y vivencia de los


valores religiosos y morales, que hace del diario vivir de los pueblos y
ciudades un adormilado fluir mecido en la “corriente de la devoción o la del
agio”. (G, I p. 365)

El ansia de apariencia y figuración fuciles, sin un respaldo genuino


de valores personales.
201

El prurito imitativo, raíz de la figuración vanidosa. El “Mucho


Cristo por fuera, y por dentro, el diablo” (G, 1 p.354) que dice don Bernardo,
el esposo de la acre doña Leonilde de Gama, es resumen feliz del momento
social de entonces.

A través de las páginas de Grandeza aparece la mascarada de una fe


vertida a la representatividad social, Vivida en la indiferencia o el desprecio
de las clases sociales inferiores, viciada de chismorreos, rencillas y
ambiciones, y convertida en práctica rutinaria sin compromisos.

Un mundillo en el que “la soberanía social de Cristo abarca al


mismo baile” (G, I p. 365) y las juventudes son educadas en “una piedad de
apariencias y chilindrinas... seres moralmente amorfos” (G, I p. 382), se va
precipitando cada vez más a la vertiente del desbarajuste del orden social
tradicional, inoperante ante la aparición de un tipo de sociedad nueva.

En las ciudades, la superioridad económica de los riquitos de


pueblo se convirtió en imperativo conductual ineludible: “La máxima
primordial de la religión de la época es la yanqui’: Ten dinero propio o
ajeno; pero tenlo, en todo caso” (Tonterías, I p. 750), de tal manera que “la
honradez vieja.., sería no tanto un burdo anacronismo, cuanto un
contrasentido manifiesto” (Tonterías, I p. 750). Así se fue gestando la quiebra
de los valores morales, dominantes hasta entonces y su reemplazo por los
valores económicos, de tal modo que la avidez, subyacente en el alma
nacional desde los tiempos de la Conquista, acabó por quebrantar los diques
de la amenaza que una moralidad de miedo había impuesto.

La vinculación con el pasado empezó a desaparecer paulatinamente


y el peso de los valores tradicionales, obsoletos muchos de ellos, superficiales
todos, se desdibujé cada vez más radicalmente: “...aquí nos aterran las
antiguallas: nuestro presente nos lo explicamos sin el pasado; nuestra
historia no nos importa; aquí no vienen a mandarnos los muertos; lo
modernísimo es nuestro lema, y.. santas pascuas”. (EZ, I p. 456)

De manera clarísima alcanzó a captar Carrasquilla el germen de la


naciente desintegración de la sociedad tradicional como fruto de la pérdida de
la confianza en el elemento religioso, único nexo social capaz de unidad que
hubo entre nuestro pueblo.
202

En su obra no aparece un análisis extenso y profundo de tal


problema, pues en los inocentísimos días en que Carrasquilla vivió y
envejeció, el asunto apenas comenzaba a manifestarse y era casi
imperceptible; solamente su sagaz espíritu, encarnación del genio de la raza,
pudo percatarse de su realidad apenas en eclosión. En su obra dejó claramente
señalados los jalones de lo que había de ser el problema básico y definitivo de
la segunda mitad del siglo XX en los países Americanos: el desbarajuste de un
orden social cimentado en una concepción epidérmicamente cristiana del
hombre y del mundo, a partir de una fe sin raigambres profundas ni opciones
válidas, y una moral fundamentada en el temor, incapaz de afrontar una
realidad nueva, exigente de una fe intensa y viva.
203

Porfirio Barba Jacob

Testigo del desvalimiento de la fe

¿Es posible hallar en un marco existencial ¿ extracristiano, la


realidad de los contenidos de la existencia, preconizados por el cristianismo?

Es posible rastrear en una vida vivida al margen del fenómeno


cristiano, al menos en sus formas rituales, legales y doctrinales comunes, el
proceso cristiano hacia la liberación, según aquello de San Pablo: “Para que
gocemos de la libertad, Cristo nos ha hecho libres”. (Gálatas 5-1)

¿Es posible hallar, revestida de un valor auténticamente testimonial,


la vivencia de una vocación a la liberación en Cristo, en un universo personal,
ajeno en apariencia a la temática vital cristiana?

En las vidas de los místicos puede captarse el cristianismo, como


proceso adialéctico, o más precisamente, como fenómeno de la dialéctica de la
libertad: realidad viva y operante más allá de las exigencias de un
determinismo meramente racional.

La realidad ontológica del proceso cristiano puede deducirse, con


inequívoca certidumbre, a partir de la experiencia de los místicos cristianos
que supera el marco meramente mental y se hunde en mundos existenciales
transobjetivos y transubjetivos, más dinámicos que los quehaceres meramente
especulativos y conceptuales.

Pero la cuestión es: ¿es posible que el proceso de liberación del


espíritu humano, postulado por Cristo y testimoniado de una manera viva,
operante y real por sus discípulos, se dé en la vida de un hombre que apenas
tangencialmente se roza con el universo cristiano institucional, y casi de
espaldas a él, construye su universo vital?
204

La vida y la obra de Porfirio Barba Jacob parecen testimoniar tal


posibilidad.

El presente estudio tratará de descubrir si ello es realmente posible.


Las ideas cristianas, vivas y actuantes en la obra de Barba Jacob, son
profundas pero muy desestructuradas.

Él, es el producto de la típica familia cristiana tradicional de


América a finales del siglo XIX.

Al lado de su abuela madre, Benedicta, que era la encarnación de la


virtud cristiana ingenua y simple, crece en medio pueblerino donde todo lo
amable y bello es “rosas caldas del manto de Jesucristo” (PRN p. 357);
donde todo está envuelto en un “verdadero ambiente de civilización
Cristiana” (Carta a Francisco Mora p. 404). A eso se reduce la escuela
cristiana realmente influyente en él. Todo lo demás es encontrarse de soslayo
con la endeble realidad cristiana de América, que poco más le dice, le enseña
o le interroga.

El camino cristiano, en su esencia más honda, es una sorprendente


marcha del hombre hacia la plenitud en una incomprensible tarea de perdición
humana, de empobrecimiento, de olvido de sí.

Para el cristianismo auténtico, salvarse es perderse:


“Quien gane su vida la pierde y quien la pierda la gana para la vida eterna.”

Desde las más remotas raíces veterotestamentarias, el cristianismo,


inequívoca e iterativamente, es eso: la salvación en la perdición.

_________________

Las citas de Porfirio Barba Jacob están tomadas de:


Obras completas de Porfirio Barba Jacob. Ediciones Académicas. Medellín. 1.962.
Antorchas contra el Viento. Poesía completa y prosa selecta.
Imprenta Departamental de Antioquia. 1.983.
PRN Abreviatura del Prólogo a Rosas Negras.

La historia del pueblo veterotestamentario y sus hombres claves, es


la historia de un arruinamiento sucesivo y progresivo, que sucesiva y
205

progresivamente también, cada vez más honda y plenamente, estalla en una


plenitud siempre creciente, siempre válida, siempre irrefutable: de Abraham,
estéril, surge un pueblo de bendición; de Moisés, el expósito tartamudo, un
liberador; de David, pastor de ovejas, adúltero y homicida, un progenitor de
salvación y un profeta de voz inmensa; de Amós, cultivador de higos y pastor
de vacas, un profeta de voz quemante. De cada ruindad una grandeza, de cada
abatimiento un poderío misterioso.

La historia íntegra del antiguo pueblo de Israel es un discurrir,


indetenible, hacia la ruina, y cuando ya la ruina es total y no puede hablarse
siquiera de un pueblo sino de un resto, la plenitud de la salvación.

La historia veterotestamentaria es la historia de los pobres, de los


desvalidos, de los desposeídos, de los olvidados, de los echados a perder; de
los anawinh, que dicen los hebreos con una palabra que significa la plenitud
en el anonadamiento.

Toda la doctrina de los profetas viejos es eso. Un día, es Sofonías


que anuncia: “Dejará subsistir dentro de ti un pueblo humilde y pobre, que
buscará refugio sólo en Dios” (Sof. 3, 12); otro, es Habacuc que reprocha
desesperadamente a Dios: “Tu tratas a los hombres como a los peces del mar,
como a los reptiles que no le pertenecen a nadie” (Hab. 1, 14); otro, es
Miqueas que consigna las burlas enemigas ante el aparente olvido en que Dios
ha dejado a su pueblo: “Mi enemigo se burlaba de mí diciendo: ¿Dónde se
metió tu Dios?” (Miq. 7, 10); otro, es Amós, implacable al anunciar de parte
de Dios: “Yo te seguiré tratando peor aún, Israel” (Amós 4, 12); otro más, es
Jeremías angustiado: “Una queja se oye desde Sión: Ah ¡que arruinados y
avergonzados estamos!”. (Jer. 9, 19)

El cristianismo es la formulación explicita y la iluminación plena


del por qué y el cómo de la salvación en la perdición.

Desde la persona de Cristo, el perdido-desvalido entregado en


manos de su Padre, el cristianismo en las Bienaventuranzas, es eso: una
exaltación del anonadamiento como única posibilidad de plena realización del
hombre en la libertad; una inimaginable letanía de aparentes contradicciones:
perderse para ganarse, alegrarse en el mal recibido, ser el último para ser el
primero.
206

Al escrutar las existencias contradichas que sobre la tierra ha


habido, es posible hallar viva la contradicción vital que el cristianismo encarna
y anuncia; el proceso de la liberación cristiana, realizado en hombres que han
vivido en cristiano, al margen de una formulación cristiana de la vida, guiados
(a su entender) por criterios no cristianos, cuando en el fondo auténtico de sus
vidas lo que tiene lugar es una transformación, una catarsis, una metanoia
cristiana.

El cristianismo es paradójico por esencia, de tal manera que


podemos hallar en las vidas de perdición la salvación actuante; en las
tinieblas, la luz; en la debilidad, la fuerza.

El camino cristiano es un camino antiprobabilista: Dios salva al


hombre de espaldas a toda probabilidad y a todo cálculo.

Barba Jacob es un testigo de los caminos antiprobabilistas de la


salvación del hombre.

Su vida, desde la niñez angostureña, a orillas de El Tenche y El San


Pablo, hasta el final de agonías, abandonos y soledades en la populosa Méjico,
es un marchar a contrapelo de toda humana posibilidad.

Su clarísima inteligencia, su memoria prodigiosa, su carismático


don poético, sus múltiples relaciones en los campos de la cultura y el poder,
sus admirables dotes periodísticas, en fin, todo su entorno de valores humanos,
no fueron fuerza capaz de ideación liberadora, no pudieron llegar hasta las
angustias medulares de su existencia; fueron halo accidental que dejó intacto
el núcleo de sus angustias e incertidumbres

Su dolor de secretas miserias, su errabundaje por lupanares de asco,


su rectitud fundamental que no le permitió doblegarse nunca a pesar de los
reproches de su conciencia atormentada, su fe desdibujada e insignificante
vinieron a ser, contra toda previsión posible, la razón definitiva del logro de su
unidad, su paz y su liberación interior.

El mensaje cristiano fue algo apenas tangencial en la vida de Barba


Jacob. Niño, vive la paz aldeana, que según sus palabras, se reduce a “las
207

melifluas rosas de María Santísima..., la revista de los padres franciscanos...


el cura que melifica y amenaza..., donde la belleza y el vigor, la salud moral y
la esperanza, la inteligencia y la lealtad son como flores caídas del manto de
Jesucristo” (PRN, pp 356-357) y recibe enseñanza religiosa de un profesor
“borracho socarrón o caramelo de pedagogía religiosa”; ya adolescente, en
Bogotá, antes de la guerra: “repasé la Historia Sagrada..., la Religión del
padre Ortiz” (PRN, pp. 357- 358). Nada más. Hasta el fin, los avatares de la
áspera vida, prácticamente de espaldas a toda forma de contacto directo y
formal con las realidades cristianas.

Guiados por estas ideas focales, se trata, ahora, de adentramos en el


universo moral de Barba Jacob, porque aunque él se autocalífica diciendo:
“yo no soy, no anhelo ser un moralista; me conformo con ser un ruiseñor
equivocado” (Interpretaciones, p. 335), es sin embargo un hombre moral en
combate consigo mismo, como su obra entera lo atestigua, y estos breves
pasajes lo ponen de manifiesto: “algún grito mío subsistirá porque por mi
boca han hablado el dolor, el terror, la esperanzo” (PRN, p. 385) “Yo
realizaba el empeño de hacer surgir del hombre bestial el hombre espiritual”.
(Claves, p. 352)

Porfirio Barba Jacob es un hombre insular en América. Distante y


próximo, a la vez; demoledor y ardiente, en su angustia; quemante y gélido, a
la par, en su egoísmo; iceberg, siempre a la deriva, por mares desolados.

Su figura es toda desconcertante. Enigmático, contradictorio,


ensimismado, egoísta, soberbio y humilde, libérrimo y esclavo, todo a la vez,
como bien lo dice en Síntesis, inicio de una canción que no acabó nunca:

Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante,


opreso en la urna del día,
engreído en mi corazón,
ebrio de mi fantasía,
y la Eternidad adelante...
adelante...
adelante...
(Síntesis, p. 163)
208

Las aproximaciones a su obra chocan a cada paso con su reticencia


a la cordialidad, su hermetismo expresivo, su inmersión en un mundo sombrío
y contradictorio, la pobreza extrema de su vida.

De Barba Jacob no ha quedado casi nada, apenas el pequeño racimo


de sus poesías, una que otra carta conocida, editoriales y trozos periodísticos,
escritos casi todos premiosamente bajo la inquietud de los difíciles tiempos en
que vivió acuciado por la necesidad y los vaivenes sociales, lo que los hace
inciertos como indicadores de sus realidades vitales de fondo.

¿Quién fue? ¿Qué fue, Porfirio Barba Jacob, en el panorama de la


América de la primera mitad del siglo XX? Preguntas difíciles de resolver
éstas, porque é1 mismo no supo dar razón clara de sí, ni de sus razones y
sinrazones pues era un hombre de desconciertos, como lo dice en uno de sus
poemas:

Mi mal es ir a tientas con alma enardecida,


ciego sin lazarillo bajo el azul de enero;
mi pena, estar a solas errante en el sendero;
y el peor de mis daños, no comprende, la vida

(Oh Noche, p. 166)

Toda la obra del poeta antioqueño es una variación continua y


temática sobre su angustia y su modo de mirar la vida y afrontar el día, el
minuto fugaz.

En medio de una pobreza desconcertante, un solipsismo desmedido


y una embriaguez egolátrica, vibra el aura vital que envuelve su quehacer.
Luego de mil fugas esporádicas y breves, vuelve siempre sobre sí mismo,
orbitario de un yo que se le impone siempre; dice en Interpretaciones, prólogo
a una de las ediciones de Rosas Negras: Aparece a cada rato en este libro el
yo, el odiado yo. Es que bajo ese modesto pronombre se esconde lo único que
creo conocer y, sobre todo, lo único que me ha interesado hasta hoy. (p. 338.)

Seguiremos, tenaz, acuciosa, minuciosamente, al poeta en su


errabundaje espiritual para desentrañar el por qué y el cómo de su vivencia de
209

la libertad en un mundo atenazado por la necesidad implacable, a través de un


peregrinaje atrabiliario y macabro.

Rastrear sus pasos es ir de Porfirio a Porfirio, porque nadie más


hubo en su vida, luego de la muerte de su abuela Benedicta; apenas seres de
afecto, desdibujados por la ausencia y el ensimismamiento de su corazón
avieso que convirtió a todos los que se cruzaron por su vida en sombras de
evocación y lejanía, ajenos a cualquier tarea de consolación y fortaleza.

A pesar del denuedo y ardimiento que encierra la obra de Barba


Jacob, al adentramos en ella se siente un hálito frío; siente uno la sensación de
estar iluminado por luces que no dan calor. Allí nadie es invitado cordial,
nadie es rechazado con desprecio; todos son seres adjetivos, circunstanciales,
que no tienen un lugar propio y duradero que ocupar, figuras devaluadas ante
la intensidad del drama mismo que vive el poeta en un mundo de soledades
inconmensurables en las que se pierde el sentido de las proporciones.

Al leer sus páginas, hay la tentación de dejarlas pues se tiene la


sensación de la ausencia de un llamado, de una acogida, de una invitación a la
ternura o la dicha.

Es preciso leer, releer pacientemente, volver una vez y otra sobre


ellas, para comprender que allí no hay un repudio, una repulsa, un rechazo,
sino una incapacidad de entrega y acogimiento, nacidos de una pobreza casi
degradante.

Hay momentos en que se hacen fastidiosos la insatisfacción


persistente, el grito desenvuelto en alarido; el errabundaje incierto, hecho giro
alrededor de sí mismo en alucinante rondar por un mundo al parecer sin
horizontes; el asomarse persistente a la eternidad para caer luego en la
minúscula estrechez del instante; el aura contradictoriamente mística y
nihilista que lo envuelve todo y todo lo torna desapacible.

Cuando se tiene la tentación de minimizar la figura del poeta,


mirándola con la indiferencia de la familiaridad, entonces se empieza a
comprender la hermosa aventura que encierra su vida y por qué llega a
resolverse, de una manera tan discreta y sencilla, en una realidad de paz y
salvación, que parece disonar del conjunto de su existencia.
210

En la vida de Barba Jacob no hay nada grande sino es la


innumerable gama de la pequeñez y la insignificancia. ¡Qué manido todo, qué
simple, qué cotidiano, qué torpe, qué trivial: Puebluchos de infancia,
periodiquitos de poblachón naciente, cuartuchos del hotel barato, aventuras de
intrascendente ardimiento carnal en lugarejos de vulgaridad y miseria!

En la pequeñez persistente, repetida y múltiple, radica la grandeza


de la vida y de la lucha de Barba Jacob. El alma de su pequeñez, la
insignificancia de su cotidianidad, se hacen fracaso humano total, y ahí están
enraizados, precisamente, el valor, la autenticidad y la singularidad del
testimonio del poeta antioqueño Creo que así lo entendió Barba Jacob mismo
cuando habló de su ejercicio de “la ciencia difícil de fracasar, que
probablemente es el ápice de la sabiduría” (Interpretaciones, p. 335)

La uniforme repetición de una lucha prolongada y al parecer estéril,


que fue la vida del poeta, nos permitirá conocer cuál es el contenido y cuáles
las posibilidades del hombre ante la realidad macabra de la depauperación
total que llega a ser fracaso.

A través de sus obras, radiografía de su entorno vital, nos


encontramos con la progresiva e incontenible depauperación de un hombre
próvidamente dotado para la plenitud; con las actitudes que asumió ante la
avalancha incontenible del fracaso; con el sereno epílogo de ese
afrontamiento, tan callado, íntimo y simple, que es a la vez desvaído y
sobrecogedor.

Porfirio Barba Jacob fue un poeta, todo lo demás fue en él tensión


vital para la realización de su vocación poética. Fue un poeta místico que
desde el valiente y desvergonzado desnudamiento de su alma de miserias puso
al descubierto el corazón torpe y vacilante del hombre, y en su final, sereno y
luminoso, profetizó el destino de los hombres valerosos, al ser acogidos desde
más allá de sí mismos.

Barba Jacob tenía la clara conciencia de ser un poeta, y nada más.


Él mismo se definió como
211

sombra y canción en la embriagante tierra

(Acuarimántima, p. 178).

Lo que ha quedado y durará de Barba Jacob, es su poesía que nos


permite llegar a su raro mundo de orgías y lamentaciones, sodomías y
embriagueces, alucinaciones y lascivias, misterio y nihilismo, paz y armonía.

Hoy podemos mirar y entender su obra por la fuerza poética que


envolvió sus desnudas confesiones, fruto de una pobreza extrema, que de no
dar algo de sí mismo, nada le permitiría dar. Él estaba consciente de ello: “Lo
que si no parece tener una explicación plausible y justa, es que mientras yo
realizaba el empeño de hacer surgir del hombre bestial el hombre espiritual,
se olvidase que soy un poeta, y que era absurdo exigirme que viviese como un
abogado con clientela rica, o como un almacenista, o como un ingeniero. Yo
vivía según mi propia ley” (Claves, p. 352)

Su prosa, viva, cadenciosa, rica de léxico, es una explicación lógica,


en tono poético menor, de lo que simbólicamente expresan sus poemas,
construidos según el criterio expuesto en el amplio prólogo a la edición de
Rosas Negras, en 1933: “Yo creo que las ligaduras del canto español no
están en las estrofas ni en las palabras, sino en nuestra esclavitud a las
relaciones lógicas. Nosotros enumeramos los principios del conocimiento,
pero no la afinidad, la virtualidad, el milagro de las melodías y de las ideas
melódicas... La poesía no es discurso sino.., poesía”. (PRN, p. 374)

La vida del poeta es la alucinante repetición de realidades


angustiosa y ferozmente encarnadas en él. Desde los primeros pasos de su
existencia se percibe lo que ha de ser su amargo e incierto discurrir por el
vasto mundo americano.

Su obra, a pesar del ensimismamiento y la inhibición del poeta,


tiene un hálito de desnuda y valerosa confesión, sin mentiras, ni adornos
deformadores o encubridores de una realidad torva y sañuda que como él
mismo lo dice, tiene “la capacidad de expresar justa, sobria y musicalmente
la pena humana”. (Interpretaciones, p. 334)
212

Antes de adentramos en su mundo interior, es preciso situar su


mundo poético y las exigencias interpretativas del mismo.

Barba Jacob se sitúa dentro de la generación que siguió al


movimiento modernista, por lo que su búsqueda estética es el empeño de dar a
la poesía un sentido y unos contenidos más autóctonos; él se definía como
“modelación del barro de América, quizá ese barro en su prístina tosquedad”
(Claves, p. 351); pugnaba por el surgimiento de un ideal cultural
genuinamente latinoamericano, basado en los valores espirituales, hacia la
promoción del hombre en la justicia, por el amor y la paz: “Nuestro ideal
hispanoamericano es el de una comunión con el destino continental para el
esfuerzo hondo y puro de la vida; el de una dilatación augusta del espíritu; el
de un ritmo humano nuevo; el de un nuevo coro de la más profunda tonalidad
que haya resonado en la historia.., esta alianza de la América Latina e
indígena, toda entre sí, pueblos y pueblos, será imperecedera porque la
estatuimos sobre el amor, por encima de los cañones, las montañas, y el
tiempo... Seremos artífices en el gran poema de la paz, la justicia y la
abundancia de la Tierra. ¡El amor habrá conquistado las murallas de
Acuarimántima!”. (PRN, pp. 381-382)

El poeta se sintió partícipe de los ideales de su generación


renovadora; creador, con ella, de un nuevo orden axiológico, moral, espiritual,
artístico, social: “Un hecho: un “puño cerrado”. Me tocó palpitar al unísono,
en el marco breve de las generaciones, con Lenin, con Einstein, con Spengler,
con Marañón, con Ouspensky, con Picasso, con Diego Rivera, con Stravinsky,
con Paul Valéry, con Mariano Bruli, con José Ortega y Gasset, con Rafael
Maya, con Federico García Lorca, con Jules Superville....” (Claves, p. 354).
“Yo creo... que la onda cordial de una nueva conciencia sólo puede venir de
las liras. Yo creo... que nuestras liras son llamadas a despertarla visión de la
patria futura, de la América hispana como representación de una nueva flor
étnica, de una nueva energía vital de asombroso poder creador y como
posibilidad de una concepción estética y una nueva manera de expresar el
sentido del Universo. Hacia esa cima quieren volar mis alas” (PRN, p. 380)

Era consciente de la necesidad artística de proseguir la labor


renovadora que había iniciado la generación anterior: “La lírica
hispanoamericana necesita dilatar el imperio de sus libertades. No es posible
dejarla en el lugar a donde la llevaron los maestros desaparecidos y sus
213

contemporáneos que declinan: Jorge Isaacs, precursor, José Asunción Silva,


Gutiérrez Nájera, Rubén, Salvador Díaz Mirón.... Es necesario ir más
adelante... Yo trabajo en es/e glorioso empeño” (PRN, p. 372) “ …luché por
trascender la retórica “modernista “, por volar libremente hacia la forma
pura, simple, de inagotable virtud germinal” (Claves, p. 353)

En este empeño de renovación y progreso estético, el poeta


construyó una poesía muy suya, tocada a la vez por el espíritu de renovación y
por un aire & delicioso arcaísmo, entre clásico y montañés. Dice el poeta: “mi
concepción del mundo, mi emoción, mi alarido, la robustez varonil de mi
alma en el dolor de la vida, de la dulce y trágica vida, tal como yo quería
expresarlos: con un acento personal lleno de dignidad, dando fulgencia a las
palabras, aliñando la música hasta sus últimos matices dentro de pautas un
poco arcaicas” (PRN, p. 371); “... Yo empiezo a buscar mi libertad poética
por la substitución de las relaciones melódicas a las relaciones lógicas, y por
el uso de la elipsis llevada a sus últimos límites.” (PRN, p. 374)

Pero más allá de estas precisiones sobre su actitud cultural y su


sentido de la expresión formal, es preciso señalar el universo poético de Barba
Jacob como un universo cualificado por el hechizo.

Para él, todo alarde técnico melódico es inane dentro de su mundo


poético, a no ser que de alguna manera esté insertado en el mundo del
hechizamiento: “...si uno no ha sido hechizado... Ya el hechizamiento sea
divino, como en San Juan de la Cruz, ya sea de tristeza de amor incurable,
como en Bécquer, ya sea luciferino y sonámbulo como en mí” (PRN, p. 375);
de ahí que su poesía sea “para hechizados... Hay que desentrañarla, no en la
complejidad de sus pensamientos sino en la complejidad de sus emociones.
Parece cerebralizada; no lo es. Yo soy hombre de tono profundo, y no
producto al por mayor de la Naturaleza” (PRN, p. 377)

Su obra está teñida de no pequeños elementos de carácter


simbolista; el empleo del color, por ejemplo, está al servicio de la
simbolización de realidades espirituales o estados de ánimo determinados; así,
el rojo del fuego, el vino y la sangre, son la encarnación de la alegría satánica,
la lascivia, la locura de la desesperación.
214

El amor en mi sangre se hacía llamaradas.

(Canción del día fugitivo, p. 246)

Reíd, danzad en báquica alegría


y haced brotar la sangre que embriaga el corazón.

(Balada de la loca alegría, p. 209)

Miré mi carne ansiosa y opulenta,


¡y en un rojizo resplandor ardía!

(La carne ardiente, p. 186)

Silbaban sus palabras como víboras


de fuego, llameantes, arrecidas,
y las sutiles lenguas de las víboras
destilaban dulzores homicidas.

(La dama de cabellos ardientes, p. 200)

El azul es la ternura, la paz, la bondad, la serenidad.

¡Es ya el Azul!, ¡es ya la paz de Dios!

(Canción de la soledad, p. 208)

Mi nebúlea, azulina Acuarimántima...

(Acuarimántima, p. 183)

La noche azul me cubre...


y nace mi bondad y va fluyendo....

(Virtud interior, p. 267)

Los seres que aparecen más frecuentemente en sus poemas, son


seres-símbolos que tienen en su poesía un significado concreto y bien
215

definido, tal como lo expresa en su artículo En la divina desnudez: “Yo hablo


en medio de los hombres, pero mis coloquios no los saben sino la luz, que es
mi novia; las rosas y las aves, que son mis amigas; la estrella, que es mi
hermana; el mar, que es mi padre” (p. 341) En otro lugar, habla de “la
estrella de la tarde, símbolo de la belleza” (Autobiografía, p. 325). La Dama
de cabellos ardientes, es el personaje-símbolo de su ardimiento lúbrico. En
fin, toda su poesía esta jalonada de elementos y personajes simbólicos.

El acercamiento a su obra es el acercamiento a una intuición apenas


balbuciente, pues el sólo al final de sus días fue capaz de captar una realidad
definitiva y total que diera paz a su alma escindida y golpeada por la iracundia
de la vida.

Hechas las anteriores aclaraciones sobre el sentido y la situación de


su obra, podemos emprender con él, la marcha de sus días, desde su niñez casi
expósita en la Angostura nativa, a través de su avanzar de pobreza en pobreza,
hasta llegar a la pobreza total que cierra su ciclo vital en un ocaso de serenidad
y plenitud humildes.

El itinerario vital de Barba Jacob empieza desde más allá de sí


mismo, desde los lejanos días en que él no era aún Miguel Ángel Osorio.

Heredero de una prosapia materna enfermiza, de la megalomanía de


las lejanas aristocracias del prócer Benítez, de los días de la Independencia,
que en su madre se hizo, en palabras del poeta, “Viejo orgullo algo ruin de
una mujer que descendía del prócer Benítez, había sido rica, y tañía su
guitarra como el sol tañe estrellas, y hallándose casada con un abogado poco
juicioso, hijo de esos campesinos del Tenche y el San Pablo, que después de
todo ni eran ricos como se creyó en la familia...” (PRN, p. 358), ya desde su
primera infancia, bajo el cuidado de su abuela materna Benedicta Parra
“mujer extraordinaria, que había pasado encendiendo antorchas de almas,
insinuando benevolencias en la desatada maldad de las cosas” (PRN, pp.
360- 361), Barba Jacob fue el heredero de los desvíos megalómanos de la
rama materna; un muchacho enigmático y raro a quien no podía entender la
abuela de los amores, tal como él mismo lo dice, al hablar de la muerte de la
anciana: “ya reposaba y … no tendría que descifrar, con sus cándidas
interpretaciones domésticas, los enigmas de este Miguel Ángel, el nieto de la
esperanza, tan raro y tan amante!” (PRN, p. 361)
216

Desde muy temprano se fue configurando en él una personalidad de


introversiones y soledades: “cierta inflexibilidad de mi carácter...,
repugnancia por el trato de personas..., alegría raudalosa en la soledad, la
timidez de mi don Juan bajo una resuelta conformación masculina” (PRN, p.
356)

Su niñez fue una niñez pobre y dulce, a la vez; una contradicción de


presencias y ausencias, de durezas y ternuras, de encanto y rigor, a las orillas
de los ríos del pueblecito angostureño, tan olvidado, tan feuchito, tan perdido
en esas soledades del nordeste de la “aspérrima Antioquia”. Su niñez
discurrió “entre el olor de aparejos de mula, tercios de maíz, ordeño de vacas
matinales, y encerrada vespertina de los terneros, el río que canta, el abuelo
que castiga iracundo, la leche cándida y dulcezuela, el coro de los sapos y las
melifluas rosas de María Santísima... Allá entre breñales, donde no hay más
doctos que la roza, la noche, el viento, la lluvia, los pájaros y los campesinos
que no saben sino una cartilla... y la civilización es dulzura sin inventos,
amoral prójimo sin automóviles, obras de misericordia sin locomotoras,
castidad sin cinematógrafo” (PRN, p. 356).

En carta a su paisano Francisco Mora Carrasquilla, Barba Jacob


valora así aquellos altos y aquella vida; “en nuestro medio angostureño nos
tocó vivir días de una paz perfecta, en un ambiente de verdadera civilización
cristiana, donde la felicidad posible en la vida no era una ilusión sino un
hecho. (p. 404)

La vivencia de las realidades vitales fue lenta y ordenada, como la


de todos los niños aldeanos; a través del recuento que él hace de los días y las
realidades de la niñez, no aparece ninguna realidad traumática y excesiva;
todo simple, todo mínimo y pobre, todo ordenado y humilde: “en mi
Antioquia Israelita … no había tampoco periódicos ni libros, ni conciertos, ni
bandas. Si acaso el Arco Iris de paz o Las tardes de la Granja..., si acaso las
revistas de los padres franciscanos..., si acaso la Moda Elegante ilustrada”
(PRN, p. 356), “una escuela donde se arremolinaban como ochenta niños,
amén de veinte grandezuelos en un salón sin ventanas” (PRN, p. 357) la
desviación del río nativo, el suicidio de don Evaristo, las amenazas y
melificaciones del cura, la música de las vihuelas y el armonium parroquial,
fueron el marco del existir infantil del poeta, en Angostura y Santa Rosa de
217

Osos. (PRN, p. 356, Claves, p. 349, carta a Francisco Mora, p. 406). Esa
niñez, dura y dulce, a la vez, como la de la mayoría de los niños aldeanos, fue
“una inocencia como cendal de albura sobre la chispa madre de mis futuros
incendios”, según las palabras del poeta. (PRN, p. 356)

La adolescencia y primera juventud fueron dolorosas, pero no


realmente traumáticas; al menos no debieron serlo, pues no hubo en ellas nada
realmente morboso. Fue a casa de sus padres en la lejana Bogotá y allí se
encontró con la dureza materna, “y no hubo paz en mi corazón Y no la hubo
en aquella familia estrambótica” (PRN, p. 358); siguió la guerra de los mil
días, en medio de “aquel no sé qué mío”, que, dice él, “provocaba sonrisas
benévolas” (PRN, p. 359); durante la guerra, los amoríos con la querida negra;
luego de la guerra, los amores platónicos con Teresa, enfrentado a la oposición
de la familia de la chica, fastidiada de la vida soñadora e incierta del
muchacho.

Definitivamente, algo más allá de él, una vocación más honda,


dirigía su destino, pues en su existencia no había nada anormal, ninguna
manifestación patológica, nada excesivo que destruyera su paz interior. Era un
hombre del común, en cuyo espíritu, al soplo de auras leves, empezaban a
formarse tempestades de pánico, en medio de una pobreza persistentemente
presente.

A fines de 1905, muere su abuela Benedicta Parra, y esa muerte es


para él como “un aletazo de la aventura”. (PRN, p. 361)

Parte de su tierra nativa, en la que siempre se ha movido, y se


pierde en la balumba incontrolable de las ideologías, de las necesidades
cotidianas, de las penurias, del vacío, del desarraigo, que cada día crecerán y
lo acompañarán hasta la muerte.

Al partir, sus “demonios terríficos parecían sujetos con blandas


cadenas” (PRN, p. 363); el mundo, desde el alborear de la adolescencia, ya no
era para él “un espectáculo, sino una granada, una brisa dulce y un joven
amigo hermano de mi novia”. (PRN, p. 357). Era un muchacho enamorado de
la pomposidad (PRN, p. 364), dueño de una fantasía exagerada, la
conservación de cuyo equilibrio sano fue una carga para sus viejos abuelos
(PRN, p. 356); su conducta rara hacía surgir dudas sobre “si iría a ser loco”
218

(PRN 357); adolecía de timidez en el trato social (PRN, p. 358); capacidad


casi congénita de percepción de las realidades como “motivos universales y
distantes” (PRN, p. 365); había crecido “arrecido por horribles
concupiscencias”, (Claves, p.350), surgidas en un hombre que era
“Intuitivamente, un hombre metafísico”. (Claves, p. 351)

Estaba preparado el palenque para la lucha contra el mal de un


hombre, convocado desde más allá de sí mismo, a la salvación por la
perdición.

Desde sus comienzos, la vida de Barba Jacob es una armónica


desarmonía, una luminiscente tiniebla interior, un avanzar valiente por
caminos tortuosos; un debatirse entre un angustiado mundo interior, torturado
por las tinieblas y por la luz misma.

Él es un testigo de la realidad del mal en lo más hondo del corazón


humano.

En medio de un errabundaje interminable a través del mundo de la


contingencia y la temporalidad, toda su vida es una búsqueda del sentido del
misterio.

En nuestra América, nadie, antes ni después de él, ha podido


testimoniar una desazón tan honda, tan viva, tan auténtica, de la presencia del
mal en la propia existencia; nadie ha tenido el valor de afrontar, con una
pertinacia tan grande, un mal tan grande en una soledad y una pobreza tan
definitivas y totales.

Barba Jacob es una fuerza vertida hacia el autoanálisis implacable y


casi estéril, desnudo de oropeles; enfrentado a su corazón vacilante, ciego a la
luz que le era dada, que no podía percibir y que no se fatigaba de buscar en
vano: “Los libros donde busqué soluciones me parecieron esquemáticos sin
fluidez y sin miel de ternura, o bien eran puramente místicos: resultaban más
allá del conflicto, fuera del espacio y de la causación. Además eran libros en
“europeo”, y yo soy modelación del barro de América, quizá ese barro en su
prístina tosquedad” (Claves, p. 351)
219

Adentramos en el mundo poético de Barba Jacob, es recorrer todo


un itinerario de enfrentamiento a las insidias del mal; es una aventura moral,
una tarea de “circunnavegación del mundo moral “. (Claves, p. 352); es un
enfrentarnos a la terquedad de la presencia del mal que cada vez cierra los
horizontes a la luz: “mis torturas... continuaban ahí, como un incendio que
devora sin extinguirse” (Claves, p. 350); y en contrapunto con ello,
encontramos la misteriosa fuerza del bien que va demoliendo, en una apenas
aparente confusión con el mal, para hacer surgir en la pobreza hecha humilde
acatamiento, la paz de la liberación.

La poesía de Barba Jacob nos va a mostrar la posibilidad de la


acción salvadora desde un universo cristiano, en un marco vital aparentemente
acristiano, guiado por criterios no cristianos. Nadie mejor que Barba Jacob,
puede ser en nuestra América testigo de la búsqueda de Dios, a través de la
lucha contra el mal, pues vivió comprometido “en la escabrosa batalla de las
experiencias vitales”. (Claves, p.353)

Vamos, guiados por su obra, a asistir al drama vital que desde sus
primeros años se fue concretando y llegó a hacerse tragedia. Vamos a
descubrir la coartada de la Gracia: la manera como Dios salva, contra todas las
posibilidades humanas, aún de espaldas al camino ordinario de salvación
liberadora.

Al entrar, ahora, en contacto con el mundo interior de Barba Jacob,


ha de ser lo primero señalar como su ámbito vital el Mundo del Misterio.

Al recorrer el mundo de Barba Jacob nos movemos constantemente


asediados por la presencia y la urgencia del misterio. No hay en l una sola
realidad que escape al sentido del misterio. Su poesía es una poesía de las
realidades temporales, convocadas, desde más allá de sí mismas, por el
misterio. Su mundo, es el mundo de

el misterio en que vivimos


la cotidiana y múltiple emoción...

(Canción ligera, p. 168)


220

En esta capacidad para captar la realidad del misterio, del más allá
del hombre, de la realidad que supera el inmediato entorno cotidiano del
existir, radica su tragedia, su lucha, el valor de su testimonio, pues quien no ha
podido percibir la posibilidad del misterio no puede ser hombre moral y por lo
mismo no puede sentirse capaz de salvación o perdición.

Hasta el final de sus días luché Barba Jacob por esclarecer los
contenidos de la realidad misteriosa de la existencia, en un vaivén angustioso
que iba de la dulce y exaltada aceptación, a una desesperada y angustiosa
incapacidad de comprensión de sus contenidos.

Su vida fue el presentir la inminencia de la realidad trascendente.


En el canto W de Acuarimántima habla de cómo

Turbaban mi conciencia en el precario vivir...


misterios presentidos.

(Acuarimántima, p. 177)

En uno de sus primeros poemas conocidos, habla de

el verso
postrimero, magnífico y cobarde
que despierta el misterio y la poesía
yo no sé si en el alma o en las cosas...

(La tristeza del camino, p. 308)

Para Barba Jacob, todo estaba ungido de misterio, de un algo real y


enigmático a la vez, que un día era fuerza halagadora y hechizante:

Soy esa sombra entre la red cautiva


de un fuerte halago en el misterio oculto.

(Tragedias en la Oscuridad, p. 322)

Otro día, misterio desdoblado en misterios más altos aún:


221

¡Soy esa sombra que cruzó el camino


en sangre tinta de lujuria ciega!

Soy esa sombra pávida, cautiva


de un gran misterio en el Misterio oculto.

(Acuarimántima, p. 178)

Otro más, enigma que corona la dicha y el valor:

Y ver, desde esta cima de ternura


y valeroso amor, en toda cosa
el Enigma, el Enigma inviolado.

(Acuarimántima, p. 181)

El borrascoso mundo de Barba Jacob, que alguna vez es intuición y


asomo al bien, a la paz a la alegría, es más comúnmente, mal, angustia y
horror en el que aparece, persistente, la presencia de un misterio monstruoso y
mudo, pero, al fin, misterio omnipresente.

Ya casi al final de Acuarimántima, ante el mar, signo de la plenitud,


luego de luchas, angustias y mal, habla el poeta de

Ráfagas de misterio...
Monstruos inconocidos...

(Acuarimántima, p. 180)

y agrega:

No se oye nada.
Silencio y bruma, soplos de lo arcano.

(Acuarimántima, p. 181)
222

Pero, ¿qué es el misterio para Barba Jacob? ¿Qué contenidos


encierra esa realidad misteriosa que él ve siempre presente y que lo acucia sin
descanso?

El no sabe decirlo a ciencia cierta. Esa fue precisamente la raíz de


su tragedia: su necesidad de entregarse al misterio, de esclarecer su sentido, ya
la vez su terca negativa a recibir algo desde fuera de sí mismo.

En su poema, Sabiduría dice:

Nada a las fuerzas próvidas demando,


pues mi propia virtud he comprendido.
Me basta oír el perennal ruido.
que en la concha marina está sonado. (Sabiduría, 241)

y en Acto de agradecimiento:

Sólo hay un bien preciso: poseer cabalmente,


por sobre todo engaño, nuestra sabiduría...

¡... poseo justamente


la riqueza inefable de mi sabiduría!
Si un rayo de los cielos viene a cegar mis ojos
dejándolos en sombra de repente,
¿qué ha de impetrar mi alma enajenada?
Fuera de esta visión que llevo ya conmigo,
¡Oh amor!, ¡no busco nada!,
¡ah ardor! ¡no quiero nada! (pp. 236-237)

Para él, un día, el misterio es la vida misma, y habla de:

El radiante misterio de la vida

(Retrato de un jovencito, p. 186)

Otro, es la ordenación perfecta que surge en el conjunto del


universo, desde más allá de él:
223

La Eterna Armonía

(Elegía de Septiembre, p. 191)

Otro, es la realidad que por la superación de los bajos anhelos del


corazón, da la paz:

donde duerme su exilio algún ignoto


anhelo pecador; donde se erige
la floración divina del misterio.

(La tristeza del camino, p. 309)

Muchas veces, como fruto de su egoísmo altivo que no quiere ser


iluminado de fuera, el misterio se convierte en una realidad atrabiliaria,
cuando no absurda, y Barba Jacob se pregunta:

De qué Divina mente formamos la ilusión?

(Canción sin motivo, p. 279)

o se rebela contra su realidad inextrincable, y habla de

…¡ la iracunda
vida que ante mis ojos se renueva,
germinal y cruel, Ciega y profunda;
madre de los mil partos y el misterio
que al barro humilla y a Psiquis subleva!

(Acuarimántima, p. 174)

o confiesa desilusionado:

un soplo frío
de lóbrego misterio he suscitado.

(Acuarimántima, p. 182)
224

con mis voces pávidas,


anuncio las cavernas del Enigma.

(Acuarimántima, P. 171)

y se pregunta:

…acaso el misterio culmina


en las graves montañas sonoras
que nutren el roble y la encina?

(Espíritu errante, p. 167)

Haciendo referencia a los dos polos de su personalidad


contradictoria, ya pervertida y encenagada en el mal, ya purificada por el ideal
del arte y la armonía, dice, en dos textos muy ilustrativos:

Después de los fenómenos de que fui a la vez víctima y espectador


en el palacio de la Nunciatura... no me está permitido cerrar la puerta de mi
poesía ni de mi tragicomedia a los hálitos del misterio (PRN, p. 385).

…Maín no ha vuelto en actitud de rencorosa oposición al misterio


de ese mundo, sino penetrado por el misterio. Descubrió el sentido de la
Armonía. (¡Oh profunda, oh abscóndita Armonía!)

(Claves, p. 352).

El vagar del poeta por el mundo del misterio es la causa de su


capacidad de satanismo y reverenda; allí se asienta su sentido de la salvación y
de la perdición del hombre; allí está el punto de partida de la ignorada, pero
cierta y válida comunión suya con el mundo cristiano, que es el mundo del
“misterio oculto desde todos los siglos en Dios creador”. (Efesios 3,9)

Aunque su búsqueda del misterio fue errática, informe, ajena a un


ámbito explícitamente sobrenatural; sin embargo permanece válido su sentido
de afincamiento en una realidad ultrasensible, persistente siempre más allá de
la contingencia y la temporalidad fugaz, que emparenta su perspectiva vital,
sacudida por la inquietud del misterio, con aquello del cristianismo: “una
225

sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los


siglos para nuestra gloria; que no conoció ninguno de los príncipes de este
siglo”. (1 Corintios 2,7 ss)

Hasta el final, ya de espaldas a los quehaceres de “los príncipes de


este mundo”, en los que tantas veces se vio envuelto, Barba Jacob hallé el
sentido pleno del misterio, entre el cual vagó siempre y no pudo esclarecer del
todo, entenebrecido por la tentación de la gloriola terrestre.

Barba Jacob, el paupérrimo, fue un hombre excelentemente dotado


para la santidad humilde; por eso, a pesar de todas sus liviandades y flaquezas,
no fue nunca expulsado del mundo del misterio, que es su primer vínculo con
el mundo espiritual cristiano.

Consecuencia de su comunión con el misterio, fue su sentido de la


angustia, que en las simas de su decaimiento moral, tiene un carácter sagrado.

El universo en que se mueve Barba Jacob, es un efluvio de secretas


e incomprensibles realidades misteriosas, que lo tiñen de sacralidad.

El espíritu humano puede inquirir

De todas las cosas la esencia sagrada

(Espíritu errante, p. 167)

Todo es sagrado, en su mundo:

La Sagrada emoción de la noche serena

(El corazón rebosante, p. 169)

miré en redor la inmensidad sagrada

(Ante el Mar, p. 280)

El ser sagrado de las cosas, está teñido de piedad y amor:


226

¡Oh, que gran corazón el-corazón del campo


en esta noche azul y pura y reverente,
todo lleno de amor y de piedad sagrada
y fuerza suficiente!

(Nocturno, p. 266)

El hombre se nutre del acontecer sagrado que es el existir seres.


Habla de:

…la emoción que me darán los hálitos


del bosque, santamente,
y el éxtasis divino del silencio
debajo de los árboles....

(Virtud Interior, p. 267)

La fuerza de lo sagrado que llena los seres, llega también hasta el


corazón del hombre, se manifiesta en él, y lo nutre:

¿Qué es poesía?
El pensamiento divino
hecho melodía humana....

(Canción de la Alegría, p. 254)

Yo tuve un pensamiento de inspiración divina,


seguro como un monte y arduo como un amor;
encerraba el misterio de la concha marina,
del vuelo de las águilas, del ritmo y de la flor.
A su encendida lumbre - rubí, zafiro, día
celeste - iban las múltiples fuerzas del Bien y el Mal
- palomas y milanos - con rumbo a la Armonía,
y todo se nutría de ciencia divinal.

(El pensamiento perdido, p. 195)


227

Pero como aconteció a Barba Jacob ante la realidad del misterio,


también ante la realidad sacral, manifestación de aquel, acaba inquiriendo, sin
una respuesta definitiva, qué voz, qué influjo místico, es el que resuena en esta
manifestación sagrada que ilumina, fortalece y consuela el corazón del
hombre:

¿Qué voz suave, qué ansiedad divina


tiene en nuestra ansiedad su resonancia?
¿Qué mística influencia
vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante?

(La Estrella de la Tarde, p. 184)

El doble y fallido intento de hallar en el misterio y en la realidad


sagrada de las cosas, un sentido claro, definido, pacificador, nos da la pauta
para averiguar el por qué de esa frustración, y para llegar hasta el mundo del
mal, del que él, mejor que nadie, puede dar válido testimonio entre nosotros.

La vida de Barba Jacob, es un afrontamiento del mal en toda su


gama, en todo su poderío, en todo su alucinante poder de esclavitud y tiniebla.

El poeta nos llevará, a través de su obra, por los círculos infernales


de la ceguera y el errabundaje del mal.

Lo primero que podemos señalar, consignado iterativamente en su


obra, es la condición de ambivalencia del hombre, escindido, e impotente ante
la elección entre el bien y el mal. Dice así, en un fragmento de su poema El
son del viento:

…mi corazón buscaba ex ámbito


la luz, el amor, la verdad.

Mis pies se hincaban en el suelo


cual pezuña de Lucifer,
y algo en mí tendía el vuelo
por la niebla, hacia el rosicler....

(El son del viento, p. 204)


228

La ambivalencia de su condición de hombre en situación de mal,


con anterioridad a cualquier acontecer fenoménico, sin que el origen de tal
hecho aparezca claro, está enraizada en lo más radical de su existencia:

Por quién sabe qué sinos de la hondura,


o acaso por qué númenes divinos,
al cantar las alondras a Eva pura
oí el cantar, y confundí los trinos.

Y fueme el día gárrulo mancebo


de íntima albura, y ojiazul, y tibio,
y fueme el viento
y el mar ambiguo...

El amor en mi sangre se hacía llamaradas.

(Canción del día fugitivo, p. 246)

Como vertiente tributaria del ancho río del mal, su condición


humana se hace contradicción viva entre el anhelo del bien y la garra
aterradora del mal que frustra los anhelos de virtud:

Yo soy aquel viajero transitorio,


sombra no más en la florida tierra,
deje sediento y de virtud avaro.

(Tragedias en la oscuridad, p. 322)

La fuerza, crecida y creciente del mal, no sólo frustra sino que


desvirtúa y convierte la incipiente fuerza del bien, en fuerza del mal:

Agrias tormentas - agrias como erizada roca –


entre la mente obscura y el ciego corazón;
plegaria que te vuelves, al brotar de la boca,
iracunda blasfemia o ardiente maldición;
229

enfermedad sagrada que busca lo Absoluto


en nuestro ser efímero, y no lo puede hallar.

(El pensamiento perdido, p. 196)

En la vida de Barba Jacob, la carne de lascivia es raíz y centro focal


de la presencia del mal; por todas sus páginas aparece adueñada de su débil
corazón, hasta hacerse una sola cosa con su ser mismo:

Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:


yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...

(Acuarimántima, p. 172)

Hace estéril la lucha, y desvirtúa el sentido de todo el empeño hacia


la purificación liberadora, convirtiendo el quehacer en una tarea yana e
infecunda:

...mi esfuerzo vano - estéril mI pasión –


soy un perdido - soy un marihuana, –
una bacante loca y un sátiro afrentoso
conjuntan en mi sangre su frenesí amoroso.

(Balada de la loca alegría, p. 208)

Como en Sodoma un día,


nuestro día es para el goce estéril;
y tu tienes ¡oh Iamma! ¡oh carne mía!
toda la melodía del instante
en la blancura azul de su semblante.

(Canción del día fugitivo, p. 245)

Más aún, concentra la fuerza del hombre en un esfuerzo de inútil


exacerbación:
230

Soy una fuerza exacerbada;


y soy un clamor del abismo.
Entre los coros estelares
oigo algo mío disonar...
y moviendo a las normas guerra,
fui Eva.... y fui Adán.

(El son del viento, p. 203)

Nosotros somos los delirantes,


los delirantes de la pasión:
ved nuestras vagas huellas errantes,
y en nuestras manos febricitantes
rojas piltrafas de corazón.

(Canción Delirante, p. 277)

Bien sé qué....
hay en las orgías un grito de pavura
tras la sensualidad del goce juvenil

(Canción de la hora feliz, p. 225)

Barba Jacob, maestro de la introspección, analiza sutil y


hondamente su situación de seducido del mal, y señala una realidad más de la
acción del mal, encamado en su lascivia: La pérdida de la armonía esencial de
la existencia:

¡Solo yo pierdo la inefable esencia


de la vida inocente, porque crío
tu gusano letal, Concupiscencia!

(Pecado Original, p. 238)

lo que lo lleva a buscar, en desposeimiento vencido, un sustituto de


la libertad, en la impudicia:
231

Y dejo que mi carne, ruin loba


de lúgubres anhelos arrecida,
se me abandone al logro del deleite,
desnuda en la impudicia de la vida.

(Acuarimántima, p. 178)

para llegar a crear una especie de infierno gozoso, en el que la


punición es el sustituto de la dicha auténtica, sordo e incapaz el hombre, de oír
el llamado que se le hace desde más allá de sí mismo:

Con pavor mi carne ruge sus locuras.


Mi alma en ese rugir va.

De tantos rugidos en noches obscuras


no oigo nada... nada... Tralarí lará...
Y me abraso en llamas de lúgubre anhelo,
en una gozosa desesperación.

Más un día... ¡un día llegaré hasta el cielo


con las llamaradas de mi corazón!

(Segunda canción delirante, p. 279)

Este alucinante mundo de desarraigo, inutilidad, desesperación,


rabia, acaba por tomar los caracteres de la única realidad válida y auténtica,
convirtiendo la existencia en un errabundaje sin horizontes, circuido por un
dolor constante, expresado en innumerables páginas suyas:

…La dama misteriosa


de los cabellos de fulgor
viene y en mí su mano posa
y me Infunde un fatal amor.

Y lo demás de mi vida
no es sino aquel amor fatal,
con una que otra lámpara encendida
ante el ara del ideal.
232

Y errar, errar, errar a solas,


la luz de Saturno en mi sien,
roto mástil sobre las olas
en vaivén.

(El son del viento, p. 205)

Arde la pura rosa, sueña la linfa pura,


¡oh carne!, y tú destilas el pecado
y... y...

(Acuarimántima, p. 181)

Y por toda verdad, saber ahora


que brilla el mar, que el monte se estremece,...

Que fui por los instintos inmolado


ante el ara de un dios...

(Acuarimántima, p. 182)

En Futuro, hablando de sí mismo, dice:

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;...

un gran dolor incógnito vibraba por su acento

(Futuro, p. 224)

En Acuarimántima afirma:

Yo soy Maín, el héroe del poema


que vio, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.

(Acuarimántima, p. 170)
233

y más adelante, en el mismo poema, agrega:

Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas...

En mis siete dolores primarios se resume,


como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.

(Acuarimántima, p. 171)

Sin embargo, no es el errabundaje y el dolor lo que encierra la gran


tragedia del mal en el corazón del hombre, que movido por el dolor, como el
mismo poeta lo señala, puede hacer surgir de sus tinieblas un rayo de luz:

haré brillar, ebrio del dolor puro,


una gota de luz del corazón del monte.

(Acuarimántima, p. 171)

El mal tiene un radio de acción tan profundo y destructor, que lleva


a la parálisis de la actividad y al surgimiento de una especie de idiotizado
conformismo que no busca más que el olvido en el turbión de las pasiones
desatadas, generadoras de una especie de mística del mal:

Fui rosa negra de mil rosas rojas


del vicio en las ocultas floraciones....

(Acuarimántima, p. 180)

Mi pena errante con mi vino loco


en el turbión del vicio la sepulto.
Soy huésped de garitos y tabernas.
Disputo al “puede ser” un pan ingrato;
y dejo que mi carne, ruin loba,
de lúgubres anhelos arrecida,
se me abandone al logro del deleite,
desnuda en la impudicia de la vida.
234

Entúrbiase la clara inteligencia.


La idea afluye en nieblas ondulantes.
Es el goce monótona frecuencia:
igual en el deliquio y el suspiro.

(Acuarimántima, p. 178)

Más allá de la vertiente de la alienación, aparece la pérdida del


sentido de los valores, que conlleva el naufragio del espíritu en un manido
quehacer intonso que no explica nada:

Goza tu instante goza tu locura:


todo se ciñe al ritmo del amor,
y son sólo fantasmas de la vida
el bien y el mal, la sombra y el fulgor.

(Primera canción delirante, p. 297)

Sólo un saber escondo claro y justo;


llévole como antorcha y como daga
en medio del cerrado laberinto;
en su vasta amplitud mi fe naufraga
y hallo en su anchura incómodo recinto.

(Acuarimántima, p. 173)

En sus estadios más avanzados, surge del mal una visión


distorsionada de la realidad vital, que aparece entonces como algo torvo,
amenazante, violento y absurdo por sí mismo:

¡Oh menguado saber de la iracunda


vida que ante mis ojos se renueva,
germinal y cruel, ciega y profunda!

(Acuarimántima, p. 174)

El sinsentido del mal llega, por fin, a un mutismo que no responde


nada y amenaza la fibra íntima del ser:
235

Quién sabe en la noche que incuba las formas


de adusto silencio cubiertas,
qué brazo nos mueve qué estrella nos guía?

(Espíritu errante, p. 167)

“Ser yo “, - “no ser”-, en sucesión alterna

(Acuarimántima, p. 177)

¡Nadie supo en la tierra sombría


mi dolor, mi temblor, mi pavura!

He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,


y voy al olvido...

(Elegía de Septiembre, pp. 19 1-192)

En su poema, Oh Noche, logra Barba Jacob una síntesis afortunada


de los destrozos del mal en la intimidad del hombre:

Mi mal es ira tientas con alma enardecida,


ciego sin lazarillo bajo el azul de enero;
mi pena, estar a solas errante en el sendero;
y el peor de mis daños, no comprender la vida.

Mi mal es ir a ciegas, a solas con mi historia,


hallarme aquí sintiendo la luz que me tortura
y que este corazón es brasa transitoria
que arde en la noche pura.

Y venir sin saberlo, tal vez de algún oriente


que el alma en su ceguera vio como un espejismo,
y en ansias de la cumbre que dora un sol fulgente
ir con fatales pasos hacia el fatal abismo.
236

(¡Oh noche del camino, vasta y sola,


en medio de la muerte y del amor!)

(Oh Noche, p. 166)

Como sima del mal, el nihilismo, la deificación de la nada, la


percepción de todas las cosas como un camino hacia la extinción total.
Dentro de ese mundo de la nada aniquiladora, grados diversos, cada vez más
hondos y totales.

En su poema, El verso innumerable, señala Barba Jacob su


experiencia de la incapacidad para entender el sentido de las voces latentes en
toda realidad:

Oigo, cual si brotaran de lúgubre cisterna,


vocablos inarmónicos, llamamientos vivaces
a que nadie responde, y epítetos procaces
como rojizos lampos de la pasión interna...
Y no comprendo nada. Golpean en mi oído
palabras errabundas - “rumores sin sentido
de atropelladas olas en túrbida marea “-.

Y el corazón demanda, desde su cárcel roja,


un inspirado intérprete que el tumulto recoja
y dé a las voces múltiples un ritmo y una idea...”

(El verso innumerable, p. 187)

La vanidad del acontecer diario, aun la de los deleites de la


embriaguez alienante, va tomando cuerpo ante la incomprensibilidad de la
realidad circundante:

…La hembra en la umbría


a mi voluntad soberana...

¡Alma mía, qué cosa tan vana!

.y, contra la Muerte, coros de alegría...


237

Flautista del Norte, la orgía pagana,


pavor en la orgía...

¡Alma mía, qué cosa tan yana!



¡Alma mía, alma mía, alma mía, qué cosa tan vana!

(Canción de la soledad, pp. 207-208)

El sentido de la inanidad, que crece despertado por la presencia


demoledora del mal, invade luego el mundo de los valores estéticos, que
fueron para Barba Jacob el centro de su más alta idealidad. En la Balada de la
loca alegría, habla de:

la triste vanidad del verso

(Balada de la loca alegría, p. 210);

en otro lugar afirma:

Mi egregia Musa, de hieles abrevada,


en noches sin aurora y en llantos de agonía
por el fatal destino de dioses engañada,
ya no creerá en nada... ni aún en la Poesía...

(Canción de la hora feliz, p. 225);

y en otro lugar, más:

¡Es ya el azul 1 ¡es ya la paz de Dios!

y empieza afluir, extrahumana,


la suprema, inmortal Alegría...
¡Alma mía, alma mía, alma mía,
qué cosa tan vana!

(Canción de la soledad, p. 208)


238

Finalmente, en sus momentos más dramáticos, la inanidad de todas


las cosas acaba por convertirse en un cotidiano y total mirar al mundo como
un positivo engaño, que hace surgir en el fondo del espíritu una desbordada
catarata de rabia y hasTio:

Nada sabemos hoy, hermano mío.

Nunca sabremos nada...

Hermano mío, en la inquietud constante, nunca sabremos nada...

Todo inquirir fracasa en el vacío,...


Toda pregunta vuelve a nosotros trémula y fallida...

(La estrella de la tarde, p. 183)

En nada creo, en nada... Como noche iracunda


llena del huracán, así es mi “Nada”.
En su fuente profunda
mi estirpe fue de hieles abrevada.

Solloza en mi razón un soplo frío


¡Qué antiguo brío hiela en la inacción!
¡Desprecio de mi mismo: estoy llagado!
¡Desprecio de mi mismo: has gangrenado
mi corazón!

Ni un albo amor, ni un odio me estremece,


forma ciega en negrura ilimitada;
y a ritmo y ritmo el corazón parece
decir muriendo: “Nada... Nada...”

(La Reina, p. 221)

Un odio. Un grito. Nada. Nada.


¡Oh desprecio, oh rencor, oh furia, oh rabia!

(El Espejo, p. 273)


239

El nihilismo total, que de crecida en crecida lo ha cubierto todo,


acaba por ser la instalación del absurdo en el propio existir que se convierte en
una acción sin objetivos y sin fines:

vano ejercicio de la vida

(Los desposados de la muerte, p. 201)

¡Nada, nada por siempre! Y merecía


mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la Ley, y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, oh alma mía!”

(Acuarimántima, p. 173)

Toda inquietud es yana; la desazón soporta


me está diciendo a voces un amigo interior –

(Nocturno, p. 266)

La muerte misma, deseada con desesperación rabiosa, es una


anodina razón sin contenidos:

Qué yana es la vida, que inútil mi impulso,


y el verdor edénico, y el azul abril...
¡Oh sórdido guía del viaje nocturno!:
¡ Yo quiero morir!

(Soberbia, p. 238)

“Cuando me muera, dadme a lo menos un pensamiento,


y atad mis manos con el cordaje de mi laúd...
Que el nudo sea muy apretado,
porque a la Muerte se rinde fiero
y rencoroso mi corazón.
¡El drama ha sido un drama horrible, ruin y frustrado!
240

¡Buena partida que me han jugado!


Yo creía que esto tenía significado
con la maraña y el embeleco de la ilusión...

(En la muerte del poeta, p. 220)

Barba Jacob es un testigo de excepción sobre la realidad


aniquiladora del mal, pues como hemos visto a través de estas páginas, el mal
se abatió sobre él, se entronizó en el centro mismo de su existir, y fue
creciendo, creciendo, hasta convertirse en absurdo y nihilismo.

Él fue un testigo de la ruina del mal en el corazón humano, más allá


de todo moralismo convencional.

La gran lección que dejan sus páginas es la realidad existencial del


mal, al margen de todo alarde conceptual o especulativo. Al contacto con su
cotidianidad, se tiene una impresión nítida e indeleble de que más allá del
hombre, pero presente en su propio corazón, hay una fuerza que destruye hasta
aniquilar y que hace de la nada una realidad más viva que la realidad misma.

La poesía desesperada y amarga de Barba Jacob, está escrita, según


el juicio de sus admiradores, que él recoge en alguna página suya, “como bajo
el influjo de una embriaguez diabólica”. (Autobiografía, p. 325)

En varios pasajes de su obra, habla Barba Jacob del satanismo


inherente a su obra. En Acuarimántima dice:

Huella la flor azul pata lasciva


de cabrón negro, y el divino himnario
sella Satán con sellos de su culto.

(Acuarimántima, p. 178)

En su prólogo a Rosas Negras, hablando de la muerte de su abuela


Benedicta, se duele de no poderle componer una canción “en cuyas estrofas
no vibrara el rugido de Satanás”. (PRN, p. 361)
241

En los trozos autobiográficos de Diadema, habla de cómo “en la


tremenda actitud de la Musa se podría ensayar una mística de Satán.”
(Autobiografía, p. 325)

En Interpretaciones, señala: “Mis poemas diabólicos, que sólo son


para hechizados, nacieron en el Palacio de la Nunciatura de nuestra bella e
ilustre México, en medio de muy oscuros fenómenos” (Interpretaciones, p.
335), y relata hechos acaecidos ante testigos y teñidos de una realidad
paranormal y diabólica.

Barba Jacob, es, pues, un testigo válido de la realidad operativa del


mal, en el marco de la existencialidad humana; él sabe que hay una fuerza más
allá del hombre, que hace surgir en el hombre una alegría triste, una
desesperación exaltada, un nihilismo baldío, un goce inútil, una desesperación
alegre, una concatenación de contradicciones vitales, que al fin llevan al
mutismo de la nada.

Como los posesos de que habla la revelación cristiana, Barba Jacob


es opreso de una fuerza desmedida que hace con él lo que desea, y de la que
dama inútilmente por ser liberado a través de una muerte también inútil y
yana.

En el universo espiritual y moral de Barba Jacob, la libertad no es


más que una palabra; una sublimación de frustraciones y debilidades, a través
del mundo de la belleza artística; una rebeldía sin caminos claros ni definidos.
Barba Jacob, vivió siempre bajo el yugo de su condición contradicha y
anómala.

A pesar de su valentía política que lo llevó a desafiar tiranos, en el


violento medio social centroamericano de la primera mitad del siglo XX; a
enfrentarse valerosamente a grandes y poderosas fuerzas de opinión política,
desde las páginas de la prensa mejicana; a luchar (como ya vimos) por la
construcción de un nuevo ideal estético literario en América, sin embargo, no
hay en sus obras un verdadero ardimiento por la conquista de su libertad
interior; es más, la palabra libertad casi no aparece en sus páginas. Él,
despectivo ante el poder de la ley, los legisladores y las instituciones sociales,
de quienes dice sardónicamente: “¡Pugna heroica! litada sin dioses, la de
aquél que ha deformarse y existir... con la generosa ayuda de Nadie, para que
242

después lo exploten políticos y arribistas, lo expulsen los gobiernos de tres


países, y quieran circunscribirlo en nombre de leyes morales en que aún no
cree, tiranos a quienes desprecia, cenáculos de donde no ha de salir ninguna
revolución, partidos que van a reventar de mezquinas concupiscencias”.
(Claves, p. 350), vivió ominosamente sometido a la ley misteriosa del mal;
incapaz de una lograda y genuina libertad que unificara su mundo interior;
siempre refugiado en el mundo del arte en el que creía encontrar su plenitud y
su libertad, cuando no era más que el medio para expresar sus dolores y
angustias, sin llegar a liberarse realmente de las causas íntimas y radicales de
su ominosa sujeción al mal.

En sus obras, prácticamente todas las alusiones o menciones


directas de la libertad, dicen siempre relación a su tarea literaria: En el prólogo
a Rosas Negras, tantas veces citado aquí, dice hablando de su obra: “Puedo
reivindicar.., como virtud muy mía, pues la logro por el esfuerzo, la de la
libertad” (p. 371) “Mi desatada libertad.., yo me la tomo ya mime sirve para
escribir como me da la gana” (p. 365); en el mismo prólogo, aludiendo a unas
palabras de Arévalo Martínez afirma: “Maín Ximénez no se redimió al fin por
una mujer, como tu me decías, mi amigo de Guatemala, sino por la virtud del
canto!”. (p. 370)

Barba Jacob vivió siempre orbitario de su propio yo, bajo el poder


absoluto de la angustia: “al angustiado, ¿qué le importa sino su angustia?
Esto es: ¿qué le importa sino su YO?”. (Claves, p. 352)

Su conflicto permaneció sin resolución porque él se empeñó en


realizar el drama de enfrentarse solo, absolutamente solo, a la oleada incesante
de el mal; apenas al final, pudo desatar este vagar inconducente de la
orbitación del propio yo.

En resumen, Barba Jacob es un testigo de todo el proceso


del mal en el corazón del hombre.

Su testimonio corresponde fielmente al testimonio cristiano sobre la


acción del mal.
243

El análisis de la acción del mal, que el poeta deja claramente


delineada a través de sus páginas, y que puede resumirse en el texto, ya citado,
de su poema Pecado Original:

¡sólo yo pierdo la inefable esencia


de la vida inocente, porque crío
tu gusano letal, Concupiscencia.

(Pecado Original, p. 238)

es el testimonio cristiano sobre la realidad del mal: “No hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo
quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí. Por consiguiente tengo en mí
esta ley: que queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega...

¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de miseria ?“


(Carta a los Romanos 7, 15 ss)

La posición cristiana ante la situación dividida del espíritu humano,


es lo que a cada paso testimonia Barba Jacob: “de fe sediento y de virtud
avaro”. (Tragedias en la oscuridad, p. 322)

La poesía y la vida de Barba Jacob testimonian que él es un hombre


transido de bellos anhelos y nobles ideales, y a la vez, sacudido por la zarpa
del mal; pero, siempre, misteriosamente, llamado desde más allá de sí mismo,
viva en él la fuerza para la lucha: a la par que la depauperación negativa del
mal que lleva al nihilismo, va surgiendo en su vida un empobrecimiento
positivo que es alba de serenidades, fuente de paz, vacío del propio yo, donde
podrá actuar el espíritu liberador.

En contrapunto con la interminable presencia del mal, que hemos


analizado pormenorizadamente, aparece en sus obras una constante
manifestación del bien, un anhelo vivo de virtud y plenitud.

En Elegía de Septiembre, Barba Jacob consigna este hecho:

a pesar de la fúnebre Muerte y la sombra y la nada,


yo tuve el ensueño. (Elegía de Septiembre, p. 191)
244

En su vida permaneció siempre vivo el deseo de algo que fuera


norma, y le permitiera unirse a una realidad existente más allá de sí mismo:

¡Oh sed insaciable del alma que busca las normas!

(Espíritu errante, p. 167)

¡Azúleos montes! ¡Albas serenas! ¡Luceros mudos!


Dadme el secreto que parecía que se escondía
en vuestras formas, luceros mudos, celajes mudos:
la ley profunda que parecía que os envolvía....

¡Algo que sacie! Ráfagas lúgubres


baten el alma, raen la carne;
tormentas sordas de mares lóbregos
rasgan las velas de mi razón.
¡Algo que sea ley y destino!
Algo para este anhelo divino
que va en la onda desesperada de mi canción...

(En la muerte del poeta, p. 219)

Y yo discurro en paz, y solamente pienso


en la virtud sencilla que mi razón impetra.

(El corazón rebosante, p. 169)

Oigo el grito del mar que me penetra,


y ansia de paz perenne me extenúa.

(Acuarimántima, p. 180)

A lo largo de su poema Acuarimántima, el más trabajado de todos


los suyos, hay una concatenación de manifestaciones vigorosas de su anhelo
de bien. En el canto segundo, dice:
245

Así mi impulso al aura de la vida,


y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne en un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡Oh carne, es hora ya del don Eucarístico!

(Acuarimántima, p. 172)

en el mismo canto, agrega más adelante:

¿Y esta inquietud, y este ímpetu anhelante


hacia una ley o una verdad suprema?

(Acuarimántima, p. 172)

En el canto cuarto habla de Acuarimántima, la ciudad ideal que


encierra en sí los más grandes ideales de la vida y la lucha del poeta:

Fulgía en mi ilusión Acuarimántima.


Ciudad de bien, fastuosa, legendaria,
ciudad de amor y esfuerzo y ufanía
y de meditación y de plegaria;
una ciudad azúlea, egregia, fuerte,
una Jerusalén de poesía.
Y como los cruzados medioevales,
ceñime al torso fúlgida coraza
y fuime en pos de la ciudad cautiva,
burlando la guadaña de la Muerte
y a la fortuna a mi querer esquiva.

(Acuarimántima, pp. 175-176)

y en el canto IX, al concluir ya el poema, dice:

¡Armonía! ¡Armonía!

Y el anda suelte a místicas regiones,


no humano ya ni desear: divino
246

mi poseer...

y fulgura, real, tras el velo de mis lágrimas,


erigida por mi dolor con el mármol de mi poesía
- ¡y mía!, ¡mía!, ¡mía! -
mi nebúlea, azulina Acuarimántima....

(Acuarimántima, p. 183)

Es un hecho conmovedor el modo como Barba Jacob vive la


duplicidad de su condición dañada por la presencia del mal y la persistencia de
sus anhelos de bien y de paz y de inmolación y de amor y de plegaria,
subsistentes, a la par, con su desesperanza y su amargura.

En su Canto a Barranquilla, afirma claramente esta dicotomía


angustiosa:

…esta levadura de amor y de odio


con que amaso mi pan de esperanza

(Canto a Barranquilla, p. 262)

persisten siempre en él

la fe del mal y la virtud del culto

(Tragedias en la oscuridad, p. 322)

vive en la angustia de

un anhelo que no lo coima nada

(La infanta de las maravillas, p. 241)

y aunque, como lo expresa en La Parábola de los viajeros, buscaba:

...la luz, el buen camino (p. 271)


247

volvía a decirse con desaliento:

enfermedad sagrada que busca lo Absoluto


en nuestro ser efímero, y no lo puede hallar

(El pensamiento perdido, p. 196)

Algo queda del hombre antiguo


que hubo en mi,
tan cercano,
tan lejano,
algo queda del hombre antiguo...

(Imágenes 257)

¡Cómo marcarte un término entre el laurel y el vino,


si yo mismo no encuentro mi estrella y mi camino!

y tengo la recóndita tristeza inenarrable


de aquél que entra en la muerte sin conocer la vida.

(La hora cobarde, p. 286)

Barba Jacob presintió siempre la realidad de una presencia


misteriosa que sustentaba su bien, su virtud y su esperanza, desde más allá de
sí mismo.

No fue capaz de darse razón clara de ello, no pudo decir a ciencia


cierta qué era ese algo, quién era ese alguien que estaba más allá, sustentando,
manteniendo viva su fuerza pugnaz y su entereza moral, a pesar de todo el
ludibrio y toda la miseria que se asilaba en su corazón rebelde y egocéntrico,
pródigo y turbulento.

Él, como San Pablo, (una vez más es preciso insistir en que este
estudio es el empeño por descubrir un testigo válido, habitante de un mundo
regido por criterios no cristianos en apariencia, de la manifestación real del
proceso vital cristiano), es testigo, de cómo “cuando soy débil, entonces soy
248

fuerte” (2 Cor 12,10); de cómo “la virtud se fortalece en la debilidad”. (2 Cor


12,9).

A cada paso, Barba Jacob está cuestionado por el misterio de la


supervivencia de su virtud interior, en medio de su inmenso daño:

Yo... ¿como te diría mi propio pensamiento,


si mi propia virtud de llama pura
no sé por qué persiste ni cómo la sustento...

(La hora cobarde, p. 286)

los dioses me han dado un regalo divino:


la ardiente esperanza.

(Elegía de Septiembre, p. 191)

Aunque atenazado por su propia miseria íntima, lejano y duro, sin


una cálida voz de llamado a nadie para que permaneciera en su vida, Barba
Jacob mantuvo siempre latente y manifiesto a cada paso, un poderoso anhelo
de justicia y amor. En uno de sus poemas exclama:

¡Oh paz de Cristo, fraternal aurora


en que del cielo del Amor descienda
justicia al mundo que justicia implora!

(El triunfo de la vida, p. 235)

y en su Prólogo a Rosas Negras, señala así los ideales de su


generación literaria: “He aquí lo que quiere nuestra generación literaria... Un
bardo que acoja hoy la tristeza desesperada de los humildes, que están locos
de rabia y amenazan el eje diamantino de esta sociedad inicua... un bardo
que comprenda la justicia de la ira social” (PRN, p.373)

Barba Jacob fue un hombre inmensamente valeroso, que no se


rindió nunca ante la miseria que lo circuía y lo penetraba hasta sus fibras más
íntimas. Misteriosamente, nunca en su vida se apagaron el amor al ideal y el
249

valor para luchar por él; más allá de sus debilidades y angustias, la vida fue
siempre para él lo que expresa uno de sus poemas:

La vida es esto: un acto supremo, simple, puro,


una emoción, un ímpetu y un ansia de ideal;
fantasmas que su sombra dibujan sobre el muro;
ensueños que florecen, valor, amor leal.

(El collar desatado, p. 189)

A pesar del pesimismo que el mal engendró en su corazón, fue


siempre llamado a una búsqueda sin desfallecimientos:

Yo soy Maín, el héroe del poema,


que vio desde los círculos del día
lúgubre y pavoroso el Universo.

Y sé que aún mi corazón es puro


como el sagrado corazón de un monte;
y a pesar de la sombra y de la nada,
voy a buscar en medio de mi daño
una calle de luz abierta al horizonte...

(Tragedias en la obscuridad, p. 320)

Este enfrentamiento entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal;
este vaivén entre el bien y el mal; este reflujo de la miseria a la iluminación,
fue un perderse constante, para ser constantemente rescatado. Estremece
seguir este peregrinar de ascensiones, caídas y exaltaciones, en el que un día
se está a las puertas de la liberación y otro en el subfondo de la degradación.
Barba Jacob tuvo una capacidad excepcional para percibir el poder, el sentido
y el lugar de las fuerzas liberadoras del hombre; pero cada vez que se allegó a
ellas, de allí fue arrebatado.

Veamos, brevemente, algunas de sus más bellas aproximaciones a


los territorios de la liberación moral, y su alejamiento de ellos.
250

Un día percibe cómo

un rayo del Señor abre la densa


noche que me circuye, y se derrama
suavemente a lo largo del camino...

(Tragedias en la obscuridad, p. 320)

pero otro, ante la realidad del amor nacido en su corazón, minimiza,


escéptico, el don del amor que ha recibido:

Tengo un poco de amor... ¿y no lo tienen


las bestias más humildes?

(Domador triunfador, p. 233)

Un día comprende que hay que abrirse, ir más allá de sí mismo,


pedir para recibir, y, en la comunión participante de los bienes, llegar a la
comunión con Dios:

Pide a la tierra el vino que conforta;


pide a su voz el canto,
pídele toda humana fortaleza,
todo posible arrobamiento,
y todo ardor y toda melodía....
Y te dirá una noche que el nombre del Dios puro
de quien viene la dádiva de aquel temblor divino,
está escrito con rosas y con yedras del muro
y en las hojas de otoño que mullen el camino!

(Del Ciclo del Amor, pp. 292-293)

para decir después:

Nada a las fuerzas próvidas demando,


pues mi propia virtud he comprendido

(Sabiduría, p. 241)
251

Luego de la percepción clara de que la paz auténtica nace en la


sencillez y la humildad:

Busco una vida simple y, a espaldas de la Muerte,


no triunfar, no fulgir, obscuro trabajar,
pensamientos humildes y sencillas acciones
hasta el día en que, al fin, habré de reposar.

añade a continuación:

¡imaginaciones!
¡imaginaciones!

(Elegía de Sayula, p. 213)

Muchas veces ve con claridad que sólo el retomo al espíritu


confiado, inocente, desposeído y simple de la niñez es el camino de la
unificación que da la paz:

Consumido por la pasión


quiero volver a la infantilidad

para afirmar enseguida, escépticamente:

¿ Y cómo ir entre las brumas de la edad,


perdida ya la sencillez del corazón?

(Canción de un azul imposible, p. 239)

¡Oh, quien pudiera de niñez temblando,


a un alba de inocencia renacer!
pero la vida esta pasando
y ya no es hora de aprender.

(Lamentación de Octubre, p. 242)


252

Otra vez, será la captación del sentido de la liberación del espíritu


en la sencillez que lleva a la armonía, en la que el hombre percibe la fuerza
sustentadora de Dios:

…la inefable
sencillez de las cosas:
y yo, sin ligaduras,
buscando el rumbo cierto
a la sombra de Dios que me sustenta.

(Virtud interior, p. 267)

que se convierte en una sensación de inutilidad y fracaso, que dama


por la huida:

Oh viento desmelenado
que rompiste la arboleda:
ya que nada, si viví,
he fundado ni ha durado,
llévate aún lo que queda:
llévame a mí!

(¡Oh viento desmelenado...!, p. 282)

Pero más allá de todo esto, desde el principio mismo de su itinerario


de errabundajes y miserias, lastimosamente, amargamente, la llegada hasta la
comprensión nítida del propio límite, la intuición de la realidad de lo
atemporal, el sentimiento de la presencia de Dios en la intimidad del propio
ser.

En su prólogo a Rosas Negras, Barba Jacob describe así esta


experiencia: “Fui a La Habana... Su mar latino me volvió místico. Me
acuerdo que paseaba yo una noche desamparada por el Malecón, y ardía en
tales fuegos y temblaba con tales zozobras, que volví a Dios mis entrañas. El
acto contrito se me desvaneció como el rumor del mar de Cuba, y no quedó
en mí sino una especie de ternura religiosa, un indeciso anhelo de paz en el
regazo de una creencia, de una deidad, de una locura sublime en el alma. Era
que el Señor estaba en mi mismo.” (PRN, p. 366)
253

En su poema Ante el Mar, vuelve sobre esta experiencia de lo


trascendental:

Yo traje la visión de mis campos nativos


a la orilla del mar,
y la sentí borrarse, y tuve un calofrío
de vida y muerte.

Y supe que el principio y el fin mío


no marcan las fronteras ni estatuyen los tiempos,
y aprendí la virtud del valle y de los légamos,
y se llenó de espíritu la arcilla de mi carne.

Y quise hablar... Y el fácil movimiento


de mis labios contuve
¡Cómo si el proferir una palabra
fuera tal vez mi muerte!

