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MITOS Y LEYENDAS SOBRE LAS ADICCIONES EN ANDALUCÍA: LOS

ANDALUCES FRENTE AL CONSUMO DE DROGAS

SOBRE DROGAS Y ADICCIONES

La primera gran duda cuando nos planteamos el hablar, opinar y discutir sobre los
problemas que tienen las personas que presentan un trastorno inducido por el consumo
de sustancias o comportamientos adictivos es su definición: se los ha denominado de
manera casi indistinta como trastornos adictivos/adicciones o como
drogodependencias/trastornos inducidos por sustancias. Y creo que ha llegado el
momento de comenzar una reflexión sobre la conveniencia de una denominación u otra.
Allá va mi opinión.
El término “drogodependencia” está muy asociado al modelo biosanitario y
farmacoterapéutico de intervención y con el paso de los años ha terminado por
convertirse en reduccionista a la hora de explicar los diferentes fenómenos asociados al
consumo de sustancias. Es un vocablo proveniente de la ola de la heroína que España
sufrió en los años 80(y que denominada como “toxicomanía” asoló Europa entre las
décadas de los 70-80) y que ha terminado asociando el concepto drogodependiente a un
perfil específico de usuario de sustancias: el heroinómano por vía parenteral que
tradicionalmente ha sido el “drogadicto” en España. Además, el hablar de
drogodependencias provoca que el énfasis se sitúe en la sustancia de abuso y haga que
la intervención se centre en la ausencia/presencia de dicha sustancia.
El problema no es que haya que prestar atención a la sustancia (que hay que hacerlo) ni
que haya que recurrir a la farmacoterapia (que se ha convertido en un elemento
fundamental en el tratamiento de los trastornos adictivos) ni que los heroinómanos sean
o no adictos (que lo son y con serios problemas epidemiológicos asociados); el
problema está en que utilizando el concepto “drogodependencia” excluimos elementos
que se han terminado convirtiendo en necesarios para comprender estos fenómenos: los
factores sociales( recursos/habilidades sociales, resiliencia, integración en actividades
socioculturales…), personales/emocionales (control de impulsos, toma de decisiones,
tolerancia a frustración, canalización de sentimientos/emociones, traumas,
autoestima…), familiares (antecedentes epigenéticos, factores de riesgo ambientales sen
familia de origen, uso/abuso por parte de los padres…), culturales (grupo cultural de
referencia, consonancia cultural, sindemia, estrés del inmigrante) y la variedad de
sustancias y comportamientos adictivos que nos encontramos en la actualidad. ¿Dónde
englobaríamos la vigorexia, adicción a nuevas tecnologías o compras compulsivas,
fenómenos combinados como la “drunkorexia” (consumo abusivo de alcohol
relacionado con trastornos de alimentación)…dentro de las drogodependencias? Yo
prefiero orientar mi esfuerzo en buscar los miedos, complejos, traumas, dudas,
inseguridades, vergüenzas…que tiene asociada la persona que reconoce tener un
problema. Y así ayudarle a enfrentarse a todos estos conflictos personales y dotarle de
recursos para enfrentarse a la vida cotidiana. En seco, claro. O sea, abstinente. Y eso no
significa que quien necesite reducción de daños no lo reciba, o mantenimiento con
cualquier fármaco (opiáceos incluidos, por supuesto). Es que procuraré que ese sea uno
de los aspectos de la atención. Y que esta atención sea lo más integral posible.
Mi humilde opinión es que trabajamos con adictos. Y dentro de las personas con
problemas de adicción hay drogodependientes o no. Pero todos necesitan conocer las

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causas y las consecuencias de sus problemas. Y que alguien les ayude a resolverlos, y
equivocarse y volverlo a intentar. La buena voluntad (tanto de las personas con
problemas como de los terapeutas) es necesaria en la rehabilitación de los adictos, pero
hay muchos casos en que no es suficiente.

