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La mística de la nieve.

El camino hacia el encuentro con lo trascendente, requiere a menudo de un cierto


esfuerzo. No es fácil acceder al insondable misterio de lo sagrado. Para atravesar este
recorrido, se necesita de una cierta ejercitación mental y espiritual. Sólo unos pocos
privilegiados, han sido capaces de describir la experiencia desbordante de la unión
mística, que se da en el culmen de este encuentro con la Divinidad. Para quienes no
hemos tenido semejante experiencia, sólo podemos balbucear algunos esbozos de lo que
ello puede significar. Alcanzar la cumbre de la contemplación espiritual, nos resulta
imposible. Pero sabemos que algún destello de esa espiritualidad, esta a nuestro alcance
si nos proponemos.
El inicio de este viaje hacia el encuentro con lo absoluto, se da en lo que los místicos
suelen llamar la vía purgativa. Al principio de nuestra ejercitación espiritual,
comenzamos dando tumbos y sintiendo que esta empresa es algo dificultosa. Así por
medio del esfuerzo y el trabajo espiritual, vamos dejando de lado todo aquello que nos
impide encontrarnos con Dios. Esta purgación del alma, se basa en una serie de
conductas y procedimientos, que requieren de mucho esfuerzo. A este camino moral,
que requiere renunciar a nuestros deseos y necesidades, se lo llama ascetismo. La vida
del asceta, implica una renuncia a nuestros apetitos y caprichos. Se trata de abandonar
nuestros gustos, para dejarnos invadir por el infinito. Así el alma se va templando y
preparándonos para la etapa siguiente de la vida mística. Renunciando al mundo y las
vanidades materiales, nos abrimos a la posibilidad de recibir la gracia sobrenatural. Ella
nos conducirá a las otras dos etapas de este camino, que son reconocidas como la vía
iluminativa y la vía unitiva.
Un ejemplo de esta necesidad de purificación y abandono, se ha dado en los Padres
del desierto. Ellos pretendían renunciar a todo contacto con el mundo; puesto que en la
soledad, su espíritu se iba disponiendo para el encuentro con lo trascendente. Entre los
siglos III y VI, estos monjes poblaron los desiertos de Egipto y Siria. Allí comenzaban a
sentir las tentaciones del demonio; pero por sobre todo la cercanía a Dios. Ellos no
elaboraron ninguna teoría ni ideología, sino que sólo intentaban experimentar el camino
del encuentro con su Señor. A través de una vida de ayunos, privaciones y oración, iban
dejando lugar para ese encuentro con lo absoluto. De esta manera, iban perdiendo el
gusto por las cosas materiales y desarrollando su vida espiritual. Pero al final de este
camino desértico e inhóspito, nuestra alma puede hallarse en un cierto momento de
desolación. Este es el momento para confiar en la gracia de Dios y ascender hacia la
unión con lo absoluto. Aunque también puede ser el momento en que las tentaciones
nos hagan sucumbir. En la vida desértica, el vacío y las privaciones, hacen que las
sugestiones se vuelvan más fuertes. Esta fascinación y espejismo, puede torturarnos con
la nostalgia de un pasado mejor y evitar el crecimiento espiritual. Ello se debe a que en
la soledad nos encontramos con el demonio y también con nuestros fantasmas.
Pero este tipo de abandono y renuncia espiritual, también puede acontecer en las
situaciones límite. La enfermedad, la muerte y el sufrimiento, pueden llevarnos a una
situación existencial, en donde el encuentro con lo absoluto, comienza a jugar un papel
crucial. Hay una serie de circunstancias o acontecimientos, que no podemos manejar y
pueden pasarnos por encima. Encontrar una solución o una salida, se hace difícil para
nuestras limitadas fuerzas, por lo cual se hace imperioso creer en algo más allá. Se trata
de esos momentos, en donde la vida espiritual necesita poner todo de sí y sacar algo de
confianza. Sólo la vida espiritual, pude darnos una solución, cuando los obstáculos
surgen por todos lados.