(Ante el mar, p. 279)

A esta experiencia del Espíritu en su espíritu, retorna en su poema


Acto de Agradecimiento:

Y he visto el mar, que todo lo compendia;


y más allá del mar la génesis del día:
¡de modo que poseo justamente
la riqueza inefable de mi sabiduría!

Si un rayo de los cielos viene a cegar mis ojos


dejándolos en sombra de repente,
¿Qué ha de impetrar mi alma enajenada?
Fuera de esta visión que ¡levo ya conmigo,
¡oh amor!, ¡no busco nada!
¡oh ardor!, ¡no quiero nada!”

(Acto de Agradecimiento, p. 237)


254

Pero más aún, Barba Jacob tuvo la percepción clara del sentido de
la liberación interior, como nos lo testimonia su poema Nocturno de Jalapa:

Romper - ¡oh quién pudiera! -,


Romper, romper - ¡oh quién pudiera! -,
¡Romper, romper, romper una palabra!
Esta palabra: YO.
Esta palabra: LUZ
Esta palabra: AMOR. (p. 281)

Ésa es, exactamente, la vivencia de la fe: la penetración de los


contenidos ultrafenoménicos de esos términos. La fe es, precisamente, la
entrega del yo, a cambio del Amor; la iluminación de las tinieblas del yo,
egoísta y solitario, por la Luz del más allá.

Y luego de esta visión, iluminada y profunda, el lastre de los vicios,


la rabia de la nada, el errabundaje sin sentido, que fue toda su vida. Una vez
más, a las puertas de la tierra esperada, Barba Jacob se atemoriza, vacila,
acaba por perderse en los laberintos de la carne nefasta:

¿Qué surgirá? ¿Sentido de cósmica armonía,


paradigma geométrico de la moral humana?,
¿lampos de claridad, impulso de ufanía?,
¿huracanes del caos?

En conjunción divina:
amor, amor, aspiración de espíritu,
amor, amor, ¡la carne deletérea!

(Nocturno de Jalapa, p. 281)

Aun más se podría prolongar este escrutinio que pone de manifiesto


cómo Barba Jacob estuvo próximo a la plenitud y a la libertad, y una mano
feroz lo arrebató siempre del mundo de la libertad, para sumirlo en un mundo
tenebroso y dolorido, que el poeta expresó muchas veces:
255

un gran dolor incógnito vibraba por su acento

(Futuro, p. 224)

...entre el dolor humano yo expreso otro dolor!

(Nueva canción de la vida profunda, p.25 1)

Barba Jacob pisó muchas veces los umbrales de la temática vital


cristiana. Su testimonio es coincidente en muchos aspectos con el testimonio
cristiano. Su visión del retorno a la infancia espiritual es una aproximación
sorprendente a la idea cristiana del renacer, y de la infancia espiritual; parece
tomado del EvÁngelio de San Juan en el diálogo de Jesús con el escéptico
Nicodemo: “Jesús le dijo: de veras te digo que nadie puede ver el Reino de
Dios si no nace de nuevo de arriba. Cómo puede un hombre nacer de nuevo si
ya es viejo ?“ (Juan 3, 3 ss). Como Nicodemo, Barba Jacob repite:

¡Oh quién pudiera de niñez temblando,


a un alba de inocencia renacer!

Pero la vida está pasando


y ya no es hora de aprender.

(Lamentación de Octubre, p. 242)

Su percepción de la realidad divina en la sencillez de la vida, es casi


un barruntar aquello del EvÁngelio: “Gracias te doy Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has
mostrado a los pequeños”. (Lucas l0, 21)

Su concepción de una posible superación, de un desmenuzamiento


del yo y sus contenidos, es una intuición feliz de la idea cristiana básica de las
Bienaventuranzas, que son un camino de espaldas al yo, y que San Pablo
testimonia admirablemente cuando dice: “vivo yo, más no yo, es Cristo quien
vive en mí”. (Gálatas 2, 20)

El final de la experiencia vital de Barba Jacob, sumido en una


atmósfera de pobreza total y de fuerza vital inextinguible que lo liberan del
256

mundo del mal, avala la validez de su búsqueda y el hallazgo de criterios


cristianos en su pensamiento.

Ya para terminar este escrutinio laborioso, veamos cómo terminó el


periplo vital de Barba Jacob, cómo se enraíza su vida y su lucha dentro de la
idea cristiana de la liberación, que fue su auténtica liberación.

La idea Evangélica es la de la liberación por la pobreza, por el


desnudamiento total, según aquello del EvÁngelio: “El que ame su vida la
perderá y el que la pierda la ganará para la vida eterna”. (Juan 12, 25)

Misteriosamente, como hemos visto con detenimiento, Barba Jacob


fue un hombre irremisiblemente llamado a la pobreza económica y espiritual.
Toda su vida fue un avanzar de pobreza en pobreza: pobreza de su niñez
angostureña; pobreza de su juventud de guerra civil y magisterio pueblerino,
pobreza de su errabundaje centroamericano; pobreza de su declinar definitivo,
roído por la tuberculosis.

A Barba Jacob, enamorado del lujo, sobre el que compuso un


tratado prolijo, en el que soñaba que estaría su gloria postrera; amigo de la
buena mesa; convencido de su gloria literaria; le correspondió vivir su vida
entera en cuartuchos de hotel pobre; sentarse, casi siempre, a una mesa pobre
y mal servida; publicar sus obras en periodiquillos provincianos; ver sus
poemas mal editados, por mano ajena; no respirar nunca el aire de la paz y de
la dicha, que soñaba hallar en el arte literario.

Todo ese drama, no fue un acaso en su vida.

El violento combate con el poder del mal, que sostuvo implacable;


la fuerza viva del bien, que alenté siempre en su contradicha existencia; las
iluminaciones sorpresivas que lo aproximaron tanto a la vivencia cristiana; la
atmósfera de pobreza en que hubo de vivir hasta el final, en un asedio
interminable que incluye todo su haber espiritual y terreno, son, considerados
a la luz del final de su vida, un camino, un llamado, una vocación a la
liberación cristiana, en el agotamiento de las posibilidades humanas naturales.

Al respecto, hay un texto muy diciente en su Prólogo a Rosas


Negras: “Conviví con los miserables, miserable como ellos, en las cantinas
257

de Ciudad Juárez y de Chihuahua, en los garajes de El Paso, donde la


corrupción moral asume tales formas que parece ideada en una sobre
excitación pesimista del alcohol... Comprendí que el misterio está llamando
como un niño de ojos de luz a la puerta de unos ceguezuelos, y que no oímos
su llamar”. (PRN, p. 376)

En la vivencia de la pobreza, o más exactamente, de la miseria,


Barba Jacob tuvo la clara percepción del misterio. Ese seria su camino y su
liberación: Hallar la luz y la liberación en la pobreza total.

Pero más sorprendentemente aún, Barba Jacob tuvo la clara visión


experimental del cautiverio de las criaturas en el mundo del mal, de que habla
el mensaje cristiano, en la carta de San Pablo a los Romanos. Dice San Pablo:
“Las criaturas están sujetas a la vanidad no de grado sino por razón de quien
las sujeta... pues sabemos que hasta ahora la creación entera gime y siente
dolores de parto” (Rom. 8, 20 ss). Dice Barba Jacob: “Vi, palpé, labré, formé
las cosas con mis manos: las interrogué en nombre de mi amor a la vida, y su
silencio de silencios me aclaró el enigma... Las cosas abrían sus bocas para
reír, me mostraban las entrañas, y luego me tendían los brazos en una
fraternidad a la vez gozosa y lúgubre, melódica de risas e irisada de
lágrimas. ¡También ellas eran cautivas! ¡También, como yo, como todos los
miserables que padecían y gemían a mi lado en las mazmorras del siglo X, no
eran sino la veste de un pensamiento perdido… en la ilusoria sucesión del
espacio y el tiempo....” (PRN, p. 376)

Su camino, fue un llegar a la liberación definitiva por un sendero


antiprobabilista, que es el camino de Dios en la historia humana. Él es un
testigo del antiprobabilismo de la salvación.

Toda su vida estuvo veladamente envuelta en un sustrato vital


cristiano que hizo eclosión a la hora de su ocaso, confirmando la veracidad de
aquellas palabras suyas: “yo conozco mi libertad inalienable, mi entera
libertad, mi pureza recóndita en el seno de Dios.... mi llanto cae en el
misterio.

Y Dios baja hacia mí por la escala de las formas innumerables, y


pone en mi frente una corona de luceros.”
(En la Divina desnudez, p. 341)
258

El secreto anhelo de que tanto habló y por el cual resolvió, en una


confusa forma de amor, su ideal artístico, según aquello de que “el ideal
artístico, que si es ideal, ha de ser amor humano”, (PRN, p. 374); se expresa
en múltiples lugares:

Y por él amo, en fin, y por él sueño


con una honda transfusión divina
de la luz en mi carne de tortura.

(Acuarimántima, p. 175)

...aún envuelto en llamas por la pasión artera,


soy como Ascanio, el héroe de rútil cabellera
que arde en rojizo fuego... ¡pero no se consume!

(Soy como Ascanio, p. 277)

Al final de su vida, en una iluminación sobrecogedora de la lógica


sobrenatural, que contradice toda razón y todo cálculo humano, se rompió la
ligadura que ataba a Barba Jacob a su ego autosuficiente, sustituto de la acción
sobrenatural. Entonces comprendió que era preciso “Acoger las tinieblas que
nos envuelven, la ceguedad del destino, la iracundia de la vida, el soplo de
pavor que viene del lado de allá de la muerte y resolver tanta negrura en la
fulgencia indeclinable de Ideal. ¿Y cómo? Por la voluntad de resolverla,
porque la voluntad es la verdadera gracia de Dios en este supremo conflicto”.
(PRN, p. 375).

Cuando la onda del quehacer lírico iba siendo desdibujada por el


advenimiento de nuevas figuras y modos de arte literario; cuando la gloriola
de su atrevimiento periodístico, en los días difíciles que siguieron a la
revolución ya estaban desdibujados en el afianzamiento del nuevo orden;
cuando la embriagante fluidez de su parla deslumbradora, era ya silencio de
rendición; cuando la pobreza era ya mendicidad; cuando ya sus caminos eran,
humanamente mirados, muro insalvable y definitivo, surgió la paz, la inocente
alegría de la Redención con que soñó siempre en su rudo e interminable vagar:
Se destruyó suyo, altivo y autosuficiente, y se hizo la luz, en el marco callado
y simple de su fe de niño.
259

El año anterior a su muerte, el 13 de junio de 1941, escribe a Juan


Bautista Jaramillo Meza, el amigo de más de la mitad de su vida: “Ya no soy
Barba Jacob optimista, Barba Jacob errabundo, Barba Jacob el impetuoso.
Ahora soy el viajero que se marcha definitivamente hacia lo desconocido.
Pero ya creo en Dios, ha resucitado en mi alma la fe vibrante y consoladora,
mi corazón ha vuelto a la niñez. Y estoy tranquilo ante la muerte que
considero ya muy próxima.” (p. 413)

Es sobrecogedor el testimonio de la liberación de Barba Jacob, tras


la lucha, la miseria, la rebeldía, la angustia. Admira, la iluminación de Barba
Jacob, que tras haber vivido y luchado de espaldas a las formas tradicionales
del mundo cristiano, llega a resolver su drama de liberación del mal en el más
hondo, claro y auténtico sentido evangélico: salvado en la pobreza total,
dentro de un marco de acontecimientos que contradicen todo humano juicio de
valores y probabilidades.

La vida y la obra de este poeta antioqueño, son una propedéutica


encarnada de la liberación cristiana de la existencia, dentro de los marcos más
hondos del EvÁngelio.

Su vida es un paradigma de la azarosa e incierta marcha de la


humanidad hacia su redención, desde más allá de sí misma.

La lección que encarna su vida se convierte, al entenderla, en un


sobrecogimiento agradecido, gozoso, laudatorio y tonificante en el quehacer
de quien vive su vida a la luz de la fe y se angustia ante los interrogantes de su
intimidad vital sacudida por estremecimientos de miseria y tiniebla.

Barba Jacob fue un hombre, se hizo un hombre en el pleno sentido


de la palabra, cuando vio perecer todo lo que amaba, y desfallecer la más
íntima porción de sí mismo, su ego altivo y omnipresente, para ser rescatado
desde más allá de sí mismo.

Una última observación justificativa de este intento crítico, tan


marcadamente religioso, sobre la obra del poeta que se autocalificó como
hombre amoral: “…yo no soy un moralista del amor, ni de nada. Soy sólo un
260

poeta que ha compuesto tragedias espirituales en formas de un arte refinado”.


(Interpretaciones, p. 334)

A pesar de tan tajante afirmación, toda la poesía de Barba Jacob


está imbuida de un profundo sentido moral. Hablando de su poema
Lamentación de Maín Ximénez, dice: “Es una poesía perfecta porque tiene
una alta tónica moral” (PRN, p. 369); más adelante, en el mismo prólogo a
Rosas Negras, afirma que es preciso “comprender la nobleza y la dignidad de
la vida en la sujeción a algo supremo: Dios, patria, humanidad, arte” (p.
375); más adelante, interroga, en el mismo prólogo: “Quién hizo tan áspero el
camino del bien, y el otro ¡ay! florido, fácil y anchuroso?” (p. 376); en
Claves, afirma que “Quiere... realizare! mito de Maín, que consuma el viaje
de circunnavegación del mundo moral” (p. 352). Es decir, aunque el mismo
Barba Jacob muchas veces no lo hubiera aceptado ni sentido así, su mundo es
un mundo moral, metafísico y religioso, que posibilita el análisis de su obra y
su vida a la luz de los contenidos morales y teológicos subyacentes en ella.

Es más, mientras la obra del poeta Barba Jacob, no sea mirada a la


luz de las luchas y búsquedas morales, metafisicas y religiosas del hombre que
fue Miguel Ángel Osorio, no será posible desentrañar el contenido
fundamental de la misma, que no es, en fin de cuentas, más que un proceso de
liberación y un caminar hacia el mundo de la gracia.

Mientras no se tenga el valor critico de enfrentarse a los contenidos


morales y religiosos de su obra, sacudida por un cúmulo inmenso de dolor,
angustia, búsqueda, esperanza, destino, fe, amor, no se habrá dado un paso
firme y claro para tratar de darle un justa y ponderada interpretación en el
contexto histórico y cultural de América.

A pesar de la gran admiración que se profesa a la obra del poeta


antioqueño, y de los inteligentes y profundos estudios que se han hecho sobre
su poesía, hay un gran vacío, por no decir que una gran injusticia: sólo se lo ha
mirado como marihuano, homosexual, vagabundo, hombre de mundo, con un
lastimoso olvido de sus más señas y persistentes luchas y de sus más
profundos valores, entre los cuales, y no como los menores, se destacan
vigorosamente los éticos, los metafísicos y los religiosos, manifestados
medularmente en su obra a través de la lucha por la liberación y de la
búsqueda y el encuentro de la realidad de Dios.
261

Tal es la razón y el intento del presente estudio, que quizá no se


haya logrado, pero sí ha puesto jalones que otros podrán realizar mejor y más
profundamente.

Bien vale la pena, terminar esta exégesis de su vivencia cristiana,


revestida de paganidad, copiando dos de sus mejores poemas: Un Hombre y
Oración. En ellos está la cabal figura del poeta: humanidad atenazada por el
mal y liberada por la gracia.

El poema Un Hombre, es un salmo que testimonia cómo ha de ser


depauperado el ser humano para alcanzar la íntegra y total dimensión de su
humanidad.

Este poema, inserta la poemática latinoamericana dentro de los


grandes clamores de la revelación, desde la angustia de Moisés enfrentado a
un pueblo terco, en la soledad del desierto; pasando por la angustia de
Jeremías, hasta llegar al abandono de Cristo.

Es la expresión de la destrucción total de sí por obra del mal,


cuando el ser humano no es asumido y dignificado desde el mundo misterioso
de La Gracia que lo trasciende y lo hace ir más allá de los horizontes que su
pensamiento columbra.

Cuando Barba Jacob escribió este poema, estaba a las puertas


mismas de la Gracia, que no llegó sino al final de sus días, real principio de su
plenitud:

Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo de un dios


ni en las manos la sangre de un homicidio;
los que no comprendéis el horror de la conciencia
ante el Universo;
los que no sentís el gusano de una cobardía
que os roe sin cesar las raíces del ser,
los que no merecéis ni un honor supremo
ni una suprema ignominia:
262

Los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos,


sin radiaciones íntimas, igual y cotidianamente fáciles;
los que no devanáis la ilusión del Espacio y el Tiempo,

y pensáis que la vida es esto que miramos,


y una ley, un amor, un ósculo y un niño;
los que tomáis el trigo del surco rencoroso,
y lo coméis con manos limpias y modos apacibles;
los que decís: “Está amaneciendo”
y no lloráis el milagro del lirio del alba:

Los que no habéis logrado siquiera ser mendigos,


hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos
en los tugurios del abandono y la miseria,
y en la mendicidad mirar los días
con una tortura sin pensamientos:

Los que no habéis gemido de horror y de pavor,


como entre duras barras, en los abrazos férreos
de una pasión inicua,
mientras se quema el alma en fulgor iracundo,
muda, lúgubre,
vaso de oprobio y lámpara de sacrificio universal

¡ Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso


de esta palabra: UN HOMBRE!

(Un Hombre, p. 244)

El itinerario humano de Barba Jacob es un itinerario que termina en


Cristo, porque discurrió siempre dentro del mundo y los valores cristianos,
aunque superficialmente mirado pareciera ser un mentís a las promesas
cristianas de liberación salvadora.

Su poema, Oración, uno de los más hermosos salmos latréuticos de


la literatura latinoamericana, expresa exactamente, ya vivenciado, lo que amó
y anheló siempre, en medio de su extravío; lo que, ya liberado, vivió plácida y
religiosamente; lo que quisimos decir al hablar de la esencial dimensión
263

moral, metafísica y religiosa, de la obra de Barba Jacob, que En La Divina


Desnudez, en la época de sus más hondas angustias y confusiones, decía: “Yo
soy Yo en mí mismo. Yo conozco mi libertad inalienable, mi entera libertad,
mi pureza recóndita en el seno de Dios.

Y Dios baja hacia mí por la escala de las formas innumerables, y


pone en mi frente una corona de luceros.

Permanezco en mi desnudez como Cristo, y, como él, entraré un


día plácidamente en el seno de la divinidad.” (En la Divina Desnudez, p. 341)

Oración

¡Qué cantaré de noche ni de día


sino tus alabanzas,
oh Divino Poder que me creaste,
oh Sagrada Bondad que me sustentas!

¡Qué he de hacer con mis manos


sino alzarlas a Ti continuamente
mientras la sangre cálida discurra
por la red de mis venas!

¡Qué he de hacer con mis ojos


sino mirar con íntimo deleite
las cosas que me sirven y me adulan
en la gran claridad que las alumbra!

¡Qué ha de tener mi espíritu


por obra justa y noble y adecuada
sino la comprensión del gran misterio
que en torno me rodea!

¡Oh tierra generosa


que abres ante mis ojos tus caminos
y que me das las frutas bien maduras
y las suaves fragancias de tus árboles!
Toda ¡a hirviente sangre que me nutre
264

tus no cegadas ánforas me dieron;


la arcilla en que me animo proviene de tus légamos
y de tus hondos valles y de tus claros ríos.
Pero tú no eres la sombra de ti misma:
eres un eslabón de la cadena,
eres nueva merced con que regala
el Divino poder a su criatura.

Gracias a TI, Señor, que me la diste,


gracias por su milagro renovado,
gracias por el reposo de sus valles
y por el laberinto de sus montes.

Gracias por las colmenas rumorosas,


por el agua intranquila que discurre,
por el agua salobre de los mares
y por las cataratas de la lluvia.

Gracias por la mujer en cuyo vientre


incúbase e! misterio de la vida,
gracias por el laurel que al genio premia,
gracias por los rosales y los lirios.

Gracias por la inquietud que se difunde,


gracias por el dolor y por el gozo,
gracias por la limosna de mis versos,
gracias por mi riqueza y mi pobreza.

Gracias por las encinas y los robles,


gracias por el relámpago celeste,
gracias por los maizales frutecidos,
gracias por el concierto de los pájaros.

Gracias por la medusa submarina,


gracias por el azul de las montañas,
gracias por el puñal de la tragedia,
gracias por el diamante y por el oro.
265

Gracias por el incendio del crepúsculo,


gracias por el rumor de los jardines,
gracias por el cariño de los perros,
gracias por ¡as estrellas. ¡Muchas gracias!

Gracias por la candela,


gracias por el carbón y la ceniza,
gracias por el caballo diligente,
gracias por el silencio de la noche.

Gracias por el concierto


de bien y mal y sombra y luz preclara,
gracias por la alegría y la tristeza,
gracias por el dolor y por la muerte.

Gracias por la oración y por la música,


gracias por el amor y por el odio,
gracias por los halagos maternales,
y gracias por los niños. ¡Muchas gracias!

Gracias, Señor, por todo


lo que fue ayer, lo que será mañana;
por todo lo que es hoy en agua y tierra,
por toda ley, por todo alumbramiento.

Gracias por el misterio


que el hombre sabe y no comprende nunca,
gracias por la inquietud del alma mía
¡Gracias a Ti, Señor, por ser quien eres!
266

Fernando González

Testigo de la madurez de la fe

Fernando González y yo somos uno

Tratar de esclarecer su figura a partir de lo que significa su


personalidad, es el intento del presente estudio.

El verdadero análisis de una personalidad no puede ser otra cosa


que la objetivación de la interacción vital.

Hacer deslindes definitorios y esquemáticos, es materia de


codificación, materia muerta, medio inepto para el análisis de la personalidad
humana, viva y operante.

Para descubrir la vitalidad del pensamiento humano no hay otro


medio que la convivencia, a la que no se llega más que por la unificación vital.

Desde niño, en los amplios corredores de la casa paterna, en las


angostas callejas del pueblo, en los campos y en los caminos rurales,
comparTi muchas horas con Fernando González, y desde entonces estoy
tratando de entender su figura, de aclarar el misterio de su existencia solitaria
en el panorama de América.

Fernando González es fenómeno único entre nosotros.

Una de las inquietudes de mi niñez fue tratar de entender el por qué


de esa especie de sino que pesaba sobre él.

Yo lo veía asistir cada domingo a la misa mayor; leer a la abuela los


EvÁngelios; comentar con mis padres las pláticas dominicales. Él era “gente
267

de Iglesia”, (p. 31) su figura irradiaba bondad, su fe viva se imponía de


inmediato, y sin embargo era una especie de personaje vitando en el panorama
nacional.

Desde niño estoy inquiriendo sobre el proceso de su aparición y


repudio, y ahora, después de no pequeño cavilar, he dado con el contenido y
las líneas esenciales de su pensamiento y de sus búsquedas.

Al tratar de él, los elementos superficiales de su personalidad son


tema manido. Su sonreído lenguaje, su desfachatez, su finca de Otraparte, los
detallitos triviales de su diario vivir, son el tema que encierran los estudios que
se han hecho hasta ahora sobre su vida y su obra. Lo esencial de su tarea vital
permanece desconocido.

Luego de unificarme con él por muchos años, voy a luchar,


entender, pensar como él, hasta llegar con él al final de su lucha que fue el
hallazgo de las realidades que siempre buscó con una lucidez y una fidelidad
sorprendentes.

La prolongada meditación de los fenómenos que concomitan con


una personalidad, es elemento indispensable para su adecuada comprensión.
La aproximación a una personalidad ya su pensamiento, premiosamente
acometida, no pasa de ser la objetivación del momento sicológico del
investigador, y por lo mismo, la deformación de la personalidad y del
pensamiento objeto de investigación.

Entre nosotros, por esta razón, la mayoría de las búsquedas


emprendidas en este sentido han carecido de hondura y se han reducido a una
enumeración de nombres, fechas y juicios ajenos, que disfrazan de erudición
el apremio inquisitivo y la superficialidad, sin llegar a esclarecer los
problemas en cuestión.

Desde que me conozco, conozco a Fernando González y con él


compartí, en los años de mi niñez y juventud, su vasto mundo interior. Hoy
vivo en un medio ajeno a influjos deformantes de mis hallazgos sobre su vida
y su obra, y creo estar en capacidad de dejar en claro cuál fue la línea medular
de su pensamiento y cuál el sentido de su figura en el panorama continental.
268

La personalidad de González es ajena a los colombianos; están


incapacitados para comprenderlo porque son hijos del texto, de la erudición
memorista, de la apariencia y la figuración; no hay entre nosotros quién quiera
vivir el ancho mundo de su propia existencia, hacia la realización y
manifestación de su propia personalidad. Aquí se vive en función de
utilitarismo y pupilaje.

Los americanos son los hijos de la ganancia inmediata, del partido,


del gamonalismo, no poseen una dimensión humana capaz de entender una
personalidad en rebelión contra estos menesteres menguados.

América sigue siendo el mundo de los catecúmenos, en el campo de


la religión; de los colonizados, en el campo de la política; de los
encomenderos, en el campo de la economía; de los clanes, en la organización
social. Por eso, entre nosotros, no ha habido casi nadie capaz de entender el
mensaje de Fernando González.

No hemos descubierto aún el sentido de nuestra propia capacidad;


el denominador común de nuestro discurrir es la dependencia: en ritos,
cultura, política, seguimos dependiendo del gringo y del europeo.

Aún hoy, los suramericanos empeñados en la tarea de liderazgo


democrático no han ido más allá del enajenamiento de las riquezas patrias a
cambio de préstamos onerosos y enajenamiento ideológico: privilegiados de
casta y organizaciones revolucionarias, se sostienen a costa del sometimiento
y el acolitaje a las potencias extranjeras.

El americano de hoy, como el de ayer, admira todo lo extranjero,


mientras desprecia lo suyo.

En el ancho mundo americano, imitador y sometido, no se ha


podido entender hasta hoy el significado ni el contenido de la obra de
Fernando González.

El hombre es explicación de su obra y no al contrario, como se ha


querido. No es el efecto la explicación de la causa, sino a la inversa.
269

Se precisa, pues, mirar primero la fenomenología que acompaña la


aparición de una personalidad (dónde, cómo, cuándo, de quiénes, en qué
situación sociohistórica surgió).

El logro de los propósitos y la manifestación de los hallazgos, es lo


último en el desarrollo vital; por lo mismo, como es apenas lógico, es esto lo
último que debemos mirar al tratar de esclarecer una personalidad. La
manifestación de sí, sin posibilidades de elección, es característica de los seres
sujetos a determinación; los animales, por ejemplo, sólo pueden hacer lo que
hacen, y al conocer su operatividad podrá deducirse de ella su realidad
filogenética, pues no pueden manifestarse de otra manera.

Un hombre que se manifestase de tal manera que de su obra se


dedujera su personalidad total, seria un orate o un alienado.

Las realizaciones concretas de un individuo orientan, insinúan,


señalan, pero no son capaces de darnos la íntegra dimensión de la
personalidad de su autor.

Los frutos humanos dan la tónica vital de una personalidad, pero


será el individuo mismo quien va a darnos la explicación de su temática.

A guisa de ejemplo: el heredosifilítico, nos llevará al sifilítico que


fue su padre; pero el mal heredado que lo aqueja, no podrá en modo alguno
enseñarnos cómo el enfermo engendrador adquirió su mal, cuál fue su
conducta luego de adquirirlo, qué lo movió a engendrar ese hijo fatalmente
enfermo, qué es lo que en fin de cuentas va a constituir el elemento valorador
de su personalidad, porque lo que interesa no es lo que los hombres fueron, sin
más, sino la manera como fueron lo que llegaron a ser.

Cada hombre es una fuerza lanzada desde remotas edades, como lo


demuestra el descubrimiento del inconsciente colectivo.

Las obras que dejan los hombres muestran claramente cuáles fueron
las causalidades determinantes de un modo de actuar; pero es el individuo
mismo, único responsable de la asunción de sus atavismos, quien podrá damos
la explicación cabal del por qué de su manera de obrar.
270

Por eso decimos que vamos a unificarnos, a convivir con Femando


González desde su más remota historia, para explicamos el cómo de su obra,
ya que el por qué de la misma está patente, aunque incomprendido aún.

Descubrir a los ojos de Colombia la figura de Femando González,


es el fin que buscamos. Entre nosotros no se le conoce. A lo sumo se le ha
clasificado (somos los embelesados admiradores del yanqui tabulador) se le ha
anatematizado como alienado peligroso por la lucidez de su insania (somos los
hijos del sistema que él denunció y puso al desnudo); se le ha admirado, sin
conocer los contenidos de su obra (somos los descendientes de la indiada que
se fascinó con las barbas de los conquistadores hispanos y sigue admirando lo
que no alcanza a comprender).

América es el continente de las fulguraciones inesperadas.

El postulado “América para los americanos” no es un desideratum


sino una exigencia derivada de las condiciones telúricas y antropológicas en
que se desenvuelve el proceso de nuestra maduración humana.

La hibridación tropical hace de nosotros un producto humano


imposible para la capacidad analítica no americana.

Fernando González es hombre-tipo de América; encamación de una


lógica apenas naciente, urdida de iconoclasia agresiva y recogimiento místico.
Es personalidad de inesperada fulguración. Caso único.

Hombre-tipo de una cultura determinada es aquél que la encarna en


todo su vigor, en toda su autenticidad, en todo su dinamismo y por lo tanto es
capaz de despertar las virtualidades latentes en ella y hacerla enrumbar hacia
su destino auténtico.

La lógica dentro de la cual se mueve América es una lógica


germinal, que aunque en su raigambre más honda es ordenada y progresiva,
sin embargo es aparentemente asistemática y ajena a toda forma de progreso
cadencioso y armónico; dentro de ella aparecen desconcertantes virtualidades,
ya humanas, ya biológicas, que van elaborando la maduración cultural del
continente contra toda posible previsión.
271

Femando González es encamación de este fenómeno en el


continente americano, por eso su obra parece abstrusa, contradictoria y difícil
para quien no está familiarizado con ella y atento al proceso de lógica
germinal en que, como se ha dicho, se desenvuelve el proceso vital del
continente.

Desconcertante policromía de agudísimos contrastes, imposible


para los analíticos y clasificadores, posible sólo para los sacudidos por un
primigenio afán existencial, es la obra de este filósofo de América y de lo
americano.

El espíritu de González es el paisaje mismo de América: desborda


fecundidad exuberante, intrincada y simple a la vez.

El tipo americano es viejo, a pesar de la aparente juventud de su


devenir; envejecido en un triple y largo proceso de brega casi inútil:

a) Reductos indígenas maltratados y destruidos culturalmente por el


proceso conquistador, inquisitorial y despótico, fruto de la ardida mentalidad
reformista de la Europa del Renacimiento, que destruyó desde sus raíces la fe
indígena para implantar en su lugar, sin posibilidad de aceptación auténtica y
análisis previo, la religión cristiana.

b) Reductos de tipo hispano, más o menos puros, incapaces de


germinar aquí, sostenidos solamente por la hipertrofia del deseo de
enriquecimiento y figuración social.

c) Reductos negros, perdidos en las rinconadas de la selva húmeda,


entregados al cultivo de una nostalgia que se manifiesta como resentimiento,
abulia e hipertrofia del sentido lúdico.

Estos estratos sociales, componentes de la América conquistada,


van perdiendo cada vez más su condición de tales para convertirse en
mestizaje prematuramente envejecido por la ingestión, sin proceso vital
auténtico, del cansado pensamiento europeo.

La generación joven de América ha conocido apenas (si es que lo


ha conocido) el proceso de la guerra civil, y habla el lenguaje de los
272

pensadores europeos deshechos síquicamente por dos guerras mundiales, las


más pavorosas que ha conocido la humanidad; no ha laborado más que en
telar hogareño, y de repente se ve absorbida por el fenómeno de la
industrialización, fruto de más de dos mil años de cultura económica europea.

La juventud americana ha envejecido prematuramente por el


esfuerzo para vivir en condiciones sociales superiores a su incipiente potencial
síquico.

El americano de hoy es feto amenazado de muerte en las entrañas


maternas por la absorción de elementos extraños, sucedáneo de la
alimentación natural que no desea y no es capaz de absorber, pues ha vivido
de espaldas a su medio nativo, que desconoce y desama.

Este proceso de autodestrucción arrastra consigo, condensados y


potentísimos, quantum de autenticidad, invisibles pero poderosísimos, que en
los períodos de quietud que encierra el cataclismo de la lógica germinal,
brotan encarnados en figuras demoledoras, imposibles, al parecer, para el
espíritu razonante.

Este tipo humano, así aparecido como condensación de los


quantum de autenticidad, obra de una manera demoledora, realiza su energía
tan fuera de lo ordinario, que es incomprensible para la generación en la cual
actúa; ejerce su actividad con un cariz belicoso, destructor, renovador,
inquietante, que lo hace odioso para su generación que no lo comprende y se
duele de ver heridas de muerte por él sus tradicionales normas éticas y
sociales.

La figura de Fernando González es eso en el proceso americano: la


irrupción de una fuerza demoledora de la inautenticidad americana.

Seguiremos sus pasos, en comunión con él, para dar con el


significado de su vida y obra, fruto de su búsqueda personalísima, lejos de
legalismos y copias de lo europeo, que ha sido una constante de nuestro
devenir.

En el marco de la lógica germinal, los hallazgos realizados, por la


riqueza de contenidos y la tensión vital que encierran, son superación de los
273

procesos afines en culturas más antiguas y ya maduras. Así, por ejemplo, la


concepción de unidad y dinamismo social que encierra la idea del sacro
imperio europeo, es inferior a la concepción de unidad continental
preconizada por el Libertador, que supera a aquélla por la capacidad de
elevación de las clases populares y el dinamismo moral, suscitador de una
libertad integral y personalizante.

En este orden de cosas, la obra de Fernando González tiene, aunque


eso apenas se haya sospechado, dimensión universal.

Fernando González es uno de los pocos, si no el único americano,


que ha encarnado el espíritu de la América primitiva que deviene
agónicamente su niñez social, rumbo a una lejana adultez.

La obra de González es la inserción del existente-pensante


americano en el marco de la cultura contemporánea. Luego del proceso
conquistador, es la primera manifestación de la inteligencia americana en el
plano del discurrir filosófico, a partir de elementos auténticos, no adquiridos
de fuera de la realidad americana en un proceso alienante y obnubilador de
nuestra genuina manifestación.

El único aporte de una mística genuinamente nuestra, de un proceso


de vivencia de la fe cristiana heredada, hasta devenir sus contenidos y su
potencial libertador desde la americanidad, no se encuentra en América más
que en su obra. Todo lo demás ha sido escarceos, brillantemente expuestos
muchas veces y frecuentemente bien documentados, pero simples escarceos y
malabares, alrededor del universo mental europeo.

Los habitantes de América, luego de la conquista y aún después de


la emancipación, han tenido la intriguilla burocrática, por política; la
explotación de mestizos, zambos e indios, por economía; la repetición de
nombres y textos extranjeros, por cultura; la veneración de santos extranjeros
y la celebración de rituales ajenos a nuestro medio vital, por fe. En América ha
habido inteligencias vastísimas perdidas en la memorización de doctrinas
lejanas y extrañas; sagacísimos archiveros perdidos en mares de culturas
extrañas. Nadie, hasta la aparición de Fernando González, encaró la tarea de
analizar a fondo el fenómeno del hombre americano y sus problemas, en un
274

lenguaje auténticamente americano, a partir de nuestra propia


temperamentalidad, desde nuestra propia criteriología.

Con Fernando González se inició el proceso de la americanización


del pensamiento americano.

El proceso de un pensamiento americano para la liberación de


América quedó trunco a la muerte de Bolívar. San MarTin, soñaba
monarquías francesas; Nariño, enciclopedismos franceses; Santander,
utilitarismos ingleses; Bello y Suárez, clasicismos grecolatinos; Vargas Vila,
naturalismos afrancesados.

Fernando González es altísima encarnación del alma de América;


expresión suya auténtica; posibilidad, única hasta hoy, de manifestación viva
de América en el concierto de los pueblos.

Fuera de las manifestaciones folklóricas y costumbristas no


tenemos nada realmente americano, a no ser la obra de este pensador insular y
solitario a quien todos rechazaron: los prelados egoentes, la gran prensa, los
círculos culturales, los estamentos políticos, la gente de “la buena sociedad”.
Se trata de buscar qué manifestó Femando González, cuál fue el objetivo
esencial de su búsqueda, por qué fue auténtica manifestación de América.

Convocamos pues a los compatriotas de América, para que revivan


un poco el escándalo de Femando González, desnudador de ídolos, voz de
América.

______________________
* En este ensayo citaremos los textos de Femando González
con las siguientes abreviaturas (la bibliografía completa aparece al final):

PV Pensamientos de un viejo MC Mi Compadre


UT Una tesis ER El Remordimiento
VP Viaje a pie CE Cartas a Estanislao
MS Mi Simón Bolívar N Los Negroides
DM Don Mirócletes S Santander
HD El Hermafrodita Dormido Me El Maestro de escuela
LV Libro de los Viajes Ti – TII La Tragicomedia
A. Antioquia (Revista) TC Sobre Tomás Carrasquilla
275

La idea madre

La madurez de individuos y pueblos se mide por sus ideas.


Inestabilidad, superficialidad, inautenticidad, son directamente proporcionales
a la operatividad bajo móviles inferiores de orden sensible.

La madurez espiritual es directamente proporcional a la


operatividad bajo móviles trascendentales.

Hombres y sociedades maduros actúan bajo el influjo de ideas


determinadas, constantes, vastísimas, pero reducidas a unas pocas ideas
directrices, coordinadoras de la actividad general, que, con González,
llamaremos las IDEAS MADRES.

Sociedades e individuos decadentes son típicamente cerebrales, en


parte por incapacidad afectiva y en parte por el logro de la armonía interior
que es ya en ellos una especie de prenuncio y de propedéutica de la eternidad
incorpórea y ultrasensible.

El niño vive de imaginación y sensibilidad propias, bajo ideología


totalmente ajena; en la juventud aparece la manifestación de la ideología
propia, aunque aún informe y revestida de tendencias anárquicas e
hipercríticas; en la madurez, por la armonía sicosomática, se llega al equilibrio
entre sensibilidad y cerebralidad; en el periodo de la declinación vital hay un
predominio casi absoluto de la racionalidad; en la senescencia se invierte el
panorama y todas las funciones desaparecen, para quedar sólo un remedo de
ellas, que pertenece, más que a cualquier otro, al campo instintivo.

Este proceso es aplicable a los pueblos.

En un principio se orientan vitalmente dentro de lo sensitivo-


imaginativo, bajo la dinámica del mito; la conjunción de las actividades
legislativas, medicinales, rituales, encamadas en un personaje héroe-profeta-
ungido; la percepción de su devenir, iluminado por la conciencia de realidades
irracionales.
276

Deviene luego su historia bajo el influjo de un marcado criticismo


axiológico, que origina las grandes concepciones racionales en las que los
pueblos encuentran un prolongado período de sosiego, que permite el
desenvolvimiento de sus grandes potencialidades y produce los “siglos de oro”
de las culturas.

Adviene, finalmente, la decadencia, envuelta en desesperados


esfuerzos de conciliación entre los valores que dieron la grandeza pretérita y
los movimientos que empiezan a trascenderlos, confusa y, muchas veces,
violentamente. Los pueblos en decadencia son pueblos que deliran entre las
nebulosas de sus mitos primigenios y los más lúcidos hallazgos de sus mejores
épocas.

Precede la maduración de los individuos a la maduración de las


sociedades.

Los individuos que van madurando son los pedagogos de la masa


popular.

En las sociedades infantiles se dan individuos de una gran madurez


y de una inmensa capacidad de conducción y magisterio; así, los épicos de
todos los pueblos fueron hombres inmensamente maduros, conductores y
maestros de sus pueblos.

La obra de estos hombres-guías está expresada en un lenguaje casi


elemental, pero contiene una increíble capacidad analítica de las más hondas
realidades humanas y sociales; son sumas de humanidad cuyos elementos han
sido extraídos de la observación del diario vivir de los pueblos en los cuales
fueron elaboradas.

Hoy hay, y siempre las habrá, sociedades inmaduras.

Hoy se da, más frecuente y más difícilmente perceptible cada vez,


el hombre-guía de la sociedad, y a la par con él, el pseudo-guía aparentemente
sabio, iluminado, conductor y maestro, que a la hora de la verdad no es tal
pues no expresa auténticamente a su pueblo, ni a la sociedad en la cual y desde
la cual se manifiesta; su obra es una urdimbre de conocimientos adquiridos de
fuera, sin nexos genéticos con la sociedad que debiera manifestar, sin pujanza
277

vital para conducir y elevar la comunidad en la que vive suscitando deseos de


superación y autenticidad.

En los pueblos conquistados aparece con más frecuencia y más


poder disolvente la personalidad inauténtica, el pseudo-guía.

En América continente conquistado, el más típico caso del pueblo


conquistado, es innúmera la gama de los simuladores de liderazgo y
autenticidad, que en fin de cuentas no son más que copistas y diletantes de lo
que han recibido de fuera.

América, luego del período de la Independencia, es un pueblo


adolescente en el que la conciencia de la libertad y de la autoexpresión es
apenas una vislumbre oscurecida por la irracionalidad infantil, la ambición de
poder, la vergüenza de la Conquista, la incomprensión del proceso libertador
que fue vivido apenas por un puñado de hombres.

En América ha sido imposible, hasta hoy, la manifestación y


compresión de un pensamiento maduro y auténticamente americano; la
mayoría de los ideólogos americanos son producto de la cultura europea
memorizada aquí. De la cultura indígena no ha quedado nada; de la capacidad
expresiva del nativo americano quedan apenas vestigios en el folklor.

En América son expresión de cultura los poetas barrocos de la


Colonia; los melosos románticos de la Independencia; los dipsómanos de
principios del siglo XX; los tecnócratas de la universidad yanqui, en estos
últimos decenios.

Hasta la aparición de Fernando González, no hubo en América un


hombre de veras acuciado por el ansia de interpretar a América desde los
valores americanos. Hasta la aparición de Fernando González, el fenómeno
cristiano permaneció aceptado sin más, sin un esfuerzo de vivencia integral de
sus contenidos a través de una búsqueda personal emprendida desde la
realidad personal y social encamada en el hombre americano. Hasta su
aparición, no tenemos un hombre preocupado por la realización vital de su
propia idea, extraída de la fenoménica americana y expresada en lenguaje y
escala de valores propiamente americanos. Fernando González es el primer
278

hombre maduro, en un continente en fase de maduración ideológica, moral,


política, fiducial.

La idea madre que explica y orienta toda la obra de Fernando


González, es la idea del esclarecimiento y la vivencia de los contenidos de la
fe cristiana, a partir de su realidad vital de hombre americano.

Él es la más veraz y profunda manifestación del continente, pues un


pueblo que vive los valores religiosos sin proceso dialéctico y experimental, es
un pueblo que vive una inmensa mentira social incubada en las capas más
profundas de su existencia.

En nuestro continente los valores religiosos han sufrido de atrofia


porque han sido erróneamente valorados: la fe se ha identificado con sus
ministros; la actividad social ha estado paralizada a la altura de una fe
atrofiada en su desarrollo y manifestación; el culto no ha producido nada
autóctono y se ha limitado a la repetición de rituales elaborados al ritmo vital
de la cultura europea; no hemos tenido un solo aporte original en materia de
investigación teológica. La fe de América ha sido la aceptación de la fe
hispánica del siglo XVI, con breves y muy accidentales retoques, pero sin el
más mínimo proceso crítico.

El análisis critico de los contenidos de la fe y de su manifestación


eclesial, se ha reducido a persecuciones anticlericales, inspiradas en
movimientos radicales europeos, que sólo han servido para poner de
manifiesto la inmadurez continental en materia de fe, y en nada han ayudado a
esclarecer las posibilidades y los valores del cristianismo en América.

La naturaleza de las divinidades conforma la naturaleza de las


sociedades que las veneran: el guerrero Odín, engendra el belicoso mundo
bárbaro; la mórbida Venus, los sensuales pueblos mediterráneos; el lejano Alá,
los resignados orientales, esclavos de sus jeques y emires; el informe y
desconocido Dios cristiano de América, la informe vida de los pueblos
americanos que lo adoran sin haberlo aceptado, luego de un largo y bien
madurado proceso crítico, resignándose a adorarlo sin más razón que el
haberles sido impuesto por conquistadores despóticos.
279

González es el primer americano que se empeña en encontrarse viva


y personalmente con el Dios Cristiano, en una lucha de toda su vida; es el
primero en romper el dilema entre una fe sin elección previa o la indiferencia
religiosa; es el primero en emprender su búsqueda, al margen de las catequesis
oficiales, más formales que vivas; es el primero en plantearse como problema
radical de América, el problema de Dios.

En un proceso de tipo predominantemente volitivo, de espaldas a


toda forma de especulación teórico - conceptual, volcado a la práctica de una
tarea ascética de tipo personal, con profundas repercusiones trascendentes y
comunitarias, cada vez más marcadas, todo el empeño de su diario vivir se
orientará a la búsqueda y esclarecimiento de las posibilidades reales y vivas
del mensaje cristiano como fuente de manifestación de personalidades
auténticas, pues dice ser “el predicador de la personalidad”. (N, p. 15)

En la América conquistada, es fácil encontrar grandes intelectos


especulativos; pero casi imposible hallar maestros que viertan los
conocimientos conceptuales en un proceso de mejoramiento de las
individualidades:

Fernando González logró extraer de la cotidianidad popular, que es


la cantera de sus meditaciones, una dinámica de profundidad metafísica y
dinamismo generador de auténticas personalidades en la libertad.

Por más que su obra, mirada superficialmente, parezca


contradictoria, negativa, vulgar, el denominador común de toda ella es
elevadísimo: la búsqueda de Dios, esencia de la libertad, ya que según él,
“somos entre dos caminos, el que hunde en las apariencias cada vez más, y el
que sube cada vez a mayor soledad en Dios”. (N, p. 164)

El autoanálisis, la biografía, la crítica, el escarceo filosófico, el


panfleto, todo lo que encierra su obra, no es más que el esfuerzo por esclarecer
el céntrico misterio vital: la Divinidad.

Para él, “el hombre es aljibe, forma a través de la cual mana el


Espíritu”. (N, p. 48) “A ratos pienso que los grandes hombres son más
fatalidad que todos. Son instrumentos de Dios.... Más que ninguno no saben
280

para dónde van. Obedecen.” (MC, p. 114) “El valor de este mundo en que
vivimos está en las Presencias”. (LV, p. 211)

Todos los intentos de análisis de la obra de González han fracasado


porque han pretendido colocar al hombre como centro de la misma, cuando él
no mira jamás al hombre como un solitario, sino como una avanzada del
cosmos hacia Dios. Dios es la realidad esencial en la búsqueda y hallazgo de
la significación del hombre.

No se precisa la negación previa para llegar a la afirmación de Dios.


La negación, en el orden epistemológico, sucede a la afirmación. La negación
es una afirmación escindida en sí misma.

Muchas veces, la negación es el enfrentamiento a lo


institucionalmente aceptado como verdad o como bien; en las negaciones
encontramos la capacidad de enfrentamiento ola inadaptación de los hombres
al medio en que discurren. Fernando González partió de la interrogación sobre
el significado de Dios, y acuciado, precisamente, por tal interrogación, llegó a
la entrega total e incondicional a Dios. Desde la interrogación hasta la unión
contemplativa, este americano vivió íntegramente el proceso de aceptación y
personalización de la fe, en un constante empeño de búsqueda personal, de
espaldas al sistema tradicional de memorización de catequesis importadas.

Seguiremos, pues, su proceso de maduración y vivencia de fe, que


como ya se dijo, es el alma de toda su obra; la única explicación de los
criterios históricos, sociológicos y filosóficos que encarna su pensamiento.

Viajero del mundo de la necesidad, en la primera época de su


existencia llegó, ya al final, al reino de la libertad en la gracia.

En las vivencias de su primera época, determinista, nos entrega,


como compendiada en la suya, el alma de América naciente, mundo primitivo
donde impera el sentido de la fatalidad y la fe solo es captada en su aspecto
trágico, carente de sus elementos liberadores. Nos da la imagen viva y
atormentada de un mundo que nominalmente libertado hace más de siglo y
medio, sigue viviendo en el más férreo determinismo social, político, cultural,
dependiente del sentido de casta e imitación.
281

A través de un cerrado individualismo introspectivo, González


digirió el proceso de la angustia fiducial, irrealizado hasta entonces en
América.

La agonía de su fe, su airada voz anatematizante de instituciones y


personajes, lo lleva a granjearse el desprecio de su generación.

Su firmeza en la búsqueda, su valentía en la exposición de su lúcido


pensamiento, su fidelidad sin desmayos a la tarea emprendida, su penetración
agudísima & los problemas continentales, hacen de su vida y su obra
expresión profética del destino de América.

Profeta anatematizado, Fernando González, viajero de Dios, nos


señala el sentido del hombre y del continente a partir de la divinidad.

La Patria

La patria se constituye por la convivencia humana bajo un mismo


ideal social, una común autoridad propia, en un medio territorial común.
El suelo no alcanza a constituir patria, porque la patria ha de ser padecida o no
es tal.

La total discrepancia ideológica y vital impide la configuración de


la patria.

La carencia de ideología y vivencias comunes hace que


descendamos del nivel de patria al de provincia o aldea. En las patrias se lucha
por las ideas, en las aldeas se vegeta sin unidad ideológica y axiológica.

Donde no hay capacidad de propio gobierno, hay colonia. Quien no


es capaz de gobernarse ha de ser gobernado.

En los países americanos ha sido tan precaria la proporción de estos


elementos que apenas se ha llegado al nivel más elemental de patria: LA
PATRIA BOBA.

En América, por un doble fenómeno, apenas hemos llegado a las


patrias bobas:
282

Atrofia de la capacidad dinámica, debida al oscurecimiento de las


nociones sociales y humanas primarias (fe, libertad, independencia autonomía,
cultura, civilización), como fruto del traumatizante proceso conquistador.

Carencia de personalidades que encarnen el proceso del desarrollo


de la nacionalidad hacia su madurez, por lo cual la legislación y la
organización social no han correspondido a las exigencias del devenir
histórico; han sido artificiales, no vivas.

Entre nosotros se ha carecido siempre del factor energético de la


nacionalidad y se ha dilapidado la potencialidad humana en el laberinto
logomáquico de legislaciones inoperantes, artificialmente incrustadas en
nuestro ámbito social.

La carencia de patria viva nos ha llevado a la realidad de la patria


boba, que es casi la carencia de patria.

La aparición y permanencia del fenómeno de la patria boba, entre


nosotros, se debe a los siguientes factores:

1. El elemento indígena vio frustrado su proceso cultural y se


refugió en el sometimiento resentido; la inteligencia se polarizó en la
hipertrofia de la memoria atormentada, manifestada a través de la astucia,
único reducto de la vivaz inteligencia del indio.

2. Liberación política de masas, incapaces aún de los conceptos de


libertad sicológica y moral; desconocedoras, todavía, de los conceptos de
individualidad y dignidad; asociadas a la empresa liberadora con fines
utilitarios y mezquinos, pero espiritualmente dentro del espíritu del coloniaje.
Lograda la libertad, por la derrota de las fuerzas hispanas, se implanté en estas
Américas la legislación y la organización política europea y se despertó la
conciencia de la dependencia ideológica, en un grado mayor al existente antes
de la campaña emancipadora.

Los chafarotes y los legisperitos prostáticos que tomaron en sus


manos los gobiernos de las nacientes repúblicas se encontraron, de buenas a
primeras, con el problema (no superado aún) de cómo gobernar en muy
283

precarias condiciones a pueblos nuevos, incapaces aún del concepto de


Estado, y echaron mano de legislaciones europeas, elaboradas para pueblos de
antaño enfrentados a la tarea de patria y libertad, y aquí las aplicaron, sin éxito
alguno. Así apareció en cada patria de América, la realidad que aún hoy se
vive: el Estado y el gobierno como explotación y sojuzgamiento de mayorías
ignaras por clanes poderosos económicamente.

3. La subsiguiente creación de instituciones que favorecieron el


ánimo codicioso de los criollos ricos, gracias a la organización de un sistema
político que sólo permitiera la extracción de los directivos de los estamentos
gubernativos, legislativos, eclesiásticos, etc., de entre los reductos sociales
más elevados, i e: aquéllos que tuvieran un tris más de sangre hispana. Así la
empresa libertadora vino a degenerar en el acaparamiento del poder y el
capital en manos de un puñado de gentes y en la explotación de las clases
populares por las clases “altas”, i e: los ricos.

4. El desprecio de los valores culturales propios, ya que la élite


“progresó” de espaldas a ellos, y el pueblo oprimido acabó por mirarlos con
desvío como una inutilidad que nada contaba para la adquisición de poder y
dinero. Las patrias americanas crecieron, pues, en un mundo de comodona
superficialidad cultural, que engendró un mundo histórico-cultural inauténtico.

5. Imprecisión, y por lo mismo confusión, en los diversos campos


de la actividad nacional: intervención excesiva y dañina del clero en asuntos
políticos; uso inmoral de la religiosidad popular en menesteres políticos con
fines electoreros o campañas anticlericales; desorientación económica, que
degeneré cada vez más en un desequilibrio traumatizante; uso arbitrario de las
normas jurídicas para favorecer privilegios; mantenimiento de realidades
obsoletas, so capa de sano nacionalismo y auténtica tradición.

En cada período de la historia nacional colombiana, la causalidad


determinante de la aparición de las patrias bobas hace crónica irrupción.

En el período inmediatamente siguiente al grito de Independencia,


malgasto de energía y bienes nacionales en campañas divisionistas. Fruto: La
Reconquista española.
284

Al término de la campaña libertadora, triunfo de la mentalidad


provinciana sobre el espíritu de unificación continental. Fruto: la disolución de
la Gran Colombia, que se prolonga en la noche septembrina, la
institucionalización del legalismo, el receso económico de las nacientes
repúblicas.

En la segunda mitad del siglo XIX, estéril empeño en hacer de


indígenas atormentados, mulatos rijosos, mineros dipsómanos, comerciantes
ávidos, los hijos del Enciclopedismo, y de puebluchos pajizos, albergue de
leguleyos y curitas de misa y olla, centros de ideología rousseauniana. Fruto:
Guerras civiles, fanatismo religioso, caída en una yerta época de mandatarios
senectos, poetas convertidos en gobernantes, clérigos adueñados de la tribuna
política.

En el segundo tercio de este siglo, aparición de un nuevo


conquistador: el Yanqui, que se adueña de cielo, tierra y mar. Fruto:
enajenación del territorio patrio y, por reacción, aparición de un nuevo amo
extranjero: el bolchevique.

En la patria boba colombiana, chispazos apenas de genialidad y


auténtica manifestación nacional: Reyes, despótico y activo, escéptico ante la
balumba de leyes y discursos; Carlos E. Restrepo, sensato y moderado.
Ocasionales y fugaces puntos de luz y sapiencia en la calígine de la Patria
Boba.

En América las patrias no son patrias dinámicas a la búsqueda de


sus posibilidades, son apenas remedos de patria, cuarteles de imitación. Hoy
seguimos deslumbrados por la caduca cultura europea que ve desfilar sus
gentes hacia el oriente místico, luego de las dos sucias guerras mundiales,
agotado ya su potencial territorial, envejecida prematuramente su juventud,
aterrorizada su sociedad ante la amenaza del marxismo-leninismo-maoísmo.
La patria boba, preocupada sólo por el epifenómeno de 1 que en ella se
manifiesta, ha engendrado un curiosísimo ser, ese si único en el mundo: EL
OPINANTE.

El opinante es un ser parásito que vive a expensas de las


realizaciones ajenas; que habla y habla, por hablar, para oírse, para que lo
oigan, sin buscar fines ni tener propósitos; que no busca realizar nada, ni
285

realizarse a sí mismo; que trata solamente de simular, de aparentar, de fingir


para figurar, sin más objetivo que la figuración.

Ése es el único producto de la Patria Boba. La Patria Boba existe


para producir opinantes.

Palabras, palabras, verborrea, opiniones sin una nieta definida. Eso


ha sido la historia de la eterna patria boba colombiana.

En Colombia no ha habido nunca Constitución, pues ésta ha sido


objeto de entretenimiento para legisperitos y políticos de oficio. El interés de
los privilegiados, la avidez de los líderes políticos, la demagogia de los
mandamás de turno, ha sido realmente la única norma que ha regido la marcha
de la nación colombiana. Hemos tenido tantas constituciones o reformas
constitucionales, como gobiernos; las reformas han sido hechas con criterio
sectario de cálculo electoral; la meticulosidad del inciso ha sido la constante
de todas ellas. No hemos tenido más constitución que la constitución de
hecho, inicial y permanente en nuestra sociedad: un sector minoritario que
maneja a su amaño bienes y personas con fines mezquinos de dominio de
clase.

Literariamente no hemos tenido nada propio, hemos expresado


nuestras inquietudes y nuestra realidad humana a través de moldes literarios
ya trascendidos en Europa. Si exceptuamos los esbozos literarios de los
costumbristas, a cuya altura se detuvo la creación literaria, nada auténtico ha
surgido en el campo de la cultura. Las nuevas figuras surgen, inmaduras aún, y
es temprano todavía para hablar de una auténtica renovación literaria que
perdure.

En el campo religioso el único logro nacional ha sido el cura


doctrinero, fruto del menosprecio del español por el nativo: los curas
doctrineros, monagos del fraile hispano, menospreciados por la blanquicie de
los poblachones coloniales, encarnan, tipificándola, la reacción del americano
conquistado ante la fe.

Colombia sigue viviendo la psicología prebolivariana: temor a la


expresión de sí; sometimiento al oneroso yugo extranjero, imitación de formas
culturales externas.
286

Los héroes, los santos, los maestros, los creadores, son producto de
pueblos seguros y orgullosos de sí mismos. Entre nosotros no ha habido
realmente nada de esta manifestación pletórica de la personalidad. Entre
nosotros sólo ha habido opinantes.

Los opinantes son producto de pueblos obnubilados que cubren sus


frustraciones y su timidez con la brillantez verbal sin fines determinados. Se
opina para figurar, para ser apreciado, para simular y adquirir privilegios, más
o menos considerables, que lleven a los círculos del poder que estérilmente se
consume en sí mismo sin llegar a producir una auténtica promoción
comunitaria.

Así se explica por qué somos un país de genios larvados, de poetas


innumerables, de elaboradores de programas gubernamentales irrealizados, de
investigadores que en el campo científico nada han aportado.

Colombia es un país de burócratas y politiqueros aldeanos, llegados


a sus cargos con el padrinazgo de terratenientes y “blancos” o negros
blanqueados por el capital adquirido en tareas de quehacer de opinante
aldeano.

Viajar a Europa, asistir a un curso de vacaciones en Norteamérica,


citar estadísticas de la Unesco y la Fao, citar textos de Mao, saber nombres de
directores de cine extranjeros, es hoy entre nosotros la Cultura. Exhibir su
“cultura”, la tarea del opinante colombiano.

Seguimos en la Patria Boba. La Universidad permanece aquejada


del mismo ateísmo anticlerical del bueno de don Manuel Ancízar, sólo que
ahora teñido de marxismo; los tataranietos de los criollos del siglo pasado son
hoy gobernadores, gerentes, senadores, de las indiadas y zamberías que les
legaron sus mayores; en cada legislatura se discute una nueva reforma
constitucional, inocua como todas las demás; los banqueros son los senadores
y los senadores pasan a ser magistrados y las magistrados rectores de las
universidades, dentro del mismo círculo cerrado de los privilegios de casta;
hoy, como lo fueron antes Rousseau y la Enciclopedia, Mao es el guía;
agentes gringos y guerrilleros promarxistas, siguen violando campesinas, so
pretexto de campañas de promoción y paz, como lo hicieron los soldados de
287

Quesada, Belalcázar, Masa, Obando, Uribe y Ospina; el gobernante de turno,


lo mismo que los virreyes (no ya por decreto promulgado a golpe de tambora,
sino a través de los canales de la televisión), sigue informando al pueblo que
no reinará la anarquía; como en los tiempos de Camilo Torres, el payanés,
queremos que venga aquí Su Sacra Real Majestad, no ya nimbada de
divinidades, sino de dólares.

Somos la Patria Boba. Seremos, tal vez por muchos años, la Patria
Boba.

Sin embargo en el subfondo estático de las Patrias Bobas, se van


concretando invisibles quantum de autenticidad, que a su tiempo se
manifiestan como personalidades que llamaremos ANTI, para indicar así que
como manifestadoras de valores auténticos, opuestos a todo lo aceptado oficial
y tradicionalmente como valor, son fuerzas que marchan y combaten en contra
de todo y de todos.

Los anticuerpos que garantizan la supervivencia de los organismos


biológicos atacados por elementos extraños que han llegado a incorporarse a
ellos, tienen sus correspondientes en el campo antroposociológico y garantizan
la supervivencia y maduración de los pueblos que por fuerza de la evolución
histórica son sometidos al influjo de fuerzas extrañas, destructoras de sus
virtualidades auténticas.

Como en el campo biológico, en el campo social se produce un


aumento de poder de los ANTI en los momentos críticos en que la unidad total
está seriamente amenazada.

A las épocas de intensos sacudimientos sociales las precede un


período de gran laxitud y las sigue otro de igual signo, en un como instintivo
proceso de conservación autodefensiva del agotamiento por hiperfunción.

Las figuras antitéticas, los personajes ANTI, alo largo de la historía,


han desarrollado su tarea en períodos de intensa actividad o marcado
activismo, que hace a los hombres de su generación incapaces de escuchar el
mensaje que les dan los ANTI, manteniéndose así, una vez más, la ley de
autodefensa social que aminora un poco La fuerza disolvente que encierra su
288

mensaje, que de ser tomado en su integridad disolvería a la sociedad que trata


de hacer surgir de su letargo.

La fuerza vital que encierran los ANTI es fuerza de efecto


retardado. En el momento mismo de su aparición permanecen opacados, sin
plano de comunión con los congéneres de la sociedad en que se mueven; a lo
largo de los años va haciéndose más válido y actuante su mensaje y adquiere
cada día una mayor vigencia. Son profetas cuya percepción lejana de los
hechos sólo viene a corroborarse a medida que éstos se van cumpliendo.

En Colombia, terminado el proceso de las luchas independentistas,


se necesitaron cien años para que las fuerzas vitales de la autenticidad se
concretaran en el personaje ANTI que hiciera realidad el descubrimiento de
las posibilidades del pensamiento nacional.

Terminada la Guerra de los mil días, a principios del siglo XX, el


país se sumió en un letargo de casi media centuria, la época más remansada y
panda de su historía (un bonete, una taza de chocolate, una charada,
simbolizan esos treinta años de historia nacional).

En 1930 se concreta el despertar de las más variadas e inarmónicas


inquietudes. Está maduro el país para la manifestación de una inteligencia
antitética que condense en sí los quantum de autenticidad, supervivientes en el
mentiroso proceso del discurrir patrio.

En los años treinta, tras el adormilado zumbar de colmena que fue


Colombia luego de la guerra de los mil días, cuando la noción de patria se
confundió con la de aldea, y las energías nacionales no tuvieron más alta
manifestación que el rezo de los capitulares, se precisaba, por necesidad
sociológica, un remezón en la escala de los valores y la actividad nacional,
pues el inmenso poblachón demás de un millón de kilómetros, mangoneado
por el clérigo, arrullado por la declamación de odas y letrillas, cruzado por
arrieros paludosos y borrachitos vociferantes, era un ser tan quieto que parecía
muerto.

En la Patria Boba de entonces, la única tarea es engendrar, sin


descanso, nubes de hijos que, apenas nacidos, son bautizados con el nombre
del santo del día, así hayan de llamarse Margarito, Hemerenciano, Crisóstomo
289

o Tecla. Es el misterioso esfuerzo de la Patria, en su vano proceso histórico,


por engendrar el ANTI, pues los pueblos en vía de consolidación de su destino
multiplican su capacidad generativa en un inconsciente conato de
autenticidad: Cristo, Buda, Mahoma, El Cid, son personalidades surgidas en
pueblos fatigados de luchar por la plena manifestación de sí mismos.

Primitivo, individualista, trascendente, profundamente religioso,


encarnación de las más hondas esencias de la nacionalidad, habrá de
manifestarse en el personaje que encarne la espiritualidad antiética que ponga
al descubierto el alma viva del continente en la patria colombiana.

Fernando González será personalidad demoledora, rampante, en


guerra contra todos los dogmas y modos de vida que encarnan aquí la mentira
socia latinoamericana.

Colombia estaba madura ya para la manifestación del individuo


más airado, más iconoclasta, más persona, en batalla imposible por descubrir
el espíritu de su pueblo.

Con Femando González aparece para Colombia la esperanza de su


manifestación auténtica, luego de tres siglos de imitación y superficialidad.

Casi desde la niñez, luchará sin descanso; por eso dirá: “Agonizo
desde que mi madre me parió cabezón e infiel”. (LV, p. 11)

El Pueblecito

El pueblo antioqueño permaneció un tanto marginado del proceso


de la dominación español y la naciente república. Aún hoy conserva un cierto
cariz segregacionista que se manifiesta en su agresivo regionalismo, su
soterrado espíritu federalista, el desdén con que ve cómo se le mira, a lo largo
y ancho del país, como núcleo ávido y judío.

El aporte antioqueño a las tareas de independencia y organización


republicana está enmarcado en un plano secundario. El antioqueño, por la
ubicación de su territorio separado de los medios fluviales de comunicación,
únicos entonces; por lo áspero e infértil de su territorio; por la personalidad de
290

las gentes que lo formaban (sañudas e individualistas), tuvo una visión


pragmática, calculada y fría del proceso independentista.

Sus hombres fueron consejeros: Restrepos, De la Calle; soldados


muertos en acciones de insensatez táctica: Girardot, Córdoba, Liborio Mejía.

Dado su carácter pragmático, los antioqueños quedan en posiciones


marginales dentro de la empresa, acaudillada por los soñadores santafereños
que sueñan códigos e incisos, calculan posibilidades de éxito, piensan en
cargos gubernativos, diseñan empresas de comercios y minerías.

Por más que venga en empresa de reconquista, el antioqueño se


siente libre ante el español, pues sabe que las huestes españolas, fatigadas de
cordilleras y regiones húmedas y enfermizas, llegan casi impotentes a su
territorio. La empresa libertadora le llega de lejos, se siente seguro con las
gestiones de don Juan del Corral.

En el grupo antioqueño el sentido de economía se ha hipertrofiado


en un como presentimiento de que toda la empresa vendrá a cristalizarse en el
dominio de los económicamente poderosos.

La empresa libertadora (derrota de los españoles por el medio


tropical: amibiasis, paludismo, tuberculosis) no se encama en el antioqueño en
intriguillas burocráticas y manifiestos eruditos e inútiles; él está lejos de todo
ello, arañando la tierra estéril y buscando oro en hondones de miedo.

Los antioqueños llegan a ser los hombres de la secretaría, de la


administración financiera, de la misión diplomática con fines económicos. No
tienen alma para la disquisición erudita, que es entonces encamación de la
capacidad gubernativa.

Terminada la fase bélica del proceso libertador, mientras por todo el


territorio nacional se urden conspiraciones, asesinatos, reparticiones de
prebendase el antioqueño se adueña lentamente del territorio nacional: suyas
las minas, suya la selva virgen que desmonta y coloniza, su sangre extendida
por toda la región occidental del país.
291

En el altiplano santafereño se malogra la empresa libertadora en


añagazas de tipo político; en Antioquia se construye la patria activa y
dinámica, de espaldas a los dañinos activismos capitalinos que urden la trama
de la nueva Patria Boba.

En los climas fríos, el alma española se enrarece, pues la esterilidad


del suelo agiganta la capacidad de ensoñación y sutileza mental; la abulia de la
población indígena, traumatizada ya, despierta la libido de mando en el alma
ibérica, y como fruto de la degeneración de la raza española, en estos trópicos
se inicia, ya en forma definitiva, la degeneración de las razas, que se tornan
masa inmoral e indisciplinada, si criolla; apática e indolente, si indígena;
bullanguera y perdularia, si zamba.

En las tierras antioqueñas los españoles están agradados, deseosos


de permanecer y mejorar, se hacen comerciantes y hacendados y mineros, y
entregados de lleno al logro de sus empresas, se olvidan de los tejemanejes de
legisladores y gobernantes.

Antioquia es Medellín. Es así por imperativo ecológico.

Clima, topografía, ancestro, hacen que el hispano-paisa tenga en


Medellín su centro vital.

Antioquia es breñales preñados de oro y circuidos de mosquitos y


endemias.

En las minerías de Remedios, Zaragoza, Yolombó, Yalí, el español


no puede sentirse enraizado; sólo el valle de Aburrá, seco, fértil, amplio, es
sucedáneo de sus nostalgias de lar nativo.

Por todas partes se forman centros de colonización, pero sólo el


valle de Aburrá es centro propicio para la manifestación y expansión de la
capacidad vital. Por ley de primacía, Medellín acaba por cubrir el campo vital
del grupo antioqueño. Allí se centran los menesteres gubernativos y
comerciales, alma de la actividad judeoide del alma paisa.

La Patria Boba sigue su curso bajo el comando del altiplano


santafereño, mientras en Antioquia se gestan las tareas de libertad de los
292

esclavos, bajo la dinámica de don Félix de Restrepo, y de colonización de


Caldas y el Quindío, en una emocionante tarea de evasión de los menesteres
de los opinantes de la Patria Boba.

Santa Fe de Antioquia, la encarnación de la Patria Boba en


Antioquia, se hunde en un marasmo de pereza y laxitud, a orillas del lento
Cauca. Marinilla y Ríonegro, climas fríos, pueblos de gente pendenciera y
cavilosilla, muy semejantes a la capital santafereña, ven pasar los días en
reyertas caseras, y sus mejores hombres se van a las regiones selváticas a
fundar pueblos y a explotar minas, mientras los pueblecitos, convertidos en
villas de figurón, con escudos, nobleza, y cédulas reales, se mueren de atrofia
viendo emigrar sus mejores hombres, para convertirse, los pobres, en mercado
de solanáceas y centro de fanatismos partidistas, cuna de políticos a ración y
sabios de la cultura extranjera importada.

Segovia, Zaragoza, Yolombó, todos los pueblos de minerías, se


pierden en el universo de la agorería y el fatalismo diabólico.

Antioquia se hace Medellín. Todos los pueblos antioqueños quedan


fascinados a la altura de sus héroes muertos, viviendo de añejas gloriolas
inútiles; cultivando la inútil tradición de sus difuntos beneméritos.

Envigado, en el valle de Aburrá, fulgió entre los pueblos


antioqueños, un poco más joven que las villas de oriente y nordeste, eclipsado
por la cercanía de Medellín.

Libre de la vanagloria de los viejos pueblos antioqueños, su


desenvolvimiento pudo realizarse armónico, lento, progresivo. Del pueblecito
de Santa Gertrudis de Envigado, surgieron hombres muy egoentes, reflexivos,
realistas, modestos, armónicamente madurados, y a la vez inocentes, crédulos,
timoratos. Hombres muy en acuerdo con el momento sociológico que vivía la
patria naciente.

José Félix de Restrepo, seco como un vergajo, duro, frío, inflexible,


profundamente moral, convive con esclavos y libertos y es el gestor de la
manumisión; los doctores de la Calle, clérigos politiqueros, instigan la
independencia; José Manuel Restrepo, muy escuchetas y silencioso, nos deja
el alma de la Patria Boba en su monótona Historia de la Revolución; Manuel
293

Uribe Ángel, médico andarín y liberal, recorre el mundo entero y escribe la


historia de los poblachones antioqueños, sin que sus viajes por el mundo le
hagan perder la noción de patria; Marceliano Vélez, colonizador de Turbo,
encarna el alma simple y pendenciera de los colombianos. En fin, decenas de
fundadores de pueblos, clérigos oliscados, legisladores taciturnos y aburridos
en la balumba de las intrigas.

En cada tarea de construcción de Patria, hay un envigadeño


modesto y tinoso, que de espaldas a vanidosas figuraciones, contribuye al
surgimiento de la auténtica nacionalidad. El Dr. Uribe Ángel que siendo
liberal de raca mandaca, llama “bribones” a los constituyentes de Ríonegro, y
que luego de tratar con médicos y científicos del mundo entero consigna la
historia de la medicina en Antioquia, encarna el espíritu del envigadeño que
fue, ajeno al espíritu imitador, anhelante de la manifestación simple de su
propia realidad.

La configuración del alma de este Envigado del Aburrá, llegó a su


cima con la aparición del Padre Jesús Maria Mejía. Sonsoneño, repelente y
atractivo a la vez, carón, nalgón y sonreído, a la vez triste y plácido: sus ojos
lloran y su boca sonríe entre escéptica y compasiva.

Durante medio siglo él es Envigado. Las escuelas, el templo, la


cultura, todo converge a su figura. Forma grupos teatrales. En los atardeceres
convoca al pueblo para contarle cómo es Europa y cómo la Tierra Santa y
cómo Envigado es más limpio y más bello y más fresco que cuanto en el
mundo conoció, y cómo el Papa, entre centenares de obispos y sacerdotes del
mundo, se fijó en él para decirle que parecía un obispo. Se enfrenta a don
Fidel Cano que hace villancicos al Niño Dios y ridiculiza, a la vez, los ritos
bautismales, bautizando un camero; destruye el periódico Vox Populi que
había fundado Alfonso González, el hermano de Fernando, y que elogiaba en
sus páginas, a Nietzsche, Schopenhauer y los artistas de la Europa de
principios de siglo; se granjea la enemistad de los escultores envigadeños,
píos, godos y perdularios; pero no pierde nunca la calma, aquieta el pueblo, lo
hace avanzar rítmica y reposadamente, es el centro de la virtualidad
envigadeña.

El padre vive modestamente en una piezona de tabla, detrás del


templo, en un principio, y luego en una casa en las afueras del pueblo; cada
294

mañana se oye el golpeteo de su bastón en los pedrones de la calle real,


cuando va camino del templo que levantó e hizo consagrar y es orgullo de la
Antioquia de entonces.

Al final, por intriguillas de politiqueros conservadores y beatos, es


despojado de su curato.

Con sus gatos de angora, que en jaula de alambre porta Julián, el


sacristán y maestro del poblado, sale llorando, camino de la naciente
Manizales; pero no tarda en regresar, hecho canónigo por el obispo Caicedo
que es avezado hombre de mundo y comprende que ha cometido un grave
error al despojar de su curato al padre Mejía.

Muere, ciego y solo, en el pueblo que brotó de su alma


taumatúrgica, acompañado apenas por el mono Barrera, un hombrecillo
pendenciero y aleguetas.

Mientras recorría a Europa, Envigado cubrió su campo vital. De él


aprendieron dos, y casi una tercera generación de envigadeños, que Envigado
era un ser vivo que se podía recordar con lágrimas, como lo hizo el padre
Mejía, en el Vaticano y en Jerusalén.

El padre Mejía era Patria viva, hombre umbilicado con su tierra y


sus gentes, fruto maduro de la tierra nativa.

Un pueblo que se estructura en una forma constante y ordenada, a la


búsqueda de sus valores, por más que no escape a la general bobaliconería de
la Patria Boba, es teatro adecuado para la manifestación del personaje que
encarna el auténtico espíritu nacional.

En Envigado todo fue armónico y plácido.

El mestizaje tranquilo: los anaconas que poblaban el sitio huyeron a


la llegada de los españoles y el pueblecito vio poblarse sus campos de gentes
individualistas, espirituales, un tris escépticas, altamente místicas, sosegadas
en su manera de vivir.
295

Sus hombres más figurativos no llegaron nunca al nivel del


heroísmo venerable, pues su callada mesura no los llevó a figurar como
prohombres. Las generaciones modeladas por el padre Mejía tuvieron en las
figuras de su historial estímulo pero no ídolos, La expresión humana fue muy
individualista y no se llegó a formar un sentido de casta; Ochoas, Arangos,
Restrepos, Vélez predominaron en el ámbito pueblerino, pero no tuvieron
nunca pretensiones de dominio; no se buscó nunca formar una sociedad de
clanes, sino de personalidades; fue axiomático el principio de que “ca’uno es
ca’uno”, y cada personaje de la historia del pueblo era un hombre aparte cuya
alma abrigaba un místico entre rústico y aristocrático.

En el íntegro y armónico devenir de su complejo humano, Envigado


es un caso ejemplar dentro de la nacionalidad colombiana. Los españoles están
sosegados en el medio envigadeño, los acompaña apenas un tris de nostalgia
por el rey y los vinillos de Jerez que resucitan muertos; el mestizaje es
plácido, dada la exigüidad del grupo indígena; la minería escasea y no hay
negrerías soliviantadas; los esclavos son amorosamente tratados por los
Restrepos que los hacen libertos y los Ochoas, metafísicos, que ante una
pústula infectada meditan en el dolor y la muerte y aplacan sus iras; el padre
Mejía inventa la leyenda de Abdul Mí, esclavo del primer cura del pueblo,
heredero del trono real de la Nigricia, que al ser buscado por sus súbditos para
asumir la corona real se niega a aceptarla pues prefiere ser esclavo en tierra de
cristianos que rey en tierra de paganos. En Envigado los negros y esclavos son
gente de sangre real, sin resentimientos, forman al oriente del pueblo su sector
de residencia, en el que se habla jerga propia y casi llega a tenerse propia
arquitectura.

Como fruto de ese proceso de armónica y genuina maduración de


un grupo humano, surge la conciencia de la autenticidad americana, Fernando
González: “20%... místico; el 10% peón; el 30% enamorado de la belleza y el
resto bobo”; (MS, p. 113) conmovido únicamente por “el individualismo
místico”; (1-ID, p. 47) que no es “para sociedad (política, agrupaciones,
acciones sociales)”. (E R, p. 135)

Envigado pare a Fernando González y muere.


296

La industria, coloniaje del dólar, lo absorbe todo; una horda de


hombrecillos sin alma lo invade todo; aparece una hibridación baja, ahogada
en alcohol, maquinarias importadas y algazaras de sindicato.

El pueblecito ha cumplido su misión en la historia americana y


agoniza en unos cuantos caserones viejos donde entre jardines inconcebibles,
arboledas místicas y retratos desteñidos de figuras de los tiempos idos,
deambulan como sombras de pesadilla, viejitas rosaditas como duraznos y
duras y secas corno varijones de macana.

Medellín, la capital de la nueva industria, absorbe el pueblo. Hoy no


queda nada de lo que fue Envigado en el tiempo de su prosperidad moral, a la
búsqueda de su propio itinerario.

El parto de González tiene como precio la muerte del pueblo que se


sume en la turbulencia de la Patria Boba del siglo XX.

Las Tías Felisa y Martina

Felisa fue el ser más afirmativo que pisé la tierra.


Siempre iba con las enormes llaves de acero prendidas al cinturón o
dogmáticamente cogidas en su mano cundida de queratomas, semejante al San
Pedro zarco y cabezón que hizo tallar el padre Mejía

Blanco el pelo ensortijado, blanca la piel delgada, más blanca el


alma.

Felisa era dogmática de un dogmatismo pesimista, que en fin de


cuentas era la más agresiva afirmatividad.

Incapaz de convivir con alguien. Apenas su criada, un varón en


cuerpo de mujer, compartió su techo y su airada visión del mundo que se
manifestaba a cada segundo en el despectivo movimiento nervioso de sus
labios delgados.

Odiaba los conservadores municipales que se dejaban mandar del


cura a quien como buena roja oía la misa y sacaba el cuerpo.
297

En la última callejuela, al occidente del pueblo, horadé el barrancón


árido e incrustó allí una imagen de María. Era el culto heterodoxo que
arrastraba anualmente miles de fieles, dejando vacío el templo.

Vecino a la Iglesia entablé negocio de telas y cacharros; pero como


en su almacén más se peleaba que se vendía, acabó por quebrar.

Su alma era un armario de fechas de muertes y agonías de


familiares.

La muerte era su mundo. Para ella, vivir no era más que un pretexto
para poder morirse algún día.

No tuvo amistades con nadie; apenas de tarde en tarde un canónigo


lento se aparecía a su casa a fumar tabaco de esencia de rosa, beber cacao y
comer icacos, mientras afloraba los tiempos de un obispo ya ido.

Felisa no era afín de nadie. Estaba unida a los demás, apenas por la
frontera de la muerte: donde había un enfermo grave o un agonizante, allí
estaba ella, dogmatizando y recetando tizanas de toronjil y yerba mora.

Odiaba a los mendigos de oficio, pues como no concebía un


segundo de descanso, la abulia de los mendigos la exasperaba.

Todo en ella adquiría un matiz propio; es la única persona que al


hablar, por los modos de adjetivación y pausas fónicas, da la impresión de
estar leyendo: cuando habla parece leer, y cuando lee, es tan viva su lectura,
que parece estar conversando.