LA PIRÁMIDE DE LAS DROGAS EN ANDALUCÍA

Durante los últimos 25 años se ha planteado el consumo de sustancias como una


escalada progresiva desde las denominadas “drogas blandas” (alcohol, tabaco y
cannabis), cuyo uso es fundamentalmente recreativo, hasta las determinadas como
“drogas duras” (sobre todo cocaína y heroína), las cuales se pueden convertir en un
problema de adicción. Por tanto, para evitar el “caer” en una adicción, se trataría de
evitar los consumos de las “drogas duras” y potenciar el uso social de las otras
sustancias.
La realidad del consumo en Andalucía es completamente diferente: las sustancias que
plantean mayores problemas en riesgos sanitarios y peticiones de atenciones en
dispositivos de tratamiento son el alcohol, el tabaco y el cannabis. De hecho, la
sustancia que según los últimos estudios neuropsicológicos mayores problemas plantea
en el cerebro de sus consumidores es el alcohol. De igual manera, la sustancia que
mejor correlaciona con fracaso escolar, absentismo laboral y accidentes de tráfico con
lesiones es el cannabis. La sustancia que supone mayor gasto sanitario en Andalucía es
el tabaco. De igual manera, los consumidores de “drogas duras” no son consumidores
de una sola sustancia: los consumidores de heroína consumen en Andalucía la mezcla
de heroína marrón con cocaína denominada “revuelto” o “rebujao”; ya no existe el
consumo de heroína blanca procedente de Indochina, por lo que la vía de consumo ha
pasado de inyectado a inhalado en papel de plata; los consumidores de cocaína, por su
parte, consumen paralelamente alcohol y cannabis, además de mantener otras conductas
adictivas como juego patológico, compras compulsivas o sexo sin control.
Sobre el uso “social”, se convierte en un elemento tan poderoso para potenciar la
adicción que las sustancias se terminan convirtiendo en el único elemento de
socialización, anulando recursos personales y habilidades sociales. La mayor parte de
las conversaciones de los consumidores giran alrededor de las vías de consumo, la
forma de conseguir las sustancias, las personas que las toman, los lugares donde
comprarlas, cómo engañar a la familia para que no se de cuenta del consumo…De
hecho, ese uso social crea una estructura de poder dependiendo del acceso que tenga
cada uno de los miembros a la sustancia de consumo, así como las posibilidades de
adquirirla e invitar que posea. En función de esa estructura social se articulan una serie
de relaciones de poder y dominio, camufladas como “amistad” y que en muchos casos
conllevan amenazas, humillaciones y pagos en diversos formatos, incluyendo el sexual.
No es necesario entrar en la vivencia de la marginalidad con el consumo de las
sustancias. En realidad, cuando se realizan encuestas de cuáles son los motivos por los
que se accede a los tratamientos, la respuesta más presente es “Por haber tocado fondo”.
Hablamos de personas de muy diferentes procedencias sociales, estatus económicos,
vías de consumo, edades, situaciones formativas y laborales….La subjetividad de las
drogas es hacer descender al infierno a los consumidores hasta que eligen cambiar de
vida y manera de relacionarse. Pero ese es otro apartado que vendrá más adelante.

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MATERIALISMO Y DROGAS: LA FALSA IMAGEN DE LAS SUSTANCIAS

¿Y si las drogas tuvieran alguna raíz socioeconómica? Normalmente el análisis de la


situación de los consumidores en Andalucía se realiza en términos sanitarios,
psicológicos y, en ocasiones, de inserción sociolaboral. Escasamente se observan
análisis antropológicos (especialmente de factores culturales), económicos o
sociológicos. La Ciencia Social debería plantear una opinión sobre las adicciones en
general y desarrollar una adaptación de la situación a la realidad andaluza.
Aspectos como la necesidad de estatus o refuerzo social, el mercantilismo de las drogas,
la aparición y proliferación de las “smart shops” (tiendas de productos relacionados con
el consumo y producción de sustancias), los supermercados de accesorios de consumo
(pipas, mecheros, botellas, papeles…), las camisetas de la apología del consumo
(especialmente poderoso es el “lobby” del cannabis), la música del consumo, por el
consumo y sobre el consumo…¿Cómo se explican todos estos elementos relacionados
con el uso de sustancias como el cannabis o la cocaína de una manera puramente
médica o psicológica?
Desde un enfoque procesual, la utilización de estas sustancias se puede plantear como
un proceso público (no oculto para los que lo hacen) que afecta al grupo que se
identifica con ese comportamiento. Este proceso tiene unos objetivos asumidos de
manera expresa o tácita por los componentes. En ese contexto procesual, podemos
hablar del manejo, el acceso y el consumo de sustancias como una cuota de poder
dentro del grupo. Ese poder, en términos de Antropología Política, se definiría como la
capacidad de cumplir los objetivos, vamos, de seguir consumiendo. Por eso, los líderes
de estos grupos no se suelen elegir por capacidades personales o intelectuales, ni
siquiera por carisma. El poder, en estos grupos, se asocia a la cantidad de marihuana,
cocaína, éxtasis…que puedas conseguir. Se añade a esta definición de poder la
parafernalia y simbología asociada y tenemos un factor social no muy diferente en
interpretación de otros movimientos colectivos. Eso sí, con ciertos efectos secundarios
que pueden convertirse en muy problemáticos.