1
Es así, que no sólo podemos crecer espiritualmente en la vida del desierto y en la
vida ascética, sino también a través de las situaciones límites. Aunque a Dios no sólo se
lo encuentra en el desierto o en el corazón, sino también en la montaña. Esto es lo que
descubrió un grupo de jóvenes uruguayos, que se tuvieron el accidente aéreo en los
Andes en 1972. Con la rapidez de un rayo, debieron renunciar a sí mismos, dejar de
lado todos los placeres inútiles y arrancar de su alma las vanidades materiales. Los 16
sobrevivientes de ese accidente; comenzaron a vivir una realidad distinta a partir de
aquel momento. Sin darse cuenta, debían emprender y recrear una nueva mística, que le
de algo se sentido a su esfuerzo sobrehumano. Para comprender este camino ascético
recomendamos el libro “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci, que recopila las
experiencias y reflexiones de algunos de sus sobrevivientes.
Adolfo Strauch, se muestra como una de las tantas personas que registró esa
transformación espiritual, que el accidente provocó en su vida. Comprendió que a partir
de ese momento algo en él se trastocó. Su vida ya no fue la misma y esa experiencia
vivificante, le abrió los ojos a una realidad superior. En sus propias palabras nos dice:
“Cuando regresamos a la civilización la gente nos miraba y decía que nosotros
estábamos “místicos”, que no éramos los mismos de antes. Nosotros no éramos
conscientes de cómo estábamos, sólo sabíamos que habíamos vivido y sufrido un
proceso durísimo, sin darnos cuenta cabal de lo que eso representaba para cada uno de
nosotros”. El acceso a la vía purgativa, se produce en él de una manera inmediata, sin
necesidad de recurrir al desierto para abandonar las vanidades del mundo. El arrebato
inesperado, que lo coloca en la montaña, se transforma en el inicio de este camino en
donde lo material se va desdibujando. Así nos dice: “Cuando vives en la ausencia total
de elementos materiales, le permites espacio a otras sensaciones, a nuevos sentidos, que
es lo que quiero rescatar cuando vengo a la montaña, porque sé que al regresar a la
civilización en parte volveré a perderlo”. En medio del abandono y de la carencia
absoluta de bienes materiales, comenzamos a percibir que el hombre no sólo es movido
por los instintos, sino sobre todo por los valores. Ellos nos atraen y nos arrastran hacia
aquellos objetivos que parecen imposibles.
De alguna manera, Dios elige a aquellas personas a las que hará crecer en este
itinerario hacia el encuentro con Él. En la vida espiritual a estas personas se los suele
llamar místicos o iluminados. Pero para aquellos que sólo podemos tener una
espiritualidad laical, sus caminos son algo distintos. En el caso de estos jóvenes, la
elección no fue pacífica ni clara, sino que se dio en la vorágine de los acontecimientos.
Esta selección, ha sido relatada con claridad por Roberto Canesa, quien se supo llamado
para algo importante y lo manifiesta de esta manera: “No sé si hubo algún científico
loco y maldito que dijo: en lugar de poner cobayos, pongamos seres humanos en el
hielo. Que sean jóvenes para que resistan más y no se mueran con las enfermedades que
traen consigo. Quitémosle el oxígeno del aire para que se tambaleen y alucinen. La
mayoría serán universitarios, para ver si se las pueden ingeniar, para ver cómo se
organizan, cómo operan en equipo, cómo planifican y resuelven creativamente los
problemas. Pongamos deportistas, y veamos si son capaces de resistir setenta y dos
días… Vamos a descubrir en este laboratorio siniestro cómo se forma la sociedad de la
nieve. Para ver hasta dónde resisten, cuánto pueden soportar… Lo más perverso de ese
experimento es que puedo decir lo que pensaba ese cobayo sometido a semejante
escarmiento. Yo y los otros quince sobrevivientes. La prueba es más siniestra todavía
porque podemos observar cómo el cobayo experimenta, por ensayo y error, cómo se

2
equivoca, cómo encuentra la casilla errada y lleno de esperanzas cree vislumbrar la
salida, cree escuchar los aviones de rescate, pero es un espejismo”1.
De este modo, el grupo de jóvenes uruguayos, comenzaron su vía purgativa sin
haberlo buscado. Ella será el origen de un encuentro, que luego llevará a algunos a
sostener que se encontraron con Dios en la montaña. De a poco, sus escalas de valores
se van trastocando. Entonces donde antes se le daba una gran importancia a ciertos
elementos materiales, ahora surge una nuevo ámbito de valores, asociados a lo
espiritual. “En la sociedad de la nieve los códigos eran completamente diferentes a la
sociedad de los vivos, donde lo que se apreciaba no era algo material, sino intangibles
como ser todos iguales, pensar en el grupo, ser fraternos, prodigar afectos o abrigar
ilusiones. Por eso lo que más quiero en la vida es rescatar esa sociedad de la montaña,
ese experimento de comportamiento humano único que funcionó en base a los cinco
conceptos más sencillos que puedo imaginar: equipo, persistencia, afectos, inteligencia
y, sobre todo esperanzas”2. Por ello, para comprender esta mística de la nieve, quisiera
desarrollar estos principios, que según Canesa han sido sus tablas de salvación. A esta
completa lista de redención; estimo importante agregarle la necesidad de una oración
frecuente e intensa. Ella fue la que les dio la confianza suficiente, para creer que el
milagro era posible.