Melanófoba furibunda, siente viva su vinculación con los lejanos


vástagos hispanos; para ella los blancos son dignos aún en sus bajezas.

No conoce el temor y mira con escepticismo hombres e


instituciones. Ha llamado Estropajo a su gato, porque “en estos pueblos de
negros” - según dice- “los animales son estropajos”.
298

Cultiva una arboleda donde crecen todas las especies frutales del
trópico, y cuando los ocasionales sobrinos visitantes golpean los árboles, está
enfurecida una semana entera.

Cuando ya es tan vieja que los acontecimientos la han superado y


no tiene con quien enfrentarse, se muere, sola en su casona, sin agonía
aparente. Llevaba ya casi ochenta años de agonía entre animales, plantas,
curas y alcaldes godos. Su vida fue hasta el apagamiento, una serie de
nimiedades agónicamente vividas. Felisa nació y vivió hasta el segundo de su
muerte con la más decidida vocación de angustia y encono.

Martina parecía tallada en caoba.

Su ser todo convergía a la nariz, enorme, ganchuda y fina; más


parecía pico que nariz.

La trenza más delgada y los tabacos más delgados del mundo,


consonaban, hasta dar la idea de unidad corpórea, con su ser, el más delgado
que ha pisado la tierra.

Hablaba poco y refunfuñaba mucho.

Durante medio siglo guardó un régimen inverosímil de huevos, pan


y chocolate, comidos a escondidas.

Ojos azulísimos y móviles, como los de los crustáceos, hechos para


la mirada abismal. Parece que la vida le produjera vértigo.

Su única pertenencia es la ortofónica heredada de los abuelos; en


ella, algún día muy luminoso, oye de pies sobre sus botas de la época colonial
que no abandona nunca, canciones antiguas y dúos acatarrados, de largos
finales.

Habla horas enteras con el loro, y la seriedad de los dialogantes da


la idea de comunión. Es su loro el único ser con quien parece entenderse de
verdad. Sabe un mar de historias inverosímiles: la de la mujer que parió doce
hijos en un mismo parto y los bautizó con el nombre de los doce apóstoles; la
de la mujer que quedó grávida al bañarse en el riachuelo del pueblo; la del
299

viaje de la agónica Domitila basta la fría Manizales, en busca de la hija


ausente.

Sentada en la ventana que da al corredor donde el icaco proyecta su


arabesco móvil, lee tardes enteras, aún después del ocaso, las páginas de La
Imitación de Cristo, y murmurando ininteligiblemente, guarda el libraco en el
chifonier oloroso a breva y tabaco.

Es ajena al mundo que la rodea. No puede saberse si vive afligida o


indiferente: su leve sonrisa no alcanza a expresar emoción alguna.

Se queja continuamente de la fatiga estomacal, que en realidad no


debe ser patológica sino mística, pues Martina parece encarnar la pesadumbre
de un larguísimo exilio.

Está en el mundo, pero realmente no ha vivido en él un minuto


siquiera: no sabe qué sucede a su alrededor.

La forja que, a impulso de su flaca mano, semejante a un signo de


interrogación mal trazado, levanta chispas en la amplia cocina con horno para
cocer el pan, es su más ardiente empeño; el juego de naipe con algún sobrino-
nieto burlón, a quien muestra sus cartas para saber si el as que tiene es de
espadas o bastos, pues sus ojos cegatos no distinguen bien en la penumbra de
la casona medrosa, aterrada por el más denso silencio, es su más explosiva
manifestación de alegría.

La única manifestación de vitalidad orgánica es la esporádica


inflamación de sus piernas caricaturescas.

Murió sin darse cuenta, el día menos pensado, y nadie se


sorprendió. La sorpresa había sido la larguísima vida que precedió a esa
muerte.

Felisa y Martina fueron los dos seres más individuos que llegaron a
discurrir por el mundo; solamente fueron necesarias la una para la otra, algo
como la luz y las sombras en las pinturas barrocas.
300

Ellas compendian, en el Envigado que fue, la familia de Ochoas,


con su común denominador de excentricidad e individualismo, tenacidad y
desapego, impositividad y desilusión de la gloriola terrestre, que se fue
condensando en ellas desde que el primer Lucas de Ochoa llegó como alférez
a Guatemala.

Los Ochoas, con el segundo Lucas de Ochoa, llegan al Envigado


apenas germinante.

Este Lucas es el bisabuelo materno de Fernando González.

Los Ochoas dicen ser vascos; trabajan sin descanso; no pueden


desprenderse un segundo de la idea de Dios, mientras cultivan sus amplias
tierras.

Don Lucas compra a don Francisco Isaza las tierras de la parte


oriental del pueblo, yen 1798 construye una especie de minarete para vigilar el
trabajo de sus esclavos, mirando a la cordillera con su monóculo gigantesco.

Vélez de Rivero, el melero, que cultiva la calla al sur del lugar; José
Antonio Isaza, que doria los terrenos para el templo, la placita y las primeras
calles; Vicente de Restrepo, descendiente del asturiano Alonso López de
Restrepo, que dio origen a la familia de los próceres que llevan su apellido,
llenan, con don Lucas de Ochoa, la historía inicial de Envigado.
Individualismo, seriedad, reciedumbre son las características de esta primera
generación de pobladores.

Restrepos muy flemáticos, duros consigo y bondadosos con los


demás, individualistas y duros de carácter, acaban por dividirse en dos
vertientes: negociantes los unos, creadores del destino judaico del pueblo
antioqueño; pensadores y acéticos los otros, viven en un desapego total de los
bienes materiales.

Isazas y Vélez son gente muy pragmática que no llega en definitiva


a adquirir un papel preponderante en la historia del lugar y del pueblo.

Los Ochoas son sensuales y metafísicos a la vez; el mundo es para


ellos el escenario de la manifestación amorosa y el palenque de las más recias
301

batallas interiores, filón inagotable de verdades extramundanas. Se apasionan


fácilmente, los exaspera toda forma de inhumanidad, engendran muchos hijos
(don Lucas fue padre de 20 hijos, en sus cuatro esposas); a no ser que se trate
de lances de honor y dignidad, olvidan pronto sus desdichas; son las gentes del
remordimiento, la polémica, las búsquedas, para llegar a estar, finalmente,
más convencidos que siempre de sus ideas iniciales; en cada acontecimiento
brotan ante sus ojos las fatalidades vitales; signen viviendo con sus muertos;
cada cosa tiene para ellos un sentido religioso; siempre están en plan de
introspección y juicio, y cada vez miran la vida con una mirada más profunda.
No se comprometen nunca en empresas de carácter masivo o bélico, pues el
mundo, para ellos, se construye a partir del individuo y el único palenque
guerrero es el propio corazón.

Sus fisonomías son inconfundibles, y cada vez van especificándose


más hacia las orejas descomunales y finas, semejantes a las de los cérvidos,
hechas para oír voces de lejos; frontales poderosísimos, de personas hechas
para sentir en profundidad e intensidad; pies menudos y ligeros, de viajeros
incansables.

Cuando aparece Femando González Ochoa, la familia está


envejecida, los niños mueren fácilmente, luego de discurrir sus breves
existencias con un tinte de ausencia fantasmal; los matrimonios entre
consanguíneos son frecuentes. Pareciera que el anhelar vital estaba en vías de
extinción.

Al torrente sanguíneo de estos Ochoas agónicos, se mezcla el


turbión de sangre de González y Arangos, que viven en los campos, felices,
apegados a sus tierras del Guáimaro, al oriente del pueblecito; muy vitales y
elementales, inocentes, francos, optimistas, desfachatados, sin inquietudes de
fondo, ni perturbaciones vitales hondas: apenas se enojan cuando sus animales
molestan a la hora del ordeño; muy conversetas y contones, se ríen contando
sus tristezas y las cuentan para reírse. Hombres sanos, sí los hubo y habrá,
estos González y Arangos del Envigado de fines del siglo XIX.

En este plácido rincón del valle de Aburrá se preparan los


elementos étnicos para la aparición de la conciencia de la libertad americana,
en su más profunda manifestación religiosa.
302

Estas familias de González y Ochoas no tienen blasones ni están


ansiosas de tenerlos, viven en función de esfuerzo creador. La vitalidad va
encauzándose por la línea materna hacia la más profunda interioridad, y por la
paterna hacia la más sonreída manifestación de sí, en la naturalidad.

La vida social de entonces es muy pobre, no congrega a las gentes


más que la muerte y los cultos dominicales y patronales. La Iglesia ha sido en
Colombia, por siglos, la única escuela de trato social; en los templos aprendió
la gente nuestra a convivir, a introvertirse sin olvidar al otro.

El espíritu de estas familias antioqueñas se modela con un tinte más


marcadamente religioso cada vez, esperanzado y temeroso a la par, pues la fe
cristiana que nos legaron los españoles es paritariamente redentora y
demoníaca.

En la familia de Ochoas hay personajes muy curiosos: el tío


Octavio, que hace del embellecimiento de sus pies un diario ritual de baños
con agua tibia y zumo de naranjas agrias; el tío Víctor Antonio, el ser que más
ha expectorado sobre la tierra, y parece haber nacido para hacer rabiar a sus
primas con la vulgaridad de sus expectoraciones sonoras; el abuelo don
Benicio, que cada noche, ayudado por su esposa, se lava el estómago con una
sonda descomunal para evitar el agónico adoloramiento que le despista el
sueño. Estos Ochoas son como molinos dañados que muelen siempre el
mismo grano, sin poder dejar nunca de hacerlo.

En la Familia de González y Arangos, y Uribes se da una


concatenación de personajes impulsivos y locatos, muy curiosos.

Restrepos y Vélez confluyen también con sus sangres al núcleo


familiar del cual surgirá Femando González.

Indudablemente, de este cruce desangres, predominante- mente


marcado por el influjo de los Ochoas, tiene que surgir una personalidad
introspectiva, individualista, autocrítica, vertida totalmente hacia los
problemas de fondo.
303

Hipertrofia del sentido de los valores trascendentales y atrofia de la


sociabilidad de superficie, permanente lucha por el hallazgo de la autenticidad
en la desvergüenza, es el sustrato resultante de esta unificación genética.

Esta concreción de valores humanos, tan prolongada, no puede estar


realizándose sin destino alguno. Cuando la potencialidad sicosomática de un
grupo humano se orienta en un sentido clara e invariablemente definido, no
queda otro recurso que la búsqueda de un personaje que la encarne de una
manera superlativa, en una personalidad avasalladora.

Tenemos pues, que por la tónica del desarrollo nacional: Patria


Boba; por el subgrupo social, armónicamente evolucionado: Paisa-
envigadeño; por las características genealógicas tan precisamente demarcadas
en esta familia de Ochoas, González y Arangos: agonismo vitalista; era
preciso que surgiera una personalidad fatalmente destinada a expresar la
angustia de las represiones y el ansia reprimida de manifestación
desvergonzada del hombre nuestro, que fue lo que encamó sin medianías
Femando González.

Su hora fue la hora de la expresión de una necesidad sociológica: la


expresión, sin complejos, de la conciencia americana en busca de un Dios.

Su vida tuvo que ser lo que fue: la búsqueda de un Dios, para poder
expresar, metafísicamente enraizada, la autenticidad humana del hombre
americano.

Su vida, sin posibilidad de ser algo distinto, fue eso y nada más: la
tragedia de una hombre que, aterradoramente solo, busca la vivencia de la
realidad cristiana para hallar el sentido de la personalidad, de la libertad, de la
afirmación del hombre americano, sin que nadie comprenda las realidades que
encarna su búsqueda.

Las tías Felisa y Martina (sus figuras casi míticas), son el prenuncio
de su advenimiento; el punto cero donde se ha de resolver el dilema de
perderse en la tarea estéril, como el tío Octavio, o hallar los valores
trascendentes que en estas vidas agónicas se encierran por decenios enteros.
304

En la figura y la vida de las tías solitarias, incapaces de sociabilidad


aparente, inactuales y aterradas, está patentizado el proceso que saca al
hombre del nivel humano inferior, rebañego, y lo lanza, solitario, en busca de
la forma suprema de la realización humana: la Metafísica, la Mística.

Femando González, nace heredero de un riquísimo caudal de


vivencias interiores: “En mi alma encuentro todo el oscuro tormento de las
amenazas y las prohibiciones. El espíritu de nosotros, los librepensadores,
sufre el atavismo: somos libres, pero miramos la libertad como un pecado y
como a éste la queremos. Tenemos la conciencia del pecado”. (MS, p.
56); ...“nunca he podido gozar con esto de la fecundación a que los hombres
llaman amor. Primero, por el instinto divino, tan poderoso en mí. Procedo en
todo ello con sentimiento de pecado... Desagradable fuente de tormentos ha
sido para mí la mujer, pero me ha servido para las delicias del
conocimiento.” (ER, p. 150)

“Creo firmemente que yo soy el filósofo de Suramérica; creo en la


misión; me veo obligado a ser áspero y seré odiado, pero ¿podría cumplir mi
deber con dulces vocablos?”. (N, p. 35).

La Niñez

Doña Pastora es una Ochoa típicamente tal. Solemne, no sabe reír y


apenas sonríe; muy reposada, hospitalaria y mesurada; siempre tiene la verdad
a flor de labio; parece estar siempre segura de sí, y en los momentos más
apremiantes apenas susurra pausada: “¿Qué haremos, Dios mío?”

Preñada, de nuevo, después del nacimiento de su primogénito, está


satisfecha.

Cuando espera el nacimiento de Fernando, ya su hijo Alfonso es un


nene caminador y ella está agradada y serena, en aquellos tiempos en que es
una eventualidad esperar un hijo sin estar todavía amamantando otro.

Las guerras de fines de siglo y esta indisposición de ahora entre la


godarria y los rojos, que se encarna en el alma bovina de Ospina, por un lado,
y la ardillesca de Uribe, por el otro, no deja serenar los ánimos.
305

La generación fetal de entonces está destinada a ser guerrera, se


nutre de nerviosismo bélico; en los hogares, a la hora de la oración; en los
almacenes, en las callejas, en los púlpitos, no se habla más que de las
“blasfemias” y arrestos bélicos de Herrera, Marín y Uribe.

Este feto que a fines del siglo XIX es Femando González, será un
guerrero, pues a la pugnaz condición de sus ancestros añadirá la inquietud
materna durante sus meses de vida intrauterina.

Desde su primera niñez, González, andará a caza de la verdad;


“siempre, desde niño, estoy buscando la verdad”. “Desde la infancia he
vivido meditando, parado en los rincones o al pie de los árboles” (FR, pp. 81
86). “...desde la infancia me apareció la conciencia de la vejez”. (DM, p.150)

Cuando todavía no es alumno de las hermanas de la presentación,


que el padre Mejía trajo al pueblo, todas modosas y suaves, emparentadas con
santos franceses, encantadas con los dulces que sus alumnas les regalan,
hurtados de las dulcerías de sus Tias, maestras dulceras, empieza González la
agonía por no perecer y llevar a la superación esta sangre cansada de los
Ochoas.

El miedo del muchacho a las puertas cerradas es un signo de los


embelecos atávicos de la sangre materna, que él recuerda en Pensamientos de
un viejo: “cuando eras niño, me decía mi madre, tenias un miedo horrible a
las puertas cerradas’ SI: Lo recuerdo claramente. Era un miedo indefinido”.
(p. 176)

La conciencia frustrante de los americanos subyace en él, que desde


su infancia lucha por salir adelante, obediente a un imperativo moral: “Desde
la edad de ocho años busco el triunfo sobre mí mismo y desde tal edad no ha
habido día que no haya una derrota”. (CE, p. 93)

El pueblecito envigadeño, como ya lo describimos, es fresco,


afirmativo, se desenvuelve bajo la dulce paternidad del Padre Mejía que se
siente ligado por lazos casi eugenésicos con las gentes que ha bautizado.

Las muchachas, nalgonas y adiposas, muy cubiertas, muy simples;


cuando se pasean por el atrio, parecen canónigos; van cada treinta días a la
306

Ayurá para bañarse, temerosas del hechizo de las aguas fecundantes y de la


mirada de los muchachos que las siguen a hurtadillas, por más que nunca han
podido ver nada bajo los gruesos camisones que las cubren. Deliciosamente
recuerda González estas escenas: “Cuando era niño, comía tierra y quería ver
a las muchachas desnudas. Nos íbamos, Conrado, Cipriano, Juan de Dios y
otros, a escondemos en los rastrojos de la orilla del baño de la Ayurá, para
ver a las amigas que se bañaban en camisa”. (HD, p. 180)

Así va configurándose el palenque de su lucha: el amor y la


tentación: “Yo amo la tentación! En ella está el arte, la euforia. Yo moriría,
sino mirara, y no tocara, y no oyera a las muchachas”. (N,p. 159)

Se está configurando la temperamentalidad de “Lucas de Ochoa “;


“Un espíritu presa de carne pasional, loco entre la carne... Un gran sensual...
UNA INMUNDICIA QUE MIRA PARA EL CIELO”. (HD, pp. 13 y 22) “Un
espíritu presa de la carne pasional, loco entre la carne”. (1-ID, p. 22) “Soy
un hombre, espíritu que desde la carne y por medio de los sentidos atisba con
fruiciones a LA VERDAD DESNUDA”. (MC, p. 9)

Este proceso es lento. En los pueblos “se vive despacio porque no


hay acontecimientos y el tiempo dura mucho cuando pasa sin emociones”. (V
P, p. 159)

Esta personalidad infantil va estructurando su mundo religioso,


inveterado ya en su raigambre ancestral de pueblo antioqueño que es
seminario bajo la autoridad implacable del párroco y vive sumido en un orden
tradicional, implantado por años de consuetudinaria monotonía, cuyo
quebrantamiento conlleva el anatema.

El sentido del pecado es la dominante en el mundo religioso del


niño antioqueño (de todo niño americano), porque el demonio es “el rey de
los Andes... el gamonal de los pueblos antioqueños”. (VP, pp. 145-147)

Las semanas santas de los pueblos antioqueños han sido las más
formidables escuelas de teología cristiano-demoníaca. La herencia cristiana
española, por efecto de la crisis predestinacionista del Renacimiento y por los
amenazantes fisgoneos de la Inquisición, fue una herencia de cristianismo
307

medroso y fatalista que aquí se agravó al ser sembrado en almas primigenias,


constitucionalmente proclives al fatalismo religioso.

La imaginería, las músicas de chirimía, la elocuencia de


predicadores cuasi barrocos, enloquecían a las gentes de esos tiempos idos, en
las semanas santas, catequesis y espectáculo, jolgorio y ascetismo, a la vez.

Las predicaciones de la Semana Mayor tienen, entonces, un tinte


marcadamente escatológico; la quema de Judas, colgado del árbol, afuera la
lengua amoratada, que Julián el sacristán ha imitado con un pétalo de dalia,
pone fin a las celebraciones y eclipsa todo el ritual de la Resurrección que
viene a convertirse en un hecho accesorio.

González, al contacto con estas realidades, descubre, “mi espíritu


es rábula, pervertido en el juego con el pecado”. (ER, p. 48) La agonía vital
toma un cariz místico: “Confieso que no hay día de mi vida en que no levante
los ojos al cielo y en que no caiga en el pecado”. (1-ID, p. 53)

Desde la niñez empieza la lucha por la vivencia plena de la fe, con


lo que su anciana Tia llamó la “pérdida de nuestra fe”, pues el muchacho
había dejado ya de creer “en los santos de Envigado” cuando al levantar la
túnica a la imagen de Pablo de Tarso (En Envigado no hubo nunca tal imagen
de Pablo, ni con túnica ni sin ella) se dio cuenta de que “Pablo debía tener un
cuerpo membrudo y peludo, ¡y era un tablón insubstancial!”. (VP, p. 151)

Desde el momento de su primer contacto con la realidad social de la


fe, empezó en la vida de González la tarea de verificación y vivencia de la
realidad cristiana, que fue el centro de su búsqueda y de sus hallazgos; por
ello, esencialmente, desde esa realidad, pudo decir: “No debía importarme ni
el dinero, ni la fama, ni el honor, pues desde niño me apellido filósofo”. (MS,
p. 115)

En un como presentimiento de las soledades que habría de depararle


el enfrentamiento a la mentira social de la patria y el continente, el apego a la
soledad es otra de las características de su niñez: “¡Soledad triste mi niñez, si
no hubiera sido por la intensidad de los sueños solitarios, atisbando las
muchachas entre las arboledas yen el huerto familiar!”. (HD, p. 179)
308

Los muchachos de las viejas generaciones antioqueñas fueron todos


propensos a la soledad infantil; la figura del padre no era encarnación de
afecto tierno, sino fuerza impulsora hacia el logro de la independencia y los
valores morales; así lo describe González, en su estudio sobre la obra de
Tomás Carrasquilla: “El papá antioqueño, serio, que no tutea a la mamá, que
no habla en casa, el amo, el blanco, patas de apóstol, empobrecido en
minerías y que dejaba en el alma del niño antioqueño la imagen de la
seriedad, la honradez y el orgullo de la raza blanca”. (TC, p. 47)

Desde la niñez, González hace de su profesión “anidar sobre la


tierra y sus fenómenos”, (CE, p. 139) tratando de crecer en conciencia: “Yo
deseo vivir muchos años para concienciarme. Mi único deseo es la
conciencia” (MS, p. 85); “me podría definir con éxito: El que siempre busca
una cosa. Caín, condenado al movimiento, engañado por mirajes de este
desierto que se llama la tierra”. (ER, p. 81)

Su niñez es la adquisición de “las nociones esenciales”. (TC, p. 45)


A lo largo de su vida volverá siempre sobre los problemas que inquietaron su
niñez. “Sólo interrogo lo mismo que en mi niñez”. (MS, p. 141) “Yo... cuando
entré donde Moisés y a la basílica de San Pedro, llevaba conmigo la iglesia
de Envigado y los santos de palo de Misael y los Carvajales, y cuando vi al
Papa me pareció más papa el padre Mejía. Y con el Moisés... pues nadie lo ha
amado como yo, PORQUE ERA LA ESTATUA DE DON MARTIN ARANGO,
el dueño de las fincas de LAS PALMAS. Ante la Venus de Cirene... pues era el
diablo, era la carne, eran las piernas blancas de María Josefa, atisbadas y
vistas, atisbadas durante meses, premeditadas, vueltas a atisbar y vistas un
instante que fue relámpago feliz. Y oí, sólo oí durante la infancia, la guitarra
de Marco Aurelio, y cuando decía tree, arbre, mi alma decía, algarrobo de
Mamerto”. (TC, p. 44)

La población infantil de Envigado, todavía hasta mi generación, fue


población belicosa: se peleaba con los muchachos de Itagüí la propiedad del
río que separaba los dos municipios. “El mono de Marceliano, Conrado y
Néstor, los héroes envigadeños; los que nos conducían (grandes duces, que
me sirvieron para comprender a Mussolini) a las guerras a piedra con los
itagüiseños, orillas del Aburrá”. (TC, p. 48) (Ya en su niñez está el gozo del
combate que lo acompañará su vida entera).
309

No queda campo vacío en su alma infantil. Lenta y seguramente se


van elaborando las vertientes vitales en que habrá de moverse: fe, soledad,
introspección, espíritu de lucha.

Su obra será la elaboración de los hallazgos de su niñez. Podríamos


visualizaría diciendo que es la conjunción de dos conos unidos por sus bases:
luego de una expansión, se vuelve, ya hacia la cima, a la temática de los
inicios.

Sus obras son sus confesiones, son sus denuncias y admoniciones


por la manifestación de la autenticidad americana. No se trata de obra de
ornamento literario y finura conceptual, se trata de confesiones de un buscador
de Dios: “Nunca en mis libros he dicho una sola mentira Tampoco mutilaré
mis libros. Los escribo para confesarme y si tienen expresiones crudas, es
porque así soy yo, así éramos en Envigado, en donde crecí”. (CE, p. 88)

Es tal el influjo de su niñez en su vida y obra que llega a decir:


“Todos dicen que soy como un niño. En verdad, no puedo obrar sino como
eso; mi actitud, mis modales e intenciones son de niño”. (N, p. 153)

Su niñez fue la caída en la tentación de una vocación difícil:


encarnar el alma infantil de una América inauténtica.

En la niñez de González está íntegra la realidad vital de su obra; es


la elaboración del subfondo de su personalidad hacia la realización de su
destino continental.

La mocedad jesuítica

La mocedad de González se identifica totalmente con los jesuitas.


Con ellos se perfecciona su capacidad introspectiva y se afianza su vocación
de combatiente. Dice en Viaje a Pie: “Nos miramos hacia adentro
aterrorizados, así como lo hicimos tantas veces en la umbrosa capilla
jesuítica bregando por asir los picaruelos e invisibles animalillos que eran
nuestros pecados, para arrojarlos humildemente en la sotana olorosa del
padre Cerón... Nos recordamos acurrucados en el rincón penumbroso de la
capilla, al lado del confesionario, de esa severa casillo en donde tuvo sus
orígenes la psicología introspectiva, revisando nuestra alma, desplegando sus
310

dobleces, atentos, buscando los animalillos de nuestra premeditación, con


fruiciones de placer superiores a las que experimenta la mujer hermosa que
recorre con sus dedos sensitivos las medias de seda. Nuestro mayor pecado
estaba en el goce del examen... nuestras almas se perfeccionaban así en el
pecado; allí fue donde aprendieron los veinte tomos de los siete pecados
capitales... Si; nosotros somos los hijos del confesonario; ésa fue nuestra
universidad; allí fue nuestro maestro de psicología el Diablo que con su cola
prensil hurgaba y revolvía nuestras almas”. (VP, pp. 119-121)

Los jesuitas eran en la Colombia de principios del siglo la


encarnación del poderío intelectual de la ortodoxia; temidos de los políticos;
oradores de las grandes solemnidades en los pueblos; predicadores de
ejercicios espirituales de miedo; profesores de los hijos de los blancos (desde
sus aulas Mariano Ospina Pérez fue Excelencia); exorcistas de posesos y
desfacedores de maleficios: la imagen de su fundador estaba en el envés de
todas las puertas de las casas colombianas como talismán invencible contra
asechanzas diabólicas.

Esos Jesuitas de Medellín no conviven con nadie, pero tienen el


raro poder de atraer a todos a sus colegios, templos y casas de ejercicios,
donde se pasean con insolencia de príncipes, ajenos a la mediocridad
ambiente.

Son los hombres de la cautela y el método. Cada semana tienen día


de paseo; son audaces y entran en plan misional a los más encumbrados
refugios del capital y el librepensamiento; se instalan al lado de las
universidades blasonadas de ateísmos y anticlericalismos heredados de la vieja
Europa decimonónica.

Son la edición corregida, revisada cuidadosamente y puesta al día,


de los frailes vocingleros: muy mesurados y argumentales en la exposición de
la doctrina, miran con desdén las ternuras románticas de los franciscanos y la
sorpresa de los dominicos, enredados en las sutilezas de su cohermano, el
padre Suárez.

Su jesuiticidad salta a la vista: no engordan, no tuercen los botines,


no se envuelven en manteos vistosos, llevan apenas un sombrerillo minúsculo
311

sobre sus cabezas repletas de argumentos silogísticos y mayores y menores y


distingos y subdistingos.

El ritual de sus templos es la simplicidad misma; son los hombres


de la doctrina; ajenos del todo a las suntuosidades del ceremonial, a duras
penas saben entonar el himno bélico de Iñigo de Loyola y sus huestes papales
en lucha contra Satanás y sus corifeos.

Desde los tiempos de la expulsión, decretada por José Hilario


López, se han alejado de las tareas pastorales masivas y han reemplazado la
simplicidad vital del EvÁngelio por el texto silogístico, y la ganadería llanera
de San Martín por la industria tipográfica.

Los jesuitas de Medellín son la novedad de la afirmación dogmática


envuelta en paño negro. De nadie se ha hablado con más admiración que de
ellos, en los tiempos cuaresmales, cuando los mercachifles paisas
abandonaban su casa de ejercicios al oriente de la ciudad.

Daniel González, el padre de Fernando, fatigado de una áspera tarea


agrícola, muy pobre e ilusionado, matrícula su hijo en el colegio de los
jesuitas.

El alma infantil de Fernando González, libre, independiente,


marcada ya para siempre por la infancia vivida en el Envigado nativo, está
cargada de atavismos que le dan la sensación de que “había nacido para
recordarlos hechos de los abuelos”; ser el “brote último de una raza grande,
que dejó huella luminosa en sus caminos”; (PV, p. 32) y estar
connaturalmente inclinado a la negatividad: “comprendo que desde pequeño
está en mí este odio a lo afirmativo”, (PV, p. 47) choca en el colegio jesuítico
con el férreo mundo metódico, racional, dogmático, de sus nuevos profesores.

Los padres jesuitas de entonces eran gente de una preparación muy


sólida, reciamente estructurados moral e intelectualmente, dotados de una
capacidad dialéctica y pedagógica tan asombrosa que sus alumnos acababan
por ser una especie de novicios, marcados para siempre de jesuitismo.

González que había aprendido a pensar, y se encontraba ya en


trance de escepticismo ante las formas tradicionales de fe, hubo de chocar
312

necesariamente con la mentalidad racional y dogmática de “los reverendos


padres”.

Este encuentro fue providencial. ¿Con quien más que con los
jesuitas podría enfrentarse González para encontrar quién lo inquietara
definitiva y hondamente hasta el final de sus días?

Las universidades colombianas eran entonces, como hoy, maquetas


de la Patria Boba que las creó y las sostenía: maestros a sueldo, por el sueldo;
minusvaloración del problema moral; encubrimiento de la debilidad
ideológica so pretexto de cátedra libre; erudición simulada en la exposición
superficial y asistemática de los sistemas filosóficos; carencia de objetivos de
fondo.

En la universidad colombiana González no habría visto realizarse


plenamente su inquietud metafísica y religiosa, para llegar a ser el auscultador
y profeta de la realidad americana, bajo el cariz de la fe.

En América todo problema deviene al campo religioso; el proceso


de infantilidad social hacia la madurez sitúa los pueblos americanos en el
mundo de la religiosidad. Buen testimonio de ello es la obra literaria de los
países americanos: el costumbrismo, que es al fin y al cabo la única literatura
auténticamente americana, es un catálogo de la presencia de los valores
religiosos en la diaria actividad de los pueblos americanos.

Al lado de los jesuitas, “novicio jesuita”, Femando González, pudo


captar el valor de las realidades religiosas y percatarse de las posibilidades
vitales de las mismas. Con ellos, enfrentado a su concepción de los valores,
empieza a ser el ANTI que había sido llamado a ser.

“Cuando teníamos doce años -cuenta González-y comenzamos a


agachamos sobre la filosofía moderna para buscar esos animales
repugnantes que se llaman sofismas, según hermosa expresión del padre
Garcés, nos dijo nuestro maestro: “la metáfora es la madre del sofisma; no
filosoféis con metáforas”. (VP, p. 259)

En el colegio Jesuita empieza González a vivir su vocación de


hombre antitético; allí empieza a ser “sofista”, pues su alma primigenia de
313

americano auténtico no le permite vivir en el mundo de la especulación


conceptual, de espaldas al medio vital en que se mueve.

Se instala desde entonces “en el límite de sombra de la ciencia”


(ER, p. 107); en el mundo de la antítesis se siente a gusto: “Entre ésta (la
ciencia) y lo desconocido hay siempre una zona atrayente, sombreada,
pecaminosa, ilegal. Ahí es donde me ha gustado morar. Lo ciencia oficial no
ha tenido mi amor. La revolución está entre las leyes y el porvenir, zona
agradable... Entre la ciencia y la oscuridad completa hay otra, a media luz,
como de amanecer; ahí he vivido. No me ha gustado ¡oque cualquiera puede
saber si compra un libro y se sienta en un taburete . . Amo a los rábidas, a los
revolucionarios, y sobre todos los seres he amado desde que nací a Jesucristo
y a Sócrates”. (ER, p. 107)

Como efecto de su enfrentamiento con el mundo jesuítico,


González pasa transitoriamente de esta ciencia de tipo eclesiástico, a la ciencia
de tipo liberal y enciclopedista, pues Lucas Ochoa “reacciona demasiado
fuertemente y luego se enerva… De ahí que sus juicios sean tajantes, y que
luego se contradiga, para terminar por irse para un templo a buscar a Dios y
decirle que lo saque de las apariencias”. (IID, p. 11)

Spencer, Montaigne, Voltaire, Renan, Nietzsche, Schopenhauer,


aparecen en sus Pensamientos de un viejo, al lado de Las Escrituras y los
Clásicos; sin embargo su contacto con la cultura de la Europa nueva de
entonces no logra sustraerlo de su mundo de penumbra y pecaminosidad, al
que seguirá aferrado siempre.

Los pueblos primitivos son pueblos de inteligencia prevalentemente


volitiva; la inteligencia discursiva y raciocinante es producto de pueblos
evolucionados cultural y demográficamente. En los clanes no hay códigos, ni
escuelas, solamente ritos sacrificiales que son a la vez, doctrina, terapéutica,
pedagogía, historia; a la inversa, los pueblos envejecidos se encierran en un
racionalismo conceptual que llega hasta la abolición del rito.

Todo pueblo en proceso evolutivo de madurez es una amalgama de


decadencia y germinación: aquello que bajo un aspecto, es un ocaso; bajo otro,
es una semilla que gesta el futuro.
314

Los pueblos nacientes son de dos clases: los que apenas inician su
evolución: tribus, clanes; los que han trascendido ya muchas de sus épocas
primitivas y, trascendidas éstas, devienen una mayor madurez.

En los primeros, se inicia la evolución el día en que se despierta la


conciencia de la voluntad, manifestada en la capacidad de poder.

En los segundos, el nuevo ciclo de maduración se inicia el día en


que surge la conciencia de la posibilidad de superación del ámbito vital en que
se ha discurrido, una vez entrevista la posibilidad de superación de la
ideología en la que se había modelado por mucho tiempo la temática vital. Es
ésta, también, una actividad de carácter primordialmente volitivo.

Las culturas nacientes, o los aspectos nacientes de una cultura, están


marcados de voluntarismo; la conservación de las adquisiciones culturales y
su decadencia, son realidades de tipo intelectualista.

Nietzsche, por ejemplo, es el padre de la nueva Europa que ha


trascendido un marco existencial de tipo cultural cristiano-occidental:
trascendidas ya las posibilidades expresivas de la cultura cristiano-occidental,
Europa está en trance de sepultar rituales, técnicas, módulos éticos y estéticos,
apoyados en aquella forma de cultura ya superada, y es la línea volitiva
nietzscheana, herética, iconoclasta, anárquica y atea, la que encarna el aspecto
naciente de la vieja Europa.

Nietzsche y el jefe de un antiquísimo clan de la prehistoria, son en


su esencia encarnación del mismo fenómeno antropológico: concreción de una
fuerza primigenia, germinativa, intensamente volitiva, hacia la creación de una
sociedad nueva basada en criterios axiológicos enteramente nuevos y vitales.
Los hombres que encarnan este liderazgo son caudillos, profetas, videntes,
maestros, que dice el pueblo.

Femando González, en contacto con la cultura europea moderna,


sepulturera de un inmenso pasado cultural ya caduco, creadora de un nuevo
orden, captó ese aspecto de profetismo epifánico que se encarnaba
Timidamente en el siglo XIX francés, y en los albores del siglo XX alemán,
encamado en la emoción nietzscheana.
315

Al contacto con el pensamiento europeo no se produjo en él el


fenómeno propio del Opinante americano: transculturar, imitar, memorizar; al
contrario, vio en ésa realidad europea la confirmación de su vocación nativa
de anunciador de la posibilidad de la autenticidad cultural latinoamericana.

Nietzsche, para el muchacho “jesuita”, no fue un maestro, sino un


parigual, guardadas lógicamente las diferencias de circunstancialidad
histórico-social entre ambos.

De los autores europeos, fosarios de un viejo ciclo cultural,


aprendió González el sentido de la agudeza conceptual, el desenfado crítico, el
desdén ante las realidades sociales ya consagradas por ley de tradición; pero al
contrario de aquéllos, que anunciaban el ocaso de una cultura, a él le
correspondió anunciar el comienzo de otra. El encanto de los europeos está en
el goce tragicómico de un funeral de burlas; el hechizo de la obra de González
radica en el anuncio de un nuevo tipo de autenticidad cultural: “Hasta hoy ha
imperado el rebaño, la educación; están próximos i los tiempos de la cultura,
la auto-expresión. Está llegando el tiempo de la libertad”. (N, p. 91)

La finura de la burla volteriana, la delicadeza conceptual de Renán,


la unción del verbo nietzscheano, no prendieron sin embargo en él: en Europa
se trataba de un ocaso de refinamientos verbales, yen América del surgimiento
de una fuerza telúrica y ruda en pugna por aparecer desde muchos decenios. Si
mis libros “tienen expresiones crudas, es porque así soy yo, asiéramos en
Envigado, en donde crecí; así pienso y siento”. (CE, p. 88)

Mientras la obra de los europeos es la negación de todo valor


místico en aras del racionalismo o el ateísmo, el aura mística envuelve toda la
obra de González, es su centro, la única raíz profunda de su pensamiento.

El contacto con la mentalidad jesuítica que le ofrecía argumentos


silogísticos como solución a sus inquietudes religiosas, y el contacto con el
pensamiento europeo, racionalista y escéptico, sumieron su espíritu en una
especie de escepticismo que duró muchos años, pero que fue provechoso
acicate para su búsqueda: “casi nunca he estado convencido” (DM, p. 172),
dirá muchas veces.
316

Fernando González expresa lapidariamente el final de su formación


jesuítica: “Los padres jesuitas expulsaron a Lucas, quien había demostrado
demasiada personalidad”. (MS, p. 6)

En aquel tiempo, el despertar de la vitalidad fisiológica sexual.

La lucha por su madurez sexual aparece en su obra, encarnada en la


“coja” de los amoríos, cerca de las tumbas del suicida Burgos y la hermana
Belén, la maestra de su niñez; Elena, que lo salva luego de una aventura
infortunada con una mulata fortísima; Margarita, la dentrodera del tío Ubaldo,
enamorada a base de laminitas vistosas en la calle de San Antonio. En su
poemita llamado El Cielo, González recuerda graciosamente esa época:

“Eres, CIELO, como aquella dentrodera Margarita


que no sé por qué quena dárseme
una noche en que le mostré laminitas
de cigarrillo, en ¡a calle “San Antonio “.

Igual fue Margarita, la dentrodera


en la casa de mi tío Ubaldo Ochoa…

yo soy, pues, un don Juan Tenorio


que casi, casi se ha acostado con el CIELO y con Margarita
la ojiverde dentrodera de la casa
situada en la calle “San Antonio”
…dentrodera
de mi tío, el cruel Ubaldo Ochoa

(CE, pp. 34-35)

Su juventud es el drama de la lucha entre los instintos y el


pensamiento. González entiende que es un elegido para la tarea de la
autenticidad cultural y mística: “Yo nací para místico, místico tentado por la
carne”. (MS, p. 10); “Yo soy genial en soledad, en soberbia, en sinceridad y
en angustia. No soy para el amor carnal. Ahí soy nulo; un instinto divino me
Impide”. (ER,p. 135)
317

En este período de su mocedad tiene lugar el hecho más decisivo de


su juventud y de toda su vida, que orientará toda su tarea, toda su búsqueda
por la plena realización viva de la cultura y de la fe: LA CRISIS DE LA
VERDAD DEL PRIMER PRINCIPIO.

“Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”, dice el padre


Quirós, el profesor de filosofía. González inquiere sobre la comprobación de
la verdad de tal afirmación, y llega el choque y la negación de todo el mundo
mental basado en ese primer principio.

“Cuando le decíamos al reverendo Padre Quirós, que cómo se


comprobaba la verdad del primer principio que nos daba, nos decía: “Ese es
el primero; ese no se comprueba “. Desde entonces estamos perdidos... ¿ Y
quién nos va a responder? Estamos solos, irremediablemente solos....” (VP,
pp. 66-67)

El sistema argumental racional de los jesuitas agota sus


posibilidades demostrativas a nivel de los primeros principios y deja la
captación de éstos a la inteligencia intuitiva. González entonces desconfía
totalmente de un sistema que parte de un principio que se aparta del método
argumental que es su esencia y su contenido, y repudiándolo, niega al Dios
que es su principio y su objetivo, y se entrega, inmensamente solo, a la
búsqueda de la verdad.

Allí está la clave de la agonía vital de Femando González, el por


qué de todas sus inquisiciones, la razón de su filosofía, el por qué de su
carácter sofistico, el porqué de su misticismo filosófico.

En Los Negroides, refiriéndose a este hecho, dice: “Dios me salvó,


pues lo primero que hice fue negarlo, donde los Reverendos Padres. Tan
bueno es Dios, que me salvó, inspirándome que lo negara. Luego le negué
todo al Padre Quirós. ¡ El primer principio! Negué el primer principio
filosófico, y el Padre me dijo: “Niegue a Dios; pero el primer principio tiene
que aceptarlo, o lo echamos del colegio... “Yo negué a Dios y el primer
principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han
vivido los hombres”. (N, p. 15)
318

En el colegio jesuita, Fernando González encontró una fuerza


poderosa, de signo contrario a la suya, y allí se definió su tónica vital de
buscar, él mismo, a solas, como era, en su medio, con sus recursos humanos
propios, la verdad. Así se pudo manifestar a través de su vida la posibilidad,
en América, de un hombre nuestro ante la realidad cristiana.

“Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la


teoría de la personalidad: cada uno viva su experiencia y consuma sus
instintos. La verdadera obra está en vivir nuestra vida, en manifestarnos, en
auto- expresarnos”. (N, p. 15)

Seguirá su búsqueda por una vida entera: él, a solas ante Dios.
“Cada hombre está llamado a llegar al Espíritu con sus propios pies. Cada
mente manifiesta en su procedimiento el modo de su auto-expresión”. (N, p.
48)

El mundo jesuítico fue la piedra de toque para su tarea de


personalización y autenticidad. Así habla de ello: “Yo... fui el niño más
suramericano. Crecí con los jesuitas; fui encarnación de inhibiciones y
embolias; no fui nadie; vivía de lo ajeno: Vivía con los Reverendos Padres...”
(N, p. 14); por eso se da a la tarea de vivir su cotidianidad hacia la fe y la
liberación y se hace “el hombre de las libretas, el hombre de las
contradicciones”. (MS, p. 20) Jesuitismo, atavismo, inhibiciones, hacen de él
un caos espiritual en este período de la juventud.

Como culminación de este primer período de búsqueda aparece en


1916 Pensamientos de un Viejo, un librito distinto en el medio nacional y
americano de entonces; un libro que elude intencionalmente los malabares
adjetivos y los alardes de erudición, tan propios de la época centenarista; un
libro sustantivo, vertido sobre los problemas de la intimidad del hombre.

Don Fidel Cano es el prologuista, muy paternal y elogioso,


admirado por las extensas y variadas lecturas que descubre haber hecho el
autor, pero penetrante y certero al entender a González como un
“atormentado” (PV, pp. X-XIII) que va “derecho a creer en algo”. (PV, p.
XIII)
319

Se trata de una obra inmadura. Su mérito estriba en ponemos al


desnudo, desde su primera juventud, la fidelidad de González a las líneas
fundamentales de su pensamiento: la centralidad del yo: “La misma lógica
que rige nuestros razonamientos es una creación de nuestro yo.” (PV, p. 15);
“En el yo debéis buscar la sabiduría, y el modo de expresar la sabiduría”.
(PV, p. 14); el vitalismo antiintelectualista: “La razón nos lleva a la negación
completa. Es la enemiga de la vida” (PV, p. 118); “Ya que estamos en la
vida, la verdad para nosotros es la vida: el amor, la belleza, la gloria…” (PV,
p. 37); la burla de todo lo que fue impuesto alguna vez, y no adquirido por
esfuerzo propio: “Una de las cosas más entretenidas, es Jugar con los diablos
de nuestra niñez” (PV, p. 138); la inquietud por Dios, que apenas negado se
hizo sentir en él: “Cuando hemos hecho abrevar nuestro corazón en todos los
sueños inventados por los hombres, aparece en nuestro espíritu la nostalgia
del país desconocido, el país sin contornos, que está más allá de la
vulgaridad de los rostros humanos, que ríen unas veces y otras lloran...” (PV,
p. 72), “la única explicación que se ha dado hasta ahora de este perpetuo
descontento del hombre, es la místico panteísta: una reminiscencia de lo
infinito, y un deseo inconsciente de unificarse a Dios” (PV, p. 115); el anhelo
por conseguir la mesura y el dominio de sí: “Las cosas que quieren dejarse
coger esperan siempre...” (PV, p. 147); la idea casi obsesiva, de que lo
esencial es la autenticidad, el vivir la propia vida: “He aquí lo esencial: Vivir
nuestra vida y sacar de ella el tesoro de nuestro saber”. (PV, p. 13)

Se han asentado las bases sólidas sobre las cuales vivirá y luchará
por manifestarse la conciencia atormentada de la América catequizada por
decreto y mosquetes.

Viaje a pie

En 1919 Fernando González se gradúa en Derecho.

Su tesis, en una decisión muy discutida pero muy sensata, es


llevada por Monseñor Caicedo, arzobispo de Medellín, al índice diocesano de
lecturas prohibidas. Varias veces me habló Fernando González en este sentido,
no sólo con relación a la censura impuesta a Una Tesis sino también a otras
obras suyas: “eran tiempos muy inocentes”, me decía.
320

La Tesis de González era instrumentalizable para hacer de ella


objeto de demagogias fáciles, pues en esos años veinte ya se estaba incubando
el proceso demagógico que afloró años después.

La Tesis está basada en el principio de que el hombre está sujeto al


más férreo determinismo social.

Es un desnudamiento de la mentira social colombiana. Aquí, según


La Tesis, ha existido “una exaltación de ideas metafísicas” y “a Colombia
sólo se la nombra en las antologías y en las academias” como consecuencia
del desprecio entre nosotros de la “ley de la proporcionalidad de las
actividades” que ha llevado a la “corrupción de su democracia”. (UT, pp. 7-
9)

Pero lo realmente interesante en esta Tesis, en el contexto de las


búsquedas y el itinerario vital de González, radica en el sentido determinista e
individualista de la existencia del hombre, que aparece a través de sus páginas:
“Los pueblos pueden hacer lo que quieren, pero no pueden querer
libremente.” “Hay que partir del individuo al estudiar la Economía Política,
y terminar en el individuo... En ningún caso se puede sacrificar el individuo
al bien de la comunidad”. (UT, pp. 10 y 13)

Pesa también, en el contexto de la Tesis, la tendencia anarquista,


manifestación extrema del individualismo: “Vendrá un tiempo en que sea una
realidad la anarquía. (UT, p. 26)

La Tesis de grado de González está marcada de un tinte de


liberalismo, pues como vimos, al choque con el mundo jesuítico el joven
González se volcó hacia la cultura liberal y racionalista europea: “soy
partidario de la escuela liberal”; (UT, p. 25) sin embargo el sustrato de su
trabajo no es liberalismo propiamente tal, sino una diatriba anárquica contra la
situación del pueblo: “Tenemos un pueblo pobre, aislado e ignorante por
consiguiente, y un número exagerado de bachilleres y doctores... la soberanía
reside esencial y exclusivamente en aquel pueblo mísero y fanático... Cómo se
halagan las pasiones y la credulidad del populacho”. (UT, p. 9)

A pesar de la confesión que hace González de su ideología liberal,


no hay en el trabajito en cuestión una verdadera disciplina de ese tipo; hay,
321

inclusive, ideas totalmente antagónicas a las de esta escuela, por ejemplo, la


afirmación de que “una riqueza no tiene más valor que el trabajo en ella
encerrado”, (UT, p. 16), que es un principio marxista.

La Universidad de Antioquia, donde presentó su tesis, se conmovió


por el impacto de sus afirmaciones, acordes con su vocación antitética que se
afirmaba cada vez más en él.

Bien que mal, González era ya un juez determinista que creía que
“en el primer movimiento estaban encerrados todos los movimientos”. (UT,
p. 27)

Este juez novel está determinado a enfrentarse al sistema en que se


ha de mover, pues no cree en las democracias americanas basadas “en la
adopción de principios europeos”. (UT, p. 11)

Graduado ya, se encuentra con don Benjamín Correa, “jesuita


predicador”, novicio expulsado de La Compañía, que no podrá hacerse
sacerdote, según el consejo del padre Casiano Restrepo, pues “ya lo probó, y
vaca ladrona no olvida el portillo”.

Este don Benjamín, a quien conocí ya anciano en Copacabana, al


norte de Medellín, era un hombre enteco, rubicundo, de cabeza pequeña y
ancha mandíbula de jefe popular, muy serio y parco en el hablar, que
recordaba los tiempos de su deambular por Colombia con González, con una
inmensa nostalgia.

González dice: “He sido socrático y nada le debo a libros que son
apenas imágenes de la vida... Es necesario ver ríos y mujeres, los modelos;
asistir a ¡a vida y no leer novelas; viajar en vez de lee”. (DM, p. 166)
Emprende, pues, viaje a pie hasta Manizales, con don Benjamín, símbolo de la
egoencia jesuítica.

Este viaje es un viajar hasta las más hondas raíces de su ser, hasta
su más altos anhelos; es más un viaje por los subfondos humanos que por la
arisca geografía de la Antioquia vieja.
322

Es un viaje a pie, lento, deleitado, conversado; es un viaje por la


vida, que hay que hacer en simplicidad casi evangélica para poder vivirlo con
toda intensidad.

Este viaje es un amplio escrutinio de la humanidad que puebla los


breñales antioqueños. En él desfilan, en un desfile tragicómico, sometidos a la
realización de un destino que parece haberles sido impuesto ineluctablemente
desde muy remotas edades, todos los personajes que constituyen nuestro
grupo humano.

A lo largo del viaje aparecen el cura sonreído y suficiente, envuelto


en su manteo; el arriero, arriscado y soez; el míster, admirado de todos y
aplastado por los rigores climáticos; la ventera parlanchina; el boticario
procaz; la sobrina del cura, maliciosa e ingenua; el sepulturero escéptico; la
ramera buscona; toda la humana variedad del trópico, sometida a su destino
inútil.

En este viaje se trata de estructurar de nuevo la unidad vital, rota en


los años jesuíticos; de buscar al contacto con el hombre colombiano en su
medio nativo, principio vivo para poder vivir. González se siente entonces “el
animal perfectamente egoísta” que adopta “como columna vertebral moral
del viaje ¡a idea de ritmo” (VP, pp. 10 y 14)

Este viaje moral, que el libro relata, es todo un poema alegórico que
huele atierra fecunda. Es una huida del imperio jesuítico y mercantil
(Medellín), hasta el cono inmaculado de El Ruiz y el mar Pacífico (la pureza
incontaminada, el infinito), para tomar a la sede de la cotidiana necesidad, el
Medellín pragmático de los “nuevos gordos” en tareílla de enriquecimiento.
El hombre no se realiza más que en la digestión de su propia miseria
cotidiana, iluminado por las luces altísimas que alguna vez entrevé
fugazmente.

La originalidad y la autenticidad son sinónimas, concomitantes, si


no se da la una no será realidad la otra; por eso González dice: “venimos
desde muy lejos en busca de una idea nuestra, sólo nuestra, aunque sea por el
espacio de diez segundos”. (VP, p. 106)
323

Este viaje es una amalgama de pesadumbre, fatiga, desvalimiento,


fiereza y amor; su transcripción parece hecha con garras y no con manos; es
una diatriba contra todos los perjuicios que encubren el alma nacional; un
grito contra todo lo que le ha sido impuesto al hombre colombiano sin
consultar previamente sus posibilidades; una denuncia de la endemia de
transculturación que agobia al pueblo colombiano.

Se trata de un desnudamiento: de la negación de todo lo aprendido


sin un proceso vital correspondiente; de rechazo de todo lo que no emane
como fluido natural de la propia personalidad en comunión con la sinergia
cósmica: “somos hijos de la tierra y sus parásitos; nos liga a ella, como un
cordón umbilical, la ley de la gravedad”. (VP, p. 109)

Este viaje es un sumergirse del hombre en sí mismo para encontrar


su autenticidad. González se “percibe a sí mismo como esencia”. (VP, p. 213)

Se trata de un viaje de iniciados en busca de principios de acción:


“hemos querido hacernos a un acopio de principios que sea nuestro bagaje
por el camino de la vida” (VP, p. 169) pues cuando no hay un fin que
interese, la tristeza se adueña del hombre. (VP, p. 36)

Cuando este viaje se realiza, González ha escrito ya su “tratado del


brujo” (LV, p. 99), (que nunca llegó a publicar) y se siente mahatma. Se ha
orientado definitivamente a la realización de su destino en comunión viva con
el universo, dejando de lado la ciencia conceptual por la que siente el más
soberano desprecio, pues percibe que el hombre no es más que “sensibilidad
que se perfecciona” y que “nuestro interior es un hervidero de
contradicciones”. (VP, pp. 228 y 246)

A lo largo de este viaje comienza lo que fue empeño de su vida:


“devolverles a los reverendos padres lo que me echaron encima”. (N, p. 14)
No hay aquí, en este momento de la vida de González, un intento propiamente
constructivo, no se trata de dar nada; se trata de un desnudamiento, del
establecimiento de un contacto vivo con su mundo americano, de deshacerse
de todo lo adquirido de espaldas a la comunión vital con el medio.

Había señalado ya, cómo el hecho primordial de las mocedades de


González es la negación del primer principio, y con ello el desbarajuste de
324

todo su contexto vital. En este viaje, Femando González confiesa una vez más
el caos en que la ausencia del primer principio lo ha sumido: “A mar y
abandonar el camino ha sido toda nuestra vida. ¡ Pero siempre hemos
vuelto!... Es que vamos irremediablemente perdidos desde aquel aciago año
de mil novecientos cinco en que no pudimos encontrar el primer principio
filosófico, allá en la grata compañía y colaboración del reverendo padre
Quirós SJ...” (VP, p. 95)

El círculo de viaje, de Medellín a Medellín, es un símbolo de lo que


fue la vida de este buscador de la verdad en la autenticidad: desesperado una
veces, místico otras, plácido otras, dar vueltas alrededor de la realidad divina,
en busca de un PRIMER PRINCIPIO VIVO, no conceptual, sobre el cual
asentar su periplo vital.

De este anhelo de la Divinidad, nace en González el repudio de


todas las empresas institucionalizadas que han desfigurado el mensaje
cristiano: “La religión cristiana, esa insuperable religión de Cristo, ¡ en qué
monstruosidad la han convertido los zambos americanos! La han injertado en
la madera seca de las mesas de votación” (VP, p. 237); “El antioqueño
dominado por el Cura y la ignorancia” (VP, p. 102); “La Cruz es ya de oro,
sobre pechos de púrpura y en palacios de mármol” (VP, p. 94); “No
buscamos agradar a Dios, sino comprarlo; lo tratamos como los agentes
viajeros a los empleados públicos: dándole propinas” (VP, p. 56); “Colombia
es el país del Diablo. Porque aquí se cree más en él y se le teme y ejerce
oficio trascendental. Es el rey de los Andes”. (VP, p. 145)

Es el momento de los juicios tajantes; es la explosión de una fuerza


contenida durante años; es la denuncia de las aberraciones, hecha por alguien
enamorado de Dios y no su enemigo, como siempre había sucedido en la
rebelión contra el medro disfrazado de fe. No se trata de construir, ni de trazar
normas, ni de enseñar doctrinas; se trata de afirmarse a sí mismo, de
desenmascarar la mentira social.

Esta diatriba violentísima contra las instituciones de fe y sus


jerarcas y sus formas de expresión, es la encarnación de un profetismo que
llegará hasta el final encarnando, entonces, el sentido de una comunión viva
con Dios.
325

En Pensamientos de un Viejo, González hablaba del gusto por jugar


con los diablillos de la niñez; ahora, en este viaje, González juega con los
diablillos de su propia niñez y los de la niñez americana. El diablo nace de la
división del tótem primitivo (VP, p. 143); el cura y el partido conservador son
aliados (VP, p. 145); la moral es el producto de la decadencia vital (VP, p.
33); la base de la sustentación de la fe popular es el temor al infierno (VP, p.
145); los clérigos huelen a santidad ya billetes viejos. (VP, p. 96)

El pueblo colombiano vive en “un estado de alma enfermizo, el


estado colombiano, que consiste en estar obnubilado, metido en una idea
como en una concha, en una idea religiosa” (VP, p. 33). Por eso, González
acomete contra la hiperreligiosidad, impositiva e inauténtica.

Los intentos radicales de mediados del siglo pasado por denunciar


la inautenticidad de la fe americana, fracasaron por haber partido del rechazo
de la fe cristiana; en el alma de González subyace poderosa, directriz, la idea
de Dios: “de todo el universo, menos del hombre, sale una armonía que es
como canto de alabanza a la suprema energía o suprema ley que se llama
Dios “. “Por cualquier punto por donde comencemos a filosofar, se llega a
donde se perciben luces de una unidad que alumbra como lejano sol;
emanaciones de la unidad perfecta”. (VP, p. 87 y 173)

De espaldas a la idea del Dios aprendido conceptualmente,


percibido como el Dios terrible de las tradiciones traumatizantes, González
siente a Dios, vivo, inexplicable, actuante: “Confesamos, SEÑOR, que somos
el animal que suda y que se hunde en la tierra cuando tu voz le llega, como la
lombriz cuando se levanta el cespedón”. (VP, p. 267) La figura de Cristo se le
presenta altísima, pero envuelta aún en un mareo prevalentemente humano:
“Jesús es el camino; Jesús que triunfó de lo fenoménico “. “¿Quién superior
a Jesús?”. (VP, p. 247 y 248) A pesar de sus intuiciones luminosas, por falta
de un primer principio orientador de la búsqueda, todo es caótico para él:
“Todo en nosotros se enredo y se contradice. Adoramos a Dios y queremos al
Diablo; cantamos al espíritu y espiritualizamos la carne; lloramos y reímos y
no sabemos hacia dónde vamos”. (VP, p. 234)

El Viaje a Pie termina con una frase cuyo valor se esclarece en el


contexto de la obra total de González: “Margarita -la esposa- “Para ti este
326

libro; Tú sabes qué piensa el autor de Nuestro .Señor Jesucristo”. (VP, p.


270)

Cuando aparece la obra, el mar de los críticos ve encresparse el


oleaje de la adjetivación: “Poseso de las ideas”, lo llaman unos;
“inmisericorde, juvenil y franco”, otros; para alguien su libro “es el mejor
libro de su género”; “irreverente, sacrílego, desvergonzado, lascivo”, es para
otros; pero, en fin de cuentas, nadie sabe a derechas hacia dónde se orienta la
búsqueda del autor. Su intención de unidad vital y autenticidad de fe pasa
desapercibida. Para los sectores liberales, muy anticlericales entonces, es una
alegría la aparición de la obra que es a sus ojos una diatriba contra el clero,
“un escándalo para los que oyen en el confesionario los pecados de la gente
crédula”, como dice uno de ellos.

González empieza a ser, hasta hoy, “ateo, pornográfico”, aunque él


realmente sólo quiere tener la inocencia infantil del paganismo, así en
Colombia lo llamen impuro. (ER, p. VIII)

El enjuiciamiento que en este viaje se hace de la historia y de las


instituciones de fe será la constante del diario vivir del autor por hacer que los
americanos tomen conciencia de la mentira de su sociedad. “Robos,
asesinatos, vanidad exasperación sexual; ese es el hombre de enero de mil
novecientos veintinueve, igual a lo que fue en el año uno de su historia”. (VP,
p. 257)

Este viaje no termina, el volumen consigna apenas “un mes de vida


trascendental”. (VP, p. 265)

Viaje a Pie es el comienzo de la lucha “por hacer algo para que


aparezca el hombre echado para adelante, que azotará a los mercaderes”.
(VP, p. 270)

La conciencia de la libertad

La más cerrada lógica mueve a González. Él mismo se ha decidido


por un mundo regido por la lógica vital, que consiste en “obrar de modo que
cada acto encierre en sí el efecto apetecido”. (VP, p. 224)
327

Luego del proceso catártico que encarnó Viaje a Pie, vive González
uno de los períodos de mayor serenidad en la primera gran etapa de su
madurez, entregado de lleno a la búsqueda del sentido de la libertad a partir
del primer principio presentido en Viaje a Pie: encontrarse a sí mismo como
esencia. (VP, p.21 3) Bolívar, el libertador, su Bolívar, pues “Una biografía
no es otra cosa que las reacciones que los hechos y pensamientos de un
hombre producen en el que los contempla” (MS, p. XV), será el guía en la
búsqueda.

Lucas Ochoa, su antepasado, lanzado desde remotas edades a la


búsqueda de los valores supremos, será el personaje que encarne esta lucha,
pues él es “los deseos y la mente desordenada “. (MS, p. 84)

El fatalismo biológico y el condicionamiento antropológico será el


medio de las luchas. “Nada es gracia” (MS, p. 81) “¡Nada es gracia!; nada
merece alabanza ni vituperio, todos somos prisioneros de la fatalidad, que
consiste en el ignoto fin hacia donde conduce esta inquietud”. (MS, p. 272)

El anhelo es hallar un método vivo, lejos de argumentaciones y


conceptos: un método para vivir, pues nada se prueba y no le importa sino el
método. (MS, p. 79) González, no es ahora un intelectual especulativo y
erudito: “Yo soy el animal, sometido a milicia”. (MS, p. 79)

Ha comprendido que va “por un camino ascendente... La cuestión


está en ascender constantemente, mediante la lucha”. (MS, p. 83)

Su campo vital se ha ensanchado más allá de un mero


inmanentismo personalista: entiende que “somos cósmicos” (MS, p. 9l), “que
el yo puede contener todo lo manifestado” (MS, p. 103); que es posible
percibir “la muerte como una transformación”. (MS, p. 86)

Ahora, cada palabra, cada sentimiento, cada fracaso, la menor


manifestación del Universo, es para él una oportunidad para reflexionar sobre
sí y sobre la expresión viva de la joven América. Es ahora “el tipo de las
nimiedades trascendentales”. (MS, p. 96)

En este mundo de la necesidad, donde el hombre es esencia, en el


cual se requiere de “hombres que se sientan ofendidos al recibir de fuera”
328

(MS, p. 132), tiene que haber un primer principio regente. González está
asfixiado sin un primer principio y lleva ya más de veinte años de búsqueda.

Ese primer principio intuido en el Viaje a Pie se hace ahora claro,


como superación de la dicotomía vida-conciencia, existencia-conocimiento:
“Lucas y yo, sostenemos como un primer principio que el hombre es el centro
del universo, el cual es alimento para su conciencia”. (MS, p. IX)

El hallazgo de este primer principio vital-antropocéntrico no le da la


respuesta ansiada, pues el problema de Dios es para él un problema
concomitante con el problema del primer principio y este primer principio del
hombre centro del universo, contradice el presupuesto de la fe en un Dios
dador de la gracia, al que no se llega más que por la fe, y por lo mismo
González exclama: “Creer es lo que me ofrecen, y yo quiero sentir”. (MS, p.
141)

Ésta es la hora decisiva en que se plantea la elección entre la


libertad, en un mundo en el que es posible la fe, y el determinismo ciego, que
encerrando al hombre en sí mismo lo lleva a hacerse dios a la manera
nietzscheana.

González, en un intento de superación de este dilema, vira hacia el


panteísmo idealista: “el pensamiento es todo. El mundo es pensamiento”.
(MS, p. 116)

Sin embargo González no podrá instalarse definitivamente en una


concepción panteísta del mundo. El panteísmo es en fin de cuentas la
superación de toda vibración emocional en un nirvana frío; González, por el
contrario, siente que “soy todo emoción ye! raciocinio es para los que corren
y no han flotado en la emoción Divina” (MS, p. 45); el panteísmo termina
disolviendo la personalidad en la unidad cósmica, y González, por el
contrario, anhela entregarse, ser cálida, viva, ardientemente recibido: “Dónde
encontrarla grandeza a quien deseo entregarme... ?”. (MS, p. 21)

Más aún, la nostalgia de Dios se hace acuciante, no da tregua, se va


vertiendo en una mirada humilde de sí: “Cuán lejos estoy de la divinidad y de
cuántas pequeñeces están llenos mis días!”. (MS, p. 10) González se hace un
buscador de Dios, un estudioso de la realidad divina, único camino posible
329

para poder llegar a esclarecer el sentido y la realidad del hombre y del


universo: “Hace cinco años que la teología era para mí una patraña y hoy me
parece lo esencial”. (MS, p. 87)

Desde antes de Viaje a Pie, había elegido la brujería como método


y forma de vida en el mundo penumbroso situado entre la nada y la ciencia
oficial, y explica: “cada brujo tiene su fin. Unos quieren perfeccionamiento
espiritual, y otros buscan únicamente acrecentamiento vital, egoísta” (MS, p.
46); él, por su parte, elige el primer tipo de brujería: “crecer, hacerse potente,
para irse acercando a Dios”. (MS, p. 46)

Aún permanece vivo en él un concepto subjetivista de Dios; no hay,


ni de lejos, un deslinde claro y definitivo entre el Dios revelado y real, y el
Dios intuido, soñado por el espíritu del hombre desarraigado: “Entiendo por
religión un ideal de conducta, por ejemplo un ser ideal (Dios) como modelo
al que uno tiende a asemejarse!”. (MS, p. 60)

Sus búsquedas y sus hallazgos van tomando un tinte cada vez más
comprometedor, más vivo y personal que lo lleva a exclamar: “¡Señor! ¡El
ritmo de mi vida se acelera cuando te intuyo, y temo deshacerme!” (MS, p.
60)

A lo largo de este camino se está manifestando, por vez primera en


América, el devenir agónico de la realidad de Dios hallado por el hombre.

La captación de la realidad divina se hace cada vez más


comprometida y sus palabras adquieren cada vez un tinte más testimonial:
“Somos dioses, hijos del Eterno, del Ser. ¡Cuánto le debemos a Dios!:
crearnos; ser. ¿Cómo es Dios? ¿Persona?. Pronuncia palabras ante él y
blasfemarás. Nada sé; lo presiento y tiemblo de placer, mejor dicho, de una
emoción que no sé nombrar, así como tiemblan las doradas espigas del
yaraguá, en la vertiente vecina, al soplo del vientecillo. !Oh! !Todos somos en
Dios!”. (MS, p. 137)

Pero no se precipita su corazón; aunque se ha enamorado del Dios


que intuye de una manera viva y ejemplarizante, vivirá sin rodeos, ni mentira,
su búsqueda de Dios. Toda la angustia que ello conlleva la soportará porque
está predestinado para vivir la maduración de la fe, superando el dilema de un
330

catecumenado de un día ola indiferencia religiosa, que ha sido el constitutivo


de la vida de fe en el continente conquistado.

Ahora se va vislumbrando la realidad de las premoniciones de don


Fidel, en el prólogo a Pensamientos de un viejo: “va derecho a creer en algo”;
ahora se va organizando la posibilidad de hacer real lo que anunciara en Viaje
a Pie: “amar todo lo que existe en nuestra madre tierra”. (VP, p. 196)

Ahora, para él, “el supremo sentimiento místico es la


concentración de la conciencia en Dios: una unificación tan completa, que
¡legue a producir el éxtasis”. (MS, p. X)

Guiado por Bolaños y Jacinto, “mi yo fuera de ¡os deseos”, (MS, p.


75) habrá de llegar hasta encarnar, ya al final de su existencia terrena, al padre
Elías que es “todas mis ansias espirituales superiores, que no han aparecido
por causa del Mal. ¡Cómo quiero a Elías!”. (MS, p. 83)

La biografía de don Simón Bolívar es el enrumbamiento de su


búsqueda de Dios a través de la búsqueda del hombre; la búsqueda de una fe
auténticamente americana, pues entiende que entre nosotros la santidad
cristiana sólo se ha dado (al menos oficialmente declarada) en “unos dos
extranjeros medio nacionalizados, a quienes no se les pide milagros, ni se les
quema velas...”. (MS, p. 55)

La figura de Bolívar es la figura de un hombre que busca fines de


liberación más allá del campo meramente político; su figura le interesa en
cuanto suscitador de ansias de libertad espiritual: “Luchó cuarenta y siete
años, cuatro meses y veinticuatro días, por libertarse de las trabas que
impiden ascender, y por libertar todo un continente y toda la humanidad...
quería verdaderamente libertad espiritual, mejoramiento”. (MS, p. 251)

Enfrentado consigo mismo, en su medio americano, busca la


realidad de Dios; es esto lo que expresa al decir: “Ahora soy el animal que
mira al cielo mientras defeca”. (MS, p. 86)

Este discurrir por el mundo de la libertad, que don Simón Bolívar


encarna, termina en un clamor promisorio: “¡Dame, Dios mío, de tus
secretos!”. (MS, p. 127) “Dios mío: que nada me posea!”. (MS, p. 115)
331

En los subfondos del ser

A la búsqueda de los senderos de la libertad, Femando González


que vivía en la anTitesis como en su mundo, mientras estudiaba los
mecanismos de la conciencia y descubría, a través de la figura del Libertador,
las posibilidades de llegar hasta la conciencia cósmica, se topó con los turbios
contenidos del subconsciente.

Él, que siempre “ha estado con los descontentos; nunca


satisfecho” (ER, p. 127), a la vez que vislumbraba la posibilidad de la
liberación por el crecimiento en conciencia, profundizaba en el conocimiento
de sí mismo hasta llegar a lo más hondo de su propia alma.

Como nunca ha “dicho una sola mentira” (CE, p. 88) en sus libros,
que son confesiones, se da a analizar los contenidos más hondos de su
conciencia y como resultado de sus introspecciones crea a Manuelito
Fernández, personificación de su alma en descomposición: “Manuel
Fernández, es Fernando González, pero éste no es Manuel Fernández. Mejor
dicho: en mí vive, frustrado, reprimido, borrado por otras tendencias más
fuertes, el amigo Fernández. Que es mi hijo se comprueba con el hecho de
que siento deseos de llorar cuando, en virtud de necesidad lógica de su
carácter pretende suicidarse o se va babeando detrás de una mujer
cualquiera” (DM, p. 102)

Manuel Fernández, hijo del dipsómano Mirócletes Fernández, es


encarnación, a la vez, de la contradictoria subconciencia de Fernando
González y de la humanidad americana, que por una parte es: “enredo de
embolias, semejantes a ovillos de hilo cuando un niño juega con ellos. Y
resulta que nuestra bella individualidad no puede fluir por esos canales
obstruidos.” (DM, p. 27), y por otra, “Ansia de belleza, belleza social, belleza
interior, aspiración a lo perfecto”. (DM, p. 43)

El camino que recorre González, tal como lo hemos estudiado en


Viaje a Pie y Mi Simón Bolívar, está sujeto al más férreo determinismo:
“Nada hay en el universo que no sea una necesidad lógica, una cadena de
causalidad.” (DM, p. 45) “No creo en el infierno, sino en la ley de la
causalidad, que es peor.” (DM, p. 154)
332

Manuelito Fernández es una fuerza lanzada desde sus más hondos


orígenes, a la más refinada sensualidad: “de niño metía el dedo a los frascos
de perfume y chupaba, ya los siete años lo vio (su padre) pálido y tembloroso
acariciándole los pechos a la negra Chinca” (DM, p. 51).

“Fue seminarista durante doce años”, - alusión a sus años de


colegio jesuítico- se retiró del seminario, donde “el seminarista no puede
verse desnudo”, y donde se encuentra “la forma más ruda que existe en el
mundo de las formas, (DM, p. 53) y pasó a la casa de su tío Abraham Urquijo,
en quien coexistían “un ansia desesperada de riquezas y un gran tormento
místico “, pues estaba “sin alinderar con el predio común que llamamos
Dios, la fuente de la vida.” (DM, p. 69)

González, a la búsqueda de la explicación del por qué de sus más


oscuros subfondos, se documenta observando unos treinta sacerdotes, el
arzobispo, las iglesias, las beatas, las costumbres de los seminaristas,
fenómenos que encarnan y tipifican el alma del pueblo antioqueño, negociante
y místico, del cual la nación judía es apenas una degeneración (DM, p. 62 y
74).

El hallazgo de sus limitaciones constitucionales de fondo lo llevan


inicialmente al escepticismo: “Dónde está la grandeza humana? Me fui a
dormir y lloré a causa de Manuel Fernández. ¿Podría hacer noble siempre a
Manuel Fernández? No, porque la vida es lógica como un serrucho”“(DM, p.
104) “El hombre apareció para nada, o sea para hacerlo todo a medias, pues
no sabe nadar bien, ni orinar bien, ni nada bien” (DM, p. 113).

Sin embargo, el amor a la lucha y a la superación no lo dejan


sucumbir: “¿Por qué no han de oírme los seres grandes de la vida espiritual?
¿Por qué no va a oír Dios a Abraham Urquijo, por ejemplo, puesto que él
entra a visitarlo? ¿Qué importan el estupro y el robo, si ningún humano
busca sino la belleza, pero todos caemos en el fango, y siempre nos
disgustamos de vernos sucios?”, (DM, p. 112) y así, “Fernando González,
matriculado en la Universidad de la creación”, (DM, p. 77), tal como lo había
hecho meditando sobre las posibilidades de la conciencia, ahora, desde su
bucear en los subfondos de su alma, llega también a la búsqueda de Dios,
entendido como el “Drama humano que se representa todo en el más
333

humilde” (DM, p. 75) y se empeña en clarificar el significado que esa noción


y esa vivencia encierran: “Hay instantes en que creemos que se ve a Dios en
todas partes ; pero Dios es muy esquivo, es como coger un pez en el agua con
la mano.” (DM, p. 113); pero “el que busca la juventud, es Dios en potencia”
(DM, p. 114).

González, tiene clara conciencia deque Manuel Fernández es quien


es, porque de González salió y expresa lo que González es: “La creación de
un personaje se efectúa con elementos que están en el autor, reprimidos unos,
latentes, más o menos manifestados, otros.

La creación artística es, en consecuencia, la realización de


personajes que están latentes en el autor...

Y no sé por qué se me ocurrió crearlo y se fue soltando y comenzó


a pensar y a lo último me dominaba hasta el punto de que en París pretendió
que yo fuera el paralítico y casi me hace suicidar.” (DM, pp. 8 - 9)

Ante la evidencia de que Manuel Fernández no es un personaje


fantástico sino la expresión de sí mismo, en su fondo más oscuro, González
aclara que estudiarse a sí mismo en sus más oscuras simas interiores, más que
una autoescucha, es la escucha de Dios, presente en él: “Soy apenas un
copista de lo que me dicta Dios. Escribí este verso: oiré la voz y obedeceré”
(DM, p. 121), y toma la decisión de no huir de sí mismo, sino por el contrario,
asumirse tal como es, pues “el mal hay que tragarlo y asimilárselo, digerirlo”
(DM, p. 131) pues su “alma en descomposición” y su carencia de “juventud,
unidad anímica y fortaleza”, son herencia de “esos buchones parientes
suyos”. (DM, pp. 148 - 149)

Lo que realmente interesa a González es “el problema de la


vitalidad.

Hace cinco años y tres meses que toda mi actividad gira alrededor
de este problema. Al estudiar a mis conciudadanos, al estudiar a mis
parientes me guía el ansia de resolverlo Resuelto, lo quedarán también el
problema de América y sus gobiernos, el problema biológico. Pero en
realidad no me preocupa el problema social, pues soy egoísta como buen
334

enfermo No quiero ser el que soy, todo y nada. Soy comienzo de todo.” (DM,
pp. 156 -157)

Los descubrimientos hechos en sí mismo lo llevan a un diagnóstico


pesimista: “Suramérica no tiene remedio. Son habladores imitadores y
sentimentales” (DM, p. 175)

“Se adopta toda moda, todo vicio, toda escuela filosófica o


artística. Se está a/corriente de/a vida europea. Pero todo es superficial, no
sale del alma, así como la planta nace en la tierra... ¡En verdad, bizcos
solitarios, cuán dignos sois de admiración!” (DM, p. 186)

En el escrutinio de sus profundidades psicológicas, González, el


sensual ab utero, topa con la imagen de la coja Matea, y en su figura y sus
difíciles experiencias de iniciación sexual, descubre el hecho medular,
determinante del oscuro fondo suyo y de su pueblo latinoamericano, a partir
del cual hará el análisis y la crítica de la inautenticidad latinoamericana: “El
vicio solitario”.

“La coja mía, mi buena coja, mi Eva coja, perdonó mis desarreglos
imaginativos, mis apresuramientos, y así espero que la humanidad perdonará
a los ardientes mulatos de Suramérica su falta de realizaciones.

Suramérica es como el muchacho de los jesuitas, capaz de


sugestionarse hasta sentir el olor de las trenzas, hasta sentir que se electrizan
en agradable cosquilleo las terminaciones nerviosas. El suramericano se
habituó a que la masa nerviosa reaccionara con la imaginación y no con la
realidad; no puede poseer ya la realidad.” (DM, p. 179)

“Entiendo por vicio solitario toda manera de efectuarse la


descarga nerviosa sin que sea excitada por la realidad”

“Todos los males de Suramérica proceden del vicio solitario”


(DM, p. 179)

A la vez que descubre, que tanto a nivel personal como


suramericano, el vicio solitario es la causa de la pérdida del sentido de la
realidad y de la falta de vitalidad y dinamismo, descubre también, que entre
335

nosotros el dolor “ha dejado de ser estímulo para el mejoramiento, para la


ascensión, como es el cuerpo duro para la pelota de caucho que rebota. “, y
decide vivir y enseñar que “el hombre es promesa y que el maestro es el
dolor, el castigo; que vivir es experimentar para purificarse; que el
sufrimiento corresponde al necio y la felicidad al sabio... El dolor
corresponde al que se equivoca y la dicha al que acierta” (DM, pp. 194-195).

Este período de la vida de González, que como Manuelito


Fernández, su creación, era “alma en descomposición”, que “se defendía de
la descomposición buscando grandes hombres y cosas bellas, pero en
resumidas cuentas no podía entender y no veía sino muertes.” (DM, p. 148),
es una especie de contrapunto entre la muerte (Don Mirócletes, Epaminondas,
el cura Urrea, Callejas, Tobías, el perro Caín, son seres en agonía) y la belleza
de la vida palpitante (“Ponce de León, buscando en La Florida la fuente de la
juventud perpetua.”) (DM, p. 106)

Fernando González concluye este duro período, asumiendo sus


límites y en lucha contra ellos desde lo que es por herencia y por formación,
para llegar a asumir plenamente la vida, más allá de las apariencias, hasta
llegar a Dios:

“Yo soy un jesuita soltado por estos pueblos de Colombia para


mejorar a mis conciudadanos. Pero lejos de este jesuita nuevo la palabra
verdad; no existe, ni tampoco el error, en los hechos: todo es manifestación
de Dios.” (DM, p. 154)

Fernando González decide “Que la vida mía en Medellín sea como


una preñez y que me paran... Pero es claro que mi debe, mis pasiones, mis
impulsos, deben saldarse. ¡Yo seré mi hijo, o sea, Manuel Fernández que
evoluciono hacia Dios, pero tan lentamente...” (DM, pp. 35-36) “El mundo
de los sentidos es una apariencia desvaneciente, y detrás está la esencia, dice
el que se hace filósofo con el primer dolor. A costa de lágrimas es como se
intuye a Dios”. (DM, p. 41)

El encuentro con la inocencia pagana

Muy pesada estaba la atmósfera nacional, en los años treinta.


336

En América han advenido al poder los más extranjerizantes de


todos los hombres de la historia. En Colombia la lucha contra los elementos
tradicionales y la entrega del espíritu nacional al coloniaje extranjero, se ha
convertido en una obsesión.

Miguel Abadía Méndez, el último de los humanistas píos que


gobernó al país, convencido de sus dotes de economista oprimió las clases
populares y entregó a los americanos el futuro económico de la nación, y con
él, las últimas posibilidades de llegar a un país autónomo en el verdadero
sentido de la palabra.

Olaya Herrera, su sucesor, encarnaba la idea de la desproporción.


Todo en él era exagerado; para describirlo es preciso recurrir a la gama de
todos los superlativos y aumentativos: un cuerpazo, una carona, unas patonas,
un cerebrito archipequeño, una avidez ultraexagerada de glorias, una torpeza
mayúscula.

Durante el gobierno de este Olaya, las posibilidades de autenticidad


desaparecieron del alma colombiana.

Por entonces, Fernando González es ya un antípoda de los


colombianos de su generación. Su duro lenguaje lo ha marginado de los
círculos literarios de la pulcritud centenarista: los políticos lo miran con
recelo, pues no está con ninguno y sí contra todos; sus obras son acremente
censuradas por el clero alto y bajo; sus coterráneos de Antioquia han sentido
el zarpazo de sus diatribas contra el espíritu mercantil del grupo paisa, metido
a industrial.

