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LOS RECURSOS NATURALES Y LA POBLACIÓN

La selva precede al hombre;


el desierto le sigue.
Paris, Mayo 1968

Los recursos naturales constituyen un tema de debate constante en la escena


político-económica contemporánea. Las formas de apropiación, explotación,
comercialización y destino final de tales recursos afectan profundamente las
relaciones internacionales, determinan flujos financieros de envergadura y son
causa de conflicto entre Estados soberanos y corporaciones transnacionales.
Pero su importancia va aún más lejos. Podría decirse que la dotación de
recursos y las modalidades adoptadas para su apropiación y explotación
contribuyen a definir patrones específicos de desarrollo en países centrales y
periféricos, así como su forma de inserción en el sistema mundial, en un
proceso acumulativo que refuerza un sistema de división internacional del
trabajo.

Las formas de explotación y utilización de los recursos no sólo afectan


profundamente el funcionamiento del sistema socioeconómico mundial, sino
que impactan y alteran los sistemas naturales, hasta el extremo de amenazar
sus límites últimos y las posibilidades de sobrevivencia en la tierra. Esta nueva
visión del problema y la conciencia creciente acerca de su globalidad han
centrado el debate mundial en torno a la finitud de los recursos y el freno
eventual que tal finitud podría constituir para el desarrollo. Es decir, se ha
centrado la atención en la existencia y disponibilidad de los recursos, más que
en las formas de explotación y en su uso y que están estrechamente ligados al
estilo actual de desarrollo. Este énfasis en las limitaciones físicas por sobre las
prioridades socioeconómicas de ciertos grupos sociales ha fortalecido la
opinión de que la escasez relativa de los recursos naturales constituye el tope
al desarrollo de la humanidad, pasando este a ser un aspecto clave, alrededor
del cual se elaboran los argumentos en pro y en contra del crecimiento cero.
Quizá la otra cara de la polémica --básicamente centrada en los aspectos
socioeconómicos-- está dada por las discusiones en torno a la necesidad de
buscar una relación más equitativa que las actuales formas de intercambio,
entre las cuales los recursos naturales ocupan un lugar de extrema
importancia.

Algunos hechos, consecuencia del sistema internacional de relaciones vigente


han contribuido a enardecer el debate sobre los recursos naturales. Entre ellos
cabe mencionar las crisis de petróleo en 1973 y 1978, que atrajeron la
atención pública y centró la polémica mundial tanto en la utilización como en la

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disponibilidad de los recursos energéticos y en las formas de gestión de los
mismos.

Otro elemento fundamental en esta polémica es el factor población. El


crecimiento de la población, y la presión que supone sobre la producción de
alimentos y recursos naturales en general, constituye uno de los aspectos más
visibles de la relación medio ambiente-desarrollo. Como en cualquier
ecosistema natural, el aumento de la población que lo habita significa una
presión creciente sobre el mismo. En el caso de la población humana tal
presión es mayor todavía, pues no se trata sólo de un aumento numérico, sino
asociado además a la creación y diversificación de nuevas necesidades. Este
aspecto cualitativo se traduce en exigencias sobre los recursos, que en
términos cuantitativos son un múltiplo del crecimiento de la población.
Nuevamente en este caso, la relación población-recursos ha sido vista más en
su dimensión cuantitativa que en los aspectos cualitativos que la acompañan y
que, en términos de recursos, son muchas veces más onerosos que el mero
crecimiento de la población.

Los recursos naturales han sido objeto de preocupación a lo largo de la historia


del pensamiento económico. Entre diversos paradigmas científicos, su
consideración ha ido reflejando las ideologías imperantes en cada situación
histórica particular.

La necesidad de una adecuada situación de recursos naturales en términos


globales, capaz de sustentar un proceso de desarrollo, fue ampliamente
examinada por los clásicos, en especial por Malthus, Ricardo y Mill. Según
estos autores, la eventual escasez de los recursos naturales llevaría a la larga a
un estado estacionario. Dicha preocupación reaparece en los llamados
neomalthusianos, y más recientemente en los trabajos patrocinados por el Club
de Roma sobre los límites del crecimiento y en las expresiones vertidas por
diversos autores, posiciones éstas muy controvertidas que mantienen vigente
y vivo el debate.

Una segunda preocupación de los economistas tiene un carácter más limitado


y se enfoca al examen de la forma de utilización de recursos naturales
concretos para la producción de los bienes y servicios que demanda el
mercado. En este caso el interés por los recursos naturales está enmarcado en
el enfoque tradicional de la evaluación de proyectos: los recursos naturales son
considerados como un acervo de capital, y desde este punto de vista lo
importante es definir cómo deben ser explotados, ya sea con el fin de
maximizar las utilidades del productor privado o los ingresos del país productor
y su crecimiento económico. En tal enfoque se pone el acento en la necesidad
de maximizar los retornos de la inversión, las utilidades y el aporte al producto
nacional.

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CONTROVERSIA SOBRE RECURSOS NATURALES-POBLACIÓN

To start on a wrong path leads


to wrong destinations.
Mazisi-Kunene

La preocupación por la escasez de los recursos naturales fue planteada por vez
primera en forma sistemática en 1798 por Malthus. Su proposición básica se
refiere a la relación población-recursos alimenticios, y señala que mientras la
población crece en proporción geométrica, la producción alimenticia lo hace en
proporción aritmética. Malthus concrenta su análisis fundamentalmente en el
recurso tierra, que considera como finito. En este contexto la escasez del factor
tierra se hace extensiva al resto de los recursos, que pasan a estimarse como
limitados frente a una población siempre creciente. El supuesto básico es que
los recursos constituyen una existencia finita, siendo este hecho el que define
el concepto de escasez.

David Ricardo comparte en gran medida la preocupación malthusiana por el


incremento de la población, pero extiende sus análisis a todos los recursos y no
particularmente al recurso tierra. Sin embargo, su enfoque del problema no
descansa en el hecho de que los recursos sean finitos, sino en la comprobación
empírica de que los recursos varían en calidad y en ubicación. Ello determina
un uso diferencial en función de sus respectivas calidades y ubicaciones, que
se traduce en rendimientos económicos decrecientes, al requerir su
explotación mayores cantidades de capital y trabajo. Los problemas de escasez
relativa se traducen así en precios y costos crecientes que se manifiestan
desde el momento mismo en que el recurso de menor calidad y/o más
desfavorablemente ubicado se incorpora al proceso productivo. Es decir, la
escasez de recursos, desde de la perspectiva malthusiana, se da en términos
absolutos: recursos homogéneos y en cantidades finitas. En cambio, en Ricardo
el supuesto de calidad diferencial implica un concepto distinto de escasez,
definido por los rendimientos decrecientes que empiezan a manifestarse una
vez que el recurso de mejor calidad y más favorablemente ubicado ha sido
utilizado por completo. Esta situación no necesariamente coincide con el límite
absoluto de los recursos naturales.