Equipo: Tanto los sabios, como los poetas y religiosos, han exaltado la importancia
del trabajo en equipo. Esta necesidad de vivir en conjunto se expresaba a través de
distintos tipos de fraternidades. En la amistad se manifiestan algunos elementos
importantes como la confianza, la fidelidad o la empatía. Ella nos da la oportunidad de
llevar las cargas en compañía, soportándonos mutuamente. Es imposible evitar el
sufrimiento en la soledad de nuestras vidas, pues siempre tendremos alguna dificultad
que atravesar. Pero aprender a enfrentarlo en equipo, puede ser una tara gratificante, que
haga más llevadera nuestra pena. “La sociedad de la nieve que creamos en los Andes es
difícil de definir. En un primer vistazo pude parecer una comunidad prehistórica y
salvaje, en ese entorno maloliente y despojado. Muchos, como ha ocurrido, pueden
pensar que formamos una sociedad deshumanizada, donde asomó la bestia y sepultó al
hombre. A pesar de que en apariencia pude parecer que vivimos por debajo de los
patrones humanos, fuimos más humanos que nunca. Dejamos todo lo material y nos
aproximamos a nuestra esencia, enriquecimos el espíritu, y nuestros talentos de seres
pensantes funcionaron al máximo. Un grupo de moribundos semicongelados y
famélicos, que ignoraba por completo dónde estaban, abrazándose para no morir de frío,
sin ningún otro elemento más que afectos e inteligencia, encontró la salida, la espiritual
y la física”3.
El hombre se trasciende a sí mismo, cuando es capaz de orientar sus esfuerzos hacia
una comunidad. La realización humana no es un mero acto individual, sino que siempre
tiene como correlato a otros seres que interactúan con nosotros. Así el amor a una
persona, el afecto familiar o el servicio a una causa noble, generan un sano vínculo
curativo, que permite el desarrollo espiritual.

Persistencia: La naturaleza humana es vulnerable y puede ser herida en diversas


circunstancias. La vida cotidiana tiene sus dificultades y debemos aprender a
1
Roberto Canesa, Abandonados, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 27.
2
Roberto Canesa, Ibidem, pág 28.
3
Eduardo Strauch, Lo que encontré en la montaña, en “La sociedad de la nieve” de
Pablo Vierci, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 324.

