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PAIDEIA
Traducción de
]0AQUÍN XIRAU (libros I y II)
WENCESLAO Rocas (libros 111 y IV)
WERNER JAEGER
%%
Libros I y XI
Libro IV
Primera edición en español
(del original alemán inédito) 1945
Título original:
ISBN 968—16—0106—8
Impreso en México
ADVERTENCIA
ESTA ES UNA COPIA PRIVADA PARA FINES
EXCLUSIVAMENTE EDUCACIONALES
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QUEDA PROHIBIDA ,
LA VENTA, DISTRIBUCION Y COMERCIALIZACION
—Thomas Jejj"erson
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PRÓLOGO
VII
vm PRÓLOGO
ñí1
VJ
INTRODUCCIÓN
4- INTRODUCCIÓN
clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia,
como una estirpe o un estado.
tan sólo comienzo temporal, sino también dgxñ, origen o fuente es-
piritual, al cual en todo grado de desarrollo hay que volver para ha-
llar una orientación. Este es el motivo por el cual, en el curso de
nuestra historia, volvemos constantemente a Grecia. Este retorno a
Grecia, esta espontánea renovación de su influencia, no significa que
le hayamos conferido, por su grandeza espiritual, una autoridad in-
mutable, rígida e independiente de nuestro destino.
6 INTRODUCCIÓN
º Para lo que sigue, ver mi trabajo: Platos Stellung im Aufbau der Griechi-
sehen Bildung (Berlín, 1928), especialmente la primera parte: Kulturidee und
Griechentum, pp. "¡ ss. (Die Antíke, vol. 4, p. 1).
LOS GRIEGOS EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN 7
No hemos ganado acaso mucho diciendo que los griegos fueron los
creadores de la idea de cultura en unos tiempos cansados de cultura,
en que puede considerarse esta paternidad como una carga. Pero lo
que llamamos hoy cultura es sólo un producto avellanado, una última
metamorfosis del concepto griego originario. No es para los griegos
la paideia un “aspecto externo de la vida”, xaraoxevñ 1:01”) 6iov, in-
abarcable, fluyente y anárquico. Tanto más conveniente parece ser
iluminar su verdadera forma para asegurarnos de su auténtico sen-
tido y de su valor originario. El conocimiento del fenómeno origina-
rio presupone una estructura espiritual análoga a la de los griegos, una
actitud parecida a la que adopta Goethe en la consideración de la
naturaleza ——aunque probablemente sin vincularse a una tradición
histórica directa. Precisamente, en un momento histórico en que por
razón misma de su carácter postrimero, la vida humana se ha re-
cluido en la rigidez de su costra, en que el complicado mecanismo
de la cultura deviene hostil a las cualidades heroicas del hombre, es
preciso, por una necesidad histórica profunda, volver la mirada anhe-
lante a las fuentes de donde brota el impulso creador de nuestro pue-
blo, penetrar en las capas profundas del ser histórico en que el es-
piritu del pueblo griego, estrechamente vinculado al nuestro, dio forma
a la vida palpitante que se conserva hasta nuestros días y eternizó el
instante creador de su irrupción. El mundo griego no es sólo el es-
pejo que refleja el mundo moderno en su dimensión cultural e histó-
rica o un símbolo de su autoconciencia racional. El misterio y la ma-
ravilla de lo originario rodea a la primera creación de alicientes y
estímulos eternamente renovados. Cuanto mayor" es el peligro de que
aun la más alta posesión se degrada por el uso diario, con mayor
fuerza resalta el profundo valor de las fuerzas conscientes del espíritu
que se destacaron de la oscuridad del pecho humano y estructuraron,
8 INTRODUCCIÓN
10 INTRODUCCIÓN
12 INTRODUCCIÓN
Este ideal del hombre, mediante el cual debía ser formado el indi-
viduo, no es un esquema vacío, independiente del espacio y del tiem-
po. Es una forma viviente que se desarrolla en el suelo de un pueblo
y persiste a través de los cambios históricos. Recoge y acepta todos
los cambios de su destino y todas las etapas de su desarrollo histórico.
Desconoció este hecho el humanismo y el clasicismo de anteriores
tiempos al hablar de la “humanidad”, de la “cultura”, del “espíritu”
de los griegos o de los antiguos como expresión de una humanidad
intemporal y absoluta. El pueblo griego trasmitió, sin duda, a la
posteridad una riqueza de conocimientos imperecederos en forma
imperecedera. Pero sería un error fatal ver en la voluntad de forma de
los griegos una norma rígida y definitiva. La geometria euclidia-
na y la lógica aristotélica son, sin duda, fundamentos permanentes
del espíritu humano, válidos también para nuestros días, y no es po-
sible prescindir de ellos. Pero incluso estas formas universalmente
válidas, independientes del contenido concreto de la vida histórica,
son, si las consideramos con nuestra mirada impregnada de sentido
histórico, completamente griegas y no excluyen la coexistencia de otras
formas de intuición y de pensamiento lógico y matemático. Con mu-
cha mayor razón debe ser esto verdad de otras creaciones del genio
griego más fuertemente acuñadas por el medio ambiente histórico y
más directamente conectadas con la situación del tiempo.
16 INTRODUCCIÓN
cimiento de lo que realmente fue y tal como fue. En su apasionado
intento de ver claramente el pasado, consideró a los clásicos como
un simple fragmento de la historia —aunque un fragmento de la ma-
yor importancia—, sin prestar atención ni plantear el problema de
su influencia directa sobre el mundo actual. Esto se ha considerado
como un problema personal y el juicio sobre su valor ha sido reser-
vado a la decisión particular. Pero al lado de esta historia enciclo-
pédica y objetiva de la Antigiiedad, menos libre de valoraciones de
lo que sus más eminentes promotores se figuran, sigue el perenne
influjo de la “cultura clásica” por mucho que intentemos ignorarla.
La concepción clásica de la historia que lo mantenía ha sido elimi-
nada por la investigación, y la ciencia no ha tratado de darle un
nuevo fundamento. Ahora bien: en el momento actual, cuando nues-
tra cultura toda, conmovida por una experiencia histórica exorbitan-
te, se halla constreñida a un nuevo examen de sus propios funda-
mentos, se plantea de nuevo a la investigación de la Antigiiedad el
problema, último y decisivo para nuestro propio destino, de la for-
ma y el valor de la educación clásica. Este problema sólo puede ser
resuelto por la ciencia histórica y a la luz del conocimiento histórico.
No se trata de presentar artísticamente la cosa bajo una luz idealiza-
d0ra, sino de comprender el fenómeno imperecedero de la educación
antigua y el ímpetu que la orientó a partir de su propia esencia espi-
ritual y del movimiento histórico a que dio lugar.
LIBRO PRIMERO
LA PRIMERA GRECIA
1. NOBLEZA Y “ARETE”
l9
20 LA PRIMERA GRECIA
los perros de raza noble. Al principio esta educación se hallaba re-
servada sólo a una pequeña clase de la sociedad, a la de los nobles.
El kalos kagathos griego de los tiempos clásicos revela este origen
de un modo tan claro como el gentleman inglés. Ambas palabras pro-
ceden del tipo de la aristocracia caballeresca. Pero desde el momento
en que la sociedad burguesa dominante adoptó aquellas formas, la
idea que las inspira se convirtió en un bien universal y en una norma
para todos.
1 El pasaje más antiguo ESQUILO, Los siete, 18. La palabra significa aquí toda-
vía lo mismo que roocpñ.
NOBLEZA Y ARETE 21
uso puramente moral, como expresión del más alto ideal caballeresco
unido a una conducta cortesana y selecta y el heroísmo guerrero, ex-
presaría acaso el sentido de la palabra griega. Este hecho nos indica
de un modo suficiente dónde hay que buscar su origen. Su raíz se
halla en las concepciones fundamentales de la nobleza caballeresca. En
el concepto de la areté se concentra el ideal educador de este periodo
en su forma más pura.
2 Areté del caballo W 276, 374, también en PLATÓN, Rep., 335 B, donde se
habla de la areté de los perros y los caballos. En 353 B, se habla de la areté del
ojo. Arele' de los dioses, I 498.
3 Q 322.
4 Los griegos comprendían por areté, sobre todo, una fuerza, una capacidad.
A veces la definen directamente. El vigor y la salud son areté del cuerpo. Sa-
gacidad y penetración, areté del espíritu. Es dificil compaginar estos hechos con
la explicación subjetiva ahora usual que hace derivar la palabra de doéoxu)
“complacer” (ver M. HOFFMANN, Die ethische Terminologíe bei Homer, Hesiod
und den allen Elegikern und Iambographen, Tubinga, 1914, p. 92). Es verdad
que areté lleva a menudo el sentido de reconocimiento social, y viene a significar
entonces “respeto", “prestigio”. Pero esto es secundario y se debe al fuerte con-
tacto social de todas las valoraciones del hombre en lºs primeros tiempos. Origi-
22 LA PRIMERA GRECIA
7 Junto a (ivailóg se emplea. en este sentido, sobre todo éoflhóg; armó; sig-
nifica lo contrario. El lenguaje de Teognis y de Pindaro muestra cómo estas
palabras más tarde siguen especialmente adheridas a la aristocracia, aunque
cambiando su sentido paralelamente al desarrollo general de la cultura. Sin em-
bargo, esta limitación de la areté en la aristocracia, natural en la época
homérica,
NOBLEZA Y ARETE 23
24 LA PRIMERA GRECIA
9 A 784.
10 Así la fuente griega de CICERÓN. De Of., 3, 57, donde el verso (l. 443), es
citado en este sentido. Todo el pasaje es muy interesante como primer intento
de una historia de la educación.
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26 LA PRIMERA GRECIA
NOBLEZA Y ARETE 27
15 Amsró'rstss, El. nic., A 7-9, ver mi ensayo: “Der Grossgesinnte”, Die Anti-
ke, vol. 7, pp. 97 ss.
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NOBLEZA Y ARETE 29
30
3 Ver mi ensayo Salons Ezmumie, Sitz. Berl. Akad., 1926, pp. 73 ss. Tam-
bién F. .ÍACOBY (ab. cit., p. 160), aporta meros argumentos que nos llevan a un
terminus ante quem más alto todavia.
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a su noble esposa, pero en atención a la suya propia no compartió
nunca con ella el lecho.
40 LA PRIMERA GRECIA
13 I 523.
42 LA PRIMERA GRECIA
44 LA PRIMERA GRECIA
peranza, hubiera sido un aliado inútil para la lucha ruda y decisiva
y para la venganza de Odiseo, a su retorno al hogar, y éste hubiera
debido oponerse a los pretendientes sin ayuda alguna. Atenea lo con-
vierte en el compañero de lucha, valeroso, decidido y osado.
Contra la afirmación de una consciente formación pedagógica de
la figura de Telémaco, en los cuatro primeros cantos de la Odisea,
se ha objetado que la poesía griega no ofrece representación alguna
del desarrollo de un carácter.16 Ciertamente no es la Odisea una no-
vela pedagógica moderna, y el cambio en el carácter de Telémaco
no puede ser considerado como un desarrollo en el sentido actual.
En aquel tiempo sólo podía ser explicado como obra de la inspira-
ción divina. Pero la inspiración no ocurre, como es frecuente en la
epopeya, de un modo puramente mecánico, mediante el mandato de
un dios o simplemente en sueños. No actúa como un influjo mágico,
sino como instrumento natural de la gracia divina, que ejerce un
influjo consciente sobre la voluntad y el intelecto del joven, destina—
do, en el futuro, a una misión heroica. No se necesita más que un
impulso exterior para suscitar en Telémaco la íntima y necesaria dis-
posición hacia la iniciativa y la acción. La acción conjunta de distin-
tos factores, el íntimo impulso que no halla por sí mismo el camino
de la acción, ni se pone por sí mismo en movimiento, el buen na-
tural de Telémaco, la ayuda y el favor divinos y el momento decisivo
de la resolución, se destacan y matizan con la mayor finura. Todo
ello revela la profunda inteligencia del poeta del problema que se
ha planteado. La técnica épica le permite reunir en la unidad de
una sola acción la intervención divina y el influjo natural educador,
haciendo que Atenea hable a Telémaco en la figura del viejo amigo
y huésped, Mentes. Este procedimiento acerca la invención al senti-
miento natural humano, de tal modo que todavía hoy se nos aparece en
su íntima verosimilitud. Nos parece natural la acción liberadora de
las fuerzas juveniles realizada por todo acto verdaderamente educa-
dor y la conversión de la sorda sujeción en actividad libre y gozosa.
Todo ello es un ímpetu divino, un milagro natural. Así como Ho—
mero considera el fracaso del educador, en su última y más difícil
tarea de doblegar la orientación que el destino ha impuesto a Aquiles,
como una acción adversa de los demonios, reconoce y venera pia-
dosamente, en la transformación de Telémaco de un joven indeciso
en un verdadero héroe, la obra de una charis, de la gracia divina.
La conciencia y la acción educadora de los griegos en sus más altos
momentos es plenamente consciente de este elemento imponderable. Lo
16 Asi WILAMOWITZ, ob. cit., pero ver R. PFEIFFER, DLZ. 1928, 2368. Me
parece que se trata menos de la norma divina de la educación aristocrática que
de la conducción divina en la vida y obras personales de Telémaco. Cuyo sen-
tido especial, en este caso pedagógico, no es puesto en duda por el hecho de
que Atenea intervenga también constantemente en la Odisea, siendo “además"
un mero medio de la técnica épica, como dice F. JACOBY, ob. cit., p. 169, contra
Pfeiffer. Lo divino actúa en la vida en formas muy diferentes.
46 LA PRIMERA GRECIA
22 Y 306-316.
48
HOMERO EL EDUCADOR 49
Por otra parte, los valores más altos adquieren generalmente, me-
diante su expresión artística, el significado permanente y la fuerza
emocional capaz de mover a los hombres. El arte tiene un poder
ilimitado de conversión espiritual. Es lo que los griegos denomina-
ron psicagogia. Sólo él posee, al mismo tiempo, la validez universal
y la plenitud inmediata y vivaz que constituyen las condiciones más
importantes de la acción educadora. Mediante la unión de estas dos
modalidades de acción espiritual supera al mismo tiempo a la vida
real y a la reflexión filosófica. La vida posee plenitud de sentido,
pero sus experiencias carecen de valor universal. Se hallan demasia-
do interferidas por sucesos accidentales para que su impresión pueda
alcanzar siempre el mayor grado de profundidad. La filosofía y la
reflexión alcanzan la universalidad y penetran en la esencia de las
50 LA PRIMERA GRECIA
cosas. Pero actúan tan sólo en aquellos para los cuales sus pensa-
mientos llegan a adquirir la intensidad de lo vivido personalmente.
De ahi que la poesía aventaje a toda enseñanza intelectual y a toda
verdad racional, pero también a las meras experiencias accidentales
de la vida individual. Es más filosófica que la vida real (si nos es
permitido ampliar el sentido de una conocida frase de Aristóteles).
Pero, es, al mismo tiempo, por su concentrada realidad espiritual,
más vital que el conocimiento filosófico.
HOMERO EL EDUCADOR 51
artística. Ninguna épica de ningún pueblo ha acuñado de un modo
tan completo y alto aquello que hay de imperecedero, a pesar de
todos los “progresos” burgueses, en el estadio heroico de la existen-
cia humana ni su sentido universal del destino y la verdad perdurable
sobre la vida. Ni tan siquiera poemas como los de los pueblos ger-
manos, tan profundamente humanos y tan próximos a nosotros, pue-
den compararse, por la amplitud y la permanencia de la acción, con
los de Homero. La diferencia entre su significación histórica en la
vida de su pueblo y la de la épica medieval, germana o francesa,
se manifiesta por el hecho de que la influencia de Homero se exten-
dió, sin interrupción, & través de más de un millar de años, mientras
que la épica medieval cortesana fue pronto olvidada, tras la deca-
dencia del mundo caballeresco. La fuerza vital de la épica homérica
produjo todavía en la época helenística, en la cual se buscaba a todo
un fundamento científico, una nueva ciencia, la filología, consagrada
a la investigación de su tradición y de su forma originaria, la cual
vivió exclusivamente de la fuerza imperecedera de aquellos poemas.
Los polvorientos manuscritos de la épica medieval, de la Canción de
Rolando, Beowulf y los Nibelungos dormitaban, en cambio, en las
bibliotecas y fue necesario que una erudición previamente existente
los descubriera de nuevo y los sacara a la luz. La Divina comedia
de Dante es el único poéma épico de la Edad Media que ha alcanzado
un lugar análogo no sólo en la vida de su propia nación, sino de
la humanidad entera. Y ello por una razón análoga. El poema
de Dante, aunque condicionado por el tiempo, se eleva, por la pro-
fundidad y la universalidad de su concepción del hombre y de la
existencia, a una altura que sólo alcanza el espiritu inglés en Shakes-
peare y el alemán en Goethe. Verdad es que los estadios primitivos
de la expresión poética de un pueblo se hallan condicionados de un
modo más vigoroso por las particularidades nacionales. La inteli-
gencia de su peculiaridad por otros pueblos y tiempos se halla nece-
sariamente limitada. La poesía arraigada en el suelo ——y no hay
ninguna verdadera poesía que no lo está—_ sólo se eleva a una vali-
dez universal en cuanto alcanza el más alto grado de universalidad
humana. El hecho de que Homero, el primero que entra en la histo-
ria de la poesia griega, se haya convertido en el maestro de la hu—
manidad entera, demuestra la capacidad única del pueblo griego para
llegar al conocimiento y a la formulación de aquello que a todos
nos une y a todos nos mueve.
52 LA PRIMERA GRECIA
heroico del hombre es el aliento espiritual de la Ilíada. El ethos de
la cultura y de la moral aristocráticas halla el poema de su vida
en la Odisea. La sociedad que produjo aquella forma de vida tuvo
que desaparecer sin dejar testimonio alguno al conocimiento histó-
rico. Pero su pintura ideal, incorporada a la poesia homérica, llegó
a convertirse en el fundamento viviente de toda la cultura helénica.
H'ólderlin ha dicho: “Lo perdurable es la obra de los poetas.” Este
verso expresa la ley fundamental de la historia de la cultura y de
la educación helénicas. Sus piedras fundamentales se hallan en la
obra de los poetas. De grado en grado y de un modo creciente des-
arrolla la poesia griega, con plena conciencia, su espíritu educador.
Podria, acaso, preguntarse cómo es compatible la actitud plenamente
objetiva de la epopeya con este designio. Hemos mostrado ya en el
análisis precedente de la Embajada a Aquiles y de la “Telemaquia”,
mediante ejemplos concretos, la intención educadora de aquellos can-
tos. Pero la importancia educadora de Homero es evidentemente más
amplia. No se limita al planteamiento expreso de determinados pro-
blemas pedagógicos ni a algunos pasajes que aspiran a producir un
determinado efecto ético. La poesia homérica es una vasta y com-
pleja obra del espíritu que no es posible reducir a una fórmula única.
Al lado de fragmentos relativamente recientes, que revelan un interés
pedagógico expreso, se hallan otros pasajes en los cuales el interés
por los objetos descritos aleja la posibilidad de pensar en un doble
designio ético. El canto noveno de la Ilíada o la “Telemaquia” revelan
en su actitud espiritual una voluntad tan decidida de producir un
efecto consciente, que se aproximan a la elegía. Hemos de distinguir
de ellos otros fragmentos en los cuales se revela, por decirlo asi, una
educación objetiva, que no tiene nada que Ver con el propósito del
poeta, sino que se funda en la esencia misma del canto épico. Ello
nos conduce a los tiempos relativamente primitivos donde se halla el
origen del género.
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griego, sino del héroe de los troyanos, que cae por su patria y alcan-
za con ello la más alta calidad humana. Los grandes héroes aqueos
encarnan el tipo de la más alta heroicidad. La patria, la mujer y los
niños, son motivos que actúan menos sobre ellos. Se habla ocasio-
nalmente de que luchan para vengar el rapto de Helena. Hay el in-
tento de tratar directamente con los troyanos el retorno de Helena a
su marido legal y evitar así el derrame de sangre, tal como parece
aconsejarlo una política razonable. Pero no se hace ningún uso im-
portante de esta justificación. Lo que despierta la simpatía del poeta
por los aqueos no es la justicia de su causa, sino el resplandor im-
perecedero de su heroicidad.
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6 2 478 ss.
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prender desde el punto de vista histórico el progreso de esta elabora-
ción moralizadora, a partir de los estadios más primitivos. Al lado
de la idea de conjunto, ética y religiosa, que domina, a grandes
rasgos, la forma definitiva de la Odisea, ofrece una riqueza inagota-
ble de rasgos espirituales que van desde lo fabuloso hasta lo idílico,
lo heroico y lo aventurero, sin que se agote con ello la acción del
poema. Sin embargo, la unidad y la rigurosa economía de la cons-
trucción, sentida desde todos los tiempos como uno de sus rasgos fun-
damentales, depende de las grandes líneas del problema religioso y
ético que desarrolla.
66 LA PRIMERA GRECIA
Pero Hesíodo no nos pones sólo ante los ojos la vida campesina,
como tal. Vemos también en él la acción de la cultura noble y de
su fermento espiritual ——la poesia homérica—_ sobre las capas más
profundas de la nación. El proceso de la cultura griega no se realiza
70 LA PRIMERA GRECIA
72 LA PRIMERA GRECIA
Zeus, que humilla a los poderosos y ensalza a los humildes, debe hacer
justa la sentencia de los jueces. El poeta mismo toma en tierra el
papel activo de decir la verdad a su hermano extraviado y apartarlo
del camino funesto de la injusticia y la contienda. Verdad que Eris
es una deidad a la cual los hombres deben pagar tributo, aun contra
su voluntad. Pero al lado de la Eris mala hay una buena que no
promueve la lucha, sino la emulación. Zeus le dio su morada en las
raíces de la tierra. Enciende la envidia en el perezoso ante el éxito
de su vecino y lo mueve al trabajo y al esfuerzo honrado y fecundo.
El poeta se dirige a Perses para prevenirle contra la Eris mala. Sólo
puede consagrarse a la inútil manía de disputar el hombre rico que
tiene llenas las trajes y no se halla agobiado por el cuidado de su
subsistencia. Este puede maquinar contra la hacienda y los bienes
de los demás y disipar el tiempo en el mercado. Hesíodo exhorta
a su hermano a no tomar, por segunda vez, este camino, y a recon-
ciliarse con él sin proceso; puesto que dividieron ya, desde hace
tiempo, la herencia paterna y Perses tomó para si más de lo que le
correspondía, sobornando a los jueces. “lnsensatos, no saben cuán
verdadera es la sentencia de que la mitad es mayor que el todo y qué
bendición encierra la hierba más humilde que produce la tierra para
el hombre, la malva y el asfódelo.” 3 Así el poeta, al dirigir su exhor-
tación a su hermano, pasa del caso concreto a su formulación gene-
ral. Y ya desde el comienzo se deja entrever cómo se ensalza la
advertencia contra las contiendas y la injusticia y la fe inquebran-
table en la protección del derecho por las fuerzas divinas, con la
segunda parte del poema, las doctrinas del trabajo de los campesinos
y los navegantes y las sentencias relativas a lo que el hombre debe
hacer y omitir. La única fuerza terrestre que puede contraponerse
al predominio de la envidia y las disputas es la Eris buena, con su
pacífica emulación en el trabajo. El trabajo es una dura necesidad
para el hombre, pero es una necesidad. Y quien provee mediante él
a su modesta subsistencia, recibe mayores bendiciones que quien co-
dicia injustamente los bienes ajenos.
3 E rga, 40.
74 LA PRIMERA GRECIA
los tres elementos más esenciales de una doctrina racional del devenir
del mundo aparecen también, evidentes, en la representación mítica de
la Teogonía: el Caos, el espacio vacío; la Tierra y el Cielo, funda-
mento y cubierta del mundo, separados del Caos, y Eros, la fuerza
originaria creadora y animadora del cosmos. La tierra y el cielo son
elementos esenciales de toda concepción mitica del mundo. Y el Caos,
que hallamos también en los mitos nórdicos, es evidentemente una idea
originaria de las razas indogermánicas. El Eros de Hesíodo es una
idea especulativa original y de una fecundidad filosófica enorme. En
la Titanomaquia y en la doctrina de las grandes dinastías de los dio-
ses, entra en acción la idea teológica de Hesíodo de construir una
evolución del mundo, llena de sentido, en la cual intervienen fuerzas
de carácter ético además de las fuerzas telúricas y atmosféricas. El
pensamiento de la Teogonía no se contenta con ponerlos en relación
con los dioses reconocidos y venerados en los cultos ni con los con-
ceptos tradicionales de la religión reinante. Por el contrario, pone al
servicio de una concepción sistemática, sobre el origen del mundo y
de la vida humana, elaborada mediante la fantasía y el intelecto, los
datos de la religión en el sentido más amplio del culto, de la tradi-
ción mítica y de la vida interior. Así, concibe toda fuerza activa
como una fuerza divina, como corresponde a aquel grado de la evo-
lución espiritual. Nos hallamos, pues, ante un pensamiento vivo y
mítico, expuesto en la forma de un poema original. Pero este siste-
ma mítico se halla constituido y gobernado por un elemento racional,
como lo demuestra el hecho de que se extienda mucho más allá del
círculo de los dioses conocidos por Homero y objeto del culto y
de que no se limite a los meros registros y combinaciones de dioses
admitidos por la tradición, sino que se atreva a una interpretación
creadora de los mismos e invente nuevas personificaciones cuando
así lo exijan las nuevas necesidades del pensamiento abstracto.
Este uso normativo del mito se revela con mayor claridad por el
hecho de que Hesíodo, en los Ergo, coloca, inmediatamente después
de la historia de Prometeo, la narración de las cinco edades del
mundo, mediante una fórmula de transición que carece acaso de
estilo, pero que es sumamente característica para nuestro propósito.5
“Si tú quieres, te contaré con arte una segunda historia hasta el fin.
Acéptala, empero, en tu corazón.” En este tránsito del primer mito
al segundo era necesario dirigirse de nuevo a Perses, para llevar a la
conciencia de los oyentes la unidad del fin didáctico de dos narracio-
nes en apariencia tan distintas. La historia de la antigua Edad de Oro
y de la degeneración siempre creciente de los tiempos subsiguientes,
debe mostrar que los hombres eran originariamente mejores que hoy
5 Ergo, 106.
76 LA PRIMERA GRECIA
y vivían sin trabajos ni penas. Sirve de explicación el mito de Pro-
meteo. Hesíodo no vio que ambos mitos en realidad se excluyen, lo
cual es particularmente significativo para su plena interpretación ideal
del mito. Menciona Hesíodo, como causas de la creciente desventura
de los hombres, el progreso de hybris y la irreflexión, la desapari-
ción del temor de los dioses, la guerra y la violencia. En la edad
quinta, la edad de hierro, en la cual el poeta lamenta tener que vivir,
domina sólo el derecho del más fuerte. Sólo los malhechores pueden
afirmarse en ella. Aquí refiere Hesíodo la tercera historia: la del hal-
cón y el ruiseñor. La dirige expresamente a los jueces, a los señores
poderosos. El balcón arrebata al ruiseñor ——el “cantor”—— y a sus
lamentos lastimeros responde el raptor, mientras lo lleva en sus garras
a través de los aires: “ “Desventurad0, ¿de qué te sirven tus gemidos?
Te hallas en poder de uno más fuerte que tú y me seguirás a donde
quiera llevarte. De mi depende comerte o dejarte.” Hesíodo denomina
a esta historia de animales, un ainos. Semej antes fábulas eran creídas
por todo el pueblo. Cumplían en el pensamiento popular una función
análoga a la de los paradigmas míticos en los discursos épicos: con-
tenían una verdad general. Homero y Píndaro denominan también
ainos & los ejemplos míticos. Sólo más tarde se limita el concepto a
las fábulas de animales. Contiene el sentido ya conocido de adverten-
cia o consejo. Asi, no es sólo ainos la fábula del balcón y el ruiseñor.
Este es sólo el ejemplo que ofrece Hesíodo a los jueces. Verdaderos
ainos son también la historia de Prometeo y el mito de las edades
del mundo.
6 Erga, 202.
7 Ergo, 274. Nomas no significa todavía en este contexto “ley”.
78 LA PRIMERA GRECIA
80 LA PRIMERA GRECIA
15 El paralelo más destacado de esta parte de los Erga son las sentencias de
Teognis (véase infra, p. 192).
82 LA PRIMERA GRECIA
o mayor importancia es el hecho de que el pueblo griego considere
ya para siemper a Hesíodo como un educador orientado en el ideal
del trabajo y de la justicia estricta y que, formado en el medio cam-
pesino, conserve su valor aun en situaciones sociales totalmente di-
versas.
La verdadera raíz de la poesía de Hesíodo reside en la educación.
No depende del dominio de la forma épica ni de la materia en
cuanto tal. Si consideramos los poemas didácticos de Hesíodo sólo
como una aplicación más o menos original del lenguaje y las formas
poéticas de los rapsodas a un contenido que se consideró como “pro-
saico” por las generaciones posteriores, sobreviene la duda sobre el
carácter poético de la obra. Los filólogos antiguos formularon la
misma duda en relación con los poemas didácticos posteriores.16 He-
síodo mismo halló la justificación de su misión poética en su volun-
tad profética de convertirse en el maestro de su pueblo. Con estos
ojos consideraron sus contemporáneos a Homero. No podían imagi-
nar una forma más alta de influjo espiritual que el de los poetas y
los rapsodas homéricos. La misión educadora del poeta se hallaba
inseparablemente vinculada a la forma del lenguaje épico, tal como
la habían experimentado por el influjo de Homero. Cuando Hesíodo
recogió, a su modo, la herencia de Homero, definió para la poste-
ridad, más allá de los límites de la simple poesía didáctica, la esencia
de la creación poética, en el sentido social, educador y constructivo.
Esta fuerza constructora surge, más allá de la instrucción moral e
intelectual, en la esencia de las cosas, dando nueva vida a cuanto
toca. La amenaza inmediata de un estado social dominado por la
disensión y la injusticia condujo a Hesíodo a la visión de los funda-
mentos en que descansaba la vida de aquella sociedad y la de cada
uno de sus miembros. Esta visión esencial, que penetra en el sentido
simple y originario de la vida, determina la función del verdadero
poeta. Para él no existe asunto prosaico o poético por si mismo.
Hesíodo es el primer poeta griego que habla en nombre propio
de su medio ambiente. Así se eleva, más allá de la esfera épica, que
pregona la fama e interpreta las sagas, a la realidad y a las luchas
actuales. En el mito de las cinco edades se manifiesta claramente
que considera el mundo heroico de la epopeya como un pasado
ideal, que contrapone al presente de hierro. En el tiempo de Hesíodo
el poeta se esfuerza por ejercer una influencia directa en la vida. Por
primera vez mantiene la pretensión de guia, sin fundarla en una
ascendencia aristocrática ni en una función oficial reconocida. Surge,
de pronto, la comparación con los profetas de Israel, desde antiguo des-
tacada. Sin embargo, con Hesíodo, el primero de los poetas griegos
que se levanta con la pretensión de hablar públicamente a la comuni-
dad, por razón de la superioridad de su conocimiento, se anuncia el
15 Erga, 10.
17 Teog., 27.
86 LA PRIMERA GRECIA
83 LA PRIMERA GRECIA
siempre un recuerdo imborrable, es el último de los movimientos
de pueblos, probablemente originarios de la Europa central, que, par-
tiendo de la peninsula balcánica, penetraron en Grecia y por su mez-
cla con los pobladores de otras razas mediterráneas, desde antiguo
instaladas alli, constituyeron el pueblo griego que nos ofrece la his-
toria. El tipo peculiar de los invasores se mantuvo en Esparta con la
mayor pureza. La raza dórica proporcionó a Píndaro su ideal de
hombre rubio, de alta estirpe, tal como se representaba no sólo al
Menelao homérico, sino también al héroe Aquiles, y, en general, a
todos los “helenos de rubios cabellos” de la Antigiiedad heroica.
Lo primero que hay que advertir es que los espartanos sólo for-
maban una pequeña clase dominante, de formación tardía, entre la
población laconia. Bajo su dominio se hallaba una clase popular,
libre; trabajadora y campesina, los periecos, y los siervos ilotas, una
masa sometida, casi privada de todo derecho. Los antiguos relatos
concernientes a Esparta nos ofrecen la imagen de un pueblo que vivía
de un modo permanente en un campamento militar. Este carácter de-
pendía mucho más de la constitución interna de la comunidad que
de un afán de conquista. Los dos reyes de los heráclidas, sin poder
político en la época histórica y que sólo recobraban su importancia
originaria en el campo de batalla, constituyen una supervivencia de
los antiguos reyes de los ejércitos del tiempo de las invasiones dóricas
y acaso del hecho de que dos hordas proclamaban conjuntamente a
sus dos caudillos. La asamblea popular espartana no es otra cosa que la
antigua comunidad guerrera. No hay en ella debate alguno. Se limi-
tan a votar si o No ante una proposición precisa del consejo de
los ancianos. Este tiene el derecho de disolver la asamblea y puede
rechazar sus propuestas salidas de votación con resultado desfavorable.
El eforato es la autoridad más poderosa del estado y reduce a un
mínimo el poder político de la realeza. Su organización representa
un poder moderador en el conflicto de fuerzas entre los señores y el
pueblo. Otorga al pueblo un mínimo de derechos y conserva el ca-
rácter autoritario de la vida pública tradicional. Es significativo que
el eforato sea la única institución no atribuida a la legislación de
Licurgo.
90 LA PRIMERA GRECIA
“ TIRTEO, frag. 4. Cito los fragmentos de los lll"iC05 griegos según la Anthr:logín
Lyrica Craeca, ed. E. Diehl (Leipzig, 1925).
92 LA PRIMERA GRECIA
94 LA PRIMERA GRECIA
96 LA PRIMERA GRECIA
puramente formales, se le consideró como posterior y se'negó que
perteneciera a Tirteo. En otro lugar he dado la prueba evidente de
su autenticidad.9 En modo alguno puede ser considerado como per-
teneciente a la época sofística (siglo V). Evidentemente, Solón y
Píndaro lo conocieron ya y ]enófanes, en el siglo VI, en uno de sus
poemas que nos han llegado, maneja, elabora y transforma, sin duda
alguna, varias de sus ideas capitales. Por otra parte, es evidente que
Platón escogió esta elegía entre todos los poemas atribuidos a Tirteo
como el que mejor caracteriza el espíritu de Esparta.10 En él desarrolla
el poeta, del modo más penetrante, la esencia de la areté espartana.
Alcanzamos aquí una perspectiva profunda sobre el desarrollo
histórico de este concepto desde Homero y sobre la íntima crisis que
sufrió el antiguo ideal del hombre en el periodo de crecimiento de
la cultura ciudadana. El poeta exalta la verdadera areté sobre cuales-
quiera otros bienes que, a juicio de sus contemporáneos, pudieran
otorgar un valor y una consideración al hombre. “No quisiera man-
tener la memoria de un hombre ni hablar de él por la virtud de sus
pies ni por la destreza en la lucha, aun cuando tuviera la grandeza y
la fuerza de los cíclopes y venciera en velocidad al tracio Boreas.”
Estos son ejemplos eminentes de la areté agonal, que los caballeros,
desde los tiempos de Homero, estimaban por encima de todo y que,
en la última centuria, a consecuencia de los juegos olimpicos, habían
sido considerados, aun para los luchadores ajenos a la nobleza, como
la más alta medida de la realización humana. Pero Tirteo añade to-
davia otras virtudes de la antigua aristocracia: “Y aunque fuera más
bello que Titonos y más rico que Midas y Ciniras y más regio que
Pelops, el hijo de Tántalo, y tuviera una lengua más lisonjera
que Adrasto, ni quisiera honrarle, aunque tuviera todas las glorias
del mundo, si no poseyera el valor guerrero. No se halla bregado en
la lucha si no es capaz de resistir la muerte sangrienta en la guerra
y luchar cuerpo a cuerpo con su adversario. Esto es areté -——exclama
el poeta, conmovido—, éste es el título más alto y más glorioso que
puede alcanzar un joven entre los hombres. Bueno es para la comu-
nidad, para la ciudad y para el pueblo que el hombre se mantenga
en pie ante los luchadores y ahuyente de su cabeza toda idea de fuga.”
No se diga que esto es retórica retardada. Algo análogo hallamos ya
en Solón. Las raíces de las formas retóricas penetran profundamen-
te en los tiempos primitivos. La vivacidad de las repeticiones resulta
del íntimo pathos con que es sentida la idea en que culmina la tota-
lidad del poema: ¿cuál es el verdadero valor del hombre? La inu-
sitada acumulación de vigorosas negaciones que llena la primera do-
cena de versos y que lleva a su último grado la tensión del oyente, trae
a la vista todas las ideas a las cuales se había concedido algún valor
º Ver mi trabajo sobre Tvrlaios Uber die wahre Areté, Sitz. Berl. Akad.,
1932, en el que las ideas de estos capitulos han sido tratadas fundamentalmente.
lº PLATÓN, Leyes, 629 A.