¿SE PUEDE HABLAR DE ESPERANZA? LA TEORÍA DEL BIEN COMÚN


APLICADA A LAS PERSONAS CONSUMIDORAS

Hasta este momento no he hablado de sano o enfermo. Cuando hablo de sano no me


refiero solo a carente de enfermedad, me refiero a lo que la OMS llama “equilibrio
biopsicosocial”. Me refiero, sobre todo, a la cantidad de problemas personales (sobre
todo emocionales) que despierta una estructura social basada en la acumulación de
drogas, riqueza, músculos, parejas, conocimientos, películas (y todo aquello que ustedes
conozcan que puede acumularse a veces sin sentido) como vehículo de valoración
personal.
Erich Fromm en su “Patología de la normalidad” (libro que antes era de casi obligatoria
lectura en todos los cursos de psicología) explicó perfectamente a qué se refería esta
enfermedad, y con qué estaba relacionada. Hablaba Fromm de la carencia de afectos y
apegos seguros(para explicar la Teoría del Apego nadie mejor que Cantón Duarte)
durante la infancia del sujeto provocaban una serie de vacíos, sobre todo en la estima y

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la confianza del sujeto que provocaban la necesidad de la valoración externa y la
evitación de situaciones displacenteras.
Les pondré un ejemplo: una familia con varios hijos que han sufrido malos tratos o
amenazas por parte de algún miembro de la familia puede darle mucha más importancia
de la cuenta a no perder las formas y no discutir jamás, permitiendo de fondo que cada
uno de los miembros haga lo que le de la gana en contra de la opinión de los demás y
siendo éstos incapaces de decirle nada por temor a discutir, claro. Lo que ellos no saben
es que ya están sufriendo la consecuencia de la discusión sin saberlo, además de la
frustración manifiesta de no poder decir su opinión de forma clara.
¿Y qué tiene esto que ver con la Teoría del Bien Común?, me dirán ustedes con razón.
Yo se los explico. Imagínense que uno de los miembros de esta familia es una de esas
personas con tendencia a hacer lo que quiere sin mirar las consecuencias sobre los
demás. Imaginen a la familia atenazada por no ser capaces de decirlo claramente.
Imaginen además la preocupación por no tener problemas ni conflictos (visibles, claro,
ya que como se ve invisibles hay unos pocos). El resultado sería poco más o menos que
este personaje no pararía hasta estamparse varias veces, ya que las persona no
reaccionamos a la primera, y que su respuesta inmediata sería: ”¿ Por qué no me habéis
avisado?”,en vez de: “¿Por qué no me he dado cuenta antes?”
Aquí ya me veo obligado a hablar de valores (con todos mis respetos hacia Rosario
Abaitúa y Micaela Brunes, que han sido las personas que me han explicado lo poco que
sé sobre este tema). Hay un repertorio de valores completamente definido por sus
autores, es la Batería de Valores Hall-Tona.
Con esta batería (que en España investiga y utiliza sobre todo la Universidad de Deusto)
se puede hacer un gran trabajo de conocimiento y crecimiento personal, si uno está
dispuesto. Consiste primero en ser sincero, tema harto difícil en estos días de
deseabilidad y reconocimiento social, para ser capaz de seleccionar aquellos valores con
los que identificarse hoy en día. Con estos valores además se muestra la posición
personal y social. Hay cuatro posiciones vitales evaluadas, la más elevada dentro de esta
escala de valores es la de aquellas personas capaces de pensar en un nuevo orden social
y trabajar por ello y no dejarse arrastrar por las recompensas inmediatas.
El tema de las recompensas es un grave problema, en niveles emocionales,
interpersonales y fisiológicos. Emocionales porque la persona que aprende a vivir sobre
recompensas inmediatas no maneja sentimientos de frustración e impotencia sobre todo
¿Alguien piensa ahora mismo en todos esos niños que no aceptan un NO y que fracasan
de forma sistemática en aquello que se plantean? Interpersonal porque supone una
incapacidad permanente para resolver conflictos, incluso los básicos ¿A alguno de
ustedes se le viene a la cabeza algún niño que utiliza la violencia para resolver sus
diferencias con los demás? Fisiológica (no es broma) porque el sistema de la dopamina,
que es nuestro neurotransmisor de la felicidad se refuerza muy pronto y forma enlaces
muy fuertes. O sea, en muy poco tiempo acostumbra a la persona a segregar cantidades
muy grandes de dopamina (cada vez más grandes) para ser cada vez un poco menos
feliz, porque la persona se habitúa a dichas sensaciones. A esto súmense la existencia de
unos opiáceos propios de nuestro cerebro, llamados encefalinas y endorfinas, que son
segregados cuando nosotros estamos en situaciones de felicidad (y de dolor, pero eso
parece que se olvida a veces). Añádanse los opiáceos endógenos al circuito de la
dopamina y tenemos seres humanos necesitados de recompensas cada vez más grandes
para ser felices. ¿Alguien recuerda ahora esos niños que lloran sólo cuando quieren