3
enfrentarlas. Aunque a veces, resulta difícil dar un paso más, cuando la realidad parece
aplastarnos. Hay un proverbio chino que dice. “Si te caes siete veces, levántate ocho”.
Pero no siempre es fácil levantarse en aquellas situaciones que parecen aniquilarnos.
Cuando parece que estamos al borde de la muerte, aún pude surgir un atisbo de fuerza
que nos rescate del abismo. “Escuché un estruendo ensordecedor, seguido de una
estampida que derriba la pared de bolsos, maletas, una puerta rota y la mampara, que
usábamos para sellar la abertura, y de inmediato vuleve hacia atrás como si fuera una
ola cuando llega a la orilla y retrocede, dejándonos completamente aprisionado bajo la
nieve… Pensé que era el único que estaba vivo, sepultado bajo la nieve. Por primera vez
desde el accidente me entrego, se me afloja todo el cuerpo, me orino encima y me
convenzo de que ha llegado el final. Pero cuando comienzo a morirme, me surge una
fuerza interior desconocida que me indica que esto no es el fin” 4. Esta fuerza que
proviene de nuestra voluntad, parecería brotar de algo sobrenatural que se oculta en
nuestro corazón. A veces renace de nuestro interior un impulso desconocido, que nos
mantiene vivos, cuando parece que todo está perdido. Así Tomás de Kempis, nos dice
en su “Imitación de Cristo” las palabras semper incipe, lo cual indica que siempre
debemos comenzar. Quien quiera superar las dificultades, siempre debe enfrentarlas
como si fueran algo nuevo. A cada momento necesitamos retomar la iniciativa, para
seguir adelante. Por ello, la persistencia necesita de mucha fuerza y paciencia.
Esta perseverancia, se trata de un esfuerzo continuado que nunca decae. Siempre es
posible dar un paso más y continuar en el camino, hasta que la muerte nos llame. Para
ello debemos tener bien claro aquello por lo que queremos luchar. Siempre existe un
motivo para seguir adelante. Este puede ser una familia, un amor, algún sueño o algo
que esperamos. “¿Por qué mueren unos y otros sobreviven? La mayoría de las personas
que caen del vigésimo piso mueren en el piso diecinueve. Faltan dieciocho para
estrellarse contra el piso y ya se murieron de susto. Nosotros decidimos morirnos
aplastados contra el piso, al mismo tiempo que hacíamos todo lo posible para detener la
caída. Esa es su diferencia. Para lograr esos objetivos hurgamos en el ser humano y
obtuvimos respuestas. Hay mucha gente que nos quiere escuchar, porque se enfrentan a
situaciones que la sociedad no sabe resolver y quieren saber cómo hicimos nosotros.
Van al médico o al psiquiatra, y éstos les dicen; hasta acá llega la ciencia; después, no
sabemos como sigue. Quieren escucharnos, pero no desean que les pasemos una receta,
sólo quieren que les digamos cómo hicimos para no morir en el piso diecinueve y
detuvimos la caída. Lo único que nosotros tenemos para decir es que cada uno puede
lograr lo mismo que nosotros si se propone remontar la cuesta y salir de su cordillera” 5.
Hay en el mundo, muchas personas que se sienten desmotivadas y sin incentivos. La
abulia y la depresión, son los grandes males de nuestra sociedad hiperestimulada. Su
origen se da en el excesivo materialismo, que termina ahogando nuestro espíritu. Así
nos dice Víctor Frankl que “la gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de
objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y propósito. Al médico se le plantean hoy
algunas cuestiones que no son de naturaleza médica, sino filosófica, y para las que
apenas está preparado. Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de
su vida o desesperan de poder encontrarlo”6. Por ello, encontrar un motivo para luchar y
darle un sentido a nuestro combate, puede ayudarnos a vencer las altas montañas de la
adversidad.
4
Adolfo Strauch, La historia inconclusa, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 89.
5
Gustavo Zerbino, Una cruz abollada con el brazo roto, en “La sociedad de la nieve” de
Pablo Vierci, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 158.
6
Víctor Frankl, El hombre doliente, Herder, Barcelona, 1990, pág 23.

4
Afectos: A menudo percibimos en nuestra vida, que necesitamos de afecto. Todos
somos dependientes se alguna manera; por lo cual el cariño es un elemento primordial
para el desarrollo del espíritu. De alguna manera es fundamental y necesario para la
subsistencia. No hay forma de soportar la vida en soledad y sin alguna persona que nos
tenga en cuenta. La naturaleza social del hombre, nos mueve a conformar sociedades y a
vivir en ámbitos de armonía y cariño. “Yo no podía moverme porque tenía el cuerpo
bajo la nieve y los pies aprisionados contra el cuerpo de Liliana, y si me afirmaba
haciendo fuerza para salir, la hundiría más todavía. Fue desesperante. Entonces empecé
a gritarle a Liliana con toda la fuerza de mis pulmones: “¡Liliana, resiste, estoy vivo, ya
te saco!”, pero en verdad primero tenía que sacarme a mí, porque no podía moverme,
salvo la cabeza… Gustavo me ayudó, me liberó las manos, me incorporé sin presionar
sobre los pies de mi mujer, y entre los dos cavamos, a cuatro manos, cavamos tan pero
tan rápido, con tanta angustia, porque yo le decía “¡Gustavo, ahí está Liliana!” y él
sentía la misma premura que yo, pero cuando llegamos… sólo su cuerpo estaba allí. En
ese preciso instante me transformé para toda la vida. En ese infierno tan demencial, en
ese deambular de zombis en la oscuridad… sentí que yo tenía una misión, que era llevar
ese amor que albergaba en mi pecho, el de esa mujer que ahora abrigaba en mis brazos y
que no había podido salvar, para traérselo a mis hijos. Y en eso no podía fallar, fallarte,
mi amor, tus cabellos helados, a los que les quitaba esa nieve maldita. Por eso sabía que
no me podía morir. Yo tenía un encargo demasiado apremiante: llevar a mis hijos la
emoción de tenerla en mis brazos… No siento que todo esto haya sido obra del destino,
de la casualidad, de la mala suerte, como otros tienen todo el derecho de creer. Todo ha
sido obra de Dios. De algo superior a nosotros, que tiene sus designios, y del cual no
somos juguetes, pero con el que interactuamos, dialogamos, formulamos preguntas y
encontramos respuestas, si abrimos el corazón para escucharlo”7.
De este modo, podríamos decir que el afecto es aquello que nos permite subsistir.
Confiar en que alguien nos espera y que tenemos algo que brindarle pude ser muy
motivador. Ayudar a quien lo necesita y luchar por la subsistencia, son una forma de
ayudarnos a nosotros mismos. Por ello el cariño y la afectividad son fundamentales para
resistir en medio de las dificultades. Todas estas muestras de ternura y cariño, hacen de
nuestro camino algo más suave. Soportar nuestras cruces acompañados por quienes nos
quieren, hacen que su peso sea más soportable.

