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Antropologia y feminismo: historia de una relacién
La antropologia es el estudio de
‘un hombre que abraza a una mujer.
BRONISLAW MALINOWSKL
La critica feminista en antropologia social, al igual que en las demas
ciencias sociales, surgié de la inquietud suscitada por la poca atencién que
la disciplina prestaba a la mujer. Ante lo ambiguo del tratamiento que la
antropologia social ha dispensado siempre a la mujer, no resulta fécil, sin
embargo, dilucidar la historia de esta inquietud. La antropologta tradi
nal no ignor6 nunca a la mujer totalmente.
En la fase de «observacién» de los trabajos de campo, el compor-
tamiento de Ia mujer se ha estudiado, por supuesto, al igual que el del
hombre, de forma exhaustiva: sus matrimonios, su actividad econémi-
a, ritos y todo lo demés (Ardener, 19758: 1).
La presencia de la mujer en los informes etnogréficos ha sido constan-
te, debido eminentemente al tradicional interés antropolégico por la fami-
lia y el matrimonio. El principal problema no era, pues, de orden empiri-
co, sino més bien de representacién. Los autores de un famoso estudio
sobre la cuesti6n, analizaron las distintas interpretaciones aportadas por
etndgrafos de ambos sexos acerca de la situacién y Ia idiosincrasia de las
aborigenes australianas. Los etnégrafos varones calificaron a las mujeres
de profanas, insignificantes desde el punto de vista econémico y excluidas
13de Jos rituales. Las etndgrafas, por el contrario, subrayaron el papel cru-
cial desempentado por las mujeres en las labores de subsistencia, la impor-
fancia de los rituales femeninos y cl respeto que los varones mosiraban
hacia ellas (Rohrlich-Leavitt et al., 1975). La mujer estaba presente en
ambos grupos de etnograffas, pero de forma muy distinta,
Asf pues, la nueva «antropologta de la mujer» nacié a principios de la
‘década de 1970 para explicar cémo representaba la literatura antropol6gi-
ca a la mujer. Este planteamiento inicial se identficé ripidamente con la
cucstidn del androcentrismo, en Ia cual se distingufan tres niveles o «pel-
dafios». El primer nivel correspond a la visin personal del antropélogo,
{que incorpora a la investigacién una serie de suposiciones y expectativas
acerca de las relaciones entre hombres y mujeres, y acerca de la importan:
cia de dichas relaciones en la percepeién de la sociedad en su sentido més
amplio.
El androcentrismo deforma los resultados del trabajo de campo. Se
dice a menudo que los varones de otras culturas responden com mis
diligencia a las preguntas de extrafios (especialmente si son varones),
Mis grave y trascendental es que creamos que esos varanes controlan
Ja informacién valiosa de otras culturas, como nos induoon & ereer que
fcurre en la nuestra. Les buscamos a ellos y tendemos a prestar paca
atencién & las mujeres. Convencidas de que los hombres son mis
abiertos, que estin mis involucrados en los efreulos culturales influ
yyentes, Corroboramos nuestras profecas al descubrir que son mejores
informantes sobre el terreno (Reiter, 1975: 14)
El segundo efecto distorsionador es inherente a la sociedad objeto del
‘studio. En muchas sociedades se considera que la mujer esté subordinada
al hombre, y esta visién de las relaciones entre los dos sexos sera la que
probablemente se transmita al antropélogo encuestador. El tercer y siltimo
nivel de androcentrismo procede de una parcialidad ideolégica propia de
la cultura occidental: los investigadores, guiados por su propia experien-
cia cultural, equiparan la relacién asimétrica entre hombres y mujeres de
‘otras culturas con la desigualdad y la jerarqufa que presiden las relaciones
cite los dos sexos en la sociedad occidental. Algunas antropslogas feri-
nistas han demostrado que, incluso en sociedades donde impera la igual-
‘dad en las relaciones entre hombres y mujeres, los investigadores son en
muchas ocasiones incapaces de percibir esta igualdad potencial porque
insisten en traducir diferencia y asimetria por desigualdad y jerarquia
(Rogers, 1975; Leacock, 1978; Dwyer, 1978; véase el capitulo 2 para
‘mayor informacidn sobre esta cuesti¢n).
