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MANUEL GONDRA

MENSAJES Y ESCRITOS
Obras de MANUEL GONDRA

PRÓLOGO
Manuel Gondra constituye toda una categoría de vida y pensamiento en la historia de nuestro pueblo. Desde temprana
edad demostró una decidida vocación por las letras y la historia. Su saber sustentado en copiosas lecturas bien
asimiladas y prestamente recordadas le llevaron a ejercer un agudo y penetrante espíritu crítico en disciplinas diversas
como la Literatura, la Historia y el Derecho.
Tal como lo consigna Carlos R. Centurión en su "Historia de la Cultura Paraguaya", Gondra nació en la solariega
vivienda de los Pereira en Ypané en el año 1871. Las primeras letras aprendió bajo el alero campesino de una humilde
escuela de Villeta. Prosiguió sus estudios en Asunción. En el Colegio Nacional tuvo su pieza de internado. Integró el
grupo de bachilleres egresados de esa institución en 1883.
A poco de terminar sus estudios de bachillerato ejerció la docencia. Fue profesor de Gramática, Geografía y Literatura
en el Colegio Nacional. Ya por aquellos años esplenden cualidades que revelan una precoz madurez en sus ideas y
módulos de vida. Al señorío, al decoro que preceden sus clases se unen su dicción pulcra, su exposición atildada.
Dispuesto a realizar sus estudios universitarios, ingresa en la Facultad de Derecho, pero a poco da un abrupto fin a ese
empeño. "Extraño destino el de este hombre- nos dice Arturo Bray-, que sin quererlo ni buscarlo, llegó a ser el
verdadero maestro de la juventud de su tiempo. Maestro de ideas y de conceptos, que no de meros conocimientos
didácticos, su cátedra adquirió pronto la jerarquía de un altar de la palabra, palabra castiza, fluida y seductora".
(Hombres y Épocas del Paraguay).
El caso es que, tan pronto como hubo conquistado notoriedad intelectual, Gondra irrumpe en el campo de la política.
Sus múltiples saberes, su acendrada ética, su estampa de gran señor terminan por convertirlo en una de las figuras más
importantes de la vida política paraguaya.
"Su prestancia de gran señor -nos lo recuerda Bray en su libro citado más arriba-, con estampa de rancio y altivo
hidalgo español, dan a su persona un realce de distinción y nobleza, que hacen de él, un gentilhombre de dorada
espuela... Hombre esencialmente bueno, de sus labios no brota jamás el vocablo áspero o la expresión mordaz ni para
el más enconado adversario".
En el quehacer político, ausculta anhelos e inquietudes de hombres que conforman los diversos sectores de la vida
paraguaya, así desde el más humilde al más encumbrado.
Sin embargo, Gondra no llega a afirmarse en la movediza arena de nuestra política ya que no acepta nada que pueda
menoscabar sus principios éticos. Manuel Gondra fue llevado por el voto de sus conciudadanos en dos ocasiones a la
Presidencia de la República y, una y otra vez hubo de resignar el mando a poco de ejercido.
Al paso del tiempo y acallado ya el estruendo suscitado por las pasiones que condicionaron una época de nuestra vida
nacional, vemos erguirse el recuerdo de su personalidad austera con los atributos que confieren la dignidad del
pensamiento unida a una ética ciudadana que no conoció atardeceres.
Bien podríamos citar aquí el siempre perspicaz juicio de Raúl Amaral cuando nos recuerda que: "Agotadas las
agitaciones de épocas, puede afirmarse que en nuestros días prevalece la figura de un Gondra depurado de las
adversidades de antaño y en más propicia cercanía a esa consideración intelectual que obtuviera de sus compañeros,
los novecentistas, de los que asimismo supo ser guía en los afanes culturales de la última década del siglo anterior y
comienzos del actual".
"Perdura de este modo, el otro Gondra, el esteta, el crítico de la norma literaria y el defensor, y practicante, del estilo
adecuado y preciso, ausente de camafeos y arabescos, pero por eso mismo castizo, de severa elocuencia". ("Escritos
Paraguayos".) Al esteta, al crítico de la norma literaria es, precisamente a quien apreciamos en estas páginas en que se
agavillan escritos y discursos que le dieron notoriedad dentro y fuera del país. Pero también es justo recordar que
Gondra fue hombre de Derecho y, que como tal, brilló alto su talento en la V Conferencia Panamericana realizada en
Santiago de Chile en 1923, en la que propuso la creación de un instrumento jurídico destinado a impedir los peligros
de la guerra en nuestro continente y que conocemos con el nombre de "Convención Gondra". Demás está decir que
esta justa del Derecho contribuyó aún más a enaltecer su nombre y prestigio de intelectual al punto que muchos lo
consideraran "la mentalidad más equilibrada del Plata".
Entre los escritos y discursos reunidos en este volumen sobresalen su crítica a Rubén Darío, su discurso de bienvenida
al Dr. Báez cuando representara a nuestro país en la Conferencia Panamericana realizada en México en 1901, su
discurso a Alberdi cuando la inauguración de su monumento en Buenos Aires, así como su oración fúnebre en el acto
de exequias del Dr. Blas Garay, que conforman piezas literarias de subido valor.
Rubén Darío que lo conoció y trató á Gondra cuando este era ministro plenipotenciario en Río de Janeiro en los años
de 1905 a 1908 no pudo menos que apreciar su densa cultura en sus conversaciones y en la lectura de sus escritos. Su
estudio crítico a Darío que tuvo como destinatario a Francisco Luis Bareiro, residente en Valparaíso (Chile) tiene
fecha 9 de noviembre de 1896, cuando Gondra contaba 25 años. En el aludido escrito, niega originalidad al vate