John Stuart Mill clarificó y sistematizó el pensamiento de Malthus y Ricardo.


Subrayó el enfoque de éste último al asignar a su concepto de escasez
--determinado por la cantidad limitada en términos de calidad y productividad--
más importancia que a la noción de escasez definida en términos absolutos.
Destacó lo que califica como la ley más importante de la economía política: el
«efecto de escasez», que define cómo el incremento del costo de capital y
trabajo por unidad de producción, debidos a la incorporación al proceso
productivo de recursos naturales de calidades inferiores o localizados
desfavorablemente.

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Un segundo elemento importante aportado por Mill es lo que denomina el
progreso de la civilización, fenómeno que contrarrestaría la tendencia a los
rendimientos decrecientes. Este principio antagónico se refiere al progreso de
las técnicas agrícolas en los conocimientos sobre agricultura y ganadería; la
incorporación de nuevos productos alimenticios, y la reducción de desechos en
las actividades del agro. Dicho efecto contrastante sería más factible en el
sector minero que en el agrícola. El concepto de progreso en los términos
empleados por Mill constituye una incipiente tentativa de incorporar el cambio
tecnológico como un elemento fundamental para evitar la escasez.

Los planteamientos sobre la escasez de los recursos naturales fueron


reactualizados por los movimientos conservacionistas que se desarrollaron
fundamentalmente en Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
La preocupación se circunscribe a un problema nacional, en el cual el efecto de
escasez de Ricardo y Mill es destacado por sobre el concepto del límite
absoluto de los recursos preconizado por Malthus. Un aspecto importante
esbozado por los conservacionistas es el de la interdependencia de los
recursos naturales y el de los aspectos asociados a su deterioro o pérdida
como consecuencia de la utilización de otros recursos o de su empleo en un
uso alternativo. Ejemplo de esto sería el uso de terrenos agrícolas para
carreteras o zonas urbanas.

La idea de límites absolutos o de escasez de los recursos naturales como un


obstáculo al crecimiento ha sido replanteada en los informes preparados por el
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), bajo los auspicios del Club de
Roma, conocidos como World III, o, más comúnmente, en el libro de Meadows. 1
Los conceptos malthusianos de límites absolutos de los recursos y crecimiento
exponencial de la población son desarrollados y enriquecidos con la
consideración de los problemas de la contaminación y del deterioro del medio
ambiente natural en general.

Dentro del modelo elaborado por Meadows y sus colegas para el Club de Roma,
el tema de los recursos naturales se examina detalladamente a través de dos
submodelos: uno para los recursos naturales «no renovables» y otro para el
sector agrícola. El supuesto básico es que los recursos minerales son limitados
y que --dado el ritmo de utilización actual-- sólo puede garantizarse un
suministro de 250 años. A ello se añaden los costos de capital para ubicar y
desarrollar nuevos recursos, que aumentan rápidamente a medida que se
aproximan al límite.

Los supuestos anteriores son apoyados con un tercero, referente al desarrollo


tecnológico. éste sería incapaz de contrarrestar los efectos de costos
crecientes en la explotación de los recursos naturales de origen minero. En
relación con el sector agrícola, responsable de la producción alimentaria para
una población que crece exponencialmente, el modelo de Meadows postula

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también una serie de supuestos: la tierra agrícola arable es limitada y son
crecientes los costos de incorporar nuevas tierras al sistema productivo. Ello se
asocia al hecho de que los rendimientos de la actividad agrícola son
claramente decrecientes. Los problemas anteriores se acentúan por la pérdida
de los terrenos agrícolas, causada por un proceso centenario de erosión, a la
utilización de los suelos agrícolas para otros fines (carreteras, construcciones
habitacionales y/o industriales, etc.) y a la pérdida de fertilidad por la
contaminación.

Las teorías de que la sociedad llegaría a un estado estacionario, y


eventualmente al colapso definitivo como consecuencia de la escasez de
recursos naturales, vis à vis del crecimiento exponencial de la población,
fueron y aún son rechazadas por muchos. Marx atacó violentamente las tesis
malthusianas, argumentando que si la sociedad se dirigía hacia un estado
estacionario o de crisis del sistema, se debía a razones socioeconómicas y en
ningún caso a razones de límites físicos absolutos, rendimientos decrecientes y
crecimiento explosivo de la población. En su opinión, más que un científico,
Malthus era el representante de una determinada clase social, y sus
argumentos estaban orientados a justificar ciertas medidas económicas y
sociales. Decía al respecto:

The people were right here in sensing instictively that they were confronted
not with a man of science but with bought advocate, a pleader of behalf of
their enemies, a shameless sycophant of the ruler class.2

En lo referente a la población, Marx rechaza la «ley biológica natural», que


llevaría a un exceso de población.

...Dicho exceso poblacional es aparente y creado por el sistema capitalista. De


hecho, el sistema capitalista «necesita de la superpoblación». Hasta el propio
Malthus reconoce como una necesidad de la industria moderna, la necesidad
de la superpoblación, que él con su horizonte limitado, concibe como un
exceso absoluto de población obrera y no como un remanente relativo.3

El exceso de mano de obra en el sistema capitalista es una exigencia sine qua


non para su funcionamiento:

...a la producción capitalista no le basta la cantidad de trabajo disponible que


le suministra el crecimiento natural de la población. Necesita, para poder
desenvolverse desembarazadamente, un ejército industrial de reserva, libre de
esta barrera natural.4

En función de las fluctuaciones de este ejército industrial de reserva se regula


el movimiento general de los salarios. Además de la existencia de una parte de
la población obrera condenada al desempleo, crea una situación de oferta de
trabajo superior a la demanda de mano de obra, con lo cual se contribuye a la

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formación del ejército industrial de reserva y se incrementa la creación de
riqueza en beneficio del capitalista. Por lo tanto,

...al producir la acumulación de capital, la población obrera produce también,


en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo.
Es esta una ley de población peculiar de régimen capitalista, pues en realidad
todo régimen histórico concreto de producción tiene sus leyes de población
propias.5

El planteamiento marxista establece claramente que la población no debe ser


considerada como variable externa ni como un parámetro. Más bien constituye
una variable interna, cuya trayectoria y dinámica está condicionada por las
formas de producción.