98 LA PRIMERA GRECIA
El mismo estado que aparece aquí como la fuerza ideal que otorga
un sentido a la vida de los ciudadanos, se ofrece en otro poema de
Tirteo, como algo amenazador y espantable. Contrapone el poeta la
muerte gloriosa en el campo de batalla con la vida desventurada y
errante que constituye el destino inevitable del hombre que no cum-
ple, en la guerra, sus deberes ciudadanos y se ha visto obligado a
abandonar su patria. Va errante por el mundo con su padre y su
madre, su mujer y sus hijos. En su pobreza e indigencia, es un ex-
traño dondequiera que vaya y todos lo miran con ojos hostiles.
Deshonra su linaje y ultraja su noble figura y”, dondequiera, le sigue
la injusticia y el envilecimiento. Es una pintura incomparablemente
vigorosa de la lógica inexorable con que exige el estado los bienes
y la sangre de sus miembros. Con el mismo realismo describe el
poeta el honor que confiere la patria a los valientes que el despia-
dado destino de los prófugos en el destierro. No establece diferencia
alguna entre los que hayan sido desterrados por una necesidad ex-
cepcional del estado porque huyeron ante el enemigo y los que aban-
donaron voluntariamente el país para evitar el servicio militar y se
hallan constreñidos a vivir en otra ciudad. De la unión de estas dos
descripciones, de la elevación ideal y el poder brutal del estado, re-
sulta su naturaleza, análoga a la de los dioses; y así lo sintieron
siempre los griegos. El fundamento del bien común en las nuevas
virtudes ciudadanas no se hallaba, para el pensamiento griego, en
un utilitarismo materialista, sino en el carácter religioso del concepto
universal de la polis. Frente a la areté de la epopeya, el nuevo ideal
de la areté política es expresión de un cambio en la concepción reli-
giosa. La polis es la suma de todas las cosas humanas y divinas.
11'No creo sea fundada la duda que expresa Eduard MEYER, Forschungen
zur alien Geschichte, vol. I, p. 226, acerca de la autenticidad de la Eunomia
tirtea.
parta antigua de los tiempos heroicos del siglo VII poseía una vida
más rica y se hallaba completamente libre de la pobreza espiritual
que nos ofrece de un modo tan vigoroso la imagen histórica de Es-
parta. Aunque Tirteo otorga, con justicia, un valor más alto a la
aptitud guerrera que a la formación gimnástica del cuerpo, la lista
de los vencedores en los juegos olímpicos en los siglos VII y VI, sobre
todo después de las guerras mesénicas, demuestra, por el predominio
de los nombres espartanos sobre los de los otros estados participan-
tes, el valor supremo que concedían a estas luchas pacíficas y civiles.
103
'_1z5g4__ _ 22556.
11 ESQUILO, Los siete, 610. W1uuowrrz sostiene que este verso es apócrifo y
lo suprime en su edición de Esquilo, pues cree que el canon de las virtudes
procede de Platón. Más tarde lo incluye. Cf. mi “Platos Stellung im Aufbau der
griecln'schen Bildung”, Die Antike, vol. 4 (1928), p. 163, y “Die griecbische
Staatsethík im Zeitalter des Plato”, Rede zur Reichsgriindugsfeier der Univer-
sít¿it (Berlin, 1924), D- 5.
17 Cf. mi trabajo Salon; Eunomíe, Sitz. Berl. Akad., 1926, 70. El legis-
lador como “escritor" en el Fedro de PLATÓN, 257 D ss. y su paralelo con el
poeta, 278 C ss.
117
1 ARQUILOCO, frag. ].
3 Frag. 2. 4 Frag. 6.
las severas normas de lo heroico. Sin embargo, como quiera que sea,
el pensamiento griego se eleva a la norma justa y se enfrenta con
5 Q 602.
7 Frag. 9.
ºº Fra;1. 88. ' '-'1 Frau. 79. “—'º PíMi… l'v/!z. H 55.
3-" Frag. 29. La atribución por Br.ch del poema a Semónides de Amorgos
——Estobeo la trasmite bajo el nombre de Simónides de Ceos—— es uno de lºs re-
sultados más seguros de la. critica filológica.
3G Tr;címnrs, u, 37, 2.
vez, una poesía hedonista que proclama con energía apasionada los
derechos a la felicidad y la belleza sensual y la falta de valor de una
vida que carezca de estos bienes.
Este eros femenino, cuyas flores poéticas nos encantan por la deli-
cadeza de sus aromas y el esmalte de sus colores, tuvo la fuerza sufi-
ciente para fundar una verdadera comunidad humana. No pudo ser.
así, una fuerza puramente sentimental, puesto que debia unir en algo
más alto a las almas que impregnaba. Se hallaba presente en la charis
sensual de los juegos y danzas y se encarnaba en la alta figura que
estaba presente, como modelo, en la comunidad de las camaradas. La
lirica sáfica tiene sus momentos culminantes cuando solicita el corazón
áspero y todavia no abierto de una muchacha, en la despedida de una
compañera querida que se ve obligada a abandonar el círculo para
volver a su tierra o para seguir al hombre que la ha pedido como
esposa —lo cual en aquel tiempo nada tenía que ver con el amor——
o, finalmente, en el recuerdo anhelante de una compañera lejana que,
paseando en la tarde por el silencioso jardín, invoca en vano el nom-
bre de la perdida Safo.
los de la estirpe afín de los jonios. Pero pronto los entretejió con
1 Cf. mi tratado Solons Eunomie, Sitz. Ber]. Akad., 1926, pp. 67-71. en el
cual trato de fundamentar las ideas expuestas en este capitulo.
137
2 Para la relación con Homero, Hesíodo y la tragedia, asi como para la inter-
pretacion de la poesia politica de Solón, cf. Solons Eunnmie, Sitz. Ber]. Akad.,
pp. 71 ss.
la vida del todo, como en estas palabras del gran poema, escrito
7 Frag. 8. 5 Frag. 3
9 o. 32 ss. Para lo que sigue véanse mis desarrollos en Solons Eunomie, p. 73.
lº Yrag. l.
15 Frag. 24.
16 La ingeniosa expresión l.wvuow.5n es intraducible. La sustitución que he
intentado es, naturalmente, un juego. Cf. M1MNERMO, frag. 6.
150
1 E 201 (302), 246. "¿ Cf. mi Aristóteles, pp. 647, 174-5 el. al.
mundo exterior, pronto descubre también las leyes interiores del alma
y llega a la concepción objetiva de un cosmos interior. liste descu-
brimiento hizo posible, por primera vez, en un momento crítico de
la historia griega, la estructuración de una nueva educación humana
sobre el fundamento del conocimiento filosófico. en el sentido pro-
puesto por Platón. La prioridad de la filosofia natural en relación con
la filosofia del espíritu tiene un profundo “sentido” histórico, que
resulta especialmente claro desde el punto de vista de la historia de
la educación. En la profundidad de pensamiento de los grandes jóni-
cos antiguos no hay una voluntad conscientemente educadora. Pero
en medio de la decadencia de la concepción mítica del mundo y en el
11 Frag. IS.
” Frag. 9. ]. BI*RNF,T. en Early (¡rcek Philosophy (iº ed., 1908). da una in-
terprt'tución más sobria. Pero no me parece haber hecho justicia a la grandiºsi-
13 También el mito óríico en Amsrórrtrs, frag. 60, Rose, significa otra cosa.
” (ÍÍ. Su."unx Eun<rmf-J. Sitz. Berl. Ái»;ad., l926. p. 73. 1“ Frag. 40.
puramente cuantitativo.21
El origen de las palabras griegas relativas a los números y las
ºl J. S'rr..vzm, Zahl und Gestalt [mi Platon und Arístoteles (2' cd…, Leipzig,
1933): que no presta, sin embargo, atención a los pitagóricos.
ºº Esouruo, Prom., 459.
El siglo VI, que tras el naturalismo disolvente del siglo VII es una
lucha decisiva para llegar a una nueva estructuración espiritual de la
vida, no significa sólo un vigoroso esfuerzo filosófico, sino también
una poderosa elevación religiosa. El movimiento órfico es uno de
los más relevantes testimonios de esta nueva intimidad que penetra
hasta lo más profundo del alma popular. En su anhelo de un nuevo
y alto sentido de la vida se halla en contacto con el esfuerzo del
pensamiento racional de las concepciones filosóficas para llegar a una
“norma” objetiva del ser cósmico. El contenido dogmático de las
creencias órficas no tiene evidentemente importancia. Los modernos
las colonias se explica sólo por una profunda necesidad de los hom-
bres de aquel tiempo a los cuales no podia satisfacer ya la religión
del culto. Los demás movimientos religiosos de aquel tiempo, la pro-
digiosa fuerza expansiva del culto de Dionisos y la doctrina apolinea
de Delfos, revelan también el crecimiento de las necesidades religio—
sas personales. Es un misterio para la historia de las religiones la
estrecha vecindad que une a Apolo y a Dionisos en el culto délfico.
Los griegos sintieron evidentemente algo común en la contraposición
polar entre uno y otro. Ello consiste, en los tiempos en que los ha-
llamos juntos, en el tipo de influjo que ejercen sobre la intimidad
de las creencias. Ningún otro dios interviene tan profundamente en
la conducta personal… Es probable que el espíritu de limitación, orden
y claridad de Apolo no hubiera movido nunca tan profundamente el
alma humana si la honda y excitante conmoción dionisiaca no hubiese
preparado previamente el terreno7 apartando toda eucosmía burguesa.
La religión délfica penetró entonces de un modo tan íntimo y tan
vivo que demostró ser apta para conducir y poner a su servicio todas
las fuerzas constructivas de la nación. Los “siete sabios”, los reyes
más poderosos y los tiranos del siglo VI reconocieron en aquel dios
profético la más alta instancia del consejo justo. En el siglo V Pin-
daro y Heródoto se hallan profundamente influidos por el espíritu
délfico y son sus testimonios más eminentes. Ni aun el tiempo de su
mayor florecimiento en el siglo VI ha dejado el sedimento de un do-
cumento religioso de carácter permanente. Pero en Delfos alcanzó la
religión griega un influjo más alto como fuerza educadora y lo ex-
tendió más allá de los límites de Grecia. Las sentencias más célebres
de los sabios de la tierra eran consagradas a Apolo y aparecian sólo
como un eco de la sabiduria divina. Y en la puerta del templo ha-
llaba el que entraba, en las palabras “conócete a ti mismo”, la doc-
trina de la sofrosyne, la exhortación a no perder de vista los límites
del hombre, impresa con el laconismo legislativo propio del espiritu del
tiempo.
32 Frag. 2.
revelación de la divina areté del vencedor. “La ciudad colma a los ven-
cedores en las luchas de honores y presentes y, sin embargo, ninguno
de ellos es tan digno como yo ——exclama—, pues mejor que la fuerza de
los hombres y de los caballos es nuestra sabiduria. Sólo una falsa
costumbre nos permite juzgar así. No es justo preferir la simple
fuerza corporal a la sabiduría. No porque una ciudad cuente entre
sus ciudadanos un luchador prominente o un vencedor en el penta-
thlon o en la palestra, se halla por ello en el orden justo (sñvouin).
Y por mucha que sea su alegría por la victoria, no por ello llenará
sus graneros.”
181
4 Versos 19-23.
modelo de dioses en forma humana que los artistas ponían ante nues-
tros ojos, de acuerdo con las leyes de aquella perfección.
Homero aparece ya casi sólo como un juego jovial, tiene para Pín-
daro la más grave seriedad. Ello depende, naturalmente, en parte, de
la diferencia entre la poesía épica y los himnos pindáricos. Se trata,
en la segunda, de mandamientos religiosos; en la primera, de una
narración coloreada de la vida. Pero esta diferencia en la actitud poé-
tica no se origina sólo en la forma y en el propósito externo del
poema, sino de la íntima y profunda vinculación de Píndaro a la aris-
tocracia que describe. Sólo porque pertenecía esencialmente a ella
pudo ofrecernos la poderosa imagen de su ideal que hallamos en sus
poemas.
SCHADEWALDT (Der Aujbau ries píndarischen Epínikíon, Halle, 1928) para reali-
zar un fecundo análisis formal de lºs himnos. No analiza el uso de los mitos
en Píndaro, pero su trabajo sirvió a su vez de sugerencia a L. ILLIG en su diser-
tación de Kiel: Zur Form der pímlurischen Er:áhlung (Berlin, 1932).
17 Pyzh. n, 54.
Sólo cata
19 01. H, 83.
15 Pyzh. ¡[. 86.
Salimos con ello del mundo aristocrático que parece perderse gra-
dualmente en el silencio y nos confiamos de nuevo al torrente de la
historia que pasa sobre él cuando parecía detenerse. También Pín-
daro se yergue sobre ese mundo —no por su opinión, pero sí por su
acción—— en los grandes poemas en que, ya reconocido como poeta de
importancia panhelénica, celebra las victorias obtenidas en las carre-
ras de carros por los poderosos tiranos de Sicilia, Terón y Hierón.
Ennoblece en él los nuevos estados que han creado, adornándolos con
la gloriosa magnificencia de sus ideales aristocráticos, y así ensalza
su valor. Veremos acaso en ello un contrasentido histórico, aunque
toda fuerza usurpada y sin ascendencia quiere adornarse con los pro-
minentes arreos de la grandeza pasada. Píndaro mismo supera enor-
memente en estos poemas los convencionalismos aristocráticos, y su
voz personal no resuena en parte alguna de un modo tan inconfundi-
ble como aquí. Ve en la educación de los reyes la última y más alta
tarea de los poetas nobles en los nuevos tiempos. Como más tarde
Platón, esperaba poder influir en ellos, inducirlos a realizar en el mun-
do que empieza los anhelos politicos que le animaban y a poner un
dique a la osadía de la masa. Así los hallamos como huésped en la
brillante corte del vencedor de los cartagineses, Hierón de Siracusa,
al lado de Simónides y Baquílides, los grandes entre “los que han
aprendido”, como más tarde a Platón en la corte de Dionisio, al lado
ya jamás.
LIBRO SEGUNDO
I. EL DRAMA DE ESQUILO
2 Amsrórsuzs, Et. frío., 1“ 2, 1111 a 10: ci. Anonym. comm. in Eth. Nic., p. 145.
HEYLBL'T, Clemens Strom., II, 60, 3. MU
Raras son en la historia las batallas que han sido sostenidas con
tanta pureza, por causa de una idea, como las de Maratón y Sala-
mina. Debiéramos pensar que Esquilo tomó parte en la batalla na-
val. aunque Ión de Quío“ no lo hubiere relatado en sus memorias
de viajes, escritas una generación más tarde; porque los atenienses
abandonaron la ciudad y se embarcaron ;rr<wñnusí, “con el pueblo en-
tero“ & bordo de los navíos. El relato del mensajero en Los persas
es la única relación de un verdadero testigo del histórico drama en
el cual se fundó el futuro poderío de Atenas y su aspiración jamás
realizada a lograr el dominio sobre la nación. Así vio la lucha Tucí—
(lides. no Esquilo.4 I'ara éste fue la revelación de la profunda sabi-
duria que rige el mundo de acuerdo con la justicia eterna. Guiado
por la superioridad espiritual de un ateniense, un pequeño ejército,
inflamado por un nuevo heroísmo, había vencido en la lucha por la
independencia a las miriadas de ]erjes, embrutecidas por su propia
esclavitud… ¡furoprzc succubuít .-1sía. Renace el espíritu de Tirteo bajo
la idea de la libertad y del derecho.
rio. En el fondo, era pura pedantería. Los pocos restos que nos
quedan de los “logógrafos” en prosa resultan mucho más frescos y
modernos. Tratan de reavivar el interés por la cosa mediante su arte
narrativo.
queda de Íbico es pura paja vacía y sólo nos interesa por la celebri-
dad de su nombre.
El drama Los persas muestra del modo más simple cómo la tra-
gedia de Esquilo brota de aquella raíz. Es digno de notarse que no
pertenece a ninguna trilogía. Esto tiene para nosotros la ventaja de
permitirnos ver el desarrollo de la tragedia en el espacio más an-
gosto de una unidad cerrada. Pero Los persas constituye un ejemplo
único por la falta del elemento mítico. El poeta elabora en forma
de tragedia un suceso histórico que ha vivido personalmente. Esto
nos da la ocasión de ver qué es lo esencialmente trágico en un asunto
cualquiera. Los persas es algo completamente distinto de una “his-
toria dramatizada”. No es, en el sentido corriente de la palabra, una
pieza patriótica escrita con la borrachera de la victoria. Penetrado
de la más profunda sofrosyne y del conocimiento de los límites hu-
manos da testimonio Esquilo al pueblo de los vencedores, que cons-
tituye su devoto auditorio, del emocionante espectáculo histórico de
la hybris de los persas y de la tisis divina que aplasta el orgulloso
poderío de los enemigos. La historia se eleva a mito trágico, porque
tiene grandeza y porque la catástrofe humana revela del modo más
evidente el gobierno divino.
La idea de Solón de que los hijos deben expiar las penas por
sus padres culpables crea, en Los siete contra Tebas, final de la tri-
logía relativa a los reyes tebanos, un drama que sobrepasa en fuer-
za trágica a la Orestiada no sólo por el fratricidio con que termina,
sino también en otros aspectos. Los hermanos Etéocles y Polinices
caen víctimas de la maldición que pesa sobre la raza de los labdá-
cidas. Esquilo la funda en las culpas de los antepasados. Sin este
trasfondo hubiera sido totalmente imposible para su sentimiento re-
ligioso un acaecimiento como el que se representa en el drama. Pero
Los siete contra Tebas hace época frente a las tragedias de tipo
antiguo como Los persas o Las suplicantes. Por primera vez en ella,
entre las piezas conservadas, aparece un héroe en el centro de la
acción. El coro no posee ya un sello individual como el de las Da-
naides en Las suplicantes. Introduce sólo el elemento tradicional del
lamento y el terror trágico que forman la atmósfera de la tragedia.
Está constituido solamente por mujeres y niños presas de pánico en
el seno de la ciudad sitiada. Sobre el fondo del terror femenino
se levanta la figura del héroe mediante la grave y superior fuerza
de su conducta viril. La tragedia griega es más bien expresión de
un sufrimiento que de una acción. Así Etéocles sufre mientras actúa
también hasta su último aliento.
12 Prom., 266.
15 Agamemnón, 160.
248
Hasta ahora los poetas han tratado sólo de fundamentar los valores
de la vida humana. Pero no podían permanecer indiferentes a la
nueva voluntad educadora. lisquilo y Solón alcanzaron con su poe-
sía una poderosa influencia haciéndola escenario de su lucha íntima
con Dios y el Destino. Sófocles, siguiendo la tendencia formadora
de su ¿poca_ se dirige al hombre mismo y proclama sus normas en
la representación de sus figuras humanas. Hallamos ya el comienzo
de esta cvoluci(m cn las últimas obras de lisquilo cuando, para real-
zar lo trágico. opone al destino figuras como l'1téocies, Prometeo, Aga-
memnón. (ire—tes. que encarnan un poderoso elemento de idealidad.
“ Atlu'n.. t, “lla-l».
Este hombre, sobre el cual parece gravitar el peso de todos los dolo-
res del mundo, fue desde un principio una figura de la más alta
fuerza simbólica. Se convierte en el hombre doliente, sin más. En lo
alto de su vida halló Sófocles su plena satisfacción al colocar a Edipo
en medio de la tormenta de la aniquilación. Lo presenta ante los
ojos del espectador en el instante en que se maldice a sí mismo y
desesperado desea aniquilar su propia existencia, del mismo modo que
ha apagado, con sus propias manos, la luz de sus ojos. Lo mismo
que en Electra, en el momento en que la figura llega a la plenitud de
la tragedia, corta el poeta súbitamente el hilo de la acción.
los pensadores hasta el fin del estado-ciudad sin que llegaran a po-
nerse de acuerdo. En el caso de Pericles halló una feliz solución para
el individuo y para la sociedad.
17 Cf. KARL Hon., Die Geschichte des Worts Beruf, Sitz. Ber]. Akad., 1924.
XXIX.
13 PLATÓN, Prot., 318 E. Protágoras incluye aquí en estas 1:éxvo.l, con especial
referencia a Hípias, la aritmética, la astronomía, la geometría y la música, en
el sentido de la teoría musical.
32 Los pocos testimonios que restan han sido reunidos por DIELS, Vorsokrw
tiker, Pnónrco, A 13 ss.; PROTÁGORAS, A 24-28; HXPIAS, A 11-12.
,.¡. ., _ . _ . . . .
" (.|. 50|.Mm N. .lnhplzr:li.um:'1rn (_N5uc Plnlolng:svhc l“ntwszu-hun,—zc—r:, vd.
_lAi:1:r_n, vol. v…. p. 7).
56 Frag. A, col. 4, 953. (Diels, 4' ed.). 57 PLATÓN, Prat., 358 Ass.
58 ESQUILO, Los siete, 592; cf. la discusión del texto de WILAMOWITZ, Aris-
t0t8les und Athen, I, 160.
303
toria las múltiples ramas del pueblo heleno ———que sólo en época
tardía se atribuyeron este nombre común—— habían vivido una con-
centración de fuerzas estatales, económicas y espirituales como la que
produjo en la Acrópolis el maravilloso Partenón para honrar a la
diosa Atenea, que fue considerada desde entonces como el alma divi-
na de su estado y de su pueblo. Las victorias de Maratón y Salamina,
aun después de la muerte de la mayoría de sus contemporáneos, se-
guían actuando sobre el destino del estado. Sus hazañas, impresas
en el espíritu de sus descendientes, los estimulaban a más altas rea-
lizaciones. Bajo su signo, alcanzaron las generaciones actuales sus
asombrosos éxitos y la irresistible extensión de su poderío y de su
comercio. Con tenaz perseverancia, irresistible energía e inteligente
y amplia visión, el estado popular y su poderío maritimo se benefi-
ciaron de la fuerza contenida en tan gran herencia. Verdad es que
el reconocimiento panhelénico de la misión histórica de Atenas no
gozaba de un crédito inagotable, como lo muestra ya Heródoto: la
Atenas de Pericles se veía obligada a reclamar con vigor y energía
su pretensión histórica porque el resto de los pueblos helénicos no se
la reconocían de buen grado. En los dias en que escribió Heródoto,
no mucho antes de la guerra del Peloponeso, que como un incendio
gigante conmovió a todo el mundo helénico, la ideología que infor-
maba la política de fuerza del imperialismo ateniense aspiraba cons-
ciente o inconscientemente al dominio de Atenas sobre el resto de las
ciudades libres de Hélade.
1 Tucínmas, …, 82.
2 PLATÓN, Menon, 91 C.
forma humana que lucha por abrirse paso y la pone ante sus ojos como
la forma ideal de su existencia; pues acaso como nunca en los tiempos
anteriores, necesita aquella sociedad justificarse ante sí misma.
El aburguesamiento de la vida significa, para el tiempo de Eurípi-
des, lo mismo que para nosotros la proletarización. A ella alude a
menudo cuando en lugar de los héroes trágicos del pasado introduce
en la escena mendigos desarrapados. Sus adversarios se dirigían pre-
cisamente contra esta degradación de la alta poesia. Ya en la Medea,
cuyo arte se halla más próximo a sus antecesores en lo temporal y en
lo intimo, advertimos este rasgo. Con el crecimiento de la libertad
individual, politica y espiritual se hace más perceptible el carácter pro-
blemático de la sociedad humana y se siente sujeto por cadenas que le
parecen artificiales. Trata de hallarles mitigación o salida por medio
de la reflexión y la razón. Se discute el matrimonio. Las relaciones
sexuales, que habian sido por largos siglos un noli me tangere de la
convención, son llevadas a la luz pública. Se trata en ellas de una
lucha como en cualquier relación de la naturaleza. ¿No domina aquí
el derecho del más fuerte como siempre sobre la tierra? Así halla
ya el poeta en la fábula de ]asón que abandona a Medea los sufrimien-
tos de su tiempo, e introduce en ella problemas desconocidos para el
mito original incorporándºlos a la grandiosa plástica de la represen-
tación.
rípides, demuestra que con ésta hemos perdido algo esencial. En ella
se descarga un sentimiento elemental cuyo realce no es menos signi-
ficativo para el carácter del poeta que las consideraciones reflexivas.
Ambas son expresión de la misma íntima emoción y sólo en su cons-
tante interacción se revela en toda su plenitud.
Eurípides es uno de los más grandes líricos. Sólo en la canción
se resuelven en armonía las disonancias insolubles para el intelecto.
Verdad es que las arias se hacen con el tiempo amaneradas y, algu-
nas veces, penosamente vacias. Pero Eurípides es incomparable en la
aprehensión de las voces líricas de la realidad, lo mismo en la escena
de Hipólito donde el alma juvenil de Hipólito se consagra con exal-
tación y ternura a la diosa Artemisa y la corona de laureles, que
en la canción matinal de Ión, que, al tiempo que el sol extiende sus
primeros rayos sobre el Parnaso, canta piadosamente su trabajo de
todos los días y de todos los años como servidor consagrado al ser-
vicio divino en el templo del Apolo délfico. Las delicias y los dolores
con que el alma doliente de Fedra se entrega a la soledad de las
selvas, parecen traspasar los limites de la sensibilidad del mundo clá-
sico. En la obra de la vejez, Las bacantes, da el poeta la mayor
elevación de su fuerza lírica con la irrupción elemental de la borra-
chera dionisiaca, que constituye la más genuina manifestación de esta
extraña locura orgiástica en todo el ámbito de nuestras tradiciones
antiguas, y aun en nuestros tiempos nos permite presentir con la ma-
yor vivacidad la fuerza de Dionisos en las almas arrebatadas por
aquella furia.
V. LA COMEDIA DE ARISTÓFANES
325
El hecho de que hasta los altos dioses sean aptos para ser sujeto
y objeto de risa cómica, demuestra que, en el sentir de los griegos,
en todos los hombres y en todos los seres de forma humana reside, al
lado de la fuerza que conduce al pathos heroico y a la grave dignidad,
la aptitud y la necesidad de la risa. Algunos filósofos posteriores
definieron al hombre como el único animal capaz de reír2 ——aunque
la mayoría de las veces se le define como el animal que habla y
piensa—; con lo cual colocan a la risa en el mismo plano que el
enguaje y el pensamiento, como expresión de la libertad espiritual.
Si ponemos en conexión la risa de los dioses de Homero con esta idea
filosófica del hombre, no podemos negar el alto origen de la comedia
a pesar de la menor dignidad de este género y de sus motivos espi-
rituales. La cultura ética no puede manifestar de modo más claro la
amplitud y la profundidad de su humanidad que con la diferenciación
y la integración de lo trágico y de lo cómico que se realiza en el drama
ático. Platón fue el primero en expresarlo cuando hace decir a $6-
crates, al final del Simposio, que el verdadero poeta debe ser, al
mismo tiempo, trágico y cómico,3 una exigencia que el mismo Platón
cumple al escribir uno tras otro el F edón y el Simposio. En la
cultura ética todo se hallaba dispuesto para su realización. No sólo
representaba, en el teatro, la tragedia frente a la comedia, sino que
enseñaba también, por boca de Platón, que es preciso considerar a la
vida humana, al mismo tiempo, como una tragedia y como una come-
más altas del espíritu a partir de las raíces naturales y terrenas que
la historia de la comedia. Sus orígenes eran oscuros, a diferencia del
desarrollo de los más antiguos coros y danzas ditirámbicas hasta la
cumbre del arte de Sófocles, perfectamente conocido por los contem—
poráneos. Las razones de ello no son puramente técnicas. Esta forma
del arte estuvo desde un comienzo en el centro del interés público.
Fue desde siempre el órgano de expresión de las ideas más altas. El
¡tomos y la borrachera de las fiestas dionisiacas rurales, con sus rudas
canciones fálicas, no pertenecían a la esfera de la creación espiritual,
a la poiésis propiamente dicha. Los más diversos elementos origi-
narios de las más antiguas fiestas dionisiacas se funden en la comedia
literaria, tal como la conocemos en Aristófanes. Al lado de la alegría
festiva del Icomos, del cual tomó el nombre, se halla la parábasis, la
procesión del coro que ante el público que originariamente lo ro-
deaba, da libre curso a mofas mordaces y personales y aun, en su
forma más antigua, señala con el dedo a alguno de los espectadores.
Los vestidos fálicos de los actores y los disfraces del coro especial-
mente mediante máscaras animales ——ranas, avispas, pájaros———, nacen
de una tradición muy antigua, puesto que ya se hallan presentes en
viejos autores cómicos, en los cuales esta memoria se mantiene de
una manera viva, mientras que su espíritu propio es débil todavía.
4 PLATÓN, Filebo, 50 B.
Por otra parte, era esencial a aquel estado el hecho de que esta
lº PLATÓN, Filebo, 49 C.
11 Tucíomss, …, 37 ss.
Sin embargo, pocos años más tarde, se revela en Las nubes cuán
profunda era la aversión del poeta contra la nueva orientación del
espíritu. Pronto aquel primer ensayo no le pareció ya suficiente.
Ahora había descubierto el modelo que parecía estar predestinado a
ser el héroe de una comedia sobre la moderna educación filosófica.
Era Sócrates de Alopeké, el hijo de un picapedrero y de una coma-
drona. Tenía la gran ventaja sobre los sofistas, que sólo raramente
visitaban Atenas, de ser un original más eficaz en la escena, por
ser conocido de toda la ciudad. El capricho de la naturaleza había
cuidado incluso de su máscara cómica dándole aquel aspecto de si-
leno, con la nariz arremangada, los labios protuberantes y los ojos
saltones. Sólo había que exagerar lo grotesco de su figura. Aristó-
fanes amontonó sobre su víctima todas las características de la clase
a que evidentemente pertenecía: sofistas, retóricos y filósofos de la
naturaleza, o, como se decía entonces, meteorólogos. Aunque en rea-
lidad se pasaba casi todo el día en el mercado, colocó misteriosamente
a su fantástico Sócrates en una estrecha tienda de pensador, donde,
suspendido en un columpio en lo alto del patio, “investigaba el sol”
con el cuello torcido, mientras sus discípulos, sentados en el suelo,
hundían en la arena sus pálidos semblantes para sondear el mundo
subterráneo. Se suele considerar a Las nubes desde el punto de vista
de la historia de la filosofía y, en el mejor de los casos, se le dis—
culpa. Summum ias, summa iniuria. Es una iniquidad hacer com-
parecer al burlesco Sócrates de la comedia ante el tribunal de la
estricta justicia histórica. Ni aun Platón, que revela la fatal partici-
pación de aquella caricatura en la muerte de su maestro, aplica seme-
jante medida. Reúne en el Simposio la luminosa figura del sabio
con la del poeta y no cree ultrajar los manes de Sócrates atribuyén-
dole un papel de tanta importancia en aquel círculo. El Sócrates de
la comedia no tiene nada de aquella energía moral que le atribuyeran
Platón y otros socráticos. Si Aristófanes lo hubiera conocido en aquel
aspecto, no lo hubiera utilizado para sus designios. Su héroe es un
ilustrador alejado del pueblo y un hombre de ciencia ateo. En esta
figura se personifica lo cómico típico del sabio vanidoso y pagado
de sí mismo mediante algunos rasgos tomados de Sócrates.
12 Ranas, 1008.
13 Ranas, 1500.
345
del presente.
bargo, esta consideración del pasado, por muy sumaria que sea, nos
permite conocer con mejor claridad los criterios que aplicaba Tucí—
dides, en general, a la historia y los que le permitían juzgar de la
importancia de su tiempo.
dente, que tomó esta finalidad muy en serio y que, lejos de ser un
residuo histórico de la “ilustración” sofista, del cual debemos hacer
abstracción para obtener la imagen del puro historiador, la verdadera
grandeza de su espíritu consiste en el esfuerzo para llegar al cono-
cimiento político. La esencia del acaecer histórico no reside para él
en una ética cualquiera o en una filosofía de la historia o en una
idea religiosa. La política es un mundo regido por leyes inmanentes
peculiares, que sólo es posible alcanzar si no consideramos los acae-
cimientos aisladamente, sino en la conexión de su curso total. En esta
profunda intuición de la esencia y las leyes del acaecer político es
Tucídides superior a todos los historiadores antiguos. Esto sólo era
posible para un ateniense de la gran época, la época que ha produ-
cido el arte de Fidias y las ideas platónicas, para citar dos creaciones
esencialmente distintas del mismo espíritu. No es posible caracterizar
mejor el concepto de Tucídides sobre el conocimiento de la historia
política que con unas célebres palabras del Novum 0rganon de Lord
Bacon, en las cuales opone a la escolástica su propio ideal científico:
Scientia et potentia humana in idem coincidunt, quia ignoratio causae
destituit effectum. Natura enim non nisi parando vincitur. Et quod
in contemplatione instar causae est, id in operatione instar regulae est.
La peculiaridad del pensamiento de Tucídides sobre el estado, en
contraposición a la concepción religiosa de Solón y las filosofías del
estado de los sofistas o de Platón, es que no hay en él ninguna doc-
trina abstracta, ninguna fabula docet. La necesidad política es apren-
dida en el mismo acaecer concreto. Esto sólo era posible por el
carácter especial del asunto que trataba; en él se manifiesta con fuerza
excepcional la relación entre las manifestaciones de la realidad polí—
tica y las causas que la han producido. La concepción de Tucídides
sería inconcebible independientemente del tiempo en que vivió. Lo
mismo ocurriría si quisiéramos abstraer de su tiempo la tragedia ética
o la filosofía platónica. La mera exposición fáctica de un acaeci-
miento histórico, por muy importante que fuese, no hubiese sido
bastante para satisfacer los designios del pensador político. Le era
necesaria la posibilidad de ascender a lo espiritual y a lo general. Es-
pecialmente característicos de su estilo son los numerosos discursos
que se intercalan en su exposición y todos ellos son, ante todo, el
altavoz del Tucídides político. En la exposición de sus principios
históricos aparece como cosa más natural que, lo mismo que los he-
chos anteriores, los discursos de los políticos eminentes de la época
deberían ser incorporados en su obra. No son, sin embargo, tras-
critos textualmente. De ahí que el lector no pueda atribuirles la mis-
ma exactitud que a la exposición de los hechos. Recoge sólo su sen-
tido aproximado. Pero, en lo particular, hace decir a cada personaje
lo que le parece que hubiera debido decir en cada caso.6 Esta es
una ficción muy consecuente, que no es posible entender desde el
punto de vista del rigor histórico, sino por la necesidad de penetrar
hasta las últimas motivaciones de los acaecimientos políticos.
“ Tucímnrs, ¡, 22, l.
7 T vcímm:s, 1, 23, 6.
8 ¡, sans.
9 ¡, 66-88.
12 Cf.»1, 77, 6. El pasaje sólo puede haber sido escrito después del fin de la
guerra. Su referencia & Pausanias es evidentemente un paralelo con la politica
de fuerza de Lisandro.
13 1, 23, 6; v, 25, 3.
narradas de paso, porque hasta con unos pocos ejemplos para ilustrar
este aspecto de la guerra.
Lo mismo en la doctrina sobre el origen de la guerra que en la
exposición propiamente dicha, se halla en el centro el problema de
la fuerza; la mayoría de los problemas particulares antes menciona-
dos se halla en íntima conexión con él. Es evidente que un pensador
político de la profundidad de Tucídides no podía considerarlo desde
el punto de vista del "simple hombre de poder. Lo articula expresa-
mente en la totalidad de la vida humana, que no se reduce íntegramen-
te a la aspiración al poder. Y es de notar que, precisamente los
atenienses, los más francos y resueltos entusiastas del punto de vista
del poder, en el interior de su imperio reconocen el derecho como
la norma más alta y se muestran orgullosos de ser un estado jurídico
moderno y de rechazar todo despotismo en el sentido oriental. Esto
se manifiesta en el mismo discurso en que el ateniense defiende, ante
los espadanos,…la…polítiºa…exterior del imperialismo… ático. Tucídides
considera como una grave enfermedad política la degeneración de
las luchas de partido en el interior del estado en una guerra de todos
contra todos. No ocurre lo mismo en las relaciones entre estado y
estado. Porque, aunque también aquí hay convenios, en último tér-
mino decide la fuerza y no el derecho. Si los adversarios tienen un
poder equivalente, se denomina guerra; si uno de ellos es incompa-
rablemente superior, se llama dominio. Este es el caso de la pequeña
isla neutral de Melos, dominada por el poderío naval de Atenas. Este
acaecimiento, en si mismo insignificante, era todavía recordado por
la opinión pública de Grecia decenios más tarde y, esgrimido duran-
te la guerra contra Atenas, acabó por restarle las pocas simpatías
que le quedaban.14
Tenemos aquí un ejemplo clásico del modo en que Tucídides, in-
dependientemente de la importancia del acaecimiento, destaca en él
el problema general y elabora una obra maestra del espíritu político.
Emplea aquí, por única vez en su obra, la forma dialogada de las
disputas sofístícas, en la cual los adversarios oponen argumento con-
tra argumento, en una lucha espiritual de preguntas y respuestas, para
eternizar el doloroso conflicto entre la fuerza y el derecho en su
perenne necesidad. No es posible dudar que Tucídides ha fingido este
coloquio, que se desarrolla dentro de las paredes de la casa ayunta-
miento de Melos, con la mayor libertad, con el fin de mostrar el
conflicto ideal entre dos principios. Los bravos melios se dan in-
mediatamente cuenta de que no pueden invocar la justicia, puesto que
los atenienses no reconocen otra norma que su provecho político.