nicaragüense y, a partir de esta tesis hace un despliegue de erudición en que sus juicios aparecen apuntalados por
autores de renombre y que parecieran impulsarlo a un tiempo, a hacer pulcros distingos en lo que a estilo y corrientes
literarias conciernen.
En un pasaje de este escrito Gondra afirma: "Los modernistas de América, él inclusive (se refiere a Darío) no han
aportado nada nuevo, ni al acervo de la estética universal, ni al de la técnica literaria castellana".
El caso es que Gondra no reparó acaso suficientemente en aquello que constituye auténtica calidad poética en la obra
de Darío. Y que sí, vieron y sintieron -como muchas veces ocurre en arte-, no precisamente eruditos en la materia, sino
hombres con verdadero instinto y sentido poético, condiciones que incluyen, claro está, conocimientos del hecho
estético como condiciones decisivas para la captación y el goce de la belleza dondequiera se la encuentre.
Ya en nuestros días, aunque con antecedentes ilustres, el juicio formulado por Ernesto Giménez Caballero sintetiza la
calidad de la obra de Darío: "Aquel Darío que expresó una absoluta afirmación de la vida en todas sus dimensiones
heroicas y líricas. Darío que vio en Grecia y Roma, en el Renacimiento, en los ilustrados franceses del siglo XVIII y
en la América intacta y pura, los ideales creadores. Revoluciona la métrica y la adapta para esa vasta empresa con
versos mayores, solemnes y cesáreos y de una grandiosidad orquestal llegando a renovar el hexámetro clásico, tras
afirmar que en la lengua española existen sílabas largas y breves, como en la poesía antigua y no sólo ritmo acentual
como en la Edad Media".
Más aquí o más allá de sus conclusiones, la crítica de Gondra constituye una admirable pieza de erudición, de análisis
y crítica literaria.
Su discurso de homenaje a Alberdi en el acto de inauguración de la estatua del ilustre tucumano en Buenos Aires
(1910) y que pronunciara en representación del Instituto Paraguayo, de la Municipalidad y prensa de Asunción es otra
pieza de notable belleza formal y no menos riqueza en cuanto a calidades de ideas.
En un párrafo del discurso leemos: "La crítica, la verdadera crítica, no ha señalado aún el lugar definitivo que ocupa en
la historia del pensamiento argentino, pero, no sé si es aventurado decir que ese lugar será el del pensamiento más
sagaz y el del escritor político más sugestivo de Sud América. No tuvo Alberdi la caudalosa erudición del General
Mitre, ni la imaginación desordenada pero genial de Sarmiento, ni la inmensa doctrina jurídica de Vélez, ni la cultura
clásica y el decir castizo de Gutiérrez, ni la admirable ductilidad del talento de Vicente Fidel López, pero tuvo, y en
grado eminente, la visión honda, clara y serena de las cosas de América, y por eso supo más que otro alguno, dejar en
sus libros programas de gobierno para los estadistas de las embrionarias repúblicas del continente".
En otro pasaje del discurso expresa: "El Paraguay lo ama porque él fue su defensor abnegado en todos los momentos,
en aquellos días en que el destino desató entre estos pueblos esa larga guerra, la más cruenta de América, en cuyas olas
de sangre se creyó que se hubiese ahogado un pueblo. Lo ama, porque su defensa fue desinteresada, que el publicista
que la hacía no ignoraba que en ella iba la suerte de su vida pública. Lo ama, porque cuando los contrastes comenzaron
para sus armas, comenzó también a vacilar la fe de los que sostenían su causa, algunos de los cuales como Andrade,
hubo día en que olvidaron que el Paraguay existiese, y, entre tanto, Alberdi, sólo Alberdi hacía sonar sus gritos de
protesta y su voz de defensa, mientras las armas de esforzados combatientes y de gloriosos caídos iban trazando sobre
el suelo estremecido de la patria, esa inmensa diagonal de sangre y de heroísmo, que arranca en las arenas de Itapirú, y
halla término en las soledades de Cerro Corá".
En lo que se refiere a sus juicios históricos, se ha dicho de Gondra que era el "hombre de las transacciones
conciliatorias y de las equidistancias sin riesgos", afirmación sólo sustentable en un ambiente como el nuestro,
proclive siempre a la unilateralidad de opiniones y el consiguiente maniqueísmo sectario. Parafraseándole al propio
Gondra podríamos decir de él que, tuvo siempre la visión honda, clara y serena de la realidad de nuestro pueblo. No
escapó a su concepto que los hechos históricos por su misma complejidad, resultante de circunstancias, personas y
factores que en él intervienen, requieren comentarios plurales. Y esto, por no existir una única ley que los explique. El
principio de causalidad a que tan afectos eran los positivistas de finales del pasado siglo, no siempre resulta adecuado
para dilucidar, comprender y explicar el hecho histórico.
Algunos escritos polémicos de carácter histórico que aparecen en este volumen, han perdido en su mayor parte
vigencia aunque resultan reveladores de las ideas y valores que resonaron en el espíritu del joven Gondra.
El 89 de marzo de 1927 fallecía en la ciudad de Asunción Dn. Manuel Gondra. Conforme a su deseo de ser sepultado
en medio de la campiña en que viera la luz primera, sus restos fueron inhumados en su pueblo natal. En esa lejanía, a
campo abierto, que como prolongación de esa soledad a que tan afecto era y en la que sólo lo acompañaban sus seres
queridos y sus amados libros, descansa el ilustre paraguayo.

JORGE BÁEZ ROA.


Asunción, 23 de abril de 1996.

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