Professional Documents
Culture Documents
Hermanos de Sangre
R
esistencia, en aquellos días, era una ciudad pequeña y
autosuficiente. La isla desierta de un mar ausente. Un páramo
alucinante regido por algunos muy necesarios códigos de
convivencia. Conocerlos a la perfección era vital para sobrevivir. Así
evolucionaron las especies, adaptándose.
Un ejemplo de esto se daba con el calor extremo. La gente
caminaba con la cabeza en blanco; carente de cualquier idea productiva.
Fundamental para llegar al otoño, este recurso casi darwiniano, se basaba
en un principio físico. La temperatura no está definida en el vacío. Ergo,
cabezas vacías no sufren calor.
El individuo que podía anular la energía mínima de la transmisión
sináptica, controlaba al verano. Quien no lo lograba, necesitaba un
costoso aire acondicionado. Una técnica frecuente era dormir la siesta.
Aquellos que se negaban a dormir, se concentraban en un lento
proceso, desde temprano, estando listos para después del almuerzo.
Apagadas las neuronas, la cabeza vacía y la temperatura controlada, se
estaba en condiciones de salir a desmitificar los misterios del bioma más
complejo de la llanura chaqueña.
Como formas de vidas totalmente adaptadas a las condiciones mas
extremas, los individuos capaces no se caracterizaron por pensar mucho
las cosas. Nada tuvo que ver esto con su inteligencia o cualquier
capacidad intelectual. Era un acto de extremo dominio sobre sí mismo;
algo así como un monje que llena una tina de agua caliente para dormir
en ella soñando ser un pájaro en la Antártida.
Con un buen puñado de amigos cabeza hueca, se podía recorrer el
paisaje disfrutando las historias mas insólitas, únicamente posibles allí,
donde el calor rige por sobre todos los órdenes.
Aquel verano salí después de almorzar, mientras enero calcinaba
todo, escapando de uno de esos momentos en que el aburrimiento lo
devora todo. No tuve que andar mucho. Rodrigo casi me atropella al
cruzar la avenida Sarmiento.
Andaba en su viejo y destartalado Fiat 600. Un auto de piel amarilla,
sin brillo, de motor ruidoso y repleto de misterios. Orgullosamente lo
llamaba “mi coupe italiana”.
La detuvo a mi lado y sentí su característico olor a tierra y aceite
viejo. Preguntándome por qué sonreía tanto de andar en semejante
porquería, me alegré al verlo contento. Llevábamos varios días sin
cruzarnos.
Diego y Mariano ocupaban los asientos traseros y como
acompañante, se destacaba una garrafa de diez kilos de gas licuado.
Rodrigo se quitó sus gafas negras ordenándome:
Maximiliano A. Chacón 1
Hermanos de Sangre
Primer error. Subir a ese auto tan lleno de ideas, a plena siesta y
con una absurda garrafa de gas. Como era la única opción disponible,
decidí acompañarlos sin pensar demasiado.
La garrafa en mi regazo no era muy cómoda.
Maximiliano A. Chacón 2
Hermanos de Sangre
- ¿Qué botellas? -
- ESAS! –
- Ahh... No sé para qué son –
Maximiliano A. Chacón 4
Hermanos de Sangre
- Buscamos las cubiertas y volvemos a Derqui. Serán
cuarenta kilómetros, más o menos–
La distancia era mayor, pero lo dije muy seguro de mi mismo. No
quería poner una
bomba en Paso de la Patria.
En ese momento recordé que mi hermana me había visto salir con las
botellas. Mariano continuó.
- Claro. Por supuesto. Como sos el único que usa la
cabeza, me vas a explicar qué tengo que hacer y qué
Maximiliano A. Chacón 5
Hermanos de Sangre
no. ¡Gracias por estar entre nosotros! ¡¿Pero quién te
creés que sos?!– Veía su plan en peligro y se estaba enojando.
Rodrigo intervino.
- Un buen motivo son las botellas.-
- No le expliques nada a éste pelotudo, que se vaya a la
mierda.-
Maximiliano A. Chacón 6
Hermanos de Sangre
Era Rodrigo quien estaba detrás de todo el asunto. Evalué de nuevo
la situación. Realmente el lugar era lo de menos. Recordé la araña y el
ruidito que hizo cuando explotó bajo mi zapatilla.
- ¿De quién fue la idea? –
- Mía – Dijo Mariano.
Maximiliano A. Chacón 7
Hermanos de Sangre
El auto siguió avanzando, a paso lento y seguro, y las torres-robots
quedaron atrás, y los mangos y las frutas, junto al calor de la siesta, a
enero que viajaba más rápido que la coupe y finalmente, atrás también
quedaríamos nosotros, unidos en la súplica de no sufrir el final de una
amistad tan extrema como el clima.