Entre hostigado y burlón dice González: “No soporto a los treinta y


cuatro dementes que me denigran en la Asamblea”. (DM, p. 226)

En un típico acto de diplomacia colombiana, Olaya resuelve enviar


al extranjero a este cáustico y valeroso crítico, para poder realizar más
tranquilamente su insípida empresa de avidez y desatino en el trapecio
amazónico. González va, entonces, como cónsul de Colombia a Génova, bajo
el gobierno del Duce.
337

Europa es un continente ahogado en la sed de los nacionalismos. El


pensamiento nietzscheano ha engendrado, a la par, el nacionalsocialismo
alemán, el fascismo italiano y el socialismo soviético.

Hasta la Patria Boba colombiana llega el eco de los nacionalismos


europeos, y Olaya Herrera, con el peruano Sánchez Cerro por comparsa, se da
a la tarea de recolectar oro para enviar al sur del país, a “preservar la
integridad del territorio nacional”, muchachos campesinos armados de fusiles
viejos e inútiles, para proclamarse, entre la algazara de la prensa partidista,
luego de cuatro disparos de fusil y miles de jóvenes contagiados de chancros y
sífilis en los burdeles de los puertos brasileños, redentor y salvador de la
patria.

En sus días se incoa en los Santanderes el fenómeno de la violencia


política, patrocinada por el resentimiento de los conservadores llenos de
añoranza por los años de su hegemonía; la vocinglería de los liberales
azuzadores de masas pueblerinas parasitadas e ignorantes; el orgullo de las
jerarquías eclesiásticas, consentidas de los gobernantes conservadores, por un
lado, y hostigadas por el anticlericalismo liberal, por el otro. El país se sume
en un oleaje violento de subfondo religioso, que años después se acrecentará;
la economía de las provincias languidece más y más, en aras del
enajenamiento de los bienes nacionales, negociado desde la capital; el dólar
compra honras, conciencias, dignidad, y en Colombia se realiza la nueva
patria boba, esta vez bajo el signo del dólar.

González entre tanto, en Europa, mira, piensa, lucha por realizar su


ideal de unidad vital desde Dios; no se europeíza, no se aliena, ama “a
Suramérica hasta el dolor”. (HD, p. 220)

Ahora, vive un anhelo de Dios casi desesperante: “afirma que tiene


relaciones con Dios. ¿Quién es Dios? Contesta que la esencia, lo que no es
hecho. Que Dios no es formal. Dice que tiene algunas cosas como ayuda
para sus relaciones con Dios: por ejemplo, los rayos del sol que entran por
las ventanas de las iglesias y que se materializan en los corpúsculos del
polvillo ambiente; el sol, al cual mira de reojo, mientras respira lenta y
profundamente; la luna silenciosa y las estrellas multicolores. También
durante la noche se acurruca en su lecho y grita interiormente: ‘¡Cógeme,
338

llévame lejos, a otros planos emotivos! ¡Cárgame, madre mía! ¡Yo soy
hechura!’ ”. (HD, pp. 7-8)

Mientras está en Europa tiene el alma puesta en su América amada:


“Génova tiene algo de Manizales”. (HD, p. 33) “Colombia es el país más
fácil para la felicidad humana” (HD, p. 37); al recibir los cigarrillos
nacionales siente que se está “fumando la patria” (HD, p. 52); el Moisés de
Miguel Ángel “Se me pareció a Don MarTin Arango, el dueño de las fincas
de Las Palmas, en Envigado” (HD, p. 62); los cojecabos “son como los
garrapateros colombianos, que siguen a las vacas en los prados, para poder
coger los grillos que saltan al caminar ellas”. (HD, p. 81) Piensa que “será
mejor permanecer lejos de la Patria, para poderla querer”. (HD, p. 140)
Cada motivo de belleza y elevación moral que encuentra en Europa es un
motivo más de amor a la patria.

En Europa la religión cristiana está pasando entonces un periodo


seriamente crítico, pues los viejos moldes de la cultura están siendo
trascendidos, y su mensaje, encarnado en ellos, pierde eficacia y dinamismo;
los agresivos nacionalismos toman en cada país un tinte marcadamente crítico,
cuando no abiertamente persecutorio contra la Iglesia; el papado se mueve
difícilmente entre la timidez y la cautela, la pasividad y la compresión de la
gravedad del problema; el ambiente altamente politizado no ha dejado de
influir en el complicado engranaje de la Curia romana. La Iglesia presenta
entonces un aspecto complejo en el que es muy difícil deslindar con claridad
los elementos auténticamente evangélicos y los aditamentos extracristianos
que se le han adherido.

González, en contacto cercano con la Iglesia europea, encuentra en


ella, retocados pero vivos, muchos de los elementos que esa misma Iglesia
trajo a la América indígena, y aunque estremecido por sus ideas religiosas y su
búsqueda cristiana, arremete contra ellos: “Viven de un hueso de santo o de
una fuente que cerca tiene un árbol bajo el cual se apareció la Virgen”. “En
Europa existe hoy apenas el cadáver de la religión, y... trafican con ella”;
“Hay demasiada diplomacia, demasiada comodidad en la política de San
Pedro”. (HD, pp. 105-107)

Sin embargo no se desconcierta en su búsqueda, en su empeño de


madurar su fe cristiana, a través de una vivencia personal: “No creas -le dice
339

a su hermano Alfonso- que mi religiosidad haya sufrido... No confundo las


apariencias con el espíritu religioso... En fin, mi alma no ha encontrado
consuelo En la Roma cristiana”. (HD, pp. 106-107)

Al contacto con la cultura y la fe cristiana en Europa, González no


cae en el deslumbramiento; descubre en ellas el hálito de las deformaciones
que Europa llevó a América, y se vuelve a la cultura pagana que en Roma está
viva, en el inmenso museo greco-romano que es la capital italiana.

En la religiosidad del mundo pagano antiguo, encuentra González


una especie de visión retrospectiva de lo que pudo ser el alma religiosa de la
América pagana y precristiana.

El contacto con las realizaciones de la cultura pagana antigua,


aquilataron en la mente de González, el sentido de las posibilidades del alma
extracristiana; comprendió hasta dónde se podía llegar en un mundo fuera del
cristianismo.

Aquí encontró realizado lo que América, truncadas sus culturas


nacientes, no pudo realizar:

Pompeya es el lugar donde ha sido más feliz en sus treinta y tres


años (HD, p. 108) “Mientras existan esos mármoles, Roma será el centro del
universo”. (HD, p. 118)

Los grandes valores vitales, están en los museos romanos: La


“forma en movimiento” (HD, p. 196); “La nostalgia de pecados” (HD, p.
199); “La sencillez” (HD, p. 191); “El amor y la muerte, toda la historia de
la apariencia”. (HD p. 170)

El encuentro con la paganidad es, a la vez, el descubrimiento de que


el mundo extracristiano apenas puede manifestar vivamente “la historia de la
apariencia” (HD, p. 170) y la reafirmación de su idea de que el sentido de la
fe está más allá de los fenómenos.

Rompe abruptamente con el principio de que el hombre debe ser


mirado como “centro del universo” (MS, p. 9), y pasa al extremo opuesto:
340

“Nada es esencial.... Hay que llegar a Dios” (HD, p. 178) de quien se sabe,
ahora, apariencia y en cuya relación se cifra toda la perfección. (HD, p. 203)

No está en paz, sin embargo, pues aunque ha comprendido los


justos límites del hallazgo pagano, ni en América ni en Europa ha encontrado
la encamación viva de la fe cristiana.

Su vida se hace intensamente difícil: “Oscilaciones terribles de


inervamiento tenso y depresiones. De ahí que sus juicios sean tajantes, y que
luego se contradiga, para terminar por irse a un templo a buscar a Dios y
decirle que lo saque de las apariencias”. (HD, p. 11)

Pero no se trata de una angustia desesperada y sin caminos. “Es


como si dentro me murmuraran: “Van a venir “. ¿Quién? No sé, pero estoy
esperando y tengo la intuición de que me va a venir alguien. ¡Deja abiertas
las puertas! ¡Deja todas las puertas abiertas! Me sorprendo a veces por ¡a
calle repitiendo esta cantinela”. (HD, p. 44) “A cada dos minutos miro para
el cielo y llamo a la BELLEZA, al que está escondido, y... oigo el ruido de sus
alas, cada vez más, cada vez más. Es como la aurora, que cada vez más, cada
vez más”. (HD, p. 23)

Su tesis de que amando esta vida del tiempo y del espacio nos
acercamos a Dios, se ha confirmado y perfeccionado a través de su contacto
con la inocencia pagana.

El Hermafrodita dormido, en la sala 18 del Museo Nacional de


Roma, compendia y simboliza los logros de González en comunión con la
cultura pagana.

Para González, el Hermafrodita es tan bello “que quisiera llevarlo


y pegarle y besarlo, y adorar a Dios en él” (HD, p. 164), pues “El
Hermafrodita llama a gritos a los dioses para que lo castiguen en todas las
formas, porque a causa de todas las bellezas merece todos los castigos” (HD,
p. 165), “tiene como alma el pecado” (HD, p. 166), sus formas son
encarnación de “la sensibilidad verdadera que es seria y trágica” (HD, p.
168), es la unificación de “la Naturaleza en un mármol... El Hermafrodita
griego no es la sucia inversión, sino la unificación de las bellezas, Dios Padre
y Dios Madre...
341

Sólo puedo decir que desde mi encuentro con el Hermafrodita que


duerme en el segundo piso del Museo Nacional de Roma, comprendo muchas
cosas que antes ni sospechaba”. (HD, p. 164)

Al contacto con la cultura pagana, que el Hermafrodita dormido


encarna como tipo, González llegó a comprender que era posible la expresión
de la unidad vital en un molde perceptible, no conceptual, vivo, expresión del
hombre y de Dios.

Al percatarse de esta posibilidad, que es la solución básica de su


problema de los tiempos jesuíticos: la expresión de una realidad unificada y
viva, que por potente y clara no necesite de argumentos, ni contradiga todo un
sistema racional al negar al raciocinio su capacidad probatoria del principio
que lo fundamenta, dice: “El Reino de nuestro Padre que está en los cielos
tiene muchas moradas”. (HD, p. 164)

De allí, de esta percepción no conceptual de la unidad viva que


constituye el hombre y el universo, concluyó Fernando González la
formulación de su principio “NO PIENSO, LUEGO SOY. Con esto quiero
decir que sólo el que es capaz de dominar el pensamiento, es individuo” (HD,
p. 44) “la verdadera existencia principia cuando podemos no pensar”. (HD,
p. 201)

Mientras González profundiza en su proceso de maduración de fe,


se entretiene también en el análisis del Duce y el fenómeno fascista:
“aficionado al estudio de las formas de gobernar a los hombres... aplicaba,
comenzaba a aplicar mi método para conocer a Mussolini, haciéndolos
reaccionar a él y a sus hombres”. (HD, p. 186) Espías de Mussolini
penetraron a su residencia y se percataron del contenido de las libretas que
siempre llevaba González. El Duce lo expulsó de Italia.

Pero esta expulsión es ya asunto adjetivo en el encadenamiento de


los hechos básicos de la vida de González, que lejos de las vacilaciones
iniciales de Viaje a Pie cuando afirmaba que “no hay ninguna inmortalidad”
(VP, p. 256), entiende, ahora, que “no se puede concebir nada existente fuera
del Dios escondido”, (HD, p. 30) y afirma sin asomos de vacilación: “soy y
moriré cristiano”. (HD, p. 106)
342

De este contacto con el paganismo, milenariamente vivo en la


Roma cristiana, González ha adquirido una básica orientación en sus
pesquisas: más allá de la conceptualidad que afirma y niega, más allá del
pensamiento (tal como sucede con la figura del Hermafrodita Dormido) está la
posibilidad, para el hombre, de hallar un primer principio válido.

Como en el viaje de la libertad con Bolívar, también ahora, al pie


del Hermafrodita Dormido, afirma: “Busco la BEATITUD, o sea la
tranquilidad que produce el desprendimiento de los deseos”. (HD, p. 117)

El hallazgo de la moral

De Génova a Marsella, “donde habita la belleza con sus amantes”


(ER, p. 27); en cuya luz, al final de los túneles arbolados, “le parece a uno ver
a Dios en las manchas de sol” (ER, p. 73); con su calle de la Pouterie,
“heredera del gran lupanar de Pompeya” (ER, p. 75) y su Canebiere “lugar
de Francia en donde más siente uno que va a encontrar, qué le va a llegar
algo muy bueno”. (ER , p77)

Estos años marselleses sí que son trascendentales; siente González


que su espíritu está rebosante: “por mi alma hay una gran cantidad de alas de
gaviotas.., y Dios me hace señales; ahora es cuando todo el universo se me ha
convertido en señales divinas; es como un guiño de ojos.”

“Hace un año que pienso y pienso; hace una año que renuncié a
los amores de las cosas; hace tres años que busco a Dios, como mi mamá
buscaba las agujas, en Envigado... y todos los seres, los pescadores, los ojos
de las muchachas, las piedras y mi gatica “Salomé “, me están diciendo ya
que por aquí humea.”

“Hay una estrella, también para mi apareció una estrella que me


lleva para no sé qué pesebre en donde no sé qué niño está naciendo a cada
momento. ¡ Un niño, que nunca ha nacido un niño así! Es la muchacha de
todos ¡os amores, es la belleza de todas las bellezas; piensa que es bello
aunque no lo bañen y lo peinen...” (CE, pp. 86-87)
343

Durante los días de su consulado marsellés, González estuvo a la


puerta de la muerte, por una embolia pulmonar que al final degeneró en
peritonitis. En la Clínica Bouchard “vomitaba, con grandes dolores, tragos de
una agua sangre café. Entonces me hicieron tragar un tubo de caucho, y me
lavaron el estómago. Una gran inyección de morfina, luego. Y siguieron
noches terribles, sin sueño, oliendo a cadáver, porque supuraba mucho.

Y no me daba agua la maldita vieja enfermera que dormía sentada


a mi lado y me desarrugaba los testículos y me reñía como un niño y me
limpiaba el ano. Y yo inocente y sin vergüenza. ¡¡Mi alma se iba!!”. (CE, pp.
30-31)

En su agonía (que hasta sus límites llegó la enfermedad) estaba


obsedido por La idea de Dios: “Me parecía que habla perdido mi vida al no
consagrarla a meditar en Dios y en sus bellezas”. (CE, p. 29)

Después de este volapié al mundo de la muerte, surgió en González,


más incontenible que nunca, el ansia de plenitud vital.

Mi Compadre, Juan Vicente Gómez, o el esfuerzo por la superación


sin simulaciones, hacia el hallazgo de la propia conciencia desde el mundo de
la limitación constitucional, en un medio inauténtico, es el símbolo de este
renacer.

Desde mucho tiempo atrás Juan Vicente Gómez había sido un


estímulo para estar enamorado de la América primitiva. Viajó en 1931 a
Venezuela para conocerlo, y sintió “por ese gran americano un inmenso
cariño y admiración” (CE, p. 88), pues todo en él era “métodos, sangre,
formación e ideas... suramericanas. Ni ha salido, ni es letrado, ni tiene dinero
fuera del país” (MC, p. 122); “Gómez es una facultad racial al servicio de los
destinos de Suramérica... Es la inteligencia astuta” (MC, p. 114); el remedio
surgido en Suramérica, de Suramérica, contra el espíritu de “rapiña, guerrilla
y desorden”, (MC, p. 115) que después de cumplida la tarea de mezclar las
razas, se había adueñado de Venezuela y la arruinaba. Era el advenimiento del
reducto de inteligencia astuta de la América nativa, el poder que sólo los
“ilustrados” habían ejercido (MC, p. 116); era la encamación del esfuerzo
para la fecundidad humana de América, ya que “¡Nada hemos dado a luz!....
Suramérica goza de todo sin haber hecho el esfuerzo. ¡Nos corrompen las
344

carreteras, ferrocarriles, aviones, casas y puentes que no hemos hecho...!”.


(MC, p. 124)

El estudio biográfico del dictador Venezolano es una burla de los


sistemas políticos, de La parlanchinería senatorial inoperante; de las
democracias americanas, títeres de los poderíos internacionales, que perpetúan
castas y privilegios.

Gómez, la ignorancia y la fuerza, la acción y la decisión, la


intuición y la determinación advenidos al poder, es la antítesis de todo lo que
se ha llamado en Suramérica, cultura, poder, progreso y civilización. La
llegada de este nativo iletrado a la presidencia venezolana y su capacidad de
trabajo, progreso material y orden, frente a los poderes tradicionales,
inoperantemente activos durante casi cien años, es el mentís más grande y el
desnudamiento mayor de la mentira sociopolítica de América.

Al momento del aparecimiento de Gómez en la escena política


continental, América no está capacitada para producir más: Gómez encama la
situación del hombre suramericano, en la cultura suramericana. En Gómez,
cien años de actividad cultural y política ven realizada su obra. Él era el
hombre del pueblo “formado” por las élites gobernantes.

González se burla de las falsas culturas nacionales suramericanas y


alaba a Gómez, pues él, terco, despótico, ignorante, es la encarnación del
momento histórico continental. Juan Vicente Gómez es América sin afeites ni
oropeles.

El sentido de Dios, que lo rige todo, le hace plantear teológicamente


el hecho de la aparición de su Compadre en la escena Venezolana, quiere
averiguar cuáles son sus “relaciones con Dios”. (MC, p. 113)

Juan Vicente Gómez es pues la encarnación auténtica de América.


Eso es América, ese es su producto humano, ese el gobierno que cuando no
entran en juego las potencias extranjeras, produce la América conquistada y
“democrática”.

Nadie entendió el cáustico mensaje, en ninguna parte se entendió la


voz de alerta que significaba la aparición de Mi Compadre: “En Venezuela se
345

enojaron y ni siquiera permitieron la entrada de los ejemplares enviados”.


(CE, p. 85) Ya había caído Gómez y de nuevo los Opinantes estaban en el
poder y querían negar el hecho histórico del despotismo como sistema, que la
figura primitiva de Gómez había puesto al descubierto.

En Colombia repitieron, aumentados, los calificativos insultantes


que con ocasión de otra alusión de González a Gómez ya habían pronunciado:
“No es posible indignarse ante el caso de Fernando González. Como no se
indigna uno ante el chiflado que sale a la calle en paños menores. Es una
cuestión de patología... al asilo han sido conducidos muchos sujetos que no
habían dado tantas pruebas de insania”. (CE, p. 21)

Siempre a la enemiga; también ahora con la biografía de “quien ha


estado sesenta años sobre sí mismo, envolviéndose en el fluido para no
perecer y para triunfar”. (MC, p. 2)

Mientras se sacaban en limpio los originales de Mi Compadre,


apareció otra figura: Tony, “UN PODEROSO ANIMAL” (ER, p. 29): “de
baja estatura, fornida y rubia; los ojos verdes; olor vitaminoso, agradable, de
las jóvenes en celo. Caminaba a pasos largos, resultado de su mitad de
sangre teutona y tenía manos anchas de alsaciana. Y ¡la elasticidad! ¡El
poder recuperador de su carne! !Hundía yo el dedo y percibía la juventud...!.
(ER, p. 31)

‘Me decía que no y que mil veces no entraría en el hotel, y entraba


como los alemanes a Bélgica”. (ER, p. 48)

“Esta muchacha era lo mejor para perfeccionar mis ideas de


Teología moral, pues mi espíritu es rábula, pervertido en el juego con el
pecado... Tony ¡o daba todo... y negaba”. (ER, p. 48)

“Tony no se muere, ni se casa, ni le sucede nada. Se queda


virgen”. (ER, p. 33)

Tony es el símbolo de la vida: tentación, lucha, dádiva que no acaba


de entregarse y siempre incita a la posesión, camino hacia la divinidad: “yo
creía que Tony tenía ¡a libertad, la belleza o la bondad escondida en su alma,
346

bajo sus ropas o entre sus ojos, me di a la tarea de atizarla mentalmente para
que me abriera”. (ER, p. 58) “Eso fue Tony. Eso significa mademoiselle
Tony. ¡Eso sí era juventud! ¡Eso sí fue combate!”. (ER, p. 51)

“El hecho esencial de esta historia es que Tony era virgen en


Europa, de diecinueve años y gran capacidad deleitadora; que entró a casa y
que le fue naciendo el deseo de apoderarse de mí; que me urgió con actos, sin
palabras; que me sentí elevado por el orgullo de saber que podría gozar
mucho, que podría irme bajo los plátanos, como mi gata “Salomé”, como
madame Rousseau, como todo lo primaveral, y que no lo hacía, PARA
OFRECERLE UN SACRIFICIO AL ESPÍRITU”. (ER, p. 34)

Para González, el Remordimiento “Es dolor producido por


objetivación de los actos propios que no están acordes con el ideal que
percibe nuestra inteligencia” (ER, p. 38); base de la Teología moral, que es
“estudio de Dios en cuanto se relaciona con el hombre”. (ER, p. 39)

“En este libro está la explicación del hombre moral. Es completo


acerca de tentación, remordimiento, arrepentimiento y confesión” (ER, p. 49)

La época en que aparece en la vida de González el sentido de la


moral, es la época antitética de los tiempos de Manuel Fernández, el
atormentado escéptico de la obra Don Mirócletes: una época de plenitud vital,
luego de su acercamiento a la muerte. Es la época de sus más altas
adquisiciones en el mundo de la necesidad del que no ha podido salir aún y en
el que permanecerá muchos años más.

Tony es la vida misma en toda su inocente desnudez; mezcla de


simplicidad, bondad, sencillez, complejidad y tentación. El Remordimiento es
un libro para itinerantes, como todos los de González, por eso él advierte: “el
que sepa desnudar a la muchacha alsaciana, entenderá la lección. Los demás,
casi todos, creerán que se trata de pornografías”. (ER, p. 50)

Combate, es el signo del período vital en que aparece Tony.


“Siempre he sido guerrero. Mis libros son guerra. Universidad es campo de
batalla, o nada. indudablemente que el hombre es soldado conquistador de la
tierra prometida” (ER, pp. 50-51); “Lo que tienen en Colombia... Es gente
habituada a la condición de su inmundicia actual” (ER, p. 50) “muy pocos
347

aprovecharán mis enseñanzas; casi todos sólo verán en este libro los
calzoncitos y la carne de Tony. Pero aquéllos para quienes la alsaciana sea
un estimulo guerrero, sufrirán y luego tendrán su premio. Sufrirán en cuanto
mademoiselle Tony, es decir, todo lo que se va dejando atrás, vencido en el
campo de batalla, los llamará...

Pero al mismo tiempo experimentarán orgullo muy grande los


jóvenes de mi patria, cuando comiencen a ascender, a dominarse a sí mismos.
Sentiránse dueños; se apoyarán en la tierra con despego e impertinencia.
¡Cuán libertados!

Mis discípulos son los que renuncian cada día a lo que más les
gusta, porque no les satisface. Quieren poseer a Dios”. (ER, pp. 52-53)

Casi toda la obra de González está cruzada por su sonrisa


inteligente y burlona; pero toda ella está entretejida de soledad y angustia. Es
infrecuente encontrar en ella una placidez duradera; solamente en esta época
de El Remordimiento hay un gozo desbordante y contagioso, que lo invade
todo...

Es el gozo del presentimiento: “EL PRESENTIMIENTO DE QUE


YA SE VA A ENCONTRAR UNA COSA QUE NO SABEMOS Y QUE
LLAMAMOS DE MUCHOS MODOS”. (ER, p. 78) Es la época en que se
cosechan casi cuarenta años de “pasar meditando, rumiando, atormentándose
y atormentando... para poder ofrecer solamente comentarios, balbuceos”.
(ER, p. 84)

La renuncia a la muchacha deleitosa es el fruto de toda una


preparación de diarios y continuos esfuerzos: “Si yo no hubiera estado
preparado para renunciar, Tony habría sido otra”. (ER, p. 86)

Tony es la vida. González que desde Viaje a pie está urgiendo para
que la vida le entregue sus goces inmediatos, presiente la llegada de algo más
grande y prefiere renunciar a los goces de la muchacha de carne elástica: “En
el hotel Esfinge de la calle Sénac, en Marsella. ¡Si pudiera reproducir el
timbre de la voz de Tony, cuando me suplicaba, implorante: “Ne fait pas ca...
Fernandó!”. Pronunciaba así mi nombre, por la primera vez en aquellos
instantes, pues antes me llamaba monsieur Gonzalés. Cuando me llamó así,
348

sentí que era hijo de Dios, me arrepentí, le regalé mi camándula y le di


muchos consejos espirituales.

Fue la eterna lucha que hay en el hombre, animal erecto. Asistí al


triunfo del espíritu; cada vez acariciaban menos las manos y nos fuimos a
beber café albar “La Canebiere...” (ER, pp. 44-45)

Luego el ofrecimiento, sonreído, de los calzoncitos de Tony a


Nuestra Señora de la Guardia, con la advertencia de que no ocuparán un lugar
entre los exvotos para no poner en peligro la salud de la muchacha; y esta
seria y honda súplica: “EN CAMBIO DAME CONOCIMIENTO”. (ER, p.
110)

Luego de conquistada la victoria, un sápido himno a Dios, lleno de


vida y amor:

“Por qué me has dado tanta felicidad después de días tan


amargos?

Hijo mío, mi Dios y mi creación dentro de mis entrañas, no


rebullas tanto que me matas; dame poco apoco la dicha de tu presencia.

Pero no. Mírame más, sal de detrás de la alta montaña que te


oculta, y ven cada vez más cerca, cada vez más, cada vez más, pues eres el
que siempre, eternamente, está llegando: eres infinito.

Dije durante mi vida oscura de otoño: ¡Ven sabiduría y Belleza!


Ahora me has inundado, y estoy tembloroso y tengo comezón de dicha, como
la novia que llora y ríe y no puede creer que está herida, que en su carne
palpitante se injertó otra carne”.

“Hiéreme, Amor, que estoy desfallecido como hermafrodita en el


calor de la canícula, yacente, que arrojó para abajo la vestidura! No sé que
hacer de mí, Señor, desde que tus ojos me sonríen. Las alas para llegar a ti
son el Amor. Derrítemelas pronto, hiéreme, no me dejes acercar más a ti, que
ya estoy dando gritos de dicha y espanto. Soy como virgen acariciada por
mano que se atreve un poco y que luego se aleja. Como virgen que rebulle las
349

caderas, persiguiendo lo que teme, muerta de placer. ¡Hiéreme!


¡Satisfáceme! ¡Sa-tis-fá-ce-me!”.(ER, p. 93-94)

Apenas logrado el fruto de las búsquedas en la tierra francesa, el


consulado marsellés termina de repente,

González fue intensamente conmovido por su destitución del


consulado Marsellés: “Esa bobada del consulado tenía que terminar así, pues
mamá me parió cabezón, pudo parirme hasta buen mozo, amigo de la virtud y
airado, pero, para cónsul de Olaya no me parió nada, ni jota. No ha habido
un Ochoa que sirva para eso”. (CE, p. 69), escribe González a su suegro
Carlos E. Restrepo.

Pero la capacidad cicatricial de su espíritu es grande y nada lo


arranca de su búsqueda de Dios: “Lo cierto del caso -escribe a su hermano
Alfonso- es que no odio: y que las heridas que me causan allá, cicatrizan; son
esTimulos para irme” (CE, p. 86) “¡Nada como Dios!... ninguna muchacha,
ninguna forma, pajarillo o niño es como Dios”. (CE, p. 90)

González, por más que lo dijo así, nunca fue creído, no atacaba las
personas como tales, sino las formas falsas de la representación social
encamadas en ellas; luego de su vuelta al país, donde se le miraba
recelosamente, cuando no en forma abiertamente hostil, no pudo permanecer
impasible ante su destitución del consulado.

El regreso a la patria lo sume en una crisis de fastidio y repulsa ante


el medio colombiano de entonces que se niega obstinadamente a oír su
mensaje de autenticidad americanista: “Cada día me hago más cobarde,
porque cada día me trae una derrota... Nadie, ni Dios, me quiere por soldado.
Nadie quiere emplearme en obras: soy un desocupado del espíritu, un
chomeur de la inteligencia: voy ofreciendo a todos los ideales, mi gran
capacidad para desear ser bueno y héroe, y nadie me oye... No acabé esta
carta porque estoy loco. Mi alma es una úlcera... las circunstancias de mi
vida me hunden”. (CE, p. 92)

Al Dr. Carlos E. Restrepo le recuerda en una carta las palabras de


Bolívar a Reverend: “Vámonos, doctor Reverend, que por aquí hay muchos
canallas”. (CE, p. 83)
350

“A nadie le guardo rencor... a nadie, sino a mí mismo, pues es


noche triste ésta en que me veo obligado a volver a leer “La Defensa...” (CE,
p. 70)

La patria colombiana de los días del regreso de González, es una


algazara de sectarismos, promesas, empréstitos, pastorales, resentimientos
soliviantados, disfrazado todo de liberalización de las instituciones, la cultura
y el orden político. De ello se burla González con acerbía: “Encontré a
Colombia con muchos problemas nuevos: el de las leyes sociales, los
cacorros de Bogotá; la industria naciente de las medias de seda, etc. ... pero
ninguno como este del Ferrocarril de Antioquia”. (CE, p. 99)

González, entonces, se sumerge en su mundo interior y se da a la


tarea de asimilar las realidades espirituales que le trajo la muchacha alsaciana,
encarnación viva de la lucha del hombre en el mundo.

“Por entre las cañadas de La Doctora, bajo los carboneros


somníferos, la carne mía, cuarentona, resurge. La carne me sonríe y se me
confunde con el espíritu”. (CE, p. 110): “Por Sabaneta busco a Dios y ya me
hace guiños y mi corazón se encabrita y ya me tumba..” (CE, p. 107) La
muchacha alsaciana sigue viva en él: “En Envigado tengo un remordimiento
de no haberme acostado con Tony, que me está matando”. (ER, p. 30)

“Padezco, pero medito.” “Analizando me curo del sufrimiento”.


(ER, p. 132), dice González, y concluye: “Moral y estética: valores
provisionales” (ER, p. 162); “Bien y mal, belleza y fealdad per se? No, son
fenómenos morales.... una necesidad de la economía vital..., fenómenos
morales, o sea, reacciones nuestras de euforia o depresión, ante los sucesos.
Cada ser vivo reacciona, crea valores”. (ER, p. 155); “El remordimiento es
sublimación del dolor físico” (ER, p. 119); “HAY REMORDIMIENTO
SIEMPRE QUE ES VENCIDO EL INSTINTO MÁS FUERTE Y MÁS
ARRAIGADO” (ER, p. 121); “El remordimiento es el puente que nos conduce
al superhombre” (ER, p. 138); “El remordimiento comprueba que somos
futuros diosesitos, o sea, herederos del reino”. (ER, p. 119)

La moralidad es, pues, medio para amar la vida “a causa de


pecados y arrepentimientos” (ER, p. 40); “Llegar poco a poco a la beatitud..,
351

estado de conciencia no sujeto al tiempo ni al espacio” (ER, p. 39), mundo de


altísima actividad humana, que hace más importante “la vida moral (vivir la
moral), que la vida científica (vivir la ciencia)”. (ER, p. 138)

Desde este mundo, a partir de la experiencia marsellesa, que es


cristianismo “tentado, nacido en época de crítica” (ER, p. 162), González
esboza unos lineamientos generales del sentido de la moral y su ubicación en
el conjunto de vivencias de lucha por ascender y acercarse a Dios. En este
mundo moral, como en los demás de su diario inquirir, tal vez más que en los
otros, no hay nada definitivo: se trata de un asomarse, de un atisbar, de un
presentir, orientado a búsquedas más altas y definitivas.

Aparejada con esta realidad del descubrimiento del valor


antropológico de la moral, empieza a percibirse en su vida una fisura en el
férreo determinismo que siempre la ha envuelto. González, que tentado por la
belleza de Tony, está “ciego en el cuarto del consulado, como Saulo en el
camino de herradura” (ER, p. 95), intuye que “el hombre no es libre pero la
inteligencia lo liberta” (ER, p. 37); sabe que el progreso humano se da gracias
al Remordimiento; conoce el libre albedrío. (ER, p. 33)

Esta intuición de la libertad, y la aceptación de un orden moral,


fuente del progreso humano y fruto de la constitución humana, espiritual e
instintiva a la vez, lo lleva a un paso más en su itinerario a Dios: la
comprensión clarísima del sentido de la renunciación, testimoniada por Cristo.
Dice así al respecto: “Jesucristo vino a mostrarnos el camino. No vino a
darnos la verdad. Vino a contarnos que ella existe en el cielo y que tengamos
esperanza. Jesucristo es el camino, porque nadie puede hablar y morir así,
como él habló y murió, sino cuando está seguro de que la verdad existe.
Indudablemente que Jesucristo es el único camino, a saber: una gran
dignidad, un amor que nos funda la carne, un renunciamiento que nos
convierta en dueños. Ninguno ha vivido tan dueño como Jesucristo. Hubo uno
que se le pareció y fue Sócrates, pero Jesucristo tenía mayor seguridad. En él,
no hubo la sombra de una duda. Es evidente que él había vivido con eso que
buscamos; tan íntimamente había vivido, que lo llamaban SU PADRE”... (ER,
p. 82). “El camino ese! renunciamiento, o sea, la Cruz”... “Jesucristo es el
buque que va para Oriente. El tiene la verdad en sus manos clavadas. En la
cruz está atado, fijo, todo ¡o que nos ha hecho equivocar, y la verdad subió a
los cielos”. (ER, pp. 82-83)
352

González, gustador de la belleza creada, enamorado de todo lo


terreno, convencido de que “tenemos el derecho de cumplir los instintos, para
llegar a odiarnos en virtud del remordimiento y llegar a ser otros en virtud
del arrepentimiento” (ER, p. 39), llegará a ser otro, y su vida se concretará, ya
y hasta el fin, en Cristo.

“Cuando me quitaron el consulado, yo era casi un dios” (ER, p.


48), dirá refiriéndose a los logros que había conseguido por entonces.

No está claro aún todo el problema de la relación del hombre con


Dios, ni el sentido de la libertad es aún claro para él; sus renunciaciones son
dudosas: “Yo, humilde aficionado al amor, siguiendo al Maestro, he
renunciado pero dudosamente, a Tonyy a Teanos”. (ER, p. 82)

Al llegar de nuevo a Colombia y encontrarse enfrentado al ambiente


de mediocridad y al repudio que su obra le ha granjeado, se le dificulta “ser
bueno, tener buenos sentimientos” (CE, p. 78) y vacila en la certeza de sus
hallazgos: “El autor de este libro, al retornar de Europa, se acuesta sobre los
prados-esmeralda de su trópico, mira para el cielo, se pone a imaginar dónde
terminará lo que sigue de la atmósfera, y se pregunta qué seguirá, y qué
seguirá después y siente un vacío angustioso. ¿Cómo se limita el
Universo ? ... Entonces entra a su cuarto, mira a Jesucristo crucificado y le
pregunta: ¿Serás tú El Señor?”. (ER, p. 163)

Femando González acaba por hundirse una vez más en el mundo de


la necesidad, solitario, luchador, repudiado: “vivo a la enemiga” (ER, p. 144)
“¡Qué solo! Hasta me causa admiración, a mí, a quien nada sorprende.
Parece mi destino vivir en soledad; vivir a la enemiga”. (ER, p. 134)

En la soledad, la búsqueda, los hallazgos: “Cuando solo qué


bellezas” (ER, p. 134). En la soledad, el ejercicio de su nueva condición de
hombre moral: “vivo, pues, como hombre moral, en lucha conmigo mismo,
derrotado casi siempre; hace cuarenta años que vivo derrotado, en angustia,
amando a un santo que yo podría ser y siendo un trapo sucio; llamando a
Dios y oliendo las ropitas de Tony... En consecuencia, mi lema será: Padezco
pero medito” (ER, p. 145)
353

Hace entonces sus propósitos: “Vivir callado. Vivir sin buscar nada
humano, vivir sin ansiar. No seré prisionero del deseo; éste será mi
instrumento.

Estuve ahora hablando en soledad. Hay estas leyes:

1. Cada uno lleva en su carácter la ley que debe cumplir.

2. El mal está en desear lo que no somos.

3. Yo soy genial en soledad, en soberbia, en sinceridad yen


angustia”. (ER, p. 134)

Un himno a Dios resume este período:

“Ven Dios en cuanto eres solitario! Ven a mí y dame tu pecho, pues


sin tu leche me siento morir. Ven y confórtame. Apártame de ajuntamientos,
dame la lechita de la soledad Robustece a este mamón, a este hijo de la
soledad”. (ER, p. 135)

“¡Ven, Tú, el ejemplar, y tápame! Tápame Tú, porque no acepto


bellezas en comodato, ni copias; quiero poseerte a ti, que no mueres ni
enfermas. Quiero amar al que no envejece, al que tiene siempre dientes
juveniles; quiero amarte a ti, Señor, eterna y perfecta juventud”. (ER, p. 24)

La crítica de América

En 1934 se precipita, incontenible ya, la extranjerización de


Colombia.

La barahúnda extranjerizante y la demagogia populachera, pintan


paisajes de libertad y progreso en la Patria Boba.

Alfonso López, una gran inteligencia ladina, ha llegado al poder.

Su figura, entre simiesca y fantasmal, es la gráfica representación


de su espíritu; su origen porteño, el por qué de su espíritu y sus empeños.
354

Se da trazas de gentleman, bebe licores extranjeros, viste


impecablemente; simula una gran capacidad cultural, que a pesar de su gran
inteligencia marrullera, no posee. Todo su ser está en trance de
embellecimiento personal.

Su gobierno es la conversión del país entero en un puerto fluvial del


trópico.

En los puertos, una altanera indolencia reemplaza la libertad; en


ninguna parte pesa tanto el sentimiento de dependencia como en esos lugares
en que se vive a expensas de los viajeros sedientos, hambreados, agobiados
por el sol del trópico.

En los puertos no hay ideas trascendentales, ni Dios, ni patria. La


trivialidad es el sustrato vital.

La hembra sensual y el pescado que mitiga las penurias, son todo en


los puertos tropicales.

En los puertos, excepción hecha de la modorra del río que pasa, no


hay nada propio ni estable. Todo es ajeno: ajena la mujer con que se cohabita,
ajeno el fruto del escaso trabajo, ajenas las tierras ribereñas que detentan los
terratenientes.

En el porteño, la idea de la dependencia es idea congénita, por eso


tiene muy desarrollado el sentido de la oportunidad y de la ganancia
inmediata, pues sus coterráneos no tienen dinero, los viajeros van de paso, y él
ha aprendido a ser vivaz y conseguidor.

El clima ardiente hace a los porteños fiesteros, dados a la molicie y


al amor fácil, que en fin de cuentas, no es más que egoísmo.

Alfonso López es la encamación del puerto colombiano. La idea


subyacente en el fondo de su administración presidencial: la patria es un
puerto fluvial.

Durante sus dos administraciones hay mucho ajetreo, pero no una


idea de fondo.
355

Reposo ideológico no hay; sólo ensayos inmaduros, tanteos sin ruta


definida, escarceos superficiales. En los puertos no se piensa, se baila y se
bebe y se hace el amor en hamacas al viento.

Planes a largo plazo, juiciosa y ordenadamente elaborados, no hay.


En los puertos no hay que pensar en orden y sistema, sino esperar “la
subienda”. El petróleo y la industria cervecera fueron la subienda de las
administraciones de López.

Estímulo a la ascensión en la escala social, no hay. En los puertos el


más poderoso es el dueño de la noche porteña, y entre canciones y brindis se
halaga a peonadas explotadas y parranderas.

Ideas trascendentales, no hay. En los puertos no hay más problema


que el anzuelo y la carnada.

Los ideales sociales de los gobiernos de López, muy buenos, por


cierto, en el campo teórico-imaginativo, no logran concreción capaz de
garantizar un cambio en las estructuras sociales del país y acaban por
convertirse en algarabía. El gobierno no tenía otro interés real que atraer
capitales extranjeros y disfrutar de ellos.

La universidad, so pretexto de autonomía, se convierte en cátedra


de antipatriotismo.

La libertad religiosa, en un careo odioso con las jerarquías


eclesiásticas.

La promoción de la clase popular, en un desorden sin control, pues


los mismos asalariados, olfatean en el fondo de todo, la permanencia de la
misma situación social de siempre.

La libertad política, en caudillismo y sectarismo. López y Gómez,


su antagonista, eran dos bestias encelo, luchando por su hembra, el poder.

El despegue industrial, en emplazamiento definitivo del yanqui en


Colombia, como amo y señor de bienes y organizaciones.
356

Toda Suramérica es, entonces, un delirio de dólares.

Ningún gobernante suramericano tenía un enemigo de los kilates de


Laureano Gómez, que estuvo siempre, justa o injustamente, contra López.

Ninguno llevaba en sí un influjo tan fuerte del medio natal.

López fue la encarnación del momento social de Suramérica.

López fue en todo una fuerza ciega. Hizo lo que tenía que hacer. La
situación personal y social en que se movió no le permitía otra cosa.

El sentido de autoridad se perdió. Ese fue el sustrato de los


gobiernos de López, Gómez anarquizó las élites tradicionalistas y Gaitán las
clases populares.

Colombia, de espaldas a toda ley y a toda disciplina, se convirtió en


un desbordamiento de pasiones, asentadas en los más bajos estratos del ser
humano.

El yanqui se constituyó en amo indiscutido. Sus dólares fueron lo


único capaz de acallar el griterío de las masas envalentonadas por las reformas
sociales que López preconizó y no cumplió sino epidérmicamente, y por el
populismo vociferante y mesiánico que predicó Gaitán.

El antitipo de la bajeza moral de entonces es Monseñor Juan


Manuel González, voz levantada en pro de la justicia integral, que “sin que
nadie lo destierre, sin que nadie lo odie, sin que nadie tenga que ver en el
asunto”, se va del país, y todos contentos.

Fernando González levanta su voz enardecida y se convierte en


profeta denunciador de la bajeza moral y de la mentira social del país.

Los Negroides, Cartas a Estanislao, la revista Antioquia,


Santander, compendian, en este aspecto, su producción de la década del
treinta.
357

Es una época de diatriba, de sarcasmo, de contestación, de


denuncia. Su pensamiento se reviste de un tinte casi totalmente social, en un
esfuerzo denodado por hacer entender a las generaciones jóvenes la dimensión
del problema que vive la patria.

Desde los estamentos del poder y la cultura se le combate y se le


menosprecia, pero él insiste, incansable y demoledor, en su tarea de verdad y
americanismo.

Su revista Antioquia es una cátedra de magisterio popular, en la que


en un lenguaje rampante y elemental, se enseña al pueblo a pensar y entender
sus problemas. No hay falla o marrullería que no reciba su golpe férreo.

“Fernando González no está con nadie, no es copartidario de


nadie. Es anarquista ex-sanguine... Fernando González no puede esperar
nada, absolutamente nada de la sociedad. Para ésta es un pereque. Todo lo
social, el amancebamiento, le está vedado ex-sanguine”. (A, No. 9, p. 32)

En su interior hay una lucha enconada entre su angustia de soledad


y su conciencia clara de que el hombre ha nacido para combatir: “el placer lo
causa la resistencia, la serie de resistencias que oponen los objetos a nuestra
conquista, hasta llegar al sí. ¿Somos, entonces unos guerreros?

¿Qué hartamos, si no resistieran? ¿ Cómo creceríamos, si no se


nos opusieran?”. (CE, p. 97)

“Por ahora es preciso mostrar el mal, describirles la fealdad


humana de Colombia, para ver si obtenemos una reacción. Labor ingrata y
peligrosa; labor para gente sana, que pueda defenderse. Solo desde la
vitalidad de las cañadas andinas se puede resistir la contemplación de los
hombrecillos que explotan esto.

Describimos la fealdad, para hacer contraste con la belleza de


cielo, suelo y aire. Es’ el método para que aparezca el nacionalismo”. (CE, p.
179)

La superficialidad en materia de fe también es objeto de su ataque:


“Por qué no existe aquí el espíritu? ¿Por qué no se manifiesta Dios en la
358

humanidad Colombiana? ... Ningún poder de sacrificio que deje satisfecha a


la mano de nosotros los parteros. (CE, p. 102)

¿Qué falta en Colombia? Yo lo sé. Tengo en mi poder ese secreto


desde hace un año... ¿ Cuál es? Que toda belleza, bondad y poder nos viene
de Dios. En Colombia nadie, ni los hombres de la llave, tienen amistades con
Dios... aquí carecen de las ideas madres; nadie sabe que lleva la marca de
Dios”. (CE, pp. 103-104)

La inautenticidad y la vergüenza también son objeto de su crítica:


“Colombia es país tímido, humanidad apaleada”. (CE, p. 103)

“Aquí engendran sin ganas, y así, casi todo lo heredan de las


madres y del ambiente, resultando seres de fuerzas que se anulan; carecen de
la hermosura de los poderes elementales; tienen remordimiento, tienen
vergüenza, miedo a los actos”. (CE, p. 122)

“Aquí no saben lo que tienen... ¡Aquí no saben apreciar a los


hombres!” (CE, p. 125) “Los pueblos de Suramérica demandan bulla,
cominos y vanidad, porque ese compasivo de Padre de Las Casas nos mató
con el negro”. (CE, p. 134)

“Estas repúblicas tienen la apariencia de existir. Son de los


yanquis, sin necesidad de gastar en funcionarios. Y los Yanquis impiden que
vengan los europeos a apoderarse de esto: De ahí la apariencia de vida
independiente”. (CE, p. 153)

“Los colombianos tienen tan variadas intenciones, tan débiles y


múltiples propósitos, que no puede afirmarse que Colombia tenga carácter
propio... El gobierno ha carecido siempre de finalidad, a menos que se llame
así al robar pronto, al enriquecerse de los funcionarios, a la venta paulatina
de la tierra y sus riquezas”. (CE, p. 169)

“Prima en Colombia el concepto de que civilizarse es comprar


vestidos, automóviles y aviones. Los colombianos no presienten siquiera que
civilizarse es trabajar y manifestar en la naturaleza física las características
de la personalidad”. (CE, p. 170)
359

Este análisis implacable y valeroso, se matiza aún en la burla


socarrona de los personajes que encaman y dirigen la pantomima nacional.

“El presidente - López- es un espermatozoo paludoso. ¿No ves que


es de Honda?”. (CE, p. 113)

“Todos esos gacetilleros de “El Tiempo” y todos esos


gobernadores de “El Tiempo “, están grávidos, pero como la mujer de
Sabaneta, que la abrieron y era un quiste”. (CE, p. 103)

“Que la estatua de Olaya me la dejen a mí, que se la voy a


encargar a Misael Osorio, el que hizo el San Juan EvÁngelista de Envigado, y
le quedó tan lindo”. (CE, p. 127)

“Eso bum, buum, brum, brim, bram, es Laureano; eso es Olaya;


eso son Ramírez Moreno y Silvio. Eliseo A rango y Alfonsito López”. (CE,p.
134)

“A Laureano se le congestionaron las meninges en la Cámara y


casi muere. ¡El orador! ¿No te lo decía? ¡El orador colombiano! Tenía que
acabar así ese vicio solitario con calzones”. (CE, p. 176)

“Aquí somos peores que los judíos... Déjelos venir y verá como se
mueren de hambre... Écheselos a los Restrepos. a los Uribes, a los
Echavarrías. a los Arangos y Moras..., y verá cómo no hay pelea... No se
preocupe, que Alfonso López es un hombre en quiebra fraudulenta, que usa el
crédito desde niño... Déjelo y verá cómo estos gerentes de la Colombiana de
Tabaco le dan con el garrote que heredaron de Moisés, el mismo que se
convirtió en culebra, con el cual hizo brotar agua y con el cual quebró las
Tablas de la Ley... ¿No ve todo el bien que hace la Colombiana de Tabaco?
Viudas amparadas, jóvenes que estudian en Europa, limosnas, caridades, etc.
Pero... ¡es la virtud dada en mutuo a interés, al cincuenta por ciento!”. (CE,
p. 168)

“Compañía anónima es una cosa propia de Colombia. Los


gerentes y juntas directivas son los diputados; dicen. por ejemplo, que es para
sacar petróleo: el pueblo suscribe acciones; los hijos de algún Olaya se van
360

para Estados Unidos a comprar taladros... Usted comprenderá que el


petróleo lo sacan del pueblo.

¿Qué trabajan? Discursos para que los elijan al congreso, y


“comprar y vender acciones.”

¿Cómo aman? A todas, durante seis meses, y luego entran a la


casa de San Ignacio, se confiesan y están castos durante dos días.

¿ Cómo mueren? Confesados. Le entregan al cura unos cien pesos,


en calidad de restitución de millones robados, ye! cura dice a las señoras de
¡a casa: “No se les dé nada, mis señoras, que murió con todos los
sacramentos

¿El pueblo? Siembra plátanos, café, suda, tiene uncinariasis,


paludismo, descalzo, andrajoso, bebe aguardiente, grita vivas a Olaya y a
Laureano...

“,Aquí no hay más pueblo que los árboles!”. (CE, p. 199)

Desde los tiempos de Una Tesis, se anunciaba como obra en


preparación “Las ideas morales en las razas negroides”. Ahora en este
período, aparece Los Negroides, un sapiente y condensado estudio sobre los
pueblos de América. Una obra muy lograda, densa, sintética, ordenada y
metódica.

Es un análisis descamado y vivo de los pueblos de América y su


actividad social, a partir de sus orígenes raciales.

El mismo análisis demoledor con que fue mirada y juzgada la


realidad nacional, se aplica ahora a todo el continente.

“Hemos agarrado ya a Sur América: Vanidad. Copiadas


constitucionales, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas,
copiados; copiadas todas las formas”. (N, p. 13)

“Nosotros, los libertos bolivarianos, mulatos y mestizos, somos


vanidosos, a saber: Creemos, vivimos la creencia de que lo europeo es bueno;
361

nos avergonzamos del indio y del negro; el suramericano tiene vergüenza de


sus padres. de sus instintos”. (N, p. 34)

“La Argentina nada vale para la posible originalidad. Allá nada


hay americano: Es mosaico. Puede igualar a Europa..., pero ya no puede
aportar matices al resultado de la cultura humana. Su alma aborigen se
ahogó en la inmigración”. (N, p. 38)

“En la Grancolombia nunca ha habido un día de democracia; ni


un solo día se ha gobernado por el pueblo y para el pueblo. Este ha sido
conducido por vanidosos, a la europea, con métodos, fines y hombres
europeos”. (N, p. 53)

En Los Negroides, no se trata sólo de analizar el problema; se trata


de aportar sugerencias para la americanización de América.

“Necesita la Grancolombia con quistarse a sí misma, llegar a su


conciencia, libertarse. Para ello, perder la vanidad”. (N, p. 47)

“Las individualidades son solidarias: Mientras quede uno sin


desnudarse en absoluto, mientras haya vanos, no podremos ascender”. (N, p.
96)

“Gobiernos legalmente fuertes y cultura. Crear y no aprender;


medí lar y no leer; hacer y no importar. inculcar en el pueblo la verdad de
que gozar de obras ajenas corrompe”. (N, p. 97)

“Es necesario unir a los cuatro países bolivarianos; que un solo


espíritu anime sus cuatro gobiernos; unirlos por intereses culturales y
económicos. Fundar la Universidad grancolombiana. Intercambio de
obreros, estudiantes, etc. Unión evolutiva; marchar a la Grancolombia poco
apoco, así como procede la vida”. (N, p. 121)

“La Grancolombia no puede aparecer sino del intercambio de


sangres, ideas, etc., previa la prohibición de la inmigración extranjera.

Los cuatro países tienen la sangre suficiente para crear un tipo y


para poblar el territorio en doscientos años”.
362

“Dictar un curso llamado “FILOSOFÍA DE LA


PERSONALIDAD”.

Vamos a sacar de nuestra historia las incitaciones...

Lo primero es conocerse, y lo segundo, cultivarse...

PERSONALIDAD es lo que aparece, la individualidad en cuanto


aparecida. Es la manifestación.

CULTURA son los métodos, los medios artificiales empleados para


manifestarse.

No puede haber cultura sin metafísica, pues ésta trata de los


destinos del hombre, y para saber cómo cultivarnos es necesario saber qué
debemos devenir.

Complejo de la ilegitimidad

El hecho esencial es que Suramérica procede en todo con


vergüenza. Es colonia.

Pero este complejo es terrible en Suramérica. Nuestra


individualidad está apachurrada, a causa de estos hechos:

1. En cuanto negros, somos esclavos, propiedad de europeos,


fuimos prostituidos.

2. En cuanto indios, fuimos descubiertos, convertidos; discutieron


“si teníamos alma”; rompieron nuestros dioses; nos prostituyeron moral,
religiosa, científicamente.

3. En cuanto españoles, somos criollos, sin poder “probar la


pureza de la sangre”.

4. Lo peor: Que somos mezcla de las tres sangres: ocultamos como


un pecado a nuestros ascendientes negros e indios...
363

Mientras (el suramericano) simule, será inferior. La grandeza


nuestra llegará el día que aceptamos con inocencia (orgullo) nuestro propio
ser. El día en que, mediante la cultura practicada en esta Universidad, el
grancolombiano manifieste su individualidad mulata desfachatadamente; ese
día habrá algo nuevo en ¡atierra, habrá un aporte nuevo al haber humano”.
(N, pp. 121 ss)

El análisis y las líneas de solución presentadas, que aquí apenas se


han señalado, terminan con un cálido y casi trágico mensaje:

“Llegó la hora de ser la Grancolombia o de ser ajenos. En el curso


de estos cincuenta años venideros se decidirá si Bolívar fue loco o profeta “.
(N, p. 119)

“Los pueblos de la Grancolombia serán capaces de sostenerse


independientes, hasta que se produzca un tipo humano? No lo creo, pero
lucho por conseguirlo. ¿Qué destino es el más probable para estos países? La
inmigración de europeos y asiáticos; el desaparecimiento de los tipos que los
habitan. Desaparecerán porque no tienen ninguna virtud desarrollada que los
sostenga. Los europeos y asiáticos necesitan estas tierras. Pronto las
ocuparán”. (N, p. 117)

Hoy estamos a las puertas del cumplimiento de estas premoniciones


de Fernando González: tanteando una integración continental y hundiéndonos
en la marisma de los colonialismos de derechas y de izquierdas, traídos de
todos los rincones de Europa y Asia.

Entre los años 1936 y 1940, la única producción de Fernando


González es la agresiva revista Antioquia. El gobierno le niega el registro
como artículo de segunda clase por la rudeza de su lenguaje; las casas que
colaboraban para su sostenimiento abandonan a González en su empeño, y al
fin desaparece, sumergida en la vorágine que se ha levantado contra la
valentía y la implacable palabra de su director.

La revista Antioquia es un intento de llevar al pueblo a la reflexión


sobre la realidad nacional. En las tiendas de abarrotes, en las zapaterías, en
364

todos los lugares donde lucha el pueblo, es posible encontrar la revista de


Fernando González.

Fríos, silenciosos, calculadores, hijos de un mismo espíritu de


mando sin dinamismo generoso, cuidadosísimos de su propia imagen,
Francisco de Paula Santander y Eduardo Santos, son uno mismo.

Durante el gobierno de Santos aparece Santander, de Fernando


González. La presidencia de Santos fue acicate para que acabara de madurar
en el alma de González la figura de Santander.

Santos tuvo en su haber su apatía constitucional de boyacense. Fue


una pausa entre el griterío de las pasiones. Fue un hombre pasional; pero
fríamente tal.

El Santander de González es un libro implacable, apasionado,


devastador, fruto de una larga maduración de las ideas; prontuario de las fallas
de la personalidad del héroe de Casanare, personalidad alinderada, prototipo
de la América simuladora.

Desde los tiempos de Mi Simón Bolívar, Santander es presentado ya


como el Calibán del Libertador (MS, p. 152), juzgado como “la envidia hecha
método, tenía conciencia orgánica, del dinero”. (MS, p. 256)

En otra ocasión, González le decía a Antonio José Restrepo:


“Santander era un hombre hábil en Intrigas, inteligente para recaudar y
hacerse a copartícipes, y de buena inteligencia para manufacturar enredos:
esas eran sus cualidades”. (CE, p. 13)

En 1935 afirmaba que a una motivación nueva de la juventud se


oponía, en Colombia, la personalidad de Santander, que “fue y continúa
siendo un gran obstáculo”. (CE, p. 191) En la biografía de Santander se
esclarece el fenómeno colombiano de la manipulación de las leyes Colombia
es hija de Santander que “Donde quiera que llega forma un Congreso”. (S, p.
322)

La obra está destinada a poner al descubierto a Santander, pues


“una voz nos ordena destaparlo, para que la juventud lo evite”. (S, p. 20)
365

Esta obra tiene el mérito de haber aplicado el método sicológico


emocional, que según dice González, es el único método posible frente a una
personalidad ciertamente evasiva, que no dejó documentos para la historia,
sino para su historía.

La publicación de la biografía de Santander no produjo otra cosa


que un coro unánime de “patriotismo”, herido por las afirmaciones de
González.

Desencantado de la esterilidad de sus esfuerzos por instigar la


aparición de la conciencia suramericana, desilusionado de la inutilidad de sus
esfuerzos y de la aridez de la brega, González entra en uno de los más
azarosos períodos de su vida.

En los umbrales de la gracia

En 1941 la vida de González toma un sesgo casi trágico:


es un hombre desengañado del esfuerzo de toda su vida por suscitar una
conciencia de autenticidad americana.

Despierta en él el complejo del “grande hombre incomprendido”


(ME, p. 11) y “un gran pánico comienza hacia los cuarenta años a amargarle
los amaneceres”. (ME, p. 122)

“Manjarrés, complejo en disociación, humano inútil para labor


progresiva y mercantil” (ME, p. 51), es el personaje que entonces lo encarna.

“Decir lo que sentía y pensaba fue la inmunda práctica de


Manjarrés. Eso lleva al nudismo y al vivir a la enemiga”. (ME, p. 126)

En su obra El Maestro de Escuela, se compendia la experiencia de


González en este período angustioso y fundamental de su vida, en el que se
vive la disolución del yo, base del mundo de la necesidad en el que se ha
movido. “Trata de la descomposición del yo... en eso de la descomposición de
la personalidad del maestro de escuela Manjarrés, y en las circunstancias de
su muerte y entierro, parece que hubiese asistido a mi propio fin... tengo la
366

sensación nauseabunda de que el cadáver de Manjarrés era de los dos”. (ME,


pp. 11-12)

González, sin embargo, no se sume en un mundo de fracaso y


tragedia; se burla de sí, en el personaje Manjarrés, caricaturización de sí
mismo: “Manjarrés se cree “un filósofo” y un “postergado”. En el fondo
goza con sus vestidos rotos... ¡A mí no me engaña! Esos detalles miserables
son la bandera desplegada de su orgullo; la publicidad de su sentimiento de
“grande hombre incomprendido”. (ME, p. 27)

En este opúsculo de psicología que es El Maestro de Escuela,


vemos desfilar bajo su agudeza hipercrítica. La lucha entera de su vida: su
niñez solitaria, sus años de jesuitismo, sus amores con la coja, su búsqueda del
método, la creación de sus dobles, su efímera gloriola social, su esfuerzo
estéril por instigar la manifestación auténtica de América. Su momento de
entonces es la angustia del repudio nacional, la lucha por preservar su yo, que
en vía de disolución, inculpa a los otros: “la culpa la tienen los demás”. (ME,
p. 43)

El mundo de la necesidad en el que hemos visto moverse siempre a


González, y en el que permanece aún, pues considera que “en la tierra de
Adán y Eva no hay sino la causalidad, que es fría, inexorable” (ME, p. 126),
empieza a deshacerse, al deshacerse el yo que es su centro de origen.

“A los cincuenta años soy iluso, solitario, desengañado” (ME, p.


100), su angustia de ahora es si “el que asesina al maestro de escuela
¿quedará condenado a ser el cadáver del “grande hombre incomprendido”?.
(ME, p. 127) Se trata de la incertidumbre que se enseñorea de quien ve
deshacerse su medio vital de toda una vida.

Da la impresión de que toda su búsqueda va a terminar en el vacío,


y que el criterio de los años del El Remordimiento “El hombre es un
porvenir”, (ER, p. 34) va a resultar falso.

Aunque en las intuiciones de sus años anteriores estaba la solución


a la inquietud que ahora lo agobia: “No pienso luego soy” (1-ID, p. 44), “El
ser está fuera de la apariencia” (ER, p. 40), sin embargo, la captación plena
del sentido de tales enunciados exige como condición previa la libertad, que él
367

ahora no posee; la apertura a la receptividad, que todavía rechaza; la serenidad


de espíritu, para conciliar los principios intuidos antes, al estudiar el problema
de la “supervivencia del yo”, (A, No. 6-7-8) que es lo que ahora no puede
entender, porque “un yo separado del cuerpo es inimaginable”. (A, No 6, p.
10)

Ahora, como en todos los momentos críticos de su vida entera, se


vuelve a Dios y dama: “Desde anteayer llamé al infinito luminoso para que
me envíen un guía, porque hace treinta años que estoy perdido, en angustia,
en garras de la causalidad de tres pasiones: soberbia, lujuria y avaricia”.
(ME, p. 104)

“Necesito sentir a Cristo en mí. Entra, Señor, entra y barre y


embellece.. ¡Tú que llamaste a Lázaro de la podre, TÚ que resucitaste y
comiste luego pescado! ¡Qué hermoso eres, que no robaste, no opinaste, no te
disfrazaste! ¡No pesas y trasciendes, no te corrompes y renaces! ¡Empuja,
pues, y derrumba! ¡Llámame con voz más urgente!:... Empuja, urge. incita;
Todos son tus símbolos que me llaman, me hacen guiños. Estoy preñado de
ganas de realidad”. (ME, p. 108)

Aparece el llamado a recibir, la apertura a la receptividad: “Yo no


puedo ir a Ti, pues “venga a nos tu reino”. (ME, p. 108)

Es el quebrantamiento del orgullo de más de treinta años de no


recibir nada. Es algo tan fuera de su órbita de determinismo puramente
natural, que Manjarrés es ahora, “el pobre loco Manjarrés”. (ME, p. 89)

En Viaje a pie, afirmaba González: “nuestra única posible


grandeza y belleza, ya que no tenemos la exuberancia vital, está en el cultivo
constante de nuestras facultades características” (VP, p. 208); ahora,
convencido de que el hombre no es capaz, por su solo esfuerzo, de la
conquista de su plenitud humana, llama para que el Reino venga a él.

Éste es el momento que enlaza las dos grandes épocas de su vida: la


época del determinismo causal y la época de la libertad supradeterminista del
mundo de la Gracia.
368

“Ya sea desde el punto de vista de la causalidad materialista, o de


la mística, sólo rompiendo la causalidad, introduciendo en ella un nuevo
elemento libertador, cesa la ley que dice: cada cosa es eterna....

Queda así explicado el fenómeno de la Redención: Cristo dio sus


ojos, todo su cuerpo, amorosamente, y mató así la causalidad antigua. Nació
otra. ¿La Gracia?” (ME, pp. 105 - 106),

A lo largo de la vida de Fernando González hay un raro misterio: es


la aparición de la luz, acompañada siempre de una densa tiniebla. Ya hemos
visto como al encanto de Viaje a Pie, sigue la descomposición pesimista que
se encarna en Don Mirócletes, ya los hallazgos de El Remordimiento, las
incertidumbres que lo llevan a pensar si Cristo es en verdad el Señor.

Ahora, cuando la Gracia deja entrever una brecha liberadora del


mundo de la necesidad, aparece la duda de si el hombre “bueno” lo es para
paliar su conciencia de culpabilidad, y nada más, y surge la perplejidad
paralizante. (ME, p. 14)

En El Maestro de escuela se encama su abandono del mundo del


determinismo del yo, fastidiado por la inautenticidad que en él se manifiesta:
“las rameras de la virtud” (ME, p. 92), los confesores que duermen la siesta,
sin que aparezca en sus vidas un anhelo de verdadera vivencia de fe (ME, p.
110), el prurito de acusación de irreligiosidad que se le enrostra a cada
momento. (ME, p. 101)

Hastiado del mundo del yo, e incapaz de entregarse sin reticencias a


la acción de la Gracia, González toma una actitud de pragmatismo escéptico:
“Reniego así de mi obra y vida anteriores, o, dicho con palabras más suaves,
me despido del maestro de escuela. Hoy, viejo ya, me pesa el haber
maltratado la realidad. Lo que suelen llamar verdad son los sueños de los
desadaptados”. (ME, p. 121)

“De hoy en adelante mi deleite será el ser don Tinoso; que si me


apunto al cero, salga... es decir, renuncio a filosofías y me hago profeta... de
lo que vaya sucediendo”. (ME, p. 124) “Termino avisando que ha muerto
definitivamente el maestro de escuela de Envigado. Todo lo que hace la gente
colombiana lo hará el don Tinoso que soy”. (ME. p. 129)
369

“El que haya aguantado más de los cuarenta y seis años que yo
aguanté debajo de la fría alcarraza, en actitud de sapo nocturno, atisbando lo
que no dijo que vendría, que me arroje la primera piedra” (ME, p. 122).

“Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex-Fernando


González. La Huerta del alemán, Envigado, 12 de febrero de 1941” (ME, p.
129).

“Putísima es la vida” (ME, p. 135).

González, que en su Viaje a pie, veintidós años antes, cantaba


entusiasmado: “Un inefable sentimiento de apacibilidad, una alegría o
ebriedad apacible y sana nos produce el convencimiento de que todo lo
nuestro habrá de llegar al minuto, hora, día y año. Aquí sentados paladeamos
nuestro futuro que nadie podrá robarnos, ni aún nosotros mismos”. (VP, p.
71) “Aquí nos tienes, VIDA, DIOSA DE LOS OJOS MALICIOSOS,
tranquilos, sentados sobre esta dura piedra, seguros de tu amor... esperando
tus dones” (VP, p. 72), reniega ahora, de casi cincuenta años de esfuerzo por
hallarse a sí mismo, a América y a Dios.

A las puertas de la libertad, casi desnudo de todo, González se niega


a entregar su yo agonizante y se pierde de nuevo en el mundo de la necesidad:
“Manjarrés está enterrado pero se mueve en el hoyo”. (ME, p. 124)

Femando González, fue un guerrero para quien “Inteligencia es


crítica, guerra, atención, perturbación interior” (ER, p. 149); fue un
revolucionario en cuanto quiso descubrir la línea del genuino devenir
americano desde sus raíces más hondas; pero su campo de acción fue siempre
introspectivo, convencido de que “la única guerra cristiana es la que Cristo
mete dentro de nosotros mismos”. (A, No, 11 p 41)

Ahora, perdido en un légamo de tinieblas interiores, se escapan de


su pluma palabras de violencia política: “El derecho de lo que se llama el
régimen (Alfonso López, los Santos, Luis Cano) es la muerte” (A, No 16, p.
26); “Debemos ayudar a morir a los tiranos”. (A, No 16, p. 26)
370

Sin embargo, en e! subfondo de su angustia, persiste su vocación de


ser el testigo del proceso de madurez de fe en la América catequizada por
adelantados, fusil en mano:

“Estamos con Jesucristo? ¿Esclavos suyos? No. Enamorados del


Hijo del Hombre.

Nuestros enemigos tienen largo el puñal; nosotros profundo el


amor”. (A No 14 pág. 15)

Desde 1945, año en que desaparece definitivamente la revista


Antioquía, González se hunde en un profundo silencio.

Solo, muy solo


y todos contra el solitario!
Lo quisiste así... Animo
envigadeño descalzo
(A, No 16, p. 32).

El gran silencio

La obra de González es fruto de grandes silencios.

Sus libros no son fruto de improvisación. Muchas obras se


quedaron en sus libretas íntimas. La vida de San Ignacio, el tratado del
Delectantismo, el tratado sobre la vida de los muertos, fueron obras suyas que
nunca alcanzaron a madurar totalmente y quedaron reducidas a un sinnúmero
de ideas analizadas, contradichas, repetidas, rectificadas, pero nunca maduras
totalmente.

Desde Pensamientos de un Viejo, en 1916, hasta la aparición de


Viaje a Pie, trece años después, a no ser su obligatoria tesis de grado y
algunos artículos periodísticos, nada salió de la pluma de González.

Luego de El Maestro de Escuela un nuevo silencio, interrumpido


esporádicamente por razones de imperativo moral:
371

“Puede el individuo renunciar a defenderse, y sacrificarse. Pero el


pueblo no. ¿Por qué? Porque no se puede renunciar al derecho ajeno, el de
los niños y las generaciones futuras.

Como miembro de la sociedad colombiana, tengo la obligación de


ejercer la legítima defensa. con los medios que me son propios: la expresión
escrita de mis pensamientos”. (A, No 14, p. 9)

Ante la intuición de la realidad del mundo de la Gracia, González se


dio al silencio.

Un doble silencio: en su primera etapa, de tinte amargo y pesimista;


en un segundo período, positivo y creador.

En su Libro de los Viajes, casi veinte años después de El Maestro


de Escuela, González analiza este período: “Estuve en el Hoyo de los
Animales Nocturnos, así: en 1941, porque no me apreciaban; porque no era
para los otros el “grande hombre” que creía y quería ser, es decir, por haber
vivido deleitadamente el complejo de grande hombre incomprendido, y
detenídome en él con soberbia, enfrentando mi nada a la infinita intimidad,
despreciando y renegando de las beatitudes que había tenido en mi camino...
Escribí entonces EL MAESTRO DE ESCUELA, en que termino burlándome
del espíritu...”(LV, p. 69), pues “hay años y años de retroceso, quizá
digestión de experiencias..” (LV, p. 71), “Y no impunemente se vive la
soberbia de afirmar su vana persona y mucho menos se puede enfrentarla al
Espíritu. Fueron años de hundimiento y perdición...” (LV, p. 70)

Aunque en estos años hubo un agravamiento de la situación social


colombiana, González permaneció silencioso.

Escindido el liberalismo en dos vertientes: aristocrática y popular,


advino al poder Mariano Ospina Pérez, encamación del espíritu paternalista
del cristianismo capitalista antioqueño. Su gobierno se aureoló de aires de
promoción social campesina, por más que en los feudos de la familia Ospina
vivían y morían muchos campesinos anémicos y paludosos, hacinados en
buhardillas de asco.
372

El subfondo del gobierno Ospina fue el sometimiento del


mandatario a la autoridad indomable de la esposa, pues entre los antioqueños
el matriarcado ha seguido teniendo vigencia; como entre los judíos, entre los
antioqueños el varón aparenta mandar y la hembra gobierna desde su reducto
hogareño.

El gobierno de Ospina es una concatenación de malabares


defensivos contra tres monstruos feroces: el liberalismo, huérfano de poder;
Laureano Gómez, enfurecido por la participación liberal en el poder; Doña
Berta, la esposa de Ospina, envalentonada al haber hecho de su cónyuge un
héroe, al impedirle salir del palacio el nueve de abril de 1948, horas de
sedición y barbarie.

Ospina, incapaz de vibrar al unísono con las masas populares que


López despertó de su letargo y Gaitán envalentoné con sus arengas y
enloqueció con su muerte violenta, ve hundirse el país en el caos social, sin
tomar otra actitud que el reparto de prebendas de contentamiento entre los
políticos ambiciosos, de uno y otro partido, que habían desatado y organizado
por todo el país la mas execrable violencia política.

Terminado su período presidencial, Ospina entrega el poder a


Gómez, aniquilado ya por más de treinta años de lucha por un purismo
político y ético, imposible en un país constituido por gentes étnica, moral y
mentalmente híbridas.

González nada dijo entonces de estos hechos que sólo en su Libro


de los Viajes aparecen duramente repudiados. Estaba sumido en su mundo
interior a la búsqueda del sentido de la fe cristiana de América que en él iba a
tener el primer testigo válido de un proceso veraz de opción de fe.

Por medio de la muerte, Dios visitó a este pensador silencioso y


orante.

En Marsella, a las puertas de la muerte, González estuvo en los


umbrales de la Gracia; ahora, ante la presencia de la muerte, se acercará de
nuevo al reino de la Gracia.

Su hijo Ramiro, en plena juventud, muere de leucemia.


373

“Era más para mí que yo, -dice González- pues en su agonía yo


clamaba que nos cambiaran, que él viviera y yo muriera...” (LV, p. 70) “Tu
hijo Ramiro no murió, sino que moriste tú en él” (TI, p. 113) “Pequeño,
marmóreo, manual, “infinito de amor “, como el Hermafrodita dormido del
Museo Nacional de Roma”. (TI, p. 113)

El cuerpo de su hijo muerto es la muerte de todo el mundo


determinista, que el Hermafrodita dormido tipifica. Ahora estamos a las
puertas del derrumbamiento de su empeño tenaz por hallar un Primer
Principio vital perteneciente al mundo de la necesidad.

El principio de los días de El maestro de escuela, “cada cosa es


eterna”, (ME, p. 105) ahora va a derrumbarse.

Comienza, entonces, la segunda fase de su silenciamiento: el logro


de adquisiciones positivas, la armónica disposición para la Gracia que deshace
las adquisiciones del mundo de la necesidad y da un enfoque nuevo a la
realidad del hombre, y el universo: “El culminar del conocimiento es el
sentimiento de un solo ser (Dios). Unión Divina; ascenso a Dios”. (ME, p.
116)

Comprende que “Cada uno tiene el negocio suyo, el enredo que


vino a desenredar, que es lo que desarrolla y representa realmente en este
mundo; lo que digiere en sus varias representaciones que cree que son sus
asuntos”. (LV, p. 13)

Descubre que ese algo nuevo es “riquísimo misterio, de lo que soy


fuera de este espacio y tiempo, “allá”, en donde no hay nada de aquí y de
allá, y de estoy de aquello, pero que es ahora una sa-tis-fac-ción plena,
inefable”. (LV, p. 99)

El silencio persiste. Ahora se trata de la búsqueda de un lenguaje


para expresar las nuevas realidades de un nuevo mundo. Su idioma ha sido el
idioma de la necesidad, ahora se trata del idioma de la libertad en la Gracia:
“El idioma no sirve: las palabras son vasijas preciosas, joyas, pero han
servido en el curso de la representación para contener o adornar muchas
vivencias, y están contaminadas”. (LV, p. 99)
374

Es un silencio voluntariamente querido, rico, generador: “Me di a


practicar, por consiguiente, ejercicios de silenciamiento de mi alma” (LV, p.
101) y a llamar a Ramiro su hijo y al diminuto Zaqueo del EvÁngelio, que
quería conocer de vista al Señor: “me di a llamarlos, a implorar/es que
vinieran en mi ayuda”. (LV, p. 70)

Todo lo anteriormente vivido está trascendido ya, y los símbolos


que encamaron su lucha por vivir la libertad en la autenticidad, dentro del
mundo del determinismo, son ya realidades trascendidas: “Qué importa el
Libertador? Para mí fue hermosa posada en mi viaje. Todo es símbolo para el
alma trashumante”. (LV, p. 23) “¡Fue mucho para mí! ¿Pero qué importan
los seres y las cosas que nos han servido como barcas o como andaderas
para ir a LA INTIMIDAD?”. (LV, p. 24)

Toda la pujanza, vigor, alegría, energía que desplegó en sus


búsquedas en el mundo de la necesidad, los pondrá ahora al servicio de sus
hallazgos en el mundo de la Gracia.

En el mundo de la gracia

“Me di a practicar... ejercicios de silenciamiento de mi alma, y


luego “miré” y “vi” que ese “infinito” que precedió a mi “conciencia” y
representación es de una plena satisfacción indeterminada, lo mejor de todo,
lo mejor de lo mejor, pero no hay allí nada imaginable, ningún contraste y,
por ende, pas d’ idées, pas d’ images, pas de doleurs, pas de plaisirs, mais
parfait béatitude. Y oí nítidamente en mi:

Nacer es volverse fluido, individualizarse, conocer el bien y el mal.


¡El Paraíso fue eso! Así joven, a tu pregunta de si superviviremos, de si
seguiremos “viviendo” después de “morir”, te contestaré que no. La vaca
racional que somos se acaba. Pero el paraíso es”. (LV, p. 101)

“No se puede ver o vivir lo otro sino digiriendo esta vida”. (LV, p.
102)

Luego de esta iluminación, y ya de una manera totalmente positiva,


se inicia la consumación de cincuenta años de búsqueda.
375

En El Maestro de Escuela, la búsqueda, en el mundo de la


necesidad, concluyó de una manera turbia por el agotamiento de las
posibilidades de hallazgo. Viene ahora la fase de descubrimiento de un mundo
superior.

Esta vida es un no-ser: únicamente el paraíso es.

La vida se convierte en camino para volver a la unificación absoluta


con el “antes” atemporal.

En este mundo nuevo, el hombre es receptividad, pues en la medida


en que no es, es asumido por la divinidad y llega a la plena y verdadera
realidad.

Dicho en otros términos: la realidad ontológica del hombre es


proporcional, condicionada, a la participación en el misterio del “más allá”,
que luego se verá cómo lo explica González.

El mundo de la Gracia es comprensivo del anterior; es superación,


no anulación de aquél.

Mientras González vive esta nueva experiencia, la situación


nacional ha empeorado hasta llegar a una crisis de institucionalidad.

Gómez, el presidente, autoritario, integrista, legalista, jesuítico, es


incapaz de entender que veinte años de indisciplina social no pueden
contrarrestarse con un régimen coercitivo y negativista, totalmente de partido.
Aunque su sentido de los valores morales y éticos es sano y su vida personal
irreprochable, su concepción rigorista del Estado es insostenible entonces.

Su repulsa a Ospina y a su corriente política; la fatiga de años


enteros de encono y lucha contra López; el esfuerzo por contener la violencia,
embravecida durante el gobierno de Ospina; su desgaste para gobernar un
pueblo que lo llevó al poder con un número exiguo de votos y que no lo
respalda; su esfuerzo ingente para sacar adelante una pretendida reforma
constitucional que el liberalismo combate sin descanso, precipitan una crisis
376

cardíaca y el poder queda en manos de Roberto Urdaneta Arbeláez, un espíritu


psitacoide: sordo, capaz de hablar, pero carente de ideas.

Con el beneplácito nacional, el teniente Rojas Pinilla se toma el


poder; pero hecho al mundo de los cuarteles, no es capaz de defenderse en el
mundillo de los políticos, se asesora mal, y un gobierno que parecía
promisorio, se hunde cada vez más en el despotismo y el despilfarro.

Rojas resuelve enviar a González como cónsul a Rótterdam, donde


dura apenas unos meses, y pasa a Bilbao.

Silencioso, a la búsqueda de la huellas de Ignacio de Loyola,


discurre su consulado bilbaíno.

Silenciosamente regresa al país.

Son los tiempos del Nadaísmo, un movimiento desordenado y


torpe, pero auténtico en cuanto búsqueda de un genuino espíritu nacional.

Los Nadaístas, embadurnan muros, lanzan manifiestos ilegibles,


trasnochan en cafetines y parques, aterrorizan beatas y maestros píos, gritan
por todas parte que Colombia va a morirse de bobería y de mentira, que sus
clases dirigentes son inútiles, que su política es mentirosa.

Los nadaístas encuentran en el pensamiento de González una fuente


de inspiración, van a visitarlo, oyen sus charlas magistrales. González, desde
las alturas a donde ha llegado, juzga el fenómeno así: “Los Nadaístas! Suceso
prometedor o desastroso; expresa esto: para los colombianos llegó ¡ahora de
nacer o de ser nada”. (LV, p. 103)

Luego de tantos años de lucha, de denuncia, de batalla por el


mejoramiento humano y social del país y del continente, Femando González
se desentiende de la tarea de denuncia y comprende que “el sumum, la vía
magistral para la comunión es la ejemplaridad actuante” (LV, p. 72); Dios no
debe ser buscado sino en la propia representación: “Dios está en nosotros. No
en mí, sino en nosotros. Pero no lo busques sino en tu representación (h te
representas en ¡os otros y ellos en ti,). ¿Por qué buscas un Dios que esté
fuera? Ese y no sería Dios, sino un personaje. ¡Ay de quien busque a Dios
377

fuera de su presencia!”. (LV, p. 179) Decide en consecuencia: “No hablará


mi lengua ni escribirá mi mano sino para examinar y buscar la Intimidad en
mis vivencias”. (LV, p. 172)

Ahora, en el remo de la Gracia, su camino, desde la negación del


primer principio, toma un cariz totalmente distinto: se convierte en una
apertura a la receptividad y a la comunión, más allá del individualismo que
daba la espalda a todo lo que puede ser dado. A su anterior concepción del
mundo ya su búsqueda de los valores con criterio individualista y
determinista, se refiere González cuando habla de su volar “con alas de
murciélago cegato”. (LV, p. 202)

Su búsqueda se centra ahora en la Nada: “Todo es NADA. Penetra


en tu nada y nunca acabarás ¿ Cuántas máscaras (personas) has arrojado?.
Buscar la nada, hacerse nada, confesarse y arrojar a los hombres el cadáver
de su nada”. (LV, p. 53)

“Sólo Dios es y somos por Dios y en Dios” (LV, p. 241).