Tratan, sin embargo, de explicarles que es ventajoso para Atenas po-
ner límites en el uso de su superioridad, ya que puede venir un día
en que también un poder tan alto tenga que acudir a su vez a la
14 v, 35-115.
18 n, 65, 9.
19 n, 65.
20 vm, 86, 5. La xuréxew 8ñuov es la antigua idea de Salón del caudillo,
en el sentido de la política interior. Cf. SOLÓN, frags. 24, 22 y 25, 6.
21 n, 65, 8.
24 n, 41, 1.
LIBRO TERCERO
PRÓLOGO
PRÓLOGO 375
PRÓLOGO 377
blicar esta obra tan voluminosa y haberle dado cima con tanto éxito,
PRÓLOGO 379
I. EL SIGLO IV
381
EL SIGLO ¡v 383
EL SIGLO ¡v 335
EL SIGLO ¡v 337
389
Sería de todo punto falso, sin embargo, creer que todos estos em-
peños por erigir bajo la égida de Sócrates una nueva “humanidad”
terrenal fueran dirigidos contra el cristianismo, a la inversa de lo
que se había hecho durante la Edad Media, al convertir a Aristóteles
en fundamento de toda la filosofía cristiana. Por el contrario, al fi-
lósofo pagano se le encomendaba ahora la misión de contribuir a
crear una religión moderna en la que el contenido imperecedero de
la religión de Jesús se fundiese con ciertos rasgos esenciales del ideal
helénico del hombre. Así lo reclamaban las fuerzas de una concep-
ción radicalmente nueva de la vida que pugnaban por imponerse, la
confianza cada vez mayor en la razón humana y el respeto a las leyes
naturales recién descubiertas. Los principios normativos del helenis-
mo habían sido la razón y la naturaleza. En su empeño por impreg-
narse de aquellos principios, la fe cristiana no hizo otra cosa que lo
que había hecho desde los primeros siglos de su difusión. Toda nueva
época cristiana se debate a su modo con la idea clásica del hombre
y de Dios. En este proceso interminable correspondió a la filosofía
griega la misión de defender en un plano espiritual, con su mente
esclarecida por la agudeza conceptual, el punto de vista de la “razón”
y de la “naturaleza” y sus derechos, actuando por tanto como una
“teología racional” o “natural”. Y cuando vino la Reforma y se es-
forzó en tomar en serio por vez primera el retorno a la forma “pura”
del Evangelio, surgió como reacción y contrapartida el culto socrático
de la época “ilustrada”. Pero este culto no pretendía desplazar al
cristianismo, sino que infundia a éste fuerzas que en aquella época
se reputaban indispensables. Hasta el pietismo, producto del senti-
miento cristiano puro reaccionando contra una religión cerebral y
teológica ya estancada, se acogía a Sócrates y creía encontrar en él
cierta afinidad espiritual. Las figuras de Sócrates y de Cristo se han
comparado frecuentemente. Hoy podemos apreciar lo que significaba
aquella posibilidad de llegar a una conciliación entre la religión cris-
tiana y el “hombre natural” a través de la filosofía antigua y vemos
claro cuánto ha podido contribuir precisamente a ella una imagen de
la Antigiiedad construida en torno de Sócrates.
“* Desde este punto de vista, Nietzsche guarda cierta relación positiva con la
EL PROBLEMA socaÁr1co
7 PLATÓN, Apol., 39 C.
9 Cf. I. BRUNS, Das literarísche Portr&t der Griechen (Berlin, 1896), pági-
nas 23153.; R. H1RZEL, Der Dialog, I (Leipzig, 1895), p. 86.
lº Cf. R. HIRZEL, ob. cit., pp. 255., sobre el desarrollo más temprano del
dialogo, y pp. 83 ss. sobre las formas de los diálogos socráticos y sus represen-
tantes literarios.
12 Tal era ya la opinión de los filósofos helenistas, a los que sigue CICERÓN,
De rep., ¡, 10, 165.
13 Creo que K. VON Fnirz (Rheinísches Museum, t. 80, pp. 36-38) aduce
razones nuevas y concluyentes en contra de la autenticidad de la Apología de
Jenofonte.
15 Siguiendo a H. MAIER (ob. cit., pp. 22 53.) y otros, aplicamos este nombre
a los dos primeros capitulos de las Memorables de JENOFONTE (1, 1-2).
17 Cf. los convincentes argumentos de H. MAIER, ob. cit., pp. 22 ss., quien
entra también a examinar la relación entre la “Defensa” de Jenofonte y su Apo-
logía. Un ejemplo de cómo Jenofonte incorporó más tarde a una unidad más
amplia un escrito concebido en sus origenes como independiente, lo tenemos en
el comienzo de la Helénica (1, 1-11, 2). Esta parte proponiase originariamente
llevar a término la obra histórica de Tucídides. Termina, naturalmente, con el
final de la guerra del Peloponeso. Más tarde, Jenofonte empalmó a este escrito
su relato de la historia de Grecia de 404 a 362.
23 ZELLER, ob. cit., t. 11, 15, pp. 107, 126. La confianza de Zeller en los tes—
timonios de Aristóteles la comparten también, en principio, K. JOEL, ob. cit., (.
1,
p. 203 y T. Gomvsnz, Griechische Denker; 4' ed., t. 11, pp. 42 ss.
24 Cf. sobre todo la critica de Mama, ob. cit., pp. 77-102 y TAYLOR, Varia
Socratica (Oxford, 1911), p. 40.
ºº Como fuentes históricas sobre el Sócrates real, H. MAIER, ob. cit., pági-
nas 104— ss., considera sobre todo los escritos “personales” de Platón: la Apología
y el Critón; al lado de éstos, reconoce como relatos de libre creación, pero iie-
les en el fondo a la verdad, una serie de los diálogos menores de Platón, tales
como el Laques, el Cármídes, el Lisís, el Ión, el Eutifrón y los dos Hipias.
Sócmrrs, EDUCADOR
25 Tucínmss, u, 37, l.
ºº“ La literatura sobre Aspasia, que surge a comienzos del siglo rv, procede
del circulo de los socráticos.
31 PLATÓN, Apol., 28 E.
*“ PLATÓN, Apol., 19 C.
38 PLATÓN, Apol., 26 D.
42 Jenoronra, Mem., ¡, 4, 555. Sobre los orígenes de esta teoría, cf. ahora
el análisis profundo, en que se utilizan los estudios anteriores, de W. THBILER,
Geschichte der teleologischen Naturbetrachtung bis auf Aristoteles (Zurich, 1925).
*3 PLATÓN, Fedón, 98 B.
4'6 Señalado por JENOFONTE, Man., 11, 1, 12 y 16, como también por Amsró-
TELES (cf. supra, nota 21). Cf. CICERÓN, De rep., ¡, 10, 15—16.
48 PLATÓN, Apol'., 18 B, 23 D.
49 PLATÓN, Apol., 19 C.
56 Sobre los simposios como foco intelectual, cf. inlra, cap. vm.
¿Qué es, pues, esa filosofía de que Sócrates era el prototipo según
Platón y que este mismo abraza en su defensa? Platón expone en
muchos de sus diálogos la esencia de esta “filosofía”. En ellos tiende
a destacarse cada vez más en primer plano, poco a poco, el resultado
de las investigaciones que Sócrates desarrolla con sus interlocutores;
pero Platón debía de tener la conciencia de mantenerse siempre fiel
en su exposición a la esencia del espíritu socrático. Esta esencia de-
57 PLATÓN, Apol., 29 D.
ºº Entre los que sostienen este criterio acerca de la Apología figura prin—
cipalmente Erwin Won—', con su “Platºs Apologie” (en Neue Philologísche Unter—
suchungen, ed. por W. Jaeger, t. vt). Con su fino análisis de la- forma artística
de la obra ha puesto de relieve plásticamente y de modo impresionante que
;guélla contiene una autocaracterización de Sócrates, moldeada libremente por
atón.
” Eunir>rnss, Her., 673 ss.:
of; nuúaop.w 1:dg x&owug
MOÓO'th awxa-musmwúg
á8íoro:v oul;uyíuv.
Cf._PLATÓN, Apol., 29 D: €u)aneo &v éwwém ¡mi ológ te di, of) v.ñ uuúomm
mtlodotpó'rv.
ºº En PLATÓN, Prat., 311 Bss., figura en cabeza un diálogo elénctico de $6-
crates con el joven Hipócrates, tras el cual viene el diálogo protréptica, 313 A:.
e cu to.
“5 Cf. nota 62. La frase “cura de almas” tiene para nosotros un sentido
especificamente cristiano, porque se ha convertido en parte integrante de esta
religión. Esto se explica por el hecho de que la concepción cristiana coincide
con la socrática en la idea de la paideia como el verdadero servicio de Dios y
del cuidado del alma como la verdadera paideia. En su modo de formular esta
concepción, el cristianismo se halla influido directamente por el pensamiento so-
crático tal como lo presenta Platón.
“6 PLATÓN, Apol., 29 E.
574“Scol. Anon.”, 7 (Ant. Lyr. Cr., ed. Diehl), y BOWRA, Greek Lyric Poetry,
. 9 .
p 63 Erwin Ronan (Psique, ed. FCE, p. 240) sólo sabe decirnos acerca de Só-
crates, en el único pasaje de su obra en que le cita, que no creía en la inmorta-
72 Cf. PLATÓN, Prat., 356 D-357 A. Este pasaje debe entenderse, naturalmen-
te, como una parodia de la salvación del alma (6íov ommoiu) en el verdadero
sentido socrático, la cual consiste en saber elegir (uioemg) el bien. PLATÓN, Le-
yes, X, 909 A, habla todavía, de modo parecido, en sentido socrático de la “sal-
vación del alma". ¡Pero los medios que aquí recomienda para salvar las almas
(inquisición contra los ateos) no tienen nada de socráticos!
76 ARISTÓTELES (frag. 15, ed. Rose) describe acertadamente este tipo de ex-
periencia religiosa, característica de la devoción de los misterios, como un
nuiisiv
(cf. mi Aristóteles, pp. 187 s.). Por una oposición a la religión del culto
oficial,
afecta a la personalidad humana y determina una cierta disposición (Stdñeotg) de
ánimo.
78 JENOFONTE, Mem., I, 4, 8.
84 JENOFONTE, Mem., IV, 7: é8í8aous bé xal. uéxot 81:ov 5é0t €¡metoov elvou
éxáorou nodyu.atog 1:¿w 6006); maatósvuévov; cf. sobre el estudio de la geo-
metría, IV, 7, 2; sobre la astronomía, IV, 7, 4; sobre la aritmética, IV, 7, 8;
sobre
la dietética, ¡V, 7, 9.
94 JsN0ronrs, Mem., ¡v, 6, 12. Cf. también ¡, l, 16, donde se citan, entre
otras, como tema principal de las conversaciones socráticas, además del examen
de las ¿octal (que deben interpretarse como virtudes ciudadanas, mo).u:vx.al
dos-vai), sobre todo preguntas como las siguientes: ¿Qué es el estado? ¿Qué
es el estadista? ¿Qué es el imperio sobre los hombres? ¿Quién es el buen
gobernante? Cf. IV, 2, 37: ¿qué es un demas?, y xv, 6, 14: ¿cuál es la misión
e un buen ciudadano?
ºº“ Cf. Platón, lón, 536 D; Rep., 606 E. En Prat., 309 A, quiere significar al
conocedor de Homero, no al maestro.
lºº Las propuestas que Platón pone en boca de Sócrates en la República du-
rante la discusión de este tema son, naturalmente, en cuanto al detalle, propiedad
intelectual suya. Cf. el estudio detallado sobre este punto, in]ra, cap. lx.
107 JENOFONTE, Mem., III, 4. Sobre la areté del buen caudillo, cf. también
tu, 2.
111 Sobre el Aréopago, cf. Janoroms, Mem., m, 5, 20. Cf. acerca de esto
la exigencia de Isócrates de que se restituyese al Aréopago su plena autoridad
educativa, en inlra, lib. Iv, cap. v. Los coros de las fiestas como modelo de
orden y disciplina son citados por JENOFONTE, Mem., m, 5, 18. Dsmósraurs,
“L, I, 35, alaba también el orden firme que reina en las fiestas dionisiacas, en
las panateneas y en los preparativos para ellas.
112 Jenofonte se encontró ya, probablemente, con los elementos de esta crí-
tica en Sócrates, moldeándolos a su modo. Ciertos rasgos del diálogo con
el joven Pericles corresponden realmente a la fase posterior de la segunda liga
maritima ateniense; sobre todo ello, y acerca de la tendencia educativa de las
Memorables, cf. infra, lib. IV, cap. vn.
119 Cf. supra, pp. 293 ss. sobre la disolución de la autoridad de la ley.
En la p. 302 se alude a una manifestación paralela al giro socrático hacia el in-
terior: Demócrito coloca en vez de la aiño')g, en el antiguo sentido social, la
vergiienza ante el semejante, la vergiienza del hombre ante sí mismo (uiñeioñat
éautc'rv), concepto importante para el desarrollo de la conciencia ética.
120 Cf. los pasajes que figuran en F. STURZ, Lexicon Xenophonteum, vol. 11,
p. 14, y F. Asr, Lexicon Platonicum, vol. ¡, p. 590. Véase Isócnarss, Mc., 44
(y cf. c. 39): el ideal del dominio sobre si mismo que aparece aquí es algo
socrático, puesto precisamente en boca del gobernante. Es muy importante el
papel que desempeña en Aristóteles el concepto de enkratia.
a es.
102.
y 130 Cf. Janoronrn, Man., 1, 6, 10: juicio de Sócrates sobre la carencia de
necesidades de la divinidad. La idea aparece también en EURÍPIDES, Her., 1345,
y procede manifiestamente de la crítica filosófica de la idea antropomorfa de
Dios con que nos encontramos por vez primera en Jenófanes (cf, supra, p. 168).
La gracia del pasaje de Jeuoronrr. está en que el interlocutor, Antifón, que
reprocha a Sócrates su carencia de necesidades, había ensalzado en términos casi
iguales la carencia de necesidades de los dioses (cf. irag. 10, ed. Diels).
136 JENOFONTE, Man., 11, 5. 137 Ci. supra, pp. 191 ss.
138 JENOFONTE, Mem., u, 9.
139 Ci. sobre lo que sigue JEN0F0NTE, Mem., n, 6, 14.
144 PLATÓN, Apol., 19 DE: oúñé ºye si 1:wog áunuóa.te 6); ¿mb m8súsw
émxuod) ávñoo'moug. .. 066€ toñw áknt)ég.
147 Cf. PLATÓN, Apol., 19 C. Considera algo hermºso de por si el que alguien
se encuentre realmente en condiciones de “educar a los hombres”; pero cuando
añade “como Gorgias, Pródico e Hipias", es un rasgo de ironía socrática, como
lo demuestra el relato ulterior.
socráticos de Platón son los que con mayor claridad nos indican qué
debe entenderse por esa virtud. Es cierto que estos valores se califican
la mayoría de las veces con el predicado aristotélico de valores “éti-
cos”.l54 Pero esta expresión se expone fácilmente a equivoco para
nosotros, gente moderna, ya que nosotros no consideramos lo ético
sin más ——lo que para Aristóteles era aún evidente por sí mismo——,155
como la expresión parcial de la existencia de la comunidad, sino que
muchas veces reputamos esencial precisamente la separación entre lo
ético y lo político. Esta separación entre el campo interior del in-
dividuo y el campo general no solamente es una abstracción de la
filosofía moderna, sino que está profundamente arraigado en nos-
otros. Responde a la secular tradición de la contabilidad por partida
doble de nuestro mundo “cristiano” moderno, que mientras reconocía
para la vida moral del individuo los severos postulados del Evangelio,
media el estado y sus actos por otros raseros “naturales”. Con esto
no sólo se separaba lo que en la vida de la polis griega formaba
una unidad, sino que se cambiaba incluso el sentido de los concep-
tos de lo ético y lo político. Esta circunstancia entorpece más que
cualquier otra la comprensión acertada de la situación imperante en
Grecia. Esto hace que sea igualmente equivoco para nosotros decir
que las virtudes de que habla Sócrates son virtudes “políticas”. Cuan-
do calificamos la vida entera del hombre griego y su moral, en el
sentido de Sócrates o de Aristóteles, con el adjetivo de “política”
expresamos algo muy distinto del concepto técnico actual de la polí-
tica y del estado. Así lo indica ya la simple reflexión acerca de la
diferencia de significado que hay entre el concepto moderno de esta-
do, status en el bajo latín, con su sentido abstracto, y con la palabra
griega polis, palabra de sentido concreto que expresa plásticamente
el conjunto pletórico de vida de la existencia humana colectiva y la
existencia individual enmarcada dentro de aquélla, en su estructura
orgánica. Por consiguiente, en este sentido antiguo podemos decir
que los diálogos socráticos de Platón que tratan de la piedad, la
justicia, la valentía y la moderación constituyen investigaciones sobre
la virtud política.
159 H. Musa, Sokrates, pp. 98 ss., cree que los datos de Aristóteles sobre
Sócrates como descubridor del concepto general y sus intentos de definición,
proceden de JENOFONTE, Mem., rv, 6, 1 y que este autor tomó su idea de los
diálogos dialécticos posteriores de PLATÓN, del Fedro, el Sofista y el Político
(cf. su p. 271).
165 En griego esto se llama sucumbir al placer, ñrráo&ut 1:ñg ññorvñg. Véase
Prat., 352 E. En Prat., 353 C, la atención de Sócrates se dirige precisamente a
este punto, es decir, al problema de cuál sea la esencia de esta flaqueza.
166 Cf. Amsrórsuss, Et. nic., vr, 13, 1144 b 17 ss. La “virtud ética” se refiere
sobre todo al placer y al dolor: II, 2, 1104 b 8.
176 Sobre la diferencia entre la voluntad y el apetito cf., por ejemplo, PLA-
TÓN, Gorg., 467 C. La voluntad no versa sobre lo que el hombre hace en cada
caso, sino sobre el “porqué” (of! E'vaxa.) lo hace.
179 En el pasaje en que el concepto del celos, es decir, del fin ideal, aparece
por vez primera en PLATÓN, Prat., 354 A y B, este concepto se ilustra con la
opinión de la multitud que considera el placer como el telas de todas las aspi-
raciones y, por tanto, como el “bien”, puesto que toda aspiración termina ahi
(ánotsheutá). Contra el equivoco de que ésta fuese la opinión propia de Platón,
cf. in]ra p. 530. En Gorgias, 499 E, dice que “el fin de todos los actos” es el
bien; aquí es donde expresa su propia teoría. En otros pasajes, esta palabra,
unida también ¡¡ genitivos, aparece como el “fin de la areté”, el “fin de la di-
cha”, el “fin de la vida”, no en el sentido de fin en el tiempo, sino del fin
ideal considerado en la acción. Era una idea completamente nueva, que habría
de dar un giro totalmente distinto a la historia del espíritu humano.
180 PLATÓN, Gorg., 507 D, dice que el nuevo conocimiento de que la dicha con-
siste en la justicia y en el dominio sobre sí mismo constituye el blanco (oxonóg)
con vistas al cual debemos vivir. La metáfora del apuntar (oroxúteoñm), to-
mada del arte del tiro al blanco, se convierte en símbolo de una vida acertada
(cf. los pasajes en AST, Lexicon Platonicum, t. III, p. 278).
Por muy importante que esta consecuencia pueda ser para la his-
toria de la ciencia, el concepto decisivo ara la historia de la paideia
es el concepto socrático del fin de la viz£z. A través de él se ilumina
de un modo nuevo la misión de toda educación: ésta no consiste ya
en el desarrollo de ciertas capacidades ni en la trasmisión de ciertos
conocimientos; al menos, esto sólo puede considerarse ahora como
medio y fase en el proceso educativo. La verdadera esencia de la
educación consiste en poner al hombre en condiciones de alcanzar
la verdadera meta de su vida. Se identifica con la aspiración socrá-
tica al conocimiento del bien, con la fránesis. Y esta aspiración no
puede circunscribirse a los pocos años de una llamada cultura superior.
Sólo puede alcanzar su fin a lo largo de toda la vida del hombre; de
otro modo, no lo alcanza. Esto hace que cambie el concepto de la
esencia de la paideia. La cultura en sentido socrático se convierte
en la aspiración a una ordenación filosófica consciente de la vida
que se propone como meta cumplir el destino espiritual y moral del
hombre. El hombre, así concebido, ha nacido para la paideia. Esta
es su único patrimonio verdadero. El hecho de que en esta concep-
ción concuerden todos los socráticos indica que debió de tener por
autor a Sócrates, aunque él dijese de si mismo que no sabía “educar
a los hombres”. Podríamos aportar numerosas citas de las que se
deduce cómo el concepto y el sentido de la paideia se amplían y
se ahondan interiormente con el giro socrático y cómo se exalta hasta
el máximo el valor de este bien para el hombre. Pero baste citar
en apoyo de esto una frase del filósofo Estilpón, uno de los principa-
les representantes de la escuela socrática de Megara, fundada por Eu-
clides. Cuando Demetrio Poliorcetes, después de la conquista de Me-
gara, quiso demostrar al filósofo su buena voluntad e indemnizarle
18" JENOFONTE, Man., 11, 1, 11—13. Cf. las últimas palabras de Aristipo:
“Para sustraerme a todo eso no me dejo encuadrar dentro de un estado, sino
que permanezco en todas partes como extranjero” (Eévog nav1:uxoñ slut). ARIS-
TÓTELES, Pol., vn, 2, 1324 a 16, habla, por tanto, de este ideal apolítico como
de la “vida de un extranjero” (Bio; Eavmóg), aludiendo a filósofos del tipo de
Aristipo. En la Política de Aristóteles esta diferencia de actitud ante el estado
aparece ya como un problema existente: “¿Es preferible la vida activa de ciu-
dadano dentro de la colectividad de una polis o la vida de un extranjero, des—
1igado de toda comunidad política?”
198 Cf. supra, pp. 403 s. Sócrates se halla profundamente arraigado en la esen-
cia ateniense y en la comunidad de sus conciudadanos, a quienes dirige en primer
término su mensaje (cf. supra, p. 415). Y, sin embargo (PLATÓN, Apol., 17 D),
tiene que rogar a sus jueces que le permitan hablarles en su idioma y no en
el de ellos. Se compara aqui directamente con un extranjero a quien, obligado
a defenderse ante un tribunal ateniense, no se le negaria el derecho a emplear
su lengua propia.
mismo tiempo ese don instintivo que tantas veces echamos de menos
en el ciego racionalismo. Este don y no la voz de la conciencia
es en realidad lo que significa aquel demonio, como lo demuestran
los casos en que Sócrates lo invoca. Pero el conocimiento de la esen-
cia y del poder del bien, que se apodera de su interior como una
fuerza arrolladora, se convierte para él en un nuevo camino para
encontrar a Dios. Es cierto que Sócrates no es capaz, por su modo
espiritual de ser, de “reconocer ningún dogma”. Pero un hombre
que vive y muere como vivió y murió él tiene sus raíces en Dios. El
discurso en que dice que se debe obedecer a Dios más que al hom-
breºº1 encierra, indudablemente, una nueva religión, lo mismo que
su fe en el valor, descollante por encima de todo, del alma.ºº2 Antes
de llegar Sócrates, la religión griega carece de un Dios que ordene
al individuo hacer frente a las tentaciones y las amenazas de todo un
mundo, a pesar de que no escasean en ella los profetas. De la raíz
de esta confianza en Dios brota en Sócrates una nueva forma de es-
píritu heroico que imprime su sello desde el primer momento a la
idea griega de la areté. Platón presenta a Sócrates en la Apología
como la encarnación de la suprema megalopsychia y valentía, y en el
F edén ensalza la muerte del filósofo como una hazaña de superación
heroica de la vida.”3 Por donde hasta en la fase suprema de su
espiritualización permanece la areté griega fiel a sus orígenes y, al
igual que de los trabajos de los héroes de Homero, del combate de
Sócrates brota la fuerza humana creadora de un nuevo arquetipo que
ha de encontrar en Platón su profeta y mensajero poético.
MÁS DE dos mil años han pasado desde el día en que Platón ocupaba
el centro del mundo espiritual de Grecia y en que todas las miradas
convergían hacia su Academia, y aún hoy sigue determinándose el
carácter de una filosofía, cualquiera que ella sea, por la relación que
guarda con aquel filósofo. Todos los siglos de la Antigiiedad poste-
riores a él ostentan en su fisonomía espiritual, cualesquiera que sean
sus vicisitudes, rasgos de la filosofía platónica, hasta que, por fin, en
los últimos tiempos de la Antigiiedad el mundo gre00rromano se uni-
fica bajo la religión espiritual genérica del neoplatonismo. La cul-
tura antigua que la religión cristiana se asimiló y con la que se abrazó
para entrar fundida con ella en la Edad Media, fue una cultura basa-
da íntegramente en el pensamiento platónico. Solamente a base de
ella puede comprenderse una figura como la de San Agustín, quien
con su Ciudad de Dios trazó el marco histórico-filosófico de la con-
cepción medieval del mundo mediante la traducción cristiana de la
República de Platón. Ya la filosofía aristotélica, con cuya recepción
se asimiló la cultura de los pueblos medievales del Oriente y el Occi-
dente, en su apogeo, el concepto universal del mundo de la filosofía
antigua, no era sino una forma distinta del platonismo. La época del
renacimiento de la filosofía clásica y del humanismo trajo como con-
trapartida un renacimiento del ropio Platón y la resurrección de sus
obras, la mayoría de las cuales habían sido desconocidas por la Edad
Media occidental. Pero como las ramificaciones platónicas de la es-
colástica medieval habían arrancado del neoplatonismo cristiano de
San Agustín y de las obras del místico teológico conocido bajo el
seudónimo de Dionisio Areopagita, la comprensión del Platón redes-
cubierto en la época del Renacimiento siguió vinculada provisional-
mente a la viva tradición escolar cristiana y neoplatónica, trasplantada
de Constantinopla & Italia, con los manuscritos del filósofo griego
por los años en que aquella capital fue conquistada por los turcos.
El Platón que el teólogo y místico bizantino Gemistos Plethon tras-
mitió a los italianos del quattrocento y cuyas doctrinas profesaba
Marsilio Ficino en la academia platónica de Lorenzo de Médicis, en
Florencia, era un Platón visto por los ojos de Plotino, y así siguieron
en lo esencial las cosas durante los siglos siguientes, a través de la
Epoca de las Luces, hasta llegar a fines del XVIII. Para aquellos tiem-
pos Platón era por encima de todo el profeta y el místico religioso;
era el Platón de Marsilio Ficino y no el Platón científico y meto-
dológico de Galileo. A medida que este elemento religioso fue rele-
gándose a segundo plano en la cultura moderna, desplazado por el
espíritu racionalista y por su tendencia a las ciencias naturales y a
458
del siglo XIX cuando la crítica de los textos alcanzó su grado máximo
de intensidad. Es cierto que no pocas veces su escepticismo pecaba
por exceso y que acabó estancándose. Afortunadamente, la oscuridad
que dejó flotando acerca de ciertos puntos no parecía afectar a la
concepción de la filosofía platónica como tal, ya que las obras fun-
damentales del autor se hallaban a cubierto de toda duda para todo
el que tuviese capacidad de discernimiento, y las sospechas sólo re-
caían, esencialmente, sobre escritos de dudosa calidad. Tenianse por
falsas, asimismo, las cartas de Platón: el hecho indudable de que en
la colección de cartas que ha llegado a nosotros bajo su nombre se
contuviesen piezas y fragmentos falsos movía a los críticos a repu-
diar la colección en bloque; y como algunas de estas cartas ence-
rraban, indudablemente, un material histórico valioso acerca de la
vida de Platón y de sus viajes a la corte del tirano Dionisio de Sira-
cusa, se recurría a la hipótesis de que el autor de esos documentos
apócrifos había utilizado para redactarlos informes muy estimables.
Historiadores como Eduard Meyer, teniendo en cuenta el gran valor
de las cartas como fuente histórica, abogaron en pro de su autenti-
cidad, y su ejemplo fue seguido luego por los filólogos, a partir
del momento en que Wilamowitz, en su gran biografía de Platón,
señaló la autenticidad de las cartas sexta, séptima y octava, es decir,
de las piezas más importantes de la colección. Desde entonces los
autores se esfuerzan en sacar de este hecho reconocido las consecuen-
cias que de él se derivan y que nos ayudan a formamos una idea
completa de Platón. Y estas consecuencias son también de mayor
alcance de lo que pudo pensarse en el momento mismo de realizar
el descubrimiento.
467
del pensamiento platónico, sin preocuparse para nada del hecho his-
tórico de la evolución del filósofo, tropieza con dificultades en cuanto
trata de valorar uniformemente todos los escritos de Platón para ex-
poner su personalidad. Zeller, que al principio consideraba apócrifa
la obra de las Leyes por encontrarla muy divergente de las obras fun-
damentales del autor, en su Philosophie der Griechen se ve obligado
15 Critón, 50 A.
“ Cárm., 161 B (cf. 161 C). 18 Rep., IV, 438 B (cf. infra, cap. lx).
22 Esto no ha sido tenido en cuenta por Wruuowrrz, vol. 1, pp. 122 s., en
su imagen de Platón como poeta.
30 Carta VII, 325 E-326 B. Cf. el famoso pasaje en Rep., 473 D. Que esta
concepción no es precisamente resultado de su evolución posterior, sino que vivía
ya en él desde el comienzo, lo prueba la Apol., 31 E, y la recapitulación de los
mismos puntos en Apol., 36 B.
daria el que la palabra idea o cidos, con que Platón designa técnica-
mente este punto de vista, aparezca o no em leada en los diálogos a
que nos estamos refiriendo.49 Del mismo modb que en estas obras de
iniciación Platón no da a entender que la investigación de las diversas
virtudes concretas que en ellas se examinan y el descubrimiento de
la nueva idea de un conocimiento del bien en sí tienden a erigir
sobre esta base el nuevo edificio del estado, no podemos tampoco
esperar que asuste ya desde el primer momento al lector con un dog-
ma completo como el de la teoría de las ideas, puesto que lo que
ante todo persigue es ganar su atención para el problema. En ninguna
de sus obras se contiene una exposición completa de la teoría de las
ideas en este sentido, ni siquiera en la época en que la existencia de
esta teoría puede comprobarse por medio de reiteradas referencias a
ella. Aun en los diálogos del periodo intermedio, esta teoría se ex—
pone simplemente a la luz de ejemplos concretos o se la da por su-
puesta, o bien se apuntan sólo unas cuantas líneas fundamentales de
ella, accesibles aun a la inteligencia del lector no iniciado. Son pocos
los pasajes en que Platón entra a examinar los problemas, más difí-
ciles de la teoría de las ideas. Por los informes detallados de Aris-
tóteles sobre la llamada fase matemática de la teoría de las ideas, en
la que Platón intenta ex licar las ideas con ayuda de los números,
nos enteramos con asoml£ro de que en la Academia fue desarrollada
por él y sus discípulos una doctrina cuya existencia no nos permiten
sospechar siquiera los diálogos de aquella época, mientras que con
ayuda de Aristóteles estamos en condiciones de descubrir por lo me-
nos algunos indicios sueltos de su influencia sobre ellos.50 Sin em-
bargo, aquí reconocemos la rigurosa línea divisoria entre una discu—
sión esotérica % la escuela y aquel aspecto de la filosofía platónica
que se mostr te el mundo exterior. El retraimiento de Platón
con respecto a la teoría de las ideas en sus primeros diálogos difiere
de esto en cuanto que Platón ya por aquel entonces tenía que com-
prender claramente que esta base de su pensamiento ético-politico,
que por el momento era aún esotérica, debería revelar ante el mundo
sus rasgos fundamentales en otros escritos posteriores. Por lo demás,
no es cierto ni siquiera que las obras primeras de Platón no contu—
viesen ninguna alusión a la existencia de la teoria de las ideas, pues
ya en el Euti]rón, que todos los autores clasifican entre los diálogos
de la primera época, se habla del objeto de la investigación dialéctica
como de una “idea”, y referencias semejantes a ésta las encontramos
también en otros diálogos del mismo periodo.51
49 El cotejo del empleo de los conceptºs eidos e idea en los diálogos de Pla-
tón tendría que abarcar también, para llegar a resultados concluyentes, otras
palabras y giros usados para describir lo uno en lo múltiple, tales como ónórs
écriv, (1616 5 ¿mw y otros por el estilo.
ºº Aarsróranas, Metaf., M y N.
V. EL PROTÁ60RAS
¿PAIDEIA SOFÍSTICA 0 PAIDEIA SOCRÁTICA?
LA OBRA en que Platón descorre por vez primera el velo que cubre
aún sus primeros diálogos es el Protágoras. Desde él se nos ofrece
una perspectiva más despejada de los problemas tratados en las obras
anteriores. A través de este diálogo, hasta el lector que no sea capaz
de percibir la línea de unidad im lícita en aquéllos puede ver clara-
mente cómo se resumen en un problema único. La figura de Sócrates
como educador se alza a nuestros ojos ya desde la Apolºgía. En los
diálogos menores se desarrolla a la luz de las distintas virtudes con-
cretas el gran problema que llena su vida: el problema de la relación
entre la virtud y el saber.1 Este problema se saca ahora, en una obra
de vastas proporciones y gran estilo, al ancho terreno de la discusión
pedagógica que llena toda la época de Sócrates y de los sofistas. El
Sócrates platónico se esfuerza por dominar en el nuevo diálogo este
estrépito de voces para analizar en el terreno de los principios las
pretensiones de la paideia sofístíca y contraponer a ésta como pro—
grama pedagógico propio el criterio que ya conocemos.
Elige como escena del diálogo la casa del riquisimo ateniense Calias,
adonde acuden como invitadas estas grandes figuras, en torno a las
cuales se agrupa, rindiéndose homenaje y admiración, todo lo que en
la sociedad de Atenas representa algo o demuestra algún interés
por las cosas del espiritu. No es importante para nosotros saber si
Sócrates vivió o no realmente el episodio que aquí se pinta; la fina-
lidad perseguida por Platón al elegir los interlocutores de su diálogo
es clara. Para él Sócrates no es simplemente un tipo original encua-
drado dentro del marco local de Atenas, sino que, pese a su indiso-
luble vinculación con su ciudad natal y a la conocida tendencia iró-
nica a empequeñecerse ¡¡ si mismo con que gusta de presentarse,
descuella por su fuerza espiritual y su originalidad sobre todas las
figuras famosas y consagradas de su tiempo. El duelo de Sócrates
con la paideia de los sofistas se presenta en este drama del espíritu
que es el Protágoras platónico como una verdadera batalla decisiva
EL PROTÁGORAS 491
para rogarle que le presente al maestro.3 Como preludio al diálogo
principal viene ahora, encuadrada en el patio de la casa en que los
dos personajes se pasean hasta el despuntar del día, una charla de
puro estilo socrático, en la que Sócrates trata de sondear la firmeza
de la decisión del joven Hipócrates y de hacerle comprender la aven-
tura a que va a lanzarse.4 La modestia tan humana, la sencillez de
Sócrates, hacen que el joven no se dé cuenta de la talla de éste. No
comprende ni por un momento que aquel hombre tan sencillo que
tiene delante es el verdadero maestro. En este diálogo Sócrates no
es un anciano venerable como el sofista Protágoras, sino un hombre
en lo mejor de su edad, y esto contribuye a acentuar la falta de
respeto que inspira. Hipócrates sólo ve en él al consejero y al amigo
encargado de facilitarle el acceso a Protágoras, a la figura a la que
desde lejos se admira sin ninguna reserva crítica. Sócrates le hace
comprender con unas cuantas preguntas certeras que no sabe quién
es Protígoras ni sospecha siquiera lo que es realmente un sofista y
qué pu e esperarse de sus enseñanzas. Con esto se toca ya un pun-
to que másadelante adquirirá cierta importancia en el diálogo principal
entre Sócrates y Protágoras: si el joven quisiera hacerse médico, de-
bería, le dice, recibir las enseñanzas del más importante de los médi-
cos de su tiempo, de su homónimo Hipócrates de Cos, y si desease
llegar a ser escultor, las de Policleto o Fidias. Por tanto, al dirigirse
a Protágoras para hacerse su discípulo parece mostrarse dispuesto a
abrazar la carrera de sofista. Pero Hipócrates rechaza resueltamente
esta insinuación,5 y aquí se acusa una diferencia esencial entre la
educación sofístíca y la enseñanza de los profesionales: los discípulos
especiales del sofista son los únicos que estudian su arte con el de-
signio de ejercerlo más tarde como una profesión; º los muchachos
atenienses de familias distinguidas que se congregan en torno a él no
persiguen -—como corresponde a quien no es especialista, sino un
hombre libre— otra finalidad que la de escucharle “para cultivarse”.
Lo que el joven del diálogo no sabe decir es en qué consiste esta
cultura (paideia), y saca uno la sensación de que su actitud es típica
de la juventud ávida de cultura de su época. La confesión de esta
ignorancia le sirve a Sócrates de punto de apoyo para exhortarle.
Exactamente del mismo modo que en la Apología platónica exhorta
a los hombres a velar por sus “almas”? aquí recuerda a su joven
amigo el peligro en que pone a su “alma” al confiarla a un descono-
cido, de cuyas intenciones y de cuyos fines está completamente igno-
rante.3 Es el primer rayo de luz que se derrama sobre la esencia de
8 Prot., 313 A. Son auténticamente socráticos los motivos del peligro y del
alma, que aparecen en este pasaje. Cf. también 314 A 1-2, 314 B 1.