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conseguir algo de los adultos y que luego con suma facilidad se convierten en adictos a
cualquier cosa que les de felicidad aunque sea artificial?
El egoísmo como estilo de vida llegó a su extremo durante la década de los 90. La
llamada en España ”Cultura del Pelotazo”(que no era cultura de ninguna manera) y la
película “Trainspotting” nos mostraron los enormes beneficios personales y sociales de
mirar sólo por uno mismo, buscar beneficios inmediatos en cualquier situación y
sacrificarse lo menos posible. Y ahí me vuelvo a detener.
Cuando hablamos de sacrificio no es en sentido religioso (dar la vida por), aunque
sabemos que determinadas posiciones familiares permiten hasta este extremo. He tenido
la oportunidad de ver a hombres de 20 años quejándose por cualquier tipo de esfuerzo y
contemplar a sus madres dispuestas a todo lo necesario por el bienestar de sus hijos. ¡Es
condición de madre! Dirán ustedes. Pues no necesariamente. Por desgracia también he
conocido madres que no querían saber nada de nada de sus hijos. Y no las juzgo, pero
no puedo por menos reflejar las diferencias evidentes.
Debe haber una explicación que nos haga comprender las diferentes posturas,
posiblemente más antropológica y de contexto social y cultural que de ámbito
económico o psicológico. Cuando tenga claro algún argumento procuraré compartirlo
con ustedes. De momento, mi opción sigue siendo mostrar el hecho.
A pesar de eso, seamos positivos: nunca ha habido un grupo tan amplio de jóvenes que
no consuman ningún tipo de sustancias (legales o ilegales), que participen en
actividades deportivas, que sean miembros de grupos sociales y culturales, que formen
parte de movimiento políticos y/o religiosos, que sean voluntarios en entidades de
acción social… Supongo que eso supone un motivo para la esperanza. No todos los
jóvenes son iguales, ni podemos culparlos de los males del resto de la sociedad.

LAS CONSECUENCIAS EMOCIONALES DEL CONSUMO DE DROGAS

Las nuevas investigaciones sobre alteraciones neuropsicológicas en drogodependientes,


basadas en la Teoría del marcador somático (Volkow, 2000) y los recientes estudios
realizados en neurobiología de la cocaína (Verdejo, Pérez García et als, 2007) que ya se
ha convertido en la sustancia principal de abuso en la mayoría de los demandantes de
tratamiento (40% en 2006, un incremento de un 15% desde el año anterior), nos obligan
a plantearnos una serie de factores y problemas que no se habían puesto de manifiesto
en las consideraciones clásicas de adicciones: el denominado “cerebro moral”(Volkow,
2006), las alteraciones en el control y expresión de las emociones, el bajo control de
impulsos y el consiguiente déficit en toma de decisiones de la población
drogodependiente. En realidad, deberíamos sustituir los conceptos clásicos en
adicciones de tolerancia, dependencia, habituación… por Síndrome Amotivacional,
bloqueos afectivos, impulsividad, alteración del sistema de recompensas/gratificaciones
a corto plazo, planificación ejecutiva, toma de decisiones y resolución (o no) de
problemas…
Se han puesto de moda los vídeos de agresiones, gamberradas, bromas subidas de tono,
abusos sexuales llegando hasta las violaciones, palizas en grupo, etc. Todo ello grabado
con un teléfono móvil o cámara digital de nueva generación y colgado en YouTube o
Liveleak. A esto se le denomina “happy slapping” o sea, “guantazamiento feliz”. Feliz
para el que lo da y lo graba, viendo así su gamberrada recompensada con 15 segundos
de gloria (ya no llega ni a la cifra “warholiana” la fama efímera de la actualidad). A esto