Poco debe sorprender, pues, que las antrop6logas feministas conci
tan su labor prioritaria en términos del desmantelamiento de esta estructu-
1a de tres niveles de influencias androcéntricas. Una forma de llevar
ccabo esta tarea era centrarse en la mujer, estudiar y describir lo que hacen
realmente las mujeres en contraposicidn a lo que los varones (etndgrafos €
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informantes) dicen que hacen, y grabar y analizar las declaraciones, pun
tos de vista y actitudes de las propias mujeres. No obstante, corregit el
desequilibrio creado por el hombre al recoger y consolidar informacién
acerca de la mujer y de sus actividades, s6lo era un primer paso, aunque
indispensable. El verdadero problema de Ia incorporacién de la mujer a la
‘ntropologia no esté en la investigacién empirica, sino que procede del
nivel te6rico y analitico de la disciplina. La antropologia feminista se
cenfrenta, por lo tanto, a una empresa mucho mis compleja: remodelar y
redefinir la teorfa antropoldgica. «De la misma manera gue muchas femi-
nistas Hegaron a la conclusion de que los abjetivos de su movimiento no
podian aleanzarse mediante el método de “aftadir mujeres y batir la mez~
‘la, Ios espectallstas en estudlos de la mujer descubrieron que no se
podia erradicar el sexismo del mundo académiico con una sencilla opera
ccidn de acrecencia» (Boxer, 1982: 258). Los antropélogos se erigieron sin
tardanza en se
convintiera en shegemonfa femenina». Si el modelo del mundo no era
adecuado a los ojos de los hombres, ;por qué tendria que serlo a los ojos
de la mujer? Deciir si las antropslogas estin mejor cualificadas que los
antropélogos varones para estudiar a la mujer, sigue siendo fuente de
controversias. Privilegiar la labor de las eindgrafas, observa Shapiro,
siembra la duda en tomo a la competencia de lx mujer para estudiar al
‘arn, pero a It larga, siembra la duda en torno al proyecto y objetivo
slobales de la antropoiogia: cl estudio comparativo de las sociedades hu-
mamas,
Muchos ensayos acerca de influencias sexistas y gran parto de la
literatura sobre Ia mujer reconocen implicitamente que s6lo las muje-
res pueden o deben estudiar alas mujeres, lo que equivale a decir que
para entender a un grupo hay que pertenecer a él, Esta atitud, provo-
«ada por Ia conciencia feminsta de que la sociedad cientifica, mayori-
‘ariamente masculina, defiende puntos de vista dstorsionadores acerca
de In mujer, se apoya ademds en las paricularidades del trabajo de
campo; ent muchas sociedades existe una marcada separacién entre el
‘mundo social del hombre y el de la mujer. Ahora bien, la tendencia
observable en nuestra profesidn hacia la division sexual del trabajo,
exige una reflexidn critica y no una justfieecién epistemol6gies o una
nueva fuente de apoyo ideolégica, Después de todo, si realmente
hnubiera que pertenecer a un grupo para llegar @ conocerio, la antropo-
logia no serfa mis que una gran aberraciGn (Shapiro, 1981: 124-5).Mujeres en el ghetto
‘Milton (1979), Shapiro (1981) y Strathern (1981a) han coincidido en
seffalar varios problemas relativos al supuesto privilegio de las emégrafas
en el estudio de la mujer. Una reflexign critica sobre este punto revela tres
tipos de problemas. En primer lugar, cabe referirse a Ia formacién de un
‘ghetto y, posiblemente, de una subdisciplina. Este argumento se ocupa de
Ia posicién y de la condicién de la antropologia de la mujer dentro de la
disciplina, El riesgo ms preocupante es que, si la atencién se centra ex-
plicitamente en la mujer o en el «punto de vista femenino» come alterna
tiva al androcentrismo y al «punto de vista masculino», mucha de la fuer-
za de la investigaci6n feminista se perder a través de una segregacién
(ue definiré permanentemente la «antropologia femenina» como empresa
«no masculina>. Este riesgo surge en parte debido a que la «antropologia
de la mujer», a diferencia de las dems ramas de la antropologia, se basa
en el estudio de las mujeres Hlevado a cabo por otras mujeres. La mujer
que estudia a la mujer no tiene miedo de los ghettos, sino de la margina-
cid, y su temor es legitimo. No obstante, contemplar las cosas en estos
términos es un esfucrzo baldfo porque se deja totalmente de lado Ia
importantisima distincién entre «antropologfa de la mujer» y antropologia
feminista, La «antropologfa de 1a mujer» fue la precursora de la antropo-
logia feminista; gracias a ella la mujer se situd de nuevo en el «punto de
‘mira de la disciplina en un intento por remediar una situacién, més que
para acabar con una injusticia. La antropologfa feminista franquea la fron-
tera del estudio de la mujer y se adentra en el estudio del género, de Ia
relaciGn entre la mujer y el varén. y del papel del género en la estructura
ciidn de las sociedades humanas, de su historia, ideologia, sistema econd-
mico y organizacién politica. El género, al igual que el concepto de
‘«acci6n humana» o de «sociedad», no puede quedar al margen del estudio
de las sociedades humanas. Serfa imposible dedicarse al estudio de una
Ciencia social prescindiendo del concepto de género.