9 Cf. sobre este aspecto de la nueva cultura ver infra, pp. 493 s.
lº Prat., 313 A-314 B.
11 Prot., 313 DE: postulado del médico de almas; 313 C 6: el saber como
alimento del alma. El motivo del cuidado médico del alma (Wuxñg 'Daowt€íu)
aparece, sistemáticamente elaborado, en el Gorgias. Cf. inlra, pp. 516 s.
EL PROTÁGORAS 493
En segunda fila, detrás de estos personajes, vienen una serie de
forasteros procedentes de diversas ciudades que, como los coros que
seguían a Orfeo, embelesados por los sones de su lira, siguen a Pro-
tágoras en su peregrinación a lo largo de toda Grecia. Se esfuerzan
en oír la charla que mantienen los personajes de la primera fila. Cuan-
do Protágoras da la vuelta, al llegar al final del atrio, el segundo grupo
gira como en una maniobra militar desplegándose detrás del primero
para desandar el camino andado.” En el atrio de enfrente se ve a
Hipias de Elis entronizado en un sillón, rodeado de otros atenienses
conocidos y de algunos forasteros sentados en bancos alrededor de
él como si fuesen sus discípulos; está poniendo cátedra sobre pro-
blemas de astronomía.15 El tercero, Pródico de Ceos, instalado en
un almacén convertido en cuarto de huéspedes y que aún no se ha
levantado, yace envuelto en mantas de lana y alrededor de él apa-
recen sentados en sofás diversos visitantes de nombre conocido; los
que llegan no logran darse cuenta del tema de la lección que allí se
está explicando, pues la voz de bajo del sofista, resonando en el local
cerrado, produce un sordo rumor.16
Ahora Sócrates le presenta a Protágoras a su amigo y le informa
de su propósito de recibir las enseñanzas del sofista. Le dice que
Hipócrates piensa abrazar la carrera política en su ciudad natal, es-
perando que las enseñanzas de Protágoras le serán muy útiles para
ello. Se lo recomienda como hijo de una familia rica y distinguida
y como un joven de ambición y talento. Protágoras explica el carác-
ter de su enseñanza. Semejante epángelma formaba parte de la misión
del sofista ambulante y era, a falta de un gremio de profesores seden-
tarios y con sueldo fijo, una especie de autorreclamo necesario."
Existían también otras profesiones ambulantes, como la de médico,
que exigían, como tendremos ocasión de ver, una propaganda de sus
capacidades análogas a ésta,18 y a quien escuchaba esto en la Anti-
giiedad no le parecía tan ridículo como al lector de nuestros días.
Hoy tenemos que acostumbramos a pensar que en tiempo de los
sofistas, antes de que se fundasen escuelas fijas como las de Platón
e Isócrates, el maestro tenía que acudir en cierto modo a buscar a los
discípulos, dando a la juventud, en las ciudades en que actuaban
(ém5nuía, ¡ºam5nueiv) ocasión de escucharle. El epángelma constituye
una de las pruebas más claras de la aparición de una nueva clase
de hombres consagrada profesionalmente a la alta cultura de la ju-
ventud adulta. Hasta entonces, ésta había consistido exclusivamente
º Prat., 317 B: óuoloyñ) 1:s ooq>wrñg El'V(lt nal m8eúew dvñoo'moug. Cf.
la palabra 6uoloveiv, que aparece también en 317 B 6 y 317 C 1.
EL PROTAGORAS 495
Al llegar aquí, interviene Sócrates para preguntar en qué hace
mejores a sus discípulos la educación de Protágoras. Con esto vuelve
al problema que se había dejado sin resolver en el diálogo prelimi-
nar: el de la esencia y la finalidad de la educación sofístíca.25 Si un
joven entrase de discípulo con Zeuxis y éste le prometiese hacerle
mejor, todo el mundo sabría en qué: en pintura. Si acudiese con el
mismo propósito a Ortágoras de Tebas, nadie ignoraría tampoco que
el progreso en este caso se referiría a su educación como tocador de
flauta.26 Pues bien, ¿en qué terreno progresará hacia lo mejor quien
reciba enseñanza de Protágoras? La explicación de la pregunta formu-
lada por Sócrates tiende claramente a un arte (techné) y a una es-
pecialidad en una determinada materia, que el sofista reclama para
si. Protágoras no puede contestar a la pregunta que se le formula en
nombre de todos los que ostentan el nombre de sofista, pues tampoco
entre ellos existe unanimidad de criterio acerca de este punto. Por
ejemplo, Hipias, allí presente, es famoso como representante de las
“artes liberales”, sobre todo del que más tarde se llamaría quadrivium:
la aritmética, la geometría, la astronomía y la música. Estas ramas
de la enseñanza sofístíca podrían hacer justicia mejor que otras a la
pregunta apuntada por Sócrates, puesto que presentaban el deseado
carácter técnico, pero Protágoras de preferencia incondicional en su
educación a las ramas sociales del saber. Entiende que los jóvenes
que han pasado por la acostumbrada enseñanza de tipo elemental y que
ahora aspiran a completada mediante una cultura superior que los
prepare, no para una profesión determinada, sino para la carrera
política, no quieren entregarse a nuevos estudios técnicos determina-
dos,27 porque necesitan otra cosa, y esto es lo _que él quiere enseñarles:
la capacidad de orientarse certeramente a sí mismos y de orientar a los
demás acerca del mejor modo de administrar su casa y de dirigir con
éxito, de palabra y de hecho, los asuntos del estado.28
Aunque Protágoras no da a la trasmisión de esta capacidad, por
oposición a lo que ocurre con las matemáticas, el nombre de una
disciplina o de una techné, reconoce ante las preguntas de Sócrates
que con ello se erige en maestro del “arte político” y asume la pre-
tensión de educar a los hombres para que sean buenos ciudadanos.29
Sócrates reconoce que ésta es una alta finalidad, pero muestra sus
dudas acerca de la posibilidad de estimular esta virtud por medio de
la enseñanza, en apoyo de lo cual aduce diferentes experiencias cono-
cidas. En las asambleas del pueblo y en la vida pública en general
rige exclusivamente el consejo de los más destacados expertos en ma-
terias de arquitectura, de construcción de buques, en todos aquellos
77 Prat., 318 E. Protñgoras critica aquí, de pasada, a los sofistas del tipo
de Hipias, que se dedican a la enseñanza de las llamadas “artes liberales”, lla-
mándolos corruptores de la juventud (¡mñáwm toi); véoug).
EL PROTÁGORAS 497
EL PROTÁGORAS 499
misma cosa? “ De pronto nos encontramos navegando en las aguas
conocidas de los primeros diálogos socráticos, del Laques, del Cár-
mides y del Euti]rón. Sócrates parece haberse olvidado or completo,
en su entusiasmo por este su tema favorito, del punto dia partida del
diálogo, 0 sea el problema de la posibilidad o imposibilidad de edu-
car al hombre y de iniciarle en la virtud. Creyéndose seguro por el
ruidoso y unánime aplauso que acaban de tributarle, Protágoras le si-
gue al terreno poco familiar para él de estas sutiles distinciones lógi-
cas, cuyo sentido no percibe con claridad por el momento, como tam-
poco lo percibirá seguramente el lector.
“ Prot., 329 C 6.
EL paoucoms 501
“4 Prat., 352 D. Protágoras dice: “Si hay algún hombre en el mundo para
quien seria una deshonra (ulaxoóv) no considerar la sabiduria y el saber como
las más poderosas de todas las fuerzas humanas, ese hombre soy yo.” Pero se ve
claramente que lo que le mueve a asentir a las palabras de Sócrates no es tanto
una certeza interior como el miedo a la vergiienza que significaría para él, re-
presentante de la paideia, el dudar de la fuerza del saber. Sócrates, que se da
cuenta bien de esto, lo utiliza para enredar a su adversario en contradicciones
consigo mismo. Cf. el miedo de éste ante el choque de la sociedad (uiuxoóv)
como medio de refutación en Prot., 331 A 9, 333 C; Gorg., 461 B y, sobre todo,
482 D ss., donde Calicles pone al descubierto este “ardid” de Sócrates.
EL PROTAGORAS 503
63 Está claro por qué Platón hace que Sócrates emplee aquí el ardid de pre-
guntar a la “masa" en vez de Protágoras. Así hace que le sea más fácil a
Protágoras asentir, pues de otro modo, por miedo al choque de la sociedad, ten-
dría, seguramente, reparo en contestar en su propio nombre. Cf. supra, nota 64.
72 Prot., 356 A.
EL PROTAGORAS 505
EL PROTAGORAS 507
EL paoucoms 509
ºº Prat., 361 C. Hasta qué punto agitó este problema el pensamiento de los
contemporáneos de Sócrates nos lo revela no sólo el testimonio de un sofista de la
misma época como el autor de las llamadas Dialexeis (cf. el cap. 6 de esa
obra en DXELS, Vorsokratiker, t. 11, 5' ed., pp. 405 ss.), sino también, por ejem-
plo, una discusión como la prueba de Las suplicantes de Eurípides (v. 911—917),
según la cual la virtud de la valentía puede enseñarse exactamente lo mismo que se
enseña a hablar a un niño y a escuchar y decir lo que no sabe. Eurípides saca
de aquí la conclusión de que todo depende de que se emplee la paideia adecuada.
VI. EL GORGIAS
EL EDUCADOR COMO ESTADISTA
511
EL GORGIAS 513
Sin embargo, con esto se cubre más bien que se resuelve el pro-
blema que más interesa a Sócrates esclarecer. Cuando Gorgias dice
que el retórico trasmite su arte a los discípulos para que hagan
“buen uso” de él,13 da por supuesto al parecer que el maestro en este
arte sabe lo que es bueno y justo y que sus discípulos abrigan ya de
por si o reciben de su maestro un saber igual.14 Gorgias aparece
caracterizado como un hombre de edad, tan pagado de la respetabi-
lidad burguesa como Protágoras. Y así como éste, al principio, no
quería conceder a Sócrates la identidad entre lo bueno y lo agradable,
Gorgias cree poder sustraerse al incómodo problema de los fundamen-
tos morales de su enseñanza mediante la concesión de que en caso
necesario puede iniciar en el conocimiento de lo que es justo y lo que
1“ Gorg., 460 D.
” Gorg., 462 B.
EL concms 515
concepto de una especialidad. La palabra techné tiene, en griego, un
radio de acción mucho más extenso que nuestra palabra arte. Hace
referencia a toda profesión práctica basada en determinados conoci-
mientos especiales y, por tanto, no sólo a la pintura y a la escultura,
a la arquitectura y a la música, sino también, y acaso con mayor.
razón aún, a la medicina, a la estrategia de guerra o al arte de la
navegación. Dicha palabra trata de expresar que estas labores prác-
ticas o estas actividades profesionales no responden a una simple
rutina, sino a reglas generales y a conocimientos seguros; en este
sentido, el griego techné corresponde frecuentemente en la terminolo-
gía filosófica de Platón y Aristóteles a la palabra teoría en su sentido
moderno, sobre todo allí donde se la contrapone a la mera experien-
cia.ºº A su vez, la techné como teoría se distingue de la “teoría” en
el sentido platónico de la “ciencia pura”, ya que aquella teoría (la
techné) se concibe siempre en función a una práctica.21
Cuando Sócrates pregunta a Polo qué es la retórica aplica a ésta,
como en seguida veremos, el criterio del concepto de la techné. Sa-
bemos ya por el Protágoras que éste constituye el saber ideal que el
propio Sócrates platónico tiene presente en sus indagaciones en torno
al conocimiento de las normas de la conducta humana, pues allí con-
dicionaba el concepto del mejor tipo de vida y la posibilidad de su
realización a la existencia de un “arte de la medida” y la contraponía
a la educación política de Protágoras, con lo cual denegaba a ésta el
carácter estricto de una techné.22 En otros diálogos socráticos de
Platón la techné aparece también como el modelo decisivo para la
aspiración de saber de Sócrates, cosa que se explicará perfectamente
quien tenga presente que el objetivo final de esta aspiración a la
exactitud del saber es para Platón, en última instancia, un objetivo
práctico, a saber: el arte “político”.23 Puede ocurrir, según el con-
texto, que en Platón aparezca la palabra episteme en vez de la palabra
techné, cuando se trata de destacar el hecho de que este “arte” polí-
tico tiene como base un verdadero “saber”. En el caso presente, en
que se tiende a esclarecer el arte del estado postulado por Platón
en contraste con la retórica política, es el concepto de la techné el
que se ofrece de suyo como punto de comparación.
Sócrates niega que la retórica política constituya un arte riguroso
de ninguna clase y la define como una simple rutina y una simple
23 Cf. la tesis doctoral, sugerida por mi, de F. JEFFR¡':, Der Begrif] der Techne
bei Plata (1922). La tesis está inédita, pero el manuscrito obra en poder de la
biblioteca de la Universidad de Kiel.
EL GORGIAS 517
EL GORGIAS 519
37 En Gorg., 466 B 11 ss., se toma como base esta definición del concepto del
poder por Polo, que Sócrates refuta. La palabra griega para expresar el concepto
de poder en este sentido era ót'wuutg, uéyo. 61'wo.oiiuu Cf. 466 B 4, 466 D 6,
467 A 8, 469 D 2. Platón contrapone en la República el poder y el espiritu, la
dynamis y la frónesis. Dynamis es poder en sentido físico; kratos, poder en sen—
tido legal, juridico-estatal.
45 Gorg., 470 E 9.
EL coacms 521
48 Nos llevaría muy lejos citar todos los pasajes que existen en apoyo de
esto. El pasaje principal en lo que se refiere a la equiparación de la areté con
lo que corresponde a la naturaleza humana (xatd cpúow) y de lo malo con lo
contrario a la naturaleza (¡mod. qaúaw), en Rep., 444 GE. La areté es la salud
del alma; es, por tanto, el estado normal, la verdadera naturaleza del hombre.
Es decisiva en este punto la concepción médica que Platón tiene de la naturaleza
como una realidad que lleva en si misma su propia norma.
49 Gorg., 466 C.
52 Gorg., 472 E.
EL GORGIAS 523
ºº Acerca de su escrito programático contra los sofistas, cf. infra, lib. IV.
EL GORGIAS 525
7º Gorg., 483 E—484— C. Cf. acerca de la teoría sofístíca del derecho del más
fuerte, A. MENZEL, Kallikles (1923).
EL GORGIAS 527
sistemáticamente a las naturalezas fuertes y a mantener en pie el poder
de los débiles. La formación (Mátrew) arranca de la infancia, como
en las bestias salvajes a las que se quiere domesticar. Y es precisa-
mente la naturaleza moral la que exige que el hombre fuerte se pro-
ponga como fin el desprenderse de ella, tan pronto como recobre la
conciencia de que es contraria a la naturaleza.72 Pero son los menos
los que lo consiguen. En vista de este odio contra la ley y la edu-
cación, las dos aliadas al servicio de los orgánicamente débiles, pode-
mos calificar de pasable, e incluso hasta de benévolo, el trato dado
por Calicles a la filosofía. Ve en ella algo distinguido, que "llega a
ser hermoso cuando se maneja con moderación. Pero si rebasa este
límite se convierte en la ruina del hombre.73 Al decir esto, Calicles
piensa evidentemente en la enseñanza sofístíca, por la que él mismo
pasó, y en la fuerza formal, modeladora del espíritu, que de ella
irradia. No se arrepiente nunca del tiempo dedicado por él a estos
estudios. Pero quien se consagre a ellos después de remontar una
cierta edad, aunque dis onga de la mejor naturaleza, no hará más
que reblandecerse y perd)er su virilidad. No conocerá las leyes del es-
tado en que vive, no se sentirá a gusto dentro de las relaciones pú-
blicas y privadas de esta sociedad ni con su lenguaje, no se asimilará
los afanes ni los placeres de los hombres; en una palabra: aborre—
cerá la vida. Y como quedará en ridículo cada vez que pretenda
actuar en privado o en público, se irá retrayendo cada vez más a
sus estudios, pues sólo en ellos se sentirá seguro?“1 De todo lo cual
se desprende que es conveniente no dedicarse a la filosofía, para fines
de formación, de paideia, más que durante cierto tiempo, pues si Se
alarga el plazo este estudio se convierte de liberal en servil, en un
estudio que encadena el espíritu y que quita el nervio al hombre en su
totalidad.75 En esta manera de interpretar el concepto de la paideia
como una simple etapa de formación que sólo requiere unos cuantos
años, se manifiesta un completo antagonismo respecto al alto concepto
de Platón, según el cual abarca toda la vida del hombre. Sin em-
bargo, allí donde la paideia se erige en filosofía debe mostrar aquella
tendencia interior que Calicles reprocha a la filosofía, o sea la de
reclamar su imperio sobre la vida toda del hombre.76
Calicles pone fin a su discurso con una apelación personal a
Sócrates para que no siga entregado a la filosofía, pues su entrega
75 Gorg., 485 A.
77 Para Calicles (Gorg., 485 C), de este peligro constante de perder la posi-
ción de ciudadanía a que se halla expuesto el débil, se deduce que los adeptos
a la filosofía de Sócrates “carecen de libertad”. Es un reproche que sólo puede
comprender bien quien recuerde que los griegos designan siempre la verdadera
paideia como la “paideia de los hombres libres”. Calicles procura demostrar
que posee plenamente una alta cultura por medio de abundantes citas poéticas
de Eurípides y Píndaro, entretejidas según la moda de la época con su argumen-
tación (486 B-C).
78 Gorg., 487 B 6.
EL GORGIAS 529
EL GORGIAS 531
93 Gorg., 451 D.
103 Platón vuelve a presentar aqui el paralelismo con el arte médico, que
tiene siempre presente en su techné politica. Cf. supra, p. 517.
104 Gorg., 501 D-502 D. Platón invoca la poesía coral y ditirámbica contem-
poránea y pone como ejemplo a Cinesias, de quien se burla también Aristófanes.
Tampoco Calicles acierta a encontrar ningún calor educativo en su arte. A la
actitud negativa mantenida por Platón contribuye, pues, la degeneración virtuo—
sista del arte en su época.
EL coacms 533
107 Gorg., 503 E-505 B. El eídas, que sirve al estadista de punto de mira
para poner orden (rdErg) en su objeto, o sea en el alma humana, es el bien,
que en Gorg., 499 E, se presenta como el telas de toda conducta.
tu .
EL GORGIAS 535
126 Corg., 510 ¡*:—511 A. Esa imitación del déspota se convierte para él en
el mayor obstáculo de la educación, como Platón expone más a fondo en la
República, donde desarrolla sistemáticamente la teoría de que la educación se
adapta en todas sus partes al espíritu de las condiciones políticas existentes.
EL GORCIAS 537
¡ian (ii; Bé)rcwror €oovrou, (i); io:rgóv. Se alude, por tanto, a la lucha que
el médico tiene que sostener con el paciente frívolo y reacio. También en este
punto volvemos a encontrarnos con el parelelo de la medicina.
130 Gorg., 513 E. También aquí, como en el pasaje decisivo, Gorg., 470 E,
es la posesión de la paideia el único criterio decisivo para juzgar del valor
tanto del dinero como de todo poder en general. En efecto, que la kalokagathía,
en 541 A 1, no versa sino sobre el concepto de la paideia lo demuestra el em-
pleo9 simultáneo de ambos términos sinónimos en el pasaje paralelo 470 E
6 y .
EL GORGIAS 539
143 Gorg., 522 D. Este Banºsiv éuutfí), la conservación de la salud del pro-
pio yo, es lo contrario a lo que Calicles entiende por la fuerza mediante la cual
se salva el yo fisico; cf. supra p. 528. Si el saber de Sócrates, idéntico a la
propia areté, constituye un medio de defenderse a si mismo (en un sentido ele-
vado del yo), comprendemos en seguida por qué Sócrates insiste ya en el Pro-
ta'goras (352 C) en que esa filosofía es “capaz de venir en ayuda del hombre”.
El sentido de este Bonºeiv es el mismo que tiene esta palabra en la medicina: el
de curar al hombre y devolverle la salud. Cf. injra, lib. ¡<v, cap. 1, nota 11.
144 Gorg., 513 C. Platón llama a esto el “efecto usual” (to 1:6w noM6w
mii)og) del mensaje socrático.
“35 Cf. supra, p. 415. 146 Gorg., 523 Ass.
EL GORGIAS 541
143 Gorg. 523 E: ain:ñ 'tñ umxñ uótñv 1:ñv umxiw 05mooi'yvtu. Las envol-
turas engañosas, en 523 B-D.
que en vida padeció.149 Platón no toma este rasgo de los mitos órfi-
cos. Con él no hace más que expresar una idea fundamental de
Sócrates, a saber: que las injusticias pasadas perduran en el alma y
forman la esencia de ésta. Las almas que aparezcan sanas ——que
serán en su mayoría aquellas que perteneciesen en vida a hombres
simples, sin poder y sin posición pública y entregados al deseo de
conocer y realizar el bien (tpt?»óoocpou tpvxai)—— se dejarán en libertad
en las islas de los bienaventurados. Las otras serán enviadas al
Tártaro. La distinción entre enfermos curables e incurables que se
establece con respecto a las almas que no aparecen sanas, deja abierto
umcamino de curación mediante largos sufrimientos y dolorosas cu-
ras.“70 Las incurables ———que serán en su mayoría almas de tiranos
y de hombres de poder, a las que ya no es posible salvar con ninguna
terapéutica—, se erigen en ejemplos eternos, paradeigmata, para be-
neficio de las otras.151 Por tanto, el mundo posterior a la muerte se
convierte en continuación y perfeccionamiento de la paideia de la
vida terrenal: los mal educados, pero capaces todavía de corrección,
obtienen una última posibilidad de alcanzar todavía la meta, a fuerza
de duros sufrimientos y castigos. Los incapaces de corrección, los
que ya no pueden ser salvados, sirven por lo menos de medio para
la educación de los demás.
El Gorgias termina con la exhortación ante la apaideusia,l52 o
sea la ignorancia con respecto a los bienes supremos de la vida, y
aplaza toda discusión en torno al estado y a la política hasta el mo-
mento en que nos liberemos de esta ignorancia. De este modo Platón
recuerda una vez más la tendencia pedagógica fundamental de todo
el diálogo y de la filosofía socrática como tal y graba indeleblemente
en nuestra memoria su concepción acerca de la esencia de la paideia,
divergente de cualquier otra. Se trata de la lucha a lo largo de toda
la vida del alma por liberarse de la ignorancia acerca de los bienes
supremos, ignorancia que se apodera de ella y le cierra el camino
hacia la verdadera salvación.153 Estas palabras nos remontan de nue-
vo al final del Protágoras, donde ya se hablaba de esta ignorancia,
de “la falsa opinión y el error con respecto a las cosas que tienen un
valor supremo, como de la fuente de todo mal.” 154 Allí se decía que
no era propio de la naturaleza humana el optar voluntariamente por
150 Las islas de los bienaventurados, en 523 B, 524 A, 526 C; los pecadores
curables e incurables, en 525 B-C, 526 B 7.
151 Gorg., 525 C-D. Entre ellos figuran también Arquelao, rey de Mace—
donia, y los demás tiranos cuya bienaventuranza pone Sócrates en tela de juicio
(470 DE) por no saber en qué condiciones se encontraba su paideia y su “justi-
cia". En el examen médico del más allá se pone de manifiesto que las almas de
quienes han sido “educados sin verdad” (525 A) ya no encierran nada, sino que
son almas raquiticas y amputadas.
EL GORGIAS 543
EL GORGIAS 545
159 Calicles confunde la crítica del estado ateniense por Sócrates con la opo-
sición espartana de la minoría oligárquica de Atenas, Gorg., 515 E. Considera
a Sócrates sometido espiritualmente a este círculo de opinión. Pero Sócrates
hace hincapié en que sólo enjuicia aquello que él como cualquier otro ve y
oye en torno suyo. Con esto, Platón quiere, evidentemente, poner de relieve
que se aj)stiene de toda política de partido y que pretende elevar su crítica a
otro nive .
EL GORGIAS 547
VII. EL MENÓN
EL NUEVO CONCEPTO DEL SABER
1 Prat., 357 B.
549
2 Mar., 70 A.
3 Men., 71 A. Desde el punto de vista científico este orden aparece como
EL MENÓN 551
el único lógico y evidente, pero los antiguos poetas estaban muy lejos de plan-
tear el problema de la esencia de la areté en esta forma tan general, aun cuando
creían que debían dar a una areté preferencia sobre todas las demás, como ha-
cían Tirteo, Teognis y Jenófanes. Cuando Sócrates condiciona la adquisición de
la areté a la solución del problema de su esencia, es decir, a un difícil y com-
plejo proceso intelectual, esto quiere decir que la areté ha pasado a ser algo
problemático para él y para su época.
4 Man., 71 DE 5 Mar., 72 A.
9 Men., 72 C 8. 10 Men., 72 E.
Aristóteles (frag. 45, ed. Rose) en el Eudemo, cuando todavia pisa terreno plató-
nico y es un buen testigo de la doctrina académica vigente.
EL MENON 553
cosa está en. que este bien “en total” (word 8101!) es designado
al mismo tiempo por Platón como lo verdaderamente real y exis-
tente, lo que repugna a una equiparación con nuestro “concepto” ló-
gico, con lo general. En el Menón, lo mismo que en los diálogos
anteriores, no nos encontramos nunca con una verdadera definición
de la areté y, por lo demás, es evidente que por el momento seme-
jante definición no tiene nada que ver con el problema de la esencia
de la virtud. En vez de eso, se analizan una vez más las diferentes
partes de la virtud, refiriéndolas como siempre al problema de la
virtud en si, es decir, a la idea. Lo que sea se explica como tal idea
y no como definición. La idea es la meta a que tiende el movimiento
dialéctico del pensamiento platónico. Esta conciencia, que el lector
se formaba ya en las obras anteriores de Platón, se esclarece todavía
más en el Menón.18
Si sabemos comprender en su claro sentido literal, tal y como lo
va desarrollando paso a paso en el Menón, este análisis del proceso
lógico de la dialéctica socrática por Platón, su más autorizado intér-
prete, nos parece que será punto menos que imposible incurrir en los
errores cometidos en los viejos y en los nuevos tiempos por sus en-
juiciadores filosóficos. En cierto modo, es Aristóteles quien rompe
la marcha por este camino equivocado, al mantener su famosa afir-
mación de que Sócrates fue el primero que procuró definir los conceptos
generales, que Platón hipostasió, duplicando, por tanto, inútilmente,
este concepto lógico general como realidad ontológica.“ Según esto,
la idea platónica presupone desde el primer momento el descubrimien-
to de lo general lógico y, aceptado así, es indudable que la idea no
representaría realmente más que una extraña duplicación del concepto
existente en el espíritu humano. Los lógicos modernos siguen en su
mayoría las huellas de Aristóteles, en esta reconstrucción del proceso
interior que llevó a Platón a establecer la teoría de las ideas.ºº Sin
EL MENÓN 555
23 Men., 75 D.
24 Cf. infra, pp. 712 s. y Carta VII, 341 C. La relación de estos esfuerzos dia-
lécticos comunes y el acto de visión intelectual que aparece al final de este
camino se esclarece en la Carta VII mediante la comparación con el acto de
frotar dos trozos de madera hasta que al fin salta la chispa.
26 Men., 74 B.
556 EN BUSCA DEL CENTRO DIVINO
En otro pasaje se dice que otros colores no son menos colores que
el blanco y que el círculo no tiene más de figura que el rectángulo,27
con lo cual se aclara lógicamente lo que Platón entiende por esencia
(oñoía), pues la esencia no admite, como enseña por ejemplo el F e-
dón, un más ni un menos, y ninguna figura lo es en mayor ni en
menor grado que otra cualquiera.28 En cambio, si cabe un más o
un menos con respecto a la calidad o a la relación. Estos mismos
conocimientos los encontramos más tarde proclamados en la doctrina
de las categorías de Aristóteles, pero ya Platón se hallaba familia-
rizado con ellos desde los primeros tiempos, como nos revela el Me-
nón.ºº Tendría gran interés el analizar lógicamente los primeros
diálogos, desde este punto de vista. Llegaríamos así a la conclusión
de que una obra como el Menón no representa, ni mucho menos, los
primeros tanteos para penetrar en la naturaleza lógica de la dialéctica
socrática, sino que brota, por el contrario, de la multitud de conoci-
mientos lógicos de su autor. El Sócrates platónico hace sus ensayos
sobre un discípulo que representa espiritualmente el término medio
de los estudiantes de la Academia.30 De este modo Platón lleva a la
conciencia de sus lectores los problemas lógicos elementales sin cuya
comprensión no es posible entender sus diálogos. Al hacerlo, no
pierde de vista las limitaciones que la forma literaria impone a la
explicación de problemas tan técnicos como éstos. No obstante, con-
sigue dar también a los no iniciados una idea de la dificultad y del
encanto de este nuevo campo de indagación.
En el Menón desempeñan un apel importante las matemáticas.
No cabe duda de que Platón dedicó gran interés desde el primer
momento a estos estudios, pues ya los primeros diálogos revelan un
conocimiento minucioso de las cuestiones matemáticas. Mientras que
el Gorgias, para trazar el esbozo de la nueva techné ético-política,
tomaba más bien como modelo la medicina, el Menón sigue princi-
palmente el ejemplo de las matemáticas. Esto se refiere, en primer
lugar, al método. Ya en el primer intento de determinación de la
esencia de la areté se recurre como prueba a la definición de lo que
es una figura.31 En la segunda parte del diálogo, donde Sócrates y
Menón acometen de nuevo el problema de saber qué es la areté, se
recurre nuevamente al ejemplo de las matemáticas. Aún no saben,
en realidad, qué es la areté, pero como lo que les interesa fundamen-
talmente, por razones pedagógicas, es si puede ser enseñada, Sócrates
27 Man., 74 D.
29 Cf. mi Aristóteles, cap. …, pp. 53-54 donde demuestro lo mismo con refe—
rencia al F edén platónico.
31 Man., 74 B.
EL MENÓN 557
33 Man., 82 B ss.
34 Men., 85 HD.
EL MENÓN 559
39” Man., 81 C, 81 D, 81 E, 82 B, 82 E, 84 A, 85 D, 86 B.
“¡0 Men., 85 C, 86 B.
interesado en el caso concreto del saber matemático porque comparte este ori-
gen con el conocimiento de dos valores. Y éste es el que a Platón le interesa.
50 Men., 79 A-B.
EL MENÓN 561
de lo que sea el saber en la parte central del Menón sirve para pre-
parar la introducción del concepto socrático del saber con vistas a
la determinación de la esencia de la areté. Esta tiene lugar bajo la
forma de la definición hipotética mencionada ya más arriba (véanse
pp. 556 s.) : si la virtud es susceptible de enseñanza tiene que consistir,
necesariamente, en un saber.51 Es evidente que ninguno de los bienes
tan anhelados por el mundo y por los que la multitud entiende cosas
como la salud, la belleza, la riqueza y el poder, constituye un verda-
dero bien para el hombre si no va acompañado por el conocimiento
y la razón.52 El saber que investigamos será, por tanto, esta razón,
la frónesis, que nos dice cuáles son los bienes verdaderos y cuáles los
falsos y por cuáles de ellos debemos optar.53 En la República, Platón
designa esto precisamente con las palabras de “saber elegir” y de-
clara que en la vida lo único que interesa es adquirir este tipo
de saber.“ Este saber descansa en el conocimiento inquebrantable de
aquellas ideas y arquetipos primitivos de los supremos valores que
el alma encuentra dentro de sí misma cuando recapacita sobre la
esencia de lo bueno, de lo justo, etcétera, y tiene la fuerza suficiente
para determinar y encauzar la voluntad. Tal es, al menos, el sentido
en que debe buscarse la respuesta a la pregunta socrática sobre la
esencia de la areté.
Pero Platón prefiere poner fin al diálogo con una aporía autén-
ticamente socrática. En ella volvemos a encontrarnos con el viejo di-
lema en el que culminaba ya el Protágoras: si la virtud es susceptible
de enseñanza tiene que consistir necesariamente en un saber, en cuyo
caso el postulado de Sócrates, que tal afirma, llevaria implícita la
clave para una educación en el verdadero sentido de la palabra.55
Sin embargo, la experiencia parece demostrar que no existen profe-
sores de virtud, que hasta ahora ni los hombres más importantes del
pasado y del presente de Atenas fueron capaces de trasmitir sus
virtudes y su carácter a sus propios hijos.56 Sócrates está dispuesto
a admitir que aquellos hombres poseían la areté, pero si ésta hubie-
se consistido en un saber tendría que haberse manifestado necesaria-
mente como una fuerza educativa. Por tanto, sólo se basaría, eviden-
temente, en una “opinión acertada” 57 comunicada al hombre por
alguna “moira divina”?8 pero que no le capacitaba para explicar a
54 Rep., 618 C. Nosotros “debemos hacer a un lado todas las otras clases
de conocimiento y escoger ésta”, que él describe en 618 C 8-13 4 como el cono-
cimiento (5i6évat) que nos capacita para hacer la recta elección del bien y el
mal (aioeíoñut, aioeotg).
EL MENÓN 563
VIII. EL SIMPOSIO
EROS
1 Rep., 496., C 8, Carta VII, 325 D. 565 2 Cf. supra, pp. 436 ss.
3 Lisis, 215 A, 215 E. Cf. ARISTÓTELES, Et. nic., VIII, 2, 1155 a 33 ss.
5 Lisis, 219 GB. La formulación recuerda Gorg., 499 E, donde Platón men-
ciona como meta (télog) de todos los actos el bien, y define éste como aquello
por virtud de lo cual hacemos todo lo demás. Que en el Lisis tiende también
a eso, lo demuestra 220 B y el concepto del telos se apunta en 220 B: telewóíoul,
y en 220 D: érskeútu. El supremo q;i7»ov es aquel al que tienden (como fun-
damento final) todas las relaciones amistosas.
5“ Con esto se aporta la prueba definitiva de que la idea del bien es, en
realidad, la meta que se alza detrás de las disquisiciones de todos los diálogos
anteriores a Platón (cf. supra, p. 478), pues el Lisis pertenece por entero, lo
mismo por su fuerza literaria que por su actitud filosófica, ¿¡ este grupo de
obras, como lo confirman también los resultados de la investigación filológica.
La fecha del Lisís y su significación para el problema de la evolución filosófica
de
Platón fueron objeto de una interesante polémica entre M. PonLt—:Nz (en Gót-
:inger Gelehrze Anzeigen, 1916, núm. 5) y H. VON ARN… (en Rheínisches Mu—
seum, Nueva Serie, t. LXXI, 1916, p. 364). Yo coincido con Amim en cuanto a los
origenes tempranos del Lisis.
EL smposzo 567
5 Cf. JENÓFANES, frag. 1 Diehl y supra, pp. 1695. El poeta dice que los
simposios son el sitio para uvnuooúvn ducp' doetñg, para mantener vivo el re-
cuerdo de la verdadera areté.
EL SIMPOSIO 569
ATENEO, I, 3 ss., menciona junto a éstas, son, indudablemente, las mismas que los
nomoi sobre simposios, pues se hallaban destinadas a los presidentes de los sim-
posios (Bactlsv; 1:oñ ovunoaiou). En el último pasaje se cita como autor de es-
tos reglamentos, además de Jenócrates y Aristóteles, al sucesor directo de Platón,
Espeusipo.
EL SIMPOSIO 571
EL SIMPOSIO 573
EL SIMPOSIO 575
EL SIMPOSIO 577
EL SIMPOSIO 579
58 Simp., 204 C.
esa palabra y ese verbo para designar ciertos anhelos, encuentra se-
gún Platón su paralelo en otras palabras como poiésis, “poesía”, que,
aun significando simplemente “creación”, es reservada por el uso para
un determinado tipo de actividad creadora. En realidad, esta nueva
conciencia de lo arbitraria que es esta “delimitación” del significado de
palabras como eros 0 “poesía” no es sino un fenómeno concomitante
de la extensión de este concepto por obra de Platón y de la operación
realizada por él al llenarlo de un contenido universal.61
EL SIMPOSIO 581
63 Simp., 206 A: €a1:w fica ¿ ¡:'0wg 106 16 ó.yuñbv ou'mb €l'vut dei.
EL SIMPOSIO 533
EL SIMPOSIO 585
93 Simp., 332 £.
' ' ' 96 R ,, .
92 Simp., 211 B ntog, 211 D 985…Sgimp., 211 c. ep
94 Simp., 211 E.
EL SIMPOSIO 587
98 Este último paso había sido preparado por el discurso de Diótima, 204 A-B.
105 Alcibíades encarna el tipo con ayuda del cual mejor podía ilustrar Platón
qué era lo que realmente queria Sócrates: es el joven de aspiraciones geniales
que “toma en sus manos los asuntos de los atenienses, pero sin preocuparse de sí
mismo (áuehsi), a pesar de serle tan necesario" (Simp., 216 A). Este descuido
de si mismo es lo opuesto al postulado socrático del énruelaíoºm ':ñg Wuxñg
(Cf. supra, p. 415). Alcibíades quería trabajar en la construcción del estado, an-
tes de construir el “estado dentro de si mismo" (Cf. Rep., IX, final).