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hay que añadir el nulo aprecio de nuestros jóvenes por la lectura y la tendencia a
relacionar el tiempo libre con la actividad deportiva, sobre todo gimnasios y similares.
Todo esto se consigue con la cooperación de unos padres absortos en el limbo de los
inocentes y más preocupados en el bienestar absoluto de sus hijos que en poner normas
y límites en casa. De responsabilidades, tareas, aportaciones o colaboración en casa ni
hablamos.
¿Resultado? Analfabetos funcionales, con tasas escandalosas de fracaso escolar, sin
formación específica para ningún puesto de trabajo, sin recursos personales, sin
habilidades sociales, con poca resiliencia (capacidad de soportar la presión del grupo).
Utilizando la Teoría de la Sindemia del profesor Merryll Singer, el trastorno no estaría
en el consumo de drogas, sino en la confluencia de factores que facilitan y refuerzan el
uso y mantenimiento de la conducta problema. Más claro: lo más emocionante e
interesante que las personas con estos factores realizan durante el día (para ellos y desde
una perspectiva subjetiva) es colocarse.
Luego vienen los llantos. Nunca ha habido tantos jóvenes en tratamiento por problemas
adictivos (ni el la ola de la heroína de los años 80 ni en la falsa alarma del XTC en los
90 llegamos a los números que ahora encontramos). Nunca la población penitenciaria
menor de edad en España había sido tan grande (ni había consumido tantos recursos
materiales y económicos). Tampoco había recibido tanta cobertura por parte de los
medios de comunicación ni aparecido tanto en las páginas de sucesos de los
periódicos. El informe Pisa dejó a las claras el punto educativo en que estamos en
España (y el hecho de que los alumnos españoles en su mayoría jamás hayan leído un
libro retrata la motivación que tienen para aprender fuera de lo estrictamente
obligatorio) y estamos en una situación que nadie se atreve a definir.
¿La culpa es de los jóvenes? Yo ahí comparto la opinión del juez de Menores Emilio
Calatayud, que piensa que la generación de adultos actual debería ser un poquito más
crítica con sus responsabilidades en estos temas. De hecho, este juez en sus conferencias
menciona un decálogo para hacer de su hijo un perfecto delincuente. Sería conveniente
que algunos lo leyeran y pusieran remedio mientras haya tiempo. Por desgracia, para
muchos chavales ya tenemos que hablar de medidas privativas de libertad y no
educativas. Y, por desgracia, la privación de libertad suele servir para todo lo contrario
de educar.
Claro que opinar es muy sencillo, pero aportar soluciones es otra historia.
Dentro de este barullo hay un elemento que quizás debería tener un peso más concreto
para aportar soluciones: los muchachos de ahora no leen nada, alguno no ha llegado a
terminar un libro en su vida. Incluso los universitarios no conocen más libros que los de
texto y como consecuencia en muchos casos tienen faltas de ortografía de las que dañan
a la vista. Este panorama parece el sueño de Ray Bradbury en su novela “Fahrenhait
451”, donde el cuerpo de bomberos se dedica a quemar los libros para que las personas
no los lean. El objetivo de no leer es muy sencillo en la novela: si tú no sabes procesar
la información por ti mismo y te limitas a asimilar la información superficial y con fines
recreativos que ponen a tu alrededor en forma de juegos ultraviolentos y unos canales
de comunicación inmediatos donde puedes hablar con personas con las mismas
inquietudes que tú, si te limitas a hacer lo que los dirigentes quieren que tú hagas, serás
feliz en apariencia, pero tu felicidad estará marcada por tu ausencia de opinión propia.
Porque leer obliga a pensar, pensar te hace dudar de si lo que estás haciendo está bien o
mal, la duda te impide sentirte completamente feliz y en el país de la novela hay que ser
feliz a la fuerza.

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Si no fuera una novela escrita hace un montón de tiempo, podría decirse que es una
recreación de varios fenómenos actuales como son los vídeos de YouTube, lo juegos de
consola ultraviolentos, los chats de Internet y el escaso control sobre sus temáticas y esa
artificial necesidad de felicidad y evitación de dudas o conflictos personales que parece
obligatoria hoy día. La verdad es que da un poco de miedo.
Como también da miedo verificar cómo la “neolengua” de la fantástica novela “1984”
de George Orwell ha llegado a ser realidad (no voy a mencionar la basura televisiva
basada en su personaje más oculto, quien quiera saber más que se lea la obra y vea
menos televisión). Me estoy refiriendo a la desaparición del idioma por el uso de los
teléfonos móviles y el idioma creado para su manejo mediante el envío de mensajes
cortos de texto y/o imagen. Este idioma, al principio aplaudido como una innovación
más de la lengua, ahora nos vamos dando cuenta de su importancia en la creación de
analfabetos incapaces de expresar una opinión clara y concreta acerca de lo que quieren.
Y, que a nadie se le olvide, como muy bien decía Orwell, “la ignorancia es la
esclavitud”. Eso no lo explica Mercedes Milá en su programa de televisión.