Cuando vuelve a escribir, después de más de tres lustros de silencio,


González es ya es un hombre añoso y la comunicación de sus vivencias está
envuelta en el presentimiento de que pronto partirá; tiene la clara conciencia
de que su mensaje no es suyo sino que le ha sido dado: “Esto que voy a
enseñar, que estoy enseñando, no es de este Lucas de Ochoa, de este “viejo
loco”, de este “hideputa viejo loco”, sino de la Presencia que hay en él, y que
es su Dios vivo, Jesucristo”. (LV, p. 299)

El libro de los Viajes o de las Presencias es la confesión de un


proceso de iluminación y una catequesis sobre la comunión con Dios, hallado
a partir de la más oscura entraña del yo.

Después de su clamor por una luz, luego de enterrado el Maestro de


Escuela, cuando estaba en el “hoyo de los animales inmundos”, “Vino un
súpero en la forma de conciencia de sucederse. Ese fue el instante en que nací
de nuevo... Tuve luego la sospecha de la Intimidad; luego la visión del
Camino y presentimiento de que voy resolviendo o trascendiendo eso de vida-
muerte-pasado-presente-futuro, y tengo la verdadera religión: adorar la
Intimidad en mi representación, sinceramente, sin otra finalidad; rendirme a
378

la verdad vi va y entregarme a quién sé que está en mí y yo en Él”. (LV,p.


180)

Esta es la conclusión del ‘viaje desde la atomización en seres y


sucesos hasta visiones de la Presencia, infinitas. Del Yo hasta el Nosotros, y
mucho más”. (LV, p. 129) “Esto es un mundo muy grande, el de la
COMUNIÓN” (LV, p. 72). Desde el mundo de la individualidad hasta el de la
Comunión; desde el mundo donde recibir es ofensivo, hasta el mundo de la
total receptividad: “si no vienen los amigos, (los súperos) no sabré caminar,
iré a gatas, sangrante y, sobre todo, con eso que hasta nombrarlo es
repugnante: angustia, pesadilla, miedo, pánico”. (LV, p. 176)

La expresión de las realidades de este universo nuevo de la Gracia


se realiza en un lenguaje nuevo: “para la metafísica hay que tener otros
lenguajes o modos de convivir en la desnudez de las vivencias”. (LV, p. 335)

Presencia: igual, Ser. (LV, p. 336)

Presencia como esencia: igual, Dios. (LV, p. 335)

Viajes: igual, Metafísica. (LV, p. 337)

“Presencias sucediéndose o con categoría de carencia o


coordenadas”: igual, lenguaje de hoy para los seres. (LV, p. 336)

Sucediéndose en toda su filogenia y sucediéndose en toda su


latencia: igual, Hombre. (LV, p. 336)

“El Néant es NADA, o PRESENCIA INFINITA, INFINITA


POSIBILIDAD DE MUNDOS, CREADOR DE LA NADA” (LV, p. 139)

“Presencia sucediéndose”: igual, los seres (LV, p. 336)

“LA INTIMIDAD, Dios en nosotros” (LV, p. 105)

Vivencia: “Destripar los conceptos abstractos y los juicios


sintéticos que formamos con ellos: sacar de tales conceptos las emociones,
379

sentimientos, experiencias, herencias que cada uno encierra en ellos”. (LV, p.


103)

Beatitud: igual, sentir la INTIMIDAD: Dios en nosotros, en “la


desnudez de la vivencia”. (LV, p. 105)

Paraíso: el allá, “eso de antes de haber nacido”. (LV, p. 109)

El nuevo lenguaje no obedece en González a un prurito de


originalidad sino a la necesidad de nuevo lenguaje capaz de expresar la
realidad de un mundo totalmente nuevo, pues “la forma es esencial”; se trata
de “el lenguaje sugestivo o de locura lírico-mística- en que cierta música
esencial tiene un algo de índice”. (LV, p. 337)

La conciliación entre el mundo de la necesidad y el mundo de la


libertad, que ha sido el gran palenque del combate de González, se logra así:

“Primer Paso. Destripar los conceptos abstractos y los juicios


sintéticos que formamos con ellos: sacar de tales conceptos las emociones,
sentimientos, experiencias, herencias, que cada uno encierra en ellos. Eso se
llama la vivencia.

Segundo Paso. Meditar, con ejemplos de su propia vida, en cómo


esos conceptos abstractos, o los vocablos que los expresan, son vanos, pues lo
que por medio de nuestra vivencia metemos allí no nos atrevemos a
confesárnoslo. Y que con los juicios que así formamos, nos creamos un
mundo engañoso... que es toda filosofía conceptual, nos envuelve en una
causalidad suya, y vivimos así muertos: Vive en nosotros la nada.

Tercer Paso. Es todo un período largo el de descomponer nuestros


términos abstractos y vanidosos en sus vivencias. El derrumbe de ¡a mentira.
Cuarta Posición, ya afirmativa- (Primer paso en el viaje,). Amar por sobre
todas las cosas ya todas las cosas en Él, a eso vivo que encuentras como
vivencias al destripar la nada conceptual. Eso es Dios en ti. Es lo que tienes
de verdad y de vivo”. (LV, pp. 103-105)

El mundo de la necesidad desaparece una vez superado el mundo de


la conceptualidad, de las creaciones mentales. La libertad nace en la desnudez
380

de la realidad viva del hombre despojado de todo aquello que lo encubre y lo


hace representación superpuesta a la realidad que es.

El ámbito cristiano es el medio vivo de estos hallazgos.

El encuentro con Cristo se realiza en un saborear vivencias, más


allá de toda apologética conceptual: “toda prueba de que Cristo es mentira es
un juego de prestidigitación, pues Cristo vive en mí”. (LV, p. 246)

¿Cómo es la Intimidad? Dios no existe ni tiene cómos: “Dios no


existe. No es objeto, ni ser, como los que existen. Pero es más vivo, más
vivencia, que todo lo que existe”. (LV,p. 184)

¿Cuál es el criterio de verdad ante esta realidad ultrarracional,


ultraconceptual? “Vivir la verdad es, pues, el verdadero conocimiento, y este
sentirla vida es el criterio de la verdad. La verdad no se ilumina con otra
cosa. La verdad es la vida”. (LV,p. 185)

¿Qué decir de la culpa en este mundo de unidad y reconciliación


total en la Intimidad? “Nadie tiene la culpa. No hay mal ni enemigos...
Apenas se siente la Intimidad, e! camino es fácil, las jornadas rinden ya cada
vez más y se marcha con miradas a horizontes lejanos”. (LV, p. 121)

¿Qué es el mal, en este universo? “…consiste en que el Yo, la


conciencia, no llegue a la reconciliación de las apariencias con la Intimidad
(Esta es la idea de Dios en el hombre).” (LV, p. 227)

En este orden de vivencias, el juicio y el juez, se entienden así: “…


la Intimidad envuelta en representación, en pasado-presente y futuro... una
intimidad enferma de muerte y preñada de nacimiento continuo “. (LV, p.
116)

Cuando se llega a esta “GRAN REGENERACIÓN o NUEVO


NACIMIENTO, es cuando se nos revela la Presencia. Entonces “no vivo yo,
sino que vive Cristo en mí”, y “Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida y él
nos dará eternidad en el Padre.” (LV, p. 140).
381

“Y cómo es eso? Si Cristo vive en mí, entonces no seré yo el que


entra en el Reino, sino Cristo. No. El YO ahora es la idea de mi cuerpo o ser
sucediéndose con el universo mundo. Cuando la Intimidad se me revela, el Yo
(Lucas de Ochoa) ya no es la idea del sucediéndose sino la idea o vivencia de
la Intimidad. Es mi yo, el L de O. glorificado.” (LV, p143)

“¿Y cómo se llega? Viviendo y padeciendo la cruz en pos del Hijo


de Dios e Hijo del Hombre”. (LV, p. 142)

Superada la problemática de la supervivencia del yo; superadas las


dicotomías entre libertad y necesidad, individualismo y comunión, se llega a
la plenitud de aquél lejano enunciado de los años de El Hermafrodita
Dormido: “No pienso, luego existo”.

“Lo único firme y que tiene valores el conocimiento, que consiste


en participación de la REALIDAD”. (LV, p. 133)

“La ciencia es conceptual”. (LV, p. 140) “La Metafísica es


posible, pero no como conocimiento conceptual, sino como VIDA”. (LV, p.
148)

Cuando pareciera que el esfuerzo va a terminar anulándose a sí


mismo por la resolución de todos los hallazgos en la formulación de una
conceptualidad nueva, González avanza más allá y explica cómo la realidad de
todo lo expresado tiene su explicación en un plano vivo ultra racional: “Kant
acertó al negar a la razón el poder metafísico, pero no al negar su
posibilidad como vivencia... No se’ trata, como dicen algunos, de que la vida
sea irracional, sino que posee muchas formas y modos y que lo esencial en
ella es vivirla. Lo que no es vivo no vale un comino. Todo lo vivo es verdad Lo
racional es verdad si estuviese vivo...” (LV, p. 148) “Vivir la verdad es, pues,
el verdadero conocimiento, y este sentirla vida es el criterio de la verdad. La
verdad no se ilumina con otra cosa. La verdad es la vida”. (LV,p. 185)

“…nada de “conceptos”, ni construcciones conceptuales. Toda


explicación mata aquello que pretende explicar, porque lo fragmenta.
Objetivar su vi da y ¡a vida del mundo es deformarla, y entonces vive uno en
la nada de los opuestos, endiosa la Nada, así: bello, feo, bueno, malo.
382

Se trata de que todo es uno y de que la razón forma conceptos


abstractos y nos tapa la Intimidad. La razón o inteligencia razonante es
atomizadora de lo que carece de átomos”. (LV, p. 193). “Los conceptos valen
algo si conservan el cordón umbilical con la Intimidad”. (LV, p. 213)

Ahora llega Fernando González a la solución de lo que fue el gran


interrogante de su vida, la gran búsqueda de todos sus años, el origen de todas
sus incertidumbres y oscuridades: EL PRIMER PRINCIPIO.

“La Verdad, y todo juicio verdadero es de identidad. Todo juicio


verdadero es: Sólo Dios es y somos por Dios y en Dios. Veamos:

TODO JUICIO ES DE IDENTIDAD.


EN OTRAS PALABRAS, DE INTIMIDAD.
EN OTRAS PALABRAS, DE ETERNIDAD.
EN OTRAS, CONOCER ES ETERNIZARSE.
EN OTRAS, CONOCER ES VIVIRSE EN DIOS
EN OTRAS, EL QUE CONOCE VA RENACIENDO EN
lA ETERNIDAD.
EN OTRAS, LA VERDAD ES LA LIBERTAD.”

(LV, p. 241)

Ahora González vuelve al primer principio del padre Quirós, ya


resuelto en una realidad viva, y desmenuza los contenidos del primer principio
aristotélico-tomista, sin demostración racional posible, según el profesor
jesuita.

Dice González: “Veamos uno de esos juicios, de esos que hasta


llaman evidentes por sí mismos:

Una cosa no puede ser y no ser a un mismo tiempo.

Esto está construido con los conceptos “cosa”, “una”, “ser”, “no
ser”. Un almacén de cosas determinadas. El tiempo, una cosa que es en si;
“cosa” otra substancia o en sí que está metida en “el tiempo”; “Ser” en este
caso es estar metido “en el tiempo”; “No-Ser” en este caso es no estar
383

metida la cosa en la caja del “tiempo”. y “a un mismo tiempo”, significa que


el tiempo son varias cajas; significa, pues, “en la misma caja”.

Traduzcamos: un lucífero o cosa no puede estar metido y no metido


en una caja.

Ahora, hagamos el viaje mental:

La hormiguita sube por el muro de doscientos metros de altura; la


ventana, que está a cien metros, no existe para ella, no está presente cuando
principia a subir... Se acerca... se acerca... ¡y ya está presente!... ¡Y para mi
estaba presente en e/antes, el ahora ye! después de la hormiga! Y yo tengo mi
pasado y mi futuro y mi presente de mis coordenadas; y para un súpero, todo
eso está en presente. Resulta, pues, que la infinita y total realidad es Presente
parata conciencia infinita y que las COSAS SON Y NO SON según las
coordenadas.

¡Y ese principio de contradicción era la filosofía! ¡Eso era lo que


llamaron filosofía durante milenios!...

El verdadero juicio evidente, el que se intuye, es éste: 1.a


Presencia, aquello cuya esencia es la Presencia”. (LV, pp. 294-295).

Para González: “... la Intimidad UNA Y ÚNICA, vivifica y une los


mundos todos...” (LV, p. 215); por eso, concluye: “No hay sino El Único y
atributos de Él, que son lo que percibimos en ÉL” (LV, p. 295)

Ha terminado la parábola vital de Fernando González: ha desatado


el nudo; ha esclarecido el problema del primer principio, en la misma línea en
que desde años atrás, pero entonces atado por las limitaciones del mundo de la
necesidad, había intuido la solución: un primer principio más allá de lo
racional-conceptual; en el orden vital-existencial.

La presencia viva reemplaza la enunciación conceptual- racional de


lo captado.

El primer principio no se demuestra racionalmente, porque la vida


no se demuestra racional sino vitalmente.
384

El primer principio de la filosofía racional tiene valor solamente en


el mundo fragmentario, fragmentado, de la razón; pero es insuficiente en el
universo de la totalidad viva que es suprarracional, manifestación de la
realidad única: Dios.

Si el primer principio del mundo racional fuera válido con validez


total, querría decir que Dios es objeto de la ciencia: “querría decir que el
ciclotrón y demás van a destapar al Néant, que éste es objeto de telescopio o
de microscopio y que los niños no van al Reino”. (LV, p. 140)

El primer principio tiene que tener validez en un orden atemporal,


pues el orden de categorías temporales es transitorio: “La Vida es única. Otra
vida es creación de tu apariencia”. (LV, p. 179); “La Vida y nuestra vida no
tienen instantes, ni pasado, ni futuro, sino que es la presencia representada”.
(LV, p. 252)

Pareciera que en este punto la obra de González fuera a deslizarse


en un racionalismo cartesiano en el que se confunden ser y aparecer, cuando
afirma: “el yo es un sucederse que se sabe tal” (LV, p. 200); sin embargo es
por la vertiente contraria por donde se enruta González, de espaldas a las
posibilidades del mundo racional: “El supremo conocimiento es el juicio de
identidad” (LV, p. 185) “Estos filósofos que no llegan al juicio de identidad,
ya quienes el orgullo los encadena a las vivencias, quedan siempre en los
opuestos, o unifican todo en la apariencia, que es la afirmación de las
representaciones atomizadas hechas tiempos de verbos, o sustantivos,
adjetivos sustantivos.

Por no intuir al Néant, quedan desesperados”. (LV, p. 211)

En este orden de cosas, conocimiento es realidad. El conocer, en su


plena dimensión, es una identificación con la vida, que a su vez es una unión
con Dios, una manifestación de Dios: “Conocer es vivirse en Dios” (LV, p.
241). El conocer que no trasciende la conceptualidad, frena, destruye, las
posibilidades del hombre: “cuando un sucediéndose se detiene en una
presencia (concepto) se hace idólatra y pierde la Presencia”. (LV, p. 295)
385

Ser, es ser-en-Dios: “Nuestro yo es la cantidad de presente que


vivimos; la cantidad de pasado y futuro que nuestras coordenadas nos
suministran como PRESENCIA.” (LV, p. 252)

Es la vida quien garantiza la verdad del conocimiento, no el conocer


el que da sentido y explicación a la vida, porque una vez trascendidas las
coordenadas de la temporalidad y percibida la Intimidad (Dios) todo se hace
unidad, vida, divinidad manifiesta, presente vivo, unidad, unicidad: “Cuando
la Intimidad se me revela, el Yo ya no es ¡a idea del sucediéndose, sino la
idea o vivencia de la Intimidad”. (LV, p. 143); “La Intimidad se revela tan
desnuda, que es uno mismo” (LV, p. 313); “Dios vivo, único. Lo demás son
apariencias de coordenadas, en que hay ausencia de conocimiento o
Presencia”. (LV, p. 256)

El primer principio vivo, ultraconceptual, lo comprende todo; es la


absoluta conciliación, porque en él no hay diferencia entre formulación y
vivencia: su manifestación viva es su formulación; su percepción viva, su
demostración.

“Dos y dos son cuatro. ¿ Una vez que viváis esto, podéis concebir
que dos y dos con cinco? No. Podéis afirmarlo verbalmente, pero no vivirlo.
Esa es la libertad en la Intimidad o en el juicio de Identidad! “ (LV, p. 249)

En la medida en que se llega al principio de identidad vital, se llega


a la libertad, porque se llega a una conciliación total donde no habiendo
divisiones ni oposiciones, no hay necesidades, ni condicionamientos de fuera.
Como el discurrir del hombre es un avanzar hacia la Intimidad, “el hombre es
un proceso de liberación.

Libertad humana es cada verdad vivida, cada reconciliación de


opuestos”. (LV, p. 254)

El hombre llega a ser libre porque “el YO nunca es determinado


instante en determinado lugar y espacio, y en determinadas circunstancias. El
Yo es conciencia (presencia) del pasado con urgencia del futuro” (LV, p.
252)
386

En el universo no hay, pues, libertad y necesidad, sino un proceso


de necesidad causal en trance de liberación en la plena unificación, en la plena
unión con la Intimidad.

La libertad, a cuya conquista ha dedicado su vida entera, se le


revela ahora al final de su brega terrena, como Gracia: “Como somos
representación creada por la Intimidad, de ésta viene “la gracia...

Diréis: entonces el hombre no es libre. Su ascenso procede de


fuera, con la gracia. ¡No! La Gracia es la Intimidad del Hombre...

El hombre obra por necesidad, pero es libre...

Hombre igual representación necesitada

Hallo luego que es síntesis de representación necesitada y de


Intimidad” (LV, pp. 247-248)

Así pues, el hombre, “¿Es libre?

No. Es un existiendo con Intimidad Se liberta”. (LV, p. 255)

La concepción de González es una concepción dinámica de Dios,


del hombre, de la libertad. La libertad es posibilitada en cuanto hay un Dios
vivo y un hombre que es representación penetrada de la Divinidad. La libertad
humana es la síntesis de la Libertad plena de Dios y los condicionamientos
actuantes del hombre en el ámbito de la Divinidad, en la cual está inmerso y a
la cual manifiesta.

Como se ha dicho ya, en la vivencia y el pensamiento de González,


el ámbito de la antropología es un ámbito cristiano. El hombre es el centro de
su obra y de su búsqueda; pero tomado en su relación esencial con Dios.

En este período final de su existencia temporal, cuando logró por


fin realizar los hallazgos de sus investigaciones, todo se revistió de una
trascendentalidad místico-cristiana: “Hay infinitos cielos, pero yo conozco el
del Crucificado: ‘Coge tu cruz y sígueme’ ”. (LV, p. 215)
387

“Jesucristo está tan por encima de todos! Eso nos da de sopetón al


leer su vida, pasión y muerte. Sólo Él hizo siempre y con Intimidad la
voluntad del Padre, es decir, aquello para lo que fue enviado” (LV, p. 245).
“No hay sino un camino al Néant o Vida Eterna: Cristo y la Cruz”. (LV, p.
140)

Finalmente, analiza González los misterios básicos del mundo


cristiano: Trinidad y Redención.

Cristo es la cabeza, la avanzada en el proceso de unidad y


comunión: “Es el SUCEDIENDO que se hizo un sucediéndose... “, lo cual
quiere decir, infinitud no necesitada de acción perfectiva: “eterno e infinito
como el Padre y un solo Dios vivo con El. La tercera persona es el Espíritu, o
el saberse Presencia y Sucediendo. Y son un solo Dios... “Es una concepción
de la Divinidad esencialmente dinámica. “SUCEDIENDO” es término que
indica la dínamis íntima de la Divinidad que se comunica a la creación y
hace que todos seamos uno, de tal manera que “no hay últimos”. (LV, p. 308)

Es preciso, para González, eludir los riesgos panteístas de sus


afirmaciones: “Todo sucediéndose es extensión (cuerpo) Intimidad
(pensamiento) y conciencia de ello (Espíritu)... resucitaremos y tendremos
cuerpos gloriosos (nada entendida) e Intimidad. Será entonces la unicidad y
la infinita variedad.., nunca jamás se perderá el Yo, tuyo.

Será tu yo en nosotros y en El (Néant)”. (LV, pp. 317- 318)

La posibilidad de participación del hombre en la realidad divina es


un misterio esencialmente cristológico. Sin Cristo. Sucediendo hecho
sucediéndose, el hombre no puede penetrar la realidad del Dios vivo.

“Como es arriba es abajo. Dios creó al hombre a su imagen y


semejanza. El hombre es un sucediéndose trismegisto” (LV, p. 318) Dios no
es otra cosa, o ente, sino uno con los existentes que en cuanto tienen Intimidad
son algo.

Como el Hijo es la manifestación del Padre, sólo por Él, según sus
caminos, por su cruz, podemos ir al Padre: “Sólo... aparece la vocación, en la
completa desnudez. Y la vocación es Cruz y nada más dulce que la Cruz”.
388

(LV, p. 106) “Seremos representación reconciliada con la Intimidad, si


cargamos la Cruz y lo seguimos”. (LV, p. 256)

La necesidad de Cristo y su cruz para llegar al Néant o Padre, parte


del pecado Original que consistió en la aparición de coordenadas “cuyas
categorías son tiempo, espacio, “bien” y “mal “. Todos nacemos en estas
coordenadas y representamos EL PECADO ORIGINAL” que conlleva una
solidaridad total: “los pasados y futuros delitos, los “pecados” todos son
míos, nuestros, lo cual expresó Cristo al enseñarnos a orar... “perdónanos
nuestras deudas” (LV, p. 259).

A causa de esta perturbación nace el mundo de la causalidad, ya


que cuando se vive en cuerpo fisiológico- pasional-mental, exclusivamente,
sin experiencia de espíritu, aparece evidente la necesidad histórica.

“Y llegando al Espíritu, al cuerpo espiritual, se presenta la gran


pregunta: y cómo podré ser yo, si entro a la Intimidad? Desaparezco?... El
Nirvana o desaparecimiento? Y son los gritos de la agonía del yo ,que se
afirma siempre, que no puede negarse...”. (LV, p. 274)

La solidaridad en la perturbación de origen exige la unidad en la


superación de esa situación de desorden: “Nadie puede pasar de esta región o
experiencia humana, sin que todos estemos listos para ello”. (LV, p. 175)

Es tan evidente esta situación de pecado, de desorden, que el


universo la manifiesta: “Idiotas, los que han dicho que la con ciencia de
pecado la inventó el cristianismo! Está en el minera!, en todo”. (LV, p. 169)

La posibilidad de caminar por el reino de Cristo requiere como


condición previa el anonadamiento: “Sólo será digno de viajar por el Reino
de Cristo el que se sepa, se vi va y se confiese como una nada, una nada
redimida por Jesucristo y que el mérito de ello es de Jesucristo”. (LV, p. 312)

En González, caso único en el continente americano, encontramos


una formulación de la fe cristiana, vivida, aceptada, madurada, en una
búsqueda personal que cubre íntegra la existencia. En el continente americano,
Femando González es el primero en asumir el afrontamiento de la fe que
389

recibimos, heredada de los conquistadores, para llegar a una aceptación total


de la misma y a una formulación viva y personal, fruto de su opción de fe.

Es pues hombre tipo de América que desde un punto nuclear: Dios


y la fe cristiana, trata, orgánicamente, de hacer realidad la auténtica
maduración y manifestación del hombre americano.

No se trata solamente de especular sobre los contenidos dogmáticos


de la fe, se trata, además, de enseñar un método.

González, que siempre, desde Viaje a Pie, tenía la ansiedad del


método, explica su método; el resumen de su angustiosa búsqueda de la
verdad y la fe a través de toda su vida: es su teoría de los viajes.

“Primer tiempo. Es tomarse asimismo en su mundo en que vive.

Segundo tiempo. Es sorprenderse allí en un viaje pasional y


hacerlo sin trabas.

Tercer tiempo. Viajar mentalmente a través del viaje pasional,


para entenderlo; descubrir ¡as coordenadas en que rige el “Bien” y el ‘Mal”
de ese mundo pasional. Propiamente éste es el proceso de descomposición del
yo. Es algo emparentado con el desnudarse, o eso que llaman nihilismo, pero
aquí se toma como método creador.

Cuarto tiempo. Una vez vividas esas pasiones, ese Bien y Mal de
que nacen y una vez ejecutado el viaje mental o de entender el
condicionamiento y todos los secretos de ese mundo, se efectúa el VIAJE
ESPIRITUAL, que es un éxtasis y coloquio encendido con la intimidad
presentida...

Todo este proceso se efectúa en angustia y beatitud, y tenemos el


segundo nacimiento de que le habló veladamente Cristo a Nicodemus”. (LV,
p. 219)

Este método podría resumirse así: Tres primeros tiempos,


“DESNUDARSE”; cuarto tiempo, “DARSE”. (LV, p. 226)
390

“Tal es la teoría de Los Viajes; en otros términos, del Camino, la


Verdad y la Vida, o sea, Cristo”. (LV, p. 226)

La vida de González se hace entonces un “mirar el abismo desde la


altura vivida”. (LV, p. 239)

Este Libro de los Viajes o de las Presencias es un libro


trascendental, cuya vigencia está reservada a tiempos futuros. Recuerdo bien
que González tenía una pesadumbre intensa de que su libro no iba a ser
entendido, y vivía en el gozo de haber podido escribirlo; él sentía como fruto
de altas revelaciones. “¡Alabado seas, Señor, porque hiciste que yo, un moco,
escribiera el Libro de los Viajes”. (LV, p. 312)

El padre Elías o la plenitud de la comunión

Desde 1929 anuncia González, como obra en preparación El Padre


Elías; en Mi Simón Bolívar se precisa su figura como la encarnación de los
más altos anhelos; en el Libro de los Viajes, se habla de nuevo del “bendito
padre Elías”, mientras se siente la angustia del tiempo que se va: “tengo
muchos mundos y ya estoy viejo. Lástima”. (LV, p. 90)

Al fin aparece la Tragicomedia del Padre Elías y Martina la velera,


la despedida de González de estas coordenadas temporales.

El Padre Elías es el primer tragicómico de América. La


tragicomedia es fruto de madurez; la asunción sonreída de la humana miseria
elevada a órdenes superiores de existencia.

En esta obra asume González su condición contradicha en


el medio americano y se burla piadosamente de su soledad, superada en un
orden superior de vivencias místicas.

Uno solo son Fabricio el Sacristán y el padre Elías: “el uno


presencia pagana y el otro presencia de la cruz... Vías al mismo lugar; las
presencias conducen siempre al Cristo”. (T, 1 prólogo)

En estos dos personajes se encuentra la reconciliación de los


universos espirituales en que Fernando González vivió su aventura de fe y
391

autenticidad. Es la síntesis de toda su experiencia espiritual, ya a punto de ser


traslado “del nudo andino a la patria de los Padres!”. (T, 1 prólogo)

Esta obra es una obra de serenidad, de plenitud, de reconciliación


total, de comunión; hecha con retazos del entero discurrir de su vida, de su
pueblo, de las gentes con las que convivió por años: La Perraflaquita, don
Bedús, Julio Buche, Sinsonte, Manos de araña, Faustina Arcila, son
encamación de los personajes comarcanos que tipificaron la fenoménica del
discurrir colombiano, las almúnculas terrenas, alinderadas, cicateras, entre las
cuales González realizó sus búsquedas ya las cuales tuvo que sufrir sin que se
dieran por entendidas de su mensaje: “¡Qué personajes sostenidos y vi vos los
de esta Tragicomedia! ¡Venid y los veréis y oiréis! Son vi vos y nada es
fantasía. Y, sin embargo, si viniereis a Entremontes, no podré mostraros al
Padre Elías, Fabricio, Martina, La Perraflaquita..., pero diréis: La
Tragicomedia es Entremontes, y los personajes es lo que se manifiesta en
estos pueblos y gentes, pero como los dobles, que los obligan a vivir ya
trabajar y que los ojos terrenos no pueden ver; ellos son los reales y estos
entremontesinos son las apariencias”. (T, II, p. 173)

“Lo que deseo patentizar es mi NOVELA de LA NO VELA, la que


chorrea todo lo que es humano, todo humano, siempre humano... pero con el
Crucificado ahí, glorificándolo, que es lo que llaman “resucitó en cuerpo
glorioso”. (T, 1, p. 35) “LA NOVELA, LA CRUZ”. (T, 1, p. 32). “Fuimos
puestos en la tierra (Adán) en forma granulada, o de individuos o
predisposiciones, para que éstos convivieran, representaran la perturbación
original y ENTENDIERAN… ¡ESA ES LA NOVELA!”. (T, 1, p. 30)

La Tragicomedia es la expresión de los fenómenos humanos y


sobrenaturales que llevan a la Redención, a la extinción del Yo por la unión
con Dios: “Esa soberbia del Yo al erigirse en Ser, en Inteligencia, fue el
pecado Original, origen de LA NOVELA, y es el culpable de que las novelas
no valgan ni un comino, porque en ellas aparece el yo, el eterno medidor.
¿Novela en que aparece el yo? Vade retro!”. “El Yo, el ente mental, que es un
complejo abstraído, recordado de reacciones pasadas; un muerto que se
erige en Ser, clasifica, propone y tapo La Vida con sus elucubraciones”. (T, I.
p. 71)
392

Al final de sus días Femando González es un hombre en la beatitud,


pero incomprendido, rechazado, mirado recelosamente, alejado de los marcos
sociales de difusión de cultura. Ésa es su tragedia, ésa es la tragedia del padre
Elías, beato ya, al final de sus días: un “enloquecido por la lectura no
digerida de obras prohibidas o sospechosas que avivaron su orgullo.... queda
suspendido de su curato de almas”. (T, 1, p. 92)

La incomprensión pesó siempre en su alma signada por un impulso


magistral, “Los sabios sefarditas de Salónica, dirán que esto mío no es la
Novela y ni la leerán hasta el final”. (T, II, p. 17)

Ahora, ya al final, luego de años de magisterio y de testimonio de


autenticidad, en contra de la imitación extranjerizante, otra alienación social
tiende en su vida el color de la tragedia: la entrega de las generaciones nuevas
a mesianismos colectivistas, de espaldas a la vivencia del Espíritu: “Estoy
viendo que de la tierra árida, desde el Danubio hasta el Pacífico, se levanta
un animalón al que le ha sido dado el poder sobre la tierra hasta que se
cumpla su poder... Los otros animales que habían recibido a su tiempo la
vitalidad van enflaqueciendo, y el terror es su vida, marchitándose y
secándose como hierba cortada.

Veo que todos los actos de los hombres que afirman no ser ellos el
animal, no tener porte con el animal, son conducta de temerosos y aduladores
del animal. La vida humana se realiza hoy en función de él.

Estoy viviendo tan nítidamente esto, que tiemblo de pavor... En mí


no hallo sino horror ante el animal sin enemigos; los que así se llaman a sí
mismos, no son sino empavorecidos. No hay sino miedo, presencia del miedo
en quienes no lo aman, porque aman sus posesiones, sus yoes.

¿Dónde hay alguno que reciba vitalidad? ¡Ay, ay, ay, todo es
oscuridad y la Bestia”. (T, II, pp. 2 1-22)

La lucha de toda su vida por hallar que “Cristo es el camino, la


verdad y la vida; que Cristo glorifica todo lo creado; que glorificó su cuerpo
y que vive en nosotros y glorificará la Tierra. Que la Inteligencia o Espíritu
Santo vive en nosotros, que somos crucificados a la tentación, la cual es “esta
vida” y que al fin, como El lo dijo, todos seremos uno solo con el Padre” (T,
393

1, p. 92), termina en la soledad, desoído, incomprendido, aún por aquellos


que admiran su vida y su obra. Por más que vive que “voy siendo amor... voy
siendo bendición” (T, I p. 74), es “burro que come el pienso de su canoa” (T,
1, p. 106) y no encuentra salida: “¿Cómo salir?. ¿No hay para dónde?... La
vida se me presenta como un dolor sin salida, quieto, creciendo, creciendo...”
(T, II, p. 117)

A pesar de este tinte trágico, el final de González es una plenitud de


realizaciones, está envuelto en una atmósfera de paz de la que su figura y sus
actitudes son reflejo vivo. El padre Elías “había trascendido o estaba para
trascender el mundo pasional y mental”.(T, I, p. 97)

El Libro de los Viajes es la consignación del método con el cual


hallé a Cristo; La Tragicomedia del padre Elías, es el recuento de sus últimos
pasos hacia el perfeccionamiento de su unión con Dios hasta hacerse las
Bienaventuranzas.

González en sus últimos años, es un hombre pletórico de vitalidad.


“Huir de esta vida, huir de la tentación que es esta vida o presencia, es huir
de la cruz deleitosa, en que está escondido el INTIMO. Es huir de Dios, en
quien somos... Porque somos esta vida y la glorificación de esta vida, o sea,
“dioses sois.” (T, 1, p. 38)

Ya iluminado por la gracia en el mundo de la libertad, ha superado


su viejo principio de “padezco pero medito”, y lo ha cambiado por otro más
logrado y perfecto: “Padezco, pero entiendo” (T, 1, p. 31); ahora el “vivir
entendiendo, tiene inmanente el vivir amado”, ese amor que sólo conoce el
que entiende; también tiene implícito cierto pregusto del Atemporal” (T, 1, p.
47), que nos hace solidarios en la unión con la divinidad yen la lucha por la
perfección: “porque LA CRUZ es realmente una sola. Es ADÁN, EL
HOMBRE, quien vuelve al Paraíso”. (T, 1, p. 46)

La solidaridad en la búsqueda y en la tentación es una identificación


en la plenitud en la que se hacen uno el ser ye! entender, según aquello de que
“Entender es ser, ye! Ser es lo que uno entiende de uno mismo” (T, 1, p. 47)
porque “entender es ir siendo el Atemporal” (T, 1, p. 48), al dejar la
conceptualidad donde “todo es yo”. (T, 1, p. 72)
394

Los vastísimos mundos del yo, se van trascendiendo sucesivamente.

Primero muere el Yo pasional, revestido de instinto de


reproducción.

Las manos sarmentosas de Martina la velera y La Perraflaquita, son


el símbolo del mundo pasional, pues “un botón floral y una niña inocente que
se asoma a la nubilidad son las apariencias más avasalladoras: la tentación
de conocer el bien ye! mal!”. (T, 1, p. 102)

La Perraflaquita, que encarna “el Hermafroditismo o sea el


Paraíso... (T, 1, p. 104) ...fue glorificada por la Inteligencia, en mi nada, no
por mi, sino por el Espíritu Santo en mi”. (T, 1, p. 104)

En la figura de la Perraflaquita y en su muerte, se simboliza la


muerte de ese vasto universo de la inocencia pagana que el Hermafrodita de
Roma encarnó. El epitafio de la Perraflaquita reza así:

Por Cristo murió glorificada Sabio y eterno es el que es


no el que aparece y conoce (T, 1, p. 105).

De la tentación de la inocencia “sólo se liberta el que muere y sea


la PRESENCIA DE LA INTELIGENCIA O ESPÍRITU SANTO”. (T, 1, p. 113)

Luego muere el yo posesivo.

Las manos muertas de Martina, se transforman en la tentación de lo


mío y de lo tuyo: “hacer el bien” y “evitare! mal”... el doloroso drama que se
cumple hoy en grande en toda la humanidad, a saber:

QUE CAMBIANDO VIOLENTA O ARTIFICIALMENTE la


subestructura económica de la vida humana, se vuelve al Paraíso, donde no
hay tuyo y mío, etc.” (T, II, p. 36)

El padre Elías comprende el universo de ese yo ávido, cuando


artificialmente, sin ser donación, sin ser desprendimiento y pobreza, se
desprende de su huerto y decide regalarlo a Martina: “Sé que ésta ama a
Jovino; Jovino no la ama, sino que se entretiene con ella; Julio, e! chofer, la
395

ama; es borracho perdido. Si regalo a Martina el usufructo, que se


consolidará con lanuda propiedad el día que se casare..., Jovino se casará
con ella, y, así, evitaré “males” y haré “bienes” a mucha gente...” (T, II, p.
100). Hecha la donación, el padre Elías entiende que para comprar con
dádivas la beatitud, arrojó su cruz que era sufrir su yo ambicioso: “con esta
donación pretendí comprarla beatitud, por haber filosofado…”. Entonces
toma su cama pobre, que es muy suya, y resuelve luchar y entender su
complejo egoísta de posesión, hasta que todo se cumpla, pues “todo se
cumplirá antes del fin de “este mundo”. (T, II, p. 104)

Luego, muere el yo eternizante, que pretende eternizar las


coordenadas espaciotemporales, y es el núcleo mismo del Yo.

En casa de Fabricio el sacristán, el padre Elías “se pasa los días y


las noches entelerido como un pordiosero” (T, II, p. 115), y vence el deseo
implícito de “vivir eternamente”, que conlleva el ansia de posesión. (T, II, p.
111)

Al final, en la noche de Navidad, es traído el cuerpo ensangrentado


del cura suspenso a quien Julio Buche, el chofer de Las Alfardas, atropelló
con su carro; pero el padre sostiene que fue él el culpable, pues desde que se
conoce vive en el mundo del suicidio que “tiene en su centro, en un
montículo, como a su Rey, al Crucificado”. (T, II, p. 128)

González, (encarnado en este ridículo y sabio cura) logra al final lo


que buscó siempre: el sentido del hombre a partir de un postulado de fe en
Dios, encarnado y manifestado en Cristo. “Ir entendiéndose como relatividad;
como afirmaciones-negaciones necesitadas de lo que uno es: coordenadas;
entendiendo en coordenadas; o de lo que uno va siendo: desplazamiento o
transmutación de coordenadas por cuantos de entendiendo, ye! Suicidio es la
vivencia de que somos viajeros caducos en la vida, hojas secas del árbol de la
Vida... La Inocencia que es la vivencia o comprensión de todo en uno: bien y
mal; feo y bello; homicida y homicidado... .Es la santa idiotez... la beatitud”.
(T, II, p. 127)

Ha realizado el sueño de sus días, el que desde el principio lo lanzó


contra la realidad ambiente, el que lo llevó a vivir a la enemiga: el Suicidio
que lleva a la Amencia, más allá de la conceptualidad en que se apoya el
396

primer principio racional del mundo de la conceptualidad que ha llevado a


América y a los americanos a vivir de espaldas a su autenticidad, en la
imitación.

González precisa bien: “Entiendo por demente al que tiene mente,


o sea los primeros principios nacidos de las coordenadas humanas, pero de
coordenadas humanas en desarreglo...

“La Amencia “, por el contrario, es aquel estado del que “vive en


la Inteligencia y ya no tiene mente; ya no piensa sino que vive; es el
inteligible y la Inteligencia. A eso lo llamo también Sabiduría y Beatitud.” (T,
II, p. 129)

Superado totalmente su yo; consumidas, por superación, sus


coordenada temporales, muere el padre Elías, solo, sin testigos. El Viernes
Santo es hallado muerto “con la cabeza calda en el plato del azúcar de las
hormigas...” “Era un viejito-viejita, la Inocencia Hermafrodita”. (T, II pp.
148- 149)

El Epitafio de la tumba del padre Elías decía así:

Cielo eres, pobre Elías!


Cielo de ojo simple!
Cielo hermafrodita!
Ni Bien ni Mal:
El sueño sáfico!

(T,II,p. 153)

Así, simplemente, consumido su mundo temporal, terminó sus días


Femando González. “Suspenso” en el ámbito de la cultura nacional, borrado
su nombre de los manuales donde aprende la juventud a conocer los valores
patrios, mirado con recelo por el establecimiento, seguro y feliz, sabedor de
que “¡Dichoso el padrecito Elías, si conquista el no ser gallo que saquen a
reñir en la gallera de la necesidad!”. (T, II, p. 77)

Antes de su silencio definitivo, más allá de la temporalidad, se


escucharon, pero no se entendieron ni aceptaron, sus últimos llamados:
397

1. A La superación de la Mente y sus mundos, para unirse a la vida


plena: “Las leyes de la lógica humana son “verdaderas “en el sentido de que
al observar mentalmente un pensamiento o razonamiento o curso vital ya
sucedido, las observamos allí.., pero todo eso que se observa, ya está muerto
cuando se observa... NO MENTIR Y SEGUIR A LA INTELIGENCIA HASTA
LA FINAL PATENTIZACIÓN, LA GLORIFICACIÓN DE LOS MUNDOS
TODOS EN LA CRUZ…” (T, II, p. 40)

2. A la superación de la tentación de los tiempos actuales: la


santificación por la aceptación de los mesianismos temporales: “Nosotros, los
hombre de la Iglesia, hoy, pretendemos “hacer la paz”, la paz en la tierra, el
cielo en la tierra; y así, hoy, estamos en competencia con los que pretenden
hacerlo mismo: El Paraíso en la Tierra... Parece que eso está escrito en el
libro: que se padezca también y principalmente ese orgullo satánico: (el “yo”
o “mente”) de que en la tierra puede haber “paz justa” como si vivir no fuera
drama esencialmente”. (T, II, p. 119)

“El EvÁngelio nada tiene que ver con e! gobierno de este mundo”.
(T, II, p. 84)

3. Al silencio, que es la manifestación de la libertad conquistada:


“Si hay algo que sea el INEFABLE, EL LIBRE entre los ‘fenómenos
humanos’ es EL SILENCIO.

Una vez que con quistamos el Silencio nos libertamos del destino
los silenciosos no padecen necesidad.” (T, II, p. 76)

Luego de estos llamados, la conversión en “Las Bienaventuranzas,


el que no piensa, pero es las Bienaventuranzas.., eso despreciado en vuestra
Universidad, porque se asemeja a la perfecta idiotez, Las Bienaventuranzas,
No hay nada sino la VIDA, y nosotros somos la Vida sucediéndose”. (T 1, p.
60)

Al final, Femando González era un hombre sin Yo, en diálogo


mudo con Dios y la creación (T, II, pp. 55 ss), unificado con el universo: “Oh
Vida! ¡Nada deseo porque te tengo! ¡Soy Vida! ¡Sólo Tú, sólo existes Tú y
todo eres Tú, amor mío, que eres yo mismo! ¡Te tengo tan cerca! ¡Aquí te
398

tengo! Estoy reposando en Ti, sobre TI, dentro de Ti! ¡Eres yo mismo amor
mío!” (T, II, p. 45); abierto “como nada al Inefable... hombre escuchador,
puerta sin alas, escuchador en silencio de la voz de LA VIDA....” (T, II, pp.
22-23)

Leve cadáver en la cama vieja.


Quién distinguir podría
al Cristo de su Cruz glorificada?

(T, II Epílogo)

Realmente la vida de Fernando González fue una tragicomedia.


Mirado como la encarnación de odios, violencias e injusticias, cuando no fue
más que un buscador de la libertad en el amor y la verdad; considerado como
ateo, cuando sin el sentido de Dios no puede entenderse su obra y su lucha;
juzgado como hedonista plácido y despectivo, cuando su vida fue una agonía
sin cuartel para encontrar los principios, el principio primero de sus
inquietudes; condenado como apátrida, cuando su voz no fue más que la
denuncia de la mentira social que acoyunda y oprime el pueblo explotado y
enfermo.

Queda para las generaciones venideras del Continente su obra, su


mensaje, el testimonio de su vida.

Hasta hoy, operantes aún los sistemas político-culturales, los


moldes sociales, las mentiras sociales que él puso al descubierto y criticó
sonreído y solitario, su obra permanece desconocida y olvidada. El día en que
el acontecer histórico y la evolución cultural maduren los pueblos americanos,
se entenderá su mensaje y se le mirará como un profeta iluminado, cuyos
reflejos se perdieron en un caliginoso mundo simulador y egoísta.

Cuando la urgencia de valores morales y religiosos de fondo que


garanticen un compromiso válido en lucha por la dignidad de la persona y de
la sociedad se hagan necesarios con necesidad viva y no meramente
tradicional, se comprenderá el valor de su opción de fe, y el significado de su
figura, única en América, en la que se encarna un proceso vivo y veraz de
maduración de la fe cristiana.
399

Es una de las realidades que se esperan para tiempos futuros en el


panorama religioso y cultural del mundo americano: la comprensión de la vida
y del mensaje de Fernando González, profeta de la fe y de la autenticidad del
hombre americano.
400

Bibliografía

Las citas de Femando González han sido tomadas de la primera


edición de sus obras, como sigue:

Pensamientos de un Viejo, Litografía e Imprenta J. L. Arango,


Medellín, 1.916.

Una tesis. Imprenta Editorial Medellín. 20 de abril de 1.919.

Viaje a pie. Editorial “Le livre libre”, París, 1.929.

Mi Simón Bolívar. Editorial Cervantes. Manizales. 1.930.

Don Mirócletes. Editorial “Le livre libre”. París, 1.932.

El Hermafrodita Dormido. Editorial Juventud S. A. Barcelona.


1.993.

Mi Compadre. Editorial Juventud S. A. Barcelona, 1.934.

El Remordimiento. Casa Editorial y Talleres Gráficos Arturo


Zapata. Manizales. 1.935.

Cartas a Estanislao. Casa Editorial y Talleres Gráficos Arturo


Zapata. Manizales. 1.935.

Los Negroides. Editorial Atlántida. Medellín. 1.936.

Santander. Editorial ABC. Bogotá 1.940.

El Maestro de Escuela. Editorial ABC. Bogotá. 1.941.

Libro de los Viajes o de las Presencias. Tipografía y Editorial


Gamma. Medellín. 1.959.
401

La tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera. Tipografía y


Editorial Gamma. Medellín. 1.962.

Antioquia. Ediciones de la Tipografía La Pluma de Oro. Medellín.


(Varios números de la revista);

Juicios y comentarios sobre Tomás Carrasquilla. Editorial Bedout.


Medellín. 1.958.
402

Monseñor Juan Manuel González,

Testigo de la Liberación de la Mentira Social

C on respeto y veneración inusuales, entre cavilaciones


interminables, medias palabras cargadas de alusiones mordaces,
interrogantes sin respuesta y reproches doloridos, en los días de mi
infancia, oí a mis mayores hablar de Monseñor Juan Manuel González,
figura solitaria y altísima, testigo de la liberación de la mentira social.

El sentido profundo de la existencia humana radica en la lucha por


trascender el drama de la representación, superar la dimensión
fenoménica, sobreponerse a la urgencia apariencial, realizarse más allá de
las limitaciones del estar y el durar. Quien, por la superación de la
representatividad, logra la identificación entre su existencia y su esencia,
ha llegado a ser hijo de Dios.

El existir del hombre es dialéctico, porque la realización ontológica


a niveles superiores exige la superación de los niveles existenciales
inferiores.

La historia, en cuanto confrontación dramática entre los


determinismos filogenéticos y las opciones ontogenéticas, se realiza como
figuración, apariencia, simulación y cálculo.

Pueblo es forma inferior de existencia: choque entre instintos,


deseos, emociones y pasiones de goce, posesión y poder.

Mentira social o pecado social, es toda forma de sustitución de la


realidad viva, por la apariencia vanidosa y la simbolización mental y
pasional.
403

El determinismo evolutivo, inocente por sí, se convierte en mentira


social cuando el hombre, al asumirlo hipócritamente, genera la
representación vana, que imposibilita la autenticidad personal y social, y,
so capa de civilización, aliena, oprime, segrega, discrimina, explota, y
genera corrupción.

La historia latinoamericana es historia de mentira social, en cuanto


nos hemos representado traumáticamente como sociedad inauténtica,
regida por poderes coloniales y neocoloniales, dominada por élites,
humillada por caudillos, explotada por minorías, sometida a la
discriminación racial solapada, es decir, sujeta a la vulneración sistemática
de la dignidad y los valores humanos esenciales.

La historiografía oficial de nuestro continente y de nuestra patria, ha


sido el recuento magnificado de la corrupción justificada por el Poder.

Salvo raras y valiosas excepciones, el notablato colombiano,


megalómano, mentiroso y usufructuario de tradicionalismos ilegítimos,
sostenidos a base de añagazas e intimidaciones, ha servido
incondicionalmente a los poderes internacionales, como lacayo obsecuente
del neocolonialismo político, ujier sumiso a los dictámenes
transculturadores, y adulador servil de los amos de las transnacionales de
la industria y el préstamo.

Entre nosotros, por la acción del poder corruptor de la mentira


social, la lucha democrática se transmutó en manipulación de clientelas
ávidas e ignorantes; el esfuerzo de automanifestación, en imitación
anacrónica de moldes culturales primermundistas, ya desuetos; los
movimientos y luchas de liberación (comuneros, independentistas,
radicales liberales, socialistas) en servicio a las élites dominantes que
decían combatir; la institución eclesial, en fuerza sacralizadora y
manipuladora del poder político.

Por razones de autenticidad, en Latinoamérica sólo vale lo que no


cuenta para la vanidad de la representación social: La sabiduría de las
culturas indígenas, marginales y desconocidas; la artesanía mestiza, apenas
sobreviviente en aldeas ignoradas; los rituales y el folklore de los pueblos
negros, infatigables en la defensa de sus raíces legítimas; la virtud humilde
404

y el ascetismo cristiano del puñado de blancos ignorados, que sobreviven


reciamente, al margen de toda libido de figuración.

Por carecer de conciencia propia y de voluntad de autenticidad, el


pueblo latinoamericano es pueblo horro, incapaz de descubrir su identidad,
la originalidad de su por-ser latinoamericano, sus posibilidades de aporte
original a la cultura humana.

En cuanto la vanidad se constituyó en conditio sine qua non de


nuestra actividad social y cultural, el acontecer histórico colombiano se
convirtió en mentira social.

Monseñor Juan Manuel González se enfrentó a esa colosal mentira,


que lo trituró y de la cual se liberó.

Patentizar el por qué y el cómo de la lucha del Arzobispo


antioqueño, contra la mentira social colombiana, y su liberación de ella,
más allá de la comedia de la representación, es el objeto del presente
estudio.

Las Raíces

San Nicolás de Ríonegro, en Antioquia, fue un pueblo de embrujo:


callejuelas serpenteantes, repletas de historias de amor y de heroísmo,
cielo claro, aire frío, atmósfera pura, horizontes amplios; tierras llanas,
repletas de bestias mansas, plantas tiernas y árboles magníficos, que
adormilados al arrullo de su río sereno, saturan el panorama de todos los
verdes del universo vegetal.

Bello y contradictorio, cuna de la múltiple manifestación del espíritu


de libertad, librepensador y tradicionalista, realista y emancipador, liberal
y piadoso, mercachifle y ascético, místico y belicoso, aristocrático y
popular, acogedor y repelente, Ríonegro fue nicho donde se amalgamaron
todas las antinomias de las que surgiría la riqueza de la Patria.

De la entraña rionegrera, como constelación de hermosura humana,


que patentiza la belleza telúrica y el espíritu paradójico de su pueblo natal,
405

todos ellos un poco agrestes, un mucho ingenuos y radicalmente


enamorados de la libertad, surgieron José María y Salvador Córdoba,
Liborio Mejía, Juan de Dios Morales y Pascual Bravo, héroes bizarros,
temprana y mezquinamente sacrificados; Laureano García Ortiz y
Baldomero Sanín Cano, milagro de la inteligencia erudita, dómines de la
cultura, viajeros infatigables, exponentes del snobismo anglosajonizante
del liberalismo colombiano; Juan José Botero, poeta y narrador tierno,
elemental y suave, y Francisco Mejía, poeta menor, socarrón y cándido,
encarnación de la alegría, un tris apesadumbrada, de los habitantes de la
tierruca ensoñadora y fría.

En enero de 1.892, portador de todas las características y valores de


su gente: heroico, radical en sus convicciones, seriamente culto, un tris
humorista de suave humor, perdidamente enamorado de la libertad del
espíritu, saturado de un profundo sentido místico, en ese Ríonegro de
Antioquia nació monseñor Juan Manuel González Arbeláez, hombre de
designios providenciales.

Descendiente de gentes enamoradas de Dios y de la libertad (su


tatarabuelo paterno, Joaquín María González Gutiérrez de Céspedes, luego
de su viudez, fue abogado y cura de Ríonegro, y su bisabuelo materno,
José María Montoya, firmó el acta de independencia de Antioquia).

El arzobispo González fue niño prodigio, señalado para grandes


tareas, por los profetas aldeanos. Joven prodigio, que, según el testimonio
plenamente confiable de su cándido compañero el padre Nacianceno
Ramírez, sabía más que sus profesores y tomaba sus apuntes de clase en
griego y en hebreo. Sacerdote prodigio, modelo de virtud, sabiduría y
contención, que embelesaba con el portento de su figura y de su voz al
mujerío del pueblo creyente, mientras pronunciaba palabras bellas y
sobrias, en tiempos atroces en que curas de misa y olla imprecaban y
maldecían en las aldeas colombianas. Obispo prodigio, el más joven,
inteligente, bello y admirado de todos, que, según decires populares,
desfilaba en las procesiones con una cucaracha en la boca, para no
sucumbir a la tentación de la vanagloria. Aristócrata notable, emparentado
con todos los prohombres de los lares nativos y de la patria íntegra, que
con su porte y sus modales de gran señor, sobresalía como un gigante entre
las chatas muchedumbres mestizas que lo rodeaban.
406

Porque era hombre de la libertad, se le veía distante, si no era que


inspiraba recelo y temor. Ni en los medios aristocráticos, de los cuales
salió; ni en las esferas del poder político, que lo señaló a dedo para las más
encumbradas dignidades; ni entre las más altas jerarquías eclesiásticas,
que lo llamaron a participar de su poder; ni entre las gentes del pueblo que
lo admiraban sin entenderlo, pudo encontrar jamás acogida comprensiva y
segura.

Aunque nunca rehuyó los afrontamientos, ni claudicó en sus


empeños, ni estuvo a la huida; por superioridad de espíritu vivió ajeno a la
ofuscante mezquindad del ajetreo en que chapoteaba la patria, sin jamás
hallar sitio en el panorama nacional.

Desde su niñez, en el nativo San Nicolás de Ríonegro, vivió


yéndose, yéndose, yéndose, cada vez más, del tenebroso universo de la
mentira social: físicamente presente en nuestras lindes territoriales y en
nuestras lites aldeanas, espiritualmente estaba cada vez más lejano, más
ausente, más distante e inasible.

Preconizado obispo, para que justificara, sacralizándola, la mentira


institucional, pudo haberse convertido en arquetipo de la mentira social
latinoamericana; pero sucedió al contrario: fue víctima del enjambre de los
pequeños, cuyas pequeñeces se negó a servir, y a costa del sacrificio total
de sí mismo, como el más veraz y puro de los hombres de la jerarquía
eclesiástica continental, vivió el anonadamiento cristiano y se liberó de los
artificios de la mentira social.

Totalmente ajeno a pactos, componendas, arrimos o compromisos


utilitarios, vivió su precaria existencia en un continuo nacer a la plenitud
de la libertad.

Ex-utero, estaba destinado a encarnar, en soledad desgarradora, el


drama de la liberación de la mentira social.
407

La mentira social colombiana en las décadas 1930 - 1940

Luego de cuatrocientos años de teocracia insípida, veinte de lucha


independentista devastadora, y ochenta de inútiles y mezquinos
enfrentamientos internos, origen de doce guerras civiles, concluidas en
1902, Colombia, fatigada, y "regenerada" por la Constitución de 1.886,
cayó en el sopor mental y cultural de más de treinta años de hegemonía
conservadora, legalista, pietista, aristocrática y chascarrillera.

El adormilamiento de las tres primeras décadas del siglo XX


colombiano, refugiado en las consolaciones sacrales del clasicismo greco-
romano y la teología escolástica, encarnados por el humanista conservador
y el clérigo ilustrado, es la expresión de la fatiga del pueblo, hastiado de la
permanente agresividad del radicalismo liberal decimonónico y de la
interminable e inútil guazabara de las guerras civiles.

El tejido social del sonámbulo país colombiano de las tres primeras


décadas del siglo XX, nutrido de un humanismo puritano e integrista,
estaba constituido por miles de aldehuelas pobladas de ñoes y ñaes,
ñapangas y compadres, arrieros y artesanos, "gentecitas" pobres, agobiadas
por quehaceres de pan comer, que sobrevivían pandamente bajo los
rancios gobiernos del puñado de privilegiados del notablato feudal, amos y
figurones del mundo político, por derecho de genealogía y feudo.

Chapados en el espíritu medieval, que confundía clerecía y


aristocracia, episcopado y principado, jerarquía eclesiástica y poder
político, sociedad civil y comunidad eclesial, moralidad y juridicidad,
orden social y privilegio tradicional, justicia y beneficencia, la Iglesia y el
Estado, copartícipes de la intemperancia verbal y conmilitones de las
gabelas del poder, eran comparsa inseparable de la cristiandad político-
religiosa.

Presidentes aristocráticos, legisladores parlanchines, obispos


enjaezados, militares bizarros, señoronas biengarnidas, pueblo ignorante,
aguardientero, trabajador y resentido, todos ellos portadores y artífices de
odios y ambicioncillas recubiertos de un cristianismo emocional y
epidérmico, encarnaban vivamente la teoría de la mentira social
colombiana
408

Ama y servidora, la Iglesia colombiana constituía un admirable


fenómeno de populismo y elitismo, ranciedumbre aristocrática y
solidaridad popular: La jerarquía y el alto clero, extraídos de la aristocracia
blanca de las aldeas, señorones muy de pro y de mucho cachet,
considerados, sin más, como la Iglesia, residían en palacios y curias, en
donde, ordinariamente, como príncipes doctos y respetables, justificaban o
improbaban el quehacer del Estado y las instituciones civiles, y, desde
donde, periódicamente, como pastores desdeñosos y compasivos, salían a
visitar pueblos y campos. El clero bajo, párrocos campechanos solidarios
con el pueblo pobre, aldeano y rural, trajinaban, infatigablemente, por
trochas y barriales, desde la Guajira hasta el Amazonas, en una hermosa
tarea de solidaridad, evÁngelización y promoción humana, a la
construcción de escuelas, apertura de caminos, asistencia de huérfanos y
enfermos.

Contradictoriamente creadora y paralizante, exégeta y oscurecedora,


servidora y coercitiva, desvalida e intimidadora, la Iglesia estaba en el
centro de la barahúnda social y política, como dómina y comparsa de la
nueva democracia liberal.

Enrique Olaya Herrera o la mentira del míster guatecano

A causa de la torpeza de la jerarquía eclesiástica, mañosamente


asesorada por jefes políticos ambiciosos, que indujeron a los obispos a
bendecir candidaturas de grupo, en 1.930 se produjo la división
conservadora, triunfó la candidatura presidencial del liberal Enrique Olaya
Herrera, míster guatecano, mezcla astutísima de Nemqueteba amerindio y
Pecos Bill norteño, que regresaba al país, luego de ocho años de noviciado
capitalista, como diplomático en Estados Unidos, y advino la hora de la
retaliación y el revanchismo popular, entendidos como liberalismo
democrático, y del resentimiento agresivo y nostálgico de poder, vivido
como integrismo conservador.

Olaya Herrera, sagacísimo animal político, era encarnación viva del


espíritu de cálculo, maestro en el arte sutil de la maquinación astuta: para
cimentar fama de caudillo justiciero, encarceló a su copartidario Carlos
409

Lleras Restrepo, apenas un mozalbete que hacía sus primeras armas en el


mundo de la política. Para dar un toque de credibilidad a su programa de
"Concentración Nacional", nombró como ministro de gobierno al
expresidente conservador Carlos E Restrepo, dueño de una bien ganada
fama de imparcialidad política. Para unir a la ciudadanía en torno a su
débil gobierno, rechazado por las mayorías conservadoras y amplios
sectores liberales, inventó una guerra de límites con el Perú. Para sanear el
erario, exhausto por la crisis económica de 1929, so pretexto de
financiación de la guerra inventada, acaparó el oro de los patrioteros
frenéticos. Para preparar el camino a la hegemonía liberal, que era su
verdadero interés, alharaqueó la "concentración nacional", como expresión
de cultura política democrática y moderna. Para granjearse los favores
yanquis, reconfirmó las gabelas en favor de las empresas norteamericanas,
inquietas por el auge del sindicalismo y el ocaso del régimen conservador.
Para hacerse al apoyo del liberalismo popular, so capa de recuperación del
orden publico, perturbado por grupos armados en Boyacá y Santander,
propició el surgimiento de la violencia partidista. Para utilizar a su favor la
injerencia eclesiástica en los asuntos de Estado, echando mano de un
laicismo solapado y una religiosidad aparente, mezclaba las campañas
anticlericales y las alabanzas a la Iglesia. Para disolver el sistema
teocrático imperante en el país, se proclamaba adalid de la tolerancia
religiosa del liberalismo, y, desde dentro, hería con golpes bajos la
institución eclesial. Para vulnerar el omnímodo poder de la jerarquía
eclesiástica, que como ama y señora señalaba candidatos a los cargos
públicos, garantizaba la solidez de las instituciones políticas, utilizaba el
poder estatal para defender de la moral católica, dando a su gobierno tintes
de apertura ideológica.

El Concordato firmado en 1887 entre la Santa Sede y la república de


Colombia, en su artículo 15 (rezago del patronato imperial español), decía
textualmente: "El derecho de nombrar para los Arzobispados y Obispados
vacantes corresponde a la Santa Sede. El Padre Santo, sin embargo, como
prueba de particular deferencia y con el fin de conservar la armonía entre
la Iglesia y el Estado, conviene en que a la provisión de las sillas
arzobispales y episcopales preceda el agrado del Presidente de la
República. Por consiguiente, en cada vacante podrá éste recomendar a la
Santa Sede los eclesiásticos que, en su concepto, reunieren las dotes y
cualidades necesarias para la dignidad episcopal, y la Santa Sede, por su
410

parte, antes de proceder al nombramiento manifestará siempre los nombres


de los candidatos que quiera promover, con el fin de saber si el Presidente
tiene motivos de carácter civil o político para considerar a dichos
candidatos como personas no gratas.".

Apoyado en el mencionado artículo concordatario, Enrique Olaya


Herrera se jugó la que consideraba su carta maestra para disfrutar los
goces de la teocracia e introducir una cuña divisionista en el corazón de la
conferencia episcopal: dio el placet a la elección para la diócesis de
Manizales, del padre Juan Manuel González Arbeláez, el hermoso e
inteligente rector del Seminario de Medellín, considerado liberal por su
origen rionegrero y por su solidaridad con el gobierno de Olaya, puesta de
manifiesto al presidir el desfile de sus seminaristas por las calles de
Medellín y convocar al pueblo, en célebre discurso pronunciado en el
Circo España, a apoyar al gobierno, en el turbio conflicto de límites con el
Perú.

Para los notablatos conservador, liberal y eclesiástico, el padre Juan


Manuel González encarnaba a la perfección las cualidades requeridas para
conciliar los opuestos intereses del gobierno, liberal y laicizante, y de la
jerarquía eclesiástica, ortodoxa e integrista, decididos, ambos, a seguir
compartiendo las gabelas del poder político-espiritual, tal como, desde la
llegada de Colón, venían haciéndolo adelantados, virreyes, presidentes,
obispos y generalotes, "cachiporros" y "godos".

Las notabilidades aldeanas hechas gobierno liberal, partícipes de la


mentalidad primaria y pasional de los campesinos del Oriente de Caldas,
que recordaban al obispo González más hermoso, delicado, dulce y fino de
habla y modales que las mujeres de sus pueblos, creyeron que el prelado
antioqueño, por joven, bonito, delicado y aldeano, sería un obispo
manipulable.

En este contexto socio-político, el presbítero Juan Manuel González


fue elegido obispo por liberal rionegrero, por aristocrático y por bonito.

Por lo que parecía ser y no era, un clérigo liberal maleable, lo señaló


el gobierno como miembro del poder jerárquico; por lo que era, pero no
411

definía los rasgos esenciales de su personalidad, un hombre culto y


representativo, lo nominó la Iglesia para el ministerio episcopal.

En la decisión del Estado pesaron la ancestral raigambre liberal de


su cuna y las posibles debilidades de su carácter; en la de la jerarquía
eclesiástica, su talante principesco y la finura de sus modales.

Ni el uno ni la otra lograron lo que buscaban. Monseñor González,


ingenuo, y cándido, como buen aldeano de pueblo liberal, estaba destinado
a patentizar, a través de un drama aniquilador, la liberación de la mentira
social, y resultó ser una personalidad tan sólida, un carácter tan recio, un
cristiano tan serio y un obispo tan convencido del carácter espiritual de su
misión, que resultó inepto e inútil para las pequeñeces político-teocráticas
de su tiempo.

Alfonso López Pumarejo o la mentira de la malicia porteña

Alfonso López Pumarejo, encarnación viva de la malicia porteña,


que mientras vivía o aparentaba una amistad entrañable con el jefe
conservador Laureano Gómez (no ha podido saberse qué, al fin de
cuentas), pregonaba la urgente necesidad de preparar la juventud liberal
para el ejercicio de la oposición al conservatismo y para las
responsabilidades del gobierno de partido, fue elegido dos veces
presidente de la república: Como sucesor de Enrique Olaya Herrera, en
1934, y, como sucesor de Eduardo Santos, en 1942 .

Reconstruir las administraciones de Alfonso López Pumarejo


durante los años de la hegemonía liberal, es descubrir un mundo sórdido y
turbio, regido por la doblez y la mentira, y realizar el inventario de los
cinismos, contradicciones y sandeces de la Patria Boba, prolongada como
modernidad liberal, o sea, como manifestación nueva de la misma bobería
vieja que agobiada por el legalismo estéril había permitido la reconquista
española; violentamente caudillista, había generado las inútiles guerras
civiles del siglo XIX; exaltadamente civilista, había dado origen a la
desmesura del radicalismo liberal; teocráticamente insulsa, había causado
la modorra de la hegemonía conservadora, y ahora, en los ásperos días de
412

los años 30 y 40 del siglo XX, como hegemonía liberal, originaba la


violencia de los partidos

A pesar de la oposición de Olaya Herrera, que desconfiaba de él, a


causa de su vieja amistad con Laureano Gómez, Alfonso López Pumarejo
logró llegar a la presidencia de la república en momentos en que Olaya,
terminado su período presidencial, amenazaba con emprender una gira
política en defensa del tratado de Río de Janeiro, que había sido firmado
durante su gobierno, como solución al conflicto de Leticia, y era
ferozmente combatido por las mayorías conservadoras, encabezadas por
Laureano Gómez, y por amplios sectores liberales, acaudillados por Fabio
Lozano Torrijos.

Con fino olfato de liberal machucho y frialdad calculadora de


banquero avezado, López Pumarejo, decidió afrontar la iracundia
laureanista, antes que la división liberal, y nombró ministro de relaciones
exteriores al expresidente Olaya Herrera

Gómez, cuya vida, según sus propias palabras, estuvo "íntegramente


edificada sobre la convicción profunda y fuerte de la vigencia y
supremacía de los valores morales y la obligación de obedecerlos siempre
sin amedrentarse por las consecuencias.", (1) vio en la pragmática decisión
de López una traición al compromiso que habían pactado en Bruselas, de
sucederse el uno al otro, en la presidencia de la república, a la finalización
del gobierno de Olaya.

Desde entonces, hasta los años de su vejez, desde las opuestas


orillas del resentimiento hecho arrogancia vindicativa del poder y
agresividad punitiva de la oposición, los "dos hermanos" presidieron la
nefasta empresa del enfrentamiento del pueblo por odios de partido

Como expresiones diversas de la misma avidez, demagógica y


violenta, de poder, que todo lo descompuso y nada generó, las
administraciones liberales, presididas por Alfonso López, y la oposición
conservadora, capitaneada por Laureano Gómez, constituyeron el anverso
pragmatista y el reverso doctrinarista de una común violencia de alma.
413

Durante los gobiernos de López, en un país carente de tradición de mesura


democrática y de nociones claras de acción sistemática, se desbordaron los
resentimientos liberales, reprimidos por décadas, y las ambiciones
conservadoras, dueñas del poder durante años, y la nación se convirtió en
un hervidero de contradicciones: A cada propuesta nueva, surgía una
reacción; a cada intento de renovación, un reclamo de derechos de
privilegio; a cada voz mesurada, un procedimiento de facto; a cada intento
de liberación, un desenfreno de retaliaciones; a cada signo de liberación
femenina, un desfogue de lastimosas pasioncillas femeniles, exhibidas
agresiva y grotescamente; a cada propuesta espiritualizante, un
seudoateísmo altanero y agresivo.

Inmaduros los caudillos y el pueblo para la libertad de la


democracia, ¿de dónde liderazgo popular, en un país de gamonales?, ¿de
dónde ideas, en un país híbrido, analfabeto y cerril?, ¿de dónde capacidad
crítica, en una cultura imitadora?, ¿de dónde mesura, y capacidad de
diálogo, luego de siglos de coacción y violencia?

En manos de caudillejos pasionales y belicosos, ciegamente


obedientes a las consignas de López y Gómez, Colombia entera, pueblo
por pueblo, barrio por barrio, vereda por vereda, se convirtió en circo de
"Firuliches", que pregonaba la salida de "los señores payasos": Los
maestros se transformaron en predicadores fanáticos del ateísmo; los
policías, en dictadores de plazoleta aldeana y matones de paraje oscuro;
los defraudadores del erario, en burócratas de oficio y pontífices políticos
de cafetín pueblerino; los analfabetas de aldea, en senadores circunspectos;
los anticlericales de acera y taburete de cuero, en agresores de clérigos
asustados; los predicadores sagrados, en oradores de campaña política.

De contradicción en contradicción, de oportunismo en oportunismo,


de yerro en yerro, de torpeza en torpeza, de mentira en mentira, durante
sus desafortunadas administraciones, inmensamente más torpe e
infortunada la segunda que la primera, López Pumarejo, gamonal ribereño
y lord londinense, al contradecir sus nobles y liberadoras propuestas con
sus prácticas socarronas, instauró el régimen de la más desvergonzada
mentira social.
414

Inteligente, astuto, y pragmático, formado para la vida en la lucha


diaria, ajeno a disciplinas epistemológicas y principios morales objetivos,
siempre a la búsqueda del provecho propio, incierto y contradictorio en sus
afirmaciones, poseído de una incontrolable avidez de liderazgo y riqueza,
el presidente López Pumarejo, amalgama azarosa de lucidez, pragmatismo
y cinismo, fue siempre un hombre en quien no se podía confiar, pues se
contradecía sin rubor, atacaba sin reatos, acaparaba sin medida y destruía
sin remordimientos: Rechaza la facilidad con que el colombiano se inclina
a lo extranjero, y se viste en Londres, piensa en inglés y habla un español
pesado y tartajoso. Pregona el advenimiento de la democracia liberal,
fundada en las mayorías del liberalismo, y asevera, sin reservas, que en el
país apenas si hay un puñado de liberales auténticos. En el banco
administrado por su familia descuentan al presidente Suárez las letras que
gira sobre sus sueldos, y sin rubor alguno, acompaña a Gómez en la
acusación del Presidente ante el senado. Proclama "la revolución en
marcha", y reclama el reconocimiento del orden social vigente. Proclama a
los cuatro vientos la necesidad de purificar el sufragio, se compromete a
luchar para lograrlo, y permanece impávido ante el crecimiento de los
índices del fraude electoral. Acepta el apoyo del "Frente Popular",
comunista, y, cínicamente, lo califica de "embeleco". Dice encontrarse
cercano a la mentalidad izquierdista del comunismo, y durante su
gobierno, valiéndose de decretos arcaicos, encarcelan como vagos y
rateros, a los más connotados líderes comunistas. Pregona la lucha contra
el nepotismo, y nombra a su hermano Miguel, porque en el país no hay
quien pueda reemplazarlo, embajador en Washington. Un día rechaza el
intervencionismo de Estado, y al siguiente lo reclama con urgencia. Hoy
propone la autonomía universitaria y mañana la niega. Propone la reforma
agraria, para lograr la equitativa distribución de la propiedad, y, a través de
manejos turbios, apenas leguleyescamente aclarados, acrecienta sus tierras.
Incrementa el castigo a la evasión tributaria, y aparece seriamente
comprometido en casos de evasión y morosidad en el pago de impuestos.
Detesta visceralmente la teología y los clérigos católicos, pero trata de
comprometer con sus intereses al primado Perdomo, recordándole el
común origen tolimense y la común raigambre liberal, que ambos
heredaron de sus padres.

Su intento de revestir el viejo legalismo santanderista de un aura de


modernidad revolucionaria ("la revolución en marcha"), alma de sus dos
415

gobiernos, resultó inaplicable porque él, gamonal de puerto en trance


permanente de aristocratismo europeo, era incapaz de entender que el
origen de los problemas sociales de Colombia radicaba en el legalismo
elitista, imperante desde los días de la Independencia; que los problemas
nacionales estaban fuera de la causación europea, desde la cual pretendía
enfocarlos y solucionarlos; y que al pueblo, aldeano y mestizo, así le
propusiera el diálogo y la discusión, le resultaba imposible asimilar la
mentalidad y el lenguaje nórdicos, en que él y la dirigencia extranjerizante
le presentaba los problemas y las soluciones.

Promulgó mares de leyes, la mayoría de ellas teóricamente válidas y


de urgente aplicación, que la estructura del Estado colombiano, expresión
de los privilegios y feudo de los privilegiados, no permitía aplicar; que
López y sus consocios, usufructuarios de las gabelas del privilegio, eran
incapaces de implementar para hacerlas operantes; que el pueblo,
hambreado e ignorante, víctima de los privilegios, no alcanzaba a
entender: Así surgieron la Ley de tierras, que sin menoscabar uno solo de
los privilegios feudales, ni rasguñar, en lo mínimo, los grandes latifundios,
multiplicó el desempleo rural. La ley sobre carrera administrativa, que no
protegió ni un solo empleado del Estado, y a principios del siglo XXI
sigue sin aplicarse. Leyes sobre organización y derechos sindicales, que en
nada menoscabaron los monopolios y los oligopolios del gran capital, pero
generaron el despido masivo de los obreros. Leyes sobre libertades
públicas, que no disminuyeron, en absoluto, los privilegios de casta, pero
insolentaron al pueblo, y pusieron a obreros y jornaleros huelguistas a
merced de la brutalidad de la fuerza pública. Leyes sobre educación, que
no mejoraron en nada la calidad de la enseñanza, pero rebajaron
lastimosamente el nivel de educadores y educandos

So capa de izquierdismo a la europea, cortejó torpemente, el


marxismo-leninismo criolletas, que en contradicción con su obsecuente
sometimiento a la normatividad stalinista, que en ese entonces le ordenaba
combatir los reformismos no comunistas, se camufló de liberalismo y se
constituyó en consejero gratuito del gobierno, como se pone de manifiesto
en su declaración de apoyo a la ley de 200 de 1936, llamada ley de
Tierras:
416

"La secretaría general del partido comunista no puede menos de


felicitar a los camaradas colombianos por la magnífica labor de
penetración que han realizado con respecto al partido de gobierno. Pero
todavía queda mucho por hacer"

"Los camaradas en ningún caso deben hacer ostensiblemente


profesión de fe comunista. Al contrario deben afirmar que son liberales..."

Puso en marcha una reforma constitucional, cimentada en cuatro


grandes temas: régimen de propiedad, relaciones laborales, autonomía del
Estado frente a la Iglesia, y educación laica, pública, gratuita y obligatoria,
cuyo objetivo fundamental era poner la teocracia medioevalista y
retrógrada, reinante en el país, a tono con la mentalidad moderna: Libertad
de conciencia, libertad de cultos, establecimiento del matrimonio civil y
del divorcio vincular, separación de la Iglesia y el Estado, sometimiento de
los actos punibles realizados con ocasión de prácticas cultuales, al derecho
común; libertad de enseñanza; orientación, inspección y control estatal de
la educación; proclamación de las obligaciones sociales de la propiedad
privada; modificaciones del régimen de tierras.

A contrapelo del idealismo de las propuestas de "revolución


evolutiva", socialización de la propiedad y reforma constitucional, la
mezquindad cubrió el acontecer nacional: La incorporación a los cuerpos
policiales, quedó condicionada a la pertenencia al partido gobernante. Los
productos de pan comer, se vendían con tarjetas de recomendación
expedidas por las directivas del partido de gobierno. Solamente podían
continuar desempeñando cargos públicos los conservadores que firmaban
documentos de protesta contra sus convicciones políticas. Se adiestraba a
los funcionarios del gobierno para que en los días de elecciones
adulteraran los registros electorales e instalaban tanques con garrapaticida
para bañar a los conservadores que se atrevieran a llegar hasta las mesas
de votación. La Cámara de Representantes, más con ánimo de lastimar
clérigos y conservadores que de proteger derechos y libertades ciudadanas,
aprobó el otorgamiento de la personería jurídica a las sectas masónicas. Se
alentó la existencia del llamado "Frente popular", que más que una
coordinación de fuerzas progresistas de izquierda, como querían hacerlo
aparecer los marxistas criollos, constituía una horda resentida, grosera y
agresiva. En calles, plazas, sindicatos, colegios y universidades estatales, a
417

nombre de un liberalismo entendido como desfogue de resentimientos, los


gritos de "Viva el partido liberal ateo", "Con López contra la reacción
clerical", "López sí, curas no", "Educación laica y guerra religiosa", se
convirtieron en consigna de partido. Personajes de la burocracia oficial,
aquí y allá, quemaron y destrozaron imágenes sagradas (Cristo Rey, en
Circasia, el Crucifijo en la Normal de Medellín). Bajo, todas las formas y
pretextos, se trató de excluir los religiosos y sacerdotes de la dirección de
los centros educativos del Estado, que regentaban eficientemente (Los
Hermanos Cristianos, fueron removidos de la normal de varones y del
instituto técnico, en Bogotá; la asamblea del Tolima aprobó un acuerdo
que prohibía contratar sacerdotes o religiosos para realizar tareas
docentes). Se promovió, aquí y allá, la lucha contra el clero: en el Consejo
de Bogotá se proclamaba le necesidad de luchar contra la Compañía de
Jesús, y se proponía aprobar una invitación a los campesinos para que no
pagaran diezmos y primicias a la Iglesia; fue profanada la Eucaristía en la
catedral de Cartagena y en los templos de Arjona y Mologávita. Desde el
Congreso de la república, las asambleas departamentales, los consejos
municipales y las oficinas gubernamentales se agraviaba al clero, se
obstaculizaba su labor y se propiciaba su maltrato, si no era que
descaradamente se incitaba a ello, sin que ninguno de los órganos del
Estado asumiera una actitud firme de rechazo, represión o castigo de los
excesos anticlericales, absolutamente contrarios a la libertad de conciencia
y de culto propuestos en la reforma.

Sin que jamás hubiera sido desmentido, si no apenas agraviado, el


enérgico y radical obispo Miguel Ángel Builes, denunció pormenorizada y
vigorosamente, en sus pastorales, la sistemática persecución del clero:
Destrucción de la casa parroquial del padre José de Jesús Trillos; atentado
dinamitero contra el padre Daniel Jordán, en Málaga; persecución a bala,
por "esbirros del gobierno", a los presbíteros Gonzalo Godoy, Esteban
Mendoza, Crescenciano Jaimes, Carlos Saúl Solano; golpiza del jefe de la
policía del lugar al párroco de Toguí; muerte alevosa a los sacerdotes José
Reyes Ruiz, cura de Bochalema, y Gabino Orduz, cura de Mologávita,
quien había salido a auxiliar a los moribundos que iban cayendo
abaleados por empleados del gobierno.