IX. LA REPÚBLICA
INTRODUCCIÓN
1 Cf. supra, p. 478 2 Cf. supra, pp. 495 s., 504. _ 3 Cf. supra, p. 479.
“ Platón está pensando en las diferentes funciones morales del alma, en las
diferentes formas (ción) que su actividad moral adopta.
LA REPÚBLICA. I 591
Para quien vea la cosa con esta perspectiva nada puede ser más
sorprendente que la afirmación de un moderno historiador de la filo-
sofía procedente de la escuela del positivismo que, aun encontrando
en la obra de Platón muchos pensamientos fascinantes, encuentra
extraño que se hable tanto en ella de educación.9 Es algo así como
si se dijese que la Biblia es un libro muy espiritual, pero que en
él se habla demasiado de Dios. No debemos, sin embargo, tomarlo a
8 Como tal hemºs considerado repetidamente a la polis. Cf. supra, pp. 84,
109, 293. Sin embargo, para Platón no se trata aquí de las relaciones de la paideia
como un estado históricamente dado, que la tome como medio político, sino de su
proyección sobre la meta divina, la idea del bien, que se levanta en el “centro"
del “estado perfecto".
ca, la esencia de la paideia platónica requiere todos los elementos que enumera
Gomperz, y hubiera sido imposible ponerla de manifiesto sin relacionarla con ellos
en un sentido filosófico. La paideia no es un mero eslabón externo que hace de
la obra un todo; constituye su verdadera unidad interna,
LA REPÚBLICA. 1 593
ciones sociales sobre todo eran objeto de apasionadas especulaciones
desde hacía varios decenios. Ya los viejos poetas habían trazado, en
tiempos caóticos, imágenes ideales de eunomia. Tirteo, el espartano,
desde su punto de vista conservador, había cifrado el orden perfecto
en la tradición de Esparta.13 Solón, remontándose por encima de esta
concepción, derivaba la polis justa de los eternos postulados de la
razón moral.” En la época de los sofistas se iba aún más allá: se
requerían ahora proposiciones más concretas encaminadas a eliminar
los males sociales existentes en el estado, e Hipódamo y Faleas, cuyas
utopías conocemos aún, en sus líneas generales, por la Política de
Aristóteles,15 presentan, como corresponde al espíritu de la época del
nacionalismo, esbozos de un orden social justo y duradero cuya forma
esquemática recuerda en cierto modo la geometría de los planos ar-
quitectónicos trazados por el mismo Hipódamo para la ciudad. En
su proyecto de estado, Faleas postulaba entre otras cosas una educa-
ción igual para todos los ciudadanos, viendo en ello el vínculo co-
mún que aseguraría la cohesión interior de la comunidad.16 Un so-
fista desconocido, que escribió después de terminar la guerra del
Peloponeso, colocaba, en el centro de una obra dedicada a la recons-
trucción del estado, el problema de la virtud cívica y de la autoridad
de las leyes del estado.17 Su punto de vista difiere mucho del de la
República de Platón, pues lo enfoca todo, incluso el problema de
la moral y de la autoridad del estado, desde el punto de vista econó-
mico. De estos factores dependen, según su modo de ver, la con-
fianza y el crédito tanto en el interior como en las relaciones con los
súbditos de otros estados, y la incapacidad del estado para imponer por
su propia fuerza esta clase de autoridad conduce a la tiranía. Como se
ve, este autor se orienta de modo fundamental hacia fines prácticos
que considera firmes ya de antemano y que debían de responder esen-
cialmente a las ideas imperantes en las democracias griegas al terminar
aquella devastadora guerra. Sin embargo, esta obra es significativa,
pues nos indica el ambiente en que surgió la teoría de Platón acerca
del estado perfecto.
LA REPÚBLICA. I 595
tónico de educación.
_ 28 Rep., 359 A.
ºº Rep., 357 A. 27 Rep " 357 B C' 30 Cf. supra, pp. 299 “-
29 Rep., 359 D-
LA REPÚBLICA. ¡ 597
dora exposición simbólica del problema como cuestión del puro valor
intrínseco de la justicia. Hace que el hermano de Glaucón, Adimanto,
pronuncie otro discurso para aclarar todavía más la intención de
aquél.31 Después de haber hablado los modernos apologistas ilustra-
dos de la injusticia, es necesario que hablen sus adversarios, los pane-
gíristas de la justicia, el tropel de los grandes poetas desde Homero
y Hesíodo hasta Museo y Píndaro. ¿Acaso ellos no exaltaban tam-
bién este ideal simplemente por la recompensa que los dioses otorgan
al justo? 32 Y, además, ¿no hay pasajes en los que, aun ponderando el
carácter elevado y augusto de la justicia, la consideren al mismo tiempo
gravosa y fuente de penalidades, a la par que reputan la injusticia como
algo que no pocas veces rinde utilidad y presentan incluso a los dioses
como seres venales? 33 Si los testimonios mismos de la suprema vir-
tud humana, los poetas y educadores del pueblo, opinan así ¿por qué
clase de vida ha de optar el joven cuando se vea colocado en la práctica
en el trance de elegir? Adimanto habla visiblemente impulsado por
una verdadera angustia interior, y sus palabras respiran, sobre todo
hacia el final de su discurso, su experiencia personal.34 Platón lo hace
representante de la generación a la que él mismo pertenecía. Así hay
que interpretar la elección de sus hermanos como interlocutores llama-
dos a impulsar la investigación y a formular ante Sócrates en sus
términos exactos el problema que trata de resolver. Verdaderamente
son dos grandiosas figuras (para el -pedestal del monumento al educa-
dor Sócrates que Platón se ispone a levantar en esta obra, la más im-
portante de todas las suyas. El motivo de que brota son los desazona.
dores problemas de conciencia de estos dos jóvenes representantes de
la genuina kalokagathía de la antigua Atenas, que recurren a este hom-
bre como el único del que pueden esperar una respuesta.
Con una franqueza sin reservas, Adimanto describe la situación
interior de su propia persona y la de su hermano, y cada una de sus
palabras es un golpe de crítica asestado contra la educación admi-
nistrada hasta allí precisamente a base de aquellos viejos poetas
clásicos y de aquellas famosísimas autoridades morales, que dejan
ºº Rep., 363 A-E. Cf. también supra, pp. 76 s., 97, sobre los catálogos de las
recompensas a la areté y la justicia, los perjuicios de la kakía y la h£m's ue
figuran en las poesías de Hesíooo (Erga, 225), Tmrao, frag. 9, 30 Die ; y %o—
L6N, hs;. 1, 32 Diehl.
LA REPÚBLICA. I 599
45 Aparece en Leyes, 625 E-628 D, 629 A, pero de aquí no se sigue que Pla-
tón tuviese ya el plan de escribir las Leyes cuando redactó la República.
LA REPÚBLICA. I 601
49 Rep., 374 E.
LA REPÚBLICA. I 603
57 Rep., 377 A.
59 Rep., 377 C.
LA REPÚBLICA. 1 605
Zeus, una actitud más digna que la que conocemos por la Ilíada.“2
Platón recoge directamente las razones de ]enófanes en detalles como
el de la crítica de las luchas entre dioses y gigantes o del odio y la
discordia entre los inmortales de Homero,33 y la fuente última de su
sensibilidad es la misma que la de sus predecesores: al igual que
ellos, aplica el rasero de su moral a las ideas de los antiguos poetas
y las encuentra inadecuadas a lo que él exige de lo divino y, por
tanto, falsas. Ya ]enófanes atacaba a Homero “porque desde el pri-
mer momento Homero había servido de maestro a todos”,64 y le com-
bate porque tiene la conciencia de hallarse en posesión de una sabidu-
ría nueva y más alta.
teoría; lo único que nos interesa es dejar sentado una vez más que
corresponde al modo de sentir de los griegos. Es cierto que no debe-
mos generalizar sin más los rigurosos postulados específicos que Pla-
tón deduce de la misión del poeta como educador, pero sí afirma-
mos___ que la concepción como tal no es, ni mucho menos, exclusiva
de él; No la comparte sólo con la antigua tradición griega, sino
también con sus contemporáneos. Los oradores atenienses citan ante
los tribunales las leyes del estado, allí donde se trata de comprobar el
derecho escrito. Pero al mismo tiempo invocan como algo igualmente
evidente las sentencias de los poetas cuando, a falta de normas es-
critas, tienen que remitirse a las leyes no escritas,65 a cuyo poder se
refiere con orgullo Pericles en su glorificación de la democracia
ateniense. La llamada ley no escrita se halla, en realidad, codificada
en la poesía. A falta de fundamentos racionales, un Verso de Homero
LA REPÚBLICA. I 607
' ºº Cf. Rep., 337 A: el mito en su conjunto representa una ficción, aunque en-
LA REPÚBLICA. I 609
70 Rep., 379 A: rúnor magi fieokoyío.g. Es el pasaje en que aparece por vez
primera la palabra teología en la historia del espíritu humano. Platón es su
creador.
71 En Rep., 377 E, Platón compara al poeta que cuenta cosas malas de los
dioses al pintor cuyos retratos “no se parecen” al original. Las palabras un6év
éomów. están muy bien elegidas, pues expresan al mismo tiempo la falta de
parecido y la inadecuación de la idea de Dios, que Platón siente. También
.lENÓFANES, frag. 22 Diebl, dice ya que “no se parece a Dios” el moverse de un
lado para otro. La palabra ngénsw, que designa la adecuación, expresa origina-
riamente, como la palabra homérica €omévm, la. idea del parecido. La tragedia
del siglo v la emplea siempre en este sentido.
LA REPÚBLICA. ¡ 611
los dioses para esta te en una divinidad que es la causa de cuanto acon-
tece, lo mismo lo bueno que lo malo.
74 Primero viene la crítica de los himnos a los dioses, que responde a los
postulados de la verdadera eusebeia (377 E hasta el final del libro 11). Con
el libro III comienza la crítica de los pasajes de los poetas que son contrarios
a los preceptos de la valentía, a lo que, en 389 D, se enlaza la crítica desde el
punto de vista del dominio de si mismo. Ambas partes de la crítica se refieren
al modo de presentar a los héroes en la poesía. A esto parece que debiera seguir
inmediatamente la exposición del hombre, examinándose_ante todo su coinciden-
cia con los preceptos de la verdadera justicia (392 A y 392 C), ya que esta virtud
es la única que queda en pie. Pero Platón desplaza esta parte de la crítica, pues
hace falta esclarecer todavia la verdadera esencia de la justicia.
'" En mi estudio Tyrtai05 Uber die wahre Arete, en Sitzungsberichte der Ber-
liner Akademie, 1932, p. 556, he estudiado toda una serie de ejemplos especial—
mente instructivos de esta trasformación de una poesía famosa en alta autoridad.
LA REPÚBLICA. I 613
precisamente en el pueblo más artístico del mundo, entre los griegos, donde la
capacidad del goce estético alcanzó mayor altura que en cualquier otro pueblo
de la historia.
LA REPÚBLICA. I 615
tiva sólo quedaría cumplida a medias, según Platón, mientras esta nue—
va verdad no se infundiese como un alma a las figuras plasmadas y
plasmadoras de una nueva poesía.
2) la imitación dramática; ,
e oeta.
y 83 Rep., 392 D. El concepto de la imitación, que Platón toma como base en
esta clasificación de los géneros del arte poético, no es la imitación de cuales—
quiera objetos naturales por el hombre, sino el hecho de que el poeta o el pintor
se hagan parecidos (¿p.owñv éuuróv), como personalidad, en todos aquellos ca-
sos en que no hablen en primera persona, sino a través de otro.
LA REPÚBLICA; I 617
94 Cf. Rep., 397 AB y la descripción de las dos clases (ción) o los dos tipos
(1:Ú.7tot) de estilo ().éEtg).
97 Cf. Rep., 398 B-C. El contenido y la forma son & 1:e lexréov xai. (i);
lexre'ov. La primera (&) coincide con la exposición por extenso de los mitos,
la segunda (no;) con la del estilo (kéEtg). La tercera parte del estudio de la
poesía, la música (reoi (i_)6ñg roó:rou xai usidw), comienza en 398 C. Esta
clasificación de la poesía en los diversos elementos que la integran se adelanta
parcialmente a la construcción de la Poética de Aristóteles. El carácter norma-
tivo del estudio lo indica el doble l.sxréov. La norma platónica es la paidéutica
y no la simple perfección técnica de la obra" poética.
LA REPÚBLICA. ¡ 619
110 También aquí (Rep., 400 A) señala Sócrates al joven Glaucón, hombre
culto en la técnica musical, la misión de explicar y definir de un modo más
exacto en las armonías los géneros de los ritmos y su número. Sin embargo,
lo característico del técnico es ignorar cuanto se refiere al contenido ético de
expresión de los distintos ritmos. Indudablemente, Damón era excepcional entre
los teóricos de la música. Por ello Sócrates quiere “asesorarse” (400 B) de él
para saber qué clase de ritmos (Báoeu;) son los adecuados (noénouout) para
cada ethos especial. Es un problema instructivo, pues el tratamiento de los
metros en la poesía parte también en la Poética de Aristóteles y en la de Horacio
del mismo punto de vista, a saber: qué metros son los más indicados para cada
contenido. Asistimos aqui a una continuidad de la tradición anterior a Platón,
aunque exista la tendencia a identificar con él este modo paideútico de enfocar
el problema de la música. El hecho de que haga que Sócrates recurra a Damón
como la gran autoridad con respecto a la teoria de lo adecuado (nqéno'v) en
este terreno, representa una distinción y un testimonio verdaderamente extra-
ordinario en él. Tras ellos no se halla tanto el hecho de que Sócrates fuese
discípulo de Damón -——una antigua tradición urdida probablemente a base de
este pasaje de la República —como la comprobación de que Damón era el ver-
dadero autor de la teoría del etitos en la música que Platón toma como base de
su paideia de los “guardianes”.
LA REPÚBLICA. I 621
11'5 Amsróruas, De sensu, 1, 437 a 5. El modo como valora Platón el ojo bu-
mano se trasluce en el predicado “solar” que usa en Rep., 508 B y en la metáfora
“ojo del espiritu”, Simp., 219 A.
117 Rep., 401 A. Quizá la “escultura" está ubicada en el etcétera, 401 A 12.
122 Hatóeiu y rooqrñ son al principio términos casi sinónimos. Cf. ESQU1L0,
Las siete, 18. Cf. supra, p. 20.
LA REPÚBLICA. I 623
124 Rep., 401 C: (Boxeo añou cpéoovac. ¿mi ¡(0an rónuw ísyletuv.
129 Re .,“402 A.
123 Carta VH; 343 E'… B- 131 Reg., 403 C.
130 Rep., 402 C.
LA REPÚBLICA. I 625
145 Cf. infra, lib. ¡v, sobre el desarrollo de la dietética en el siglo IV.
LA REPÚBLICA. I 627
149 Rep., 407 B-C. 150 Rep., 407 Ess. 151 Rep., 408 B, 410 A.
152 Rep., 406 A. Sobre Heródico, véase el capítulo dedicado a la medicina,
in!ra, lib. rv.
tarán, gracias a su educación “música”, tener nada que ver con los
jueces ni con la ley. Y su educación gimnástica les eximirá asimismo
de la necesidad de aconsejarse del médico.
155 Rep., 410 D. 156 Rep., 411 A. 157 Rep., 411 GB.
158 Rep., 411 Es:. Los términos que Platón emplea para esta combinación
son: auvº—OuÓCI-Zw y xeoawúvm. Toda la salud es el resultado de la mezcla debi-
da (nada;), de acuerdo con la doctrina médica griega. Véase ínfra, lib. Iv: La
armonía de la paideia musical y atlética es la educación sana. Cf. también
Rep., 444 C. Pero Platón piensa en la totalidad de la salud de la naturaleza hu—
mana, no sólo en la salud corporal.
LA REPÚBLICA. I 629
nes”.15º La lira es un instrumento de varias cuerdas y altamente
refinado. Es mudo para quien no sabe tocarlo, y produce una inso-
portable monotonía cuando sólo se toca una de sus cuerdas. En saber
tocar al mismo tiempo varias cuerdas, produciendo no una estridente
disonancia, sino una bella armonía, consiste en efecto el difícil arte de
la verdadera paideia.
159 Al final de la seeción sobre la gimnasia (412 B), Platón recuerda ex-
presamente una vez más su principio metódico sobre la estructura de la educa-
ción: 1) hace resaltar repetidamente que cualquier exposición de esta clase sólo
puede trazar las líneas generales de la paideia (1:1'mot 1ñg nutósiag), de las que
se trasluce la fisonomía espiritual de esta cultura; 2) rechaza resueltamente un
tratamiento completo en cuanto a la materia de todas las formas de educación,
tales como las danzas en corro, los juegos agonales gimnásticos e hipicos, la
caza, etcétera. (“¿por qué hemos de tratar de todo esto?” y “es evidente que
todo debe manejarse de un modo análogo”). En su obra de vejez, las Leyes,
cambió de modo de pensar, como lo comprueba, entre otras cosas, el hecho de
que incluyese también estas formas en su paideia.“ Las danzas en corro, especial-
mente, ocupan aquí una posición completamente distinta, que lo domina todo.
Cf. infra, lib. Iv, cap. x.
LA REPÚBLICA. 1 631
168_¿Rep., 416 Css. Estas reglas se dan para la vida del regente, en adición a
su paz em.
175 En Rep., 424 DE describe Platón en detalle los efectos sºciales negati-
vos de los cambios en la paideia, con los cuales contrasta en 425 A-B los efectos
beneficiosos de su observación fiel e inconmovible. Ambas imágenes se caracte—
rizan por las antítesis nuouvouia<—> eíwouí.u, que recuerdan la elegía de SOLÓN,
frag. 3, Diehl. En ella Solón hace de xuouvouio. y efwop.iu la causa final de la
felicidad o la miseria del estado (cf. supra, p. 143). En la República son sola-
mente los efectos del cambio o la resistencia al cambio de la paideia (cf. Rep.,
425 C).
LA REPÚBLICA. I 633
177 Rep., 425 C. Cf. también 427 A. 173 Cf. supra, pp. 86 ss.
educación del tipo de Licurgo es, según Platón, el único camino para
restaurar no la aristocracia de nacimiento, como anhelaban muchos
de sus compañeros de clase, sino las antiguas costumbres y soldar de
nuevo el estado a través de ellas. Exigir de Platón un cuadro equili-
brado y uniforme de todos los elementos que forman la vida del es-
tado seria desconocer el fondo sentimental y condicionado por la épo-
ca sobre el que se destaca su sistema educativo. Platón pone en el
centro de su investigación sobre el estado, con pasión moral, la gran
verdad que le revelan los dolores de su época y los del más grande
hombre de ella. Por muy poco ateniense que la educación platónica
sea en cuanto a su forma externa, es evidente que su espartanismo
ético consciente sólo pudo surgir en Atenas. Es, por su esencia inti-
ma, lo menos espartano que pueda concebirse. Debemos ver en él
el último esfuerzo ascensional de la voluntad educativa de la demo-
cracia ateniense, que al llegar a la fase final de su evolución reacciona
contra su“propia disolución y se rehace.
LA REPÚBLICA. I 635
190 Rep., 435 GB. Este problema reaparece más adelante, en 504 B. El térmi-
no empleado por Platón para designar las clases o partes del alma es ei5'n 1puxñg,
19“ Rep., 443 C. Este orden dentro del estado no es más que un ei5wloºv de la
verdadera justicia.
197 Rep., 443 DE. La areté es, por tanto, la “armonía” de las potencias del
alma, como en el F edón.
LA REPÚBLICA. I 637
ººº Rep., 443 GE. El concepto médico €Eu; discurre ¡¡ lo largo de toda la sec-
ción en que trata de la justicia. Aristóteles en su Etica toma el concepto como
base de su concepción de la areté.
ººº Cf. la reiteración del problema de la patología del estado y del alma en
libros vm-Ix. Véase el capítulo sobre la teoría de las formas del estado como pa—
tología de la personalidad humana.
ººº En Rep., 501 E, Platón designa su construcción del estado como mito-
210 No debe olvidarse que Platón sólo alude a los pocos individuos llamados
LA REPÚBLICA. I 639
213 Rep., 416 E. La palabra ouoainu, que Platón usa en este pasaje para las
comidas públicas, prueba que está adoptando la costumbre espartana.
214 Rep., 451 D.
213 Rep., 452 C. El sentimiento moral de los griegos del Asia Menor se reve-
la en su arte del siglo VI, que a este respecto es muy diferente del arte del Pe—
loponeso.
219 El segundo tema fundamental son los dioses. A veces, este tema se ex-
pone de un modo falso, como si las artes plásticas de los griegos hubiesen tomado
como tema el atleta simplemente porque sólo en la palestra era donde podía
contemplarse el cuerpo humano en su belleza desnuda. Este error es típico de
un cierto concepto modemo del artista como especialista del desnudo. Es un
concepto que aparece ya en lºs últimos tiempos de la Antigiiedad. La figura
del atleta del griego primitivo es la encarnación de la suprema areté gimnásti-
ca del joven, en su figura plástica perfecta. Platón se limita a expresar la con-
cepción general de los griegos cuando define la areté del cuerpo como fuerza, sa-
lud y belleza.
LA REPÚBLICA. 1 641
221 Rep., 452 C ss. 222 Tucíomss, 1, 6, 5. 223 Rep., 453 B-D.
223 Ci. Ivo BRUNS, Vortrá'ge und Aufsiitze (Munich, 1905), p. 154: “La eman—
cipación de la mujer en Atenas.”
LA REPÚBLICA. ]. 643
jores no puede definirse en su pleno sentido mientras no se perfile bien
el principio de la selección, es decir, el tipo de educación que ha de
darse al grupo reducido de “guardianes” llamados a gobernar. Y como
en lo relativo a la educación de la mujer hemos llegado al punto en
que ésta, después de completar su cultura musical y gimnástica, es ya
apta para cumplir su cometido de madre de la futura generación, el
filósofo cree oportuno exponer aquí sus preceptos referentes a las
relaciones entre los sexos y a la procreación. Estos preceptos encajan
bien en este lugar, no sólo por razones de orden cronológico, sino,
además, porque es lo más natural que esta premisa que condiciona la
educación de los “guardianes”, considerada inexcusable por Platón,
se enlace al estudio de la educación de la mujer. Nos referimos a la
selección racial de la clase llamada a gobernar.ººº La “aristocracia”
platónica no es una nobleza de nacimiento, un régimen que confiera a
los individuos de esta capa social, desde la cuna, el derecho a dirigir
en su día el estado. Los incapaces o los indignos deben ser degradados
(cf. supra, p. 630) , seleccionándose, en cambio, de tiempo en tiempo, la
gente más capaz y más digna del tercer estado para promoverla a
la clase dominante. Sin embargo, Platón asigna al nacimiento una im-
portancia esencial en la formación de su élite. Su convicción de que,
en general, la descendencia de la clase dominante responderá a la ex-
celencia de sus progenitores, presupone una cuidadosa selección de los
cónyuges. El gobierno de los mejores debe basarse en la mejor edu-
cación; ésta exige, a su vez, como terreno de cultivo, las mejores ap-
titudes naturales Era ésta una idea corriente en la época de Platón, que
provenía principalmente de la teoría pedagógica de los sofistas.”º Pero
éstos tomaban la physis donde y como la encontraban, sin hacer nada
para crearla de un modo consciente. Este postulado formaba más bien
parte de la herencia ideológica de la ética de la antigua nobleza
griega. Cuanto más arraigada se hallaba en la nobleza la convicción
de la cpvd, de lo congénito, considerado como el germen de toda ver-
dadera virtud, más debía preocuparse, naturalmente, por salvaguardar
la preciosa herencia de la sangre. Ya Teognis, en sus poemas ad-
monitorios, había profetizado a la nobleza arruinada de su ciudad
patria, afanosa de reponerse financieramente mediante el matrimonio
con hijas de plebeyos ricos, las desastrosas consecuencias que esta
mezcla de razas acarrearia para la conservación de la antigua areté
de los nobles.231 Platón recoge este mismo principio, pero bajo la
forma espiritualizada de que los mejores sólo pueden ser engendrados
por los mejores232 y entiende que para asegurarse la pureza de la
330 Ci. supra, pp. 285 ss. 231 Ci. supra, p. 196.
LA REPÚBLICA. I 645
241“ Rep., 461 A. En cambio, en Rep., 461 C, Platón declara también libres
las relaciones amorosas y sexuales para los pertenecientes a la clase dominante,
siempre y cuando que hayan pasado la edad máxima prescrita por el estado
para poder procrear hijos (o sean los 40 años para las mujeres y los 55 para
los hombres).
LA REPÚBLICA. I 647
252 Rep., 499 C, considera posible la realización del estado perfecto en otros
pueblos. Este pasaje confirma el gran respeto que Platón sentía por los bárbaros
y la antigiiedad de sus costumbres y sabiduría.
253 Esto aparece expresado constantemente. Cf. especialmente Rep., 462 A-B.
Este pasaje recuerda a ESQUILO, Euménides, 985, donde se ensalza como supremo
bien la unidad de los ciudadanos en el amor y en el odio.
ideal.
255 Cf. acerca de la dicha de toda la polis, que Platón considera como la
meta suprema, Rep., 420 B. Sobre la dicha de los “guardianes”, Rep.», 419 Ass.
y, recogiendo de nuevo el problema y resolviéndolo, Rep., 466 A. En la jerar—
quía de la dicha, los “guardianes” aparecen ocupando también el primer lugar, a
pesar de ejercer la más abnegada de las funciones.
256 Cf. supra, p. 647 e infra, lib. IV, sobre el panhelenismo del siglo IV.
257 Cf. los pasajes citados en la nota 250. 253 Rep., 469 B.
LA REPÚBLICA. 1 649
el miedo a la muerte, y a propósito de la gimnasia señala de modo
expreso, como finalidad última del desarrollo físico, la finalidad mi-
litar para evitar que degenere en un entrenamiento atlético.259 Pero
no dice nada de cómo ha de fomentarse en los “guardianes” el espí-
ritu guerrero. Sólo mucho después de poner fin a la exposición refe-
rente a su cultura música y gimnástica, después de tratar de la educa-
ción de la mujer y de la comunidad de esposas, entra a hablar de
la educación guerrera de los “guardianes”. La enlaza a la crianza
(1:90q91'j) de los hijos, a quienes debe acostumbrarse ya desde peque-
ños a las impresiones guerreras.ººº Pero esto no es más que la ocasión
que él busca para exponer toda su ética de la guerra, que guarda de
por si muy poca relación con la edad infantil.261 Se trata, en reali-
dad, de un apéndice, separado de un modo extraño del tema principal,
que es el de la educación de los “guardianes”.262 Esta división de la
materia entraña un problema cuya importancia trasciende de la com-
posición puramente formal de la obra. El hecho de que Platón se
guarde de relacionar estrechamente entre sí la educación guerrera y
la paideia gimnástico-música de los “guardianes” no obedece a la cir-
cunstancia externa de que la educación guerrera debe arrancar ya de
antes de la verdadera paideia. Sin duda, Platón concebía la cultura
música y gimnástica como una unidad orgánica establecida por la
tradición histórica y justificada por fundamentos de razón, y no que-
ría interrumpirla con nada que no formase estrictamente parte de
ella. Ya al tratar de la paideia gimnástico-música se esforzaba en es-
tablecer una armonía superior del espíritu entre estas dos formas de
la cultura helénica, la del alma y la del cuerpo, distintas por natu-
raleza.263 Esta misma preocupación se repite, en una etapa superior,
en lo tocante a la relación entre la educación gimnástico-música y la
educación guerrera de los “guardianes”. Hasta entonces, estas dos
formas de educación no habían conseguido combinarse ni entrelazarse
plenamente nunca en Grecia. En Esparta la disciplina militar predo-
minaba sobre todo lo demás, y en Atenas la educación de los efebos,
que se extendía a los hijos de todos los ciudadanos, pero limitándose
a dos años de servicio, venía después de la cultura música y de la
gimnástica. Platón tiende a hacer confluir en el mismo cauce, en
el sistema educativo de su estamento de guerreros, las dos corrientes
de la educación tradicional.
259 En Rep., 403 E, Platón llama irónicamente a sus guardianes “atletas del
mayor de los juegos agonales”, es decir, de la guerra.
264 Aarsrórstss, Pol., vu, 11, 1331 a 1. 255 Cf. supra, p. 619.
259 Rep., 467 C: &emoeiv rd. nsoi tiw nólsuov, ºemoobg no)—éuou rob; nut8ug
norsw.
LA REPÚBLICA. I 651
270 Tmrm, frags. 7, 31; 8, 21; 9, 16. Cf. supra, p. 96. El verso de Tirteo
sobre la contemplación de móvov alpatóevru es citado dos veces por Platón en
Leyes, 629 E y 699 A. De aquí que sea probable que tuviera a Tirteo en la men-
te en los pasajes 467 C y 467 E de la República, donde las palabras -ºemoeí-v,
ºéa, ºeúaov1cu, se repiten con gran insistencia. Tirteo y Platón son los psicólogos
de la batalla y ven el verdadero problema que ella implica para un ser humano.
272 En términos semejantes, Amsrórauzs, Pol., …, 5, 1278 a 17, dice que son
excluidºs de la ciudadanía en los estados aristocráticos, y en aquellos en que
la areté es el criterio de los derechos políticos. En su estado ideal, Aristóteles
distingue Bávqu y (thm, vn, 4, 1326 a 23.
LA REPÚBLICA. l 653
tas ciudades soberanas, por lo menos espoleaba la conciencia contra la
furia brutal de destrucción con que los griegos guerreaban entre si.
La conciencia de la comunidad de lengua, de costumbres y de estirpe
ponía de relieve la brutalidad tanto de los fines como de los métodos
en esta clase de lucha. Los griegos se destruían absurdamente a si
mismos al pelear unos contra otros, mientras su pais y su civilización
se hallaban expuestos por todas partes a una presión cada vez mayor
por parte de naciones extrañas y enemigas. Este peligro aumentaba
en la misma proporción en que los estados griegos se iban volviendo
cada vez más débiles. Los años en que Platón escribió su derecho de
guerra panhelénica eran los tiempos de reincorporación del poder
de Atenas y de la segunda liga marítima, que sólo logró imponerse al
cabo de una larga y difícil guerra contra Esparta y sus aliados. Los
postulados de Platón eran, pues, un llamamiento extraordinariamente
LA REPÚBLICA. I 655
296 De iure belli ac pacix, 557 (ed. Molhuysen, Leiden, 1919). Para Hugo
Grocio, el capítulo de la República de Platón sobre el derecho de la guerra cons—
tituía, naturalmente, un documento de la mayor autoridad.
302 Ci. supra, pp. 4405., 517. La política socrática es “cuidado del alma”
(umxñg émuékew.). Quien vela por el alma, vela también al mismo tiempo por
“la propia polis”.
LA REPÚBLICA. I 657
LA REPÚBLICA. I 659
316 Rep., 476 Ass. 317 Rep., 479 D. 313 Política, 300 C.
319 Rep., 484 C. Cf. 540 A, donde el paradigma se define más de cerca como
la idea del Bien.
LA REPÚBLICA. 1 661
LA REPÚBLICA. I 663
poder. No creen que la navegación sea un arte que haya que apren-
der; cada cual se considera, sin más, capaz de gobernar el barco. Si
no se les hace caso y se les entrega el timón, recurren a la violencia
y echan lisa y llanamente por la borda a quienes se interponen ante
ellos; con estos procedimientos, aturden al verdadero capitán, al único
que sabría manejar con seguridad el timón, y le impiden mostrar su
capacidad. El barco va deslizándose sobre las aguas, mar adentro.
mientras ellos comen y beben alegremente. Ensalzan como un gran
navegante a todo el que les ayuda a aterrorizar al capitán y a tomar
en sus manos la dirección del barco. En cambio, al único que conoce
verdaderamente el manejo de la nave, al hombre que sabe, porque lo
ha aprendido, el arte de navegar, lo desprecian como a un soñador y
ocioso charlatán.
requiere más teoría y más método de los que los otros navegantes
alcanzan a imaginarse. En este símil llama la atención la reiteración
con que se—insiste machaconamente en el arte de la navegación como
un arte susceptible de ser aprendido, por oposición a la creencia de
los marineros, que lo consideran producto de la simple rutina.333 Con
330 Cf., por ejemplo, Rep., 499 A, donde “la búsqueda de la verdad en gracia
al conocimiento” se presenta como la característica de la filosofía.
… Prat., 361 A.
337 Platón anticipa con frecuencia con una imagen (elxdrv) trazada de este
modo el resultado de la investigación racional. El ejemplo más importante de
esto lo tenemos en la alegoría de la caverna que figura al principio del libro vu
de la República. Con ella, se anticipan el sentido y la orientación del sistema de
paideia desarrollado en el mismo libro.
LA REPÚBLICA. I 665
339 Rep., 485 Ess. Cf. la breve recapitulación de las cualidades del “tempera—
mento filosófico” en 487 A.
nicomaquea, escrita más tarde, Aristóteles prescinde también de este rasgo pla-
tónico. Es importante, sobre todo para quien, como Platón, está habituado a
concebir su filosofía como paideia, saber que el filósofo platónico no es sino la
forma del kalaskagathos, es decir, la forma del ideal supremo de cultura del pe-
riodo griego clásico, renovada en un sentido socrático.
LA REPÚBLICA. 1 667
obró como instrumento en manos de un poder superior.351 Este con-
junto de circunstancias adquirió para él en una época posterior, des-
pués del fracaso aparente de todos sus intentos encaminados directa-
mente a la realización de sus designios, la importancia de un problema
religioso. Pues bien, algo de este carácter de una experiencia vivida
tiene también, en su República, el relato de cómo los temperamentos
filosóficos se salvan milagrosamente de todos los obstáculos con que
el ambiente corrompido amenaza desde el primer momento la tra-
yectoria de su formación. Lo que infunde su carácter trágico a la
existencia del hombre filosófico en este mundo, según Platón, es
el hecho de que sólo puede sobreponerse a esos obstáculos por el in-
flujo de una gracia o tyché divina especial y de que la mayoría de
los hombres de esta clase estén condenados a perecer antes de alcanzar
su pleno desarrollo.
Este cuadro tiene como fondo, sin duda alguna, la democracia ate—
niense del siglo IV, pero cuando Platón habla aquí de la “masa” se
refiere a ella en un sentido general. Cuando la define diciendo que
no sabemos nada de lo que es en si bueno y justoº*'60 no se refiere
al demos ateniense concretamente, sino a la masa en general. El co-
nocimiento de lo que es bueno en sí es una característica esencial
del filósofo. Para Platón constituye una contradicción consigo mismo
hablar de una masa filosófica (múóooq>ov nlññog).“1 La relación
natural entre la masa y la filosofía es, precisamente, la mutua hosti-
lidad: la una excluye a la otra. ¿Cómo podrá afirmarse en contra
de aquélla el temperamento filosófico y llegar al desarrollo comple-
to de su misión interior? Se ve rodeado de gentes que prevén la
gran carrera futura de estos hombres altamente dotados y que pre-
tenden ganárselos adulando sus instintos "menos nobles. Pronostican
al joven que llegará a imperar sobre griegos y bárbaros y le hinchan
con absurdas y cortesanas figuraciones.362 Platón piensa indudable-
mente, al decir esto, en caracteres como los de Alcibíades y Critias,
cuyos defectos habían querido imputársele a Sócrates y a su sistema
de educación.363 No opta por sacudirselos, como hace ]enofonte; 3“
los acepta como antiguos discípulos de la filosofía y los pone como
ejemplos de temperamentos filosóficos dotados para llegar a lo más
alto, aunque corrompidos luego por el medio ambiente. Hay en estas
LA REPÚBLICA. I 669
grandes figuras de aventureros algo de “filosófico”; tienen un gran
aliento y un brillo espiritual que los hace descollar sobre la masa.
Esta no puede realizar nunca nada grande, ni en lo bueno ni en lo
malo. Sólo los temperamentos filosóficos son capaces de esto; sólo
a ellos se les presenta la opción de llegar a ser grandes bienhechores
de la humanidad o de figurar entre aquellos genios del mal que
infieren a los pueblos el daño más terrible?”65
Nada nos acerca psicológicamente más al sueño del reinado de los
filósofos que el paralelo entre estos temperamentos del tipo de Alci-
bíades y el carácter del filósofo platónico, al que la comparación con
aquéllos presta fuerza y color. Este paralelo procede de un hombre
que conocía íntimamente a figuras como las que pinta y se sentía
del mismo calibre espiritual que ellas, pero que sabía también dónde
se bifurcan sus caminos respectivos. Platón enfoca el problema de
un modo esotérico, por decirlo así, como una persona que se siente
personalmente afectada puede pintar la tragedia del carácter de otro
miembro de su familia. La deserción de aquellos hijos arrebataba a
la filosofía caracteres cuya misión no era llegar a ser los adversarios
diabólicos de la verdad, sino los arcángeles llamados a rodear su
trono. Sus vacantes veíanse ocupadas por gentes intrusas, indignas
e incapaces de tan alta paideusis y poco apropiadas para fortalecer
la confianza de los hombres en la misión de gobierno de los filóso-
fos.3ºº Estos epígonos son los que rodean a Platón. Son poquísimos
los caracteres espirituales que logran sustraerse a la corrupción; tal
vez un hombre cultísimo y de carácter noble que se ve obligado a
vivir como un extraño en el destierro y a quien este aislamiento in-
voluntario sirve de tabla de salvación para no caer bajo las influen-
cias corruptoras, un alma grande que acierta a nacer en una ciudad
pequeña y que, por despreciarla, se vuelve hacia el mundo espiritual,
o el representante de una especialidad que comprende con razón la
pequeñez de ésta y, volviéndole la espalda, abraza la senda de la fi-
losofía.367 Es., verdaderamente, una extraña asociación la de esta
galería de supervivientes en cuyas figuras se acusan con tanta claridad
los rasgos de algunos de los adeptos individuales del círculo plató-
nico.368 Y es también extraño el tono irónico con que el filósofo
se empequeñece a sí mismo inmediatamente después de proclamar se-
riamente el derecho de la filosofía a ocupar el trono de este mundo.