Inteligencia: Aquí hacemos referencia a este talento que posee el ser humano, que le
permite comprender y entender. Pero sobre todas las cosas a aquella capacidad de
resolver problemas y adaptarnos a las diversas circunstancias. Abandonados por el
mundo en lo alto de la montaña, estos jóvenes aprendieron a manejar su destino cruel.
Por medio del ensayo y el error, fueron aprendiendo a los tumbos, hasta encontrar una
salida. “Volvimos a la sociedad convencional pero lo hicimos valorando la vida en una
forma diferente, sabiendo que un vaso de agua puede equivaler a varias horas de ardua
tarea para fundir la nieve con los rayos del sol que se cuela entre la nubes. Que
cualquier trozo de pan viejo es infinitamente mejor que lo que teníamos que comer en la
montaña, que el colchón más duro y roñoso es muchísimo más mullido que el piso de
metal roto y abollado de un fuselaje congelado. Y si tengo esos elementos, soy una
persona rica, tengo lo necesario para vivir y el resto depende de mí, porque en cualquier

7
Javier Methol, Mis charlas con Liliana, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 171.

5
momento se te cae el avión y entonces te das cuenta de todo lo que tenías y lo que
perdiste”8.
Esta capacidad de adaptación los llevó a modificar sus comportamientos, hasta un
nivel sin límites. “Durante mucho tiempo no pude pensar en todo ese proceso que
tuvimos que hacer en la montaña, pasar de seres normales a convertirnos en hombres
primitivos, deshojándonos gradualmente. Creo que al final estábamos más cerca del
mono que del hombre, con la única diferencia de que éramos seres pensantes, y
fundamentalmente con una espiritualidad agudizada que se iba tornando más sutil con el
correr de los días. Pero en cuanto al funcionamiento del grupo, para quien nos observara
desde afuera, era como una manada de monos. Setenta y dos días sin lavarnos, sin
quitarnos la ropa, comiendo carne humana, que en un primer momento era un cortecito
pero después se transformó en una ración de comida y más adelante ya quedaba el
hueso pelado tirado por ahí y venía uno y lo agarraba y se lo metía en el bolsillo del
saco y después se ponía a chuparlo delante de los otros”9. En la montaña descubrieron
una serie de estructuras y tabúes, que debían ser trastocados si querían subsistir. Al
adaptarse fueron adquiriendo normas de comportamiento nuevas, que jamás hubieran
imaginado. La nueva sociedad que conformaron, podría parecer a los ojos de quien lo
ve de afuera como algo bestial. Pero estas nuevas costumbres fueron consensuadas por
el grupo y comprendidas como la única vía de salida.
En medio del más absoluto desamparo, la capacidad de invención se hallaba
estimulada al máximo. La necesidad y la indigencia, hacían que sus competencias
intelectuales se desplieguen en función de mantener sus vidas. “De la nada fuimos
haciendo cosas. Convertimos almohadones en raquetas para caminar en la nieve.
Fundimos agua para que la nieve en la boca no nos destrozara las encías. Hicimos lentes
con mica del parabrisas del avión para que el sol no nos destruyera las córneas,
estudiamos las cartas de vuelo para guiar a las expediciones, preparamos a los
escaladores. Y, fundamentalmente, aprendimos a manejar en una forma diferente la
transición entre la vida y la muerte”10. Detrás de esa cadena de aprendizajes algunos
debieron sucumbir. Pero estas defunciones no fueron en vano, sino que las muertes de
unos se transformaron en vida para otros. “La última expedición no fue producto de la
casualidad, ni de un impulso ciego y repentino, sino que fue el resultado de otras
expediciones que fracasaron, de otros expedicionarios que murieron, de aprendizajes
que costaron sangre, sudo y lágrimas”11.