Ello no significa ni mucho menos el cese definitive de los esfuerzos
por marginar la antropologia feminista. Sabemos perfectamente que no
cesarén. Se ha aplaudido, en ocasiones, la manera en que Ia antropologia
hha asimilado las eriticas feministas y ha aceptado el estudio del género
como parte de la disciplina (Stacey y Thome, 1985), Esta muestra de
admiracién tal vez sea merecida, por lo menos parcialmente, pero debe-
‘mos prestar atencién, asimismo, a aquellos que hablan de la escasez. de
obras sobre el sistema de género, de lo diffcil que resulta obtener financi
cidn para dedicarse al tema y del nimero, relativamente bajo, de antrop¢
logas en activo. La marginacién politica del feminismo en cfrculos acadé
‘micos sigue teniendo, por desgracia, mucho que ver con el sexo de las
femunstas,
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La acusacién de que el estudio de la mujer se ha convertido en una
subdisciplina de 1a antropotogfa social también puede abordarse reformu-
lando la percepeién de lo que realmente engloba el estudio del sistema de
género. La antropologfa es famosa por su notable pluralismo intelectual,
puesto de manifiesto en las numerosas subdivisiones especializadas de la
disciplina, por ejemplo, la antropologta econdmica, Ia antropologia politi-
cca y la antropologia cognoscitiva; en las distintas reas de investigacién
cespecializada, como por ejemplo la antropologia del derecho, Ia antropo-
logfa de la muerte y Ia antropologia historica; y en las diferentes concep-
ciones te6ricas, como el marxismo, el estructuralismo y la antropologia
simbélica?. Cierto es que no existe unani
ccularse todas estas tipologias dentro de la disciplina. Sin embargo, si tra-
tamos de engastar el estudio de las relaciones de género en una tipologia
de esta indole, descubrimos inmediatamente lo irelevante del término
«
como categoria sociolégica, El malestar ante la formacién de un ghetto y
de una subdiseiplina en tormo a la «antropotogia de la mujer» est, por
supuesto, muy ligado a un miedo real ala marginaci6n, pero también tie~
rne mucho que ver con Ia segregacién de las «mujeres» en la dsciplina, en
tanto que categoria yfu objeto de estudio. La relacién privilegiada entre
einégrafo e informant, establecia entre dos mujeres, depend del reo0-
nocimicato de una categor‘a universal «mujer». Pese a ello, al igual que
ocurre con entidades como «matrimonio», «familia» y «hogar», es nece-
sario analizar Ia categoria empirica denominada «mujer», Las imagenes,
caravteristicas y conductas normalmente asociadas con ia mujer tienen
siempre una especificidad cultural e histrica. El significado en un con-
2! pluralismo en anopolota est sin dd ligado asus origenes incectales liber
les. Martyn Stathernaborda en un articulovekete Ia relaclon entre feminimo yantopo.