Este ethos sirve de preámbulo a la siguiente confesión impregnada
de la resignación más profunda y con la que Platón pone fin a su
defensa de la filosofía.369
3457 Cf. la enumeración de los tipos salvados para la filosofía por el hecho de
caer en el aislamiento y permanecer libres de contagio, Rep., 496 B-C.
368 Teage5, un discípulo de Sócrates, & quien sólo la debilidad física retrae
de lanzarse a la política, se menciona incluso por su nombre. Lºs nombres de
los demás se dejaba que los adivinase el lector contemporáneo. Hoy ya no los
conocemos. 359 Rep., 496 C SE 2.
LA REPÚBLICA. 1 671
373 Cf. mi obra Aristóteles, p. 120. J. L. Stocks hizo un intento para salvar la
historicidad de la tradición contenida en CICERÓN, Tusc. Disp., v, 3, 8, según
la cual fue Pitágoras quien empleó y reivindicó para si la palabra filósofo. Pero
yo no he podido sumame nunca a las razones de mi excelente amigo, cuya tem-
prana muerte fue una pérdida considerable para los estudios clásicos.
LA REPÚBLICA. I 673
T B.
373 Rep., 497 B 7-C 4.
379 Cf. supra, p. 629 380 Rep., 498 B, y cf. Rep., 498 A.
381 Ci. supra, p. 527. 382 Rep., 498 D-499 A.
383 Rep., 499 A-B. 384 Rep., 500 AB. 385 Rep., 500 C.
356 Cf. Teeteto, 176 B: óuolwmc fie© uarci tó 6uvaróv.
LA REPÚBLICA. I 675
privada o en el del servicio público.387 Se convertirá así en el gran
pintor que, a la luz del modelo divino que lleva en su interior, es-
tructurará la imagen de la verdadera polis.388 Esto nos recuerda aquel
pasaje en que Sócrates7 después de dar los últimos toques a su pro-
yecto de estado, se comparaba al pintor que traza la imagen del más
hermoso de los hombres; 389 pero aquí no se trata ya de un modelo
al que haya de ajustarse la realidad, sino de la imagen de la realidad
misma, calcada sobre el paradigma divino albergado en el alma del
filósofo. El pintor es el guía del estado y éste el pinax, la tabla sobre
la que, después de limpiarla con todo rigor, cobra contorno y color la
imagen del hombre nuevo. Mezclando las características de lo eterna-
mente justo, bello, prudente, de todas las demás virtudes y de los
rasgos que descubrimos en el hombre real, es decir, mezclando la idea
y la experiencia, surge ante el artista filosófico, en vez de aquella
imagen “semejante a los dioses” (deoeinelov) que Homero representa
en los hombres de su epopeya, una imagen adecuada a ellos, “seme-
jante al hombre” (áv895íxelov).ººº
387 Rep., 500 I). Es un pasaje de gran interés. de una parte porque es aquí
donde aparece expresado por vez primera en la historia pedagógica el concepto
de la propia formación, y de otra parte, porque esclarece con una nitidez mara-
villosa el ideal y la realidad de la paideia filosófica de Platón. En la penuria en
que Platón vive, su filosofia sólo es formación de si mismo, y no cultura.
LA REPÚBLICA
Il
3 Rep., 503 E.
9 Rep., 503 E-504 B. Esta referencia retroactiva se remite & Rep., 435 D. Aqui
se habla por vez primera de una uaxoo1:éou óñóg, que en 504 B se denomina
u.uxoors'ou ueoioñog. Cf. también 504 C 9: uanoozéoav (scíl. óóóv) roíwv.. .
neotitéw t(í) totot'xrq).
LA REPÚBLICA. II 679
11 No debe pasarse por alto que la noción fija de la cultura dialéctica como
un “rodeo” necesario para el estadista futuro figura también en el F edro. Platón
trata también de demostrar aquí que la dialéctica, que adversarios como Isócrates
consideraban ajena a la vida o inútil, es algo indispensable para el político y el
retórico. Cf. infra, lib. rv. Isócrates suele contraponer su rropia paideia como la
paideia verdaderamente política a la gimnasia platónica del espíritu.
14 Rep., 505 B.
LA REPÚBLICA. ll 681
25 Rep., 506 D.
28 Rep., 507 A.
cielo, Helios, el Sol. Platón no llama dios al padre, pues ello equi-
valdría a dar como supuesto lo que se trata precisamente de investi-
gar. Por tanto, su teología se remonta, por el momento, con su
simbolismo plástico, hasta el hijo. Sócrates descarta el deseo mani-
festado por Glaucón de que otra vez le cuente una “historia” semejante
en relación con el padre, diciéndole que le agradaria ser capaz de
relatarla y que sus oyentes lo fuesen de concebirla. Luego, “Sócrates”
se remite brevemente a lo que ya antes expusiera más en detalle en
este mismo diálogo y más en detalle en otros con respecto a la teoría
de las ideasºº e investiga, consecuente con la antítesis entre la idea
y el fenómeno, los dos mundos: el inteligible y el visible. Al mundo
que percibimos por los sentidos lo llamamos visible, porque de todos
los sentidos del hombre el más noble es el de la vista.3º Esta primacía
se justifica diciendo que el ojo necesita la luz como medio para ver
y que la luz es digna de respeto en un sentido muy especial. La
causa a que se debe que el ojo vea y que, por tanto, el mundo exte-
rior sea visible para él es aquel de los dioses del cielo que nos envía
la luz: Helios. (Al llegar aquí, recordamos el punto de vista antes
apuntado y derivado según el cual el conocimiento es de por si el
bien,31 y sospechamos a dónde quiere ir Platón con su simil. Lo que
trata de demostrar es la realidad objetiva del bien, con independencia
de la conciencia humana.) ¿Qué relación existe, se pregunta, entre
nuestra capacidad para Ver y este dios celestial de la luz? Helios no
es ni nuestra capacidad de visión ni el ojo que la encierra.32 Pode-
mos decir que la vista es el más solar de nuestros sentidos, pero la
capacidad de ver proviene ante todo de la luz que irradia el sol y
que la baña desde el exterior. Gracias a ella, puede el ojo ver el
mismo sol, pero el sol no es la vista, sino la fuente de la luz y, por
tanto, la causa de toda visión.
29 Rep., 507 A. Cf. antes 476 A ss. Las palabras ¿illo-re ñ6n noMá.m; remi-
ten a los diálogos en que Platón había examinado la teoría de las ideas con más
amplitud como el Fedón, el Simposio, etcétera. En la República, donde desarro-
lla su paideia como un todo, no tiene tiempo para tales detalles.
"32 Rep., 508 A. 33 Cf. sobre lo que sigue Rep., 508 B 55.
LA REPÚBLICA. II 683
perece, sólo engendra simples opiniones, su mirada es débil, se mueve
por tanteos y se asemeja a algo carente de razón. Lo que confiere
a lo conocido carácter de verdad y al que conoce fuerza de conocerla
es la idea del bien.34 Es cierto que nosotros conocemos también (del
mismo modo que nuestro ojo ve al sol) esa idea, causa del conoci-
miento y de la verdad, pero ella es de por si más esplendorosa que
nuestra verdad y nuestro conocimiento (como el sol es de por si más
esplendoroso que nuestra visión). Y así como el sol es la fuente de
la luz, que hace visible al mundo visible, la idea del bien es la fuente
de la verdad y de la cognoscibilidad, que hace que el mundo cognos-
cible sea cognoscible. Por tanto, nuestro conocimiento del bien no es
el bien mismo, del mismo modo que la capacidad de visión de nuestro
ojo no es el sol.35 Pero así como el ojo es el más helioido, el más so-
lar de todos nuestros sentidos, el saber y la verdad son los más
agatoidos, los más afines a la forma prototípica del bien.36 Sin em-
bargo, el símil arroja su luz más allá todavía. El sol no da al mundo
de lo visible sólo la visibilidad, sino también, aunque él mismo no lo
sea, el nacimiento, el desarrollo y la nutrición. Pues bien, de modo
análogo, el mundo de lo cognoscible no recibe de la idea del bien
sólo la cognoscibilidad, sino también el ser, aunque el bien en si
no sea el ser, sino algo superior a él por su rango y su poder.37 Esta
doble significación del bien como causa de todo conocer y de todo
ser, justifica que se le reconozca como rey del mundo invisible de lo
cognoscible, con rango equivalente al reinado de Helios dentro del
mundo visible.38
Los pensadores griegos anteriores a Platón habían predicado su
principio supremo, ya se tratase de la causa primigenia material
fuente de vida, o del espíritu que guiaba el mundo, simplemente como
Dios o como “lo divino”.39 La filosofía griega dirigió su atención
37 Según Rep., 509 B, el bien queda más allá del ser (En énéuewu 177];
oñoiug). Pero cf. 532 C, donde la contemplación de la idea del bien se designa
como contemplación de lo mejor en el seno de lo existente (1:05 áoio-rou ¿wr 101;
oi>ot ñéu). Es, por tanto, al mismo tiempo, el supremo ser y da el sentido a lo
que conocemos. Lo mismo se dice de Dios en Amsrórau:s (Dial. Irag., edición
WALZER, p. 100, frag. 49 Rosa) , en un fragmento del libro sobre la oración es “o
el
espíritu o algo que está todavía más allá del espíritu (énéuewo. '[0Í3 voñ)”. Las
vacilaciones que advertimºs en la concepción platónica de las relaciones entre el
bien y el ser en los dos pasajes citados más arriba no envuelve, por tanto, en
el sentido platónico, ninguna contradicción, sino una alternativa, o bien dos afir-
maciones coincidentes con la verdad.
38 Rep., 509 D.
39“ Sobre esto puede verse el antiguo, pero valioso todavia, estudio del
psicólogo y filósofo que más tarde había de enseñar en Berlín, Karl STUMPF,
Verháltnis des platonischen Gottes zur ldee des Guren (Halle, 1869). El tra-
bajo surgió, al parecer, de una sugestión de Franz Brentano, y Hermann Lotze,
padre de la moderna teoría filosófica del “valor”, lo aceptó como tesis. La
historia del problema no puede escribirse en una nota de pie de página, y se-
guirá siendo siempre un problema. Yo daré argumentos míos más completos en
otro sitio, cuando encuentre tiempo para continuar mi Theology of the Early
Greek Philosophers (nota 30) y persiga el desarrollo del problema en el perio-
do clásico del pensamiento griego. Examinando el punto de vista platónico, debe-
mos recordar sus propias palabras en Timeo, 28 C: “Es difícil encontrar al ha-
cedor y padre de este universo, y habiéndolo encontrado es imposible revelarlo
a todos.” De ahí nace la forma solemne y misteriosa de todas las alusiones al
Dios de Platón. Es principalmente a este problema central de su pensamiento
al que debemos remitir los famosos pasajes del Fedro y de la Carta VII en
que habla de la imposibilidad de poner en palabras la esencia de la filosofía
LA REPÚBLICA. II 685
atribuye a la idea del bien como rey del mundo inteligible le confiere
una dignidad divina, concebida al modo griego, aunque Platón no
emplee expresamente la palabra Dios.40 Se abstiene, a lo que parece
deliberadamente, de emplearla aquí, por entender que el propio lector
se encargará por sí mismo de representarse esta idea y, además, por-
que a él le interesaba seguramente que su principio no se confundiese
con la divinidad de la religión popular.41 Sin embargo, según las pre-
misas que él mismo establece a propósito de la educación de los
“guardianes” en los “Lineamientos fundamentales de la teología” y des-
resolver el aspecto cosmogónico y físico del problema. Un estudio completo de
esta cuestión ——que desde luego no puedo hacer aquí—— tendría que tomarlos
en cuenta. El libro de Solmsen constituye el estudio más reciente y cuidadoso
de los datos de que hoy disponemos en esta materia. Con respecto al proble-
ma de la idea y del bien y su posición divina en la República, Solmsen se
une a quienes niegan que el denominado por Platón “principio del Universo"
sea Dios. Véase también la obra de su predecesor P. Bovar, Le dieu de Platon
(tesis de Ginebra, 1902), por no hablar de otros muchos, entre quienes figuran
eruditos tales como Shorey y Gilson. Encuentro difícil creer que Platón enfo-
case originariamente el problema central de su filosofía ética y política —-Dios——
o cualquier otro problema, desde el punto de vista de la filosofia natural y
el movimiento físico, como lo hace en el Timeo y en las Leyes. Es cierto que
acabó por creer, cada vez con mayor convicción, que este aspecto era muy im-
portante: Dios ——creia——, era necesario para poner las estrellas en movimiento.
Pero su enfoque primario del problema era el socrático y no el presocrático.
Podemos verle siguiendo esta dirección en los diálogos desde el Eutifrón hasta
la República. La pregunta socrática de cuál es la naturaleza y unidad de la
areté, se revela finalmente como problema del bien divino, la “medida de todas
las cosas" (como se define a Dios en las Leyes). No sólo hay en Platón más
de un enfoque del problema de lo divino; hay más de un aspecto de ello: Dios
es el bien absoluto por el que todo lucha; Dios es el alma del mundo; Dios es
el demiurgo () Creador; Dios es la razón, el nous; hay, además, los dioses visi-
bles, el sol, la luna, los planetas, etcétera. Fue esta diversidad de aspectos y
for-
mas de lo divino en la filosofia de Platón lo que desorientó a los críticos helenís
—
ticos, y no sólo a ellos, sino aún más a los eruditos modernos que e5peraban
encontrar en Platón un Dios y no mívro. nl.ñgm iler. Lo mismo ocurrió con el
perdido diálogo de Aristóteles De la filosofía, que es evidente se parecía en este
aspecto a la teología de Platón; véase mi Aristóteles, pp. 162 ss. (ed. citada) y
la critica de la escuela epicúrea, frag. 26 Rose (CICERÓN, N. D., I, 13, 33).
41 Por otra parte, Platón designa al sol -—con cuya posición en el mundo
visible compara la posición que ocupa el bien en el mundo del espíritu—, como
el Dios del cielo que manda sobre la luz y sobre la vista. Esto es más que un
simple modo poético de expresarse, ya que el sol y las estrellas aparecen desig-
nados en otras obras de Platón (por ejemplo, Timeo y las Leyes) y en la
Epinomis, publicada por su discípulo Filipo de Opunte, con el nombre de “dioses
visibles” (¿ouroi ileol), contraponiéndose con ello a una divinidad invisible su-
prema. Con referencia a este problema, es importante también el hecho de que
Platón, en su alegoría del estado, llama a este supremo Dios visible celestial,
Heliºs el hijo y al bien invisible, el padre.
686 EN BUSCA DEL CENTRO DIVINO
47 Rep., 526 E. Platón habla aquí de la orientación del alma hacia aquella
esfera en que se encuentra lo más dichoso de cuanto existe (1:ó eñóatuovéaturov
1:01”) óvtoq). Con esto se alude a la misma idea del bien. Paul Shorey le quita
valor a esta descripción como “retórica”, pero estrictamente corresponde a llamar
al bien tb dowrov év mi; oódt, Rep., 532 C 6; cf. nota 37.
48 En Rep., 484 C, sólo se decía hasta aquí que los privados del conocimiento
de lo existente, que no albergan ningún paradigma claro en su propia alma, se
diferencian poco de los ciegos, ya que no tienen un punto fijo de referencia al
que puedan levantar la vista en el pensamiento y sobre el cual puedan orientarse
en todo. El reverso de esto lo forman, como veremos más adelante, los regentes—
filósofos del estado platónico, que se ordenan (normal) a si mismos y a la polis,
orientando la parte clara de su alma hacia aquello que infunde la luz a todas
las cosas y que contemplan el bien en si en toda su pureza, para luego emplearlo
como paradigma (Rep., 540 A). Este supremo paradigma es la “medida de to-
das las cosas”, de la que Platón (716 C) habla en ias Leyes y que identifica alli
con 105.
49 Teet., 176 B: ónoíwau; 05Q'). Cf. también ya en Rep., 613 B: si; Soov
5Wo.r¿v dvñodmcp ónoroñoñat 08€). Si Dios es el bien en si, óu.oíwmg deci), se
convierte en la fórmula para expresar el logro de la areté.
51 Rep., 501 B: 1:ó 0608L5ég te nai i)eosíxekov y 501 C; el; 6'oov év6éxetm
ñsoq>t7tñ noreiv (soil. dv&odmstu ñ&n).
LA REPÚBLICA. II 689
que brota ese pensamiento. Una ontología que culmina en la idea del
bien: eso es la metafísica de la paideia. El ser de que habla Platón
no se halla desligado del hombre y de su voluntad. La idea del bien
que colma de sentido y de valor el mundo de las ideas de Platón
aparece como la meta natural de todas las aspiraciones y su conoci-
miento reclama del hombre y de sus actos una adecuada actitud. Pero
la meta queda más allá del mundo de los fenómenos directamente dado
y se halla oculto al ojo del hombre sensorial como una múltiple
envoltura. El primer paso que hay que dar para que la luz del bien
entre a raudales en el ojo del alma y le haga ver el mundo de la ver-
dad, es romper estas envolturas entorpecedoras.
Por eso Platón hace que el símil del sol desemboque en una ima-
gen de las fases del conocimiento que se remontan desde la apariencia
despojada de toda esencia hasta la contemplación del supremo ser.
Concibe, en una representación matemática del grado de aproxima-
ción de nuestro conocimiento al ser, una línea dividida en dos segmen-
tos desiguales:
A//B
________——
A1/ A2 // 131/ Bº
53 Rep., 509 D.
LA REPÚBLICA. II 691
61 Rep., 511 D. El criterio de comparación entre las cuarto fases que Platón
establece aquí es la diferencia del grado de ouq>r'wem (o &oúq>em) que cada
una de ellas representa. Por oqu'wuu hay que entender tanto la claridad como
la materialidad real. Cf. 510 A 9: (i)—nºeiq.
7 .
“ Rep., 515 C.
LA REPÚBLICA. 11 693
sobre la vida después de la muerte, y las palabras de Platón sobre la “buena es-
peranza” del hombre que ha vivido una vida filosófica, Rep., 496 E.
70 Rep., 517 C. 71 Rep., 517 D.
LA REPÚBLICA. II 695
LA REPÚBLICA. II 697
“ Ci. Timea, 40 D.
LA REPÚBLICA. II 699
mera en la historia universal es la República platónica, donde, con
vistas a la aplicación del conocimiento de Dios (concebido como el
bien) a la educación, se trazan los “lineamientos fundamentales de
la teología.92 La teología, es decir, el estudio de los problemas su-
premos por la inteligencia filosófica, es un producto específicamente
griego. Es un fruto de la suprema audacia del espíritu, y los discí-
pulos de Platón lucharon contra el prejuicio panhelénico, que en rea-
lidad era un prejuicio popular, según el cual la envidia de los dioses
negaba al hombre la posibilidad de comprender estas cosas tan altas.
No luchaban contra él basándose en la autoridad de una revelación
divina en posesión de la cual creyesen hallarse, sino en nombre del
conocimiento de la idea del bien, que Platón les enseñara y cuya
esencia es la ausencia detoda envidia.93
La teología aparece aquí como una fase más alta y más pura del
es íritu frente a todo lo que sea mera religión, es decir, frente a la
acfóración de los dioses por la masa, basada en míticas representa-
ciones de la fe. Sobre ella se había erigido el orden del estado en
una etapa primitiva de la cultura humana. La devoción, aunque mi-
nada ya por las dudas de la inteligencia, se consideraba todavía en
general, en tiempo de Platón, como una de las virtudes cívicas cardi-
nales del estado-polis. Platón la toma, con las otras tres virtudes, de
esta tradición olítico-religiosa. Es, desde sus primeras obras, objeto
de su interés filosófico. En el Eutifrón, le consagra, poco después de
la muerte de Sócrates, un diálogo especial. Ya aquí vemos cómo el
concepto tradicional de la devoción se mide por la pauta socrática
del bien, que sirve para medir todas las cosas, no sólo las de la tierra,
sino también las del cielo.“ No en vano es el Eutifrón la obra pla-
tónica en que se expresa por vez primera el concepto de la “idea '.º5
En la Reuública, la eusebía aparece como una de las “llamadas vir—
tudes” en la primera fase de la paideia, en la educación de los “guar-
dianes”.96 Al llegar a la fase superior del ser que es la cultura filo-
sófica de los “regentes”, esta virtud desaparece. Aquí, es absorbida
con las otras tres virtudes cívicas por la unidad superior de la “sa-
biduría”, que es de por sí una parte divina del alma, que conoce lo
divino en su forma pura, como la idea del bien.97 La devoción popu-
lar cede el puesto, al llegar a esta fase, a la forma filosófica de la
devoción, tal como la plasmaron los griegos; a la teología, que ahora
92 Rep., 379 A.
95 Eutifrón, 6 D.
1… Rep., 519 B 8-C 2. Desde el comienzo del libro vr, donde Platón contra-
pone los regentes filósofos (484 C) a “las gentes que no tienen en el alma nin-
gún paradigma claro”, todo gira en torno a esta definición del hombre inculto
como aquel que carece de una meta concreta (oxonióv Eva.) en la vida. Esta
unidad sólo se consigue en la vida cuando se aspira al bien absoluto como la
meta natural de todos los afanes humanos.
LA REPÚBLICA. II 701
hombres, pues la “meta” subjetiva que les traza la ambición o el afán
de poder no merece, según Platón, ese nombre. Si, coincidiendo con
Platón, consideramos que el poseer una meta absoluta constituye el
criterio supremo que capacita al hombre para ejercer el cargo de go-
bernante, no cabe duda de que las únicas personas que gozan de capa-
cidad para ello, según su paideia, son los filósofos. Pero ¿cómo
convencerlos de que abandonen sus “islas de bienaventuranza” y se
echen sobre sus hombros una carga que les impedirá como ninguna
otra seguir desplegando sus actividades investigadoras? lºº La imagen
de las islas de la bienaventuranza, elegida para caracterizar el pa-
raíso de la vida contemplativa, es tan feliz que logró imponerse ya
para siempre. Volveremos a encontrarnos con ella en el Protréptico
del joven Aristóteles, obra en que el discípulo de Platón propaga su
ideal filosófico de vida, de donde aquella fórmula pasa a la literatura
posterior de la Antigiiedad y se difunde más allá de ella.”23 Pero,
por muy tentadoras que sean las tintas con que Platón y Aristóteles
pintan la vida del conocimiento puro, esa vida sigue guardando, con
arreglo a la idea, relación con la práctica, y esta relación es la que
la justifica. El sentido político originario de toda la paideia griega
102 Rep., 519 C 5. Cf. 540 B, donde, sin embargo, el “ir a las islas de los
bienaventurados y morar alli" significa la verdadera separación del filósofo de
este mundo y su vida después de la muerte. Es la vida del héroe que, una vez
cumplida su obra, disfruta de la bienaventuranza en este lugar escogido. En un
sentido análogo, Gorg., 526 C. En Rep., 519 C 5, la imagen religiosa significa,
en cambio, el tlewonrmóg Bing, la actividad contemplativa del espíritu filosó-
fico en esta vida, sentido que recogió Aristóteles. Cf. mi obra Aristóteles, p.
120.
La imagen sigue palpitando todavía de un modo sensible en la pintura de la
bienaventuranza de la vida contemplativa que se hace en la Etica nicomaquea
X, 7.
104 Cf. mi estudio “Ueber Ursprung und Kreislauf des philosophischen Le-
bensideals”, en Berichte der Berliner Akademie, 1928, p. 414. En este estudio
se demuestra que una parte de los antiguos historiadores de la filosofía presen-
taban a los pensadores más antiguos precisamente como modelos de la debida
195 Rep., 520 B. En los estados griegos del siglo IV no se vela públicamente,
como ya hemos advertido varias veces, por la cultura superior. Cf. Anrsrórsuss,
Et. nic., X, 10, 1180 a 26. quien dice que, en lo tocante a la educación y a la
cultura, reina todavia en la mayoría de las ciudades el estado primitivo ciclópeo,
en que cada cual dirige por su cuenta a su mujer y a sus hijos. En el Critón,
Sócrates expresaba un sentimiento de profunda devoción hacia el estado ateniense
por la educación que había recibido bajo la protección de sus leyes. Si fuera
ésta verdaderamente la actitud del Sócrates histórico, la posición de Platón en la
República, que es por completo opuesta, se hace todavía más significativa.
LA REPÚBLICA. II 703
caudillo Agamemnón el empleo del nuevo arte para fines estratégicos
y tácticos. Platón se ríe de quienes tal piensan, pues según esto Aga-
memnón no habría sido capaz hasta entonces ni siquiera de contar sus
dedos, y mucho menos los contingentes de su ejército y su flota. La
ciencia aritmética es indispensable para la formación de los “regentes”,
entre otras razones, por su valor militar.“º Este argumento práctico
no debe tomarse sólo en un sentido irónico, puesto que Platón lo hace
extensivo más tarde de la aritmética a las demás disciplinas matemá-
ticas, y sabido es que el desarrollo de la ciencia de la guerra en el
siglo IV requería un conocimiento cada vez mayor de las matemáti-
cas.111 Sin embargo, la aritmética que Platón desea que se estudie es
algo más que una simple ciencia auxiliar para el estratega. Es un
estudio humanístico, pues sin ella el hombre no sería hombre.112 Claro
está que esto sólo se refiere, por el momento, a una fase bastante ele-
mental de la comprensión aritmética, a saber: al contar y al distinguir
las magnitudes con nombre propio. Sin embargo, Platón ve en los
números, remontándose por encima de esto, un saber que encamina
nuestro pensamiento de un modo especial hasta el campo de objetos
que buscamos, que arrastra al alma hacia el ser.113
111 Por eso las matemáticas se convierten en la ciencia predilecta de los es-
trategas y los reyes de la época helenística. Cf. sobre Antígono y Demetrio Po-
liorcetes, mi libro Diokles con Karystos, pp. 81-82. Cf. también sobre el punto
de vista militar, Rep., 525 B-C.
1143 La tradición nos indica que Platón tomó en serio este programa cuando
se le requirió para que educase al tirano Dionisio II para gobernar con arreglo
a sus concepciones. PLUTARCO, Dión, c. 13, informa que durante cierto tiempo
el príncipe y toda la corte se dedicaron al estudio de las matemáticas y que el
aire_estaba lleno del polvo que levantaba la multitud al dibujar las figuras geo-
métricas en la arena. '
119 Cf. supra, pp. 279-80. También en Teeteto, 145 A, se enumeran estas
cuatro materias como pertenecientes a la paideia, en que el joven Teeteto se ini-
ciaba en Atenas alrededor del año 400.
LA REPÚBLICA. II 705
121 Erich FRANK, en su libro Plato und die sogenannten Pythagoreer (Halle,
1923), es el que va más allá en la atribución a los pitagóricos de las ciencias
exactas de Grecia. W. A. HEIDEL, “The Pythagoreans and Greek Mathematics",
en American Joumal of Philology, 61 (1940), pp. 1-33, traza el desarrollo de
los estudios matemáticos en la Grecia más primitiva, en tanto lo permiten las
pruebas existentes, en círculos no pitagóricos, especialmente en Jonia.
121“ Rep., 531 A 5, cf. 530 D 6. 122 Rep., 531 A 1-3; 531 C.
126 Rep., 531 D. Sobre este programa de un análisis filosófico de las ciencias
matemáticas y sobre cómo se puso en práctica en la Academia, cf. F. SOLM5EN,
“Die Entwicklung der aristotelischen Logik und Rhetorik” (en Neue Philol.
Unters., editados por W. Jaeger, vol. lv) , pp. 251 s.
128 Timeo, 34 038 C; Leyes, 898 D-899 B. Cf. también Epin., 981 Ess.
LA REPÚBLICA. II 707
139 Sobre el Teeteto como fuente del libro xn! de los Elementos, de Eucli—
des, cf. Eva SACHS, “Die fiinf platonischen Kórper” (en Philologische Un—
:ersuchungen, cd.— por Kiessling y Wilamowitz, t. xx1v), p. 112, y T. L. HEATH,
A Manual of Greek Mathematics (Oxford, 1931), p. 134.
140 Cf. F. SOLMSEN, “Die Entwicklung der aristoteliscben Logik und Rhetorik”,
loc. cit., pp. 109 s.
LA REPÚBLICA. II 709
141 Según la cronología imperante, la República fue escrita entre 380 y 370.
LA REPÚBLICA. II 711
LA CULTURA DIALéCTICA
LA REPÚBLICA. II 713
LA REPÚBLICA. II 715
LA REPÚBLICA. II 717
LA REPÚBLICA. II 719
tamente en lo que Platón llama en la República la conversión del
alma hacia el ser. El contenido del trato espiritual con los demás
hombres consagrados a la filosofía se caracteriza en aquella carta
como “un dejar refutarse en benevolentes refutaciones",194 idea que
coincide totalmente con la imagen de pasar a través de todas las fases
de la refutación, tal como se emplea en la República.195 El conoci-
miento del bien, como lo concibe Platón, presupone una afinidad del
alma con el objeto conocido, por cuya razón el proceso del conocer
debe desarrollarse paralelamente con una evolución del ethos que de
como fruto, al final, el conocimiento.196 Esta corriente subterránea
del estudio y del conocimiento sólo puede irse descubriendo gradual-
mente a quien se entrega a ella. La esencia de la concepción plató-
nica del conocimiento implica la idea de que éste sólo se acerca por
etapas a su meta, como lo indica ya el Simposio con su imagen de
las consagraciones altas y bajas. Pero alli Platón se limita a ofrecer
un simbolo religioso de carácter general; en la República, en cambio,
expone una trayectoria completa de enseñanza, la cual se complica
además por el hecho de que esta trayectoria engloba también la edu-
cación para el desempeño de los deberes prácticos del “regente”. La
formación dialéctica que abarca de los quince a los veinte años hasta
los treinta y cinco es, en este plan, el fundamento intelectual sobre
que descansa la cultura de los “regentes”. Y es extraordinariamente
instructivo el hecho de que esta enseñanza no termina, como parecía
natural, con el conocimiento de la idea del bien, pues Platón interpola
entre el periodo de formación dialéctica y esta fase de contemplación
suprema un segundo periodo de estudios de quince años, que llega
desde los treinta y cinco hasta los cincuenta.…7 Durante este periodo,
el hombre ya formado espiritualmente debe adquirir la experiencia
sin la que su elevado nivel no le serviría de nada como “regente”.
Este periodo representa para él una alta escuela de carácter y de ac-
ción. Los dos periodos correlativos de quince años consagrados a la
teoría y a la práctica expresan el ideal del equilibrio de estos dos
aspectos del espíritu y de su unión en la persona del “regente”. Co-
rresponden al ideal de la armonía completa de la cultura gimnástica
y a la “música” en la fase inferior de la educación de los “guardia-
nes”.198
La escuela de carácter del segundo eriodo de quince años consti-
tuye un postulado necesario no sólo desde el punto de vista de la
formación de los “regentes”, sino también con vistas a la problemá-
tica interna de la educación intelectual. Platón ve el peligro de que
la dialéctica cree un sentimiento de pretendida superioridad que lleve
a los adeptos a emplear el arte recién adquirido en refutar a otros
y a hacer de este deporte un fin en sí.199 Es una idea que encontra-
.]
ººº Cf. infra, lib. ¡v, cap. x.
203 ARISTÓTELE5, Et. nic., X 6, 1176 b 28 ss.
LA REPÚBLICA. II 721
204 PLATÓN, Rep., 539 B, califica el derroche frívolo de las facultades dia-
lécticas en simples disputas ((ivrú—oyí.u) un abuso (xatuxoñc'ltm). El reverso
lógico del juego es la seriedad, onov6ñ. Cf. también 539 C 8.
205 Rep., 539 B 6. ººº Rep., 537 E. 207 Rep., 538 C ss.
LA REPÚBLICA. n 723
las dos fases de cultura superpuestas: es un “logos filosófico mezclado
con el musical”,215 englobando así las dos fuerzas supremas del genio
helénico.
LA REPÚBLICA. II 725
445 C.
LA REPÚBLICA. II 727
de la escala y reverso del hombre justo.236 Pero así como en el estado
perfecto no existe entre el estado y el hombre sólo una relación de
paralelismo extremo, sino que el estado no es más que la superficie
limpia sobre la que ha de proyectarse la imagen del hombre justo
igual a él en esencia, tampoco en las demás formas de estado éste
es de por si nada sin el hombre. Cuando se habla del distinto “espíritu
de las constituciones”, se sobrentiende que la fuente de este espíritu
es el ethos del tipo de hombre creado desde dentro por la forma de
estado adecuada a él.237 Lo cual no excluye que la forma de comu-
nidad humana, una vez estructurada, imprima a su vez su sello a los
individuos que viven dentro de ella. Pero el hecho de que sea posible,
como enseña la experiencia histórica, salir de este círculo estrictamente
delimitado y pasar a otra forma de estado, quiere decir que la causa
de ello no debe buscarse en ninguna clase de circunstancias externas,
sino en el interior del hombre, que cambia su “estructura anímica”
240 Este punto de vista domina la interpretación que sigue en el texto. Dire—
mos ya desde aquí que, en la mayoría de los casos, los expositores no lo tienen
suficientemente en cuenta.
241 Rep., 545 D. 242 Rep., 546 A. 243 Cf. supra, pp. 205 ss.
245 Ci. TaornAsro, De causis plant., lib. v, c. 8 s., especialmente sobre la de-
ble acepción del concepto “contra la naturaleza” (naoú q;úow).
LA REPÚBLICA. II 729
25? Cf. 547 D. Aún más importante es en este respecto la crítica directa del
estado espartano en las Leyes, libros ¡-u. Cf. infra, lib. ¡v.
LA REPÚBLICA. II 731
262 Rep., 549 A 2. Entre las dos antítesis, Platón interpola este paréntesis:
“en vez de ser indiferente para con los esclavos, como lo es el hombre realmente
culto”. El ixuwbg nenar5¡suuévog no se excita con las faltas cometidas por los
esclavos, como el espartano, cuando las descubre.
233 Rep., 549 A 9-B 7. Es en relación con esto, a propósito de la crítica del
hombre espartano, donde Platón acuña la maravillosa expresión de )»óyog uouomñ
xenouuévo; (“fuerzas racional y musical, en la mezcla debida”) para esclarecer
lo que le falta a este tipo digno de admiración en muchos sentidos.
2653 Asi determina Aristóteles, como es sabido, las relaciones entre el estado
y el hombre. Pol., I, 2, 1253 a 19, 1253 a 25.
LA REPÚBLICA. II 733
2“ La justicia dentro del estado exige, según Platón, que cada cual cumpla
del mejor modo la obra que le incumbe, su función social; sin embargo, en
Rep:, 443 q, dice que en realidad, esto sólo es “una especie de reflejo de la
justicia” (en5colov u 1:ñg 8mmoouvng), pues la verdadera justicia sólo existe
en la estructura interior del hombre y en la relación adecuada de las diversas
partes de su alma entre si, es decir, en el hecho de que cada una de ellas
cumpla su misión debidamente.
267 Rep., 544 D 6-E 2. A las clases de constituciones corresponden otras tan-
tas clases de hombres (sión dvfioo'mmv), “pues las constituciones no nacen al
azar (o, como dice Platón, con una reminiscencia homérica, no nacen simple-
mente del roble y de la roca), sino que brotan de los caracteres en las ciudades”,
que determinan la tendencia del estado en un sentido o en otro. Las palabras
en 1:Grv ñfhiw 1:firv év 1:aig nólcow, no aluden aquí al ethas de la constitución,
sino a los caracteres de los hombres que viven en las ciudades. Por eso a las
constituciones corresponden (como causa) cinco “estructuras de alma” (xutaoxeuoi
wvzñg) (544 E 4).
272 El juicio de Platón sobre este tipo de educación podría resumirse en sus
propias palabras de Rep., 548 B 7: una'educación basada, no en el convenci-
miento, sino en la violencia (oóx tºmb .1tst'ñoñ; ¿MÍ tºmb Bing nsnm8evuévou).
274 Ci. supra, pp. 86 ss., parte titulada “El ideal espartano del siglo IV y la
tradición”.