EL MITO DE LA JUVENTUD Y LAS DROGAS: ¿Y DE LOS ADULTOS Y LAS


DROGAS?

Claro que nos equivocamos si cargamos las tintas sobre el estereotipo de los jóvenes
consumidores de sustancias, y nos dejamos arrastrar por conceptos como “la
Generación Ni-Ni”, las noticias de los delitos cometidos por jóvenes juzgados por la
Ley del Menor que supuestamente es tan flexible y laxa, los macrobotellones y la parte
más aparatosa del comportamiento de las personas entre 15 y 25 años. Sobre todo,
porque esas señales de alarma nos encubren bastantes problemas que existen y que no
son de adolescentes:
¿En qué punto de estas reflexiones encajan los consumidores cronificados de heroína
(revuelta normalmente en Andalucía con cocaína) que llevan más de 25 años de
consumo, pasando de inyectarse la droga a fumarla en papel de plata o continuando con
la vía parenteral?
¿Cómo definiríamos a la combinación existente ahora entre las tres generaciones de
consumidores de cannabis en Andalucía? Porque antes de los adolescentes actuales han
existido en España otras dos generaciones de consumidores de hachís y marihuana: la
de los 70 y la mili, los 90 y la Universidad, y la actual generación del Síndrome
Amotivacional. En todos ellos hay aspectos comunes: fracaso escolar, problemas
familiares, dificultades para tolerar normas de convivencia familiar y social…Algunos
de ellos continúan con el hábito, hablamos de consumidores habituales de entre 30 y 50
años. No son adolescentes, aunque a veces sí les notemos un puntito de inmadurez.
Los consumidores de cocaína de entre 25 y 40 años son actualmente el principal perfil
de persona atendida en los programas de tratamiento en Andalucía. Algunos se
identifican como consumidores puros de cocaína (aunque abusen del alcohol y del juego
patológico, tragaperras sobre todo); otros reconocen haber consumido “de manera
esporádica”, en ocasiones esporádico significa “cada fin de semana y fiesta de guardar”.
El motivo de reclamar ayuda es por problemas familiares, de pareja, laborales,
económicos…Escasamente por reconocer una adicción. Nunca por “estar enganchado”.
La jerga de la heroína se mantiene a pesar de los cambios sociales. No hablamos de
adolescentes, aunque algunos tengan un estilo de vida propio de un estudiante.

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El ejemplo más terrible suelen ser los alcohólicos mayores de 35 años, colectivo que
puede hacer(se) un daño atroz hasta que empiezan a reconocer que tienen un problema.
Suelen reconocerlo cuando han llegado a un grado de deterioro personal, familiar y
sociolaboral importante, a veces irreversible. Pero de las drogas legales hablaré a
continuación.

DROGAS LEGALES: LA DESTRUCCIÓN POR LA COTIDIANEIDAD

No quisiera extenderme mucho sobre las drogas permitidas por el sistema recaudatorio.
Existen numerosos debates que sitúan las posturas a favor o en contra. Puesto que en
ningún momento de este ensayo se han emitido opiniones acerca de la bondad o maldad
de los tóxicos, manteniendo el espíritu crítico y la intención de hacer preguntas más que
ofrecer respuestas dogmáticas, me voy a limitar a exponer las cuestiones que considero
necesarias:
¿Dónde podemos ubicar las adicciones legales? ¿Justifica su legalidad los daños que
provocan?
El alcohol es la sustancia principal en la mayoría de los atendidos, accidentes de tráfico,
delitos cometidos por violencia de género. Su consumo está permitido, alentado,
jaleado, socializado, convertido en un ritual de paso hacia la edad adulta, vinculado a
fiestas culturales, religiosas, celebraciones deportivas. Difícil escapar de la influencia
del alcohol en esta sociedad nuestra.
El tabaco es la sustancia que supone mayor gasto sanitario y muertes al año, tanto por
acción directa en cáncer de pulmón y enfisema como en alteraciones coronarias. De
hecho, el inicio en edades tempranas supone una correlación directa en muerte
temprana. Suele estar vinculado su consumo a rituales sociales, siendo bastante
complicado abandonar el consumo y bastante sencillo recaer en su uso.
El juego, socialmente bien visto, puede suponer adicción por sí mismo, por
combinación con otras sustancias, como puente hacia ellas, como indicador de
recaídas...Relacionado con trastornos compulsivos, desórdenes comportamentales,
deudas. Múltiples vías de riesgo: loterías, quinielas, tragaperras, apuestas por Internet...