loaia (Strathem, 1978), He elaborado mi propia ielogi de la dsciplina a paride la gue
clit propone en su arcu, peo nuesros punts de vista acer de la vinculacién de la
antopologfa feminist aa sntopologia general iiren en algunos aspectos
19texto determinado de la eategorfa emujer» o, Io que es to mismo, de ta
categoria «hombre», no puede darse por sabido sino que debe ser investi-
jgado (MacCormack y Strathem, 1980; Ortner y Whitehead, 19814)
‘Como muy bien sefalan Brown y lordanova, las diferencias biolégicas no
proporcionan una base universal para la claboracién de definiciones
sociales. «La diversidad cultural de puntos de vista acerca de las relacio-
nes entre sexos es casi infinita y la biologfa no puede ser el factor deter-
minante. Los hombres y las mujeres son fruto de relaciones sociales, si
cambiamos de relacién social modificamos las categorias “hombre” y
“mujer” (Brown y Jordanova, 1982: 393).
A ‘tenor de este argumento, el concepto «mujer» no puede constituir
una calegoria analitiea de investigacién antropol6gica y, por consiguiente,
no pueden existir connotaciones analiticas en expresiones tales como
ssituacién de la mujer», «subordinacién de la mujer» 0 de la disciplina que de prejuicios «racistas». El concepto
de etnocentrismo, pese a su valor inestimable, tiende a falsear la realidad
Demostraremos esta afirmacin retomando algunos de los ejemplos ya
abordados en este capftulo.
AAI principio del capitulo, me he referido a la controversia suscitada
por la nueva «antropologia de la mujer» ante el efecto distorsionador del
androcenirismo en Ia disciplina, Hemas visto asimiema que tine de: los
aspectos de dicha distorsiGn procede de la propia cultura occidental, que
impone sus puntos de vista a otras culturas a través de la interpretaci
antropoldgica. Este angumento es indudablemente correcto, pero debe
ccontemplarse como pare integrante de una incipiente teorfa antropolgi-
‘ea, Es obvio que, en su calidad de postulado tedrico, presupone que los
antropélogos proceden de culturas occidentales y que, por ende, son de
raza blanca. Podria alegarse con toda razén que ula persona procedente
de una cultura occidental no tiene por qué ser blanca: asf como afirmarse
que Ia influencia occidental seria patente en antropélogos formados en
Oceidente, aunque no fueran nativos de un pais occidental. Estas crticas
son muy corrientes, pero aceptarias de plano equivale a admitir que cuan-
do utilizamos el término sta pre del argument se bast. en un anéeulo donde Kum-Kum Bhavnani y Margret
Coulson explican de qué manera el trino weinocenirsto» eneube I custon de! ais
mney great a dicho wel he pol aca tod wisi (Rb 7
Coatsn, 1986).
arencias en las condiciones dle vida de la mujer en el mundo entero, espe-
cialmente en lo que respecta a raza, colonialismo, auge del capitalismo
industrial ¢ intervencién de los organismos internacionales para el desa-
rollot. En tercer lugar, el interés tedrico ya no enfoca directamente la
nocién de «semejanza» ni las ideas de «experiencias comunes a todas las
mujeres» y de «subordinacién universal de la mujer», sino que se centra
en el replanteamiento erftico de los conceptos de «diferencia», Los antro-
‘pologos siempre han reconocido y han destacado las diferencias cultura-
les, verdaderos pilares de la disciplina. Ademds, éste ha sido el aspecto de
Ja antropologia mas aplaudido por las feministas y por otras personas aje-
nas a la disciplina. La critica de la cultura occidental y de sus convencio-
nalismios hit bebido con frecuencia en las fuentes de Ia investigacion an-
tropoldgica. Por todo ello, es menester dilucidar las razones de que el
concepto antropoldgico de«diferencia cultural» no coineida con la nocién
de adiferencia» que aflora en antrapologia feminist
La antropologia ha luchado a brazo partido por demostrar que la «di
ferencia cultural» no recoge lo exstico y lo extravagante de «otras cultu-
ras», sino aquello que las distingue culturalmente, sin dejar de lado las
semejanzas de la vida cultural de las sociedades'. Esto constituye precisa-
‘mente la base del proyecto comparativo en antropolog(a. Comprender Ia