275 Su actitud sufre ciertas modificaciones en las Leyes. Cf. infra, lib. IV.
LA REPÚBLICA. II 735
la democracia va degenerando hasta su límite inferior. Entre la li-
bertad y la servidumbre no existe solamente una antítesis, pues a
veces los extremos se tocan, al trocarse entre sí los términos antité-
ticos.277 Por otra parte, la evolución de la Esparta moderna hacia
la dominación del dinero había ido poniendo de relieve su secreta
afinidad con la oligarquía,”8 a la que había hecho frente en un
principio, y parecía lógico considerar también como normal esta
transición, poniendo a la oligarquía inmediatamente después de la
timocracia y antes de la democracia. En efecto, no es Aristóteles,
sino Platón, el primero que ve la esencia de la oligarquía en la con-
sideración del dinero como suprema pauta del valor social de la
personalidad y también, por tanto, de sus derechos cívicos.279 La
oligarquía es, por decirlo así, una aristocracia basada en la fe mate-
rialista de que la riqueza constituye la esencia de la distinción. Es
cierto que la fortuna figuraba entre las premisas evidentes de la exis—
tencia de la antigua nobleza,280 pero la riqueza inmobiliaria había
engendrado una ética distinta de la del dinero, y, al ser eliminada por
éste la estimación de la riqueza, o supeditada a él como forma econó-
mica, sufrió, precisamente en la mentalidad de la aristocracia, un
golpe muy rudo, del que no pudo reponerse. La liberalidad de los
nobles sigue constituyendo para Platón y Aristóteles la misma virtud
que en los días de esplendor de la antigua nobleza griega.281 Sin
embargo, el arte de obtener dinero tiene su raíz en un ethos distinto
del que consiste en saber gastarlo. Platón establece como principio
que allí donde se cotiza muy alta la posesión de dinero desciende el
valor de la verdadera virtud.282 La unidad de riqueza y distinción
se había roto ya en los tiempos de Solón y Teognis, representantes
ambos de la vieja aristocracia, y Solón había proclamado que no cam-
biaría su areté por la riqueza.283 Platón no apunta siquiera la idea
de que la capacidad de acumular dinero constituya un indicio de vir—
tud: su ideal de la areté se halla lejos en este sentido de ese concepto
vulgar, aunque se advierta también de pasada que la gran masa
ensalza el tipo del hombre de éxito.284 Es cierto que Platón reconoce
el ascetismo de los que se entregan a ganar dinero, como el ascetismo
de quienes se consagran a la virtud. Pero entiende que el culto a
Mammón que ello requiere, y el consiguiente desprecio de la pobreza,
constituyen síntomas de enfermedad del organismo social.
decir esto, Platón no piensa solamente en la llamada tiranía, sino en todas las
formas de estado y, en el caso presente, de un modo especial, naturalmente, en
la suerte corrida por Sócrates en Atenas.
277 Rep., 564 A. 278 Rep., 548 A. 279 Rep., 550 ¡*:-551 A.
230 Cf. supra, po. 40 s. y 115. Cf. también PÍNDARO, OL, n, 53.
231 Sobre Aristóteles, cf. los dos capítulos sobre élsviieouó-mg (liberalidad) y
usvulonoéusw. (munificencia) en la Etica nicomaquea, IV, 1-3 y Iv, 4-6.
232 Rep., 550 ¡*:-551 A.
233 Sobre la actitud de Salón ante la riqueza, cf. supra, p. 145; sobre la de
Teognis, supra, p. 193.
234 Rep., 554 A 11.
3. Otro rasgo por el que este tipo de estado choca con el principio
del estado platónico es la industriosidad a que obliga a los ciudada-
nos, pues en él la agricultura, los negocios de lucro y el servicio mi-
litar tienen que ser ejercidos por las mismas personas, en vez de con—
fiarse a cada cual una misión específica.287
LA REPÚBLICA. II 737
303 Rep., 555 B. 304 Cf. ínfra, lib. IV. 305 Rep., 555 B 9.
LA REPÚBLICA. II 739
LA REPÚBLICA. II 741
vez de esto, Platón traza el cuadro sombrío de la democracia desqui-
ciada de su propio tiempo. “La ciudad ——escribe —rebosa ahora
libertad y cada cual puede hacer dentro de ella lo que se le an-
toje.” 317 La libertad consiste, pues, sobre todo, en sentirse libre de
toda clase de deberes, no en someterse por si mismo a ciertas normas
interiores. “Cada cual organiza su vida como mejor le place.” 313 El
individuo triunfa en su carácter fortuito naturalista y escueto, pero
esto precisamente hace que “el hombre” y su verdadera naturaleza
salgan mal parados. Esta emancipación del individuo perjudica al
hombre tanto como el sistema de la coacción y de la exagerada disci-
plina que oprime al individuo. Lo que Platón describe como el hom-
bre democrático es lo que hoy llamaríamos el tipo del individualismo,
que al igual que el tipo ambicioso, el avaricioso y el tiránico, se
presenta en realidad en todas las formas de estado, pero constituye
un peligro especial para la democracia. El individualismo se convierte
en una nueva forma patológica de la personalidad. Pues la personali-
dad no es la simple individualidad. El hombre como exponente de la
areté es la naturaleza cultivada por la razón. Qué entiende Platón por
ella, lo dejó puesto en claro en la paideia de su estado perfecto. Vista
desde esta altura de la libertad interior, cuya expresión más visible
consiste en que en el estado platónico pueden ser abolidas todas las
leyes salvo las que rigen la paideia, nuestra idea media de la libertad
aparece como un tópico con el que se cubren muchas cosas que sería
mejor prohibir.
323 Cf. todo el capítulo de la Carta VII sobre la actitud de Platón ante el
estado real, 330 D-331 D, especialmente 331 C 658. sobre la actitud que debe
adoptarse ante la propia polis. También en este punto es decisivo para el edu-
cador filosófico el precedente médico. Cf. 330 D.
LA REPÚBLICA. II 743
331 Tucíumss, In, 82, 4. Cf. supra, p. 305. Lo mismo que aquí Platón,
el Areopagítico de Isócnarrs, 20, se halla también evidentemente influido por el
análisis de las crisis políticas y de sus síntomas en Tucídides. Esta teoría de
las crisis se acomodaba magníficamente a la concepción médica que tenía Platón
acerca de los fenómenos operados en el estado y en el alma de los individuos. Ya
en supra, p. 354, expusimos a la luz del ejemplo del problema de la causa de la
guerra cuán fuertemente influido por el precedente de la medicina se hallaba tam-
bién el propio pensamiento de Tucídides. Un último brote del punto de vista de
Tucídides lo tenemos en la teoria de las crisis políticas que mantiene“ Jacob
BURCKHARDT en sus Reflexiones sobre lahistoria universal. [Trad. esp. FCE, Mé-
xico, 2' ed., 1961. Ed.]
LA REPÚBLICA. II 745
LA REPÚBLICA. II 747
340 Rep., 563 E-564 A. 341 Ci. Rep., 563 E 9, 565 C 9, 565 E 5.
sº Rep., 564 B 4—C ]. 343 Rep., 564 B 6. Cf. 552 C.
344 Rep., 564 C 6-565 D.
LA REPÚBLICA. II 749
351 Rep., 571 C-D. 352 Rep., 572 B. Cf. también 571 B.
353 Cf. supra, p. 644. 354 Cf. supra, p. 623 y Rep., 401 D—402 A.
356 JÁMBLICO, vit. Pyth., 35, 356 (p. 138, 3-5, Deubner), donde se recogen
también los pasajes paralelos de la tradición antigua.
LA REPÚBLICA. II 751
forma más simple y más clara.359 Al llegar a una fase más alta de
cultura educativa se incorpora a esta relación dada por la naturaleza
la persona del educador y, por último, todo un sistema gradual de
educación, en que el padre se ve completamente desplazado o sólo
conserva una función más bien elemental. Sigue siendo, sin embargo,
en un respecto, el prototipo del educador, en el sentido de que en 'él
el ideal aparece en cierto modo ante los ojos del hijo como una vida
vivida, midiéndose, en consecuencia, por sus efectos. Mientras que
el padre exagera unilateralmente su tendencia al ideal por él perse-
guido, tendencia legítima dentro de ciertos límites, la resistencia na-
tural de la juventud frente a los años que se agita en el alma del hijo
ve alimentada su repugnancia contra la adaptación absoluta al tipo
paterno de la areté. La timocracia nace de la oposición del hijo con-
tra el modo de vida del padre, exento de ambiciones y preocupado
sólo de su propia obra.“º Aquí, la aspiración del padre se ajusta
incluso de un modo perfecto a la norma. Por tanto, en principio el
punto de partida no puede residir tanto en el carácter unilateral del
ideal paterno, que en el caso presente no existe en realidad, aunque
el hijo crea otra cosa, como en el empeoramiento progresivo y recti-
líneo de la physis de la joven generación. Y como los representantes
de ésta se convierten a su vez en padres, contribuyen mediante el ca-
rácter cada vez más unilateral de su areté, de generación en genera-
ción, a la degeneración progresiva de ésta, y la aportación paterna
va aumentando de un tipo a otro de hombre. El ideal ambicioso que
el joven timocrático se propone en vez de la abstención de su padre
ante toda philopragmosyné 361 es considerado, a su vez, como “dema-
siado desinteresado” por el hijo de aquél, que en vista de ello se
convierte en financiero.362 Pero el hijo de éste siente ya repugnancia
por el desdén en que se tienen todos los demás goces y anhelos que
no guarden relación con el lucro y se convierte de un oligarca en un
demócrata.363 Finalmente, el hijo del hombre democrático no se con-
tenta con el postulado de los anhelos superfluos cuya satisfacción consi-
deraba su padre como signo de verdadera libertad y humanidad, sino
que se convierte en un aventurero lanzado a navegar sobre el mar agi-
tado de los instintos anormales.º“
359 Cf. supra, p. 45: Odiseo como modelo de Telémaco, en Homero; pági-
na 207: Jenócrates ensalzado como modelo de su hijo Trasíbulo en PÍNDABO,
Pyth., vr, 29-30; p. 24: Hipóloco, como maestro de su hijo Glauco en la Ilíada;
Peleo, como maestro de Aquiles. Sócrates dudaba algunas veces sobre la capaci-
dad de los padres para educar a sus hijos. Cf. supra, p. 496.
360 Rep., 549 GB. 361 Rep., 549 C. 362 Rep., 553 A 9-10.
LA REPÚBLICA. II 753
bre desdichado.
EL asnno EN Nosornos
383 Rep., 443 C-444 A. 384 ESQUILO, Los persas, 825. Cf. 164.
LA REPÚBLICA. II 755
389 Rep., 580 B-C. El “hombre real” se define aquí concisamente, una vez
más, como el “que se domina regiamente a si mismo” (Bumlsúow m'n:oñ). En
él impera de un modo exclusivo el conocimiento racional del bien. El motivo del
hombre libre es socrático. El filósofo rey es el hombre socrático.
LA REPÚBLICA. II 757
39“ Cf. mi estudio “Ueber Ursprung und Kreislauf des philosophischen Le-
bcnsideals”, en Berichte der Berliner Akademie, 1928.
397 Rep., 583 B 35. 398 Rep., 583 C-584 A. 399 Rep., 584 C.
403 Rep., 585 B. Cf. supra, pt 575. 404 Rep., 585 B—C.
405 Rep., 585 CB. 406 Rep., 586 AC. … Rep., 586 E.
LA REPÚBLICA. II 759
LA REPÚBLICA. II 761
LA REPÚBLICA. II 763
LA REPÚBLICA
III
EL VALOR EDUCATIVO DE LA POESÍA
Sin embargo, lo esencial es que nos demos cuenta de por qué Platón
procede precisamente aquí a librar esta última batalla decisiva entre
764
12 La descripción que Sócrates hace en lón, 531 C, del contenido tan com-
plejo del mundo de las ideas homéricas, se parece mucho a la de la Rep., 598 E.
En 533 E-534 C, pone en duda que este saber del poeta descanse en una 1:e'xvn,
es decir, en un saber pericial, y otro tanto puede aplicarse, según él, a los
intérpretes del poeta, los cuales, al igual que el poeta mismo, sólo hablan por
inspiración divina. La punta de este pensamiento va dirigida contra la teoria
sofístíca de que el espíritu educativo de Homero descansa sobre su saber uni-
versal, aunque en el [ón esta teoría no se cite expresamente como en la Repú-
blica, 598 DE (£:rerbñ uvmv dxoúouev). La encontramos citada también en
Janoronrs, Simp., tv, 6.
ría.13 Por tanto, Platón lucha contra la opinión general de los griegos
acerca del valor propedéutico de la poesia en general y de la poesia
de Homero en particular.
Nos encontramos aquí en un punto de viraje en la historia de la
paideia griega. La lucha se libra en nombre de la verdad contra
la apariencia. Se recuerda pasajeramente que la poesía imitativa de-
biera ser desterrada del estado ideal que se pretende fundar.14 Y como
el estado ideal tal vez no podrá llegar a realizarse nunca ni en parte
alguna, como Platón acaba de manifestar,15 la repudiación de la poesía
no significa tanto su alejamiento por la violencia de la vida del hom-
bre como una delimitación tajante de su influencia espiritual para
cuantos se adhieran a las conclusiones a que llega Platón. La poesía
daña al espíritu de quienes la escuchan, si éstos no poseen como
remedio el conocimiento de la verdad.16 Esto quiere decir que la
poesía debe hacerse descender a una fase más baja. Seguirá siendo
siempre materia de goce artístico, pero no será asequible a ella la
dignidad suprema: la de convertirse en educadora del hombre. El pro-
blema de su valor se aborda en el punto que tenía que ser necesaria-
mente el decisivo para Platón, el de la relación entre la poesía y
la realidad, entre la poesía y el verdadero ser.
29 Rep., 602 C 7-D. Cf. sobre la filosofía considerada como arte de la medida,
cf. supra, pp. 504, 686.
30 Rep., 603 C. 31 Rep., 603 DE.
“PAIDEIA” Y ESCATOLOGÍA
47 Cf. Rep., 607 E-608 B. Hay que fijarse en la frase ¡] totaúm noinorg, que
aparece dos veces, es decir, toda la poesía de esta clase (mimética), lo que deja
abierta la puerta a otras clases de poesía. Cf. 607 A 4. Una referencia renovada
al “estado en nosotros” como meta y pauta por la que debe medirse la admisibili—
dad de la poesía, 608 B 1, como ya antes en 605 B 7.
56 Rep., 612 D. Cf. sobre esto lo que dijimos acerca de la promesa de recom—
pensa para la verdadera arete' en Tirteo, cf. supra, pp. 96 ss.
57 Cf. mi análisis de esta poesía en T yrtaios Uber die wahre Arete, en Sitz.
Berl. Akad., 1932, pp. 537 s.
64 En Rep., 617 C, las tres moiras aparecen designadas como hijas de Ananke
y luego se destacan una vez más en la sentencia de Láquesis, 617 D 6. El daimon
aparece en primer término como algo suprapotencial que parece excluir toda po-
sibilidad de libre opción.
realizan su opción del futuro bios ante nuestros ojos y lo que eligen
de entre las suertes de Láquesis se ve corroborado por las otras dos
moiras: Cloto y Átropos. La elección es irrevocable.
65 Estas ideas han sido razonadas más en detalle por mi en Solons Eunomie
(Sitz. Berl. Akad., 1926). Cf. también supra, pp. 145 ss.
66 Rep., 308 A-C. “7 Rep., 617 DE.
68 Rep., 619 B.
69 Cf. Solons Eunomie (loc. cit., p. 73), y supra, p. 143. Platón formula el
antiguo problema de que el hombre no se culpa a si mismo, sino a la tyché y
al daimon; Rep., 619 C.: of) 76.9 éc.uróv uiuño'0ut 1:ó'w 7.0qu ¿M& túxnv nui
8aíuova...
70 Cf. las palabras del profeta en Rep., 617 E, 619 B. Sobre la admonición
de la antigua teodicea griega, cf. Solons Eunomie (loc. cit., p. 76).
15 Rep., 621 C 5.
LIBRO CUARTO
PRÓLOGO
griega.
WERNER JAEGER
Harvard University
Cambridge, Massachusetts.
781
783
6 Cf. infra, pp. 798 ss. Antes, la historia de la medicina griega se hacia arran—
car, por el contrario,, de Tales, con arreglo a la teoría de CELSO (I proem. 6),
según la cual la filosofía omnicientífica abarcaba primitivamente todas las cien-
cias. Esto es una construcción histórica romántica de la época helenística. La
medicina era en sus comienzos un arte puramente práctica, aunque fuertemente
captada por la nueva concepción de la naturaleza de los investigadores jónicos. La
literatura médica de los griegos que ha llegado a nosotros arranca de la reacción
producida contra esta influencia.
11 Las palabras anemia y uu<nosív, por ejemplo, en HIP., De victu ac., 15,
17 y 18. Galeno y Erotiano 5. v. 'ttumoe'oudd lo explican como Boñ'ºetu, y
Bofnffeív, seguramente con razón, aunque la conexión con conceptºs procedentes
de la antigua filosofía de la naturaleza tales como 5ízm, 1:iotg y dpot6ñ aparece
muy clara: la causalidad en el campo de la naturaleza se entiende, por analogía
con la idea juridica, como remuneración (cf. supra, pp. 158 ss.) “Debe ayudarse
son oi i'vcreoov 5monevtioavreg. Por tanto, este libro, al igual que el de las
epidemias, de Hipócrates, no era obra de un individuo, sino de toda una escuela.
2" Cf. ]. ILBERG, “Die Aerzteschule von Knidos”, en Berichte der Sáchsischen
Akademie (1924), y recientemente L. EDELSTE1N, ob. cit., p. 154, quien reduce
considerablemente el número de los escritos procedentes “de Cnido” dentro del
Corpus hipocrático. Véase Max WELLMANN. Die F ragmente der sikelischen Aerzte
(Berlin, 1902), que comete el error de atribuir también a Diocles a la escuela
siciliana; y, frente a él, mi libro Diokles ron Karystos (Berlín, 1938.)
21 Sobre iñto'ort|g (: profano), cf. De victu sal., 1; De afj., I, 33, 45; De view,
…, 68. Anuó-mg y 6nutovqyó; como términos contrapuestos, en De flatibus, 1,
De vez. med., 1-2. '15ttirtng y 571116177]; empleados como sinónimos en De victu
ac., 6: xstq>dwaE en De victu ac., 8. ESQU1L0, Prom., 45, llama al arte del herrero
una xerowva£iu.
22 CMC, 1, l, 8.
23 Hay que distinguir entre las conferencias yatrosofistas sobre temas gene-
rales en prosa retórica, como Hegi 1:éxvn; y Heoi cpu06w y los escritos redac-
tados en forma sobria y objetiva, dirigidos también al gran público, como las
2341 PLATÓN, Leyes, 857 CD: oim. iuroeúet; 1:€w vocofw-ru ana oxeófw
Jáut5súetg. Cf. Leyes, 720 C-D, donde Platón da una descripción similar de los
os tipºs.
29 Aarsrórsmzs, Pol., 111, 11, 1282 a 1—7. 30 Cf. supra, pp. 291 ss.
34 Aarsrórsuzs, Pol., vm, 2, 1337 b 15: "Eon 8¡—: aut 1:Gw ¿levºeoimv
émamu6w uéxot uév two; évíow ue1:éxsw ofm ávakeúósoov, to 8% “90085986-
sw Mew noo; &uoíñemv €voxov 17(Li; sionuévou; 6kúñutg. (Cf. lo que dice en
1337 b 8 sobre la eficacia del “trabajo banal").
ante todo de curar a los enfermos y con este objetivo siempre pre-
sente, se abstiene de especulaciones estériles por el momento y man-
tiene abierto el camino del verdadero progreso.
Con este giro renovado hacia el empirismo y hacia la minuciosa
observación de los requisitos de cada caso concreto, el campo de la
medicina como un arte independiente se deslinda definitivamente de
la simple filosofia de la naturaleza, después de haber alcanzado el
rango de ciencia con ayuda de ésta, y se convierte en rigor en una
ciencia médica. El desconocido autor de la obra titulada Sobre la me-
dicina antigua es, antes que todo, quien propugna de un modo fun-
damental por esta orientación. Y seguramente que no se hallaba solo
en su época, sino que era el portavoz de lo que en este caso podemos
llamar con sinceridad una escuela. Y esta escuela no era otra que
la de Hipócrates, aunque éste no fuese personalmente el autor de la
obra de referencia, y en este sentido podemos afirmar que la escue-
la de Cos fue en realidad la primera fundación de la medicina como
una ciencia especial con existencia propia. Claro está que la tesis
del autor era precisamente la de que la medicina no necesitaba de
una fundamentación nueva, puesto que hacía mucho tiempo que era un
arte verdadera y efectiva. Por eso repudia a los médicos para quienes
una verdadera techné exige un principio armónico al que puedan
reducirse todos los fenómenos concretos, como lo hacen los filósofos
con sus sistemas.35 Según el criterio del autor, este intento no con-
duce, como se piensa, a la eliminación de titubeos poco científicos
en el modo de concebir las causas de las enfermedades, y menos aún
a una terapéutica acertada, sino simplemente a trocar por una hipó-
tesis insegura la sólida base de experiencia sobre la que ha descansado
siempre la medicina. Es posible que ése sea el único camino para
transitar por los oscuros dominios de lo ignoto en que se mueve por
tanteos la filosofía. Pero el médico no puede marchar por él sin aban-
donar todas las conquistas arrancadas trabajosamente por la expe-
riencia médica en siglos y siglos de esfuerzo, desde sus orígenes pri-
mitivos. Y el autor traza con rasgos enérgicos esta senda de desarrollo
partiendo de la idea primitiva según la cual el médico es el hombre
39 Ob. cit., 9: Así ydo p.éroov two; otoxdouoúat. u.étoov 695 oi'rre dotfiuov
oiits cta0p.óv (ºíMto'v noo; 3 dvouréou)v sion 16 duorBég, mºm &v siioorg ó.M.'
ii roñ othuuro; mv ui'oiinmv. También alli se establece la comparación entre
el médico y el navegante.
45 La aparición del concepto de eidos, que aparece con frecuencia, sobre todo
en plural, y el concepto de idea en las obras hipocráticas, ha sido investigada
por A. E. TAYLOR, Varia Socratíca, pp. 178-267 y recientemente por G. ELSE,
“The Terminology of the Ideas”, en Harvard Studies in Classical Philology, 1936.
51 PLATÓN, Fedro, 270 C-D. Cf. la literatura antigua sobre este pasaje en
W. CAPELLE, Hermes, t. 57, p. 247. Aquí no podemos detenemos a examinar el
modo como trata el problema L. EDELSTEIN, ob. cit. (cf. supra, p. 789, n. 14),
pp. 118 ss., modo que yo considero acertado en todas sus partes.
LA MEDICINA COMO PAIDEIA 805
deramente es mejor para él: ¿pero qué es, en este pasaje, lo decisivo
para él en el método de la medicina? Creo que esto se ha pasado
siempre por alto ante la seducción de las palabras pasajeras y medio
humorísticas de Platón sobre Pericles, del que dice que era un ora-
dor y un guía de almas tan formidable porque había aprendido de
Anaxágoras aquel torrente sublime de palabras (dñoleoxia) sobre la
naturaleza. Y como a continuación vuelve a hablar de que “sin la na-
turaleza en conjunto” no es posible penetrar en el alma y de que
esto lo ilustra la medicina de Hipócrates, que aplica el mismo prin-
cipio al conocimiento del cuerpo, se concluía de aquí que Platón
consideraba a Hipócrates como el tipico médico basado en la filo-
sofía de la naturaleza, algo así como el hombre a quien el autor
de la obra Sobre la medicina antigua combate como un filosofastro.
Pero la descripción tan precisa que Platón traza en seguida del mé-
todo de Hipócrates se orienta en una dirección completamente distinta,
y lo que aquí dice se destina exclusivamente a servir de modelo para
la retórica y su arte de tratar las almas. Hipócrates, nos dice, enseña
a preguntar siempre ante todo si la naturaleza'del objeto con res-
pecto al cual deseamos adquirir un verdadero saber y una verdadera
capacidad es simple o multiforme (nalmetóég) y si es simple a seguir
investigando hasta qué punto es capaz de influir sobre otro objeto de-
terminado o de sufrir la influencia de éste; si, por el contrario, pre-
senta múltiples formas (ción), a enumerar estas formas o tipos y a
comprobar respecto a cada una de ellas lo que comprobaríamos si se
tratase de un objeto simple, preguntándonos cómo influye sobre otros
o cómo es susceptible de ser influido por éstos.
52 C. Rrrran, Neue Untersuchungen ííber Platon (Munich, 1910), pp. 228 ss.
533 Hay otro problema que interesa lo mismo a Platón que a los primeros
médicos. De vez. med., 15, dice que en la realidad no existe nada que sea de
por si caliente o frio, seco o húmedo y que no guarde relación con ningún otro
cidos (unóevi &M(p eibet uowowéov). Cf. PLATÓN, Sof., 257 Ass., quien habla
también de una nowuwia de la ys'vn o del sión. (Cf. 259 E.)
5317 Por ejemplo PLATÓN, Rep., 299 C; AR!STÓTELES, Et. nic., rr, 2, 1104 a 9;
111, 5, 1112 b 5 y De vez. med., 9, segunda mitad.
53€ Anrsrórauas, Et. nic., II, 5, 1106 a 26-32; lr 15; b 27. Cf. De vet. med., 9,
citado supra, p. 800, n. 39.
Tbeiler ocupa aún el primer plano del interés, merece sobre todo un serio es-
tudio la acción inconscientemente teleológica de la naturaleza, tal como la profesa
la escuela de Hipócrates. Esta se ha convertido en la forma de teleología más
llena de consecuencias para la ciencia moderna, aunque no se explicase todavía
en este sentido la palabra telas. Un viraje hacia un enjuiciamiento más ade-
cuado de este aspecto de la medicina hipocrática lo tenemos en A. BIER, “Beitriige
zur Heilkunde”, en Miinchener Medizínische Wochenschrílt, 1931, núms. 9ss.
53“ T. Goupmz, Griechische Denker, t. 1 (4' ed.), p. 261, a quien hay que
reconocer el mérito de haber entroncado a los médicos por vez primera con la
evolución de la filosofía griega es, sin embargo, en su modo de enjuiciar los pro-
blemas, el representante típico de la época positivista. Esto se revela en el hecho
de que establece una conexión estrecha entre Hipócrates y Demócrito. Para ello
se remite a la ficticia correspondencia posterior que intenta relacionados.
65 Cf. últimamente THEILER, ob. cit. (supra, n. 58), pp. 13 ss., que pretende
atribuir & Diógenes todos los ejemplos de este tipo.
“ THEILER, ob. cit., p. 52, cita un ejemplo tomado de esta obra, la cual se
coloca siempre, por lo demás, en este mismo punto de vista.
67 De victu, I, 11.
nada, hace lo que se debe hacer”. Con una idea negativa semejante
a ésta nos encontramos en el autor de la obra rica en aforismos
Sobre la dicha, escrita más tarde: 7º “Las naturalezas de las cosas no
han tenido ningún maestro.” Casi parece como si hubiese conocido
y plagiado la variante de nuestro pasaje del libro Sobre las epidemias.
Pero en este caso se dejó llevar por un camino falso, pues para el
pensamiento de esta época sería demasiado paradójica la idea de
que pudiera hacerse lo debido sin paideia alguna. Por tanto, si la
naturaleza hace por si misma lo necesario sin haberlo aprendido es
porque encierra la capacidad genial de educarse a si misma (efmaí-
58Ut0;) . Su maestría se desarrolla en contacto directo con su misión.
Tal es el texto que, aparte de los mejores manuscritos, tuvo también
a la vista, evidentemente, el poeta de la colección de los gnomos atri-
buidos a Epicarmo. Este poeta explica la sabiduría de la naturaleza
exactamente en el mismo sentido, mediante la idea de que se ha edu-
cado a sí misma. La razón inconsciente de la naturaleza se inter-
preta como algo análogo a la “cultura” consciente del hombre."1 Esta
idea hipocrática cala más hondo que la prueba de los sofistas, que
encontraba también eco en el pensamiento médico, según la. cual la
formación de la naturaleza humana por la paideia tenía su analogía
en la agricultura y en la domesticación de animales."!2 En efecto,
aquí la paideia se concibe como una disciplina y una domesticación
puramente exteriores, mientras que según la concepción hipocrática
la paideia tiene ya su avanzada inconsciente y espontánea en la natu-
raleza misma y en su acción teleológica. Este punto de vista espiri-
tualiza lo natural y naturaliza lo espiritual. De esta raíz es de donde
brota el empleo genial de analogías espirituales para explicar lo físico
Se alude a la incubación del huevo por la gallina, que se invoca como ejemplo
de la razón natural de todos los seres vivientes. Si fuese auténtico, éste sería
si no el testimonio más antiguo con que contaríamos en apoyo del concepto de
la natósía, por lo menos no muy posterior al de ESQUILO, Los siete, 18 (cf.
supra, p. 263). Sin embargo, en Esquilo la palabra significa sólo la nuióuw
too<p1'¡; en Epicarmo esta palabra tiene ya el sentido de la cultura superior, sen-
tido que adquiere a través de los sofistas y sobre todo en el siglo Iv. Diels
cuenta
este fragmento entre los pocos que no acusan indicios de proceder de uno de los
libros de sentencias atribuidos más tarde a Epicarmo. Sin embargo, la evolución
del sentido de la palabra nut5eia. nos indica que se trata de una falsificación ni
más ni menos que las otras.
72 Cf. supra, pp. 285 ss. Como tempranos ecos del paralelo sofístíca de la
paideia con la agricultura, de que allí se habla, debemos añadir Hnº., Nomas
3, donde 'el concepto de la cultura en general se transfiere a la cultura especial
de los médicos, y PLATÓN, Timeo, 77 A, donde la comparación se invierte inge-
niosamente y la agricultura se presenta como una paideia de la naturaleza. Lo
más probable es que ambas variantes proceden del siglo IV.
323 Sobre Heródico, cf. PLATON, Rep., 406 A-B; Amsróratrs, Ret., ¡, 5.
1361 b 5; HIP., vr, 3, 18.
84 Ibid.
35 De victu, 1, 2 (t. VI, 0. 472, ed. Littré), donde aparece también el con—
cepto de la “prodiagnosis”. “Profilaxia” es un término posterior, pero que define
bastante bien la intención del autor. El se propone unir ambas cosas.
57 De víctu, ¡, 2 (t. vr, p. 470, ed. Littré). Cf. acerca de esto De aere, 1-rr.
Alli nos encontramos, examinados por el mismo orden que en el autor de la
obra Sobre la dieta, con los siguientes factores: la estación del año, los vientos
la situación de la ciudad, las enfermedades propias del verano y del invierno, el
curso de los astros, el cambio de las enfermedades. La referente a las aguas es
lo único que el dietético omitió al extractar el escrito que tomó como base.
99 Sobre Eudoxo, cf. mi Aristóteles. pp. 26 y 154 ss. Ctesias fue médico de la
corte del rey Artajerjes hacia 403 (of. JENOFONTE, Anáb., ¡. 8): escribió sus obras
en el siglo rv.
lºº“ De victu, IV, 1. Cf. PINDARO, frag. 131 y Aaxsrórsras, frag. 10 (ed. Rose).
101 De victu, ¡, 1.
lºº Los fragmentos de los escritos dispersos de este importante médico han
sido recogidos y compilados por M. WELLMANN, Die F ragmente der sikelischen
Aerzte (Berlin, 1901), pp. 117 ss.: forman la parte más importante de lo que
Wellmann entiende por escuela siciliana. En mi libro Diokles von Karyslos, Die
griechische Medizín und die Schule des Aristóteles (Berlín, 1938) he demostrado
que Diocles, aunque se hallase influido por las doctrinas de la escuela médica
siciliana, no estuvo en relación directa con ella ni vivió*en su época.
108 Cf. DIOCLES, frag. 112 (ed. Wellmann) y mi detallado estudio sobre el
fragmento metódico, ob. cit., pp. 25-45.
109 Cf. sobre lo que sigue Drocuas, frag. 141 (ed. Wellmann).
1_11 Sobre estas premisas sociales de la medicina griega, cf. EosLsrsm, Die
Aunke, vol. vn.
1 H. VON ARNIM, Leben und Werke des Dion von Prusa (Berlin, 1898). DD. 4-
114, traza un resumen histórico bastante completo del desarrollo de esta polémica.
2 Cf. el libro del discípulo de E. Drerup, August BURK, Die P¿idagogik des
]sokrates als Crundlegung des humanistischen Bildungsideals (Wiimburg, 1923),
especialmente los capítulos sobre la “Pervivencia de la pedagogía isocrática“,
pp. 199 s., e “Isócrates y el humanismo", pp. 211 ss. Posteriormente se publicaron
cuatro conferencias de Drerup, con el titulo Der Humanismus in seiner Ge—
830
mucho más que esto y hasta podríamos decir que con ello no hemos
tocado aún, en modo alguno, lo mejor y lo más genuino de su per-
sonalidad. Ya en su modo de distribuir los acentos, en el modo
como hace hincapié en lo retórico y en lo político-práctico, relegan-
do a segundo plano lo sofístíca-teórico, revela un sentimiento agudo
para captar el estado de espíritu de Atenas ante la nueva cultura, que
si bien había tenido un rápido ascenso en su ciudad natal durante
los años de su juventud, era también objeto de calurosas discusiones.
Aunque Isócrates no era, ni mucho menos, el primer ateniense que
aparecía como discípulo y campeón de la nueva cultura, es indudable
que ésta no adquirió verdadera carta de ciudadanía en Atenas sino
bajo la forma que Isócrates le imprimió. Los retóricos y los sofistas
de los diálogos de Platón carecen de razón en contra de Sócrates
ya desde el primer momento, por el mero hecho de ser extranjeros y
porque no comprenden en modo alguno el verdadero problema de
este estado y de sus hombres. Se presenta siempre al mundo ático,
tan encerrado dentro de si mismo, con su saber “ya perfilado e im-
portado” de fuera." Es cierto que hablan una especie de lenguaje
internacional que cualquier hombre culto puede comprender, pero
les falta el tono ateniense y la gracia y facilidad espontánea del trato,
sin las cuales no es posible lograr un éxito completo en este terreno.
A pesar de lo que imponían con su cultura y su legendaria capacidad
formal, todo esto, en un sentido más profundo, resultaba perfecta-
mente ineficaz, al menos por el momento. Era necesario que el nuevo
elemento se fundiese en el proceso histórico individual de vida de
aquella incomparable polis, fusión que sólo podía llevar a cabo un
ateniense como Isócrates, que tuviese una conciencia clara de la pecu-
liaridad y de la situación actual de los destinos de su pueblo. Esta
aclimatación de la retórica se efectúa al cabo de toda una generación
desde el momento en que aparece por vez primera en Atenas, bajo la
acción de la formidable experiencia vivida de la guerra y de la pos-
guerra, que determinan en ella una trasformación interior. Pero se
opera, al mismo tiempo, bajo la impresión de la reforma moral efec-
tuada por la socrática13 y de las grandes crisis sociales que sacudieron
19 Sobre la vida de Isócrates, cf. F. BLASS, ob. cit., pp. Bss.; R. ]EBB, Attic
Orators, vol. Ii (Londres, 1876), pp. lss., y el extenso artículo de MUENSCHER,
en la Realcnzykl'opádie der klassischen Altertumswiss., de Pauly-Wissowa, t. IX,
pp. 2150 ss. Acerca de la tenue voz de Isócrates y de su timidez, cf. Fil., 81 y
Panuz., 10.
22 Tucínrnss, m, 82.
26 Cf. PLATÓN, Gorg., 499 D, 451 A, 453 13-13, 455 D. Este mismo reproche lo
repite Platón más tarde, en el F edro.
de ¿ni Xíov es un giro raro en vez de év Xítp. Espera uno que después de ¿ni
venga el nombre del arconte bajo el cual empezó a profesar su enseñanza Isó—
crates, pero si el nombre aparece corrompido, la corrupción es difícil de subsa-
nar, ya que los nombres de los arcontes de la década del noventa y de comien-
zos de la del ochenta no presentan semejanza alguna con la palabra Xion. Si se
tratase de [Moon] xi60u, esto nos situaría en el año 3865, fecha que parece
bastante tardía para la fundación de la escuela de Isócrates
32“ Que el discurso Contra los sofistas debe situarse en los comienzos de sus
actividades de enseñanza, lo dice el propio Isócrates en Antíd., 193. La abun-
dante bibliografía existente en torno al problema de sus relaciones con Platón
aparece citada en el artículo de MUENSCHER, en la Realenzyklopádie de Pauly-
Wissowa, vol. rx, p. 2171. Toda esta bibliografia se quedaría anticuada de golpe
y porrazo si resultase ser falsa la hipótesis aceptada generalmente en ella, según
la cual el diálogo fundamental de Platón sobre la retórica, el Fedro, data de los
primeros tiempos o de la época intermedia del autor. De este último supuesto
parte tambié.. Muenscher en su articulo, magnífico como orientación. En este
punto, la investigación se ha visto obligada a cambiar de punto de vista en los
últimos tiempos. Cf. acerca de los origenes posteriores del F edro, infra, cap. vm,
nota 555. Por otra parte, creo imposible sustraerse a la conclusión de que el
discurso Contra los sofistas polemiza también violentamente contra Platón, a la par
que contra los otros socráticos. Presupone ya, entre sus obras anteriores, el Pro-
tágoras y el Gorgias y tal vez también el Menón (cf. en pp. 842 ss. el examen de
este problema). La concepción de Muenscber, en la Reaienzyklopiidie de Pauly-
Wissowa, t. rx, p. 2175, de que Isócrates, en la época del discurso Contra los
sofistas, se hallaba “todavia identificado con Platón” en lo esencial, no se basa
en el mismo discurso y tal vez se vea refutada por cada línea de esta obra. Este
falso punto de vista responde exclusivamente a la localización demasiado tempra—
na del F edro, donde Platón ve con mejores ojos a Isócrates que a los retóricos
del corte de Lisias. La hipótesis de su origen inmediatamente posterior al discurso
Contra los sofistas nos llevaría necesariamente a' interpretar este discurso,
forzando
la verdad. como platonófilo.