Esperanzas: La esperanza nos dice que todo terminará bien, que las dificultades que
estamos atravesando pronto terminarán. Ella no busca ocultar los problemas o fingir que
no existen, sino que intenta resolverlos. Nos permite tener confianza en nuestras
capacidades y en las ayudas del más allá. Cuando todo parece terminarse y nuestra vida
cae en una terrible noche oscura, aún queda una posibilidad de levantarnos. En cambio,
quien cae en la desesperación, no encuentra salida alguna. Sentirnos motivados y
mantener la esperaza es fundamental para superar las dificultades. A veces las mayores
trabas y montañas están en nuestra mente, que se abandona en medio de la lucha.
“Pensé en mi madre, que poco antes, tras el accidente de otros tres compañeros del
colegio que se habían ahogado al darse vuelta la canoa en el río de la Plata, frente a la
8
Roberto Canesa, Op cit, pág 29.
9
Daniel Fernández, Pañuelos en la plaza, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 73.
10
Adolfo Strauch, Op. cit, pág 97.
11
Tintín Vizintín, Amigos por la eternidad, en “La sociedad de la nieve” de Pablo
Vierci, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 273.

6
playa de Carrasco, había asegurado con una gran convicción que ella jamás podría
soportar la pérdida de un hijo, que no podría tolerar la tragedia que vivían esas tres
madres que recorrían en sueños las playas, día y noche, alumbradas con faroles,
esperando el regreso de sus hijos. No le podía fallar. Cada uno de mis compañeros tenía
un motivo poderoso o más fuerte que el mío que lo impulsaba”12.
Tener paciencia y confiar en medio de las tempestades es vital. La etimología griega
del término paciencia, significa algo así como mantener la resistencia debajo de las
adversidades. En la actualidad es muy utilizado el término resiliencia, que implica una
capacidad de adaptación ante los contratiempos y aquello que nos causa dolor. La
paciencia nos permite mantenernos firmes en nuestro caminar, sin importar los aludes
que busquen hacernos desfallecer. “Un día antes de la partida mi madre había hecho mi
torta de frutilla preferida. Esa noche le dije: “Guardámela en el congelador que la como
el lunes, cuando regrese”. Y ahí quedó. Guardadita en la heladera, intacta, porque ella
no permitió que nadie la tocara. Cuando regresé el 24 de diciembre, mamá la sacó del
freezer y como la cosa más natural del mundo me recordó que tenía el postre servido en
la mesa, como yo le había pedido… Así como mi madre siempre estuvo convencida de
que estaba vivo, yo estaba completamente seguro de que me salvaría”13. Sólo el que
confía y mantiene la calma, sabe que más allá de las tormentas nos espera la
tranquilidad. “En esa capacidad de adaptación, la mente jugó un papel definitivo, la
mente del que se quiere salvar lo salva, pero la mente del que se entrega y dice “yo de
acá no salgo y muero”, se muere en una semana”14.
Quien desea salvarse y mantiene las esperanzas, tiene altas probabilidades de
soportar las máximas tensiones. De alguna manera Dios elige a quien quiere ser elegido.
Tal como dice san Agustín “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Es decir, que si
no ponemos algo de esfuerzo de nuestra parte, las dificultades terminarán por
ahogarnos. Por ello, en la montaña “mucho dependía del nivel de esperanza que cada
uno tenía. A los que mantenían más confianza en volver, la mente los ayudó todo lo
posible para que vivieran, salvo aquellos episodios que dependían puramente del azar,
como en el momento del accidente o del alud”15.

Oración: Sin duda que la oración exige cierto esfuerzo de nuestra de parte. Pero
muchas veces se trata de una regalo Divino, que suele tener un efecto terapéutico sobre
nuestras heridas. Se trata de una especie de respiro y descanso, en medio de nuestras
dificultades cotidianas, que nos otorga algo de paz. Ella nos ayuda a encontrarnos con
nuestro interior y a refugiarnos en una fuerza superior.
“La otra rutina que surtía un claro efecto positivo en la mayoría era el rosario que
dirigía Carlitos. Lo primero que rompía el silencio de la noche era el tintineo de las
cuentas de vidrio, seguido por el murmullo de los misterios. El rosario iba pasando de
mano en mano y si cada uno murmuraba, quería decir que estaba despierto. Cuando
permanecía callado, el que estaba a su lado lo tocaba para ver si estaba dormido o se
había muerto, porque en la noche hacía tanto frío que siempre temieron que el que se
dormía no despertara más”16. Por ello, cuanto todo se desmorona y nuestras cordilleras
nos abruman, el contacto con la Divinidad nos permite mantener cierta paz. .
12
Roberto Canesa, Op cit, pág 31.
13
Daniel Fernández, Pañuelos en la plaza, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 69.
14
Daniel Fernández, Op. cit, pág 74.
15
Bobby Francois, En el borde, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 251.
16
Pablo Vierci, La sociedad de la nieve, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 142.