diferencia cultural es algo esencial, pero el concepto en s{no puede seguir
siendo el eje de una antropologia moderna, ya que s6lo contempla una de
las miihiples diferencias existentes. Para estudiar la familia, los rituales, la
‘economia y las relaciones de género, la antropologia se ha inspirado tradi-
cionalmente en la organizacién, interpretacidn y experimentacién de estas
realidades desde e] punto de vista cultural. Las discrepancias observadas
se han catalogado, pues, en el grupo de las diferencias culturales, Pero,
una vez admitido quo la diferencia cultural sdlo es un tipo de diferencia
entre otros muchos, este punto de vista resulta insuficiente. La antropolo-
afa feminista se ha hecho eco de esta insuficiencia al basar sus cuestiones
tedricas en cémo se manifesta y se estructura la economia, la familia y
los rituales a través de la nocién de género, en lugar de examinar cémo se
manifiesta y se estructura la nocién de género a través de la cultura,
‘Tambien se-ha preocupado por descubrir de qué manera se estructura y se
‘manifiesta el género bajo el prisma del colonialismo, del neoimperialismo
y del auge del capitalism. No obstante, debemos reconocer que todavia
4 La consecuencas el colonialism, Ja pentracién de as relaciones coptalistas de
producci y Ia intrvencin de organisms internacionales pa el desaoll en los siste=
‘nas uals de preduccin, el division sexual del rab yn Te police regional han sido
analizadosextensaybrillaniemente por historadores de Arca y Latinoaméien, Véase cap
vlog part mayor informacion,
5 Muchas dels eras do Ia entropologta colonial se han cent ene apoyo som
trado por los argumentos de exclusvidad cultal ideologies y oles raeistas) spare
Sts. Actuniments, on Africa del Sr algunos antopSlogcewftuners sigue sevtiende a
arguments slr pra jstifiar el parted
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queda por ver e6mo se expresa y se estructura el género a través del con-
cepto de raza. Ello se debe en gran medida a que Ta antropologfa ain tiene
{que descubrir y asimilar la diferencia entre racismo y etnocentrismo (véa-
se capitulo 6).
La antropologia feminista no es, ni mucho menos, la nica que inten-
ta penetrar el concepto de diferencia y examinar el complejo entramado
de relaciones de género, raza y clase, asf como los vinculos que estable-
cen con el colonialism, la divisién internacional del trabajo y el desarro~
Tio del Estado modemo, La antropologia marxist, la teorfa de los sis
‘mas del mundo, los historiadores, los antropélogos de 1a economia y
otros muchos profesionales de las ciencias sociales se han adentrado en
caminos paralelos, La euestiOn de diferencia consttuye, no obstante, nn
problema muy particular para las feministas.
FEMINISMO Y DIFERENCIA®
‘Cuando nos alejamos de Ia posicién privilegiada de las etnégrafas con
respecto a la mujer objeto de su estudio, asf como del concepto de «seme-
janzan en el que se basa la nocién universal de «mujer», empezamos a
Ccuestionar, no s6lo los postulados te6ricos de la antropologia social, sino
también los objetivos y Ia coherencia politica del feminismo. «Femi
rnismo», al igual que «antropologiay, es una de esas palabras cuyo sign
cado todo el mundo cree conocer. Una definicién minimalista identficarta
cl ferinismo con la toma de conciencia de la opresién y de la explotacién
de la mujer en el trabajo, en el hogar y en la sociedad, asi como con la ini-
iva politica deliberada tomada por las mujeres para rectificar esta
situacion, Este tipo de definiciGn entrafia una serie de consecuencias, En
primer lugar, implica que los intereses de la mujer forman, a un nivel fun-
damental, un cuerpo unitario, por el que se debe y se puede luchar. En
segundo lugar, es obvio que aunque el feminismo contempla distintas ten-
, y con ellos todo el edificio que sustenta la politica femi-
Tanto la antropologia como el feminismo deben hacer frente a la
nocién de diferencia, De la relacin entre feminismo y antropologia se
desprende que la antropologia feminista empez6 con la eritiea del andro-
rentrismo en la disciplina, y la falta de atencién y/o la distorsién de que