¿Y los efectos de estas adicciones legales?


Problemas familiares, conflictos de pareja, deudas y préstamos imposibles de ser
cubiertos, aislamiento social, ausencia de actividades provechosas de tiempo libre,
absentismo y accidentes laborales, engaños y fraudes a determinados organismos
(Seguridad Social, Servicios de Empleo, Servicios Sociales), problemas educativos en
los hijos, desatención de los hijos y los dependientes a cargo...
Demasiado para que pasen tan desapercibidas como sucede. O para banalizar su uso
como hacemos en muchas ocasiones en nuestra comunidad autónoma. En cualquier
fiesta local, sin ir más lejos. Pónganle nombre: las Cruces, la Feria, Carnavales…

LA FALSA EPIDEMIA DEL ÉXTASIS/XTC: LA ALARMA SOCIAL Y LAS


MENTIRAS PÚBLICAS

Quisiera alertar sobre los riesgos de las alarmas mediáticas y las consecuencias de
desenfocar los problemas y presentar informaciones sesgadas. En mi opinión, hubo un
ejemplo muy doloroso y que a largo plazo se ha mostrado como una muestra de
descoordinación entre medios de comunicación, sociedad y poderes públicos:

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En la década de los 90 hubo una gran alarma sobre el riesgo de consumo de una serie
de derivados anfetamínicos denominados “Éxtasis” que aparecieron vinculados a una
serie de fiestas de música techno y variantes, denominadas “rave parties”, que consistían
en una reunión multitudinaria en una nave o macrodiscoteca que podía llegar a dura
varios días y en las cuales se consumían estas pastillas con agua o zumos. En algunas de
estas fiestas (concretamente en una “party” organizada en Málaga en el Pabellón Martín
Carpena) hubo varios fallecidos por paradas cardiorrespiratorias debido al consumo
abusivo de metanfetamina (el famoso “éxtasis” o “XTC”). Se produjo una enorme
repercusión de estos casos, se realizaron una serie de campañas alertando sobre estas
sustancias y…despareció la alerta.
¿Cuál es el estado de esa cuestión? Que siguen existiendo pastillas, que se toman
mezcladas con alcohol, que no existe en Andalucía un grupo de consumidores que se
puedan considerar puros de estas sustancias, sino que sus consumidores usan de manera
habitual alcohol cannabis y cocaína, que son los mismos consumidores de otros
contextos no recreativos…Pero sobre todo, que en la época en que surgió la alarma por
el Éxtasis se banalizaba el uso de la sustancia que se ha convertido en la gran epidemia
de principios del siglo XXI, la cual estaba considerada la droga del éxito social en los
90, que se convirtió en la droga de las fiestas en los finales de esta década y que hoy en
día nos ha convertido en el segundo consumidor absoluto del mundo y el primero en
porcentaje de consumo por cada 10.000 habitantes: la cocaína. Con lo que la falsa
alarma del éxtasis provocó la cortina de humo ideal para la epidemia de la cocaína.
Algo falló en ese momento. Debemos tener suficientes mecanismos de control para
poder elaborar ajustes frente a estos malfuncionamientos. El problema es que el fallo
fue en diferentes niveles: medios de comunicación, sociedad, sanidad, instituciones
públicas, políticos…Deberíamos darnos cuenta de qué fue para que no se repita. Por lo
menos, para aprender del error que ya hemos cometido.

CONCLUSIONES: MI SUGERENCIA PERSONAL

En primer lugar, una excusa: este ensayo nace desde mi doble perspectiva como
psicólogo en diferentes centros de tratamiento de adicciones (desde centros ambulatorios
a comunidades terapéuticas) y como estudiantes de Antropología Social y Cultural. Eso
significa que habrá errores de visión y de opinión. No pretendo que se compartan mis
ideas, ni siquiera que se planteen como creencias. Mi objetivo es reflexionar sobre un
problema que se ha convertido en tan habitual y cotidiano que se ha cargado de
normalidad y descargado de peligro.
Hay factores que necesitan de análisis más profundos y generalizados que este ensayo:
sobre todo los relacionados con conducta sexual y su vinculación al consumo de
sustancias (que parecen estar vinculadas las edades tempranas de inicio en ambas
conductas pero que no se puede concluir de manera categórica) y la correlación entre la
presencia de sucesos traumáticos en la adolescencia y la aparición de consumo de
tóxicos, siguiendo la Teoría del Trauma de Cancrini (parece existir una vinculación entre
los traumas y las adicciones, pero no se puede ser concluyente con esta teoría basándonos
en los datos que tenemos).
Otro elemento muy peligroso para la investigación ha sido la identificación de “falsos
amigos” en los análisis: personas consumidoras de las mismas sustancias pueden tener
estructuras familiares y manejo de idiomas y lenguajes similares y estar integrados en
culturas diferentes: podemos proceder de diferentes culturas y compartir un mismo