Marx rechaza también el planteamiento ricardiano de los rendimientos


decrecientes, con el argumento de que su autor ignoraba la función de la
innovación y el desarrollo tecnológico como las fuerzas fundamentales del
sistema capitalista. El planteamiento malthusiano-ricardiano se encuentra en
contradicción con la historia.

No cabe duda que, a medida que progresa la civilización, se ponen en cultivo


tierras cada vez de peor calidad. Pero tampoco cabe duda de que estas tierras
de peor calidad son aún relativamente nuevas en comparación con las tierras
buenas anteriores, gracias a los progresos de la ciencia... Desde 1815 el precio
del trigo ha bajado de 90 a 50 chelines y aún más, de un modo irregular pero
constante. La renta ha ido constantemente en aumento. Así ha ocurrido en
Inglaterra y también, mutatis mutandis, en todos los países del continente... Lo
fundamental en todo esto está en acomodar la ley de la renta a los procesos
de fertilidad en la agricultura, único modo de explicar, de una parte, los hechos
históricos y eliminar, de otra parte la teoría malthusiana del empeoramiento no
sólo de brazos, sino también de la tierra.6

Marx reconoce la existencia de distintos tipos de fertilidad de los suelos, pero


subraya el hecho de que la fertilidad de la tierra aumenta generalmente en
forma paralela al desarrollo de la sociedad. Once años más tarde --y también
dirigiéndose a Engels7-- afirma que la premisa ricardiana de «un deterioro
constante de la agricultura parece los más ridículo y arbitrario».

La argumentación posterior en contra de los planteamientos neomalthusianos


y de las tesis ricardianas reforzaría la importancia del desarrollo científico
tecnológico como una fuerza que se opone a los rendimientos decrecientes. La
sustitución y el reciclaje, posibilitados por la tecnología, permiten evitar la
escasez y el colapso definitivo, y explican además la tendencia a la baja de los
precios de productos agrícolas y mineros.

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El desarrollo científico-tecnológico contribuye no sólo a explicar el aumento en
la producción agrícola y minera, sino también el aumento de las posibilidades
de sustitución, al descubrir nuevas fuentes de materias primas y lograr nuevos
productos para satisfacer las mismas necesidades. De este modo permite, por
un lado, el desplazamiento y la sustitución hacia aquellos productos de costos
menores o con tendencias decrecientes, y por otro, explica una tendencia a la
reducción de costos y al aumento de la rentabilidad en la explotación de los
recursos tradicionales.

El conocido trabajo de Barnett y Morse señala que en el periodo 1870-1957 los


costos unitarios en el sector agrícola experimentaron tendencias decrecientes,
sobre todo a partir de 1919:

The period 1870-1919 was characterized by a middle declining unit cost of


agricultural products. During the period 1919-1957, agriculture experienced a
more sharply declining unit cost. During 1870-1919 units of cost in terms of
labour and capital declined by a compound rate of 0.4 per cent by year. But
comparable unit cost during 1919-57 declined by 1.4 percent by year.8

En lo que toca a los recursos de origen mineral, en el mismo estudio se resume


la situación y se afirma que, desde 1880, los costos por unidad de producción
neta, medidos en trabajo, o trabajo y capital, ha declinado rápida y
persistentemente. Hacia el final del periodo (1960), el costo del trabajo y
capital por unidad de producción sólo era un quinto del registrado en 1889. La
caída es aún mayor para el costo de trabajo tomado aisladamente. De nuevo el
incremento de productividad es más rápido en la segunda parte del periodo
que en la primera. De 1889 a 1919 se estima que el costo unitario en capital y
trabajo de la producción de minerales declinó a una tasa del 1.2% anual; de
1919 a 1947 la tasa descendió en 3.2% anual.9

Lo anterior revela que el mayor ritmo de reducción en los costos de explotación


se presenta, paradójicamente, en un periodo en que el consumo de minerales
supera todos los niveles precedentes en la historia de la humanidad.

El debate sobre la relación entre recursos y población se polariza en dos


posiciones extremas: la del estado estacionario o la del expansionismo
continuo.

Las teorías del estado estacionario no son nuevas. Los clásicos no sólo lo
concebían, sino que también lo preveían y en algunos casos lo consideraban
como una solución o un estado ideal digno de alcanzarse. Tanto Adam Smith
como David Ricardo veían claros límites al proceso de crecimiento sostenible.
Según la visión clásica tradicional, tal crecimiento es posible en la medida en
que exista una tasa de ganancia positiva, aspecto que asigna a los capitalistas
un papel decisivo en el proceso, pues lo mismo los terratenientes que los
trabajadores tienden a consumir la totalidad de sus ingresos.

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Son los capitalistas los que ahorran una parte de sus ingresos, parte que
finalmente se transforma en un fondo de inversiones mediante el cual se
expande el proceso productivo a través de la contratación de más mano de
obra, más equipos y mayor empleo de los recursos naturales. Pero las
ganancias del capital se ven afectadas por el crecimiento de la población y por
la calidad y cantidad disponible de recursos naturales.

El proceso expansionista, al aumentar la demanda de mano de obra, tiende a


hacer subir la tasa de salarios, con lo cual sube el ingreso de los trabajadores.
Mejoran así sus condiciones de vida, y con ello se produce una baja en la tasa
de mortalidad, de la que, al cabo de cierto tiempo, tiende a reducir los niveles
de salarios reales.

Por otro lado, la mayor población estimula la incorporación de tierras de


inferior calidad para producir los alimentos necesarios. La presión sobre la
tierra se traduce en una mayor renta para la tierra de mejor calidad. Es así
como el terrateniente tiende a absorber un porcentaje creciente del valor
producido, lo cual quiere decir que la parte a distribuir entre capitalistas y
trabajadores, ganancias y salarios, es cada vez menor. Si declinan tanto la tasa
de ganancia como la de salarios, se dan dos efectos negativos sobre el proceso
de crecimiento. En la medida en que la primera se acerca a cero, el proceso de
acumulación tiende a reducirse, y con ella el crecimiento, llegando
eventualmente a cero, cuando la tasa de ganancia llega, asimismo, a cero.

Por otro lado, la tasa de salarios tiende a bajar, llegando a sus niveles
naturales o de subsistencia. Cuando las tierras fértiles se han agotado
paulatinamente, y los costos para hacer producir la tierra más pobre sólo
alcanzan para cubrir los salarios naturales, no hay ya más estímulos para el
capitalista, pues sus ganancias son cero y no hay incentivos ni posibilidades
para su acumulación.