En defensa de sus poblaciones, amenazadas o atacadas, de sus


colegas, agredidos y asesinados; de sus derechos violados, muchos
418

clérigos aldeanos, partícipes de la violencia de alma del pueblo


colombiano, se tornaron agresivos, tal como lo certifican los informes,
más pormenorizados, acríticos y azuzadores que las pastorales del obispo
de Santa Rosa de Osos, en los que los periodistas liberales de entonces,
partícipes de la misma violencia de alma que denunciaban en los clérigos,
daban cuenta de los ataques contra el régimen liberal, en parroquias de
Boyacá, Santander, Huila, Cauca, Cundinamarca, Tolima

El anticlericalismo de los gobiernos de López, generó el atroz


enfrentamiento entre la renaciente república liberal, y el clero agredido a
lo largo y ancho del país. Como bien lo dice un célebre periodista
antioqueño, "Los curas y obispos politiqueros fueron neto producto liberal.
Emergieron de la provocación constante y sistemática que en épocas de
confusión llevaron a cabo gentes interesadas en cambiar la fisonomía
religiosa de Colombia. Pretendían que se gobernara de espaldas a las
grandes mayorías católica de Colombia." (2)

A pesar de todo ello, con el cinismo simplón que lo caracterizaba,


López Pumarejo proclamó en su mensaje al Congreso de 1937, la
cordialidad de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, desconocidas
antes de su gobierno; el respeto gubernamental a las necesarias
condiciones para el ejercicio de la labor eclesial; la paz religiosa de que
disfrutaba Colombia: "Tres años de absoluta paz religiosa y de cordiales
relaciones entre el Gobierno y la Iglesia permiten afirmar que los
católicos no abrigan temor alguno de que la reforma de los vínculos
jurídicos que unen al Estado con la Santa Sede signifiquen un cambio de
política o de condiciones para el libre ejercicio de la potestad espiritual,
cuyo predominio sobre la conciencia colombiana reconocen expresamente
quienes representan hoy las ideas del partido liberal en el poder." (3),

La mentira de la comedia de grupos y clases

En contradicción con su pretendida búsqueda de coherencia


renovadora del país, el liberalismo era un archipiélago de grupúsculos
enfrentados: La Unir prosocialista, de Gaitán; el santismo derechista, de
Calibán; el izquierdismo revolucionario promarxista, empeñado en negar
su raigambre liberal, de Gerardo Molina y Diego Luis Córdoba.
419

So pretexto de pluralismo liberal, los grupúsculos del partido de


gobierno, trataban de justificar las malquerencias, contradicciones y
antipatías de clase que los atomizaban: Unos, apoyaban la ley de tierras y
otros la atacaban; estos apoyaban los derechos ciudadanos de la mujer y su
admisión en la universidad y aquellos miraban desdeñosamente la
propuesta; esos, atacaban al clero, por sí o por no, y esotros, lo admiraban
y respetaban como fuerza espiritual del país; muchos combatían acremente
la enseñanza de la religión y algunos la defendían con energía; quiénes
asistían a los congresos del Frente popular, y quiénes los atacaban y
condenaban acremente

La oposición conservadora, constituida por los reductos de gente


blanca de pueblos y ciudades, a la vez que vivía un odioso menosprecio de
clase, se proclamaba cristiana por el hecho mismo de su conservatismo.
Sus patricios, presa de la nostalgia de poder, añoraban la paz anodina de
los días de la hegemonía conservadora; sus líderes nacionales y
provinciales, acogotados por la avidez del resentimiento, vivían a la
reconquista de los cargos burocráticos; sus masas populares, insolentadas
por jefes ignorantes y pasionales, unas veces a la defensiva, otras al
ataque, recorrían los tortuosos caminos de la retaliación violenta.

La solidaridad conservadora (más pasional e interesada que


doctrinaria), con el clero maltratado; la sumisión de la jerarquía
eclesiástica, falta de criterio político, a las orientaciones de los caudillos
conservadores doctrinaristas, integristas y carentes de arraigo y
ascendiente popular; la solidaridad conservadora con la lucha franquista en
España, y la hábil y sistemática descalificación del gobierno y el
periodismo liberal a las actitudes de la oposición conservadora, generaron
dos fenómenos lastimosos: La identificación de conservatismo y
clericalismo y la proclividad de vastos sectores del conservatismo a una
confusa mezcla de misticismo martirial, militancia de cruzada e integrismo
semifascista: "Los derechistas colombianos eran vergonzantes. Salían a las
calles envueltos en estandartes católicos, dando vivas a Cristo Rey,
mientras llevaban bien guardada la cruz gamada como símbolo. En Mayo
de 1.933 habían realizado en Medellín una desnutrida manifestación de
desagravio frente a la basílica metropolitana. Los liberales "ateos" bien
protegidos por la policía, arremetieron contra los "cristeros" gritando
420

"abajo los curas". Los agredidos respondieron vivando a Mussolini. Por no


contar con un caudillo que los condujera en esos escarceos callejeros,
proclamaban a Monseñor Builes." (4)

En una república caudillista e infantil, los conservadores, igual que


los liberales, se dividían en grupúsculos irreconciliables: laureanistas,
romanistas, "leopardos", que, a pesar de sentirse, por igual, víctimas del
régimen liberal, vivían en la división irreconciliable, y mientras unos
proclamaban la necesidad de "hacer invivible" el país, otros declaraban:
"los bravos se acabaron.... y nadie tiene valor para dejarse asesinar por el
sólo hecho de pertenecer al conservatismo."

El principio programático conservador, de respeto a la doctrina de la


Iglesia, fue aplicado por los gobiernos conservadores con una
intransigencia tal, que hoy resulta graciosa: Desde los días de Reyes, se
promulgó una ley que prohibía, "fomentar el odio contra la religión
católica"; durante el gobierno de Pedro Nel Ospina, se prohibió enviar por
correo escritos que la atacaran; durante el mandato de Abadía Méndez, con
el fin de poder encarcelarlos, los agitadores comunistas fueron declarados
"vagos"; en los días del gobierno de López, la discusión de los problemas
políticos acababa convirtiéndose en apología del dogma católico, las
actividades partidistas, en celebraciones religiosas, y las prácticas cultuales
en manifestaciones políticas.

El partido socialista, fundado en 1926, y el partido comunista,


fundando en 1930, apenas diferenciados por leguleyismos santanderistas y
arterías estratégico-tácticas, constituían una sola realidad socio-cultural
impregnada de snobismo stalinista, extremismo idealista y odio de clase,
que en acatamiento a las normas de la Internacional socialista de 1929,
despreciaba por igual todo lo que estuviese fuera de su ideario, su utopía y
su proyecto, y vivía en permanente tarea depurativa de infiltraciones
fascistas, constituidas por todo lo que no fuera el dogma comunista de la
lucha de clases, gestora de la dictadura democrática y revolucionaria de la
clase obrera.

La masonería, que luego de su auge "snobista" en los días de la


Independencia y del Radicalismo liberal decimonónico, apenas había
logrado subsistir subterráneamente durante los años de la hegemonía
421

conservadora, resurgió, envalentonada contra el clero, luego que por


decisión unánime del parlamento liberal, se le concediera la personería
jurídica.

Laureano Gómez, ya en el ocaso de su vida, sintetizó así el


acontecer 1934 - 1946: "Ocurrido el cambio de régimen de 1930, creí que
las conquistas cívicas que entonces destacaban a Colombia en el mundo,
subsistirían, a pesar de aquel derrumbamiento, como patrimonio común de
los colombianos. Era la principal, el respeto a la vida humana, vigente
desde el término de la guerra civil.

Mi esperanza falló...

... Formóse así la fuerza moral que generó la reconquista y llegóse al


triunfo respetando las normas de la legalidad más estricta, aun aquella, que
dictada por el enemigo, podía considerarse tiránica. ..." ( 5)

En este ambiente de descomposición se estableció la violencia de


los partidos, que había empezado a germinar, incontenible, en los
Santanderes y Boyacá, desde los días finales del gobierno de Miguel
Abadía Méndez y los iniciales de la presidencia de Olaya Herrera.

El doloroso episcopado bogotano del obispo González Arbeláez

Luego de su fugaz episcopado de meses, en la pequeña Manizales,


(pretexto apenas para su ascenso a la sede primada), durante el cual fundó
un colegio arquidiocesano y andaregueó incansablemente, de visita
pastoral, por los pueblos del Viejo Caldas, donde párrocos varoniles y
piadosos, que parecían sacados de leyendas de santoral, se afanaban por
civilizar y evÁngelizar un pueblo bueno y pobre, en lucha contra la
soledad, la incomunicación, las endemias, el hambre y la ignorancia,
monseñor González fue nombrado, en 1934, obispo coadjutor de Bogotá,
con derecho a sucesión.

A su llegada a la capital, todavía prisionero de la mentira social


colombiana, aun no había logrado discernir la incompatibilidad entre el
ejercicio del episcopado como presidencia de la comunidad cristiana en la
422

vivencia del EvÁngelio y la libertad del espíritu, y la utilización del poder


episcopal como instrumento legitimador de los poderes del
establecimiento.

El 13 de enero de 1.935, día de su posesión, el anciano y marrullero


Arzobispo Primado, Ismael Perdomo, amado por el liberalismo, en razón
de su paisanaje con el presidente López y la filiación liberal de su padre,
saludó a su nuevo colaborador con palabras cifradas, que, por igual,
expresaban acogimiento, desconfianza y admonición: "Con tal
designación, la Iglesia ha hecho en favor de Vuestra Excelencia una
excepción que lo honra sobremanera. No suele darse como Coadjutor con
derecho a sucesión a una sede de la categoría de esta capital sino a
Arzobispos y Obispos que hayan ejercido el ministerio pastoral largo
tiempo. Por eso al elegir a Vuestra Excelencia le ha hecho una distinción
que lo enaltece y ha dado un voto de confianza a vuestras virtudes,
preparación y talento." (6)

El discurso de repuesta del joven prelado antioqueño a las ambiguas


palabras del anciano primado tolimense, constituye una página clásica, no
se sabe bien, si de candidez juvenil, calculada diplomacia eclesiástica, o
ambas cosas a la vez. González, empieza por manifestar el disgusto con
que ha aceptado la sede bogotana:

"Confieso que jamás por jamás había estado sometida a mayor


prueba mi obediencia a la Santa Sede y mi confianza en Dios, que con el
mandato del Padre Santo, para que viniera a ocupar el puesto de que hoy
he tomado posesión".

Magnifica a sus antecesores en el episcopado bogotano, la mayoría


de ellos perdidos, por su insignificancia, en las brumas de la historia:

"Ha sido ello un peso demoledor para mi pequeñez, por la calidad


egregia y enteramente singular de esta Sede, cuya sucesión es áurea
cadena, eslabonada por varones insignes; cuya fe inmaculada es caudal
de puras aguas a través de las vertientes de cuatro siglos de historia; cuya
presencia indiscutible ha sido eje del movimiento religioso de Colombia y
radio poderoso hasta en la vida civil de la República.
423

De la Conquista y colonización acá, reivindican sitio de primera


línea entre los mejores servidores del Rey, y del indígena, los Arzobispos
de esta silla. Si valor y arrojo denodado y sacrificio heroico y abnegación
sin límites hallamos en personaje alguno de aquellas épicas jornadas,
antes que en los primates de la gran gesta, los encontramos en estos
venerables, mansísimos varones, que ignoraron la gloria humana, que
despreciaron las fantásticas riquezas de esos reinos, que mantuvieron los
derechos de Dios, con sabiduría y consejo, energía y santidad, impolutos
y enhiestos sobre las desatentadas corrientes de medros, granjerías y
pasiones humanas. En realidad, ellos por su grandeza moral convirtieron
la mitra en gloriosa corona y su cayado pastoral fue un gajo de laureles.

En los tiempos de la República, nadie como ellos ha tenido el


equilibrio ideológico que implican la difusión y la defensa de la verdad y
el mantenimiento del derecho, y por eso no han sido superados en el culto
y amor de Dios, como tampoco en el servicio de la Patria. Forman ellos, a
través del siglo pasado, singular desfile de caballeros andantes del cielo,
agobiados más por la mole de sus merecimientos que por el peso de la
cruz; ensangrentados a veces en esa vía dolorosa por la persecución, pero
que han tornado en rubíes los grumos de sangre para embellecer el
propio manto, y la amargura de los dolores humanos se ha convertido en
el regalado cáliz del Señor.

Bastará decir, Mosquera, Arbeláez, Herrera Restrepo, para


traducir martirio, sabiduría y grandeza. Hay algo, sin embargo, en este
obligante patrimonio moral que me consuela y alienta: porque cuanto
fueron caritativos y nobles acá, tanto han de ser desvelados guardianes
desde la eternidad, y su eternidad y su oración beatífica unida a la sangre
de Jesús, es para cuantos habemos menester de ella rocío de
bienandanza, lluvia de gracias, suavísimo baño de misericordia y
bendiciones" .

Elogia como mártir reciente, al arzobispo Perdomo, que acaba de


saludarlo desabridamente, y unos días más tarde (tris de caridad, tris de
candidez, tris de cálculo político), lo abandonará en lo más amargo y
oscuro de la lucha:
424

"Séame además permitido holgarme en reconocer y proclamar


aquí ante vosotros, que por abrumador y ponderoso que sea cuanto llevo
dicho, toda aspereza se suaviza, toda rigidez se ablanda, todo lo difícil se
allana y atempera, cuando el problema se plantea ante la excelsa persona
de quien es hoy Arzobispo de Bogotá y primado egregio de Colombia.
Nada importa que esa nobilísima figura haya pasado una y otra vez por
la criba del sufrimiento y de la incomprensión, que lo haya acrisolado y
apurado la pesadumbre, porque en la tersura de sus flancos ha quedado
más nítidamente burilada la imagen de Jesús. Y esa es la perfección
Conformes fieri imaginis filii sui. ( Rom 8, 29)

Quien quiera que la mire atentamente habrá de contemplar en esa


alma embellecida por la realeza del sacerdocio divino, una alta cumbre
de serenidad magnánima, sobre ella fanales de luz sapientísima que
prodigan sus oros en vastos horizontes. Allí conviven la nobleza de un
caballero sin par, la exquisita bondad de un padre, la impecable
dignidad de un señor y las virtudes todas en precioso alarde cristiano que
lo hacen Sacerdote ejemplar y Prelado perfecto, cortado a la medida del
Corazón de Jesucristo.

Conducido por su mano, esto es, llevado por la sabiduría y por la


caridad, por el celo y fortaleza, se hará - confío en Dios Nuestro Señor -
pródigamente fecundo el ministerio que su Majestad Divina me ha
confiado. Con él por guía, y bajo el amparo dulcísimo de María, Nuestra
Madre, aspiro a que pueda resumirse mi pontificado en esta sede en
aquella sencilla frase con que el jefe de los apóstoles compendió la vida
del Maestro: Pertransit benefaciendo. (Act 10, 38).

Termina alabando, como paradigma universal de fe y patriotismo, a


la artera Bogotá, que lo recibía sin amor y lo despediría con desprecio.

Fácil tarea será entonces, consagrar al seminario primordialmente


el afecto y la acción que reclama el cofre de joyas que exornarán el altar;
a los jóvenes atenderlos cariñosamente como las flores que llevan las
promesas ricas de la patria del mañana; a los pobres y menesterosos,
porque ellos son la incomparable dotación de quien ansía un apostolado
fecundo; a todos en general porque las ondeadas de sangre divina y
fecundante tienen virtud infinita para calar en todo surco y lozanear
425

gallardamente a través de todas las almas: Omnibus omnia factus ut


omnes facere salvos. ( I Cor 9, 22)” .

No me resta, Excelentísimo Señor, sino saludar en vuestra persona


y en los que realzan esta reunión con su presencia, a la nobilísima
Bogotá, alma de la República, capítulo áureo y síntesis de la historia, que
antes que ninguna otra capital del orbe puede preciarse de ser urna de
alabastro en que se guarden por encima de todo la fe sagrada y
tradicional de nuestros padres y el patriotismo vital e independiente.
Quiero decir que Bogotá, almendra en su seno generoso todos los jugos
de sensibilidad espiritual y temporal que constituyen la grandeza de
nuestra amada Colombia." (7)

Durante los días iniciales de su coadjutoría de la sede bogotana,


monseñor González, que aún entiende y vive el episcopado como dignidad
principesca, se hace visitante y comensal asiduo de la familia presidencial,
la fe de cuyos miembros encarna vicariamente doña María Michelsen de
López, única creyente convencida, en un clan de agnósticos, orgullosos de
su indiferentismo, que recurren a la fe viva de la piadosa señora, para
reclamar condición de gente religiosa, cada vez que, oportuna o
inoportunamente, conviene darse trazas de tal.

Inmensamente inteligente e intuitivamente dotado para la vivencia


de al fe, a la vez que participa de la dulzuras del poder, está consciente de
la urgente necesidad de reformar las estructuras sociales de la nación, ya
obsoletas frente a los problemas, demandas y protestas de un proletariado
resentido por su condición de esclavo de los monopolios, siervo de los
terratenientes, criado de los gamonales, ilota de los caudillos políticos y
acólito de las jerarquías.

Convencido de que la asunción y la solución de los problemas


inéditos, planteados por una sociedad y una cultura nuevas, y de que la
lucha contra las formas fundamentales de la injusticia establecida,
generadora de la opresión y la pobreza, tienen que empezar por la reforma
de los métodos de acción de la Iglesia, anclada en moldes y conceptos
anacrónicos, emprende una renovación de la acción pastoral, que puede
sintetizarse así: Solidaridad preferencial con los pobres, cuyos barrios
visita semanalmente. Promoción de la actividad apostólica de los laicos,
426

dentro del modelo de la "Acción Católica", recién proclamado por el Papa


Pío XI, de la que es presidente a nivel nacional. Organización obrera,
según los valores del Evangelio, a través de los sindicatos cristianos, a
cuya organización dedica sus mejores esfuerzos. Agilización y
dinamización del crecimiento y la acción cristianos, a través de
seminarios, congresos y encuentros de estudio, que programa y dirige,
incansablemente. Difusión de la cultura cristiana, por medio de la
imprenta, que importa de Europa para poner en marcha la editorial Lumen
Christi. Masificación del mensaje cristiano, a través de la prensa, la radio y
los recursos cinematográficos, que materializa en la programación de
múltiples espacios radiales y la creación de la empresa Culka film.
Reorientación del sentido de la vida consagrada, por la transformación del
conventualismo tradicional, en una vida, intensamente pastoral y
profundamente contemplativa, que plasma en la comunidad de las
Deificadoras.

El comienzo del desprecio

Porque en los años 30 y los 40, si exceptúa la capacidad de


resentimiento, mentira y bobería, todo en Colombia, fue pequeño, la lucha
contra el Arzobispo González Arbeláez, mezquina de toda mezquindad,
hasta llegar a la ridiculez, se materializó en atávicas malquerencias
regionales, activismos masónicos, intriguillas eclesiásticas, fisgoneos de
beaterio, envidias curiales, chismorreos clericales en los círculos del poder
político, magnificación de nimiedades y agravios de periodistas sectarios.

El II Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en Medellín, en


Agosto de 1935, refiriéndose al cual, Alberto Lleras dijo ante el Senado
que "el gobierno preferiría cien veces, después de la experiencia de 1935,
dar su apoyo al congreso obrero - promovido por el Frente Popular -- y no
a uno nuevo eucarístico.", fue la chispa que encendió la hoguera en que
habría de realizarse la vocación martirial, la purificación espiritual y la
liberación mística de monseñor González.

A falta de razones sólidas para atacar al Arzobispo Coadjutor, los


clérigos bogotanos, los funcionarios del gobierno y los representantes a los
cuerpos colegiados de todos los niveles, echaron mano de la decisión del
427

arzobispo González, de llevar en avión, las formas eucarísticas de Bogotá


a Medellín, como signo de unidad eclesial, para armar la marimorena.

Los escandalizados correvediles catedralicios acudieron al gobierno


para que impidiera la "profanación" eucarística; en vista de que no
obtenían pronta respuesta gubernamental, recurrieron a la Santa Sede para
que se opusiera al "sacrilegio"; utilizando mañosamente la coyuntura, el
presidente Alfonso López cablegrafió a la legación colombiana ante la
Santa Sede, urgiendo pronta respuesta; la legación estatal cablegrafió,
informando, sin documento alguno que respaldara su comunicación, que la
Santa Sede no podía conceder tal licencia; el gobierno transmitió a
monseñor Luis Concha Córdoba, vicario general de Bogotá, y opositor
acérrimo del arzobispo González, la información recibida; los funcionarios
curiales y estatales propalaron a los cuatro vientos que El Vaticano había
prohibido la realización del viaje; el ministro Echandía, a instancias del
representante Rodrigo Peñaranda Arenas, afirmó y reafirmó ante los
Representantes la prohibición romana al proyectado viaje del obispo; el
presidente de la República, maestro en las ambigüedades del secularismo
agnóstico, por mano de su esposa doña María Michelsen, hizo adornar un
vehículo para el viaje del prelado al aeropuerto; el Arzobispo González, se
negó a utilizar el coche que enviaba la primera dama; en vista del
desprecio recibido del arzobispo coadjutor y de la iracundia del alto clero
bogotano contra aquél, el presidente López, no quiso asistir ni hacerse
representar en los actos del Congreso Eucarístico.

El 18 de Agosto de 1935, víspera de la clausura del Congreso


Eucarístico, el Concejo Municipal de Bogotá, con una total carencia de
sentido político, y, según decires públicos nunca confirmados (porque el
talante del régimen se caracterizó por la ambigüedad), siguiendo
instigaciones del doctor Darío Echandía, aprobó una proposición, dirigida
al "Ilustrísimo Señor Arzobispo Presidente del II Congreso Eucarístico
Nacional", que era precisamente monseñor González, en la cual declaraba
que "habría votado gustosísimamente una proposición de saludo a los
directores del movimiento religioso que ha culminado en Medellín, con la
celebración del Congreso Eucarístico, siempre y cuando que los altos
prelados colombianos que orientan las actividades de la Iglesia Romana
entre nosotros hubieran hecho alguna manifestación en el sentido de
428

definir los siguientes problemas que se relacionan con el actual momento


histórico del país:

I. Reforma del Concordato sobre la base de equiparar, cuando


menos, la soberanía espiritual de la Iglesia y del Estado.

II. Establecimiento de la educación laica, gratuita y obligatoria.

III. Adopción del divorcio vincular.

IV. Reconocimiento exclusivo de las autoridades colombianas en


materias jurisdiccionales relativas al estado civil de las personas.

V. Supresión de las misiones catequizadoras de carácter


eclesiástico."

En el acto de clausura del Congreso, los obispos, por boca del


presidente de la Conferencia Episcopal, respondieron ásperamente a los
concejales bogotanos: "No nos hace falta ni aceptamos un tal saludo
comprado con la prevaricación y el envilecimiento. Somos obispos
católicos defensores de la Fe que ha hecho vivir y ha engrandecido a
Colombia. Tomen nota los miembros del Consejo Municipal de Bogotá
que aprobaron esa infamia, que de manera rotunda, definitiva, inflexible,
rechazamos esa proposición artera, villana, insolente, que llega a nuestras
manos en momentos en que se lee el mensaje del episcopado colombiano
al pueblo ardiente de amor por la Eucaristía y que acaba de jurar ante el
Templete Eucarístico, actualmente convertido en corazón y alma de
Colombia, adoración, fidelidad a Dios, y amor a la Iglesia y al Romano
Pontífice, a trueque del sacrificio de la paz, la sangre y la vida."

Luego de leído el comunicado del episcopado, monseñor González


clausuró el Congreso con un discurso que constituía una proclama de
combate en defensa de los fueros eclesiásticos: "Oigan los señores de la
rama verde, que pretenden destruir la paz religiosa de la república, y de
quienes hemos recibido el zapatazo de la insolencia, estamos resueltos a
luchar y a morir. Pero, óiganlo bien: a triunfar". (8)
429

Posteriormente, sin medias tintas, monseñor González calificó de


"mendaz" al ministro Darío Echandía, que en el Senado de la República, el
20 de Agosto de 1935, al mantener su informe de que el arzobispo
González había desobedecido a las autoridades vaticanas, al trasladar las
formas eucarísticas a Medellín, preguntaba a los congresistas, con ese
cinismo, entre impávido y beato, tan típicamente suyo, qué podría
esperarse, "en cosas menores y transitorias", de un obispo que había sido
capaz de desobedecer las directivas pontificias en lo referente al misterio
de la Eucaristía.

Al comunicado de los ediles y a la réplica episcopal, siguió


inmediatamente una catarata incontenible de agravios y desagravios,
rechazos y solidaridades, ataques y defensas, rechazos y adhesiones al
gobierno de López, por una parte, y a la jerarquía eclesiástica, por otra, en
los que sincera, emocional y fugazmente participó el país entero: La
prensa íntegra, los jefes y directorios políticos, los ediles municipales, los
sindicatos, los gremios, los grupos masónicos, las damas aristocráticas, los
obreros y los campesinos rasos.

En el núcleo de la mentira

El 18 de Marzo de 1936, luego de un inmenso plebiscito en su favor,


los obispos emitieron una carta pastoral, en la que atacaban las reformas
constitucionales propuestas, rechazaban el hostigamiento pertinaz del
liberalismo a la Iglesia y proclamaban no estar solos en la lucha por la
defensa de la Iglesia.

Al día siguiente, el partido conservador, emitió un comunicado en


contra de la reforma constitucional, plenamente coincidente con la pastoral
de los obispos, cuyas ideas, el periódico El Tiempo, atribuyó de inmediato
a monseñor González.

Sintiéndose retado por los obispos y por los políticos que los
apoyaban, el presidente López decidió prolongar las sesiones del Congreso
de la República, con el fin de aprobar, en primer debate, la reforma
constitucional, tal como en efecto se hizo, el 5 de Agosto de 1936.
430

El 14 de Octubre del mismo año, El Vaticano envió una nota de


protesta al gobierno, por considerar la reforma constitucional lesiva de los
acuerdos concordatarios y de los derechos de la Iglesia.

Desde entonces, la crisis entre Iglesia y gobierno por asuntos de


reforma constitucional, se convirtió en una persecución artera y
permanente contra el arzobispo González.

Los liberales radicales, instigaban contra él, en el Congreso de la


República; los conservadores integristas, despertaban sospechas en su
contra, en los conciliábulos políticos y clericales; las sectas masónicas en
trance de exaltación anticlerical, lo desacreditaban solapadamente; los
laicistas de nuevo cuño lo tildaban de fascista por su trabajo directivo en la
Acción Católica; los columnistas de la gran prensa liberal capitalina, lo
criticaban denigrante y burlescamente; el "alto clero" de la arquidiócesis
primada, aristocráticamente cortijero, hacía oposición solapada al primado
de un provinciano arzobispo antioqueño.

Los órganos oficiales y oficiosos del poder liberal, en trance de


indiferentismo agnóstico, protestantización anglosajona, masonería
secularizante y agnosticismo modernista, veían en el arzobispo González
un rival temible al que era preciso combatir, ya que por la fuerza de su
palabra, la claridad de sus propósitos, la limpieza de su vida, la tenacidad
de su trabajo y la eficacia de su acción, aparecía como un rival capaz de
arrebatar al liberalismo las banderas de la promoción popular, la justicia
social y la modernización de la vida nacional.

El periódico El Espectador informaba que los liberales estaban


"alarmados por la propaganda de la Acción Católica colombiana, dirigida
por Monseñor González."; los senadores liberales clamaban, en 1,937, por
la organización de un sindicalismo independiente "para contrarrestar los
sindicatos organizados por Monseñor González. ... "; un comunicado de la
logia Estrella del Tequendama # 4, de Enero de 1.938, invitaba "...a todos
los cuerpos masónicos del país a organizar una campaña sostenida y tenaz
contra el fascismo internacional... el Arzobispo González Arbeláez,
creador de los grupos facciosos y subversivos denominados "Sindicatos de
Acción Católica" .Carlos Saúl Hernández. Visto por Nos., Carlos Castro
Morillo."
431

Desde su óptica simplificadora, pero innegablemente realista, el


obispo Miguel Ángel Builes, en su carta pastoral de 1943, resume así los
hechos: "El mismo episcopado colombiano fue gravísimamente injuriado
por el cabildo municipal de Bogotá; y, habiendo salido en su defensa el
Excelentísimo Señor Juan Manuel González, en el acto final del Congreso
Eucarístico de 1935, celebrado en Medellín, la masonería juró su
eliminación por el destierro o por la muerte, sentencia que el mismo
dignísimo prelado firmó al defender los derechos de Cristo, defendiendo la
jerarquía de su patria... Más tarde los representantes de la masonería, en
las sesiones de la cámara de 1937, pidieron la aniquilación de la acción
católica e injuriaron, sin medida y sin reserva, al mismo excelentísimo
señor González, asistente nacional."

En la sima del anonadamiento

Ya en la plenitud de su madurez, absolutamente solo en una


república de oropeles y legalismos y en una Iglesia de tradicionalismos,
códigos y ortodoxias, monseñor González clarificó la imposibilidad de ser
simultáneamente fiel a los intereses seculares y a la pobreza evangélica, a
la justificación del poder establecido y a la defensa de la verdad
trascendente, al mantenimiento del sistema y a la renovación cristiana de
la sociedad, a la avidez de poder y a la libertad del espíritu, en el amor.

La creciente pérdida de apoyo popular al gobierno López durante la


etapa final de su primera administración, y los tres años de la segunda; el
integrismo doctrinal de los obispos, que ante el hostigamiento del poder
secular, se dieron a hacer ostentación de su poder sacral, condenando, a
diestra y siniestra, partidos políticos, organizaciones sindicales, periódicos
y revistas, universidades, colegios, y profesores, modas femeninas y obras
de arte; el desmesurado crecimiento de la violencia partidista, todo ello,
propiciado para utilidad propia, por caudillos y caudillejos de los dos
partidos y fomentado por intriguillas de politiqueros, artería de masones,
avidez de terratenientes, agresividad de párrocos exasperados, exaltación
de feligreses fanáticos, falta de sentido crítico de periodistas obtusos,
condujo a la involución de los problemas políticos y eclesiásticos, que
confundidos en uno solo, como en los peores tiempos del cesaropapismo
432

medioeval, generó la identificación de la crisis Iglesia - gobierno con la


barbarie del enfrentamiento partidista entre liberales y conservadores.

Dentro de esta situación caótica y lastimosa, la discusión de la


reforma concordataria, durante la segunda administración López, encendió
aún más la hoguera de menosprecios, agravios, acusaciones, calumnias,
suspicacias y abandonos incontables, en que monseñor González se
consumiría como "víctima propiciatoria".

La reforma concordataria propuesta, era obvia, casi inocua, y en


algunos aspectos, como la desaparición de la ley que obligaba a los
católicos a la apostasía para poder contraer matrimonio civil, urgentemente
necesaria.

La mayoría de las reformas propuestas eran elementales y claras:


Libertad de cultos, fiscalización estatal de los recursos económicos
destinados a las obras de bien común; dirección estatal de la educación;
gravamen de seminarios, palacios episcopales y casas curales; propiedad
estatal de los cementerios, registro civil de actas de nacimiento, y alguna
nonería más.

La causa real de la perturbación de la paz nacional y del destierro de


monseñor González Arbeláez, no fue la reforma concordataria en sí
misma, sino el espíritu ruin con que se juzgó a la Iglesia y la mezquindad
con que se desconocieron sus valores y realizaciones. Así, por ejemplo, el
trabajo educativo en los territorios nacionales, generosamente asumido por
misioneros extranjeros, que con valor y desprendimiento increíbles
realizaron una tarea que los colombianos se negaban a llevar a cabo, dadas
sus enormes dificultades y los pocos réditos que ofrecía, fue descalificado,
sin más, por los políticos gobiernistas y el Estado mismo, como un simple
y mezquino adoctrinamiento clerical.

Para combatir la propuesta mentirosa de libertad democrática, que


era apenas el rebozo de un desueto anticlericalismo decimonónico, los
obispos Juan Manuel González y Miguel Ángel Builes se enfrentaron al
anticlericalismo liberal, agazapado detrás del reformismo concordatario, y
encabezaron la oposición a la reforma, no por la reforma misma sino por la
voluntad de malquerencia eclesiástica que la constituía.
433

Fue en esos días cuando el monstruo tricéfalo liberalismo-


conservatismo-elite clerical, acaudillado por López, Gómez y los
monseñores bogotanos, consumó la destrucción de la obra de monseñor
Juan Manuel González, que vivió, entonces, el drama de su vida: La
frustración de su carrera político-eclesiástica, en el marco de la mentira
social colombiana, y la liberación de la mentira social, en la vivencia
profunda de la autenticidad evangélica.

Alfonso López Pumarejo, que jamás olvidó nada ni perdonó a nadie,


resentido por el distanciamiento del obispo coadjutor de su mesa familiar,
su negativa a usar el coche presidencial para viajar al aeropuerto y su
decisión irreversible de negarse a los diálogos políticamente calculados,
que repetidamente le propusieron los emisarios del presidente; y los
caudillos liberales, temerosos del ascendiente popular del obispo, en quien
veían el líder capaz de arrebatarles las banderas de la justicia social y de la
organización sindical, fue señalado como víctima del enfrentamiento entre
el poder eclesiástico y el poder civil.

Laureano Gómez, y sus acólitos, los conservadores teocráticos e


integristas, exaltados y agresivos, entendieron el rechazo sistemático de
monseñor González a la violencia verbal, a la participación de la jerarquía
eclesiástica en asuntos de tipo partidista, y a la intromisión de los caudillos
políticos en materias morales y teológicas, como perniciosa medianía
liberal ríonegrera.

El arzobispo primado, monseñor Ismael Perdomo, que se


identificaba totalmente con los criterios teológicos, el diagnóstico de la
situación nacional y la oposición de monseñor González a la reforma
concordataria, obrando de manera torpe y falta de firmeza, maltrató
inconsiderada e injustamente a su arzobispo coadjutor: Para satisfacer
malquerencias curiales y apaciguar animadversiones políticas, al viajar a
Europa, en 1.936, encargó de la dirección de la arquidiócesis a uno de los
prebendados bogotanos, dejando de lado, contra toda equidad y todo
derecho, a monseñor González Arbeláez, que para evitar maledicencias, se
retiró a la finca del señor Aurelio Ramos, en el municipio de Albán. En
gesto silencioso y claramente significativo, propuso el nombre de su
vicario general, Luis Concha Córdoba, adversario manifiesto del obispo
434

González, para sucederle en la diócesis de Manizales. En acatamiento de


directrices romanas, resultó presidiendo el grupo de prelados que
apoyaban la reforma del Concordato, la mayoría de ellos malquerientes
desembozados de monseñor González.

Los obispos nacionales, tan hoscos como honestos, y el puñado de


vicarios y prefectos apostólicos extranjeros, tan abnegados como
desconocedores del alma nacional, fueron incapaces de solidarizarse, para
resolver, unidos en torno a la lucha del obispo González, los difíciles
problemas que afrontaba la Iglesia.

Los jerarcas surgidos de las élites capitalinas, teológicamente


distanciados de la mayoría episcopal y antigonzalistas acérrimos,
cimentados en una eclesiología "moderna" y en procura de intereses
político-eclesiales nunca confesados abiertamente, apoyaron la reforma
constitucional. Los obispos ancianos, maltratados y escarmentados, y una
buena parte de los obispos extranjeros, desinteresados o faltos de claridad
sobre el asunto, permanecieron al margen del conflicto.

En una demostración de pequeñez espiritual, que a pesar de los


años, aterra todavía, la aristocracia clerical capitalina, presidida por el hijo
del expresidente Concha y por monseñor Castro Silva, rector del colegio
del Rosario, despreció a González Arbeláez como jerarca aldeano,
ambicioso e intrigante, a la caza de la Sede primada; el clero de extracción
liberal, lo rechazó como conservador retrógrado, y el clero de raigambre
conservadora, lo miró como a liberal taimado y colaborador indirecto del
régimen rojo, al sembrar la discordia.

Los nuncios papales, monseñores Giobbe y Serena, y los


acartonados funcionarios de la Nunciatura Apostólica, perdidos en el
maremagnum de la malicia indígena latinoamericana, no entendían lo que
estaba sucediendo, mientras astutos funcionarios del gobierno, políticos
hipócritas y clérigos vivarachos los utilizaban para salirse con las suyas,
haciéndoles ver en el obispo coadjutor a un cismático, peligrosamente
incrustado en el corazón de la Iglesia colombiana.

En carta del 23 de junio de 1.942, al nuncio apostólico Carlos


Serena, en la que se transluce su resentimiento por la pérdida conservadora
435

del poder, el doctor Laureano Gómez, siempre lúcido en el


desenmascaramiento de las hipocresías, denuncia la desastrosa actuación
de los diplomáticos de la Nunciatura: "Todo el retraso religioso de esta
católica nación y todo lo que se ha tenido que padecer en sangre vertida,
está unido, con relación de causalidad, al nombre del Excelentísimo Señor
Nuncio Giobbe, antecesor de Vuestra Excelencia, cuya intervención
determinó los sucesos de 1.930.

Ahora vemos que esta nación que ha sido y continúa siendo católica,
es manejada como si fuera de mayoría protestante o pagana, donde se
aplicarían transacciones y sometimientos frente a unas realidades hostiles."

La embajada de Colombia ante el Vaticano, sagazmente


encomendada al doctor Darío Echandía, erudito en intríngulis de derecho
romano, teología católica e historia eclesiástica, habilísimo manejador de
los hilos de la telaraña política, y simpatizante, sino adherente o miembro
pleno de las logias masónicas, fue mañosamente utilizada por el gobierno,
para el logro de su objetivo: la expatriación de monseñor González

En contra del extremismo eclesialista del arzobispo González,


absolutamente inaceptable por su total carencia de realismo político, que
como medio de desenmascaramiento de la hipocresía de los políticos que
se decían afectos a la Iglesia, proponía la aprobación parlamentaria de una
reforma concordataria íntegramente diseñada por el Papa: "...Una sola
propuesta, que estoy cierto, cualquiera de ustedes formularía al
adversario, demostraría palmariamente el fondo secreto de todos los
contendores: ¿Aceptarían el gobierno, se diciente católico, y sus
acuciosos defensores, que con mordiente celo predican la adhesión al
Papa en este proyecto de ley, y para mostrar la sinceridad y el buen
espíritu que los anima, que el Papa sirviera y redactara a su propio
albedrío y talento el Concordato, que fuera después presentado a la
Cámaras para que pasara sin discusión? (Carta del 25 de Octubre de
1.942, a Laureano Gómez y Uribe Misas) (9), la discusión de la reforma
concordataria se llevó a cabo entre funcionarios de El Vaticano y
delegados del gobierno colombiano, como una cuestión puramente estatal,
en la que los obispos nacionales no tuvieron prácticamente ninguna
participación.
436

Por avatares de guerra mundial, que absorbían el tiempo del Papa, y


por triquiñuelas de embajada, que dificultaba toda actividad episcopal ante
la Santa Sede, a los obispos colombianos les resultaba prácticamente
imposible acceder al Papa Pío XII, quien a través de los informes etéreos
de los obispos Maglione y Montini, sus secretarios de Estado, apenas
conocía verdades a medias o deformadas del todo, sobre la situación
colombiana.

Tardíamente, después de que durante años, día por día, hecho por
hecho, la reforma del Concordato había sido decidida de espaldas al
episcopado colombiano, y la información sobre el obispo Juan Manuel
González había sido manipulada para conseguir su aniquilación política,
social y eclesiástica, vino el Papa a saber algo preciso y coherente sobre la
situación de la Iglesia colombiana y el arzobispo González cuando, gracias
a la influencia del padre Bea, general de los jesuitas, logró llegar hasta él
el recién consagrado obispo auxiliar de Tunja, monseñor Ángel María
Ocampo.

El 13 de febrero de 1941, monseñor González renunció a la coadjutoría


de la arquidiócesis primada. Ante el silencio de la Santa Sede, el 6 de junio
siguiente, insistió en la renuncia, que, por fin, en Febrero de 1.942, no sin
conminarlo al silencio, aceptaron las autoridades vaticanas: "Se me ha
exigido guardar silencio (al menos públicamente) en todo lo relacionado con
el asunto del Concordato.

En los momentos actuales, para el amigo que esto escribe, la más


crucificante de todas las obediencias es la del silencio. Ojalá que ella tenga
valor propiciatorio ante Dios", (Carta del 25 de Octubre de 1942, a Laureano
Gómez y Alfonso Uribe Misas).(10)

Designado arzobispo de Popayán, el 20 de junio de 1942, aceptó el


nombramiento, con simplicidad de fe e "íntimo agrado", según lo manifiesta
al nuncio Carlos Serena, en carta del 5 de julio siguiente: "Lo he recibido <el
nombramiento> con veneración y acatamiento y con íntimo agrado de mi
alma; partiré hoy mismo a tomar unos días de retiro espiritual, para pedir al
Señor gracias y bendiciones de todo género, para los nuevos hijos que el
cielo me señala, y enseguida tomaré posesión del alto cargo.", y se despide
de los feligreses bogotanos con un desprendimiento absoluto que patentiza su
437

llegada a la verdad esencial, después de tan larga y tan áspera lucha: "Las
almas son vencedoras del espacio y del tiempo; apenas cambiaré de surco,
pero la semilla es la misma. Serviré con vosotros al mismo Señor, porque
Dios no muere, Dios no cambia, Dios no abdica". (11)

Los monseñores de la alta curia capitalina (los De Brigard, Díaz,


Castros, Leones, Marroquines, Murcias, Riaños, Trianas y Angaritas), en
documento típico de la hipocresía santafereña, se quejan de la pena que les
causa la partida del maltratado y degradado obispo coadjutor, a quien nunca
amaron ni apreciaron, y cuya partida, al menos buena parte de ellos, había
ayudado a tramar: "Motivo de pena y profundo sentimiento ha sido para
nosotros el conocimiento de vuestra próxima separación de la Arquidiócesis,
en cumplimiento de la voluntad del Sumo Pontífice, quien ha tenido a bien
poner bajo vuestra solicitud de pastor una de las arquidiócesis más
importantes del país".

Los enemigos políticos del arzobispo, celebran pública y


regocijadamente la partida del prelado. Luis Eduardo Nieto Caballero, masón
grado 33, clama, sarcásticamente, por el envío del prelado a la diócesis paisa
y puebleña de Jericó, para que como herido maltrecho, encontrase en su
camino un samaritano caritativo. El Tiempo, de los Santos o los santos de El
Tiempo, que todello es uno y lo mismo, proclamaban por boca de Calibán:
"Sucesor de obispos santos, sabios y prudentes, como los Mosquera, los
Herrera, los Arbeláez, el inquieto Monseñor González Arbeláez? No podía
ser, no y no". (12)

Los señorones del poder político, cuidándose bien de poner a salvo de


toda responsabilidad al partido gobernante y de hacer recaer íntegramente en
la Iglesia las responsabilidad de las decisiones que se han de tomar,
emprenden la campaña para lograr la expatriación del prelado antioqueño,
cuyo incesante reclamo de moralidad pública y cuya infatigable trabajo de
promoción de la justicia social cristiana, quieren extirpar de raíz.

Gracias a la hábil manipulación de personajes e instituciones


eclesiásticos, nacionales y extranjeros, las fuerzas político-clericales adversas
al arzobispo, lograron que El Vaticano mirara el enfrentamiento entre el
partido de gobierno, sus opositores políticos y el ahora arzobispo de
Popayán, como un problema netamente eclesial, que socavaba los
438

fundamentos dogmáticos de la fe cristiana y generaba amenazas de


incalculable gravedad para la unidad de doctrina y acción de la Iglesia
colombiana.

Durante los años de conflicto entre Iglesia y Estado, liberalismo y


conservatismo, reflejado en el enfrentamiento entre el episcopado y el
gobierno, las religiosas Deificadoras, dirigidas por la hermana Ana
Atehortúa, irrestricta admiradora de Laureano Gómez, desde sus días de hábil
negociante al por menor, en Medellín, fueron señaladas casi como una horda
de malhechoras practicantes de rituales erótico-patológicos comunitarios;
manipuladoras, so pretexto de ilustraciones místicas, del cándido obispo
fundador; conspiradoras, títeres del doctor Laureano Gómez y del arzobispo
González, contra el gobierno de Alfonso López Pumarejo.

Movilizando arteramente ambiciones de poder, celos teológicos,


antipatías regionales e intriguillas de sacristía, el poder político logró que los
eclesiásticos malquerientes del arzobispo González manipularan, en
provecho de los intereses antigonzalistas del partido gobernante, la crisis de
dirección que afrontaban las religiosas Deificadoras, criticadas y rechazadas,
desde su fundación, por laicistas antieclesiales de izquierda e integristas
católicos de derecha, escandalizados de la novedad de su forma de vida y
acción.

Presa de esta urdimbre de cálculo y mentira; una vez más,


desconcertado y desorientado; tratando, vanamente, de satisfacer los intereses
del poder estatal, disfrazados de piadosas demandas eclesiásticas; incapaz de
entender las consecuencias que acarrearía la práctica inquisitorial que se le
proponía, el incauto y bonachón arzobispo Primado, Ismael Perdomo, ordenó
a los monseñores bogotanos Fidel León Triana y Luis Andrade Valderrama,
que investigaran a las Deificadoras, cuya casa generalicia estaba en Bogotá.
Terminada la ligera y sesgada inquisición, se pidió a Roma el nombramiento
de un visitador apostólico, que era lo que buscaban los enemigos del
arzobispo González.

Dueño de un rigor inquisitorial digno de los peores días del


encarcelamiento de su cofrade san Juan de la Cruz, fray Máximo de san José,
carmelita español, designado para el efecto, oyó a las religiosas; se negó a
escuchar, o le ordenaron no hacerlo, al obispo fundador, e informó a la
439

Congregación de Religiosos que por la salud de la Iglesia colombiana debía


procederse a la disolución de la comunidad, cuyas formadoras, no obstante
las denuncias de morbosidad psicológica, mentira sistemática, falso
ascetismo y sedición contra los poderes públicos, podían ser autorizadas a
ingresar a otras comunidades religiosas, como, salvo contadas excepciones,
vino a suceder, con constancia invencible y piedad admirable.

El 31 de junio de 1943, sin una palabra de reproche o de queja,


monseñor González informó a la comunidad las decisiones romanas; viajó a
Medellín para entrevistarse con el nuncio Carlos Serena; se despidió de su
anciana madre, casi agonizante; organizó los asuntos pendientes en la
arquidiócesis de Popayán, y, por el sur, para detenerse a orar en el santuario
de Nuestra Señora de Las Lajas, el 28 de Diciembre de 1943, partió
silenciosamente a Roma, donde esperaba, encontrar, lleno de fe en la
institucionalidad eclesial, la compresión integral de sus problemas, actitudes
y acciones.

Sin que hasta hoy haya sido posible saber a ciencia cierta si el Papa Pío
XII se negó absolutamente a escucharlo, o lo calificó de desobediente a las
directrices pontificias, o le reprochó severamente por acusar a la Santa Sede
de perseguidora de los obispos opuestos a la reforma concordataria, o le
ordenó no regresar jamás a su patria, o lo alentó para que como obispo fiel en
la prueba esperara mejores días, lo cierto es que los poderes vaticanos, en los
que había confiado con fe perfecta, tampoco fueron para él fuente de
comprensión y de consuelo.

El 1 de febrero de 1944, la Santa Sede le aceptó la renuncia, que le


había exigido, al arzobispado de Popayán, y lo nombró obispo titular de la
extinta diócesis de Oxirincos, en Egipto.

Sin una peseta de subsidio para sus años de exilio y vejez, en


septiembre de 1944, estableció su residencia en la casa de los agustinos, en
Madrid.

Lo demás, fue un dolorosísimo éxodo purificador de veinte años de


silencio, llanto y perdón, vividos en la predicación, la bendición y la oración,
en una soledad sin límites, de la que dijo a los obispos colombianos, al
440

agradecerles el homenaje que le ofrecieron en sus bodas de oro sacerdotales,


en 1965: Vivo siempre solo, no he tenido más compañía que la soledad.

Cada vez más anonadado en el total deshacerse de sus poderes y


honores principescos, el palidecer de su brillantísima imagen episcopal, el
frustrarse de su vertiginosa y ascendente carrera eclesiástica, el truncarse de
sus numerosas y promisorias empresas apostólicas y pastorales en la iglesia
colombiana, se fue convirtiendo en una pura nada en el misterio de Dios,
hasta morir de cáncer óseo, transido de dolores, en Roma, el 4 de enero de
1966.

El universo interior del Arzobispo González Arbeláez

A partir de las categorías de poder, ambición, figuración y falsedad, los


malquerientes y enemigos de Monseñor González Arbeláez, hicieron una
lectura maliciosa y deformadora de la existencia del arzobispo antioqueño, a
quien presentan como pastor inauténtico, asociado a un puñado de damas
torpes y falsamente pías, para atentar contra el legítimo poder
gubernamental; que gracias a la justa y oportuna acción de las autoridades
vaticanas, siempre acertadas "en el escogimiento del Episcopado
Colombiano" fue extrañado del país, incapacitado para toda participación
protagónica en la historia nacional y reducido a la nada.

Por contraste, a partir de las categorías evangélicas y de la lógica viva


y aparentemente absurda del Evangelio, que son las que realmente
estructuran la vida y el ministerio del prelado antioqueño, es posible hacer
una lectura integral de su personalidad y reconstruir su proceso de liberación
de la mentira social, política y eclesiástica del mundo latinoamericano, que
como parte de la negación ascética de toda apariencia vana, le permitió llegar
a vivir la Pura Nada positiva de la intimidad con Dios.

Tratándose de la existencia de Monseñor González Arbeláez,


ingénitamente cándido, pero tan cauto y prudente en sus actividades públicas
y en sus pronunciamientos episcopales y tan inmensamente misericordioso y
absolutamente hermético en lo referente a su lucha episcopal, la cuestión es
dónde encontrar información confiable, válida y suficiente, para desentrañar
441

sus concepción del mundo, su escala de valores, su sentido de la existencia y


la finalidad de su lucha.

Ese vehículo testimonial y expresivo de sus experiencias más


profundas, fundamentales e íntimas, tal como él mismo lo expuso en su
poema de 1.941, Por qué versos, lo constituyen sus poesías.

Para el arzobispo González, el verso es lenguaje en que exprime los


secretos de su alma:

...el verso es la rosa


Que en sus pétalos guarda
Un perfume que exprime
El secreto de mi alma...

La estrofa, instrumento en que capta los dones del cielo:

...tenue, la estrofa
Es el arpa, es la flauta,
Es la cítara de oro
En que el cielo se capta,
En que Dios sus bellezas,
Con largueza, regala

La poesía es idioma en que dialoga íntimamente con Dios:

...el verso es idioma


En que el Todo y la nada,
La palabra divina,
Mil coloquios, y el alma,
En silencio se dicen
Y, en hablándose, callan.

La forma poética, joyero en que guarda la esencia infinita y sagrada de


Dios:

...una estrofa, en sus gasas,


Guarda toda la esencia
442

Infinita y sagrada
Del Dios sumo y augusto...

Por qué versos pag 76

Fina, artística, delicada, jaspeada de durezas léxicas, que expresan la


rudeza de su alma antioqueña y el rigor de su carácter y de su ascetismo
castellanamente enraizado, auténtica confesión de sus valores, búsquedas,
luchas, sufrimientos y experiencias cristianas, el análisis de su poesía, nos
permite reconstruir la visión del mundo, la personalidad inmensa y el espíritu
magnánimo que animó la vida y la lucha de monseñor González.

La cosmovisión gonzaliana

La cosmovisión del arzobispo González Arbeláez, es netamente


místico-religiosa: Para él Dios y el Universo constituyen unidad indisoluble.

El mundo es imagen viva de Dios:

....Cielo y tierra,
Ríos y mares,
Roca y verdor,
Nieves heladas,

Quemante estío,
Aves y plantas,
Frío y calor,
Oh chispa viva,
Huella veloz,
Todo, Dios mío,
Es el trasunto,
La imagen sacra

De tu hermosura
Sin par, sin lindes;
Son los reflejos
De tu esplendor.
443

Vengo a Decirte. pag 52

Oh fuentecilla pura!
Oh auras regaladas!
Oh cielo limpio, abierto!
Oh soledad callada!
Oh chispeantes flores!
formáis un tal concierto,
que la imagen de Dios,
cuando os miro arrobado,
me hiere al descubierto!

Como el ave que canta. pag 133

El universo es himno de amor a Dios, cuya belleza infinita arde en


todo y en todo se trasunta:

......Señor...
Tras cada piedra escucho
- Su corazón vuelto arpa -
El himno de tu amor.

Nada hay que no se bello


Si lo ve el corazón.
Todo es manto de llamas
En que arde la belleza
Infinita de Dios.

Todo tiene alma, ya que los seres son el reflejo de la vida, la belleza y
la acción de Dios:

Nada hay que no sea bello


Si lo ve el corazón.
Todo es manto de llamas
En que arde la belleza
Infinita de Dios.
444

Todo tiene alma


Si se mira al claror
Que en los seres refleja
Esa vida secreta
Que es la mano de Dios.

Collaudantes. pag 78

En la comunión con los seres, transparencia y huella de la Divinidad,


es posible vivir la comunión con Dios:

Todo es tu transparencia

Oh! Las cosas son gotas


En que te me filtras,
En sus venas borbotas;

Esa es la miel que todo


Destila; esa la huella
Que en su frente, por Ti
Rubricada destella:
Los mundos son grumos
Amasados por ella
- La mano del amor -
Con pedazos de estrella

Al través de las cosas. pag 25

Escondido en las cosas,


Yo te adoro a porfía.
Y en tu vida, la mía
Viva y muera de amor.

Invisibilia enim Ipsius. pag 57

Que yo encarne mi alma


Y les dé corazón
De ternura y encantos.,
445

Y que viva en las cosas


Escondido con Dios.

Collaudantes. pag 78

Aún en las más pequeñas manifestaciones de la vida, una gota de agua


o una roca del páramo, es posible leer el misterio de Dios:

Que penetren las cosas,


Que en su seno te busquen,
Vayan al corazón,
Verán que allí te escondes,
Que allí Tú te revelas,
Dios de la creación.

Efusión. pag 135

No mensures lo inmenso
Do el misterio se esconde......

Tengo todo, y aún más,


Formo parte de un orden,
Pues soy nota preciosa
De la gama del orbe.
Soy parcela de un Dios,
Como el ángel o el hombre.

La Roca del Páramo. pag 61

Medite yo, oh Dios mío,


Oh grandeza no igualada,
Los secretos infinitos
Que guarda una gota de agua.

Fuentecilla. pag 79

Dios, todo luz y amor, no tiene misterios. El enigma radica en el


corazón del hombre que piensa sin corazón y sin fe:
446

No hay misterios en Ti,


Dios todo luz y caridad inmensa!
El misterio está en mí.
Cuando uno piensa
le basta un corazón, una fe intensa.

Acción de Gracias un María. pag 27

Por la manifestación histórica de la Divinidad, encarnada en Jesús,


todo es Dios y Dios es todo, de una manera nueva:

Jesús mío, eres todo


En la flor y la piedra,
En el aire y la hiedra,
En el monte y el mar.

Porque todo es pedazo


De tu sacra grandeza,
De tu dulce pureza,
Tu ideal perfección.

Invisibilia enim Ipsius. pag 57

Jesús! cuán bueno eres,


Todo lleva en su frente
De tu huella el candor.
En las cosas se muestran,
Como en vasos sagrados,
Briznas santas de Dios!

Efusión. pag 135

La manifestación de Dios en Cristo, hace del universo una realidad


sagrada, y de la existencia del hombre una permanente liturgia:

Yo digo en todo Misa.


Jesús todo lo abraza.
447

El mundo es, simplemente,


mirándolo por dentro,
sagrario, templo, altar.

Paisaje de Nuestra Señora de la Victoria. pag 118

La axiología de González Arbeláez

Desde su cosmovisión teocéntrica y sus vivencias ascético-místicas


cristianas, el arzobispo antioqueño estructura su existencia y su acción en
torno al hecho de la encarnación de Cristo que, en cuanto Dios anonadado en
carne humana, patentiza la presencia del Infinito en la fugacidad espacio-
temporal del devenir y reconcilia en sí la antítesis mundanidad - eternidad.

Jesús recién nacido, es síntesis de todas las antítesis:

...un capullito fresco


.................................
Y sus pétalos son siglos
De inmutable eternidad.

Ni una palabra balbuce,


Y es sabiduría abismal,
El pensamiento del Padre,
su Palabra sustancial.

Es un niño primoroso,
Pero es del Dios inmortal...

Es tan débil, que no puede


Su cabecita menear,
Y rige su cetro mundos
Con su poder imperial.

Tan pobrecito que no tiene


En donde se reclinar,
Y está en el seno del Padre
448

Como en un trono real.

Encarnarse fue el abismo


Que anonadó su deidad,
Y es aun todo allá en el cielo
Y todo el hombre mortal.

Contraste. pag 73

Desde el misterio de la encarnación del Logos, se generan y


jerarquizan los valores que dan sentido a la existencia y a la acción del
arzobispo González Arbeláez.

La felicidad es la participación en el anonadamiento de Dios en el


Jesús del pesebre:

Niñito yo busco
Con cuitado afán,
Con un ansia loca,
Lo que buscan todos:
La felicidad.

El < Jesús niño> sonríe quedo...


Así empieza a hablar:

Si afanoso buscas
la felicidad,
Mira, aquí la tienes:
Infinita, inmensa,
En mi pecho está.

Felicidad. pag 84

La pobreza, es la participación en el misterio de la Cruz de Cristo,


culmen de la incorporación de Dios a la historia humana, fiesta de la epifanía
incarnatoria de Dios entre los hombres:
449

Oh cuán bello es ser pobre!


Aunque con hambre y sed estoy contento...
Es mi rico caudal, es sacramento!

Porque el pobre bien puede


Sin esquivez, sin remilgos,
Hasta tu augusta sede,
soltar su voz en vuelos
Padre, Padre bendito de los cielos!

Hermano de la nada,
Ser pobre es ser humilde y ser pequeño,
Es cortejar un hada
De misterioso ensueño,
Clavada de una cruz al duro leño.

Ser pobre. pag 21

...la fiesta
De una gran epifanía:
La pobreza.
A María. pag 120

La soledad, es lugar de la presencia viva del misterio y del mudo


diálogo místico del hombre con Dios:

...Mi alma estará sola


Cuando un sol de primavera
La acaricia allá en el fondo
Y en hablas de luz, secretas,
Y músicas encantadas,
Le dice cuanto ella quiera;
Y, cual águila caudal,
Con la soledad se goza,
Porque ella es su compañera?

Ven, pues, a mí, soledad


Que estás del que es todo llena;
450

Ven y me inunden tus aguas,


Ven a darme tus riquezas,
Ven y que oiga tus canciones
Que acompaña muda orquesta;
Ven, oh luz que nadie ve,
Dios inasible, inefable;
Ven infinita belleza!

Soledad. pag 93

El silencio, es el callar de la palabra torpe, escucha de los secretos


divinos e himno de comunión amorosa con el misterio:

.................................
Me enseñas en silencio reposado
Tus divinos secretos,
Que el silencio es sagrado,
Y es hablar del que habla enamorado.

Que calle mi palabra


Torpe y fría y de hablar desatinado!
Que mi labio no se abra,
Y, ante Ti enajenado,
Sea mi silencio el himno enamorado.

Fractio Panis. pag 107

La esperanza, es la superación de los límites de la razón, en la pura


nada del viaje hacia la contemplación del misterio:

Con ala triunfadora


De cóndor, la esperanza,
En ese mar que es cielo,
Vuela rauda y se dora
En fulgor de bonanza.

Un empuje la lleva
Más allá cada instante.
451

El no ver es semilla,
Y el no ser más la eleva
Aunque va jadeante.

Eres loca, le grita


La razón petulante,
No es discreto, repite,
Y por nada la imita
Esa fe titubeante.

Ella, empero, más hondo


Se abandona al abismo.
Ya no vuela; la lleva
A ese fondo sin fondo,
Hasta asirle en sí mismo.

Boga, boga esperanza,


Que el postrer timonazo,
Ya después de esta nada,
Cuando todo fenezca,
Te dará bienandanza.

La Esperanza. pag 130

El perdón, fusión de la criatura en Dios, por el amor, vale más que los
mundos:

Aunque fuera de mieles,


De licores de amor,
Aunque exprima placeres,
Todo el mundo no vale
Lo que vale un perdón.

Eso es cielo, eso es gloria,


Eso nadie entendió:
Que se siente ella loca
Porque Tú, al abrazarla,
Haces uno de dos. El Perdón. pag 71
452

La santidad, vivencia de la Encarnación en el anonadamiento de la


Cruz, es la expresión plena de todos los valores cristianos:

Ser santo, hilo es de luz


Colgado siempre al cielo...
Aunque lleva por dentro
Cruz de dolor.

Ser santo, es, como el agua,


Desmadejar cristales...
Aunque entre pedregales
O entre el cieno.

Ser santo, es armonía


Entre el tumulto loco....
Y aunque perdido todo,
Nada le importa.

Ser santo, es el jilguero


Que enriquece con oro
De trinos y cantares
La mañana y la noche,
Aunque sienta estar solo,
Que nadie le oye.

Ser santo, es dar al Padre,


Sangrante si El lo quiere,
En el cáliz del pecho,
Un turgente racimo
Que al molerlo le encuentre
El sabor de su Cristo.

Ser Santo. pag 89

La marianidad, es dinamismo esencial de la Encarnación, que al


constituir a María en madre de Dios y de los hombres, convierte su ser y su
453

acción en lugar privilegiado de la presencia de Cristo y del encuentro con


Dios.

Por el hecho de su indisoluble relación materna y filial, Jesús y María


constituyen unidad de misterio:

Tú y El sois en uno
Misterio de dos...

Porque El te ha guardado
En sí y El guardó
En Ti los tesoros
Del ser infinito,
Cuando se encarnó.

Ante la imagen de María la madre y su niño. pag 28


....................................

Hallar a María, es hallar a Dios mismo, que en ella está y en su ser


transparece:

Quien bien te penetra


Descubre el secreto:
En Ti está Dios.

Ante la imagen de María la madre y su niño. pag


28.

En tu cuerpo y alma
Transparece Dios!!!

Natividad de la SS Virgen. pag 105

Para llegar al encuentro con Cristo, es preciso llegar a María:

Todo está en Ti, oh Cristo,


Senda, luz y vida;
Mas para alcanzarte
454

Mi alma necesita
Llegar al regazo puro de María.

1 Ad Jesum per Mariam. pag 38

Ella, enseña a amar a Jesús, y puede mostrarlo por dentro:

Reinita adorada
De mi corazón,
Contigo me entrego
Al amor de Dios.

Enséñame a amarle
Con el santo ardor
Que funde tus venas
Cual oro en crisol.

Amor de Dios. pag 100

Oh, María, mi Madre,


A tus plantas llego,
Me postro de hinojos
A que tú me muestres
Tu Jesús, por dentro...

El Alma de Jesús. pag 36

Contigo y en Ti, mejor le adoro..

In Ipsa. Pag 101

El amor y la alabanza marianos, nacen del misterio de la encarnación


del Verbo en las entrañas de María, convertida, por ello, en dadora de Cristo
y camino hacia El:

Y Tú fuiste, mi María!
A tal milagro y amor,
Flor y nube, incienso y prisma;
455

A Ti, por ello, loores,


Júbilos, himnos clamores,
Que en Ti el Verbo se encarnó.

Encarnación. pag 33

Tu perfecto holocausto
De cabal hermosura,
Llega a Dios y le capta su mirada.

Y tal es el encanto
De tu aroma y colores,
Que su Verbo adorable,
Cual rocío entre flores,
Te da el Padre por su Espíritu Santo.

Rosa Mística. pag 113

El ser de María es el esquema de la íntegra creación:

Eres Tú la diadema
De hermosura que ciñe cielo y tierra,
Pues tu ser es esquema,
Desde el mar a la sierra,
De cuánto Dios en su grandeza encierra.

La Inmaculada. pag 110

María es todo, en el camino hacía Jesús:

Es un huerto de perfumes
Es mi inmortal primavera,
De mi pobreza es el cofre,
Ella, la miel de mis penas.
Es mi cantar y mi vida.
Todo es Ella.
El Secreto. pag 97
456

La existencia del arzobispo González es un permanente coloquio


enamorado con María:

Belenita de mi alma,
Qué ansias tengo
De decirte en mil tonos,
Cuánto te quiero!

...Ya que no puedo,


Enséñame a decirte
Cuánto te quiero!

Belenita. pag 30

Es muy poco un corazón


Para amarte a Ti, Señora,
En quien nos sonríe la aurora,
Por quien el amor se da.

Fiel vasallo, hijo, esclavo,


Mi dulcísima María,
Quiero serte, vida mía,
Por tiempo y eternidad.

María. pag 45

Al momento de verte...

...enloquezco de gozo,
Quiero lenguas y cantos,
Pido amores y llantos,
Es la pascua de mi alma
Extasiada ante Ti.

Madre de alegrías. pag 95


457

Todo puede ser,


Pero antes mil muertes
Que dejar de amarte
O que serte infiel.

Todo puede ser,


Pero que María,
Vida de mi vida,
En mi alma esté.

Todo puede ser. pag 140

La martirialidad, es el valor que como participación perfecta en el


misterio de la Encarnación y de la Cruz, moviliza e informa toda la
existencia del arzobispo González.

En 1922, plenitud de sus treinta años, escribe su Acto de Amor a


María, emotivo, exaltado, expresión ardiente e incontenible de su amor a
María, súplica encendida y sincera por la plena participación en el misterio
de la Cruz redentora de Cristo, a través del martirio, anhelo fundamental de
su existencia:

Quiero para Ti, un amor de santo...el amor de todos los mártires..

... el circo con su arena, sus leones, sus rechiflas, sus


desgarramientos, su sacrificio, su muerte los quiero para mí y no son sino
las bodas, el festín de amor que reboza exaltación divina en medio de los
dolores y me ciño jubiloso la corona de espinas que por dentro son laureles
y gloria, y al empaparme en su sangre me cubro con imperial manto de
púrpura y al abrevarme hasta la heces de dolores y saturarme de oprobios,
me embriago en la delicias del cielo.

....Madre Mía! Déjame desahogarme y decirte más. Te amo, te amo


con un amor reparador, con un amor celoso de tu gloria a trueque de mi
paz, mi vida y todo, absolutamente todo. Y por verte glorificada y amada de
todos cuanto pueden, cuanto Tú mereces, cual Dios lo quiere, yo te doy y
acéptamelo, te lo ruego, mi sangre, mis lágrimas, mis afanes, mis suspiros,
458

mis ilusiones, mis amistades, mis cariños de familia y espirituales... María,


dame almas, o más bien haz que te las dé yo, pero muchas, muchísimas
almas, todas las almas... almas, aunque sean al precio de todos los dolores
y sacrificios humanos, los acepto y te los pido... almas ... y que sea el
ludibrio, el desecho, la fábula de todas las gentes, el leproso de todos los
campamentos, el pródigo, el criminal, el vilipendiado del mundo; almas, y
perdóname si soy atrevido, que vengan todos los anatemas sobre mi
cabeza...todas las torturas al corazón, y las aflicciones, desconsuelos y
martirios al alma... (13)

Su vida íntegra es la realización de esa vocación martirial, por la que


había orado en plena juventud.

Luego de su posesión de la coadjutoría de la arquidiócesis de Bogotá,


su existencia se convirtió en un doloroso drama de malquerencias, calumnias
y persecuciones, que lo llevaron hasta la sima del anonadamiento, tal como
lo testimonian sus poemas de entonces.

En Marzo de 1.939, dice:

Una cruz llevo clavada


En mitad del alma mía,
Dura silenciosa y fría,
Que me hiende sin cesar

Del pasado nada queda,


Mérito y virtud no existe.
Todo es recuerdo triste,
Neblina, huella, ilusión.

Llamo y responde el vacío;


Gimo, busco, todo inerte.
¿Habré, pues, de aquesta suerte,
Hasta el infierno llegar?

Una Cruz llevo clavada. pag 49


459

En diciembre de 1.940, expresa su desolación, sin paliativos :

Cual se deshoja la rosa


Y su perfume se va,
Marchita su gallardía,
Así la flor de mi vida
Desecha está.

... Oscura está.

Triste está.

.... Sola está.

Desolación. pag 35

En Mayo de 1.941, describe metafóricamente su inmenso abandono:

Cielo y tierra se han cerrado;


Así estoy yo.

La pobre ovejuela busca


Por doquier a su Pastor...
Nada responde as u voz.
Todo es soledad amarga;
Así estoy yo.

En María. pag 59

En Agosto de 1.941, se pregunta, angustiado, por el límite de su dolor,


y describe, minuciosamente, el horror de su lucha:

¿Otro día, Señor,


Con la cruz a los hombros,
Desgarrado y exangüe,
Entre espinas y abrojos,
En olvido y dolor?
460

¿Otra vez, soledad


Y el amargo desvío?
¿Otra vez el misterio
Y el oscuro vacío?
¿Otra vez el penar?

..................Ya no acierto
a expresar este horror!

Otro día, Señor. pag 63

Sola, sola entre las ruinas,


En el fango doloroso
No tiene el alma un reposo
Ni el corazón acogida.

Se oscurece el firmamento,
Es la noche como el día,
El amor es como el odio,
La muerte como la vida....
Siento el alma diluida...

¡Cuántas muertes! ¡Cuántas vidas!


Esperanzas invertidas,
Excavadas del pasado!
Sola, sola entre las ruinas.....

Sola. pag 77

Por esos mismos días, en la serenidad de la esperanza, acepta la


plenitud de la cruz:

Me resigno, sin más,


Resucita esta muerte
Y sin fuerzas, ya, pueda,
Y sin luces acierte
Y esta guerra sea paz.
Unum Velle. pag 63
461

Todavía, Señor, no he bajado


A la sima que me urge llegar.
Más dolor, más angustia y oprobio,
Ignominia, tormento y penar.

Hiende, taja, golpea, atenaza,


Aniquila, atomiza este ser;
Que no quede ni una huella ni un hálito
De este humo, esta paja que fue

Que la Cruz, que horripila y espanta,


Me sea apenas un juego de amor:
Que en sus nudos, su peso, sus grietas,
Beba a sorbos tus fuegos, Señor.

Todavía, Señor. pag 64

Ya mi jardín feneció,
Ya es un erial muerto y solo...
Como era mío, era nada.
Ya ni tristeza me da,
Ya ni clamo por socorro.

Estoy, pues, al ras del suelo.


Demolido, hecho polvo.
No maldigo: Sé que viene
Desde lo alto de su trono
Una voz potentes y suave
Que en el punto que El lo quiera,
A esta nada la hará todo.

Otra vez pensil florido,


Lirios y rosas seré,
Huerto cargado de frutos,
Palacio suyo también,
Y obra sólo de sus manos.
Por eso, digo con fe:
462

Ven, Domine Jesu, ven.

Perfecta Esperanza. pag 65


'
En enero de 1.942, decidido ya su retiro del arzobispado de Bogotá,
clama por la epifanía de la liberación:

Clavada en cruz de dolores,


Muere el alma de agonía,
Mas se abre el cielo, y un beso
Y mil derrama a porfía,
Así, Señor, por amor,
Haz en mí tu epifanía.

Como en el pecho sagrado


Que el martirio cavó un día,
Brotó primavera hermosa
En el alma de María,
Así, Señor, por amor,
Haz en mí tu epifanía.

Epifanía. pag 83

Las cartas de finales de su vida, dirigidas a sus amigos que lo instaban


a retornar a la patria, sintetizan perfectamente los horrores de su experiencia
episcopal, signada por el sufrimiento, desde los días del episcopado bogotano
hasta su agonía dolorosa y solitaria en la isla Tiberina.

En 1935, poco antes de su partida de Manizales a Bogotá, había


ofrecida al Señor su existencia como don martirial, y, ya a las puertas de la
muerte, mantenía viva su opción por el martirio:

"...el Señor me preguntó si aceptaba cuanto él me pidiera. Yo le


agradecí al Señor y le dije que el mejor grumo de miel sería para mí el
beber su cáliz de amargura. Todo cuanto después ha seguido es bien
conocido de todos. Lo que no lo es seguramente... es que de manos y pies, la
víctima estaba ya atada sobre el leño y que el sacrificio se ofreció sin
463

titubear y sin echar pie atrás. ¿Cómo sería posible hacerlo hoy? ¿Cómo
mirar hacia atrás, teniendo ya casi la jornada hecha?

...no me apartéis del cáliz que ya está apurado hasta las heces, y aun
cuando el gusto es amargo, el regusto es paz, suavidad y algo que semeja el
cielo" (14)

Hace ya años me preguntó un día el Señor si yo quería entregarme en


sus manos para todo sufrimiento y persecución por la restauración de la
patria que padecía, entonces, el más atroz asalto de la francmasonería y del
laicismo liberal. Yo, al punto le di mi aceptación ilimitada.

De entonces acá ha corrido por el cauce de mi alma toda el agua


negra, arenas, guijarros, lodo y bajezas, y aquí me encuentro jubiloso y
fresco. No he puesto dentro de ese "Sí" únicamente mi persona, mi nombre y
mi vida, sino también familia, amistades y patria. Comprenderás que no
tengo en el mundo el más leve interés y que toda la leña del sacrificio me
parece barata para comprar con eso la gloria del Señor. Eso es todo,
guárdatelo y deja sonriente que el mundo siga girando sobre su eje. (15)

La ascética de la búsqueda de Dios

La aspérrima historia de su ministerio, es la concreción de su


concepción teocéntrica del mundo y su jerarquización de los valores desde el
anonadamiento del Pesebre y el escarnio de la Cruz, que es la culminación de
Nazareth y Belén.

El arzobispo González Arbeláez, busca a Dios desde la vivencia de la


Encarnación, como opción martirial inequívoca e irrevocable, a través de un
itinerario ascético sencillo, claro y sólido.

Dios, es un Dios huidizo, que, contradictoriamente, cuando se revela se


esconde, cuando encanta tortura, y cuando ama hiere:

Te revelas al alma entre fulgores,


Y te escondes al par;
464

Eres, a un tiempo, tortura y encanto,


Eres daga y bondad.
Misterio y luz ante quien lloro y canto
Huidiza Deidad.

¿Cómo?. pag 101

González Arbeláez, como todos los ascetas auténticos, busca la


divinidad a través del sufrimiento:

Mata, oh misterio,
Pero a mí ven.

Unum Velle. pag 55

Dame amar con locura las penas,


Dame estar remachado al dolor,
Dame infiernos y mares horrendos,
Pero en llamas hirviendo de amor.

Todavía, Señor. pag 64

Si es que amor, de pena


Haya de nacer,
Morir porque viva
Será mi placer.

Oh suavix crux. pag 87

Quien no asume el sufrimiento sin evasiones ni esguinces, afea la cruz


de Cristo:

Está bien el dolor sin el consuelo


Y bien agonizar sin esperanza,
Que en los trances heroicos de la vida,
Engalanar la cruz es afearla.

Magdalena. pag 104


465

....la cruz dolorosa,


Mientras más inhumana más hermosa.

La Inmaculada. pag 111

El camino ascético, a la búsqueda del misterio de Dios, es un combate


que se vive entre "tortura y encanto", lágrimas y cantares:

Yo no acierto qué será


Este misterio en que vivo,
Un ansia de hablar contigo,
Y en tu presencia...callar.

¿Hablando? No, sin hablar,


Y viéndote no te veo.
¿Te gozo. No, te deseo,
Te me quedas... y te vas.

Aspiro el sutil perfume,


Pero sin hallar la flor;
Me apresa un hilo de amor,
Pero el cazador se huye.

Una fuerza suave y dura,


Un sabor agrio y de miel,
Un gozar, un padecer,
¿Será que tu amor me burla?

Pero, entonces hacer qué


En este cielo de daño?
Juro que es Dios o es el diablo
Lo que se esconde en mi ser.

Tú lo sabes, dueño santo,


Y esto le basta a mi fe,
Gózate Tú aunque yo esté
Por siempre crucificado.
466

Ésta, Señor, mi Oración. pag 47

La desgarradora lucha de la búsqueda de Dios, es participación


voluntaria en el anonadamiento de Cristo, obediente al Padre hasta el
holocausto de la cruz:

Todo, en holocausto,
Quemarle mi ser,
Mis ansias, mi vida,
Gozo y padecer;
Morir en ese horno
De amor infinito,
Que su pecho es.

Muerte tan dichosa


Que es vivir en El,
En abrazo eterno.

Yo quisiera. pag 44

Quiero abrir en mi agonía,


Los brazos a la esperanza
Y en arranque de confianza
Asirme a El, y morir.

Una Cruz llevo clavada. pag 49

El morir ascético, tiene que ser un morir total a la nada de las cosas,
para vivir del todo en La Nada de la Divinidad:

Oh qué dulce es morir...


Pero si es morir total,
Con ese morir del alma
Que es, más bien, aniquilar.

Un morir que sea integral.


467

Ese morir sin protesta


Sin dejar huellas atrás,
Al porvenir, al pasado,
A sí propio, y los demás.

A la fama y a la estima
A los lazos de amistad.
Morir al amor de padres...

Morir, desgarrado en trizas,


A tu dulce intimidad,
A tu voz, a tus consuelos.
Dios mío, pena infernal.

Y morir sin restricciones,


Sin pensar resucitar,
Vuelto el pecho dura lápida
De mármol de eternidad.

Morir en Ti, más no a Ti


Porque en Ti mi vida está.
Morir por vivir tu vida,
¡Qué inmensa felicidad!

Morir. pag 62

Sólo el trigo es carne


De divinidad,
Si el molino al grano
Muele sin piedad.

Si es que amor de pena


Haya de nacer,
Morir porque viva
Será mi placer.

Jesús de mi alma,
Más y más te amar
468

En medio de penas
Hasta mi expirar.

Oh suavis crux. pag 87

En las cartas de sus últimos años, nítidas, lacónicas, vibrantes de


certidumbre y de fuerza, sintetiza su ascética de la Encarnación y la Cruz,
que tan bella y pormenorizadamente había expuesto a través de sus poemas.

En 1.955, explica a una religiosa el sentido de la Cruz:

La cruz es a veces tan pesada que es de oro. Quiero decir que sus
precio son los méritos de Nuestro Señor que allí se guardan, su santidad
quien la perfuma, su contacto quien la santifica, su hermosura quien la hace
atrayente y su divinidad toda quien a través de ella redime todavía y salva.
Claro que sinsabores terribles los hay; pero bien vale la pena sufrirlos, en
semejante compañía. Donde hay una cruz, no solamente está la huella del
Maestro, sino todo El. Hay que saber hallarlo, y para eso, abrazarse bien a
la cruz, pues dentro de ese tabernáculo de dolor, se encierra El que es la
dicha. (16)

En 1.959, le aclara a otra, que sufre por los malentendidos de la vida


comunitaria, el sentido ascético del dolor y el valor liberador de la entrega:

La persecución... si es de los propios amigos, aún más tiene por parte


de la Providencia el fin de dejarnos más hermosos y ricos ante el Señor.

Este baño de suciedad, es un crisol de fuego que hermosea...

Pasará la tormenta y vendrá una gran calma. Cómo? En esta forma:


Usted va a entregarse más y más íntimamente a Jesús en la oración. Esto no
es un misterio. Basta decirle: Señor: me entrego totalmente a tu amor
infinito y para tu gloria. Basta que en su presencia mantenga esa actitud de
entrega a su querer divino...(17)

En 1.964, a un sacerdote que le consulta sobre fatigas y dificultades del


ministerio sacerdotal, le precisa el significado de la esperanza pastoral como
camino de anonadamiento fecundo:
469

Yo debo ser apóstol. El Apóstol no tiene derecho a cansarse: ha de


esperar contra spem in spem; puede beber a grandes sorbos en la copa de la
humillación, del silencio y del desprecio. Para él se han creado el ridículo,
la maledicencia y la incomprensión, y el triunfo suyo es frecuentemente la
Cruz, y el último suspiro el desamparo. El cuadro no es impresionante, es la
verdad.

Pero el remate no está ahí! El lienzo tiene un reverso, que par él es


anverso, y sólo así, cuando el grano de trigo al caer a la tierra hubiese
muerto, producirá mucho fruto. Espero que no sea "la tozudez vasca " de
mis abuelos quien hable por mí, sino la verdad de Cristo, o mejor, con
mayúscula, La Verdad, el mismo Cristo. (18)

La Vivencia de la Contemplación

La pobreza, despojamiento de la vanidad de la apariencia, es el es el


sacramento universal de la plena unión con Dios:

Oh cuán bello es ser pobre!


Aunque con hambre y sed, estoy contento,
Y el que nada me sobre
Y me vea harapiento
Es mi rico caudal, es sacramento!

Ser pobre. pag 21

La plena dependencia de Dios, en la pobreza, es sacramento de la


esperanza:

Porque así mi confianza


Con abandono dulce en Ti confía.
Dolor, desesperanza
No sois la herencia mía:
Pendo sólo de Dios, más cada día!
470

La desnudez de la pobreza es sacramento de la participación en el


despojamiento absoluto de la Cruz de Cristo:

Ser pobre...
Es cortejar un hada
De misterioso ensueño,
Clavada de una Cruz al duro leño.

Ser pobre. pag 22

Siento el frío, Señor,


Que me muerde los pies y los costados;
Mas caricia es de flor;
Para mí son brocados
El tu desnudo pecho y pies clavados!

Ser Pobre . pag 21

El pobre vive la pequeñez de la humildad, sin hacer falta en el mundo


de la apariencia, la fama y el poder:

Es grato no hacer falta


En la boda suntuosa, en el convite,
Ni a la fama que exalta,
Ni al grande que se irrite;
El pobre tiene un trono, el escondite.

Ser pobre. pag 21

Hermano de la nada,
Ser pobre es ser humilde y ser pequeño;

Ser Pobre. pag 22


471

El total despojamiento, de la pobreza, es el lugar del diálogo con Dios:

Ser pobre es cuando el alma,


Tras duro invierno, despojada la era,
Con orar mucho, en calma,
Se viste por doquiera
Con la gala interior de primavera.

Ser Pobre. pag 22

La palingenesia de la resurrección, luego del total empobrecimiento


que es la muerte, es la justificación del abajamiento de la kénosis:

...un día la crisálida


Sembrada en el estiércol del martirio,
Ni marchita ni escuálida,
Mas con alas de lirio,
Probará fue verdad el su delirio...

Ser pobre. pag 22

Desde la categoría de la pobreza sacramental, todo el caminar del


arzobispo González fue la participación plena en el anonadamiento de Cristo,
para la plena comunión con Dios, más allá de toda representación:

...yo quisiera

Todo, en holocausto,
Quemarle mi ser,
Mis ansias, mi vida,
Gozo y padecer;
Morir en ese horno
De amor infinito
Que su pecho es.