Llegamos cerca de las cuatro de la tarde. Pasamos frente a la playa,
donde algunas chicas doraban sus cuerpos, ofreciéndoselos a un sol
ignorante de que ese día habíamos decidido evaluar nuestro poder de
fuego. Imaginé a esos organismos hirviendo dentro de sus sensuales
bikinis y, por un instante, quise bajarme ahí, lejos de esos salvajes, seguir
tomando cerveza y olvidarme de todo el asunto.
El Paraná ofrecía su cauce y la gente, en completa armonía,
olvidaba el calor en el agua. Una canoa de madera llevaba un pescador y
sus redes río arriba. Sin duda era un buen lugar.
Maximiliano A. Chacón 9
Hermanos de Sangre
nuevo. Extraño. Tenía el cuerpo envasado en una novedosa sensación de
excitación y espanto.
Me reemplazó Mariano. Comencé a trabajar en las Molotovs bajo las
órdenes de Rodrigo. Diego llenó las cubiertas de combustible.
Ya la tierra no olía a tierra sino a nafta; y ya no era negra sino roja.
Y nosotros no éramos nosotros sino un grupo de sobrevivientes buscando
respuestas. Cada uno en su mundo, unidos por un proyecto nada
constructivo.
Diego reemplazó a Mariano en la trinchera. El sol no quería ser
testigo. Se escondía, presuroso, dentro del río. Terminamos de cavar.
No entrábamos muy bien en el pozo, pero nos dio igual. Nos
acurrucamos como pudimos y asomamos la cabeza para distinguir el
paisaje.
Al ras del piso podíamos divisar la parte superior de la garrafa. Su
pico dorado nos miraba desafiante.
Rodrigo encendió la mecha y me entregó una de las feroces
botellas. La tomé con miedo y muy poco cuidado. Debía arrojarla de prisa.
Al inclinarla, un chorro de fuego se derramó sobre Diego. Lancé la botella
y cayó un metro antes del objetivo. La pierna de diego se encendió al
instante. Salió de la trinchera envuelto en llamas, mientras Rodrigo le
echaba tierra y se moría de risa. Mariano estaba muy serio. Intentaba
meterlos nuevamente en el refugio. Oímos los vidrios rotos seguidos de
un rugido grave, como la respiración de un dragón. Donde había caído la
botella se inició un pequeño incendio.
- SI !! – Grito Mariano. Y ordenó vos calma:
- Entren –
Todos obedecimos. Las llamas de la pierna de Diego estaban
controladas. Rodrigo no paraba de reírse.
Mariano, fuera de sí, encendió otra botella y la arrojó con violencia
hacia la garrafa. Todos entendimos lo que había que hacer. Era cuestión
de llevar el pequeño incendio hasta el pozo. Debíamos usar el
combustible restante para mover ese gusano de fuego hasta su
escondite.
Lanzamos las otras botellas dirigiendo el incendio a su destino.
Diego, un poco quemado, hizo blanco perfecto. La explosión era
inminente. Festejamos con presurosos abrazos y felicitaciones mientras
nos reacomodábamos dentro del pozo.
El sol moría solemne. Queríamos ver la explosión. Sentir temblar la
tierra bajo nuestro puño inmisericorde. La gran sensación. El orgasmo de
los dioses.
Bandadas de aves huirían presurosas, aplaudiendo a sus deidades
con salvajes aleteos porque la garrafa, al fin, explotaría. Dentro de cada
uno de nosotros también había fuego. Las células de nuestros cuerpos
hervían.
Mi cerebro era un nudo de serpientes que mordían cada idea que
cruzaba mi cabeza, lacerando la carne, envenenándome el alma,
alimentando una bestia, ahora, totalmente desinhibida.
Dentro del pozo, empapados en sudor, aguardábamos en silencio.
Alertas, mientras un humo negro ocultaba al sol y gestaba tinieblas
propias, veíamos como el tiempo se detenía.
Maximiliano A. Chacón 10
Hermanos de Sangre
- ¿Cuánto tiempo llevamos? –
Maximiliano A. Chacón 11
Hermanos de Sangre
en el aire y seguido de esa lluvia de goma quemada. No era una buena
sensación. El sol, al fin, se retiraba en triste ocaso.
No podía pensar en lo que estaba sucediendo. Presión y
Temperatura. Poder y Muerte. El miedo y la adrenalina alucinante de las
sensaciones fuertes. Me dolía la cabeza. Me aturdía un grito interno que
pedía al destino que las cosas sucedan de otra forma. Y enero
calcinándolo todo, como si nada importante sucediera.
FIN
Maximiliano A. Chacón 12