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Corrupción y despolitización del Discurso.

Por Francisco Astudillo Pizarro.


La corrupción es para moros y cristianos un fenómeno aborrecido y siempre justamente
criticado, pero también es y ha sido un nuevo caballo de batalla en la retórica electoral
de la derecha muy principalmente por parte de la derecha la que enarbolaba a sus
huestes como las defensoras de la probidad y los cazadores de la corrupción del estado y
de la concertación.
Voy a exponer una tesis acerca de una de los efectos inesperados que la retórica política
particularmente de la derecha ha contribuido a alimentar, la creciente despolitización de
la vida social y de la actividad política misma. Este juicio el de diagnosticar una
despolitización en ciernes aunque compartido por una diversidad de comentaristas
políticos no basta para comprender el alcance del fenómeno, a mi criterio en los últimos
años la campaña del terror “anti corrupción” impulsado por ciertos sectores políticos
(particularmente la derecha) generó un efecto no buscado que tiene relación con el
descentramiento de la discusión política desde lo programático hasta la corrupción.
El triunfo de Piñera en las elecciones presidenciales y la importante votación de MEO
en primera vuelta dan cuenta de un electorado y una opinión pública que se ha dejado
seducir o sintonizar por la retórica de la probidad y la anticorrupción en desmedro de las
ideas programáticas identitarias de los distintos sectores de la geografía política de
nuestro país. Tanto la gente que votó por MEO como la que le dio el triunfo a Piñera en
segunda vuelta representan el peso electoral de los candidatos que mejor se
posicionaron en el discurso anticorrupción casi deliberadamente ignorando en sus
estrategias mediáticas la identidad ideológica y sus elementos programáticos es decir de
las candidaturas más despolitizadas en un sentido clásico.
Cuál sería entonces el papel de la corrupción en la despolitización del debate político?
Para responder a esta pregunta debemos además evaluar el peso comunicacional de las
discusiones políticas programáticas versus las discusiones políticas versadas en materias
de denuncias de corrupción y temáticas anticorrupción, claramente desde la lógica de
mercado editorial las últimas venden más que las primeras y son estimuladas en la
agenda mediática lo que incrementa el peso de estas materias en la opinión pública. Este
fenómeno, el del estímulo editorial de la temática anti corrupción se suma al de la
retórica política de la derecha la que busca despegarse de materias incómodas para el
sector y que restan votos en las elecciones como lo son los intereses económicos de los
empresarios políticos y los abusos laborales del empresariado además de buscar
minimizar el espacio para la discusión y exposición de temáticas ambientales y de
desarrollo social en equidad que apunten al cuestionamiento de la realidad tributaria y
que por tanto los políticos ultraliberales buscan acallar, en esa lógica su estrategia
funciona o tiende a funcionar muy bien.
En el juego electoral las masas de dóciles ovejas evalúan a la hora de decidir su voto
elemento como quién es o parece más o menos corrupto y no quién representa de
mejor manera programáticamente sus opciones en cuanto a visiones de lo público. Es en
ese sentido, para un político es más rentable ser reconocido la mayor cantidad de veces
en los medios enarbolando la temática de la anticorrupción pero esta serie de
performances cruzadas terminan por instalarse en las masas ovejas y en los votantes
como “el” criterio para participar de lo electoral en una democracia liberal como la
nuestra dejando de lado o completamente fuera los criterios políticos, las convicciones
morales, económicas y teóricas que constituyen la identidad política de los individuos y
colectividades sociales.
Al nuevo votante claramente le importa menos el fortalecimiento de la educación
pública, las libertades individuales, el medio ambiente o los derechos laborales que la
“corrupción”. No planteo en ninguna forma dejar de preocuparse por la corrupción sólo
planteo que esta no puede ser un criterio político ya que constituye una distorsión en la
administración y no una orientación de la acción. Si hay corrupción deben actuar los
entes fiscalizadores y llegar hasta el final pero lo que no debe suceder es permitir
modificar las orientaciones programáticas en función de un cambio de administradores
políticos en base al criterio binario corrupción-anti corrupción, esto además genera una
incorrecta asociación entre criterios programáticos y conductas corruptas que es lo que
ha estado sucediendo en nuestro sistema político y opinión pública y que contribuye a
despolitizar a las masas y la votación que estas efectúan y además condena a quienes
mantenemos opiniones críticas fundadas en la reflexión independiente a una impopular
minoría en la opinión pública.
Es en parte la corrupción como elemento discursivo, como herramienta de su retórica
derechista y despolitizadora la que permitió que la derecha obtuviese la votación que
tuvo, la más alta de toda su historia.

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