Este fenómeno puede ser retardado y contrarrestado en cierta medida


mientras existan recursos naturales abundantes y de buena calidad, lo cual
permitiría un proceso de acumulación de capital tan rápido que posibilitaría
elevadas tasas de salarios.

El progreso técnico, que aplaza la incorporación de tierras de menor calidad, o


permite su explotación a costos decrecientes, es la segunda forma que
considera Ricardo para retardar la llegada del estado estacionario. Finalmente,
un tercer factor que lo aleja es el comercio internacional, que permite la
especialización de los países industrializados en la producción de manufacturas
y la de los países en vías de desarrollo ricos y con abundantes tierras, en la
producción alimentaria y de materias primas. Por ello, Ricardo consideraba el
estado estacionario como algo muy lejano.

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Malthus pone el acento sobre el aspecto de la demanda efectiva y centra su
análisis en los efectos del aumento de producción y población resultantes de
los estímulos y de los deseos. Por lo tanto, su análisis se basa en las razones
que estimulan el consumo y en una ley del crecimiento de la población
asociada a la concepción de un mundo finito y de recursos limitados. Afirma
que la riqueza produce deseos, pero que también los deseos producen riqueza.
Ahora bien, los deseos y el consumo conspicuo de los ricos puede traducirse en
cierta demanda que, a la larga, crea empleo, mientras que el consumo de los
pobres y sus deseos sólo se traducen en consumo de alimentos y crecimiento
de la población. Por el contrario, en las clases altas, el consumo conspicuo se
asocia con una política prudente en términos de expansión de la familia.

El razonamiento de Malthus es diferente en el caso de capitalistas y


terratenientes que en el de los trabajadores. Así, por un lado, la ley natural de
la población le permite pronosticar un estado inevitable de miseria para la gran
masa de los habitantes, en tanto que la teoría de la demanda efectiva ejercida
por las clases pudientes asegura el empleo del capital y el trabajo y la
expansión del sistema. Sin embargo, como los recursos naturales son finitos, el
proceso tiene inevitablemente que llegar a una situación de tipo estacionario.

John Stuart Mill se ocupó explícitamente del estado estacionario en el capítulo


sexto de sus Principios de política económica, viéndolo como resultado lógico e
inevitable de un proceso de aumento de la riqueza que irremediablemente
tiene que llegar a su límite. Reconocía que el crecimiento, aun cuando genera
indudables beneficios, también tiene sus costos. Por otro lado, dicho
crecimiento sólo es aceptable en los países más atrasados, ya que en los más
desarrollados el objetivo económico debe ser una mejor distribución, para lo
cual uno de los medios recomendados es el control de la población.

En oposición a los clásicos, lo que plantea Marx es que el modo de producción


capitalista es incompatible con el proceso de crecimiento. De hecho, la esencia
del capitalismo está en la expansión económica. Esta última lleva a la
centralización de los medios de producción que, asociada a la tendencia a la
baja de la tasa de ganancias, el crecimiento del ejército industrial de reserva y
la socialización de la producción conducen al sistema capitalista a una
situación de crisis, que puede estar relacionada con un estado estacionario y
cuya única alternativa es el paso a una sociedad socialista o comunista.

La posibilidad del estado estacionario es muy remota en el pensamiento


económico neoclásico. Por un lado, el cambio tecnológico se presenta con
caracteres suficientes como para contrarrestar la ley de rendimientos
decrecientes, y, por otro, según los neoclásicos, el aumento de la población
tiende a decrecer a medida que la economía se expande. En este esquema
tanto población como tecnología son consideradas variables externas al
sistema. El pensamiento neoclásico arranca del supuesto de que los

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capitalistas están dispuestos a invertir en la medida que exista un fondo de
inversión disponible a partir del cual pueden obtenerse los recursos financieros
necesarios. A través del mercado de capitales, los inversionistas se relacionan
con aquellos que ahorran y el nivel de la inversión vendrá determinado por la
intersección de las curvas de oferta y demanda de inversiones. La tasa de
interés desempeña un papel fundamental en este esquema porque, es en
último término, la que determina el nivel de ahorro y el ritmo y monto de la
inversión. Aun cuando la demanda de fondos de inversión tiene, como
cualquier curva de demanda, una pendiente negativa, los adelantos
tecnológicos tienden a desplazarla, alejándola de la intersección del eje de
coordenadas. Así, la inversión emprendida se suma a un stock de capital
existente, elevando la productividad de la fuerza de trabajo. El aumento de
productividad se traduce en mayores ingresos, y, por lo tanto, en mayores
ahorros (supuesta una propensión del ahorro positiva), resultando en una
oferta de fondos para inversión crecientes.

El pensamiento neoclásico descansa sobre las posibilidades de un desarrollo


tecnológico, que no presenta límites de especie alguna. Si no hubiera progreso
tecnológico, la curva de demanda para inversión no se desplazaría. Los
proyectos de más alto rendimiento van siendo completados y hay que recurrir
a proyectos de menor rendimiento, lo cual quiere decir que las curvas de
demanda y de oferta para inversión se cruzan a tasas de interés cada vez más
bajas. A medida que este proceso se desarrolla, el volumen de actividad
declina, la tasa de interés puede llegar a un nivel tan bajo que la comunidad no
desee ahorrar ni invertir, y la economía se encontraría entonces en un estado
estacionario.

Por un lado, tal concepción supone una propensión al ahorro positiva, lo cual
permite crear un fondo de inversión; por otro, concibe una curva de demanda
de bienes de inversión muy elástica, de tal manera que pequeñas bajas en la
tasa de interés hacen rentable una gran cantidad de proyectos, lo que tiende a
compensar con creces las posibles bajas en los proyectos de más alto
rendimiento.

El gran optimismo en las posibilidades del desarrollo tecnológico, y la visión de


un mundo abundante en recursos naturales, se tradujo en una posición
contraria a tal estado: «no parece existir razón alguna para creer que nos
encontramos próximos a un estado estacionario», escribía Marshall.10

Las posibilidades se volvieron a plantear con ocasión de la crisis de los años


treinta, y formulada explícitamente por Alvin Hansen, quien señala que la
ausencia de posibilidades de ganancia en fases declinantes del ciclo induce a
una escasez de inversiones. A medida que las fases depresivas se suceden con
mayor rapidez, tal escasez tiende a largo plazo a convertirse en un estado
permanente, que lleva en forma inevitable a un estado estacionario. Frente a

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esta posición, Keynes plantea que las políticas monetaria, fiscal y de gasto
público permiten superar las situaciones de crisis. Sin embargo, considera la
posibilidad a largo plazo de un estado estacionario, que podría evitarse en la
medida en que la sociedad fuera capaz de controlar la población, lograr un
proceso de acumulación adecuado, asignar a la ciencia la dirección del proceso
de desarrollo tecnológico y evitar las guerras.

