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Hace unos das se present en mi consultorio, acompaada por una amiga en papel de
protectora, una dama de mediana edad ---entre los cuarenta y cinco y los cincuenta aos-
que se quejaba de estados de angustia. Bastante bien conservada, era evidente que no haba
dado por concluida su feminidad. La ocasin del estallido de esos estados haba sido su
separacin de su ltimo esposo; pero indic que la angustia se le haba acrecentado mucho
despus de consultar a un joven mdico en el suburbio en que viva. Es que este le haba
dicho que la causa de su angustia era su privacin sexual, que ella no poda prescindir del
comercio con el varn y, por eso, slo tena tres caminos para recuperar la salud: regresar
junto a su marido, tomar un amante o satisfacerse sola. Desde entonces ella tuvo el
convencimiento de que era incurable, pues no quera regresar junto a su marido, y su moral
y religiosidad le vedaban los otros dos recursos. Haba acudido a m porque ese mdico le
dijo que se trataba de un descubrimiento nuevo que yo haba hecho; no haca falta sino
preguntrmelo, y yo le corroborara que era as y no de otro modo. Una experiencia de
muchos aos me ha enseado -como podra habrselo enseado a cualquier otro- a no dar
por verdadero sin ms todo cuanto los pacientes, en particular los neurticos, refieren
acerca de su mdico.