Muerte tan dichosa


Que es vivir en Él,
En abrazo eterno.
472

Divina embriaguez,
Éxtasis de dicha
Diluido en mares
De inmortal placer.

Yo Quisiera. pag 44

Que yo vuele al azul misterioso


De su inmensidad
A beber los raudales ignotos
Que tiene ese mar
De hermosura , de luz y de gozo,
Cual ave caudal
Que se embriaga dichosa en los senos
De tu alma deidad.

......................................................

Tú me des que yo abreve en tu cáliz


Sangre divinal,
Que me embriague y transfunda en el mío
Tu ser inmortal.

Que yo vuele. pag 88

En 1.942, victoriosos sus enemigos y él totalmente abatido, vive su


combate como una crucifixión, que lo ha unificado con la voluntad de Dios,
en la participación del total despojamiento de Cristo, que es lo único que le
importa:

Perdióse todo
Y ello a mí qué
Ante el tesoro
De tu querer.

Unum Velle. pag 56


473

Que se lo lleven todo


y me dejen mi Cristo,
Pues quien ya vio sus llagas,
Su Cruz, todo lo ha visto.

Arrastrado y convulso
Sangraré; pero insisto
porque así me parezco
Más y más a mi Cristo.

Todo ya se acabó,
Y aún yo mismo no existo
Para mí ya no hay nada:
Todo y yo somos Cristo.

Sólo mi Cristo. pag 70

Su poema Auto-retrato, llamado por otros, Canción del Destierro,


escrito en Popayán, es síntesis perfecta de su liberación de la mentira social y
de su libertad interior:

Pobre ira que arrojas


Polvo y lodo a la cara,
Que maldices y gritas,
Babeante de saña.
A este mar de zafiro
- Tu coraje no llega -
En que boga mi alma.

Tú, calumnia, eres presa


De amarguras amargas,
Llevas podre en el seno
Eres tinta, eres lava;
Cuantas hieles vomitas
No deslumbran el brillo
Del diamante de mi alma.
474

Y le dije a la envidia
Hiere, mata, desgarra,
Que tu diente felino,
Que tu baba y tu zarpa,
Ni envenenan ni acedan
El tesoro infinito
Que hay de miles en mi alma.

Tú, también, que me asechas


En aleve emboscada,
Oh traición fementida,
Cruel, dolosa. Cuanto haya
De pequeño, de innoble,
Nunca apaga este cielo
De oro y luz de mi alma.

................................................

Qué me importa a mí, entonces


De inmundicia esta charca,
Si el azúleo horizonte
En un vuelo de garza,
Ebria cruza de dicha,
Enrutada hacia el cielo,
La avecilla de mi alma.

Auto-retrato. pag 90

El anonadamiento, constante de su áspera lucha, tiende a la plena


unificación con el querer de Dios, en la comunión con la esencia de Divina,
en la plenitud del amor, que consiste en amar a Cristo, con el mismo amor
con que lo ama el Padre:

Quién pudiera cantar a tus quereres


Con dulce y fervorosa entonación;
En todos los instantes de mi vida,
Vibrar tan sólo a tu querer, Señor!
475

Sin que traduzca mi lejano sello,


Chispa siquiera del propio parecer;
Una total prisión y dulce entrega
A las cadenas de tu amor, mi bien.

Es que quiero, Señor, tal abandono


A tu querer seguro y mano pía,
Que logre hacer de tus abismos sacros,
Insondables y dulces, casa mía.

¿Qué pudiera temer ya mi pobreza,


Cuando Tú la conduces sabiamente
Por los fértiles campos de tus mieses,
Dándole vida en tu rasgada fuente?

En ella quiero deslizar mis días,


Goce, sufrir, prosperidad, miseria...
Todo allí depositar porque alcanzase
Morir de dicha eternamente en ella.

Al querer divino. pag 60

Es urgencia, Señor, lo que tengo


De cantarte y hablarte de amor,
De encender en poemas el mundo,
De trocar tanta nada, en tu honor

Por quien eres, mi Dios,


Que yo muera de amor;
Que me mates a fuegos,
A tus fuegos de amor.

Éxtasis. pag 69

Lo que a mí me arrebata
Es llegar a la esencia
Y abrir el corazón
De toda esa belleza,
476

Y encontrarme contigo
Que en ello me embelesas,
Y escuchar y beber
Tu intimidad suprema,
Que enriqueces la nada
¡Oh realidad inmensa,
Tú que vives en todo.
Belleza y Vida Eterna! Amén

El Secreto. pag 116

Es el ruego filial y rendido


Al Padre y Señor,
Me conceda una gracia infinita,
Un don si valor,
Que es secreto de glorias y triunfos,
Santidad, dulzor.
Y es amar a su Cristo del alma,
Con su mismo amor.

San Francisco. pag 141

El gozo de la unión amorosa con Dios, obedece a una lógica viva y


paradójica, más allá de apariencias, palabras, razones y explicaciones:

Como leve gota yo me entrego


A Ti dominadora inmensidad...

Ni encuentro en Ti, ni pido explicaciones.


¿No eres Tú, la Infinita bondad?
Teniendo Tú razón de ser de todo
Mezquino fuese y miope el escrutar.

Tú me sacias, misterio de misterios,


Y el leerte sin voces y atenderte,
Sin que alcance a explicar, es mucho más.
477

No fuese así, Dulcísimo, Inefable,


Oscuro luminar, Omnipresente
Y huidizo, ¿sería Dios, de verdad?

Contemplación. pag 24

Al fin yo soy dichoso,


Sin verte, sin oírte, yo te estrecho,
Oh Dios, del alma esposo,
Te has fabricado un lecho:
En lo más hondo te siento de mi pecho...

Quédate, pues, allí


Palacio de oro de tan casto dueño,
Y muerto todo en mí,
Mi alma tendrá empeño
En nunca despertar del dulce sueño

Ser Pobre . pag 22

La experiencia mística, en cuanto experiencia del paso de la muerte a


la vida, es participación del misterio pascual:

Así el alma
Se me fue
Dulcemente.
Con gran calma
Me exhale.

Yo no acierto
Qué pasó...
En la herida,
Como muerto,
Vivo yo....

Por la Herida. pag 85


478

Yo estaba ya muerto
De tanto dolor,
Mas te vi en mi noche
De fuego y rigor,
Que no sé cómo ello,
Pero vivo yo.

Y hoy, cielos ,veo


Al niñito Dios.
Decir no sabría
Lo que sucedió,
Que fui hasta el averno
Y vivo, hoy, en Dios.

Adoraba en éxtasis
Tremente, el furor
De tu faz airada,
La condena atroz
De tu labio ígnito
Que me repudió.

Calcinéme, y, hoy,
De nuevo me encuentro,
Oh arrobo, oh dulzor,
Vivo entre tus brazos
Y muerto de amor.

Villancico ante el Niño Dios. pag 94

La esencia pascual de la de la experiencia contemplativa consiste en


ser trocado en el Dios a quien se ama:

...te siento en lo íntimo de mi alma


Como en cielo de amor, y silencioso
En tus dones, tu paz, tu augusta calma,

Me invitas a entregarme al mar precioso


De tu divinidad, porque la palma
479

De ser trocado en Ti, logre dichoso.

Ego in eis. pag 24

Y estás en mí, Jesús, oh qué contento!


Muérome yo de amor y de ventura,
No puedo resistir tanta ternura.
¿Cómo has hecho, Señor este portento?

Y truecas Tú, mi infierno en alegría


Y haces de esta cloaca templo santo...

Post Missam. pag 47

La experiencia mística de la contemplación, como conciencia viva de


la esencia misma de Dios, supera absolutamente las posibilidades humanas, y
es, totalmente, don y acción de Dios:

Indecible es la dicha
Que no tiene de humana;
Que se instila cual gota
Exprimida en el alma,
De esa esencia infinita
De ese Dios que es el bien,
De ese Dios que nos ama.

Auto-retrato. pag 90

Es mi pecho cual vaso


Todo lleno de aromas
Que vaciaran los ángeles...

Es alegre y fluente
Agua limpia de roca...

Es cantar ...
De canción tan sonora
Que los ángeles mismos
480

Pareciera que añoran...

Es un huerto que guarda


............cosechas pomposas...

Es también una llama


Que se enciende ella sola

Todo es nada a tus pies. < María>


Sólo hay algo que colma
Los espacios de tu alma
De amor, luz, dicha y gloria:
Tu Jesús, flor y fruto,
Llama y canto y aroma.

La Ofrenda. pag 96

Conclusión

¿Quién como el Arzobispo Juan Manuel González Arbeláez, en


Colombia y América Latina?

Él es testigo de la liberación de la vanidad de la mentira social, por el


poder del Espíritu.

Asombra la misteriosa condición de su existencia: Un hombre dotado


para todas las bellezas, todo el poder, toda la representatividad, que al
descubrir la verdad del Espíritu renuncia a todas sus posibilidades de
figuración y de poder, para sumirse, totalmente aniquilado, en la pura nada de
la realidad trascendental.

Maravilla su decidida vocación martirial y oblativa: de no ser pura


entrega al misterio de Dios, por el sufrimiento, en el amor, su vida no puede
ser otra cosa que el absurdo

El obispo González Arbeláez, fue ingenuo; vivió largos años un


cristianismo ideológico de cristiandad; careció de tacto político para sopesar
481

conveniencias; le faltó ductilidad de señor de mundo que le posibilitara su


realización como personaje del universo de la representación.

A cambio, de todo ello, lo que sin un tris de duda abundó en su vida, fue
la coherencia existencial y la fidelidad a la verdad, que dentro de las
categorías cristianas de Encarnación y Cruz, contra toda lógica racional, le
permitieron realizar su vocación de testigo de la liberación de la mentira
social, por la escabrosa vía del martirio.

Su existencia torturada y anonadada, constituye una denuncia irrebatible


de la mentira social, cuyos poderes, lo sacrificaron sin contemplaciones, ni
razones válidas, en aras del mantenimiento de la mentira institucional.

Qué fácil hubiese sido para la inmensa inteligencia de monseñor


González, mantener el juego de la apariencias y los goces equívocos del
poder; pero no quiso hacerlo, porque estaba predestinado, a convertirse en
testigo de la liberación de la mentira social, por el tortuoso camino del
padecimiento de la injuria, el desprecio, la injusticia y el odio que no cesa.

Fuera del contexto cristiano, su existencia se reduce al absurdo de una


aniquilación sin paliativos; a la luz de los valores y las vivencias cristianos, su
vida es realización de la Verdad que hace libres

El arzobispo González Arbeláez, uno de los hombres más íntegros y


puros de nuestra historia, sino el más puro de todos, sigue siendo presencia y
denuncia en el pérfido mundo de la mentira institucional de Colombia.

Al comienzo del tercer milenio cristiano, los caudillos de la mentira


institucional siguen detestando al arzobispo antioqueño, con una rabia cierta,
convertida en rencor histórico, que no cesa de herir y enlodar, como en los
días más álgidos de su lucha

Alfonso López Michelsen, voz fiel de su padre, Alfonso López


Pumarejo, gobernante, caudillo indiscutido y malqueriente decidido del
arzobispo González, construye así una imagen torpe y fea del prelado
antioqueño: "Episodio inolvidable para quienes lo vivimos fue el que
protagonizó el Obispo González Arbeláez, bajo la primera administración
López, cuando pretendió cuestionar el poder civil y encabezar una rebelión
482

de católicas constituidas en congregación. La jerarquía romana, lejos de


abrazar su causa, se lo llevó fuera del país y lo sustrajo de la controversia
pública, en momentos en que la Iglesia hubiera podido sufrir graves
quebrantos por su injerencia en política. Murió, siempre estimado por
quienes tuvieron la fortuna de conocerlo, pero lejos del protagonismo al que
se sentía destinado por la aureola que rodeaba su Ministerio." (19)

El poema, Cambio Feliz, sintetiza magistralmente el sentir de Monseñor


Juan Manuel González Arbeláez, que más allá de toda pasión, es testigo
imperturbable, y único, entre nosotros, de la plena liberación de la mentira
social, en la contemplación de Dios:

Madona divina,
Qué quieres de mí?
Cuanto soy y tengo
Yo ya te lo di.

Zumo de placeres
alejé de mí:
Hastío y veneno
Encierran en sí.

Oropel y visos,
Riquezas de aquí,
Por ser polvo y cieno
Todo lo barrí.

Fama mentirosa
Me arrullaba, sí.
A pompas y loas
La espalda volví.

Ya que me has lavado


De humos y fangos
Y oro baladí,
Dame ese niñito,
Gracioso y bonito
Que tan guardadito
En tu mano vi.
483

Índice de citas

1. Desde el Exilio. pag 54

2. La mitra Azul. pag 214

3. Idem, pag 221

4. Idem pag 238

5. Desde el Exilio. pag 14 - 15

6. J B R pag 557.

7. Repertorio Histórico. Vol XXI # 198. pags 211 213

8. Idem pag 207.

9. J B R pag 148

10. Loc cit

11. Repertorio Histórico pag 207

12. Humberto Bronx. pag 82

13. Jesús Naranjo Villegas. pag 22

14. Juan Botero Restrepo. pag 172

15. ??????

16. Humberto Bronx. pag 144


484

17. Idem . pag 142

18. Juan Botero Restrepo. pag 214

19. López Michelsen, Alfonso. El Tiempo. 23 de junio de 1996. pag 5A.

Bibliografía

Academia Antioqueña de Historia. Repertorio Histórico Volumen XXII


# 198.Octubre de 1966. Pag 211 - 213

Botero Restrepo, Juan. Monseñor Juan Manuel González, signo de


contradicción. Medellín. Difusión. 1978

Bronx, Humberto. El Arzobispo Juan Manuel González Arbeláez.


Publicaciones de la Academia Antioqueña de Historia. Ed. Granamérica.
Medellín. 1.964.

Gómez, Laureano. Desde el Exilio. Bogotá. 1954.

López Gómez, Rodrigo. Monseñor Juan Manuel González. Imprenta


Departamental, Manizales. 1.976

López Gómez, Rodrigo. Monseñor González Arbeláez. Poemas. Editorial


Quingráficas. Armenia (Quindío). 1.977

López Michelsen, Alfonso. Sancho, tropezamos con la Iglesia. El Tiempo.


junio 23 de 1996.
485

Naranjo Villegas, Jesús. Biografía del Arzobispo Juan Manuel González


Arbeláez. Medellín. Secretaría de Educación y Cultura. Colección Ediciones
especiales. 1.993.

Tirado Mejía Álvaro. Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso


López Pumarejo.

Zapata Restrepo Miguel. La Mitra Azul. Medellín. Editorial Bedout 1.973


486

FRANCISCO DE PAULA RENDÓN,

TESTIGO DE LA

CONDICIÓN ESPERPÉNTICA

DE LA SOCIEDAD ANTIOQUEÑA

El drama latinoamericano como esperpento

"Descubrimiento", conquista y colonización de América Latina,


consistieron, radicalmente, en una cruzada de cristiandad medieval, para
resarcir a Europa del fracaso de las cruzadas a Tierra Santa, y a España de la
humillación de siete siglos de presencia musulmana.

El proyecto imperial-renacentista español pretendía reivindicar a los


cruzados europeos, blancos caucásicos, de la humillante derrota sufrida a
manos de los infieles semitas agarenos, implantando entre los infieles
indígenas americanos la cultura europea como imperio político, expresión de
la primacía de la nación española; imperio económico, compensación de las
pérdidas ocasionadas por las cruzadas medievales y los desmesurados gastos
de la expulsión de moros y judíos del territorio español; cristiandad teocrática,
amalgama de ciudadanos y creyentes bajo el régimen del estado católico,
sustituto del fracasado imperio cristiano de Jerusalem.

El ideal vertebrador y la meta sustentadora del proyecto, tenían su


realización en el establecimiento de la cristiandad ("Ciudad de Dios") en el
Nuevo Mundo. Se trataba de convertir a los salvajes vagabundos, en civiles
sedentarios; a los indios ociosos, en trabajadores útiles; a los nativos
ignorantes, en humanistas doctos; a los machos y hembras lascivos, en gente
casta y monogámica; a los flecheros violentos, en ciudadanos pacíficos; a los
487

nativos mentirosos, en interlocutores veraces; a las tribus dispersas, en


reducciones ciudadanas; a los idólatras adoradores de demonios,
"décimatercera tribu de Israel", en cristianos devotos; a los miembros de los
clanes anárquicos, en súbditos obedientes al monarca español, que de rey de
península pobre se había convertido en emperador de imperio transcontinental,
en el que no se ponía el sol.

El resultado de la aplicación del vasto proyecto español, realizado bajo


el signo funesto de la confusión entre los conceptos de dominación,
pacificación, conversión y evangelización, fue un choque frontal entre la
cultura ibérica y las culturas indígenas, determinante del fracaso del proyecto
europeo, que en lugar de lograr la realización de la ciudad de Dios
latinoamericana, como cristiandad hispano-india, fraterna, laboriosa, moral,
veraz y dócil al rey y a sus funcionarios, generó un mundo de vergüenza,
doblez, temor, resentimiento, odios de raza y casta, y violencia generalizada,
apenas superficialmente recubierto por un cristianismo más formal,
doctrinarista, legalista y supersticioso que liberador; una civilidad más
autoritaria que fraterna, una juridicidad más represiva que justa, una economía
más explotadora que promotora de la igualdad, una moralidad más compulsiva
y heterónoma que deliberativa y autónoma.

El producto de la aplicación del modelo de cristiandad medieval, en


Latinoamérica, por los europeos del Renacimiento, fue el etnocido y el
genocido, es decir, la humillación, el rebajamiento, el envilecimiento y la
destrucción, todo lo cual se sintetiza en el concepto de degradación
colonialista del hombre, las culturas y el medio ambiente social y físico,
generadora de atraso cultural, resentimiento, dependencia y violencia.

La relación de mando del arzobispo-virrey, Caballero y Góngora,


testimonia claramente el fracaso de la obra de conquistadores y colonizadores,
de la que en 1.789, ya a finales de la colonia, ha surgido una sociedad
esperpénticamente pobre y apática, "un monstruo indomable":

Arrebatados nuestros primeros conquistadores de la bizarría, aún


dominante en el siglo de las conquistas, consultaron más a su gloria y
ambición que a fundar unas colonias útiles a la Metrópoli... las pacíficas y
lentas operaciones de la política se componían mal con la ardiente pasión
de nuevas empresas y conquistas, alimentada anteriormente con setecientos
488

años de continuas guerras... Los hombres medianamente acomodados se


llaman aquellos que por falta de providencias precautivas de la demasiada
agregación de tierras en un solo sujeto, han podido a viles precios adquirir
inmensos terrenos que por lo regular tienen como feudatarios a los de
inferior fortuna... éstos, que forman el mayor número de habitantes libres,
hacen propiamente una población vaga y volante que obligados de la tiranía
de los propietarios, transmigran con la facilidad que les conceden el poco
peso de sus muebles, la corta pérdida de su rancho y el ningún amor a la pila
en que fueron bautizados. Lo mismo tienen donde mueren que donde
nacieron, y en cualquier parte hallan lo mismo que dejaron. Comen poco y
con considerable grosería, pero no corresponde la misma templanza en sus
bebidas. Están prontísimos y siempre dispuestos para sus juegos, bailes y
funciones, entregados a la ociosidad, a que ayuda la fertilidad del país,
bastándose muy poco trabajo para satisfacer sus cortas necesidades. Sus
hijos, criados en esta escuela, van imitando fielmente a sus padres; se van
propagando siempre unos mismos pensamientos y el mismo porte y
rusticidad... Tal es el abreviado retrato del Nuevo Reino de Granada. Con
semejante género de vida una numerosa población es en realidad un
monstruo indomable que a todo lo bueno se resiste... (Briceño Manuel. Los
Comuneros. Bogotá. 1.880. pag 195)

La reacción de los criollos blancos contra la mentira opresiva del poder


ibérico, originó el ideal independentista, híbrido de escolástica medieval,
barroco español, capitalismo británico e ilustración francesa. Teóricamente
presentado como proyecto liberador de los poderes monárquicos europeos y
constructor de una sociedad latinoamericana democrática, igualitaria, ilustrada
y libre, según las luces de la razón, realmente acabó por encubrir la decisión
de los blancos criollos y los mestizos venidos a más, de quedarse con el santo
y la limosna, realizando los fracasados proyectos del imperio español, y
negando la obediencia al monarca y la tributación a la corona.

La independencia latinoamericana en lugar de realizar una propuesta


democrática igualitaria, ilustrada, racional y libre, perpetuó el dominio de la
aristocracia del capital, el resentimiento de los nativos y los complejos de los
mestizos, ahora bajo dominio y tutela de blancos criollos y mestizos
enriquecidos, que habían introyectado todos los vicios de los colonizadores
españoles.
489

El resultado de la aplicación del modelo de ilustración moderna europea


en América Latina, por españoles criollos y mestizos emergentes, en trance
independentista, fue la generación de una nueva forma de depauperación
humana y cultural, consistente en el cambio de tutor, cuyo resultado mediato
fue la degradación neocolonialista, multiplicadora del espíritu de imitación y
dependencia neocolonial, que originó nuevos tipos de resentimiento y
violencia, todavía vigentes, como colonialismo neocapitalista.

Los frustrados y frustrantes procesos conquistador-colonizador,


español, e independentista-democratizador, criollo-mestizo, generadores
ambos de la mentira cultural y social de Latinoamericana, se sintetizan en el
concepto de deformación por inautenticidad.

Los pueblos indígenas latinoamericanos y los pueblos negros de África,


vivían dentro de concepciones de mundo orgánicas y comunitarias, en las que
el pueblo, no el individuo, constituía la unidad viva, en la solidaridad
corporativa.

Desde el polo opuesto, los europeos, los criollos y los mestizos


imitadores, colonizaron y democratizaron desde las cosmovisiones y culturas
renacentista y moderna, que veían al individuo como la unidad fundamental, y
a la agrupación de los individuos como mero hecho jurídico, pacto racional y
libre, contrato social en virtud del cual los individuos crean una sociedad
inorgánica (no una comunidad orgánica) ajena a la natural condición humana,
libre y asocial.

Por esta causa, el pueblo aldeano de América Latina quedó condenado a


vivir una radical dualidad entre su cosmovisión mestiza (indígena-afro-
hispánica), que siente al pueblo como unidad comunitaria, viva y orgánica, y
la imposición renacentista y moderna, de repúblicas organizadas como
sociedades de individuos apenas jurídicamente aglutinados.

La escisión de la conciencia continental latinoamericana, generó un


esperpento socio-cultural esquizofrénico, que vive la conciencia de comunidad
como cuerpo orgánicamente vital-civil-religioso-moral-político-laboral, y,
contradictoriamente, a la vez, por normatividad jurídico-constitucional, actúa
como ciudadano, como individuo insular, dentro de una sociedad en la que
individuos y esferas de actividad son autónomos.
490

El aldeano de América Latina, así no tenga conciencia conceptualmente


estructurada de de la comunidad, ni conozca la historia continental, ni perciba
la intrusión del individualismo dentro de la comunitariedad, vive como
tragedia la escisión entre su conciencia viva de comunidad orgánica e integral,
y la imposición legal de una sociedad, una juridicidad, una política, una
economía, una ética individualistas, positivas y formales, que él no siente ni
entiende.

En la comunidad-aldea latinoamericana, un suceso de cualquier orden,


involucra los demás, de tal manera que el problema religioso es también
étnico, político, económico y ético.

El pueblo latinoamericano ha sido siempre esperpento pobre en poder


creador, feo en sus expresiones, contradictorio en sus actitudes, inconstante en
sus hechos, violento en sus reacciones, dependiente e imitador, grotesco y
ridículo en su desarrollo, degradado en la calidad de sus intereses y la
conciencia de su dignidad, porque mientras vive interiormente la organicidad
comunitaria, por imperativo práctico tiene que asumir los moldes de la
sociedad jurídico-individualista, que le impusieron, sin poder lograr la
armonía existencial entre ellas.

El poderoso ideal español de unidad fraterna-política-fiducial de


cristiandad, y el esperanzador proyecto latinoamericano de fraternidad,
libertad y autonomía en la racionalidad libre, acabaron por convertirse en una
sociedad pobre, por degradación esencial: aldeana, ignorante, resentida,
supersticiosa, agresiva, sistemáticamente deformadora de ideales y proyectos
de superación, inútilmente tradicionalista, endémica y crónicamente violenta,
irrefrenablemente imitadora de lo extranjero, deformadora de religión,
política, moral, familia, trabajo y juego, empobrecida hasta constituirse en
una sociedad fea, desaliñada y grotesca; inauténtica en sus hombres y en sus
hechos, es decir, esperpéntica, según la definición que de esperpento da la
academia: Persona o cosa notable por su fealdad, desaliño o mala traza.

En síntesis, en América Latina, toda ella aldeana, la simultaneidad de la


pobreza y el esperpento no es coyuntural, ni circunstancial, ni adjetiva, ni
aleatoria; desde los días mismos de la Colonia, por inautenticidad
491

deformadora y degradante, la sociedad latinoamericana, es esencialmente


pobre y esperpéntica, o esperpénticamente pobre.

Lo esperpéntico, categoría estética rendoniana

Antes que realización estética, la esperpéntica es actitud existencial que


percibe y expresa el vínculo causal entre inautenticidad, deformidad y
degradación.

Inautenticidad, deformación y degradación, constituyen los momentos


dialécticos de la esperpéntica: La existencia en la inautenticidad, deforma; la
deformación, degrada la existencia; la degradación antropológica, ética y
estética es constitutivo esencial de lo esperpéntico.

A pesar de su degradación constitucional y su naturaleza grotesca, los


esperpentos son bellos y verdaderos por su esencial capacidad de patentizar
las deformaciones y degradaciones generadas por la inautenticidad, y por su
innato poder denunciador de la fuerza depauperadora, degradante y destructiva
de la injusticia y la mentira, inherentes a la inautenticidad actuante.

Estéticamente, lo esperpéntico es el resultado del manejo de las formas


grotescas del existir cotidiano, al margen del análisis de la causalidad
determinista, histórica y psicológica, excluyendo las categorías de belleza y
fealdad, que son, precisamente, las que trabaja la esperpéntica, desde el
concepto de desarmonía.

En el universo esperpéntico todo hombre es monigote o fantoche o


zascandil; toda forma, desarmonía; toda empresa, patochada, pues la
inautenticidad, origen existencial de la esperpéntica, es mentira que todo lo
deforma, lo degrada, lo inválida y lo frustra.

En el mundo esperpéntico no hay héroes, ni santos, ni sabios, ni líderes,


ni precursores, ni mártires, pues la deformidad existencial, generadora de los
esperpentos, borra ideales, proyectos, luchas y valores; frustra la esperanza
creadora y trivializa el dolor humano, convirtiendo a los seres en esperpentos
tragicómicos, el dolor y la angustia de cuyo drama íntimo nadie comprende ni
valora.
492

Estéticamente, los esperpentos se configuran y expresan por la


patentización de la condición menguada del hombre, la sociedad y la historia,
lograda a través del acopio de deformidades, carencias, degradaciones,
ridiculeces, desarmonías, antítesis y fijaciones de personajes, lugares y
situaciones irrisorios.

La esperpéntica es el revés del tejido social, presentado desde la ironía


burlesca, que sin afanes demostrativos ni apologéticos, denuncia, limitándose
a mostrar.

A la atisba del discurrir de vidas humildes, cuya condición de seres


vulnerados se patentiza en deformaciones somáticas, resentimientos y
patologías atávicas, sujeción maníaca a tradicionalismos intonsos, pleitería
congénita, habla humorísticamente crítica, don Francisco de Paula Rendón, en
su nativa aldea de Santodomingo, capta sutiles intimidades de alma,
comprende la mentira que vive su pueblo, se hace artista pintor de
tragicomedias, y llega a ser el maestro del esperpentismo del pueblo
antioqueño, sistemáticamente deformador, irremediablemente degradante,
innegablemente pobre, feo y grotesco, a pesar de la pujanza de su
desbordamiento vital.

Sastre solterón y machucho de pueblo adormilado de tierra fría, mira


con atención, comprende con profundidad, grava con exactitud, bastea con
rudeza y teje con precisión dechados humorísticos, desproporcionados y
dolorosos, del cotidiano drama antioqueño, que de puro rústico y áspero, de
puro feo y grotesco, de tan sumamente pobre y desvalido, termina siendo
esperpento tragicómico de aldea, que en las ásperas profundidades lugareñas
encarna el universal de lo grotesco humano.

En su obra, todo es exuberancia descriptiva, vivaz y fiel de la realidad;


acopio de minúsculos y profundos detalles del medio físico y la actividad
humana; descripción vívida y sonreída de los dolorosos y grotescos dramas de
los pobres de la tierra; representación graciosamente seria, del lúdico quehacer
aldeano.

Copiando minuciosamente los mil detalles de la realidad, exagerando


sus desarmonías, manejando hiperbólicamente la rigurosa correspondencia
493

entre las desarmonías somáticas y los desequilibrios psíquicos y éticos,


utilizando la carga satírica que portan el habla y las actitudes populares,
enfatizando la ridiculez anacrónica o snobista de modas y modelos estéticos y
éticos, contrastando la candidez indefensa de los antihéroes sufrientes y el
cinismo desmedido de sus malévolos opositores regocijados, Rendón
construye dramas y crea esperpentos desaliñados, grotescos y ridículos, tristes,
solitarios e injustamente maltratados, simples, bondadosos y pacientes ante la
indiferencia, el maltrato y el menosprecio, feos y extravagantes, a pesar de su
bondad ingénita.

El esperpento de la pobreza

Dentro de ese contexto de la esperpéntica latinoamericana, nacida de la


inautenticidad de los procesos medievalistas-renacentistas, de conquista y
colonia, y modernistas-individualistas, de independencia y república,
desarrollados según el entender y el querer de los dominadores, de espaldas a
la cosmovisión, la cultura, los valores y la voluntad de indígenas, negros y
mestizos, hay que situar y entender la obra de Francisco de Paula Rendón,
expresión fiel de la historia y la cultura antioqueñas. .

Los personajes de las obras rendonianas, descritos con tanta fidelidad al


detalle desarmónico, tanto rigor en la presentación de la congruencia entre las
deformidades físicas y las tortuosidades psíquicas, tanta minuciosidad en la
patentización de la desmesura y la desproporción de formas y actitudes, son
retrato fiel, caracterización pormenorizada, caricatura, capricho, fantoche y
monigote deformes, creados a partir de la convivencia con los seres que
luchan y sufren en el mundillo minúsculo, inauténtico, caricaturesco y
degradante, que constituyen la aldea fría y pobre de San Isidro, donde
acontecen los hechos de la mayoría de sus obras; Yolombó y Zaragoza, los
poblachones viejos, vínculo y referente genesíaco primario de aldeas y
hombres; los malsanos pueblos y lugarejos de minería, donde se lucha el pan,
se sufre la plaga y se añora el puebluco; Medellín, la capital comarcana,
ciudad naciente apenas, que crece en extensión, en población y en mentira
social, y, como un referente vago y lejano, Bogotá, "foco de corrupción" (S
183) de donde, de cuando en vez, llegan gentes elatas y almibaradas.
494

Dentro de un pequeño universo aldeano, vital y dinámico,


lastimosamente deformado por la mentira de la inautenticidad, los personajes
de la obra rendoniana soportan una carga de pobreza, soledad, abandono y
dolor, que es tragedia cierta, y un fardo de desarmonía, infantilismo,
pequeñez, acritud, fealdad, deformidad y ridiculez, que es pobreza esencial
que, aunque casi llega a ser ruina total, se transforma en plétora de vitalidad,
gracia y belleza, constitutiva de lo que Albert Camus llamó "único misterio...
el de la pobreza..." (pag 279) "único honor que vale en el mundo, el de los
pobres....." (pag 290. El Primer Hombre. Tusquets Editores. Barcelona. 1994)

Los personajes de Rendón viven en cuerpos feos, van ridículamente


vestidos, padecen obsesiones inútiles, están esclavizados a arcaísmos
insignificantes, son inicuamente maltratados, sufren las consecuencias de la
deformación de símbolos y valores.

Inocentes, ingenuos, enfermizos y pobres, son incapaces de crear


condiciones de vida que les permitan superar sus traumas internos y liberarse
de las imposiciones sociales absurdas, y aunque parecen vivir existencias
carentes de justificación y de sentido, gracias a su bondad natural y a su poder
de vitalidad que nada ni nadie puede doblegar, increíblemente, superan
miserias y dolores, y viven alegres y en paz.

Rendón realiza lo esperpéntico por la doble vía de la etopeya, que


patentiza el esperpento como figura, en la fealdad, la desarmonía, la
infantilidad, la deformidad física y psicológica de los personajes, y en el
drama o novela, que patentiza el esperpento como inautenticidad social
actuante a través de la mentira, el encubrimiento, la deformación, la
devaluación, el menosprecio, el avergonzamiento, la depauperación y la
degradación.

Aldeano aferrado a su terruño, del que sólo ocasionalmente se aleja,


Rendón comparte, ama y vive la tradición y los valores de su pueblo, y como
maestro de la esperpéntica, delinea con precisión milimétrica de sastre
veterano, el cuadro vivo y doloroso de la realidad aldeana, falsa y
deformadora, y urde el drama popular, doloroso por lo pobre e injusto,
humorístico por lo desproporcionado y cándido, esperpéntico por lo deforme y
degradante.
495

A través del retrato detallado de varones y mujeres y del relato


minucioso del anodino acontecer cotidiano de la mina inhóspita, la aldeana
diminuta y la ciudad naciente, desnuda la inautenticidad existencial y la
mentira social y cultural de la esperpéntica historia latinoamericana,
representada en el rincón antioqueño.

La pobreza característica de todos los lugares, todos los dramas y todas


las vidas de su mundillo aldeano, es la clave regente de la visión, el juicio y el
arte esperpéntico de don Pacho Rendón.

“En clave esperpéntica", que dijo Bergamín, recorreremos el universo de


don Pacho Rendón, pintura fiel, realista y sonreída de la tragicómica
condición del acontecer social e histórico del pueblo latinoamericano, en el lar
antioqueño.

En su Cronicón del Corpus Christi, de 1890, Francisco de Paula


Rendón, declara que él y don Tomás Carrasquilla son un par de solterones y
camastrones (C C C 197) que de todo y todos se ríen, sin embargo, como lo
dijo don Tomás Carrasquilla, con conocimiento de hermano y precisión de
zahorí, Rendón era alma grande y viva de la aldea: En esa alma había mucha
fe, mucha piedad, mucha grandeza.

En cuanto a nuestra Parroquia bien puede decirse que se fue el alma


que la animaba. (Tomás Carrasquilla. Obras Completas. Bedout. Medellín.
1958)

Por ello, la teoría de personajes, lugares y aconteceres, salidos de la


pluma de Rendón, son algo más que divertimentos de aldeano solterón y
chocarrero, ociosamente entretenido pintando monigotes: El universo
rendoniano es la expresión esperpéntica de la radical pobreza latinoamericana,
contradictoriamente fea y estrambótica, digna y honorable, a la que no escapa
nada ni nadie.

Echando mano de su inteligencia de cazador astuto, paciente, malicioso,


recursivo y certero, que Ricardo Rendón patentizó al caricaturizarlo con cara
seria y mirada atenta, penetrante y marrullera de felino viejo al asecho, don
Pacho Rendón, a través de la creación de figuras y situaciones risiblemente
496

feas, grotescamente repelentes, injustamente maltratadoras, fatalmente


degradadas e irremediablemente sometidas a un destino cruel, que no se
corresponde con la belleza íntima de la naturaleza y bondad interior de los
hombres, hizo una reconstrucción fiel y veraz del vivir del pueblo antioqueño,
que por sí sola constituye una denuncia de la inautenticidad histórica,
generadora de la injusta pobreza y la condición esperpéntica, que encierra el
existir cotidiano de la aldea.

Bien puede decirse que la cosmovisión de Francisco de Paula Rendón es


una cosmovisión en la que se concibe, se ve y se interpreta el mundo como
realidad esperpéntica.

Rendón no imagina, ni inventa; crea, a partir de la captación de los


rasgos deformes y las actitudes estrambóticas de la realidad.

Todo, en su obra: naturaleza, reacciones, actitudes, talante, valores,


personas y sociedad, está mirado desde la perspectiva deformadora de la
pobreza característica de todas las manifestaciones de la esperpéntica realidad
latinoamericana.

La primera impresión nítida que deja la lectura de las obras de Rendón,


es la de una pobreza radical que lo cubre todo, hasta llegar a convertirse en
esperpento desmesurado.

Frente al mundo de los pobres, que Rendón delinea con precisión y


patentiza vivamente, cabe preguntarse, ¿qué es lo que la obra rendoniana, tan
breve y circunscrita, quiere testimoniar sobre el "por- ser" antioqueño?

Objeto del presente estudio, es tratar de esclarecer qué testimonia


Rendón, al recrear esperpénticamente el universo antioqueño como un
universo originariamente pobre, poblado de pobres, y tejido de aconteceres
pobres.

Pobres son los comerciantes aldeanos y sus familias, pigmeos de mente


y espíritu, mezcla enfermiza de tradicionalismo y mezquindad, acosados por el
miedo nunca superado a la pobreza:
497

Doña Santos, previsiva y cicatera, de viaje a la ciudad, lleva consigo los


más insignificantes enseres familiares:

"... No me dejen nada, porque un zoco d'escoba que sea le hace a uno
falta...

Que la tabla apuntadora de ropa; que el plato dulcero con todo y


lezna; el frasco de los cominos, el cuchillo cocinero, la carrasca raspadora
de arepas, el colador, el cedazo... Mi mata de josefina... el coco de chocolate
de harina y mi camándula...” (L y C 118)

Don Miguel Castañeda, su esposo, es un " Alejandroempuña", (L y C


120), que a pesar de haber entrado... con pie derecho por los vertiginosos e
intrincados laberintos de la bolsa... no sabe lo que es dormir. No pega los
ojos en toda la noche.... Y si se logra dormitar un rato es con la misma
cantaleta. Que los dollars; que la bolsa; que jugó al alza; que las libras. Qué
voy a saber yo de esos enredos! Pero la verdá es que ese hombre ni come ni
duerme tranquilo, y que la vida aquí cuesta un sentido. (L y C 123),

Pobres, los aldeanos emigrados, avergonzados de su origen aldeano,


incapaces de adaptarse a la vida citadina: Mamá... Dirán que una es de
pueblo al verla a usted con esas trencitas trabadas y ese torcido sobre las
orejas (L y C 138); o lastimosamente abandonados a una mal entendida
informalidad aldeana: ...por más que Carmen soplaba y cepillaba, la grasa se
hacía dueña y señora de solapas, cuello, y corbata, pues eterno era aquel
como nevar de menuda caspa. De Dios y su santa ayuda había menester
Carmen para que el progenitor de sus días cambiara los churrientos vestidos
y el sombrero de copa tan despeluznado y mantecoso. (L y C 139)

Pobres, los campesinos absorbidos por un ajetreo interminable, que


involucra a la familia íntegra, y apenas permite sobrevivir:

Lo que es a mano Lorenzo jamás le faltó el portillo para tapar, o la


mala yerba para destruir o el grano para secar al sol. De Jacinta no se diga,
que entre las tareas caseras y el negocio vivía - era el decir de ella - hasta los
ojos. A Inocencia no le alcanzaba el día para recoger huevos, cuidar pollos,
barrer, cuándo con la escoba de iraca, cuándo con el manojo de ramas, y
498

para colaborar con su madre en lo de la cocina, en el remendar y el lavar.


(I 22)

A pesar de esa dura vida de quehaceres interminables, para que fuera


posible que el mediquillo ambulante viniera a visitar a Lorenzo Pasos, cuando
le cayó "pasmo en el pecho ... los tobillos se le hinchaban... se quejaba de
serle imposible "tener los güesos de punta", y se pasaba en el lecho los días
enteros, de motu propio...(I 22), fue preciso feriar... los bienes de sabana, que
cuando no son mortecina pa los gallinazos, se aparecen los gorricoloraos,
esos sinvergüenzas que podían trabajar com’uno, y alzan con lo que tiene..., y
una vez ...consumidos los bienes de sabana.... salir d'esos dos cuchinos ques
l'único que falta.... (I 24), pues... los ahorros se iban acabando y los trabajos
estaban de parada... (I 23).

Pobres, los peones que trabajan de sol a sol, y apenas tienen derecho a
una ración desmedrada:

De ningún peón sabía Ángel que tuviese chocolate al desayuno y a la


merienda, como lo tenía él, ni ración de carne a almuerzo y comida, ni panela
con queso fresco a medio día, que onces no se les dan a los jornaleros. (I 66)

Pobres, los artesanos de aldea, desaliñados y feítos, que sobreviven con


artes de amabilidad barata:

El maestro Arroyave... zancón, seco, mano larga, uñas largas,


enlutadas, descolorido y un tanto abotagado, enmarcado el rostro en patillas
a lo Sucre, de cachucha, en mangas de camisa, el metro pringoso y
descascarado colgado del cuello, y los brazos pendientes del dedo pulgar
engarzado en la sisa del chaleco, con esa amabilidad de pacotilla que se usa
entre los negociantes, para atraer a la clientela... (I 88)

Pobres los empleaditos, "regulares en todo", encarnación de la medianía


de la pobreza:

Don Carmelito... es lo que se llama una buena persona. Regular en


todo, lo único que no tiene regular es la separación de las piernas al
caminar; semejan un compás y le dan la apariencia de andar al revés. Otra
irregularidad del estanquero de San Isidro: que es más simpático de lo
499

regular; su amarilla y fina dentadura la conoce todo el que le conoce; sabe


escuchar con paciencia, lo que encanta a los mineros, y entiende todos los
asuntos que se tratan. Para escuchar inclina la cabeza y baja los brazos, que
mantiene siempre pendientes de las bocamangas del chaleco, y los cruza
sobre el pecho. Viste saco y chaleco negros, pantalones claros; lleva corbata
negra, raída y un tanto grasienta; las perneras que las lavadas encogieron
sin piedad, apenas cubren parte de las blancas medias, donde las pulgas
saltan aman y duermen. El chaleco y los pantalones no se pueden ver: el uno
por la boca del estómago, el otro por las caderas, y la camisa en bomba, a
modo de muralla. ¡Ah! la brega de aquel estanquero con esos pantalones: si
los baja, se queda desnudo arriba; si los sube, se queda desnudo abajo.
Cuando no calza los botines amarillos de fuertes herraduras, calza los
negros, que no han conocido más betún que el del bautismo; jamás le han
visto con sombrero, y usa pelo cortado al rape. Fuma constantemente; oye a
diario la misa de seis; ayuna cada día como un trapense, que bien ayuna
quien mal come. Todo el mundo lo llama en diminutivo: don Carmelito por
aquí, don Carmelito por allá, don Carmelito por todas partes. (E P F 99)

Pobres de lástima, los mendigos que sobreviven con artes de ingenio


sutil:

Desde la víspera llegó ña Joba, a quien la pobreza obligaba a andar


siempre de pingajo, con otras comadres y amigas. (I 47)

Agora sí se acaba de limpiar el pueblo con la ida de doña Santos y las


niñas. Quién me dará mis dos tablitas de cacao todos los lunes? (L y C 114)

Pobres, esclavos de hecho, enfrentados cada día a la muerte, los negros


de las minas, que ni siquiera tienen nombre conocido:

Respondía al mote de El Jetudo, y tan ilustre llegó a ser el tal mote en


los sangrientos anales de las riñas y del buceo a nariz, que borró por
completo el nombre y apellido. (E T O 286)

El Sarnoso, sentado en una barranca.... replica rascándose las piernas,


levantando con la rascadura tenue nubecilla de polvo blanco, a que debía el
mote de sarnoso. (E T O 288)
500

Paupérrimas, desecho humano, a quienes nadie quiere reconocer ni


acercárseles, condenadas por la esperpéntica moral de la aldea, las mujeres
caídas:

Cuando Teresa, engañada, prostituida, enferma y destruida, retorna a


morir en su pueblo... La madre la recibe con lágrimas; y el padre no se da
cuenta de su presencia sino para quitarle los zarcillos. Corre la nueva de su
llegada, de su miseria, de su enfermedad.

Nadie asoma a hacerle compañía. Nadie, ni los que tanto la


asediaron... Ya se ve... - si ella no había sido más que una alquilada - Ni
ellas... ¿Le guardarían rencor por haber sido tantas veces su rival
vencedora? Ni él... Nadie le mandó una limosna, a ella que fue motejada de
dadivosa. (N 247)

Pobres, en sentido estético los aldeanos, incapaces de valorar la belleza


femenina:

María Inocencia era el polo opuesto de Jacinta su madre. Jacinta, a


pesar de sus cuarenta largos de talle, por el ojo negro y volado, el moreno
picante, las abultadas carnes, el entono, el garbo y el garabato, era conocida
en todo Sanisidro, y la admiración de todo el que tenía sangre en sus venas.
Inocencia, con sus cabellos en ondas de reflejos de oro, con sus grandes
ojos pardos de mirar dulce, velados por largas pestañas vueltas en arco hacia
arriba, con su blancura un tanto tostada por el sol, con sus dientes azulosos
de puro blancos, con sus labios rosa, su frente tersa, limitada por la
talanquera, un trenzado que empieza en la crencha y va por las sienes y por
sobre las orejas a modo de seto, y más que todo por el perfil tan delicado de
la nariz aquilina, Inocencia no era para tentar al vulgo; por falta de
rosicleres, de redondeces y de contoneos, nadie paraba mientes en su belleza;
que en Sanisidro no había en ese entonces, ni quizá haya hoy, la chifladura de
las estéticas y de los perfiles. (I 17)

"...a pesar de sus treinta y cinco, de haber criado diez muchachos y de


la maldita mancha que invade el palmito en los climas húmedos, pasaba por
mujer hermosa" (L N M 253)
501

Pobre, la capacidad de expresión simbólica, que por expresar la belleza


patentiza el esperpento. El cadáver de Lorenzo Pasos, hermosamente ataviado
para el viaje de la eternidad, según la elemental simbología del imaginario
campesino, es un monigote que patentiza el acabose definitivo de la vida:

... el cuerpo inflado como un odre, amarillento y opaco, entreabiertos


los vidriosos ojos, la boca embutida de cal, de bodoques de algodón las
narices y las orejas, pañuelo de colorines en las quijadas, blanca toca en la
cabeza, rapado a guisa de fraile - él que en la vida de Dios se quitó sus
barbas -; las manos grandes como dos manoplas, pisando maniatadas sobre
el hinchado pecho la cruz de palma bendita; hábito de fula azul ceñido en el
vientre monumental por el nudoso cordón de San Francisco; los pies
descoloridos y terrosos, atados con cabuyas por los tobillos; señalando al
cielo los alpargates nuevos que lucían los siete colores del arco iris; sobre las
rodillas, para espantar las moscas, una rama de ruda que llenaba el aire de
ese olor acre y característico que el pueblo llama olor de muerto.

Dijérase que se trataba de un fraile muerto en olor de santidad... (I 31)

Pobre, la capacidad de expresión afectiva.

Jacinta Rúa, casada sin amor, A lo princesa, o sea por razón de estado -
que rayaba en la edad de dársele - (I 73), después de catorce años de
matrimonio sin amor, ya viuda y jamona, se enamora ciegamente de su peón,
por un "te amo", escrito en una taza de loza: ... El "Te amo" de la taza,
sacudiéndole las entrañas, le abrió vastos horizontes. (I 74)

Pobres, hasta constituir pobreza de lastimoso abandono, los


conocimientos y recursos y prácticas curativas de la aldea, que el tratamiento a
Lorenzo Pasos, ya moribundo, nos permite palpar, entre gracejos y horrores.

El médico es Jesús Osorno,... el Cojito del Romeral,... un hombrecillo


descolorido, lagañoso, barbilampiño, escaro, los pies como dos líos de cuero
atados con cabuyas, en mangas de camisa, cargado con guarniel monumental
de vaqueta, negro y sucio....
502

El diagnóstico es severo:

Si eso es un costal de males, ña mujercita. Tanté que se le salió el agua


del cogote y se le regó por toito el cuerpo, y tiene una ventosidá en las aletas
del corazón, que no diga nada. Haga de cuenta un murciélago loco por
salirse de la cueva.

El tratamiento, tan horroroso como elemental:

- Treigan helecho bien seco y un cuero de novillo p'aplicale el sudor


que es lo último que falta por hacele.

...inclinado sobre la mesa, abrió un plátano maduro, asado, lo empapó


en vino de consagrar, y lo rellenó de especias e incienso.

Copos de humo blanquecino invaden la casa buscando salida por


puertas y ventanas y por cuanta rendija topan. El fuego chisporroteando se
levanta en llamas que lamen el cuero, y se esparce por toda la casa el
repugnante olor de pelo chamuscado.

El enfermo, sin camisa, el plátano abierto pegado sobre el corazón,


prendido de un lazo que cuelga del techo, en busca de aire, cuñado de atados
y almohadas por todas partes, terrosa y amoratada la color, renegridos los
labios, suplicante la mirada, y un estertor que parte el alma, brota agua por
todos los poros .

Sólo porque el cuero amenaza romperse es apagada la fogata. (I 24)

El obvio resultado, la muerte:

"M'hija - agrega con entrecortado y doloroso acento, ya me voy, mi


Amito y Señor me llama... (I 26)

Pobres, de una pobreza y un abandono que es ya denuncia del absurdo,


las relaciones de las gentes humildes, solitarias e incomprendidas, con sus
animales y sus objetos familiares, totems liberadores de la insignificancia y la
aniquilación.
503

Ña Honorata, la criada de doña Santos, feliz en la ciudad, añora regresar


a Sanisidro sólo por volver a ver la imagen de la Virgen de los Dolores y su
cerdo casero, con cuya venta espera conseguir su mortaja:

- Muchos santos bonitos hay puai en las Iglesias, pero quini la Dolorosa
de mi pueblo? Ni uno. El qu'izo esa no pudo güelver hacer otra. Es por
l'único que me dan ganas de güelver allá... y por mi Mono.

Se le encharcan los vidriosos ojos al hablar del marrano. Le ve tal cual


era... y cual doncella que ama, conserva siempre la mirada hambrienta de
aquel; los ojos glaucos rasgados a lo japonés; es que ña Honorata tiene el
pensamiento en ese marrano que ha de darle la mortaja, así como el cartujo
en la sepultura donde ha de dormir hasta que venga a despertarlo la
trompeta final. (L y C 126)

Sol, la huérfana agobiada y sola, encuentra su solaz en la esperpéntica


muñeca de trapo:

... lo pasaba cual una bestiecilla uncida al yugo del trabajo.... No tenía
más que la muñeca, una muñeca que ella misma farfulló en los instantes
hurtados al trajín de su pobreza. Aquella muñeca de larga cara, sin pescuezo
y sin mentón, blanca como el trapo de que fue hecha, dos nudillos de hebra
negra por ojos, dos bastas por cejas, dos de hilo colorado por labios, dos
chaquiras por orejas, una señaleja por narices; sin manos los abiertos
brazos, sin piernas. Esa muñeca con su cara de antigua evangelista puritana,
langaruta, de hilacha de merino por cabellos, era la amiga de Sol. Holgábase
la niña dándole palique, hoy un nombre y mañana otro. Era la poseedora de
sus secretos, de sus sueños y deseos. (S 187)

Pobre, la fe de los aldeanos emigrados a la ciudad, que apenas


emocionalmente cristianos e incapaces de afrontar desde su endeble
cristianismo tradicional los retos críticos y morales que les plantea la cultura
urbana, abandonan sus prácticas religiosas, y acaban por vivir una fe
desdibujada, trivial e irrelevante:

- Y es que Herlindo medita la muerte? - pregunta doña Catalina,


admirada
504

- ¡Meditar! Es que Herlindo y Carmen, si sapos pudieran colgar, sapos


colgaban de la paré. Lo pior, ala, de esta Floridablanca es que los hombres
se vuelven unos ateos. En Sanisidro primero se moría la muerte que Miguel
dejar de rezar el rosario; y aquí, como si no tuviera que dar cuenta a Dios...
El sr Cónsul, no reza porque no le da la gana. (L y C 149)

Pobre el afectamiento presumido de los funcionarios estatales, que lleva


a pensar a la perspicaz ña Joba Urrego, que el cadáver de Lorenzo es
mesmamente un Gobierno:

"Si vieran queridas lo bonito que está", dice ña Joba... "mesmamente


un Gobierno." (I 32)

Lastimosamente pobre, la universidad, que "propina" la ciencia. (L N


M 253)

En ese universo de pobreza, los varones y mujeres que desfilan por las
obras de Rendón, constituyen una teoría de esperpentos inmensamente
conmovedores por la contradicción radical que hay entre la bondad de sus
vidas, la ingenuidad de sus sentimientos, la hermosa naturalidad de sus
costumbres, la cándida fealdad de sus vestimentas y modales, y el cúmulo
inmenso de carencias, traumas, injusticias, y frustraciones insuperables que
padecen, manifestativos de una pobreza tan radical, que es, ya, desvalimiento
ante la rudeza de la existencia, afrontada por ellos con el dolor serio de la
verdad sin paliativos o la inconsciencia torpe de la inautenticidad
irremediable:

Ño Lucas, el mendigo ciego de Lenguas y corazones, bondadoso e


inofensivo, es esperpento con que las madres atemorizan a los niños: ...
caratoso a modo de pescado bagre,... terror de los niños... coco con que
(Rosinda ) dormía los dos niños. (L y C 113).

Heliodoro, el chiquillo de Castigos y Pecados, vivaz, desbordante de


vitalidad, picarescamente inteligente y hermoso, nacido y crecido en la entraña
de una familia unida y económicamente pudiente, es esperpento que, contra
toda razón, vive en un abandono de niño mendigo:
505

... muchacho cobrizo, quemado por el resisterio, de pelo rubio


ceniciento, en sortijas y bodoques empolvados y revueltos cual si un gato
hubiese jugado con ellos. Los ojos verdes, redondos y brillantes del rapaz
denuncian inteligencia y picardía; la nariz recta de grande ventanas
palpitantes, es señal de brío; la boca grande y graciosa está escaldada en las
comisuras; carrumia y verrugas en los pies, cuyos dedos han tomado las
niguas por derecho de conquista; en cabeza; hechos un solo remiendo, los
fondillos; la camisa en partes por fuera y retaqueados los bolsillos de
trompos y pelotas de cera negra. (C y P 8).

Heliodoro, el Cónsul, de Lenguas y Corazones, zagalote aldeano


ramplón y desaliñado, convertido, de la noche a la mañana, en señorito
citadino, poseído por la extravagancia del acicalamiento, adornado con dijes
simuladores de esoterismos que ignora, obsesionado por el cuidado de su
figura, en lucha maniática contra la mugre, es fantoche de la vanidad:

Los cabellos del Cónsul de un negro azuloso, motilados a lo fraile se


esponjan en bomba sobre la raspada nuca: con las ojeras, que Amor
sombreó, resalta el brillo mortecino del ojo lánguido y rasgado; de escaso
lóbulo y desdoblada hélice, las orejas remedan pálidos hongos; la mácula
del humo del cigarrillo, realza la blancura de las huesosas manos; lleva el
bozo afeitado, y las uñas, siempre largas, le mantienen esclavo. Dijérase
anudada por las manos intangibles del capricho la arrebolada corbata que
cambia una, dos y tres veces al día. Irradia en ella la media luna, cuando no
la insignia de la logia a que no pertenece... El trasciende a tricófero, a
cigarrillo, a Peau d' Espagne... él le tiene jurada al polvo guerra a muerte,
que eso es soplido aquí y soplido allí, pastortejo va y pastorejo viene. (L y C
135)

David, adolescente pueblerino modelo, que de visita en la ciudad se las


da de citadino emperifollado, sin percatarse de la extravagante fealdad de su
vestimenta, ni de su lastimosa figura de aldeano cundido de acné, nalgón,
patón y juanetudo, es un esperpento del atolondramiento ingenuo: obediente,
juicioso y aplicado,... rollizo, duro y bajito; romas, atomatadas, lustrosas y
sembradas de espinillas las narices; de barros la embombada frente, uno de
ellos al reventar; hocicudo, cejijunto y de mirar apacible. Vestía un saco -
herencia paterna - de anchas solapas y caído de cuello. El descotado chaleco
dejaba ver en cada ojal de la pechera tamaña letra gótica, bordada con
506

primor. La negra corbata de pacotilla le pendía a modo de pectoral; el botón


del cuello le brillaba, a modo de estoperol. Las pernazas, arqueadas además,
apenas le cabían en los pantalones, y los pies gruesos y juanetudos, calzados
con botines de resorte, apestaban a betún. El blanco sombrero de levantada
copa parecía de los del hampa... Y la parte posterior?... que convidaba a una
tanda de palmadas. (L y C 151, 152)

Los negros de En la tierra del oro, vigorosos, vivaces, poseedores de


secretos de brujería, mirados como estereotipos de animales, a causa de su
figura y su talante de negros, son esperpentos del menosprecio:

El Jetudo... Era un ejemplar humano que a conocerlo Darwin, fundara


en él su famosa teoría. Blindaba aquel cuerpecillo enjuto y sarmentoso
pintoresca coraza de carate, que se atesaba por pecho y espalda, con las
vetas ondeadas del carey; se realzaba áspera y escamosa, en codos y rodillas,
mientras costelaba muslos y extremidades con mancha, como lama de
humedad, con dibujos entre blancos y azules, de un pompadour admirable. La
armazón hosca de su raza, que parecía huirle a la línea recta, le hacía
curvarse por el espinazo y caminar con los muslos ajustados, las zancas en
horqueta sacadas hacia atrás, las patas de través hasta mostrar por delante
el pronunciado jarrete. (E T O 286).

La cocinera No 1, la encargada de los cocidos y del reparto, chata,


dengosa y desgarbada como ella sola, llevaba el pelo de hilacha de merino
cogido en dos apretados haces sobre las orejas a manera de cuernos, llamada
por eso la Cachiabierta. (E T O 289)

Jacinta Rúa, la propietaria campesina de Inocencia, vestida con sus


desuetos trajes de colorines chillones, averiados por el tiempo; caballera de su
deforme rocín amarillo, cubierto de chiribitiles, romera medieval extraviada
en las laderas antioqueñas, es monigote del arcaísmo anacrónico:

Sombrero de Aguadas con pedrada a un lado y lazo de cinta azul que el


viento bate; capa de paño negro, verdoso por el tiempo y esclavina de
terciopelo ya raído; faldamenta verde; tamaño lío en la horqueta del
galápago; maletín de diagonal a listas con pabilos en las jaretas; caballera
en rocín amarillo cariblanco, de andadura y muy tripón además, tal se iba
507

Jacinta Rúa, espuma campesina de San Isidro, por el camino de cuestas,


mesetas y cañadas que conduce a Bellavista. (I 16)

Lorenzo Pasos, su esposo, avejentado, rostro de corneja, aire de


hidalguía, blancas barbas manchadas por el humo del tabaco:

Lorenzo Pasos, su marido, un hombrón avejentado, alto y flaco como


un espartillo, nariz de corneja y barbas blancas que el humo del tabaco tiñó
a partes de amarillo. Las tales barbas le imprimían al viejo un cierto aire de
honorabilidad... (I 16)

La ubicua ña Joba Urrego, llena de brío inagotable, averigua secretos de


yerbatería y se burla de miserias y enfermedades; hierofante de Bellavista,
(I 83) interpreta sinos fatales y pronostica catástrofes; Hebe de aquel olimpo,
(I 37), que en convites, fiestas y velorios pregunta guasona, "busté bebe?",
(I 38), y taloneando y fumando el cabo por dentro, escancia el anís en el vaso
imperial (I 53), es apenas una viejecita... hilachosa, desdentada,
boquifruncida, viva como una ardilla..., el tabaco que fumaba con la punta
encendida dentro de la boca. (I 24), que dice no servir ya ni pa sacar un
perro a..., (I 25), es esperpento de fealdad y símbolo de la vida que renace sin
descanso.

Jorge, el médico burgués, de Sol, venido de la capital de la república,


disonantes en el medio aldeano su finura relamida de estantigua colonial y sus
aires benevolentes de personaje superior, es efebo grotesco que enamora a la
muchacha cándida de familia aristocrática venida a menos, para luego
menospreciarla como aldeana de la inculta Antioquia, obsesionada por ansias
de maternidad, cuyo amor frustraría sus posibilidades de promoción cultural y
goce egolátrico:

El doctor Jorge, con el mostacho en forma de antenas, abrillantado por


la húngara, con su blancura de Cristo de marfil, ahumado por el incienso,
con su mirar vago...

En estos pueblos salvajes, en esta maldita Antioquia sobre todo, no


tienen otro ideal que el matrimonio. La belleza, el arte, nada les importa...
Qué bonito yo, todo un burgués arrullando muchachitos...! Y mi viaje a
Europa... ja! ja! (S 182).
508

Dorotea, la enteca catequista aldeana, nieta urdemales de ño Telmo y ña


Socorro, enriquecidos de la noche a la mañana, por artes de guaquería;
Bárbara, la pulpera gigantesca y obesa, de carnazas tembleques; doña
Pastora, la modista estéril, resentidas, envidiosas, falsas, agresivas,
manipuladoras y dominantes las tres, conjunción perfecta de fealdad y
repulsividad física, psíquica y moral, son fantoches de la mezquindad:

¡Qué horror era Dorotea en la escuela! El fiscal que acusa sin cesar,
que se goza en los castigos; el verdugo que araña y empuja; el duende que
vuelca tinteros, que raya dibujos y daña costuras; una verdadera tea -
afirmaba la maestra - una urdemales hecha y derecha.

La juventud le negó sus encantos, así como el nacimiento le había


negado el tan anhelado rango. Seca de carnes, seca de tórax, encogidos los
hombros y recta como un huso; de mirada negra, inquisidora y penetrante,
Tea no tenía otro aliciente que las talegas de su padre; y era vox populi que
el dichoso padre no soltaría en vida un maravedí... (S 179)

Bárbara la pulpera... la gigantesca Bárbara de temblantes carnazas y


almendras de oro en las orejas, que consigue muchacho a quien... a fuerza de
coscorrones logró meterle en la cabeza que la llamase "mi sia Barbarita”, y
no "mana Bárbara", como era de costumbre y uso. (S 184)

Doña Pastora... una señora de mucha untaza, de ceño amargo, de


lunar peludo en el mentón, rechoncha y papada fofa, casada y sin hijos.
Contaban de ella que se anduvo por todos los santuarios en busca de
imágenes milagrosas para conseguirlos; que tomó cuanto brebaje le
propinaron médicos y curanderos y fementidas brujas, que, desengañada,
acabó por no poder ver niños, y que se le revestía el diablo al verlos
juguetones haciendo las delicias de sus madres. (S 183)

Sol, la hija póstuma de blancos empobrecidos, absorbida por quehaceres


de criada, despreciada y maltratada por los resentidos de la aldea, sacrificada a
los prejuicios, por temor al qué dirán, patentiza, como víctima, el esperpento
de la enfermiza sociabilidad aldeana:
509

Sol, la niña magra, de labios desteñidos, de ojos tan negros, tan dulces,
tan crespos, vestida siempre de sobras, a diario se la veía por esas calles, a
tarde y a mañana, lloviera que tronara, llevando en brazos el calabazo, un
calabazo con figura de aguacate, o al hombro el tarro de guadua y el cesto de
tabacos, unos tabacos pequeños para señora, a siete por peso y a diez por
ocho. (S 183)

Gregoria Toro, la negra de Yolombó, imponente como una emperatriz


africana, es encarnación perfecta del estrambótico contraste entre la belleza, el
desparpajo y el orgullo, y la ordinariez ingénita de la nobleza negra:

De repente rompe el concurso, rodeada de negritas cuidadosamente


emperejiladas, la Reina de Abisinia: la negrura del traje de merino
recargado de adornos, competía con su cara y manos: cubríanle el pecho
grandes esclavinas de cuentas negras menos brillantes que sus ojos; la ancha
balaca roja resaltaba en las pasas; vivo ramo de flores artificiales sobresale
en la apretada capul; largos zarcillos de oro de lámpara griega le caían
hasta los hombros; gargantilla de uchuvas del mismo precioso metal le ceñía
el gallardo cuello; y diez sortijas de falsa pedrería brillaban en sus manos
como en joyero de terciopelo negro. Pintadas con papelillos las negras
mejillas, le hacían visos violáceos; llevaba las cejas embadurnadas de corcho
quemado; y entró contoneándose con grabo soberano, atrayendo sobre sí la
admiración de la multitud. Era Gregoria Toro. (Y 227)

El campesino anónimo de La leyenda del nuevo maná, encarna el


esperpento del hombre, en cuanto criatura del vientre, "soberano que se hace
obedecer de los Papas y de los Reyes;... por quien la humanidad entera y
todo ser viviente lucha, se agita, se mueve;... tiene a su servicio la inteligencia
- soplo divino - y el corazón - la noble víscera donde anidan los grandes
sentimientos - ;... cuya voluntad hace que el amor mismo, el Amor
proclamado alma del mundo se incline a su favor para satisfacer vulgares,
imprescindibles necesidades... (L N M 254).

El joven aldeano, que vino a buscar la ciencia, desorientado en la ciudad


que apenas conoce, asediado por las gallinas hambrientas de una casa de
avaros, aterrado por el recuerdo de inverosímiles sanciones morales, esclavo
del omnímodo poder ventral, defeca trepado en las ramas de un naranjo
esquelético:
510

El estómago expresó su voluntad soberana con esa voz que se hace


obedecer de las frentes más soberbias, sin réplica, sin tregua, sin espera.

... Se oye el sonido vergonzante de una flauta, luégo una salva y un


tenue quejido... Aquello fue como si la vara milagrosa de un encantador
hubiese tocado la tierra: brotaron de aquel erial millares y millares de
gallinas y pollas; todas las gallinas del universo mundo, que corriendo
desaladas rodean al mozo saltándole y picándole por todas partes.

En pie, patiabierto, maneado por los pantalones, reparte tajos y


reveses con el sombrero en la mano y los ojos cerrados para defenderlos de
los picotazos, gritando: huche, huche, malditas!... ¿Aquí no les darán de
comer a estas malditas? ¿El maíz será en esta casa como el frutero?

Por un momento el infeliz pierde el sentido. El recuerdo de la vieja que


boqueó asediada por el infierno que acudió a llevársela metamorfoseado en
gallina en castigo del hurto de un huevo, le saltó de repente.

- ¡El naranjo! grita de repente el mozo; y de un salto, agarrándose de


pies y manos, se acomodó.

Las gallinas todas se aglomeraron al pie, como si el cutu cutu, reclamo


de ricas promesas, las hubiese convocado...

...............................................................

“Bendito naranjo, de donde llovió, como caído del cielo, el maná para
aquel corral hambriento”. (L N M 254 - 256)

Es tal el desastre de la pobreza entre la gente, que la hermosa naturaleza


antioqueña, vigorosa, lozana, exuberante y fecunda, descrita por Rendón con
minucia y amor en Inocencia y en Yolombó, acaba por convertirse en una
serie de monigotes estrambóticos, cuando él la antropomorfiza, haciéndola
partícipe del carácter, los defectos, las carencias y los vicios humanos:

El girasol,... cursi como un ricacho de nueva data. (I 20); la flor de


muerto, repele como una hermosa mujer de aliento nauseabundo. (I 21);
511

Como las mujeres, los árboles secos vencen con la fuerza de su debilidad... (I
51); un naranjo se levantaba en el centro, solitario, esqueletudo, polvoriento,
sin un azahar, sin una fruta; un naranjo que parecía el mendigo de las
naranjas con su hilachento vestido de telas de araña. (L N M 253); el pisco
se pasea... ostentando con vanidad de mujer su plumaje saraviado; las gallinas
miran con un... qué se me da a mí que les es genial... (I 21); el gato vive
haciéndose siempre el de mi alma... (I 22)

La esperpéntica social

A través del relato de leyendas de origen, conflictos de raza,


menosprecios de aldea, en los que son actores los pobres y esperpénticos
personajes que venimos de conocer, Rendón reconstruye el esperpento de las
perturbaciones originales de Latinoamérica, en la comarca antioqueña.

Esperpentos de raza y clase

Aristócratas y plebeyos

En el lar antioqueño, como en todo el continente, lo referente a estirpes


es de una lastimosa y estrambótica pobreza: la inmensa mayoría de los
aristócratas latinoamericanos perpetúan una pobre conciencia de aristocracia,
constituida por la sucesión hereditaria de colonizadores de oscuro origen,
puebleños y pobres, autoconstituidos aristócratas por inane derecho de compra
de cédula de limpieza de sangre, enriquecimiento turbio, y residencia en
poblachones insignificantes oropelados de títulos.

La próspera familia minera de los Guzmanes, de En la Tierra del oro,


y la empobrecida de doña Dolores, la viuda, de Sol, ilustran, la obra de
Rendón, la manera como se vive la pobre conciencia latinoamericana de
aristocracia en la aldea antioqueña:

De atrás les venía a los Guzmanes el oficio. Minero fue el padre de don
Javier, asturiano establecido en la entonces provincia de Antioquia...

A don Javier le ligó en la época en que su unigénito ya casado y minero


furioso y de nombradía, con cinco varones y otras tantas mujeres, contaba la
512

familia con un caudal que por entonces podía pasar por pingüe: Tal bienestar
trajo la consiguiente traslación de los penates, desde las regiones salvajes del
"Pucuné" y del "San Jorge", a la Capital de la Provincia, donde, debido a la
fortuna y a la prosapia, ocuparon los Guzmanes puesto ventajoso y
distinguido. (E T O 277)

Doña Dolores... no se cansaba de lamentar su viudez, la vida llevada a


pujos, la miseria y el hambre, el trabajar como una negra, ella, criada en
tanta delicadeza; y, Pedrito, el difunto y siempre bien recordado esposo, que
no la dejaba mover una paja, que la mantuvo siempre como oro en polvo,
ahora sola, sin apoyo en la vida y con tres hijas!... don Pedro que se veía en
sus hijas, soñaba con mandarlas a educar a Medellín... Y tan nobles además -
añadía meneando la cabeza - "de pura cepa española" y no como quiera, que
los nombres de la familia estaban inscritos con letras de oro allá en Castilla
la Vieja. (S 177)

Igual que ño Milagros, el rescatante y cartero de Sanisidro, los blancos


pobres, mantienen vivo su orgullo de estirpe, proclaman a los cuatro vientos
sus derechos de hidalguía, y miran de tú a tú a los blancos ricos, pues saben
que teniendo "buenos papeles", el desvío con que se los trata es efecto del
"borrón" de la pobreza:

Ño Milagros "rescatante en frutas", como él se titulaba, porque surtía


el mercado de Sanisidro de mangos y aguacates, totumas y vajilla de madera;
que levantaba el gallo cuando se oía llamar ño, pues blasonaba de tener la
sangre azul, como biznieto que era de don Candelario de los Vahos, alcalde
pedáneo que fue de Sanisidro, donde aún se hace memoria de lo gallardo de
su porte, de sus enhebillados zapatos, y sus calzones a las corvas, el cual don
Candelario descendía nada menos que de alcalde de hijosdalgo allá en la
madre patria.... Su nieto, el rescatante en frutas, convencido de tener buenos
papeles, solía decir, templando la ruana por los cantos y mirándose de abajo
a arriba:

- No estén pensando que yo soy cualquier pintao en la paré; es que la


pobreza es un borrón.
513

Seguramente por la mácula de la pobreza, ese hijodalgo, si rechaza el


ño, no exigía el don, pues se contentaba con que le llamasen Milagros a
secas.

Lo que era a los señores (Castañedas) el noble rescatante no les


escatimaba el don; pero a los hijos...

- Eso se quisieran, si yo soy mejor qu' ellos. (L y C 131)

Mulatos y mestizos "blanqueados" por derecho de enriquecimiento y


citadinidad, pero carentes de documentos que acrediten su limpieza ancestral,
no sólo son menospreciados por los blancos que tienen "buenos papeles", sino
que, ante ello, viven la incertidumbre insuperable del dilema entre riqueza y
linaje como dilema entre vientre y figuración:

En el pueblo cundía la nueva del seguro matrimonio del doctor con la


"princesa Eulalia". Y Tea, que no las tenía todas consigo, pronosticando: "En
la nuca me lo derrito". Pero escarbajeándole si no sería preferible el linaje a
la riqueza. En la intimidad de la familia sostuvo esas ideas alguna vez; y su
progenitor, que no tenía muelas de corcho, mirándola un si es no es con
lástima y burla, replicó:

- Esta muchacha si parece boba; se conoce que no ha padecido


hambre.

La muchacha no podía convenir con el socarrón de su padre. Mi papa


- se decía para su coleto - es un viejo pasao. ¿De que me sirve a mí que él
tenga plata...? Y la pánfila de Eulalia, lambiendo ceniza y todo, ha logrado
enamorar a un hombre como el doctor. (S 181)

Los mestizos enriquecidos, resentidos de su condición original de


"canalla", cada vez que pueden hacerlo, escarnecen pública y clamorosamente
a blancos, pobres o ricos, entre los cuales, las vías de hecho y los agravios
verbales están abolidos como cosa de negros, sin recato ni cultura:

Mana Bárbara, la mulata ascendida a doña, al reclamar, a voz en grito, a


doña Rosaura, la blanca empobrecida, madre de Sol, la devolución de una
nonada que le había dado en préstamo, recalca, sin motivo alguno, su
514

pertenencia y la de su enriquecida sobrina, Tea, a "la mesma canalla", le


enrostra a la señora, su falta de honradez, su pereza y su orgullo de blanca
pobre, y la amenaza con demandarla ante el alcalde:

¿Qué corona tienen vustedes pa yo darles mi trabajo? Si están tan


probes boten los zapatos y álcesen la saya, que qué hacer no falta... A cuenta
de señoras, primero fruncen que coger un atao de ropa y una pelota de jabón,
y agarrar pa la quebrada. A diez pesos tan pagando la docena... Ya me ven a
yo con la pezuña en el suelo y lavando mondongos y haciendo de todo: y soy
tan señora como la que más; muy tía, pa que lo sepan, aquí onde me ven, de
esa arrempujosa Tea. Manque lo niegue esa rila-en-palito, semos de la
mesma canalla. A cuenta de que mi hermano se sacó un entierro ya no voltea
a ver a naide en la casa la so pelada. El que se la dio se la puede güelver a
quitar... por orgullentas están vustedes como están... Ya lo saben, si no me
pagan hoy las llevo onde el alcalde; pa eso hay justicia. ¡Les arranco mi
plata go no me llamo Bárbara Bedoya! (S 185)

Por el contrario, Hortensia y Amalia, damas blancas, malquistadas entre


sí, evitan a ultranza las vías de hecho y la desmesura verbal:

Hortensia y Amalia, esto es la flacura y la gordura, que vivían como el


muérdago y la encina - lo creerán UU? - se han declarado la guerra. Ni por
vías de hecho ni por palabras han luchado, porque eso es cosa de negras, y
ellas son niñas de gran recato y que han cursado todas las materias, y que
saben mucho Telémaco; pero eso sí: con los ojos sostienen unas cargas
aterradoras. (C C C 205)

Partícipe de la mentalidad aldeana, demócrata y capitalista de


Latinoamérica, Rendón concibe la prosperidad como fenómeno étnico-
aristocrático, generado en escala descendente, o más precisamente,
degradante, por los capitalistas, caballeros y señoras de la escogida sociedad;
la gente del pueblo, dócil y robusta, o sea, utilizable; los negros, apenas
elemento de la raza negra, así se conserven en toda su nobleza:

Yolombó puede decir: "el porvenir es mío!... Todo atraerá al obrero y


al capitalista. Si a esto se agrega la pequeña, hospitalaria y escogida
sociedad que hoy tiene, tanto de señoras como de caballeros; la docilidad y
515

buena medra de la gente del pueblo vigorizada por el elemento de la raza


negra que se conserva allí en toda su nobleza... (Y 237)

Los esperpentos de la ciudad y la aldea

Como consecuencia del desprecio de conquistadores y colonizadores


por todo lo que tuviera que ver con su origen oscuro y aldeano y con las
culturas indígenas y negras, consideradas por ellos como salvajes, bárbaras y
lugareñas, la sociedad latinoamericana identificó el concepto de cultura, con
los de blancura, aristocracia, riqueza y citadinidad; menospreció la cultura
rural, aldeana, pobre y mestiza; y negó las culturas negras e indígenas, hasta
llegar, por la vía de la identificación entre citadinidad y cultura, a la identidad
entre inculturación, urbanismo y arribismo.

En la áspera y vanidosa crónica de El Toisón de Oro, periódico de


Floridablanca, la ciudad de Lenguas y Corazones, encontramos los contenidos
de la esperpéntica conciencia antioqueña sobre aldeanidad y citadinidad.

De los pueblos ha salido todo lo humanamente bueno:

En Floridablanca y en Constantinopla, en París y en Londres, el foro,


la banca, el comercio, los académicos, los políticos, los sabios y los artistas,
todo, en su mayor parte, se compone de gente nacida y criada en poblachos.
(L y C 142)

Desde su fundación misma, Floridablanca (la ciudad), está constituida


por familias oriundas de las aldeas o formadas por las uniones de citadinos
nativos y lugareños emigrantes:

Nosotros a diario vemos que aquí y allá se confunden y se codean las


que vieron la luz en Floridablanca con las que vinieron del Norte o del Sur,
del Oriente o del Ocaso. ¿Quién sería osado a decir que no son todas ellas el
mayor encanto y el principal adorno de la ciudad, de las frondas, de las
fuentes? ... casi todas, si no todas, las familias de Floridablanca son oriundas
de pueblos y lugarejos. El olor a helecho se aspira en Floridablanca desde su
fundación, confundido con los efluvios de sus jardines; porque desde entonces
llegan sin cesar a ella familias lugareñas. Ese olor de helecho, en vez de
516

rechazarlo, debemos aspirarlo con delicia; él nos mantiene vivo el recuerdo


de los lugares donde jugamos de niños; y el recuerdo de los lugares donde
nacieron nuestros abuelos... y el recuerdo de los lugares donde nuestros
padres labraron sus fortunas. (L y C 141)

Sin embargo, contra toda lógica, el aldeano emigrante es considerado,


como ciudadano de categoría inferior, de quien poco o nada se puede esperar:

Nada esperemos de las señoras de los pueblos; a ellas no les tendamos


la mano, porque sería inútil... El bello ramillete de las señoras y señoritas
que componen la sociedad de esta metrópoli, apellidada culta por tantos
títulos, levantará el busto de la diosa a quien Grecia, la madre del Arte,
rindió culto en sus vergeles. (L y C 141)

La esperpéntica religiosa

La religiosidad de la Antioquia aldeana, ha sido, indiscutiblemente, el


centro de la autocomprensión personal y de la cohesión social; sin embargo,
construida y vivida dentro del modelo de cristiandad, que identifica sociedad
civil y sociedad religiosa, Estado e Iglesia, ciudadano y creyente, está
hondamente distorsionada por amalgamas político-religiosas profundamente
penetrada por el sentimiento del miedo, radicalmente permeada por vivencias
y sentimientos de raza y clase, y preponderantemente expresada en
formalismos rituales, mezclados de prácticas supersticiosas.

Religión y Política

Sin profundizar en la presentación del fenómeno religioso-político,


típico de las cristiandades latinoamericanas, herederas de la mentalidad
teocrática del patronato español, Rendón, a través de unos breves rasgos,
cargados de perspicacia y fuerza diagnóstica, nos permite vislumbrar el
enfrentamiento partidista por razones religiosas:

La tarea eclesial, reducida a ajetreo de sacristía, es mirada como


tejemaneje conservador:
517

Doña Marianita Henao que jamás se vio metida en estas inguandias, y


a quien tanto empalagan las cosas de sacristía, aunque es esposa y madre de
sacristanes, con excepción del Mono, que parece radical, fue enrolada en la
comparsa del altar de Iglesia. (C C C 198 )

En las aldeas conservadoras, la convicción cristiana y la filiación liberal


resultan incompatibles, para el pueblo:

La señora era liberal - pecadillo que no le perdonaban en el pueblo -.


De que ser liberal era pecado, no la convencía ni el Padre santo de Roma. Si
lo fuera - argüía - no dijera la Pasión: "pues sois liberal dador." (S 180)

Temor clerical

De la teología jerárquica de cristiandad, según la cual el clérigo


constituye el ápice de la estructura social, o sea, de la comunidad
sociorreligiosa, nace el temor al clérigo.