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idioma, las relaciones entre padres e hijos son completamente diferentes según la
estructura social y del parentesco, las formas de consumo de sustancias pueden
producirse en contextos diferentes…Son análisis que debemos realizar antes de
extraer conclusiones precipitadas usando datos aparentemente absolutos.
Aspectos que se prestan a confusión y demagogia son los vinculados entre población
innmigrante y consumo de sustancias/conducta delictiva. Explicaciones muy
reduccionistas pueden llevar a fomentar y justificar actitudes discriminatorias y de
exclusión. No es mi caso ni mi opinión. De todas maneras, frente a las múltiples
opiniones existentes hoy en día, recomiendo que los interesados lean algún texto
relacionado con la denominada Teoría de la Consonancia Cultural , el impacto de la
migración, el desarraigo, su relación con alteraciones emocionales, el estrés del
emigrante…No es excusar, se trata de intentar comprender. Sobre todo, de no juzgar. No
estoy en disposición de juzgar a nadie, esto es únicamente un vehículo de expresión. Este
tema requeriría de un análisis propio y exclusivo para poder presentar las múltiples
facetas del fenómeno de la migración.
Deliberadamente se ha mantenido fuera de estas argumentaciones la perspectiva de
género con una doble intención: por un lado, el evitar extraer conclusiones absolutas
sobre un caso único, especialmente en terrenos controvertidos como la dependencia
afectiva y la doble exclusión mujer/drogodependiente (que se puede convertir en
exclusión múltiple si le añadimos factores como vivencia de prostitución, malos tratos,
delincuencia, prisión, enfermedad mental, carga familiar…); por otro lado, el porcentaje
de mujeres en los tratamientos es muy minoritario sobre las no atendidas. Este porcentaje
es similar en todos los estilos de atención, suponiendo un motivo de cuestionamiento en
sí mismo. De hecho, la conclusión sería la necesidad de realizar un estudio sobre
contextos estructurales y exclusión en mujeres adictas, analizando todos estos factores
anteriormente mencionados e intentando, si no es posible encontrar respuestas a las
preguntas, por lo menos aprender a realizar las preguntas correctas.
Hay otro problema que también se puede señalar y que se da en Andalucía: es la ausencia
de politólogos, economistas, sociólogos y antropólogos a la hora de elaborar, diseñar y
ajustar las estrategias de intervención y en muchos casos las Leyes y los Planes. Se
contemplan fundamentalmente las opiniones médicas y (a veces) de psicología clínica.
Los conceptos multidisciplinar e integral parecen tener diferentes significados según
quien los pronuncia. En Andalucía faltan analistas sobre el tema de las drogas, figura que
en otros países se contempla y asesora de forma independiente a las instituciones públicas
y privadas (el Observatorio Europeo contempla esa figura dentro de su organigrama).
Esto no es un remedio mágico, pero quizás un poco de independencia en el trabajo y la
opinión sea necesaria en materia de tratamiento de adicciones.
En mi opinión, la principal aportación de este ensayo sería la propuesta de desarrollo de
modelos de implantación: planes a medio plazo de carácter multidisciplinar que faciliten
la puesta en marcha de tratamientos a partir de los programas de investigación, así como
el aprovechar esta retroalimentación para identificar las carencias en dichos tratamientos
y generar nuevas investigaciones, en un circuito de ida y vuelta entre el tratamiento y la
investigación. Para ello, sería necesario vincular a investigadores y terapeutas en una
suerte de grupos de discusión o foros de intercambio de conocimientos donde volcar
todas estas propuestas.
Para terminar los factores culturales y sociales, los familiares sobre todo (Cañas, 2004;
Marina, 2001) son tan importantes como el apoyo psicoterapéutico y farmacológico. Si
no nos unimos todos los profesionales y afectados, nos estamos condenando a otros 25

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años de fracasos. La multidisciplinariedad en la formación y la praxis es necesaria, la
interdisciplinariedad en el tratamiento también, pero una suerte de eclecticismo práctico
en todos los ideólogos y profesionales parece hacer falta a la hora de planificar las líneas
básicas de intervención y prevención.
Falta mucho por hacer, pongámonos manos a la obra. Por mi parte, yo ya he abierto mi
mente. Ojalá fuera suficiente.

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