La polémica se replantea en los últimos años no sólo como una posibilidad real
o teórica, sino en términos de una política intencional que lleve a tal estado
estacionario. Dentro de esta polémica se destacan el agotamiento de los
recursos, el crecimiento de la población y los problemas de la contaminación
como aquellos elementos fundamentales que inducen a pensar en el estado
estacionario, no ya como algo inevitable o posible, sino como algo que tiene
que buscarse, como una solución a los problemas más agudos que enfrenta la
sociedad contemporánea.

El economista Kenneth E. Boulding ya planteaba veinticinco años antes que el


Club de Roma las posibilidades de limitar el proceso de crecimiento económico.
Parte de la premisa de que durante la primera mitad de este siglo la sociedad
ha actuado como si el planeta Tierra fuera un sistema abierto, gracias a una
aparente abundancia de recursos naturales y de un espacio no ocupado que
permitió la expansión de la frontera agropecuaria. Sin embargo, Boulding
señala que la sociedad vive en un sistema cerrado, con espacios
perfectamente delimitados y con recursos finitos, límites éstos que son cada
vez más perceptibles. Hay que pasar de una concepción de la economía
típicamente expansiva --que denomina la economía del cowboy-- a una
economía de sistema cerrado, donde los recursos son limitados y el espacio
finito. De hecho, el hombre vive en una verdadera nave espacial, la Tierra.11

El planteamiento de Boulding es recogido por economistas como Herman


Daly12 y Robert Heilbroner.13 Según el segundo, el punto límite de capacidad de
este sistema cerrado ha sido superado ya y prácticamente no hay posibilidades
de lograr un nivel de vida decente para la población mundial dentro del
presente esquema. Siguiendo en gran medida a Paul y Anne Ehrlich y a
Boulding, señala que son tres los factores que han llevado a estos límites: la
explosión de la población, los efectos acumulativos negativos de la tecnología
y, finalmente, la situación de hambruna que vive gran parte de la población
mundial. Según Heilbroner, el problema poblacional, desde la perspectiva de
Ehrlich, difiere de la de Malthus, pues no lo examina en el contexto de la
relación oferta-demanda, sino como un problema que guarda relación con el
equilibrio ecológico total del sistema. Respecto a la tecnología, los efectos
negativos del desarrollo tecnológico han alcanzado también su punto límite
debido al impacto que causan sobre el sistema por la acumulación de bióxido
de carbono en la atmósfera, la contaminación por insecticidas y fertilizantes y

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los efectos contraproducentes de la revolución verde, sobre todo el impacto
social negativo de este tipo de tecnología.

Aceptando la concepción de Boulding de la nave espacial tierra, Heilbroner


afirma que hay en ella dos clases de pasajeros: unos que han logrado ya la
satisfacción de sus necesidades y un elevado nivel de vida, y los demás --que
constituyen la gran mayoría--, cuyos niveles de vida y satisfacción de
requerimientos básicos son insuficientes.

El primer grupo estaría constituido por los países desarrollados y las élites de
los países en vías de desarrollo; el segundo, por la gran mayoría de la
población de los países en desarrollo. Estos países nunca podrán alcanzar a los
desarrollados y, por lo tanto, tienen que reorientar sus objetivos de desarrollo.
Sin embargo, esto no es suficiente, pues de los tres factores mencionados
--población, tecnología y hambre (escasez de alimentos)-- los países en
desarrollo son responsables del primero y parcialmente del último, mientras
que el factor tecnológico está localizado básicamente en los grupos de altos
ingresos, donde «a cada recién llegado se le equipa con la debida cantidad de
capital y maquinaria, y donde el ritmo de transformación física y química de los
recursos per capita aumenta constantemente».

Heilbroner no logra presentar soluciones diferentes a las ya tradicionales, que


ponen el acento sobre la necesidad de un crecimiento cero, indica la
posibilidad de que la crisis ecológica se traduzca en un nuevo agrupamiento
político, donde no habría enemigos de clase, sino un solo enfrentamiento de la
sociedad con la naturaleza. Los sistemas tradicionales de acumulación
capitalista serían considerablemente disminuidos, se controlaría el ritmo y el
tipo de cambio tecnológico y los niveles de beneficio se verían drásticamente
reducidos. Para Heilbroner esta es la única esperanza frente a la posibilidad
alternativa de que la crisis ecológica redunde en la decadencia y destrucción
de la civilización occidental, y de la hegemonía de la ciencia y tecnología
característica del presente patrón de desarrollo.

Daly ahonda el esquema de Boulding con un violento ataque contra los


modelos y políticas económicas contemporáneas centradas en el paradigma
del crecimiento, concibiendo un estado estacionario en función de existencias y
flujos constantes de bienes de consumo y de capital, y de una población
constante. En este contexto, los recursos naturales constituyen una existencia
invariable en volumen y calidad, de la cual surge un flujo continuo --invariable
también-- en cantidad del ingreso real.

En todos estos esquemas, el primer paso al crecimiento cero es siempre el


crecimiento cero de la población, y en este contexto, pese a la opinión de
Heilbroner de que el enfoque poblacional moderno respecto al crecimiento cero
es diferente al malthusiano, en la práctica sus planteamientos y

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recomendaciones son idénticos. Basta comparar las citas de Malthus y de
Garret Hardin, partidario de las corrientes del crecimiento cero, en la línea
preconizada por Ehrlich y Boulding. Dice Malthus:14

Nada contrarrestaría con tanta eficacia los errores causados por los Derechos
del Hombre como un conocimiento general de los verdaderos derechos del
hombre...