Para el mismo Rendón, mentalidad típica de aldea antioqueña, la


pertenencia a la jerarquía eclesiástica se impone como algo congénito, como si
hubiera hombres nacidos para la clericatura o el episcopado:

El obispo Herrera oficiaba con esa unción y esa humildad que se


imponen no menos que su digna figura hecha para el episcopado... (Y 223)

Aunque, la primacía clerical se manifiesta comúnmente bajo formas


paternalistas: El sermón fue dicho con esa confianza y decir llano
característico en ese jesuita, que más parece una vieja abuela rodeada de sus
nietos, a quienes cuenta milagros y vidas de Santos. (Y 224), los miembros
seglares de la comunidad viven de tal manera subordinados al clérigo, que su
trabajo eclesial es insignificante, hasta el punto de que Rendón, piadoso,
creyente y altarero insigne de aldea, califica de.... ratas eclesiásticas (C 270)
a quienes colaboran con el párroco en los ajetreos del Corpus Christi.

Los feligreses-aldeanos, se sienten unidos a sus sacerdotes con vínculos


afectuosos, sinceros y profundos:
518

Ña Honorata, la criada de la casa de don Miguel, residente ya en la


capital,

... se daba tres caídas por alcanzar la bendición episcopal. Pero


darle... la primacía al prelado sobre el padre Romero de Sanisidro?....

- Cuando más serán iguales en lo bonitos y en los santos. (L y C


126)

Al saber la noticia de la grave enfermedad del párroco,

Ña Honorata suelta el trapo a llorar y jura no volver a Sanisidro.

- A qué, sin el padrecito y sin mi Mono?

- Dios quiera que se revoque la sentencia del padrecito en mi cuchino.


(L y C 133)

La enfermedad del párroco, cuya figura constituye la cima de la aldea,


es asunto de zozobra para todo el pueblo:

... que el señor cura está de muerte y el pueblo consternadísimo; -


informa una carta de Sanisidero - que el domingo se hará por él una velación
y que se eligió el domingo para aprovechar las oraciones de los campesinos;
que en casa de doña Victoria se reza todas las noches la novena de la
Santísima Trinidad con nueve velas y nueve personas; que doña Catalina se
pasó de asiento a casa del enfermo.

- Virgen de los Siete Dolores! - exclama confundida doña Santos -, si el


padre Romero se muere se acaba Sanisidro. (L y C 133)

La campesina Jacinta Rúa... tiene tantas migas, con su párroco, a quien


quiere y respeta como cosa santa... (I 59)

Sin embargo, los feligreses aldeanos no pueden dejar de sentir un temor,


más morboso que teologal, al relacionarse con los sacerdotes:
519

Las altareras del Corpus, temen como pecado, reprocharle al párroco el


trato injusto que les da: Doña Ubaldina Escobar, Camila Luque, Rosalina
Gómez y compañeras mártires sin hipérbole, que no hay martirio igual a
tener a cuestas un altar de Corpus, no decían nada porque hablar de curas
es tanto pecado; pero a la cara les salía piquiña, porque el curita dizque les
dijo cosas de cocina. (C 270).

Cuando quiere realizar el baile tradicional de final de convite, Jacinta


Rúa, recuerda temerosa que el sacerdote... no se cansa de predicar contra
"esos abracijos del demonio", tiembla Jacinta con sólo pensar en el baile...
(I 59).

Realizada la fiesta, se aleja del sacerdote, cuya amistad teme haber


perdido, pues él, por santo, todo lo sabe: Si desde antes del baile no se
confesaba no había cumplido con la Iglesia. No se había atrevido a llevarle
en persona las panochas al señor Cura, temerosa de que él que era un santo,
le leyera en la cara los pecados, y se denegara a aceptar los regalos de una
tal por cual;... (I 84).

En trance de penitente urgida de confesión liberadora, teme ser


públicamente avergonzada por él: "Esto es el patas... Me confieso... Ya lo dije,
me confieso". Más, a poco de formar tal resolución, vuelven sin ella caer en
la cuenta, los temores y las vacilaciones: que el Señor Cura tronaría en el
confesonario; que le negaría la absolución; que la gente huiría de ella como
de una endemoniada... (I 85)

Vivir irreligiosamente, entendida la irreligiosidad como el vivir al


margen de la institucionalidad eclesial, o contra ella, se considera causa de
castigos atroces, como el que, en Sanisidro, cree padecer don Ananías Pinares,
el incrédulo:

... don Ananías Pinares... se envanecía, escandalizando, de haberse


confesado de mentirijillas para que lo casaran; que no asomaba a la iglesia y
que llama a Cristo El Zarco de Galilea...

-Un cáncer en la lengua queridas - continuó doña Catalina, que tenía


la palabra - se lo llevó en seis meses...
520

- Decía que Dios le había mandado ese achaque en la lengua por todo
lo que se había burlado de las procesiones y por todo lo que había echao de
los curas y las monjas. (L y C 145)

Raza y Culto

A pesar de que en la aldea antioqueña no hay segregaciones cultuales de


tipo racial, las prácticas litúrgicas no logran realizar su primaria función de
fraternidad igualitaria, pues el racismo, subyacente en mentalidades y
sociedades latinoamericanas, permea la expresión religiosa de la creyente
sociedad antioqueña.

Los fieles, indiscriminadamente reunidos en el templo, se miran unos a


otros, desde una odiosa óptica jerarquizadora y discriminadora:

En la concurrencia había mucho qué ver y admirar: allá, cerca del


Solio, en medio de las damas del grajo y del jumo, resaltan algunas caras
blancas como granos de maíz capio entre carbón: son las de creme... (* Y
223)

Blancos y negros, ni siquiera en los quehaceres parroquiales, quieren


trabajar juntos:

Tulia, la Tizne, y Luisa Moreno tuvieron un encontrón de pico.


Haciendo alarde de su blancura, dice Luisa a su contendora, queriéndosela
tragar con sus azules ojos: "A mí no me gusta, Tulia, que me nombren con
negras para nada". Pero Tulia que se siente tan blanca por dentro la
despreció. (C C C 208)

Si es cierto que el poder indiscutido de la jerarquía eclesiástica logra


mantener una férrea unidad formal en materia doctrinal y litúrgica, también lo
es que las manifestaciones de la religiosidad popular resultan no sólo
diferentes sino también irreconciliables, de acuerdo con las concepciones,
emociones, vivencias y actitudes de negros y blancos.

En el breve relato, En Zaragoza, Rendón patentiza la concepción, la


vivencia y la expresión cultual de los negros, que a las orillas del Nechí,
veneran la imagen del crucificado.
521

Para ellos, el poder de convocación religiosa radica en la fuerza


evocativa del ancestral inconsciente festivo:

Las campanas de la humilde capilla del Cristo famoso tocan el mapalé


- que si no son llamados con el toque del baile que las abuelas importaron de
esa Africa donde el blanco les tendió la red de la esclavitud, los fieles de
Zaragoza no acuden al templo. (E Z 260)_

Al margen de la racionalización teológica, a la que permanecen


impermeables, tienen una concepción de Dios, emocional, imaginera, agorera
y mágica, en la que se confunden cristianismo y satanismo:

En el púlpito... el orador sagrado... se esfuerza en convencer al


auditorio de que el Cristo que adorna el altar y cuya fama traspasa los
límites de la patria, no es más que la imagen del verdadero, de ese que se
esconde bajo las especies de pan y vino.... El auditorio que lleva consigo
amuletos salvadores de todo mal, de todo maleficio, de todo veneno de
alimaña feroz: uña de la gran bestia, animal que se sale del baúl mejor
cerrado; el colmillo del caimán consagrado pro el culebrero, por el
nigromántico semi-salvaje; el coral que la vieja hechicera invistió de poder
sobrehumano; la covalonga hembra y macho... ese auditorio no se convence
de que Dios, el Dios de los cielos, sea otro que la imagen que tiene allí, la
cabeza sobre el pecho, y ensangrentado y llagoso. (E Z 261)

El Jetudo, por ejemplo, a la vez que devoto carguero penitente del Señor
de Zaragoza, es dueño de secretos poderes demoníacos, heredados de su
difunta mujer, que ejerce gracias a sus relaciones secretas con el demonio:

Del Jetudo contaban y no acababan maravillas. ... Cómo no, si el


Jetudo era un ayudado de tomo y lomo?... En tierra: bien se las hubiere con
hombres o con alimañas, le ayudaban los tres dulces nombres a quienes
rezaba a mañana y tarde la " oración para hacerse invencible", talismán
infalible, privilegio exclusivo, que por herencia le legó su segunda mujer,
hechicera que fue de grande nombradía. En el agua le ayudaba el Cristo de
Zaragoza, cuyas andas cargaba siempre en su fiesta titular... Estas
supersticiones religiosas y otras de índole diabólica, cuyas prácticas se le
atribuían, dábanle al Jetudo un carácter misterioso y terrible. (Z 286)
522

A los blancos, poseídos de aires de superioridad, que ven sus


concepciones, vivencias y celebraciones religiosas, como expresiones de
candorosa ignorancia, les impiden la participación en sus rituales:

Pablo, que ha subido hasta el presbiterio creyendo que se trata de una


ceremonia rara, es rechazado por los negros, que no permiten que un blanco
cargue a su Dios.

Pablo se mueve, va de un punto a otro para observar y no perder ni un


ápice del espectáculo: todo para él es nuevo, el canto, la orquesta, la
indumentaria, la multitud de negros tan distintos, bellos unos, otros
semejantes a orangutanes, esotros que parecen cubiertos de escama a causa
de las manchas de carate. (E Z 262)

Cada uno habló de obstinado mal, de promesa y de milagro. Pablo


sonreía de tanto candor, de tanta ignorancia. (E Z 264)

En Yolombó, a través del testimonio de don Valentín y sus hermanas,


ancianos campesinos, blancos y célibes, sobre su amor entrañable a la imagen
del Divino Niño, que los acompaña en su casa de campo, reconstruye el
sentido intimista, afectuoso y dialogal de la veneración de las imágenes que
tienen los blancos, en total oposición a la exaltación supersticiosa y mágica, de
los negros:

-.... Tenemos un niño Dios que si ustedes lo vieran!; de las cosas más
queridas que se han visto: Las muchachas y yo vivimos encantados; como le
decimos es "El muchacho". Yo lo primero que hago cuando dentro a la casa
es irlo a ver y conversarle; lo mantenemos muy galancito. ¡Pero si lo vieran
de lejitos, como de aquí a aquella mesa, es mismamente un muchachito: está
paraíto y tan grande; le parece a uno que habla... (Y 235)

En el camino entran a la casa de Don Valentín, y preguntan por el


Niño-Dios, diciendo que iban a conocerlo por recomendación del Padre
Briceño. Las dos ancianas a quienes Dn Valentín apellida las muchachas,
destapan el nicho, aparece el Niño Dios, parado en peaña pintada, vestido de
funda y saco, muy coposo, con interiores y calzoncillos de mucho repulgo.
Aquí fue el ponderar de las viejas: que ese niño era todo su recurso y
523

recuerdo; que era la alegría de la casa; que cuando se lo llevaron al Padre


Briceño quedó aquello como si hubieran sacado un muerto.

- A Valentín le levantan unos testimonios por allí en "La Puerta", pero


él no tiene más vivir que este niño. Véanle esos crespos por detrás. ¡Esto es lo
más querido que hay! (* Y 237)

La participación sacramental, de blancos y negros no sólo adolece de


graves vacíos de fundamentación doctrinal, sino que también está teñida de
tintes repelentes de racismo y clasismo.

El embeleco por ahijados negros, la generosidad cicatera de los padrinos


y los diálogos burlones del juez Macías y Francisco de Paula Rendón, blancos
típicos de pueblo paisa, con sus negros ahijados yolomberos, y la acogida, sin
amor, a Ángel el huérfano de Cleta, en la casa de su padrino don Emeterio,
evidencian como el padrinazgo de los blancos de cristiandad antioqueña, más
que guía magistral en la fe y acompañamiento en la práctica cristiana del
ahijado, constituye una institución paternalista y jurídica, inferiorizadora de
los ahijados de "color rebajada" u origen ilegítimo:

Desde que llegan empiezan los viajeros (Carraquilla, el juez Macías y


Rendón) a buscar ahijados para llevar a confirmar; pero habían de ser
negritos y chiquitines. Como limosneros plañían y suplicaban a todo negro y
negra que aparecía con negritos como los que ellos querían. (* Y 224)

- Ya lo confirmaron m'hijito? -

- No señor - contesta el interpelado con desaliento

- Quién va a ser su padrino?

- Pues mano Juan Sierra.

-Y su papá quién es m'hijito?

-Acaso tengo papa.

-Ni mama tampoco?


524

-Mama sí; mi mama Damasia Sierra.

- Quiere m'hijo que yo lo arrime a confirmar? (* Y 224)

Juntos se llegaron al lugar de las confirmaciones los venturosos


padrinos con sus negros ahijados.

Al salir les dan medio, y Pacho pregunta al suyo que se llama José
María, por más señas, hermoso negrito, terso y brillante como de ébano:
"Quién es su taita?"

- Yo no tengo, padrino

- Y papá tampoco?

-Tampoco, padrino.

-¡Virgen de la Trinidad! - exclama Macía riendo - ninguno tiene papa.


(* Y 226)

Ágel, Huérfano a la edad de dos años; llevado a casa de los padrinos -


personas de fuste en Sanisidro - quienes lo recogieron, no a impulsos de la
sangre, ni porque quisiesen tenerlo en lugar del hijo que el cielo les negaba,
que a fuer de antioqueños de añeja cepa, cada año había bautizo en casa de
don Emeterio, sino en cumplimiento del deber , que como cristianos viejos
contrajeron en la pila bautismal. (I 68)

La confesión, institución altamente apreciada por las cristiandades


blancas y francamente desestimada en las etnias negras, es, para unos y otros,
un sacramento radicalmente penetrado por la idea del temor.

Para los campesinos blancos, la importancia de la confesión radica en la


necesidad de liberarse del poder destructor del pecado, capaz, según lo
confirma la experiencia de los creyentes, de determinar la muerte de los vivos
y el sufrimiento eterno de los muertos:
525

Suplica Inocencia que se confiesen y comulguen. Ña Joba lo exige


también como remedio infalible, apoyada en su propia experiencia; todo el
que está al tanto de lo sucedido lo aconseja con citas de hechos semejantes.
Cómo?... pero, la niña, el ánima del marido? El continuaría ardiendo en las
llamas del Purgatorio e Inocencia moriría... Y moriría si a fuerza de
sufragios no se sacaba de penas el ánima de Lorenzo... Me confieso... Ya lo
dije, me confieso. (I 84)

Los negros, en cambio, carecen de conciencia clara sobre el valor y el


significado de la confesión, sustituida por prácticas purificadoras más
emocionales y dramáticas:

El Jetudo carga las andas del Cristo de Zaragoza ... llevando siempre
pendiente del hombro libre, ceñida a la cintura y arrastrando por el suelo,
pesada cadena de hierro que era el " peso de las culpas" del Jetudo, las
cuales por el hecho de cargar a su señor quedaban borradas ni más ni menos
que en el bautismo. (E T O 287)

Según la negra que hace de cronista de sucesos de puerto, los negros de


Zaragoza, por temor, aún a condición de contraer el matrimonio, que siempre
rechazaron, sólo a la hora de la muerte, reclaman la confesión:

- Puej que el Cura loj haje cajar cuando alguno ejtá agonijando; puej
no loj confieja si no se cajan, quijque pa legitimá loj hijoj... (E T O 265)

El aldeano teme la confesión, pues piensa que el sacerdote la realiza,


más que como el acto reconciliador que es, como una concatenación de
pietismos trágicos y amenazas perturbadoras:

- La va a matar el padrecito, m' hijita de mi vida - le dice la viejecilla


Joba a Jacinta, palmeándola en las espaldas - Tanté que no se cansa de echar
contra los bailarines, comadrita de mi vida.

- Y que sí, comadre - contesta Jacinta, agachándose y pasando por la


cara el ruedo de la saya - me va a calentar, pero que es bien calentada. ¡Qué
haré yo pa confesame! ¡Madre mía de Balvandea, socorreme! (I 63)
526

Una vez arrodillada, toda temerosa, en el confesonario, "esa cloaca de


las almas", se dejó de cavilaciones. Todo lo dijo.

El confesor le abrió el infierno a los pies, con sus horrores y sus penas
sin cuento, le mostró a Cristo azotado, arrastrado por el suelo, escupido y
expirante en el madero de la cruz. Mandóle que para escapar de ese infierno
y merecer el perdón del Cordero, huyera, así como huía del animal
peligroso. (I 85)

Según el gracioso relato de la negra parlanchina, en Zaragoza, los


matrimonios son desdichados pues han sido " hechos en la cama", más por
temor a la muerte, intimidación legal y conveniencia social, que por
convicción religiosa:

... en Zaragoza no había ningún matrimonio feliz, que los que ella
conocía vivían como perros y gatos, porque ya no temían al Alcalde, ni al ser
llevados a la cárcel de Amalfi, que todos habían sido hechos en la cama...

... y la negra, con un gracioso acento bajero, contó las garullas del uno
y del otro y ponderó la paz octaviana en que vivían aquellos a quienes no
ataba la coyunda... (E Z 265)

La moral esperpéntica

La conciencia ingenua del antioqueño no diferencia moral y religión,


por lo que la su religiosidad ha consistido en un moralismo religioso y su
moralidad en una religiosidad moralista.

El universo aldeano antioqueño, radicalmente religioso-moral, está


fundado sobre la convicción, de rigidez calvinista, de que el hombre está
irremediablemente sujeto al poder del pecado.

La praxis cotidiana del aldeano antioqueño es una praxis de permanente


decisión religioso-moral, fundamentada en una sutil y compleja teología,
subyacente en todas sus confrontaciones: Jacinta Rúa, por ejemplo, toma una
decisión moral cuando al suprimir el baile de vueltas, concilia su deber de
fidelidad a la amistad, el amor y el acatamiento que le profesa al sacerdote que
anatematiza los bailes como cosa demoníaca, con su deber de fidelidad a la
527

exigencia tradicional de realizar, el baile que clausura el convite de la siembra,


como signo de gratitud:

... pero ¿cómo despedir con un pie adelante y otro atrás a las gentes
que le han hecho el bien de "echarle la rocita"....? Pero como Jacinta no era
mujer de ahogarse en una pucha de agua, salió del paso dando su
consentimiento para el baile, más con la expresa condición de que sólo se
bailara vueltas: nada de "abracijos del demonio", nada de guabinas, nada de
monos. (I 59)

La acumulación de faltas leves del justo se constituye en culpa grave,


que lo hace reo de graves castigos:

Lorenzo era un santo, es verdad; pero el justo peca siete veces al día, y
siete pecados veniales componen uno mortal. Al mismo Lorenzo, que debía
saberlo, puesto que sabía leer, le había ella oído proclamar esa doctrina...
(I 84)

La conciencia moral de la aldea, tal como lo expresa don Salvador, el de


Sol, en la fiesta de primera comunión de su hija, es la de que los hombres,
desde la niñez, deben aprender a vivir en el arrepentimiento y la búsqueda del
perdón de sus culpas:

Veo que la inocencia se va; que para estos niños tener el alma limpia,
de hoy para adelante, tienen que hacer lo que nosotros, confesar y
comulgar.

...Hay que enseñarles desde ahora a buscar el perdón por las faltas
cometidas, el arrepentimiento de haber obrado mal, y la gracia que es lo
único que fortifica la buena voluntad. (S 219)

Los niños de la aldea antioqueña viven una general y casi congénita


conciencia de culpa, que penetra sus más ingenuas travesuras infantiles:

Centella, como si lo delicado, lo endeble, lo distinguido le atrajera,


dejando de rugir y hacer piruetas, se llega a María, y le da a hurtadillas un
beso silencioso en los encendidos labios.
528

A María se le encharcan los ojos.

- Le voy a contar a mi mamá que le dites un pico a Marucha - dice


indignada Antonia - , se lo voy a contar.

Y Jorge escandalizado:

- Te va a llevar el diablo, porque eso es pecao. Preguntale a mi mamá.

- Bobo, por qué va a ser pecao eso tan bueno? - Y Heliodoro tomando
en brazos a Isabel, le promete corozos y un muñeco de cera, para acallarla.
En vano, que la rapaza patea, manotea y chilla, mientras Heliodoro levanta
la cabeza para escapar a la furia de aquella criatura de tres años que
amenaza sacarle los ojos y arrancarle los cabellos.

.... - Este Centella le dio un pico a Marucha.

- Mentiras mamá que fue que me trompecé.

- Este mentiroso! Te va a llevar el diablo. (P y C 11)

La vida cristiana de los aldeanos antioqueños, está permanentemente


amenazada de excomunión, tal como lo sintetiza magistralmente una
muchacha aldeana, emigrada a la ciudad, en un diálogo de amigas sobre
caricias de amoríos:

- ¡Imposible! En Sanisidro, si te vieran hacer eso, te borraban de las


hijas de María, y borraban a misiá Santicos de las madres católicas.

Allá borraron a Eva Méndez - observó Enriqueta - y eso que no hacía


más que conversar de cuando en cuando con el novio por la ventana.

- Es que en ese pueblo de ustedes excomulgan a una por todo. (L y C


172)

La moral de la cristiandad latinoamericana, alcanza el ápice de su


condición esperpéntica en la simultánea hipertrofia de la moral sexual, que
llega a identificarse con la moralidad total, y la carencia de sentido de justicia
529

social, prácticamente inexistente, ante la degradante utilización del hombre


por el hombre.

Necrología, el relato del drama de amor que aniquila a Teresa, la


aldeana pobre y soñadora, minuciosa y certeramente reconstruido por Rendón,
nos presenta los elementos del esperpentismo moral de la cristiandad aldeana
de Antioquia ante la condición sexual del ser humano.

El drama moral de la aldea, se vive dentro de los parámetros del


elitismo y el machismo: El amor de Teresa, es perversidad imperdonable,
mientras la mentira del efebo aristócrata que la seduce y la abandona, y el
asedio hipócrita de los machos rijosos que degradan a la muchacha caída,
resultan prácticamente irrelevantes:

Él la quería, la quería mucho. Teresa no podía dudarlo. Regalarle todo


eso a ella, él que era un cachaco; preferirla a las ricas y hermosas, a las
iguales a él! Cómo no quererle? (N 238)

Pasó la primavera, y el que juró " por lo más sagrado”, se fue para no
volver. (N 242)

Vuelve Teresa a la vida, más hermosa que nunca. El mundo de hombres


acude, la asedia, la persigue; la busca generoso, placentero, halagador.

Teresa que ya no creía, en el amor, se muestra esquiva y huraña. Pero


imposible! Llegó un día en que una nueva pasión le brinda sus encantos, y
ciega, se rindió. ( N 243)

En secreto, todos rendidos a sus pies como si ella fuese una diosa;
pero en la calle, el desprecio, el sonrojo... (N 244)

La punición moralista de la actividad sexual femenina negativamente


hipervalorada, determina la ruina de la familia íntegra, desde el padre
enloquecido hasta el hijo engendrado:

(El padre) Encadenado por la fianza de guardar la paz, el padre ruge


como fiera, descargando todo su furor sobre la atemorizada hija. (N 242)
530

Una noche, al acudir a una cita, un policía la condijo a la cárcel... Su


padre envilecido por ella... (N 243)

Teresa no pudo más. El ángel que ella esperaba como un salvador voló
al Limbo... (N 242)

La falsa conciencia de culpa, acaba por hacer perder a la culpada


Teresa, la cordura, la capacidad de amor, la salud y el interés por la vida:

Barbota a impulso de un sentimiento mezcla de odio, amor y cobardía:


"Estoy loca. No puedo, no puedo... Al Ferrocarril, refugio de tantas.” (N 246)

...llego el día en que anonada por la miseria y las enfermedades, todo


le fue indiferente. (N 246)

Quien se convierte en sujeto de sanciones morales originadas en la


actividad sexual, sólo puede esperar la misericordia de un amor y de una
justicia situada más allá de toda moral, pues se ha condenado a una soledad
absoluta que va más allá de la muerte:

En la agonía, a la sombra del suribio rumoroso, en la alfombra de los


musgos, arrullada por el río, aromada por las flores, cantada por los pájaros,
supo de una misericordia sin medida y sin tasa, de una justicia que todo lo
pesa, y oyó palabras de otro amor de una amor infinito ... (N 248)

Iba sola, sola, tendida en el cajón de las ánimas, y llevada por dos
policiales. Todos la conocían; era Teresa, Teresa la hermosa, que fue tenida
como engendro del pecado. (N 237)

La contraparte del hipermoralismo esperpéntico que se ensaña en el


castigo de la actividad sexual femenina, es la total ausencia de conciencia
moral frente a las exigencias de la justicia, que Rendón nos presenta en los
fragmentos de En la Tierra del Oro, reconstrucción viva de las desventuras
que padecen los mineros negros, sin que a nadie se conmueva ni proteste
contra ellas.

Los mineros viven agobiados, realizando tareas agotadoras, en


condiciones degradantes:
531

Un negro metido hasta la cintura en un charco color de aguamasa,


llena sin descanso la batea en forma de totuma con dos asas; la lanza
colmada hacia arriba, con ambas manos en sentido oblicuo; recíbela otro que
la espera en pie sobre un escalón labrado en la pared del hoyo, el cual acaba
de tirarle otra vacía; éste a su vez la arroja a un tercero que la espera sobre
la playa... Estos negros, sin más vestido que un trapo en la cintura - la
indispensable paruma - el sombrero de caña pringoso y medio desgarrado,
echado hacia atrás, sin detenerse un punto, poniendo de relieve sus músculos
vigorosos, se agachan, se enderezan, se enarcan con elasticidad de serpiente,
hasta seis turnos escalonados al rededor de la fosa, verifican la operación;
pero el hoyo semejante a la alcuza de la viuda de Sarepta, parece inagotable.
(E T O 283)

ºLos peones en salvaje desnudez, igualadas sus pieles por la capa


agrisada que los tiñe desde la cabeza a los pies, mezclan el sudor de la faena
con esas aguas fétidas y calientes, bajo los ardores del resisterio. (E T O 284)

So capa de generosa compasión, y contra toda justicia, los amos o


patrones, conceden 3 o 4 horas de descanso semanal a los esclavos, para que
trabajen por hacerse libertos:

Negros de pura raza eran los tres, y dos de entre ellos habían
comprado su esclavitud con el oro reunido, barequeando en las tres o cuatro
horas que semanalmente les dejaba libre la compasión de sus amos. (E T O
286)

Irreversible y severamente dañados por la inhumanidad de su labor, los


mineros negros, incapaces de saber que están enfermos, se alegran de sus
males:

El Jetudo quiere salir. Hala el negro, y asoma sobre la superficie de las


tranquilas y sucias aguas la cara amicada de este anfibio de especie nueva;
respira sorbiendo agua, apoyado en el andamio salta a éste y a la playa,
echando de sí el costal, blanqueando la dentadura, enjugándose los brotados
ojos inyectados de sangre.
532

... le sucede Nolí... permanece cosa de seis minutos dentro del río. Al
salir le brotan de los oídos gotas de sangre que le caen sobre la clavícula
extendiéndose, llevada por el agua que le empapa, en tonos fuertes y
desvanecidos, resaltando roja y brillante sobre la piel de azabache del negro
que se contempla satisfecho, y que con aire de triunfo grita:

- ¡Estoy curao!

- Ya te reventajte, hombre - exclama el Jetudo. - ya te curajte, agora ji


llenaraj los trej cajonej.

El Sarnoso... replica rascándose las piernas, levantando con la


rascadura tenue nubecilla de polvo blanco, a que debía el mote de sarnoso:

- Yo dejde que me reventé aguanto jambullido hajta llenar doj


cajonaoj. (E T O 287)

Diezmados por las fiebres palúdicas, endémicas de tierras calientes y


húmedas, se hacinan en zarzos miserables, semidesnudos, mal alimentados y
sometidos a inútiles curas de lástima que nada remedian:

En el zarzo del cuartel y en varios de esos agujeros a modo de celdillas


en que los peones metían sus camas, yacían los enfermos. Cleta, la
molendera, una cuarterona gorda, comida por la anemia del cocinar, no
daba abasto, llevando las totumas de cañafístola, las bebidas de cocimiento
de quina, el agua de limoncillo. Purgantes de espadilla, de jalapa y ruibarbo
eran propinados a diestro y siniestro. Don Javier iba de los sanos a los
apestados, dirigiendo y recetando. Los dos gargüeros de vaca y los dos popos
de Castilla no alcanzaban. La raícilla se agotó, y don Javier, cansado o
aleccionado, había dado de mano al libraco que consultaba.... Ahí se
aletargan los unos, acá deliraba el otro, mientras los vomitivos, purgantes y
lavados hacían de las suyas; junto a la enorme olla del sancocho hervía otra
de caldo chirle, teñido con la mancha de hartón verde; de la monumental de
la mazamorra se sacaba claro arreo, arreo, se le echaba agua para que no se
agotase el líquido este, tan ansiado por los febricitantes...

En el alar delantero de la casa, de cuclillas sobre troncos de palo,


recostados estos a la pared de guaduas abiertas, medio machacadas, aquellos
533

con la cabeza sobre las puntiagudas rodillas, esotros con las piernas
abrazadas sobre el pecho en continuo balanceo, entonaban los convalecientes
en desconsolada hilera el himno silencioso de la flacura y el tuntún. (E T O
289 - 290)

La condición victimal de los niños

El aldeano antioqueño, heredero de la inautenticidad histórica de


América Latina, la pobreza de cuyos hombres e instituciones lo incapacita
para la comprensión inteligente y crítica de la acción humana, sólo sabe ver y
juzgar pasionalmente, según sus intereses y conveniencias, recubiertos de un
barniz de legalidad, religiosidad y moralidad, inauténticas.

El universo antioqueño, vital, gracioso y sonreído, pero, a la vez,


mentiroso y violento, por inautenticidad, como todo lo latinoamericano,
genera el esperpento radical: La conversión de los inocentes, en víctimas.

El maltrato de los niños, constituye el culmen de la esperpéntica, en la


obra de Rendón: La denuncia esencial de su obra es la de la inautenticidad
esperpéntica, que hace de los inocentes, víctimas.

El negrito anónimo y guasón, de los minerales de don Javier Guzmán,


enfermo de tuntún, tempranamente familiarizado con la enfermedad y la
miseria, en el injusto mundo de los degradantes quehaceres de minería, se ríe
de todo y de todos:

... entonaban los convalecientes en desconsolada hilera el himno


silencioso de la flacura y el tuntún. A pesar de la negrura se notaba en sus
carrillos escuálidos y en sus jetas descoloridas la escasez de glóbulos rojos
de sangre; los ojos agrandados por la debilidad blanqueaban sus cavidades
como la pulpa de la guama. La sonrisa, esa sonrisa melancólica de los negros
que parece concentrar las tristezas de su raza, agitó al fin más de una jeta
violácea y dejó ver más de una dentadura de porcelana. Era que un negrito
guasón le tomaba el pelo a su vecino.
534

- No te pongaj trijte Franciquí - le decía rascándole la panza - puej no


vej que te ejtaj branquiando por la pata y por la parma de la mano. Si te ejtaj
trej diaj maj en la cama jalij maj branco que loj patronej...

Luego el negrito burlón que en su tierra podría haber disipado las


melancolías del monarca abisinio, la emprendió con el perro que, hecho un
ovillo en un rincón tiritaba de fiebre. (E T O 291)

Ángel, el huérfano de la difunta Clara... muerta ...en la guerra de un


balazo, en los momentos en que le echaba agua a un herido para que no
boquease "seco como el gorgojo", (I 46) es objeto de la fría piedad de un
padrinazgo, entre aristocrático, jurídico y teologal, crece sin amor, en casa de
sus padrinos:

El deber carece de los entusiasmos y efusiones de la pasión, por eso el


hijo de la difunta Clara, cuya negra suerte conmovía las entrañas de Jacinta,
no había sabido de ternuras ni de caricias. En su niñez, es verdad, se
confundía en los juegos con los hijos de los padrinos, aprendía con ellos la
doctrina; con ellos rezaba a mañana y tarde el bendito y el padrenuestro; en
pos de ellos iba a recibir la bendición para acostarse. Pero mientras los niños
de la casa comían en la mesa con sus padres, Ángel yantaba en la cocina con
la servidumbre; mientras aquellos dormían de a dos y de a tres, en limpias y
blandas camas, abrigados con una misma cobija inglesa, él dormía en estera
de hoja de plátano, tendida al pie de la cama de los señores, cobijado con
una manta "del reino"; mientras los hijos llamaban a éstos papá y mamá
dándoles el tratamiento de usted, él los llamaba "mi padrino" y "mi
madrina", y les trataba de "su mercé"; mientras los hijos concurrían a la
escuela, él aprendía a leer en aquel catón tan sucio y descuadernado, bajo la
dirección del padrino, pedagogo de la patria boba y partidario por tanto del
principio: "La letra con sangre entra". Ángel no se reclinó jamás en el regazo
de su madrina, ni se durmió al arrullo de dulces caricias, ni retozó en las
rodillas de su padrino, ni recibió apasionados besos. Oía - y el oírlo le
causaba cierto escozor - que cuando preguntaban quién era, respondían que
un agregadito huérfano.
535

Los hijos de sus padrinos, lo defenestran y despojan de los bienes que


aquéllos le donado:

Que su padrino, el difunto don Emeterio Arenales, fue un padre para


él; pues no sólo le enseñó la doctrina y a trabajar con el hacha y con el
azadón, sino a leer y escribir. Que le regaló dos hanegas de tierra, una
novilla y una potranca, pero que no le "hizo papel", razón por la cual los
hijos del padrino, que no podían ver a Ángel ni pintado, luego de muerto don
Emeterio cayeron como "vacas golosas" sobre la hacienda y alzaron con los
regalos; que lo echaron de la casa como a perro, sin dejarle llevar ni lo
negro de la uña, y que.... andaba de ceca en meca pasando las de Caín. (I 46)

Frustrado para el amor pleno, a la búsqueda de la imagen materna que


no tuvo en la infancia, se acoge a las misericordias maternalistas de los amores
de otoño, de la campesina viuda que no había conocido el amor:

Jacinta había sido la única persona que le había hablado de su madre,


haciéndole sentir su falta y amar su memoria; la única que se dolía de su
orfandad, y que ajena a todo interés, con sus mimos y halagos, le hacía grata
la vida. (I 69)

Inocencia y Soledad, nombres ingenuos, existencias fugaces y


solitarias, muertas prematuras, simbolizan en la obra de Rendón, el frustrante
destino de los inocentes en el esperpéntico universo aldeano de Latinoamérica,
que en aras del interés pragmatista y del mantenimiento de un falso sentido de
la dignidad, sacrifica la simplicidad luminosa de la belleza inocente.

Inocencia, heredera de una epilepsia irremediable, que no la deja en


paz, vive una existencia tejida de soledades, dolores e incomprensiones:

La muchacha se había vuelto - al decir de su madre - una para nada...


las pesadillas que solían darle, de poner miedo en el que no la conociera. De
cada pernada era capaz de llevar a tierra al más esforzado. Pues, y el crujir
de dientes, y el morderse la lengua hasta echar sangre. (I 45)
536

Su belleza delicada, resulta extraña e insignificante para las mentes


burdas de la aldea:

Inocencia no era para tentar al vulgo; por falta de rosicleres, de


redondeces y de contoneos, nadie paraba mientes en su belleza. (I 17)

La sabiduría agorera y morbosa de ña Joba Urrego, oráculo de su


adolescencia de soledades y confusiones, la entristece y atemoriza:

de cuyos labios brotó siempre para la niña la voz de la sabiduría. (I


72)

Afronta en total soledad su amor de adolescente, pues Jacinta, su madre,


obnubilada por la pasión del enamoramiento tardío, es incapaz de darse cuenta
de que está enamorada del mismo hombre que ama su hija; y, Ángel, su
enamorado, traumatizado por su orfandad prematura, sólo ansía encontrar en
la madre de la chiquilla, la mujer protectora, sustituto de la imagen materna:

¡Qué iba a saber Jacinta del amor! Cuando lo supo, ya en la tarde de


la vida, donde suele ser tan loco, si no más que en la juventud, se engolfó en
el abismo de impresiones que trae consigo. ¡Qué iba a reflexionar! Si la
ausencia de reflexión es precisamente el distintivo del amor, en su genuina
manifestación. (I 74)

... entre la madre tan oronda, tan desenfadada y dadivosa, y la hija de


belleza tan distinguida, tan tímida, tan dulce, tan virginal, aquélla le
fascinaba y le atraía; a ésta, que tiembla e inclina ruborosa la cabeza
cuando Ángel le habla o la mira con la fulgurante mirada de los ojos
negros; que sueña con él, cuyo silbo es para la niña más dulce que el gorjeo
del cucarachero; a la candorosa niña que le rendía el culto respetuoso y
delicado que el ser ignorante y débil rinde a la inteligencia, a la fuerza y al
saber, Ángel no la tenía en nada. (I 68)

- Y usté si se va a casar con una vieja?

- No hay diotra. Mozas pa qué? (I 87)

- Y yo soy bobo pa irme a casar con una apestada? (I 92)


537

Cuando el dijo "mozas pa que", sécansele las lágrimas de repente,


levántase a impulso de fuerza misteriosa, y, por la primera vez de su vida, se
atreve a mirarle cara a cara, erguida, pálida, temblorosa; luégo clava en uno
y otro, sin mirarles, los ojos secos y espantados.

Ni la madre ni él - entretenidos en sus coloquios - pararon mientes en


esa actitud que clamaba justicia, ni en esa mirada pavorosa que parecía
clavada en un abismo. (I 87)

En un contrapunto cándido, ridículo, ingenuo, áspero, risible y triste,


que encierra en sí la desmesura y la fealdad de lo esperpéntico, el amor, que
como dice ña Joba Urrego, güelve a nacer quini la yerba (I 88), continúa su
avasalladora marcha en la casa campesina donde los enamorados Ángel y
Jacinta, comparten sus ternuras melosas de noche de bodas, mientras muere la
incomprendida, y solitaria Inocencia:

Jacinta, puede asegurarse, viste la camisa del hombre feliz. Cómo no,
si desde esa misma mañana es la esposa de Ángel.

Por la noche, a la hora de recogerse, con el tono más dulce de su


repertorio, manda a su hija que se acueste en la cama, en esa cama donde el
ánima del difunto estuvo bebiendo el agua de la taza. Inocencia lanza un
suspiro y se queda en pie en la mitad del cuarto....

Acostate, cismática - ordena Jacinta, que no sabía rogar.

Inocencia no se mueve.

Acostate, repite la madre. Y no contenta con orden tan terminante,


levantando la niña en volandas, la tira en la cama; y, gozosa, se acomoda al
rincón del lecho conyugal...

Ángel se está sentado en la tarima de la sala, con las manos entre las
piernas. Viendo la esposa que no da trazas de acostarse, le dice melosa e
insinuante:

- Tiene vergüenza m'hijo? Camine acuéstese...


538

Con el rumor de besos se mezclan o confunden largos y tenues


suspiros, crujir de dientes y el ruido de un cuerpo que cae.

Acuden los esposos con vela encendida, y hallan a Inocencia tirada en


el suelo... muerta. (I 93)

Soledad (Sol), que vino al mundo ya huérfana, que no gozó de su


padre, criada a leche pedida, a quien tocó en suerte esa pobreza de
"alfombrilla", tan revejidita... (S 177), es la víctima propiciatoria del
mezquino sentido de la dignidad aristocrática, de su familia que era en el
pueblo, en ese entonces, lo que pudiera llamarse la familia real. (S 179).

El calabazo en que recoge las aguamasas para el cerdo casero, de quien


era humilde esclava, (S 222) es su eterno compañero:

... para no ir en busca de aguamasas, sí no había excusa.

Con su eterno compañero el calabazo, sale Sol triste y


despaciosamente. (S 216)

El signo de la frustración de sus mejores y más legítimos sueños:

El padecer de Sol, sus ansias y deseos en tiempos de exámenes! Con el


tarro al hombro o abrazando el calabazo, se paraba a mirar alelada la fila
de niñas que iba taconeando, cual reptil de plumas, cintas y flores. (S 187)

La causa de su avergonzamiento:

Qué remedio, volver al trajín, para eso la habían soltado de la escuela.

Clava la niña en el calabazo una mirada reveladora de profunda


repugnancia. ¡Ella en la escuela, con amigas, y cargando aguamasas! (S 224)

El pretexto para el escarnio:

Hasta Soledad aquí con el calabazo! Valiente criatura, si la ve uno


hasta en el caldo de los... Salga con ese calabazo que apesta! (S 217)
539

Doña Dolores, su madre, a pesar del amor que le profesa a la niña,


poseída de un sentido morboso de la pobreza, mezcla de resentimiento y
fatalismo religioso, la maltrata en sus momentos de crisis, y la mira y la trata
utilitariamente:

Soy tan de malas, - solía exclamar - que si me pongo a hacer


sombreros, nacen los hombres sin cabeza. (S 178)

- Siempre es que yo he cometido un pecado muy grande... ¡Cúmplase,


Señor, tu santa voluntad! (S 185)

... cuando el esqueleto de su miseria se le presentaba, sin hallar puerto


a donde arrimar, la señora, desesperada, grita y amenaza quemar el
muñequero. La niña, temblando se multiplicaba en sus tareas. (S 191)

Doña Dolores acariciando aquella idea: Sol de maestra! Por poco que
fuera el sueldo, sería para ella el hallazgo de un tesoro; ya podía morirse
tranquila sin pensar que dejaba a sus pobres hijas sin amparo.... (S 227)

Aunque Sol no se cansa de ensoñar imposibles e ideales, y vive una fe


sencilla, que una veces es esperanza y otras resignación:

Mamacita, ah bueno quién estuviera en la Escuela! (S 192)

Si no tuviéramos que comer, mamá, ya había comprao yo mi muselina,


y tal vez me habría sobrao pa unas boticas. (S 226)

¡Si mi Diosito quisiera! (S 187)

Pues bebamos agua negra; ya no estamos enseñados, pues? (201)

- Y qué liace mamá que mi Dios me haiga hecho pobre. (S 203)


540

Menospreciada y hambreada, a la rebusca de un pan misérrimo, acaba


viviendo humillada, en actitud lastimosa de perro agradecido:

No por antojadiza, enhambrecida, se busca ella por esos setos el


tierno cogollo del rosal campesino, el cordoncillo, las moras, los mortiños,
que escaparon a los pajaritos. (S 187)

La engañifa del agua negra fue el almuerzo de sol ese día. El hambre
cual bestia en celo ruge al ver un muchacho - un leñador vestido de guiñapos
- que, sentado en la puerta de la pulpería de Bárbara, devora plátanos a
mordiscos. Cintas y perendengues vuelan de la imaginación de la soñadora.
Se pára, se queda en pie mirando al granuja con el ojo triste del perro
hambriento. El indiferente, engulle y engulle voraz. Las doradas cáscaras
esparcidas por el suelo excitan inclementes el apetito de la infeliz. Amaga
recogerlas; se detiene, vacila; ¡podían verla! Siglos le parecen los instantes
que el goloso tarda en retirarse. Temerosa, cual si se tratara de la ejecución
de horrendo crimen, las paña, las roe vigilante y esconde los restos... (S 229)

Sol mira a su protectora con mirada de perro agradecido. (S 218)

A Soledad, cuyo nombre es la síntesis de su drama humano, contra toda


verdad y toda justicia, en la vida, lo mismo que en la muerte, La dejaron sola
(S 236).

Conclusión

Pareciera que el pueblo antioqueño, en cuanto "pueblo judío", entregado


a la hipervaloración del trabajo y la riqueza, no se ha interesado en desentrañar
por qué su discurrir vital, tan espontáneo, descomplicado, sincero y auténtico,
desde el principio y en todas partes va ineludiblemente acompañado de la
inautenticidad, la falacia y la degradación.

Francisco de Paula Rendón, maestro de la esperpéntica, es entre


nosotros, el reconstructor de esa doble condición congénita del ser y la cultura
antioqueños, expresivos de la degradación de la autenticidad humana por obra
de la inautenticidad de los procesos conquistador-colonialista e
independentista-republicano.
541

La inautenticidad del pueblo antioqueño se patentiza en su pobreza


original, causante de la avidez económica, la violencia irracional, la
religiosidad sin compromisos, la ética sin justicia social, característicos de
todo nuestro discurrir, que de una manera tan viva e ingenua reconstruyó en su
obra, don Francisco de Paula Rendón.

El conocimiento del pequeño mundo aldeano antioqueño de Rendón,


pobre, ajeno a la riqueza y al poder, en el que se aúnan ingenuidad, candidez,
simplicidad, bondad y gracia sonreída, por una parte, y fealdad,
inautenticidad, mezquindad, abandono, injusticia y formalidad mentirosa, por
otra, es un mundo esperpéntico ab origine, que es indispensable conocer
cuando se trata de buscar las raíces de la esperpenticidad de nuestro por-ser
antioqueño, partícipe de la universal inautenticidad latinoamericana.

Bibliografía.

Cuentos y Novelas. Medellín. Bolsilibros. Bedout. 1975.

Novelas y Relatos. Medellín. Colección de Autores Antioqueños. 1992. *

Abreviaturas

CCC. Cronicón del Corpus Christi. 1890.

E P F. El Palacio de la Felicidad

E T O. En la Tierra del Oro

E Z. En Zaragoza
542

L N M. La Leyenda del Nuevo Maná

L y C. Lenguas y Corazones

I. Inocencia

N. Necrología

P y C. Pecados y Castigos

S. Sol

Y. Yolombó
543

DON PABLO EMILIO DUQUE


RESTREPO,

TESTIGO DEL ANCESTRO ESPAÑOL EN LAS


MONTAÑAS DE ANTIOQUIA VIEJA Y CALDAS
NACIENTE

El hombre y su mundo

Anacleto García Muriel, Ramón Parra, Jesús González, José María


Velásquez, Simón Morales, Eustaquio Galvis y Leopoldo Bedoya, blancos,
conservadores, pobres y honrados, arruinados por la avidez de los latifundistas
conservadores y hostigados por el fanatismo de los liberales radicales,
partieron del sureste antioqueño, territorios de Sonsón y Abejorral, en busca
de pan y paz, hasta llegar, luego de breve estadía en Salamina, a las tierras que
bordeaban el camino de mulas que conducía de Manzanares a Manizales,
donde entre 1866 Y 1870, fundaron el caserío de Montebonito, que en éste
último año sería constituido inspección de policía del municipio de
Marulanda.

En 1890, don Paulino Duque Zuluaga, marinillo raizal, y su esposa doña


Evangelina Restrepo Estrada, nativa del valle de Aburrá, descendiente de los
fundadores don Alonso López de Restrepo y don Leonín de Estrada,
detuvieron su marcha en las vertientes de la quebrada de El Camaleón, en
Montebonito, mientras los hermanos de don Paulino continuaban la marcha
hacia el oriente, rumbo a la cuchilla de Mocorongo, mediaciones de
Pensilvania y Samaná, en territorio del recién fundado caserío de Florencia.

Ancho de rostro y espaldas, firme en sus convicciones e inmune a los


acosos del desaliento y las asechanzas de la fatiga, en 1897, acompañado de su
madre, doña Domitila, el presbítero Ágel María Melguizo, un hombrón nacido
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en 1855, en la brava tierra minera de Anorí, al occidente de Antioquia, llegó


como párroco a Marulanda.

Bondadoso en el trato, sencillo en sus maneras, lacónico en el hablar,


seguro de su fe y convencido del valor de su misión, trabajó sin descanso
hasta el 22 de Noviembre de 1942, cuando murió pobre, ciego y sólo, luego de
haber hecho de Marulanda y de Montebonito, su corregimiento, una sociedad
de gente de bella presencia, alma suave, carácter apacible, fe profunda, moral
austera, solidaridad sin entrometimientos, piedad sin melosidades, orden sin
fanatismos, justicia sin agresiones, laboriosidad sin ambiciones y orgullo sin
vanidades.

Entre el aire transparente de una naturaleza genesíaca cubierta de


bosques achaparrados, prados verde pálido, arroyuelos cantarines, barrancones
perpendiculares, roquedales negros y horizontes coronados de cerros calvos
("paisaje abrupto y señero."), penetrados por vientos helados y envueltos en un
silencio absoluto, apenas pespunteado por los quejidos de los trespies
agoreros, los gemidos de las chorolas tímidas y los trinos de los mirlos tristes,
("región soledosa / donde sólo se escuchan los vientos"), doña Evangelina
Restrepo murió rendida de fatigas, luego de engendrar catorce hijos, débiles
de cuerpo y de mente, a quienes dejó en situación de calamitosa pobreza.

Tres de los huérfanos, (Pablo Emilio uno de ellos), permanecieron al


lado del padre viudo, mientras los once restantes se dispersaron entre parientes
y amigos, para volver a reunirse, ya mayorcitos, cándidos, tímidos,
melancólicos y célibes, en la casa paterna de Roblalito, donde formaron una
especie de cenobio laico, austero y bondadoso, en el que se trabajaba de sol a
sol, en medio de la pobreza, la simplicidad y la piedad asumidas con serenidad
imperturbable.

En la casa de bahareque y madera del pequeño monasterio laico,


construida entre seis enormes palmas reales, en una de las laderas del altísimo
cerro de Roblalito, ("antros de estrecho vacío / alto cerro y estrecha colina"),
vivió, ensoñó y cantó durante 77 años, con voz singular, por lo auténtica, sabia
y arcaica, el juglar don Pablo Emilio Duque Restrepo, nacido en 1906, en la
finca El Danubio, próxima a la aldea de Montebonito.
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Durante un año, y nada más, día por medio, a la manera puritana de


entonces, que separaba niños y niñas "escueliantes", chapoteando entre las
aguas de la quebrada de El Camaleón, que en buena parte constituía el
camino, Pablo Emilio asistió a la escuela rural de la vereda La Suecia , donde
la maestra María Jesús Flórez, una muchacha apenas mayor que él, le enseño a
leer y escribir.

La figura del poeta era la de uno de tantos campesinos de su


Montebonito nativo: pantalones de paño áspero, camisa ancha de colores
pálidos, botas pantaneras golpeadas por los ramales del machete inofensivo,
sombrero de fieltro oscuro y anchas alas ligeramente caídas, que le daban un
aire singular de pájaro enfermo que fuese a emprender el vuelo.

Su sentir, el de un campesino de la vieja Antioquia, que vibra con su


tierra nativa y vive dramáticamente la partida de sus lares y el alejamiento de
su gente:

¡Oh la tierra nativa que me inspira


la honda pena glacial de mi orfandad,
y conmigo parece que suspira
y que sufre, también, mi soledad! pág 94

Recorriendo la senda distante


fui primero en veloz maquinaria...

No faltándome preces piadosas


que secretas alzaba hasta el cielo
porque allá mis hermanas llorosas,
si así estaban, tuvieran consuelo.

Yo conozco, son seres sensibles...

Si ellas lloran mi ausencia fraterna,


yo por ellas también lloraré.....

Dios las guarde de todo peligro


y conserve en feliz bienestar,
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ya que a otras regiones emigro


y a sus almas se agrega un pesar. pág 85

Su quehacer diario, el de un labriego común: trabajo, de sol a sol, en el


predio familiar; participación en los convites campesinos, a la reparación del
camino o la limpieza de la acequia que conduce el agua comunal; charla,
salpicada de socarronería, en la fonda caminera; mercadeo semanal;
desmañado jineteo de mulas tardas, por los caminos cundidos de canjilones.

El aire ascético y distinguido que emanaba de su figura de talla menuda,


tez rosada de morador de cumbre de tierra fría, ojos azules de mirada firme y
penetrante, nariz recta y labios finos de blanco español, carnes magras de
labriego endurecido, pies menudos de andarín incansable, espaldas cargadas y
voz cascada y dejativa de varón de cavilaciones y pesadumbres hondas, amén
de sus maneras suaves, su palabra breve, su juicio penetrante, su humor fino y
su sonrisa pesarosa, ponían de manifiesto, por sobre su sencillez campesina,
que era un hombre singular, habitante de mundos de ensoñación, que el común
de sus paisanos no podía alcanzar.

Su existencia de agricultor, adobada con menesteres de artesanía,


pensamiento y creación artística, constituía una égloga y una geórgica
vivientes: Luego de cultivar, en compañía de don Ananías Gómez, su cuñado,
el maizal de ensueño, plantado entre las seis palmeras reales, con ingenio vivo
y técnicas elementales elaboraba sus herramientas de carpintería, semejantes a
juguetes arcaicos; en las montañas del lar paterno, aserraba madera para sus
trabajos de ebanistería; valiéndose de trampas ingeniosamente fabricadas y
distribuidas por él mismo en hondones y estrechuras, cazaba animales
monteses; arreando su propia mulada, transportaba a veredas lejanas la madera
que iba a trabajar o los muebles ya terminados; concluidas las fatigosas tareas
de siembra, aserrío o carpintería, sentado en banquito de madera, al solaz de la
tarde, se entregaba sosegadamente a meditar textos bíblicos o a consultar
atentamente el pequeño Larousse o a repasar con pausa deleitada la gramática
de Bruño, o a leer conmovido La Divina Comedia de Dante o El
Remordimiento, de Fernando González, que amorosamente guardados, al lado
de sus poemas, en el arcón de comino que reposaba debajo de su lecho de
testeros y arnillas de palo santo, constituían todo su bagaje bibliográfico.
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La sencillez de su vida era una comunión constante entre materia y


espíritu, naturaleza y cultura, trabajo y pensamiento.

Unificado con su tierra, vivía en una permanente actitud contemplativa


de la naturaleza, en la que encontraba "fieles remedos de pasiones y humanos
instintos" (86), que lo hacían poeta feliz (86). Intuyendo como propios los
dramas de la naturaleza, se dolía de la soledad de las aves que trinaban con
voz modelada por la angustia (35); del sufrimiento de los animales que,
exiliados de sus bosques por la crueldad del hombre, morían "de angustioso
dolor" (38); de la "angustia desconocida" con que sufrían las bestias (42); de
la agonía de su jumento "feliz y obediente... Tan noble, tan bueno, tan fiel y
constante", cuya muerte lo "aqueja doliente" (62)

Consustanciado con su pueblo, su ensoñación poética estaba penetrada


por el profundo sentido moral de quien sentía como propias la lucha, las
penurias y la decadencia de los blancos que habitaban la región, según el
querer del general Cosme Marulanda, militar descalzo, criollo pagado de su
ancestro español, terrateniente de baldíos al suroriente de la Antioquia vieja, y
gran señor del mundo político de su tiempo.

En pleno auge de la violencia partidista, con angustia manifiesta, envía


a su pueblo un severo recado navideño.

Le reprocha su pasión por el juego y el licor:

En aprender a derrochar cerveza


piensan, no más aquí en Montebonito,
y aguardiente y mil juegos y billar. pág 116

Le advierte sobre su miopía que, con el mal ejemplo y la lenidad


educativa, frustra su futuro:

¿Qué porvenir sonriente y halagüeño,


así en lo material y en lo moral
esperará este pueblo del mañana,
si hoy arrastra, con funesto empeño,
de la niñez la inmensa caravana,
con su ejemplo fatídico del mal? pág 116
548

Pues millares habemos sin cultura,


atrofiados de mente y corazón,
llenos de una porción de cosas bobas.
Y en la niñez se engendra esa basura,
porque nunca barrieron las escobas
de una recia y preciosa educación. pág 118

Se duele de que su aldea centenaria perdure entre la belleza y el pesar,


víctima de los estragos de la deforestación y la depredación:

Oh Montebonito, triste y marginado,


que ya veinte lustros has visto pasar,
y tu hermoso nombre aquí ha perdurado
bello, pero lleno de inmenso pesar.

............................................................

Los árboles miles, bellos y frondosos,


que constituyeron tu fértil montaña,
del hacha a la horrible mortífera saña,
al suelo cayeron sin vida, doliosos.

Cuántos pajarillos, diversos y hermosos,


allá en esas sombras, con vuelo fugaz,
en esos ramajes mecientes y umbrosos,
cantaron alegres y llenos de paz.

Murió, para siempre, tu antigua belleza,


tan sólo ha quedado tu plácido nombre. pág 121 - 122

Denuncia el malsano gemelismo entre el licor y la pasión política,


origen de la violencia homicida:

Hace ocho lustros, o cuarenta años,


que yo vi deslizar vida tranquila
en este viejo caserío vecino;
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más tarde presencié casos extraños


y todavía mi vida se horripila
viendo, de dos en dos, los asesinos. pág 117

Le da por compañero el aguardiente


a la pasión política, el vulgar;
lo cual, estos gemelos desgraciados
han llevado a la tumba mucha gente
y han dejado, no más para llorar,
a millares de hogares desolados. pág 120

¡Oh tierra querida, de Dios bendecida!


¡Oh mi caserío, pueblito vecino,
con arma nefanda, de cruel asesino,
regaron tu calle con sangre homicida! pág 108

Proclama la validez de la acción de la Iglesia , portadora del misterio


cristiano del amor que perdona, en un "mundo gangrenado y loco" :

Gracias, aquí, a la autoridad sagrada,


o, por mejor decir, gracias al cielo
que ha impedido más crimen y cinismo....

Gracias al sacerdote diligente,


integérrimo y sabio conductor
que promueve el progreso espiritual
y nos da del Señor vida sonriente,
aplacando los odios y el rencor
con la sana doctrina celestial.

Y hoy, ¿que fuera, sin él, Montebonito?


pues, indudablemente, una guarida
de leopardos, de hienas y de osos,
de tigres y panteras, lo repito,
y la paz estaría desaparecida
y habrían sólo sepulcros espantosos. pág 119 - 120
550

¡Perdón a esas gentes en nombre de Dios!


¡Perdón, nos lo manda por Cristo Jesús
que ha muerto por todos, clavado en la cruz,
redimiendo al mundo del crimen atroz!. pág 109

La leyenda, el drama y la esencia de su obra

La condición de poeta, de don Pablo Emilio Duque, resultó tan


significativa para sus paisanos, que además de atribuirle la paternidad de
algunos poemas de Epifanio Mejía, generaron una pequeña leyenda que
hablaba de sus poemas de infancia, escritos en el tablero escolar durante los
breves minutos de descanso o a lo largo de las tediosas horas de arresto; de su
puntual quehacer de vate adolescente, que escribía sus versos al despuntar la
mañana; del rapto de sus obras, cuando era apenas un adolescente de catorce
años, por Juan de la Rosa , su hermano mentalmente perturbado, a la búsqueda
de papeluchos para envolver chiribitiles; de la inscripción a cincel, por mano
misteriosa, de uno de sus poemas en los más repuestos peñascales de La
Cabrera.

Hasta el fin de sus días, el poeta se dolió de que, so pretexto de


publicación, uno de los párrocos del lugar hubiera "envolatado" los que él
consideraba sus mejores poemas.

Entre 1980 y 1981, don Pablo Emilio, auténtico trovador de juglaría, se


encontró con un párroco de Montebonito, ensoñador del mester de clerecía, no
menos insano que su antecesor, pero un tris más cuidadoso que aquél, que
recogió y mecanografió lo que restaba de la obra del bardo de Roblalito,
contenida en cuadernos ajados y papeluchos desteñidos, que el poeta mismo le
iba entregando y aclarando, domingo a domingo, cuando caballero en su
macho, bajaba desde la montaña a la misa dominical.

Pletórica de poder creativo y de fuerza conceptual, la poesía de don


Pablo Emilio Duque se enraíza en la lucha dialéctica entre la penuria de su voz
menguada y la fuerza de su palabra poderosa; la alta tónica existencial y moral
de su vida y su constante frustración amorosa.
551

Sentido de la Poesía

Don Pablo Emilio tenía una clarísima conciencia del sentido de la


poesía y de su condición de poeta.

En contemplación callada, compartía las voces interiores y arcanas de la


naturaleza:

En el largo y sinuoso camino


contemplé los paisajes diversos...

A las notas sonoras que duermen,


que allí, tristes o alegres, pululan
Y al Poeta le dejan un germen
cuando a éste, en secreto, saludan.

Vegetales y musgos y peñas.


aves, fuentes, aromas y flores,
suaves prados y bosques y breñas
sensaciones me dieron de amores. pág 86

La Poesía es la belleza esencial del universo, visible para el poeta, cuya


inteligencia fecunda:

En la ingenua y feliz soledad,


en la paz majestuosa y profunda,
vive siempre una oculta beldad
que al humano intelecto fecunda.

Allí vives, grandiosa y radiante,


no por todos los hombres visible,
por no serlo de todos amante,
ni de todos, tampoco, sensible.

De esta eterna beldad supradicha


Poesía es su nombre glorioso,
y es del alma dulcísima dicha
y manjar exquisito y sabroso. pág 86 - 87
552

La inspiración poética nace de la comunión con la belleza esencial y


arcana de la vida:

Es allí donde el Vate se inspira


al influjo ideal de su acento.
Cuando ya sus influencias aspira,
extasiado se ocupa en su canto.

Cuando un alma en el Estro se inflama


y contempla su excelsa grandeza,
ella, entonces, sus notas derrama
a quien sabe sentir su belleza. pág 87

La conciencia de la hermosura interna de la naturaleza, deviene en


éxtasis y adoración:

¡Tú, de encantos guardáis un tesoro!


¡Tú, que inspiras el Numen fulgente,
te contemplo extasiado y te adoro
cuando siento tu luz excelente! pág 87

A la manera de Francisco de Asís, hace de su poesía un pensil de


florecillas, surgidas de la comunión con la vida:

Recibid mis bucólicas notas


salpicadas de nítido amor,
recogidas en tierras ignotas
en virtud de poético ardor.

Ellas son florecillas que brotan


del pensil policromo de mi alma
y abundosas, melíficas, flotan
en mis horas de amor y de calma. pág 88
553

El drama radical entre la precariedad de la voz


y el poder de la palabra

El habla pesada y dejativa de don Pablo Emilio, originada, vaya uno a


saber si por atavismos filogenéticos, traumas de niñez pobre o timideces
caracteriológicas, determinó uno de los grandes dramas de su vida: La
contradicción entre su limitaciones vocales y su inusitado poder de palabra.

Vive fastidiado por las burlas y menosprecios de que es objeto a causa


de sus limitaciones fonéticas, a las que atribuye sus repetidos fracasos
amorosos:

Tal vez es porque no canta


un jilguero en mi garganta,
que les fastidia mi voz. pág 80

Cuando en marcha contraria me encontrabas,


distante aún, decías con desencanto:
"Viene allí ese cansón. ¡Me choca tanto!",
Y hasta el modo de hablar me remedabas. pág 97

Una vez que me hallaste conversando


con unas damas cultas y decentes,
tú pasabas con otras, remedando mi voz
con tus audacias imprudentes. pág 129

Antítesis de sus carencias fonéticas y vocales, es la fuerza de su verbo.


La plena conciencia de poseer el carisma de la palabra constituía su gozo vital,
su consuelo y su compensación ante el dolor causado por las limitaciones
fonéticas:

¡...existe un ruiseñor,
y en mi cerebro se anida,
que dulcifica mi vida
y consuela mi dolor! pág 80
554

Dotado de un inusual poder de creación literaria, era capaz de expresar


ingeniosa, exacta y profundamente temas y situaciones de la más variada
índole: gracejos anecdóticos, descripciones minuciosas, reflexiones cargadas
de contenidos metafísicos. Fuera del contexto carismático no resulta
comprensible, cómo a pesar de su carencia casi absoluta de educación formal,
el aislamiento de su casa de Roblalito, la escasa disponibilidad de recursos
culturales y el permanente agobio de los onerosos quehaceres agrarios,
poseyera un poder conceptual tan extraordinario, fuera dueño de un léxico tan
rico, gozase de una tan excepcional capacidad de apropiación de las palabras y
pudiera utilizar una sintaxis y una prosodia tan pletóricas.

Sciencia Amoris: El drama radical de la frustración


amatoria

El segundo gran drama generador de la poesía de don Pablo Emilio


Duque, es el de la dolorosa vivencia de la frustración amorosa. En las ásperas
montañas del oriente de Caldas, vivió el drama existencial del enamoramiento
imposible del caballero cristiano, que Sören Kierkegaard había patentizado en
Dinamarca, como angustia existencial, y don Miguel de Unamuno había
padecido en tierras vascas, como agonía del cristiano justo.

Desde la agobiante vivencia de la contradicción entre su radical


necesidad de amar y ser amado y su incapacidad de lograrlo, en Cantos de
Roblalito, plantea como ciencia del amor, los interrogantes existenciales
sobre la justicia, el misterio de la voluntad divina, el sentido de la existencia,
la lucha y la tarea del hombre en el mundo.

Nadie pueda escapar al amor, misterio siempre unido al dolor, que llena
el universo, como fuerza originaria que incita al bien:

¡Oh amor, misterio insondable


que llenas el Universo! pág 80

De este prístino amor ideal


nadie puede escapar a su hechizo,
al poder de su influjo inmortal
cuya cuna meció el Paraíso.
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El amor y el dolor reunidos


entre flores su cuna mecieron,
luego, en todas las almas fundidos,
compañeros eternos se hicieron.

Esa hermosa pasión infinita


que se llama el Misterio de amar,
al trabajo constante suscita
y a los hombres el bien hace obrar. pág 82

Dios, lo dio a los hombres como alivio de la malignidad y el dolor,


inherentes a la condición humana:

Diolo Dios por alivio en el mundo


a los míseros hijos de Adán,
ya que el germen maligno y fecundo
lleva en sí, de dolor y de afán.

Diolo Dios, con mirada clemente,


a los pobres, aquí peregrinos,
porque el pobre linaje doliente
así fuera a mejores destinos. pág 83

Sin embargo, para él no ha existido un auténtico amor:

Y en esa distancia del ir y venir


y tantas mujeres que aquí habrán nacido
¿a mí qué me toca, de tantas que han sido?
Tan sólo mirarlas, callar y sufrir.

Y como en maderas está esto desierto,


así está mi alma, también desolada,
que nunca en amores ha sido animada.
¡Mi amor, tan dormido, parece haber muerto!. pág 123

A causa de los fracasos amorosos, la existencia se le ha convertido en


tristeza y dolor constante:
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... siempre en mi vida los amores


que conquistarlos para mí he querido,
en vez de la dulzura, por dulzores
la amargura o la hiel he recibido. pág 94

¡Oh, cuántas figuras, así hechizadoras,


muestras a mis ojos, oh Naturaleza,
y en sueños de dicha mi pecho devoras
y sólo resulta tristeza y dolor! pág 107

...siento una mezcla de ira y tristeza


viendo algunos sueños hermosos perdidos,
sintiendo la vida con tanta aspereza
y tantos trabajos en vano perdidos. pág 106

En el poema Antagonismo, desde el problema de su radical frustración


amatoria, a la manera de la Hora de Tinieblas, de Pombo, cuestiona la justicia
divina.

¿Cuál es la razón de sentirse impulsado a amar, cuando no se va a


recibir amor a cambio?:

Oh Dios Todopoderoso...

Alumbra mi oscuridad
con tu divino esplendor,
dando alivio a mi dolor
en mi larga soledad.

¿Qué me suscita a querer


a la mujer que no me ama?

Dí, ¿qué suerte dura es ésta


que no sabe sonreír
y no puedo definir
y mi corazón detesta?. pág 74
557

¿Por qué, si no encuentra lacras morales en su vida, Dios lo predestinó


para fracasar en el amor?:

Oh suerte, ahora os pregunto:


............................................
¿Dios, mi Señor, desde el cielo
mandó que así me trataras
y que de mí te burlaras
cuando buscara el consuelo?. pág 75

¿Qué sirte oculta y fatal


es la que encierra mi vida,
que mira, ya ensombrecida,
el sueño de su ideal?.

¿Fui mal hijo, mal hermano,


soy loco, soy perezoso,
soy un hombre peligroso,
resultaré un tirano?

¿Soy lenguaraz y blasfemo


obsceno y calumniador,
de vírgenes violador?
De todo eso nada temo.

¿Tendré la mala tendencia


de volverme algún ladrón?
No está eso en mi corazón,
no nací con esa herencia. pág 76 - 77

Si los corrompidos y los tarados pueden amar y ser amados, resulta


radicalmente injusto que él, así sea también pecador, no tenga la posibilidad
de dar y recibir amor:

Y de maldades mayores
está el mundo corrompido.
Él no se las ha impedido,
558

para encontrar su amores. pág 77

.......miles hay inferiores,


viejos, feos, desvalidos,
y han sido favorecidos
cada cual con sus amores.

Sordos, mudos, leporinos,


en muy graves desperfectos
y han hallado sus afectos
bastardos y aun genuinos. pág 79

La certeza de la esencial bondad del amor, obra de Dios, y la vivencia


de sus continuos fracasos amorosos, acaban por despertar en él la conciencia
de la propia indignidad y el sentimiento de una tristeza profunda:

Dios, que es amor y bondad,


al amor hízolo bueno,
y lo ha llenado de cieno
la humana perversidad.

En mí te siento benigno,
por santa tengo tu esencia
y no hallas correspondencia
o estás en un ser indigno. pág 75 - 76

Soy un hombre que sufro diversas tristezas


Un alma angustiada por hondos pesares
Soñando encantadas, lejanas bellezas,
Ansiando dulzuras en muchos lugares,
¡No veo sino penas !... pág 102

Hombre moral, que vive en dura lucha contra su condición pecadora y


la presencia del mal en su vida, siente como una herida injusta su exclusión
del banquete del amor:
559

¿Me saco en limpio con esto?


Pues también soy pecador,
soy de miseria y dolor
y a muchos males detesto.

Oh Señor, dame paciencia,


valor y resignación,
en esta malcondición
de amar sin correspondencia. pág 78

Herido soy sin ofensa,


propio del injusto y vil,
ignaro, ingrato, pueril...,
¡pero hay ley de recompensa! pág 79

Desde las profundidades de la vertiente mística, asume su drama


existencial:

Si aquí está nuestra dicha perdida,


a buscar la que traen las virtudes.

Si aquí existen innúmeras penas,


no hay dicha mejor y consuelo
que las obras piadosas y buenas
y elevar nuestro espíritu al cielo.

Es el único amor que merece


de alabanzas oír siempre la voz.
¡Es tan bello, que en él resplandece
la sonrisa inefable de Dios! pág 83

La textura poética

Cantos de Roblalito, poemario constelado de arcaísmos vivísimos, es un


testimonio excepcional de la fuerza de la tradición auténtica, siempre vigente
y operativa en el devenir de los pueblos, como poder de conservación y
comunicación.
560

Al leer sus poemas, uno no puede menos que admirarse del acopio de
voces arcaicas, de la oportunidad de su uso y de la fuerza embellecedora que
poseen, al ser usadas con fina sabiduría ancestral: Usa dolioso por dolorido
(37 - 104 - 121), humildosa por humilde (58), soledoso por solitario (108).
Llama esperante, al cazador que asecha (36); furentes, (arrebatadas y poseídas
de furor), las ráfagas de viento del páramo (39); cazurras (empleadoras de
palabras y expresiones bajas), a las enamoradas que se burlaron de su amor
(48); factores, (apoderados con mandato más o menos extenso para comerciar
en nombre y por cuenta del otro para auxiliarle en los negocios), a los
consocios del explotador de fonda caminera (49); daciones (acciones y efectos
de dar), a las donaciones de afecto (96); silenciaria (que aguarda y observa
continuo silencio), a la paz de los difuntos (114).

A pesar de haber pasado apenas por los bancos escolares, es dueño de


un léxico excepcionalmente rico, que emplea con precisión encantadora:
Califica de "amoldada" la cabeza armoniosa de un venado (37); denomina
"macelo", matadero, (de macellum, mercado de carne), a la fonda caminera
donde esquilman a la clientela ignara, a la que despiden "con cucas, sin
retardo" (52); con finura poética, habla de los "hábiles cabos de cera y de
acero", de su cabalgadura muerta (61); los cadáveres son "inmobles" (66),
"letífico", el acento de los seres amados (69), "espurias y locas", las pasiones
(84), "melíflua y sonriente", la imagen de la amada (85), "prístino", el amor
ideal (82), "blondos", los cabellos de una doncella enamorada (91); con
"ludibrio" paga una mujer hipócrita, el amor que recibe (96), "letífico", es el
amor de la amada que consuela (102), "señero", el áspero paisaje nativo (113),
protervos, los asesinos (122), "perínclito", el Dante (124). En fin, utilizados
con precisión y finura, topamos en sus poemas con los términos fragosidad
(56), frangente (38), precognición (65); nefanda (92), agnición (129); asteísmo
(130); baldón (137).

Su capacidad de apropiación del lenguaje, le permite crear vocablos


maravillosamente bien generados: de una venada que amamanta, dice que está
"en lactógeno estado" (36); albígena, llama la leche (37); en una económica
"malcondición", abrevia la mala condición (78); "occidante", del latín
occidere, matar, de donde provienen occiso, occiduo y occidente, denomina el
estado de irreponsabilidad y agresividad que descubre en su aldea nativa
(118).
561

Con plena libertad estética, sin dejarse extraviar en el laberinto de las


relaciones etimológicas, modifica las palabras según sus requerimientos
poéticos: Pútrea, en lugar de pútrida, es la fábrica que produce un jabón
maloliente (49); para hablar del pesar que produce la ausencia, usa entardecer
en lugar de atardecer (81); para referirse a la pronunciación de palabras, utiliza
proferencia por proferimiento (97); flamígeas, y no flamígeras, denomina las
centellas desprendidas de los disparos de los malhechores que llegaron al
pueblo (123); concuerdos, en lugar de concuerdes, llama a los hombres de
bien que viven en la unidad (123); de inficiador, por inficiente, (que corrompe
con malas doctrinas o ejemplos), califica el "rumor de la ciudad" (125).

Sutil y eficazmente matiza el sentido de las palabras: A orear, le da el


sentido de correr el viento, antes que el de refrescar o secar (86); con el
vocablo "facultativo" designa la capacidad de elección, más que la facultad
para obrar (94).

Poetiza los provincialismos con viveza y exactitud irreemplazables:


Deslechar denomina la explotación de los fonderos veredales (52); para lograr
la medida de los metros duros, de diez y de doce sílabas, que son sus
preferidos, sin empacho alguno, echa mano del plural hubieron, (61) o del
sincopado desparecida (120).

Dueño de una bella prosodia, construye giros poéticos, en los que se


transluce la gracia de los clásicos en el manejo del hipérbaton:

Yo soy el hombre
que te ama con ávido amor y constante. pág 90

Oh, cuánto imagino que fue placentero pág 121

Patrios viejos labrantíos. pág 125

Oh padres, en estas cortísimas frases


y humildes, les mando mis hondos suspiros pág 127
562

Utiliza con donosura, la paradoja sugerente:

..... tu fúnebre mutismo


tiene frases sentidas y elocuentes. pág 40

Juega hábil y graciosamente con el retruécano:

Querer la que no nos ama


y no amar la que nos quiere,
esto el corazón nos hiere
y esto adversidad se llama. pág 78

Valiéndose de la fuerza epigramática, se burla de los embelecos


nobiliarios de su paisano:

A mí, una vez, don Agustín Quintero


me preguntó quitándose el sombrero:
"¿Hombre Pablo, por qué tendré el cabello blanco?
Entonces, como yo bien conocía
cuál era la respuesta que él quería,
" así le respondí, burlón y franco:
"Eso será, sin duda, la nobleza
que a usted se le salió por la cabeza."
Y al ponerse el sombrero, se reía. pág 142

Con precisión repleta de sugerencias, realiza la esencia del quehacer


poético que consiste en captar y expresar, suave y sugerentemente, los
instantes cargados de fuerza ensoñadora.

Desde las vivencias de pensamiento, sueño y tristeza, ensueña la agonía


y la muerte de una venadita prisionera:

Olfatea, levantando su amoldada cabeza;


otras veces se queda pensativa y dormida;
ya parece que sueña con su prole querida
que dejara en sus bosques con profunda tristeza.
563

Escuchar le parece su doliente clamor.


Se debate impotente por correr hacia ellos,
mas empaña la muerte esos ojos tan bellos,
y se muere, la pobre, de angustioso dolor. pág 37 38

A base de fonemas rotundos, que suscitan vivencias de soledad,


silencio, dolor y quietud, ensueña la condición milenaria del páramo
aspérrimo y desolado:

..... en ti, sólo ráfagas furentes,


oh campo triste y solitario,
sacuden recio musgo milenario
que guarda del dolor notas silentes.

Región tediosa, campo aridecido,


expresivo silencio del dolor
donde todo reposa entumecido
por un hielo tenaz y abrumador. pág 39

Desde la ternura y la timidez, ensueña la despedida del último abril de


la infancia, de una niña tímida que, en la soledad y el silencio, escucha el
rumor de una fuente solitaria:

.... a la niña preciosa...


......................................
pude en un rinconcito encontrarla
escuchando el rumor de una fuente.

Esta púdica niña gentil,


a quien aman las flores con ansia,
despedíase del último abril,
ya del último abril de su infancia. pág 109 - 110.
564

Testigo de la tradición criolla en la vieja Antioquia

El destino de los blancos españoles en América latina, inmersos en el


dinamismo genesíaco del mestizaje por la fuerza dialéctica que rige la historia,
ha sido la agonía, la reducción y el empobrecimiento.

En la medida en que el mestizo resentido e imitador, nuevo hombre de


la nueva raza y la nueva cultura americanas, asumió el poder, la vieja cultura
mediterránea española fue sustituida por malas imitaciones de modelos
anglosajones, norteamericanos y soviéticos, y su portador, el blanco
descendiente de descubridores, colonizadores y conquistadores españoles, se
fue convirtiendo en reducto que agoniza.

Comensal inesperado, ironista socarrón de señoritingas de mañé,


burlador malicioso de nobles aldeanos de medio pelo, cronista cositero de
anales de aldea, enamorado de su entrepelado macho Autocano, que durante
quince años lo acompañó por cañadas y vericuetos, don Pablo Emilio Duque
Restrepo encarnaba el espíritu de Sancho.

Varón de piedad dura, fe sin concesiones ni remilgos, cuestionamiento


permanente, dolorosas y continuas frustraciones amatorias, anhelo inagotable
de verdad, soledad sin orillas, señorío inquebrantable, inusitada riqueza de
personalidad, era un Quijote desgastado en la tarea de ensoñar el bien y luchar
por la autenticidad existencial.

Descendiente de campesinos blancos y heredero de una tradición criolla


sin mezclas ni retoques, bastaba verlo para saber que se trataba de un blanco
español y pobre, infinitamente sólo en el mundo mestizo.

Una lectura inteligente y atenta de sus textos, permite darse cuenta de


que se trata de vocabulario, valores, ética y sentido de la vida mediterráneos e
hispánicos.

Sus poesías constituyen piezas de valor inapreciable: Son testimonio


excepcional de la tradición de los criollos montañeses en los días finales de la
Vieja Antioquia y los primigenios del naciente Caldas; acerbo incontrovertible
de comportamientos, actitudes, valores, mentalidad y psicología de los
blancos, en las rinconadas donde confluyen los aportes ancestrales y culturales
565

de Antioquia y Tolima grandes; riquísimo archivo de hermosos arcaísmos,


provincianismos y modos sintáxicos y prosódicos propios de la cultura paisa;
patentización, prístina e intocada, del sentido ético y estético del campesino
antioqueño.

En virtud de su verismo, los poemas de Cantos de Roblalito constituyen


un aporte insustituible a la reconstrucción del ámbito histórico, cultural y
social de los reductos blancos de la Antioquia vieja, que luego de
cuatrocientos años de enfrentamiento a la hosquedad del medio geográfico, las
afugias de pan comer y las limitaciones institucionales e ideológicas de
cristiandad, estaban en trance de convertirse en Caldas pujante.

Con finura y amor excepcionales, el poeta de Montebonito pinta el


pequeño mundo de campos deforestados, templos de arquitectura ingenua,
fondas camineras, cantinas de calle aldeana, escuelas rurales y casitas de
montaña fría, donde se padeció el drama de los montañeses blancos y pobres,
portadores de una sabiduría milenaria, heredada de los cristianos viejos,
emigrados de España.

La vida y la obra de don Pablo Emilio Duque Restrepo que, pobre,


tímido, solitario, lejano, ajeno a los centros culturales y esquivo a la comedia
social, recibió de su ancestro todo lo que fue y supo, constituye un testimonio
irrefutable de la vigencia de las raíces culturales españolas en las montañas y
aldeas más repuestas de América.

Bibliografía

Duque Restrepo, Pablo Emilio. Cantos de Roblalito. Medellín. Léalon


1998.
566

Índice
Gregorio Gutiérrez González,
Testigo de los traumas genéticos del pueblo
e instaurador del mito antioqueño

Epifanio Mejía,
Testigo del sentido de Dios en las patrias nacientes

Juan de Dios Uribe,


Testigo de la mentira del descreimiento americano

Efe Gómez,
Testigo de la agonía trágica del hombre

Tomás Carrasquilla,
Testigo de la inmadurez de la fe en América

Porfirio Barba Jacob,


Testigo del desvalimiento de la fe

Fernando González,
Testigo de la madurez de la fe

Monseñor Juan Manuel González,


Testigo de la liberación de la mentira social

Francisco de Paula Rendón,


Testigo de la condición esperpéntica de la sociedad antioqueña

Don Pablo Emilio Duque Restrepo,


Testigo del ancestro español en las montañas de
Antioquia la vieja y Caldas naciente

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