7
Esta forma de comunicación con el más allá, les renovaba sus fuerzas cotidianamente.
Mientras al mismo tiempo, sus peticiones les permitían expresar con sencillez sus
pensamientos y emociones personales. Como una especie de mantra, las cuentas del
rosario ejercían sobre ellos un fuerte influjo terapéutico. Sin darse cuenta, la confianza
en la virgen María, les permitió mantener las esperanzas y continuar cuando muchos
creían que ya estaban liquidados. Dice san Bernardo que siguiendo a María “no te
extraviarás; rogándole no perderás la esperanza; pensando en ella, no te equivocarás; si
te sostiene, no caerás; si te protege no temerás; si te guía, no te cansarás; si te es
propicia, llegarás al puerto”. Detrás de este milagro, hay una fuerza espiritual que
supera ampliamente lo humano y que no podemos explicar. “Mi madre, apretada contra
mi pecho, no dejaba de repetir una sola frase, sollozando sin cesar: “Se hizo el milagro,
se hizo el milagro”. Lo rezó y lo pidió todas las noches. Mientras estuvimos en la
montaña, no había manera de convencerla de que estábamos muertos, porque sabía que
pidiéndole a la Virgen ella nos traería de vuelta. Muchos años después, cuando
agonizaba, continuaba creyendo en el milagro con la misma devoción” 17.
La práctica de todas estas conductas, llevó a estos muchachos, a descubrir que Dios o
el destino se encontraban detrás de lo que les sucedía. Su sólida formación religiosa,
sumada a los valiosos principios del rugby, les permitió subsistir. De alguna manera,
desarrollaron un camino ascético, que les permitió acceder a una perfección espiritual
que no estaba en sus planes. Aunque a estos todos estos elementos que mencionamos,
faltaría agregar la confianza en la providencia. Fue esta confianza la que les permitió
dar siempre un paso más. Luis María Grignion de Montfort, nos habla de estos medios
que son un camino hacia la santidad de la siguiente manera: “¿Qué medios vas a elegir
para elevarte a la perfección a la que Dios te llama?.. Todo el que quiera salvarse y
llegar a ser perfecto necesita humildad de corazón, oración continua, vida según el
evangelio, abandono en la Divina Providencia y conformidad con la voluntad de
Dios”18. De algún modo, la providencia eligió a estos muchachos, para soportar ese
terrible desastre. Ella les dio lo suficiente para resistir, en medio de las más terribles
exigencias a las que pueda ser sometido un ser humano. “Por lo general estábamos muy
tristes. Se asemeja, en parte, a lo que sucede en un campo de concentración. Cuando hay
veinte personas a las que van matando de a una, imagino que el pensamiento más
frecuente es si serás el próximo o tendrás más margen de tiempo. Y si matan al de al
lado en lugar de ti, en el fondo respiras aliviado, porque continúas vivo, sin pensar que
el otro está muerto”19.
A veces acontece que algunas personas se salvan de una catástrofe, mientras que
otras sucumben. No hay explicación racional que nos manifieste ¿por qué yo me salvé
mientras que otros no tuvieron las oportunidad? ¿Por qué me tocó a mí? Esto es lo que
intenta explicar Víctor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido”. Allí comenta
su experiencia en el campo de concentración de Auschwitz, en donde todas las
seguridades de la vida habían sido arrancadas de cuajo. En su opinión, todos los
prisioneros eran personas comunes y corrientes. Pero sólo algunos pocos eran capaces
de soportar el sufrimiento con dignidad. Sus capacidades humanas se desarrollaron al
máximo, buscando elevarse más allá del aparente destino de exterminio, al que parecían
condenados.

17
Adolfo Strauch, Op. cit, pág 91.
18
Luis María Grignion de Montfort, El secreto de María, Editorial Calretiana, Buenos
Aires, 2005, pág 22.
19
Pedro Algorta, Viviendo bajito, en “La sociedad de la nieve” de Pablo Vierci,
Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág 192.