No me corresponde de momento explicar lo que son estos derechos; pero hay


uno, que siempre se ha pensado que el hombre posee, que estoy seguro nunca
ha poseído ni puede poseer: el derecho a la subsistencia cuando su trabajo no
basta para adquirirla... Un hombre que nace en un mundo ya poseído, si no
puede obtener su subsistencia de sus padres, sobre los cuales tiene un justo
derecho, y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tiene ningún derecho
siquiera a la más mínima porción de los alimentos, y, en realidad, no tiene por
qué estar donde está. La naturaleza le ordena que se marche y bien pronto
ejecuta sus propias órdenes, a menos que aquél logre mover a compasión a
algunos invitados. Si éstos se levantan y le hacen lugar, de inmediato
aparecerán otros intrusos pidiendo el mismo favor. El anuncio de que hay
provisiones para todo el que llegue, llena la antesala de numerosos
solicitantes. Se ha perturbado el orden y la armonía de la fiesta; la abundancia
que antes reinaba se ha troncado en escasez, y la felicidad de los huéspedes
queda destruida por el espectáculo de la miseria y dependencia de todos los
que están en la antesala, y por la clamorosa porfía de aquellos que están
justamente enfurecidos por no encontrar las provisiones con las que se les
había enseñado a contar. Los huéspedes comprenden demasiado tarde el error
que han cometido al contravenir aquellas estrictas órdenes impuestas a todos
los intrusos, emitidas por la gran anfitriona de la fiesta, que, deseando que
todos sus huéspedes gozaran de la abundancia y sabiendo que no podía
satisfacer a un número ilimitado, se negó humanamente a admitir nuevos
huéspedes cuando su mesa estaba ya ocupada.

En diciembre de 1968, refiriéndose a la declaración de las Naciones Unidas


sobre los Derechos del Hombre, Garret Hardin escribía lo siguiente:

The Universal Declaration of Human Rights describes the family as the natural
and fundamental unit of society. It follows that any choice and decision with
regard to the size of the family must irrevocably rest with the family itself, and
cannot be made by someone else...

It is painful to have to deny categorically the validity of this right, denying it,
one feels as uncomfortable as a resident of Salem, Massachusetts, who denied
the reality of witches in the seventeenth century. At the present time, in liberal
quaters, something like a taboo acts to inhibit criticism of the United Nations.
There is a feeling that the United Nations is «our last and best hope» that we

223
shouldn’t find fault with it; we shouldn’t play into the hands of the
archconservatives. However let us not forget what Robert Louis Stevenson
said: «The truth that is suppressed by friends is the readiest weapon of the
enemy» if we love the truth we must openly deny the validity of the Universal
Declarations of the Human Rights, even though is promoted by the United
Nations.15

En otro artículo afirma enfáticamente:

How can we help a foreign country to escape overpopulation? Clearly the worst
thing we can do is send food... Atomic bombs would be kinder. For a few
moments the misery would be acute, but it would soon come to an end for
most of the people, leaving a very few survivors to suffer thereafter.16

Boulding recomienda un método menos drástico que el de Garret Hardin para


controlar la población, por el simple expediente de crear un mercado de niños.
Según Boulding, cada persona tendría derecho a recibir certificados que le
permitieran --sumando sus derechos con los de su pareja-- tener un número de
hijos igual al de la tasa de reemplazo poblacional. Si la tasa de reemplazo es
dos, cada persona recibiría certificados de valor de uno. Estos permisos se
podrían negociar en el mercado. Aquellos que tienen más niños se verían
obligados a pagar o comprar estas licencias a aquellos que no quisieran
tenerlos o se contentaran con un número menor al de la tasa de reemplazo.

El mecanismo de mercado, libre de la intervención burocrática gubernamental,


garantizaría de esta forma la existencia de una población constante, y al
mismo tiempo tendría efectos sociales secundarios benéficos, ya que tendería
a una situación más equitativa en la que los ricos, al tener más niños, se harían
más pobres, y los pobres, por el hecho de tener menos niños, se harían más
ricos. Además esto significaría una compensación monetaria para las parejas
infértiles.

En posiciones extremas como las de G. Hardin, o en otras más modernas, como


las de Barry Commoner, es común siempre el convencimiento de que los
recursos finitos de la tierra, asociados al crecimiento de la población --de
carácter explosivo en algunos casos-- tarde o temprano llevan a una situación
no sólo crítica, sino catastrófica para la humanidad. La mayor parte de estas
posiciones y planteamientos los sistematiza, con la ayuda de la computación,
el informe del Club de Roma sobre Los límites al crecimiento económico, que
preparó el equipo del MIT encabezado por D.L. Meadows. Las fallas
metodólogicas, las insuficiencias científicas, la debilidad de la información
empírica utilizada y el claro sesgo ideológico del informe han sido largamente
debatidos en los últimos años y su discusión escapa a los propósitos de estas
páginas.17 Por otro lado, es interesante observar que ese debate ha obligado al

224
Club de Roma retirarse a posiciones menos extremas, y aun a financiar
estudios opuestos al informe de Meadows.18

En lugar de entrar en un debate sobre dichas posiciones, se presentan algunas


reflexiones de índole general concernientes a algunos aspectos que los
planteamientos sobre el crecimiento cero olvidan fácilmente. Estos esquemas
tienden a ignorar que, aun cuando se lograra un tasa de reemplazo poblacional
en forma instantánea, es decir, hoy día a nivel mundial, se requeriría más de
un siglo para que la población lograra un estado estacionario, hecho que debe
ser evaluado tomando en cuenta los costos de esta política de control. Pero,
además, lo anterior implica que el crecimiento económico debe continuar a un
ritmo elevado, no sólo para satisfacer las necesidades de una población que
seguirá creciendo durante los próximos cien años, sino también para solucionar
graves problemas de subalimentación de gran parte de la población de países
en vías de desarrollo.

Más aún, los esquemas que preconizan el crecimiento cero parecen llevar
implícita la idea que, siendo los recursos finitos, la limitación del crecimiento es
el remedio para evitar su agotamiento, lo cual evidentemente es una falacia. El
crecimiento cero no evita el agotamiento de los recursos; sólo lo pospone. Es
más, se concibe perfectamente un estado estacionario asociado con el
aumento de consumo de recursos como consecuencia de alteraciones de
patrones y estructuras de consumo. En otras palabras, la ideología del
crecimiento cero adolece de un cierto mecanicismo y de los defectos de un
análisis realizado en términos estáticos, que pone el acento sobre los costos de
lograr un estado estacionario sin señalar en forma clara y convincente sus
beneficios. Ello está asociado con el hecho concreto de que quienes quieren el
estado estacionario y el crecimiento son aquellos que no sólo han logrado un
nivel de consumo más que suficiente, sino que han entrado además en las
fases del sobreconsumo o consumo dispendioso y, por lo tanto, tienden a
desear la consolidación del statu quo.