cera objeto la mujer y sus actividades. Esta fase de la «relaciénm es la que
puede denominarse «antropologia de la mujer». La fase siguiente se mate-
rializ6 en una reestructuracién critica de la categoria universal «mujer»,
acompaniada de una evaluacién igualmente critica de la eventualidad dé
ue las mujeres fueran especialmente uptas para estudiar a otras mujeres,
Ello provocé, de forma totalmente natural, temores de rechazo y margina-
cin dentro de 1a disciplina de la antropologfa social. Sin embargo, como
consecuencia de esta fase, Ia antropologfa feminista empez6 a consolidar
nuevos puntos de vista, nuevas dreas de investigaciGn te6rica y a redefinir
su proyecto de «estudio de la mujer» como «estudio del género». A medi-
da que nos internamos en la tercera fase de esta relacién, la antropologia
feminista trata de reconciliarse con las diferencias reales entre mujeres, en
lugar de contentarse con demostrar la variedad de experiencias, situacio-
nes y actividades propias de la mujer en el mundo entero, Esta fase pre-
seneiara la construccién de soportes tedricos relacionados ¢on el concepto
de diferencia, y en ella se estudiard particularmente la formacién de dife-
rencias raclalés a traves de consideraciones de género, Ia divisién de
‘género, identidad y experiencia provocada por el racismo, y la definicién
de clase a partir de las nociones de género y de raza. Durante este proce-
so, Ja antropologia feminista amén de reformular la teorfa antropolégica,
efiniré In teoria feminista. La antropologia se encuentra en condiciones
de criticar el feminismo sobre la base del desmantelamiento de la catego-
ria «mujer», asi como de proporcionar datos procedentes de diversas cul
turas que demuestren Ia hegemonfa occidental en gran parte de la teoria
gencral del feminismo (véanse capitulos 5 y 6 para mayor informacién al
especto). La tercera fase, que es ademds por la que atraviesa actualmente
la relacién entre feminismo y antropologia, esta caracterizada, pues, por
tun resurgir de la «diferencia» en detrimento de la «semejanza>, y por un
intento de levantar los pilares te6ricos y empiricos de una antropologia
feminista centrada en el concepto de diferencia.
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Género y estatus: la situacién de la mujer
Este capitulo trata de esclarecer qué significa ser mujer, c6mo varia la
percepcién cultural de la categoria «mujer» a través del tiempo y del espa-
cio, y cual es cl vinculo de dichas percepciones con Ia situacién de la
mujer en las diferentes sociedades. Los antiop6logos contemporsineos que
exploran la situacién de la mujer, ya sea en su propia sociedad o en otra
distinta, se ven inmersos inevitabiemente en la polémica sobre el origen y
Ja universalidad de la subordinaci6n de la mujer, Ya en. los albores de la
antropologia, las relaciones jerérquicas entre hombres y mujeres consti-
tian un pationlae fore de interés disciplinario. Las teorfas de la evolucisn
{que brotaron en el siglo 21x imprimieron un nuevo impulso al estudio de
Ja teorfa social y politica, y a Ia cuestién afin de la organizacién en las
sociedades no occidentales. Conceptos cruciales para entender la organi-
zaci6n social de dichas comunidades eran los de «parentesco», «familia»,
hogar y «habitos sexuales». En debates sucesivos, las relaciones entre
los dos sexos se convirtieron en el eje central de las teorias propuestas por
los llamados «padres fundadores de la antropologia»'. Como resultado, un
cierto mimero de los conceptos y postulados que ocupan un lugar preemi-
nente en la antropologia contemporénea, incluida la antropologia feminis-
ta, deben su aparicién a te6ricos del siglo XIX. Ciertamente muchos de los
argumentos de tos pensadores del siglo xix han sido puestos en tela de
juicio, revelindose sus deficiencias. Malinowski y Radcliffe-Brown, entre
‘otros especialistas en antropologia, criticaron la busqueda de un pasado
1 Para mis dotales sobre esta teri, vase Coward, 1983; Rosallo, 1980: 401-9; Fee,
1974; Rogers, 1978: 1257
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