8
La providencia y el destino, parecen actuar de una extraña manera en estas
situaciones límite. “Tocaba mi turno. Alguien me susurró que si nos enviaban a la
derecha… significaba trabajos forzados, mientras que la dirección a la izquierda era
para los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban a otro campo. No podía
hacer otra cosa que dejar que las cosas siguieran su curso, como así sería a partir de
entonces muchas veces más. La mochila me pesaba y me obligaba a ladearme hacia la
izquierda, pero hice un esfuerzo para caminar erguido. El hombre de las SS me miró de
arriba abajo y pareció dudar; después puso sus dos manos sobre mis hombros. Intenté
con todas mis fuerzas parecer distinguido: me hizo girar hasta que quedé frente al lado
derecho y seguí andando en aquella dirección. Por la tarde nos explicaron la
significación del juego del dedo. Se trataba de la primera selección, el primer veredicto
sobre nuestra existencia o no existencia. Para la gran mayoría de aquella expedición,
cerca de un 90%, significó la muerte; la sentencia se ejecutó en las horas siguientes. Los
que fueron enviados hacia la izquierda marcharon directamente desde la estación al
crematorio. Dicho edificio, según me contó un prisionero que trabajaba allí, tenía escrito
sobre sus puertas en varios idiomas europeos, la palabra “baño”. Al entrar, a cada
prisionero se le entregaba una pastilla de jabón y después..., pero gracias a Dios no
necesito relatar lo que sucedía después. Muchos han escrito ya sobre tanto horror. Los
que nos habíamos salvado, la minoría de nuestra expedición, supo aquella tarde la
verdad”20.
En un campo de concentración, donde la muerte se ve por todos lados, preguntarse
sobre el destino es algo recurrente. Así “la máxima preocupación de los prisioneros se
resumía en una pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario,
todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me
angustiaba era esta otra: ¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas
muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento.
Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por
tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en
absoluto la pena de ser vivida”21.
La confianza en la providencia nos permite dejar de lado nuestra soberbia y
reconocer que Dios gobierna el universo. Nos permite reconocer que somos
dependientes y que no todo depende de nosotros. La voluntad Divina se cumple en cada
uno de nosotros y debemos aprender a interpretarla. No es posible concebir a Dios como
un verdugo que sólo aspira a aniquilarnos, sino como un ser misericordiosos que busca
nuestro bien. “El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que
éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades —incluso
bajo las circunstancias más difíciles— para añadir a su vida un sentido más profundo.
Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien, en la dura lucha por la
supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y ser poco más que un animal, tal
como nos ha recordado la psicología del prisionero en un campo de concentración. Aquí
reside la oportunidad que el hombre tiene de aprovechar o de dejar pasar las ocasiones
de alcanzar los méritos que una situación difícil puede proporcionarle. Y lo que decide
si es merecedor de sus sufrimientos o no lo es... Por doquier, el hombre se enfrenta a su
destino y tiene siempre oportunidad de conseguir algo por vía del sufrimiento… El
prisionero que perdía la fe en el futuro —en su futuro— estaba condenado. Con la
pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y
decaía y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y mental. Por regla general,
éste se producía de pronto, en forma de crisis, cuyos síntomas eran familiares al recluso
20
Victor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1991, pág 21.
21
Op. cit, pág 72.

9
con experiencia en el campo. Todos temíamos este momento no ya por nosotros, lo que
no hubiera tenido importancia, sino por nuestros amigos. Solía comenzar cuando una
mañana el prisionero se negaba a vestirse y a lavarse o a salir fuera del barracón. Ni las
súplicas, ni los golpes, ni las amenazas surtían ningún efecto. Se limitaba a quedarse
allí, sin apenas moverse. Si la crisis desembocaba en enfermedad, se oponía a que lo
llevaran a la enfermería o hacer cualquier cosa por ayudarse. Sencillamente se
entregaba. Y allí se quedaba tendido sobre sus propios excrementos sin importarle
nada”22.
La mística de la nieve, ha sido el fruto esa experimentación con seres humanos, que
la providencia ha querido regalarnos. Estos cobayos racionales, nos han enseñado que
siempre se puede dar un paso más. Su espiritualidad nos muestra, que siempre se puede
luchar cuando parece que todo está perdido y nadie se preocupa por nosotros. La
fascinación que estos hombres ejercen sobre los auditorios con que se enfrentan; se debe
a que han sido capaces de subsistir en las situaciones más extremas a que la naturaleza
nos pude llevar. Es de esperar que sus consejos, puedan ser una guía para nuestras
vidas.

Horacio Hernández.

http://horaciohernandez.blogspot.com/

22
Op cit, pág 79.

10

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