La disponibilidad de recursos depende de los costos para obtenerlos, y ello está


estrechamente vinculado al desarrollo científico tecnológico. Sobre este punto,
son muchos los partidarios del crecimiento cero que creen que puede
alcanzarse deteniendo el progreso científico y tecnológico. El argumento tiene
dos objeciones fundamentales: primero, el proceso tecnológico es un proceso
acumulativo, dinámico, que supone el abandono de ciertas técnicas y su
reemplazo por otras, beneficiándose así de conocimientos y experiencias
adquiridos. No hay razones para suponer que este proceso se detenga. En el
futuro se desarrollarán nuevas técnicas así como algunas --hoy consideradas
fundamentales para el proceso de desarrollo-- pueden ser abandonadas, en la
medida en que sus efectos negativos en lo social o en lo ambiental sean tales
que superen los beneficios del desarrollo y den lugar a otras que, sin reducir
esos beneficios, incorporen además ventajas en términos de su impacto sobre

225
el sistema natural, una utilización más eficiente de los recursos o un efecto
social y económico más justo y equitativo.

El segundo aspecto referente a la tecnología que no se menciona es que el


crecimiento cero sólo puede obtenerse por el desarrollo y la aplicación de
ciertas tecnologías y que el mantenimiento del estado estacionario requeriría
un desarrollo y control tecnológico sofisticado, que permitía justamente el
funcionamiento de este tipo de sociedad.

En otros términos, los partidarios del crecimiento cero consideran el problema


exclusivamente desde el punto de vista de la oferta, lo cual obliga a
examinarlo como una relación entre costos y precios, en el entendido de que la
curva de oferta no es fija, pero es evidente que no podemos limitarnos
exclusivamente al examen de la oferta. No sólo ésta depende de fluctuaciones
y cambios en los precios, los costos y la tecnología; también la demanda está
afectada por esos mismos factores y, por lo tanto, es susceptible de ser
manipulada. Así pues, lo importante no es sólo la oferta potencial de un
recurso particular, sino el conjunto de funciones de oferta para todos aquellos
recursos materiales y servicios con propiedades similares, o capaces de
satisfacer idénticas necesidades. A partir de estas premisas pareciera que la
limitación del crecimiento no es una forma eficiente --ni siquiera viable-- para
solucionar los problemas asociados con la utilización de recursos, crecimiento
poblacional y desarrollo. El gran ausente en este debate sobre el crecimiento
cero es el aspecto distributivo y, más explícitamente, la interacción entre
crecimiento económico, desarrollo y distribución equitativa de los recursos y la
producción.

El problema distributivo no tiene que examinarse con la óptica restringida de


una simple transferencia de recursos y riquezas entre ricos y pobres. Es algo
mucho más complejo y conflictivo. Y la complejidad y el conflicto se magnifica
cuando se supera la dimensión nacional para plantearlos en términos
mundiales. Así, los partidarios del crecimiento cero tienden a ignorar que el
agotamiento de los recursos se da estando éstos bajo el control político,
tecnológico y económico, no ya de grandes países industrializados, sino de
grandes corporaciones multinacionales, y que son los países industrializados,
con menos de 20% de la población mundial, los que consumen más de 80% de
los recursos.

Pareciera, entonces, que la mejor manera de solucionar el problema de los


recursos no está en restringir y frenar el proceso de crecimiento, sino más bien
en reorientarlo, en función de un patrón de desarrollo en el cual la asignación
de recursos sea más racional socialmente, y su utilización social sea más
eficiente, con una gestión del sistema natural como parte integral del proceso
de desarrollo, lo cual requerirá un tipo de tecnología más eficaz y más
igualitaria y que consuma menos recursos.

226
Así, por un lado, la capacidad productiva no es algo fijo, sino que se expande y
diversifica, respondiendo a patrones definidos de consumo. Por otro lado, el
mero control de los recursos naturales, y su eventual transferencia a los países
que los poseen, no es suficiente si su patrón de utilización no se altera en
forma sustancial.

En una posición completamente opuesta a los autores mencionados se


encuentran Colin Clark y el equipo de Hudson Institute que encabezaba
Herman Kahn. El enfoque de este último está claramente arraigado en el
planteamiento de Rostow y sus teorías de las etapas de crecimiento
económico, según las cuales cada país llegará tarde o temprano a una etapa
de alto consumo masivo19. Partiendo de este supuesto, se afirma que el
crecimiento económico continuará por muchas generaciones, aunque con tasas
decrecientes. Pero tales tasas no son atribuibles a problemas de escasez de
recursos ni a limitaciones del sistema natural, sino más bien a un proceso
paulatino de estabilización en los niveles de demanda, fenómeno social que
resulta de la proliferación y expansión de la modernización, la alfabetización, la
urbanización, la salud pública, la seguridad social, el control de la natalidad y
las políticas gubernamentales y privadas acordes con una estructura de valor
que evolucionan conforme a los factores señalados.

En este planteamiento los problemas de hambruna, sobrepoblación, escasez de


recursos y contaminación se consideran como fenómenos temporales, o aun
como fenómenos de tipo regional, que tienen que ser enfrentados, resueltos y
no vistos como un desastre inevitable. Dentro de este esquema, Kahn
manifiesta su preocupación por el hecho de que las ideologías y políticas de
crecimiento impidan la solución de los problemas presentes y, por ende, en vez
de evitar el desastre, lleven a su encuentro.

La metodología utilizada es básicamente de proyecciones de tipo estadístico. El


análisis poblacional de Kahn se basa en la teoría de la transición demográfica
y, consecuentemente, la reducción en las tasas de natalidad van asociadas con
el paso de la sociedad de una etapa de desarrollo a otra. Será, así, el mismo
proceso de crecimiento y expansión del sistema el que lleve a la estabilización
de la población.

En lo que toca a los recursos, Kahn, basándose en las estimaciones de la FAO,


señalaba que la disponibilidad de tierra arable potencial es cercana a cuatro
veces la actualmente cultivada, y contribuye, por lo tanto, un aspecto muy
positivo a considerar en cuanto a las posibilidades de sustentar un crecimiento
continuo durante los próximos doscientos años. Este hecho se asocia a una
gran confianza en la utilización de variedades de alto rendimiento, la
introducción de nuevas prácticas agrícolas, los cambios en los patrones de
nutrición y tecnologías orientadas a la producción de alimentos de alto
contenido proteínico.

227
En la discusión sobre la escasez tiene un lugar preponderante el tema
energético. Kahn es en esta materia extremadamente optimista y visualiza un
mundo que va desde la utilización de recursos energéticos agotables hasta
aquellos inagotables. Los problemas energéticos que enfrentamos en la
actualidad son simples fluctuaciones temporales debidas a una mala gestión o
simplemente a la mala suerte. El mundo se encuentra, según el Hudson
Institute, en los comienzos de una fase de transición desde fuentes primarias
de energía fósiles hacia otras fuentes energéticas eternas, tales como la solar,
la geotérmica y la fisión o fusión nuclear. Tal transición se completaría en los
próximos setenta y cinco años. Además, el que haya subido el precio del
petróleo significa que el carbón comienza a hacerse rentable y tenderá a
reemplazarlo. Que el desplazamiento del petróleo por el carbón no se haya
producido todavía se debe a que la utilización del carbón como fuente
energética requiere proyectos de inversión de larga gestación, incluyendo
obras importantes de infraestructura --puertos y caminos--, y es además una
inversión que se amortiza en un plazo de quince a veinte años.

Por último, Kahn llama la atención al hecho de que la energía se utiliza por
sistemas altamente ineficientes, debido a un bajo conocimiento tecnológico.
Los conocimientos actuales se orientan a lograr una mayor eficiencia en la
conversión y utilización de energía, lo cual además se traduciría en una
reducción importante de su impacto ambiental.

Consideraciones similares se hacen sobre los recursos minerales, donde se


subraya el escaso conocimiento de la corteza terrestre, la posibilidad de
desarrollo de nuevas tecnologías y la perspectiva de utilizar recursos naturales
provenientes de los fondos marinos o ciertas rocas. Estas visiones, en opinión
de Kahn y el equipo del Hudson Institute, no son simplemente optimistas, sino
que deben considerarse absolutamente reales.

La posición de Kahn subestima y minimiza la importancia de las limitaciones de


tipo físico y natural, y las rigideces sociales, económicas e institucionales, así
como la magnitud de los impactos negativos asociados a un proceso expansivo
basado en el desarrollo tecnológico. El esquema descansa en la creencia de
posibilidades tecnológicas sin límite alguno, ignorando la interacción de
aquellos factores no tecnológicos, implícitos en su generación, su desarrollo, su
adopción y puesta en práctica por el sistema social. En otros términos, ignora
que los problemas fundamentales del desarrollo social no son básicamente
tecnológicos, sino sociales, políticos, culturales y, en último término,
dependientes de un balance de poder en cada situación histórica.

La metodología de proyecciones utilizada por Kahn se basa en la aceptación de


ciertas relaciones de causalidad implícitas en las tendencias históricas que han
caracterizado el proceso de desarrollo de los países industrializados. Pero un
análisis de tendencias y su extrapolación no necesariamente garantiza que las

228
relaciones causa-efecto que caracterizaron dichas tendencias históricas sean
las mismas, ni que se mantendrán en el futuro.

La metodología de proyecciones ignora el carácter sistémico del mundo real y


la dinámica implícita en las interrelaciones existentes entre las diferentes
partes del sistema. En este contexto, la metodología adoptada ignora los
problemas asociados a la forma de paso desde una situación presente a una
futura. En otras palabras, minimiza las contradicciones y los conflictos típicos
del proceso de desarrollo y, sobre todo, de un proceso de transición.

Estas extrapolaciones de tipo cuantitativo tienen dos aspectos sobre los cuales
es necesario reflexionar. Por ejemplo, Kahn señalaba que el ingreso per capita
mundial lograría, dentro los próximos cien años, un nivel intermedio entre el
doble y cinco veces el de Estados Unidos, lo cual equivale a afirmar un ingreso
per capita 50 veces superior al de la India y casi 10 veces al de México.
¿Cuáles son las implicaciones sociales, políticas y económicas de este cambio
cuantitativo? De hecho, un cambio cuantitativo de tal magnitud
necesariamente supone una situación distinta en lo cualitativo.

Además, el enfoque adoptado es profundamente mecanicista en el supuesto de


que una cierta ley histórica, no claramente especificada, entre desarrollo
tecnológico y crecimiento económico, tiende a reproducirse en el futuro. Sin
embargo, hoy más que nunca está perfectamente claro que las relaciones
causa-efecto dentro un sistema tienen un elevado margen de incertidumbre, o
que son en gran medida de tipo probabilístico. Ello se acentúa si aceptamos
que la dirección del proceso tecnológico va a determinarse en el futuro por
consideraciones económicas y políticas más que por consideraciones técnicas.

Por último, no podemos olvidar ni dejar de lado el claro sesgo ideológico


implícito en este esquema que --siendo prácticamente el mismo que el de
Rostow-- ha recibido muchos comentarios.

Así como los enfoques catastrofistas de Boulding, etc., tuvieron su


representación en un modelo mundial como el de Meadows, los enfoques
expansionistas --no necesariamente el preconizado por Kahn-- encuentran
expresión en el modelo de Bariloche, básicamente normativo, que parte del
supuesto de que los problemas no surgirán en el futuro de limitantes físicas del
sistema natural, sino que son de orden social y político y dependen de la
distribución de poder a niveles nacionales o internacionales.

Esta estructura de poder se traduce en crecientes desigualdades, que, en


último término, son las causantes del deterioro ambiental y del uso irracional
de los recursos naturales. El modelo señala que las posibilidades del mundo
natural son tales, que permiten un desarrollo económico y social más
igualitario.

229
A modo de conclusión, podría decirse que el problema de la utilización de los
recursos naturales, el del cambio tecnológico y el del desarrollo
socioeconómico, tienen que ser considerados en la dinámica global del
sistema. En ella todas las actividades se basan en la transformación de materia
y energía, lo cual requiere una gestión del sistema natural que provee de
materia y energía y que sufre el impacto de este proceso de transformación.
Pero, además, este enfoque sistémico requiere una estructura económica e
institucional capaz de poner en práctica patrones de desarrollo adecuados en
función tanto de las limitantes y condicionantes del sistema como de sus
potencialidades.

Por lo tanto, no se trata de un expansionismo sin límites, que tiende a ignorar


las limitaciones del sistema en sus aspectos físicos y naturales y en sus
rigideces socioeconómicas y políticas; pero tampoco puede asimilarse una
teoría de crecimiento cero, que no sólo no soluciona los problemas asociados a
la utilización de los recursos naturales, sino que además es un franco intento
de consolidación de un statu quo vigente inaceptable en términos de los
valores internacionalmente reconocidos y que han encontrado expresión en los
planteamientos sobre el nuevo orden económico internacional y sobre la
estrategia mundial para el desarrollo, que se analiza y establece
periódicamente.

Paolo Bifani – 1999. En:


Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. 4ª edición.
Cap. 3.1. Controversia sobre Recursos Naturales y Población.

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