33 Isócmrss, Sol., 1.
“ Sol., 5.
45 Por otra parte, resultaría difícil mencionar otra obra del Platón de la pri-
mera época que reuniese todos estos elementos característicos de su filosofía y los
expusiese en su trabazón interna con tanta claridad.
48“ El reproche referente a los escasos honorarios que los filósofos percibían
de sus alumnos debía de ser más aplicable a Antístenes que a Platón, pero es
muy poco lo que sabemos acerca de estas cosas para poder emitir un juicio
seguro. Es pºsible que también los discípulos de la Academia tuviesen que
abonar algún estipendio que no tuviese carácter de honorario, pero que Isócrates
considerase como tal, lo que, por tanto, le llevaba a interpretarlo como un ardid
de concurrencia. Ataca de nuevo a Platón y Antístenes en Elena, ¡: cf. infra,
p. 855, n. 85. Sobre los honorarios de los socráticos, véase DIÓGENES LAERCIO, u,
62, 65, 80 y vr, 14.
50 Acerca del “cuidado del alma” (wuxñg émué)»eru) como término para de-
signar la mira de toda la labor educativa de Sócrates, cf. supra, pp. 415 ss.
52 Tal contexto desprende claramente que Isócrates pone en cierto modo entre
comillas la palabra techné, tal como la emplean estos maestros de retórica. Y lo
mismo puede decirse de los pasajes en los que parodia la terminología de los so-
cráticos.
No hay ningún campo de la vida que tolere menos que éste la re-
ducción de todos los casos concretos a una serie de esquemas y
formas fundamentales fijos. Platón da a estas formas fundamentales
en el terreno de las manifestaciones lógicas el nombre de ideas.
Tomó este tipo de intuición plástica, como vimos, de la medicina
de su tiempo, de donde la transfirió al análisis del ser. En la retó-
rica nos encontramos en la misma época con una evolución idéntica,
sin que dispongamos de los elementos de juicio necesarios para decir
que se produjese bajo la influencia de la aplicación platónica del
término “ideas”. La retórica y la medicina eran el campo de expe-
riencia suministrado por la naturaleza para el desarrollo del concepto
de aquellas ideas o formas fundamentales, tanto en lo tocante a la
variedad plástica de los fenómenos psicológicos como en lo referente
a los casos concretos o a las situaciones políticas o legales. Se trataba
59 Platón compara sus “ideas” con las letras del alfabeto en el Cratilo, en el
Teeteto, en el Político y en las Leyes.
“1 Sol., 12.
que las gentes cultas sin talento, suponiendo que pueda hablarse real-
mente de cultura sin algo que valga la pena cultivar. El segundo fac-
tor, por orden de importancia, es la experiencia, la práctica.69 Parece
como si hasta entonces los retóricos, aun reconociendo teóricamente
la trinidad de las dotes naturales, el estudio y la práctica, colocasen
prácticamente en primer plano la cultura y el estudio. Isócrates rele-
ga modestamente la paideusis a tercera línea. Con ayuda de los otros
factores, el talento y la experiencia, puede llegar a dar grandes resul-
tados. Hace que los hombres tengan conciencia de su arte, desarrolla
su inventiva y les ahorra muchos tanteos y búsquedas inútiles. Puede
estimular y desarrollar espiritualmente incluso a hombres poco dota-
dos, aunque sin llegar a convertirlos nunca en oradores o escritores
eminentes.70
La cultura retórica puede enseñar a penetrar en las “ideas” o
formas fundamentales de que se halla compuesto todo discurso. Isó-
crates parece indicar que este aspecto de la formación del hombre,
el único que hasta entonces se venía cultivando, es susceptible indu-
dablemente de gran desarrollo. Nos agradaria saber más de su nueva
teoría de las ideas y poder compararla con la de los antiguos retó-
ricos. Sin embargo, la verdadera dificultad de la cosa no estriba en
esta parte del problema, tanto menos cuanto mayor sea la perfección
con que se le enseñe. Estriba, por el contrario, en la buena selección,
combinación y colocación de las “ideas” en cada uno de los temas
tratados, en la elección del momento adecuado, en el sentido de la
medida para omar el discurso con entirnemas y en la combinación
rítmica y musical de las palabras.71 Para todo esto hace falta contar
con un espíritu vigoroso y certero. Esta fase suprema de la forma-
ción presupone, por parte del que aprende, el pleno conocimiento de
las ideas del discurso y destreza en su empleo, y por parte del pro-
fesor la capacidad de penetrar hasta el último límite de lo que racio-
nalmente es susceptible de enseñanza y de convertirse para el resto, a
decir, para todo lo que no pueda enseñarse, en modelo que los demás
puedan imitar y con arreglo al cual puedan formarse, hasta conseguir
un medio de expresión brillante y atractivo.72
Platón condicionará más tarde, en la República, el logro del su-
premo objetivo de la cultura a la “coincidencia” de cualidades que
rara vez se dan juntas en la realidad. Pues bien, de un modo seme-
jante a éste, Isócrates ve en la coincidencia de todos los factores
señalados la premisa necesaria para que pueda llegar a prosperar
realmente cualquier esfuerzo educativo? Al margen de Platón, vemos
paideia.
u
Sol., 18. 75 Cf. Sof., 17, sobre wuxñ boEaarmú.
. 538 .
79 Sal., 21. ºº Cf. supra, pp :
“9 Paneg., 1.
13 Paneg., 2.
14 Paneg., 3.
EDUCACIÓN POLÍTICA E IDEAL PANHELENICO 861
convencido no de la novedad del tema, pero si de la perfección con
que lo trata.15
15 Paneg., 10-14.
la Cf. Paneg., 17, donde usa iaouotoñouu y 1&; fweuovíug 8tekédñm con
referencia al reparto de la hegemonía entre Esparta y Atenas. Expresiones
como duqzwñnreiv 1:ñg ñyeuo*viag y rñv ñyewwiuv dito aBeív deben ser inter—
pretadas en este sentido. Estas expresiones tienden a la restauración de la do-
minación marítima de Atenas. KESSLER, ob. cit., p. 9, intenta en vano demostrar
que Isócrates, en el Panegíríco, establece como meta la dominación exclusiva de
Atenas sobre Grecia.
ss.
ºº Tucínmas, ¡, 73-76.
35 Paneg., 47. Cf. mi obra Aristóteles, pp. 130, nota 11. 36 Paneg., 48.
37 Paneg., 49: oúuño).ov -rñg armósúaswg. 33 Paneg., 50.
39 Paneg., 51.
Esta parte del discurso termina con una defensa contra la crítica
de los métodos del imperialismo ateniense en la época de la primera
liga marítima*3 que Esparta utilizó, después de perdida la guerra,
para mantener en una sujeción permanente a Atenas y que constituyó
un obstáculo moral en el camino de la restauración del poder marí-
timo ateniense. Isócrates intenta demostrar con un ingenioso juego
de palabras que la_dominación marítima (ágxi1 rñg ña?»á1:mg) de Ate-
nas fue más bien el principio (dgxñ) de todo lo bueno para el resto
de Grecia. Con su bancarrota comenzó también la decadencia del
prestigio griego en el mundo y la era de los abusos de los bárbaros,
que ahora empezaron a atreverse a intervenir en la Hélade como los
fundadores de la paz y convirtieron a los espartanos en su policía.“
La relación de los actos de violencia cometidos en los últimos años
por los espartanos y que se conservaban aún vivos en el recuerdo de
todos hacía que fuese muy dudoso el derecho de los espartanos a cri-
ticar a Atenas.45 De este modo, el retorno al estado de cosas ante-
rior, basado como premisa en la existencia de una Atenas fuerte,
convertíase directamente en un postulado. Se ha caracterizado el Pa-
41 Paneg., 5155.
42 Cf. supra, pp. 367 ss., sobre este ideal de síntesis en la descripción de Ate-
nas, según Tucídides.
“ El capítulo sobre los méritos guerreros de Atenas abarca Paneg., 51-99. Con
él se relaciona, 100 ss., la defensa de la primera dominación maritima ateniense
47 El mismo Isócrates dice más tarde, en Filipo, 12, en que pretende des—
arrollar una política realista, aludiendo claramente a su propia posición anterior,
que los “discursos panegíricos” no guardan más relación con la política real que
“las Repúblicas y las Leyes” de los teóricos del estado. Entre éstos debe
incluirse,
evidentemente, a Platón.
Las tres obras del grupo del Nicocles son ejemplos modelos del
1 R. JEBB, Attic 0rators, vol. 11, p.' 88, considera “posible” que Nicocles, como
príncipe, fuese discípulo de Isócrates, pero las palabras de Isócrates en Antíd.,
40,
indican, sin dejar lugar a duda, la existencia de una relación de maestro a dis—
cípulo, sentido que tiene también el final del Evágoras, que tiene el tono, no
de un periodista a su jefe, sino de un maestro a su discípulo intimo. En Evág.,
80, Isócrates habla también de sus palabras “estimulantes” y de “las de los otros
amigos”.
2 DIODORO, 15, 47, sitúa en el año 374 la muerte de Evágoras, pero los mo—
dernos investigadores no están unánimes en este punto. El discurso A Nicocles
encajaría sobre todo en los comienzos del reinado de este príncipe, poco después
de la muerte de Evágoras. En cambio, el Nicocles presupone que ha pasado ya
algún tiempo desde la subida de Nicocles al trono (cf. 0. 31), puesto que los
beneficios de su reinado se perciben ya en el mejoramiento de la situación finan-
ciera. En el 'c. 11 se remite al discurso de Isócrates a Nicocles y lo presenta
como directamente anterior. El Evágoras no pudo haberse redactado ya muy
avanzado el reinado de Nicocles, puesto que presenta a éste como un hombre
joven e-inexnerto y le estimula “a seguir así” (como había comenzado). Pero,
según el c. 78,-el Evágoras no fue la primera de las exhortaciones dirigidas por
Isócrates a Nicocles.
870
del mundo, Alejandro.3 Citamos sólo los ejemplos más conocidos, que
podrían multiplicarse fácilmente.
lº Cf. supra, pp. 203 ss., acerca del elogio de los vencedores por Píndaro, que
los presenta como modelo de areté. Recuerda a Píndaro el modo como Isócrates
presenta a Evágoras en el linaje de los Aiaquides y en Teucro, fundador de la
cultura helénica en Chipre, sus antepasados míticos y los prototipos de la verda-
dera arete' (Evág., 12-18).
11 Cf. el juicio sobre la obra realizada por Evágoras como monarca, desde el
punto de vista de la Hélade en conjunto, Evág., 47-64.
13 Níc., 11: m u.év m'w ia'reoov (kóvov), ó); xoñ wouweiv, 'Iooaoánzoog
ñxoúoure, to'v ¿' éxóuevorv, 6. Ósí nou—iv toi»; doxouévovg, ¿yd) neroá.ooum
BreMieiv. Por consiguiente, cuando Isócrates se dirigía a Nicocles tenía, eviden-
temente, el propósito de reunir las dos obras en un díptico.
17 Areóp., ll-l2. Cf. inlra, el cap. v. Cf. también Anád., 101-139 y cap. vi
de la presente obra.
18 Nic., 62.
34 Nic., 8.
36 Hablar u obrar “con logos" equivale para él, por tanto, a hablar u obrar
“de un modo reflexivo y racional” (cpoovíumg). Cf. c. 9.
formal, sino que en ella la forma brota directamente del objeto. Este
objeto es el mundo político y ético. El objetivo de la cultura retórica
de Isócrates es crear el estado de perfección de la vida humana a que
él da, con los filósofos, el nombre de eudemonía, es decir, un bien
supremo objetivo, y no el logro de influencia con fines de arbitrarie-
dad subjetiva.37 La hipótesis de esta idea de la cultura para formar
el concepto divinizado del logos es un medio feliz de esclarecer el
fin perseguido, pues logos significa lenguaje en el sentido de len-
guaje racional y mutua inteligencia, la cual responde siempre a ciertos
valores últimos comunes, cualesquiera que ellos sean. Isócrates hace
hincapié recisamente en este aspecto del logos, al que convierte así
en el verdadero exponente de la vida social.38
vian a escribir que la vida de los mendigos y los fugitivos era más envidiable
que la de los demás hombres”. Era natural que esta idea se desarrollase con
mayor amplitud en un discurso como el dirigido a Nicocles, en el que se trataba
de infundir un nuevo contenido al bios del monarca.
42 A Nic., 5-6.
43 PLATÓN, Gorg., 470 E (cf. supra, p. 519). Tal vez esta intuición apareciese
también en otros socráticos como Antístenes.
47 Cf. supra, pp. 713 s. 48 Cf. supra, p. 678 e infra, cap. vm.
52 A Nic., 9.
53 Sobre la “obra” (Eoyov) del buen ciudadano, cf. PLATÓN, Garg., 517 C.
Pero en vez de 1:0Mtov debe leerse nohtrmoñ, pues no se trata de la misión del
ciudadano individual, sino de la del estadista. Hacer ciudadanos lo mejores que
sea posible constituye el fin de la paideia politica: Gorg., 502 C; cf. 465 A.
54 A Nic., 6, al final.
58 Platón, Gorg., 517 B, los llama “servidores del estado” (8túxovor :tólswg).
Según Platón, es ésta la concepción más generalizada, pero también la más
baja de la misión del monarca. Esto le recuerda a uno la famosa frase de Fede-
rico el Grande cuando decía que se sentía orgulloso de ser el primer servidor de
su estado.
ºº Nic., 24.
72 A Nic., 13. Para los ideales mismos, cf. c. 9 sobre el €QYOV del monarca.
73 A Nic., 14.
74 A Nic., 15; q>rkúvñanov ¿si sivcu. xo.i cptkó:rolw. Una combinación se-
mejante a ésta encontramos en Isócrates como ideal del príncipe (aplicado tam-
bién a la democracia ateniense). Evág., 43 y Paneg., 29.
76 A Nic., 16.
'“ Tucimm:s, u, 65, 8-9. La expresión i)BQCC£W empleada por Isócrates con
referencia a los caprichos del demos está calcada sobre el fíBou 6uoooñwug
de Tucídides; por lo demás, la antítesis presenta en Isócrates un giro algo dis-
tm .
53 Así interpretan casi siempre este género literario los filólogos Cf. Buss,
ob. cit., pp. 271 y 275. La fuerza de la forma que se echa de menos en este
discurso solo puede juzgarse desde el punto de vista del contenido. Blass con-
sidera éste completamente convencional, pero no llega a comprender en lo más
minimo la dialéctica interior de la idea del principe.
que tu palabra sea más segura que los juramentos de los demás. Cura
a los ciudadanos de su miedo constante y no hagas que quienes no
obran mal se vean dominados por el temor, pues si los vuelves en
contra de ti, también tú te volverás en contra de ellos.“ No quieras
ser un buen monarca por la severidad y la dureza de tus penas, sino
por la superioridad de tu espíritu y el convencimiento de las gentes
de que velas por su propio bien mejor que ellas mismas. se un prín-
cipe de guerra por tu cultura de soldado y tus medidas adecuadas,
pero sé al mismo tiempo un asilo de la paz, no ambicionando ninguna
extensión injusta de tu poder. Compórtate con los estados más dé—
biles como querrías que los más fuertes se comportasen contigo.“
Ama el honor, pero sólo en aquellas cosas en que te cumpla ser el
primero. No consideres débiles a quienes saben aprovecharse también,
a veces, de un perjuicio para salir beneficiados, sino a quienes con-
siguen victorias que sólo les sirven de perjuicios. No tengas por
grande al monarca que tienda la mano hacia cosas más grandes de
las que puede alcanzar, sino a quien aspirando a cosas altas sabe
llevar a cabo lo que emprende.88 No tomos como ejemplo a quien
posee el poder más grande, sino a quien mejor sabe usar de su po-
der.89 No concedas tu amistad a todo el que desee ser tu amigo, sino
solamente a quien sea digno de tu naturaleza—. No elijas para ello
a los hombres cuyo trato más te agrade, sino a quienes te ayuden a
gobernar mejor el estado. Examina cuidadosamente a aquellos con
quienes tienes trato, teniendo presente que todos los que no tengan
acceso personal a ti te juzgarán por quienes te rodean. Elige a los
llamados a desempeñar los asuntos públicos de que no puedas tú
ocuparte personalmente con la conciencia de que de todos sus actos
serás personalmente responsable tú.ºº No des tu confianza a quien
alabe todo lo que tú digas o hagas, sino a quien censure tus errores.
91 A Nic., 28.
% A Nic., 34. Es el mismo ideal que el poeta romano de la época del Impe-
9“ A Nic., 35.
98 A Nic., 35.
104 Desde este punto de vista se ve con claridad que tal influencia no podia
seguir siendo, en modo alguno, una influencia de la forma retórica simplemente,
sino que tenía que hacerse extensiva también a los criteriºs interiores de la
paideia retórica, es decir. a las ideas políticas y a la descripción de la areté
bu-
mana o de su reverso.
113 A Nic., 51. Los tres tipos de representantes de la paideia que Isócrates
distingue aquí corresponden a los mencionados en el discurso sobre los sofistas:
los dos tipos principales son los filósofos o eristicos y los profesores de
elocuen-
cia política; el tercero se identifica, evidentemente, con el de la retórica
forense.
Cf. Sol., 19-20.
más lejos que los otros, y está cierto de que un buen consejero es
el más provechoso y más regio de todos los bienes.115 La capacidad
de ver más lejos que los otros, incluyendo entre éstos los políticos
vulgares y corrientes, es una idea con que nos encontramos repetidas
veces en Isócrates, como uno de sus postulados. Es, en rigor, la fun-
damentación de su propia autoridad.
V. AUTORIDAD Y LIBERTAD:
EL CONFLICTO DENTRO DE LA DEMOCRACIA
1 Cf. lo que dice acerca de esto PLA1'6N en su Carta VII, 326 A, refiriéndose
a los años siguientes a la muerte de Sócrates.
89
14 Areop., 9-10 y 81. Cf. .IAEGER, Areopagiticus, pp. 416 ss. En 81 Isócrates
dice que los generales han informado a los atenienses sobre el odio a Atenas que
sienten los demás griegos y de que el rey de Persia ha enviado cartas amenaza-
doras. Este es el camino acostumbrado en un orador para explicar sus propios
motivos para hablar en un momento dado; pero aquí se inventa con el fin de
justificar Isócrates el poner sus ideas en forma de discurso. Es pura invención
cuando dice que se está dirigiendo a una asamblea convocada para examinar la
crisis; lo mismo que en De pace cuando justifica haberse adelantado en la asam—
blea mencionando la llegada de los embajadores que han venido de fuera para
hacer ofertas de paz; y una vez (como él mismo dice, Antíd., 8 y 13) en la
Anúdosis, cuando pretende estarse defendiendo contra una acusación tan seria
como la amenaza de su propia vida.
&
23 Areop., 21.
ºº Areop., 25.
27 Areop., 26.
28 Areop., 27, cf. las palabras robg. .. 8wurmtá.roug ¡mi mi; noá.Eetg xa0w-
táong, que remiten al periodo mejor de la democracia ateniense, y lo contrastan
con los malos hábitos presentes.
31 De pace, 13 y 133.
32 Areop., 56-59.
41 Areop., 56-59, nos permite echar una ojeada conveniente a los cambios de
impresiones celebrados en este círculo antes de su publicación. Frente a la
opinión de quienes pretendían disuadir al autor de publicar esta obra, por en-
tender que la situación interior de Atenas era incurable y considerar peligrosa
la hostilidad de los dirigentes radicales contra los moderados, debieron de
levantarse
naturalmente voces aconsejando la publicación, pues de otro modo jamás se ha-
bria decidido a ello un hombre tan prudente como lo era Isócrates. Para algunos
ejemplos de su hábito de explicar sus propias obras a un círculo de intimos antes
de publicarlas, of. infra, p. 933, n. 66.
42 De modo parecido, PLATÓN, Carta VII, 326 A, nos indica que el autor
había concebido y expuesto de palabra las ideas publicadas más tarde en su"
República varios decenios antes, con antelación a su primer viaje a Sicilia. Cf.
supra, p. 482 y Gnoman, IV (1928), p. 9.
45 Areop., 30.
49 Areop., 33-35.
50 Areop., 36-37.
51 Areop., 37. Desde la época de los sofistas, todas las cabezas de la paideia
griega y, sobre todo, Platón e Isócrates, estaban de acuerdo en que la paideia no
se limitaba a la enseñanza escolar. Para ellos era cultura, formación del alma
humana. Eso es lo que diferencia la paideia griega del sistema educativo de
otras naciones. Era un ideal absoluto.
“ Areop., 46.
ºº Areop., 47. Cf. SOLÓN, frag. 24, 22 y frag. 25, 6; asimismo, acerca de Pe—
ricles, como elogio supremo, Tucínmas, u, 65, 8, y sobre Alcibíades, TUCÍDIDES,
vm, 86, 5.
“ Areop., 48-49. ,
703 Este renacimiento del concepto oídos en las teorías filosóficas y educati-
vaszéie Platón e Isócrates ha sido brevemente examinado por ERFFA, ob. cit.,
p. 0.
51 Cf. las frases peru6áMew 1:iw mhreí.uv, Arana., 78; é:mvooºoñv viw
mo).weíuv, Areop., 15.
“ Areop., 11.
“ Paneg., 119: ó'.p.a yde ñueíg “(E 1:11; doxñg dneoteooúueºa nui. tot;
"E)—know doxñ xaxíírv éyíwero (of. a partir del 100).
ºº De pace, 101 ss.: 17616 n'w &oxiw uirto¡g (rote; 'A.) yeysvñaºm ró'w
ovucpooárv, 51:s 1:iw úoxñv rñg 0alármg nuoskó.u8avov.
lºº Cf. De pace, 111 ss., especialmente, 115. 103 De pace, 27.
104 En De pace, 69-70, se dice que el poder del imperio naval se ha perdido
y Atenas no se halla en condiciones de reconquistarlo.
bre que ese concepto tiene en lengua ética. La tributación fiscal ex-
2 Antíd., 4-5.
922
8 Antíd., 9.
13 Sof., 19 53.
ºº En Antíd., 54, compara los fragmentos de sus discursos, que cita como
prueba, con una exhibición de frutos de todas clases.
21 Antíd., 54 ss.
28 Antíd., 62 ss.
ºº Cf. supra, p. 918. Huelga decir que los fines imperialistas del Panegíríco
no responden en modo alguno al programa del partido ateniense de la paz en
Para los atenienses, este elogio del caudillo militar tres veces de-
puesto por ellos debía equivaler a una dura acusación, y desde el pun-
to de vista de la justicia absoluta Isócrates no rebaja nada a su juicio
de que el proceder de Atenas contra uno de sus hijos más grandes
fue infame. Entiende, sin embargo, que lo sucedido es harto com-
prensible si se tienen en cuenta la naturaleza humana, sus flaquezas
y su ignorancia, la envidia que empaña todo lo grande y todo lo
eminente y la confusión de los tiempos modernos.55 El propio Ti-
moteo contribuyó también en parte a que fuese desconocida su per-
sonalidad. Con esta concesión, Isócrates abandona el campo de la
polémica política y desplaza el problema a su terreno peculiar, el de
la educación. Timoteo no era un enemigo del pueblo, ni un enemigo
del hombre; no era soberbio ni adolecía de ninguna otra cualidad
mala de carácter de esta clase. Pero el sentimiento de su propia gran-
deza, que tan útil le era como caudillo militar, le hacía difícil en
*” Antid., 135.
67 Antíd., 40.
71 Antíd., 156, ci. 158. Es evidente que a Isócrates le agradaba que le com-
parasen también desde este punto de vista con su admirado maestro Gorgias,
pero no con los demás sofistas y profesores públicos. que sólo percibían por sus
actividades ingresos muy reducidos o modestos (Antíd., 155).
96 La refutación del segundo de los grupos, que aun creyendo posible la for-
mación del espíritu por medio de la retórica (qat7toooqpia), reputa, sin embargo,
dañina su influencia, comienza en Antid., 215. Ci. acerca de los móviles del edu-
cador, Antíd., 217 ss.
97 Antíd., 220.
105 Antíd., 253-257. Este elogio del logos, que según hemos visto más arri-
ba 8ezosnstituye un himno en toda regla, está tomado del Nicocles, 59. Cf. supra,
p. .
ISÓCRATES DEFIENDE SU PAIDEIA 939
Esta defensa se dirige, evidentemente, más bien contra otros re-
presentantes de la paideia enemigos de la retórica que contra la
opinión pública en general. En efecto, al final del discurso se ma-
nifiesta abiertamente el antagonismo con la Academia platónica. Isó-
crates echa en cara a los filósofos, antes que todo, el que éstos, conocien-
do mejor que nadie aquella fuerza del logos, se presten, no obstante, a
rebajarlo y asientan a la crítica de la gente inculta, confiando en que
con ello van a hacer pasar por más valiosa su propia obra de educa-
ción.106 Vemos cómo lo personal pugna por abrirse paso aquí, pero
Isócrates se esfuerza visiblemente en rechazarlo, aunque no se recata
tampoco para decir lo que piensa y siente con respecto a los filósofos
de la escuela platónica. Cree tener más derecho a hablar con mayor
amargura de ellos que ellos de él. No quiere, sin embargo, colocarse
en el mismo plano que aquellos cuyo carácter ha sido corrompido por
la envidia.107 Estas palabras no brotan de la antigua polémica objetiva
que se ventila ya sobre el plano de los principios en el discurso Contra
los sofistas y en la Elena. La mezcla de resentimientos personales que
se advierte aquí requiere una explicación especial, que no es difícil
encontrar. Sabemos que, como profesor de la Academia platónica y,
por tanto, en la última época de Platón, Aristóteles tenía a su cargo
la iniciación de los discípulºs en la enseñanza de la retórica. Se cita
incluso, según una parodia libre de Eurípides, un verso de sus lecciones
de retórica, que transcrito en prosa dice así: “Sería deplorable guar-
dar silencio y dejar hablar a Isócrates.” …* Con estos cursos, Aristó-
teles se proponía satisfacer la necesidad que sus discípulos sentían de
una cultura formal. La enseñanza retórica tendía a completar el estu-
dio dialéctico. Pero era, al mismo tiempo, un intento de dar a la
retórica una base más científica.109 Ambas cosas tenían necesariamen-
110 Ci. SOLMSEN, ob. cit., p. 207. Btass, ob. cit., p. 452, seguía explicando los
ataques de Cefisodoro contra la teoría platónica de las ideas (¡en una obra
contra Aristótelesl), al modo de la sabiduría escolástica de la baja Antigiiedad,
por la total ignorancia del discípulo de Isócrates. Para ello, sitúa esta obra
después de la muerte de Isócrates, cuando ya la secesión aristotélica de la es-
cuela platónica mediante la fundación de una escuela propia, y a través de sus
ataques literarios, tenia que ser conocida de todo el mundo. Véase mi Aristóteles,
pp. 50 s.
112 Isócrates, en Antíd., 258, dice cautamente que son “algunos” filósofos cris-
ticos los que le difaman, estableciendo, por tanto, una distinción entre el mismo
Platón y su discípulo Aristóteles.
113 Antíd., 261. La misma posición adopta Isócrates en su última obra, Pa-
natenaico, c. 26 _
116 En Sof., 8, emplea las mismas palabras áñoksoxia nai. p.mooloyia con
referencia a la formación dialéctica, como Platón quería.
lºº Antid., 268. También Calicles, en PLATÓN, Garg., 484 GB, censura en
121 Antíd., 268-269. Ya en su Elena, 2-3, habia atacado Isócrates a los filó—
sofas presocráticos Protágoras, Gorgias, Zenón y Meliso como simples buscadores
de paradojas, previniendo en contra de su imitación. En la Antídosis censura a
Empédocles, lón, Alcmeón, Parménides, Melisa y Gorgias. Desde luego, critica
¡¡ Gorgias no como retórico, sino como el inventor del famoso argumento “el ser
no es”, que fue una exageración de las paradojas a que eran tan afectos los fi-
lósofos eleáticos.
136 Cuando en Antíd., 233-234, se presenta como modelos del ideal politico-
retórico de la areté, al lado de Solón y Clístenes, ¡¡ los estadistas del periodo
¿lásico de la democracia ateniense Temístocles y Pericles, a quienes se ataca en
el Gorgias y en el Menón platónicos, es indudable que Isócrates se identificá con
las figuras atacadas, lo mismo que antes habia hecho suya (cf. supra, p. 941,
n. 120) la causa de Calicles.
129 Antid., 274-275: una techné del tipo de la que exigen los dialécticos ni
ha existido antes ni existe tampoco ahora. Pero antes de inventar semejante
paideia (ñ totuúm nat6€ío.), convendría abstenerse de prometérsela a otros. La
ñnóoxsotg significa aquí lo que el profesor se compromete a enseñar a sus alum-
nos (ci. supra, pp. 493 s.) y es sinónimo de énáyyeluu.
N 131 Ya se habia dicho así en Sof., 21, y de un modo más positivo todavia en
¿e.. 7.
135 Podria comprobarse, sin dejar lugar a dudas, que se trata de una réplica
al reproche platónico de que la retórica enseña a los hombres la mera satisfacción
de los impulsos naturales egoístas. Ya en Antíd., 275, recomendaba Isócrates
a los adeptos de la filosofía que aplicasen mejor su eros a la oratoria y se en—
tregasen con toda el alma “a la verdadera pleonexia”, acerca de la cual se
proponía decir algo más dentro de poco. Era una observación picante, cuyo
sentido se aclara en Antíd., 281 ss. Aqui dedica a la esencia de la pleonexia,
moral.
137 Antíd., 282 y 285. En 283 Isócrates censura el abuso de las palabras en
que incurren los filósofos, al transferirlas de las cosas supremos a las peores y
más reprobables. En realidad, él mismo cambia el sentido de la palabra pleo-
nexia de algo moralmente repugnante en algo ideal. Al hacerlo, sigue de mane-
ra visible el ejemplo de Platón, quien en Simp., 206 A, define el eras idealizado
como el impulso de asimilarse lo más bello y lo mejor (cf. supra, p. 581, donde
se alude ya a la análoga transmutación de los conceptos del amor —-—ideal—— de si
mismo por Aristóteles). En el Gorgias, Platón enseñaba, de modo análogo, que
el poder a que aspiran los hombres egoístas de poder político no es un poder
real. Isócrates pretende demostrar por los mismos medios que su retórica conduce
a este verdadero y superior enriquecimiento humano de si mismo. Esto quiere
decir que ha aprendido algo de la tan aborrecida dialéctica.—
141 Antíd., 295—297, 293 35. Cf. 302: “en los pugilatos físicos los atenienses
compiten con muchos otros, pero en el campo de la cultura [paideia] todo el
mundo reconoce de buen grado la primacía de aquéllos”.
144 De acuerdo con Antíd., 299—301, los delatores y demagogos políticos son
la gran mancha del nombre limpio de Atenas; ésta debe la grandeza sólo a
su cultura (paideia). El pasaje es interesante por la profunda distinción entre
cultura y vida política contemporánea. Cuando habla de los directores de esa cul-
tura, que han hecho que se ame y respete a Atenas en todo el mundo, está pen-
sando en si mismo entre los primeros. Y sin duda está en lo cierto.
145 Valora a todos los grandes estadistas del pasado según su cultura y edu—
cación (Antíd., 306-308). Y concluye que sólo su superioridad intelectual es la
que ha hecho grande a la ciudad.
148 Cf. Panat., 2—4, en relación con su creciente de5precio del estilo.
149 Esta es la edad que menciona en el final del Panel. (270); en la intro-
ducción (3) dice que tiene noventa y cuatro años. Su trabajo en el discurso se
interrumpió con una larga enfermedad.
951
3 Jan., An., …, l, 5, sólo destaca el hecho de que desde la guerra del Pelo-
poneso, en la que Ciro había apoyado a Esparta contra Atenas, existía un
estado de hostilidad entre Atenas y Ciro. Pero al volver de la campaña de Asia
se unió directamente a los espartanos que luchaban al mando de Agesilao en
pro de la libertad de los griegos del Asia Menor y retornó a Grecia con el rey
(An., v, 3. 6). Jenofonte subraya que regresó “por Beocia”, lo cual quiere
dar a entender, sin duda, que tomó parte en la batalla de Coronea de parte
de los espartanos. Sobre el paso de Jenofonte al bando, político de los espar-
tanos, cf. la ponderada critica de Alfred CROISET, Xénophon, son caractére el
son talent (París, 1873), pp. 118 ss.
5 Isóanras, Busiris, 5.
para la defensa de Atenas contra una invasión beocia tenían un valor de ac-
tualidad.
17 El Hipparchicus no da sus instrucciones para todo el mundo, sino para
mejorar la instrucción de la caballería ateniense. El autor tiene presente como
su misión el caso de la defensa de Ática contra una invasión de los beocios.
Cf. vu, 1-4. Atenas debe esforzarse por ºponer a los excelentes ejércitos de
hoplitas tebanos una infantería ética que no desmerezca y a los jinetes beocios
una caballería superior. A la situación ateniense se refiere también el escrito
Sobre el arte de la equitación; cf. c. 1. En la línea final esta obra se remite al
Hipparchicus.
24 Cf. Ivo BRUN5, Das literarische Ponriit der Griechen, pp. 142 ss.
podían librar sus guerras sin la intelectualidad y las virtudes militares de los
griegos, lo dice en Cirop., v…, 8, 26.
27 Cf. An., ¡, 8, “27. Alejandro profesaba la misma idea que Ciro acerca de
la valentía personal del caudillo, idea que los griegos del siglo W consideraban
romántica. Se exponía al peligro sin miramiento alguno y resultaba herido con
frecuencia.
31 Cf. An., ¡, 9.
3“ Ilippurchícus, ix, 8.
No quiere esto decir que sus datos acerca de ello fuesen tampoco muy
detallados. Considera, sin embargo, la educación persa superior a la
de los griegos.39 Al emitir este juicio, ve la educación griega a tra—
vés de la imagen que de ella traza Platón. El único estado donde exis-
te una preocupación pública por la juventud es Esparta, que ]enofonte
no menciona en esta obra y cuya situación no podia equiparar a la de
Grecia.393L Aquí, cada individuo cría a sus hijos como se le antoja. Ya
adultos, la ley los toma de la mano y les impone sus preceptos. Pero
su educación los hace poco aptos para responder a esa obediencia ante
la ley de que los estados griegos se sienten tan orgullosos y a la que
llaman justicia. Los persas, en cambio, inician su acción tutelar en
edad temprana e instruyen a la infancia en la justicia, del mismo modo
que los padres griegos enseñan a sus hijos a deletrear.*º
La sede de su educación es la “plaza libre” delante del palacio real,
rodeada también de los otros edificios públicos. De este lugar se ha-
llan desterrados el comercio y la granjería, para que su tráfago no se
mezcle con la “eucosmía de la gente culta”.41 El contraste con lo que su-
cedía en Atenas y en Grecia es patente. Aquí, la plaza y los aledaños de
los edificios públicos veíanse cercados de puestos comerciales y llenos
del trajín ruidoso y agitado de los ne;.gocios.º2 Esta localización hace
que la paideia de los persas se sienta, desde el primer momento, fuerte-
mente vinculada a la comunidad e incluso situada en el centro de la
estructura política. Los directores de la educación de la infancia salen
de las filas de los viejos, seleccionados como los más aptos para esta
función, mientras que los educadores de los jóvenes capaces de empu-
ñar las armas, de los “efebos”, son representantes distinguidos de los
hombres de edad madura.43 Los muchachos tienen, como en Grecia
los adultos, una especie de tribunal ante el que pueden ventilar sus
demandas y sus querellas, contra los rateros, los ladrones y los autores
de actos de violencia, de fraude o de injurias.“ Los autores de un
desafuero son castigados disciplinariamente, pero también quienes acu-
sen a inocentes. ]enofonte destaca como nota peculiar de los persas el
grave castigo con que sancionan la ingratitud. Esta es considerada
como la raíz de todo impudor y, por tanto, de todo mal.“15 Esto nos
recuerda la importancia que Platón e Isócrates atribuían en la educa-
ción de la juventud y en el aseguramiento de todo régimen social al
nidos, al sentimiento del honor y del pudor.46 Para ]enofonte el ver-
44 Cirop., ¡, 2, 6.
45 Cirop., I, 2, 7.
47 Cirop., ¡, 2, 8.
49 Cirop., ¡, 2, 10. Cf. Const. de las laced., rv, 7; Vi, 34. Sobre el Cine-
gétíco, cf. infra, pp. 978 ss.
Const. de los laced., VII, 1. lenoionte, que aqui no coincide con su ideal espar-
tano, señala expresamente, en 0ik., ¡v, 3, esta oposición entre Esparta y Persia.
53 Cirop., I, 2, 15.
61 Cf. supra, pp. 86 ss., bajo el título “El ideal espartano del siglo tv y la
tradición”.
“2 Cf. PLATON, Leyes, 626 A (cf. infra, cap. x). En términos análogos a
éstos admira el autor oligárquico de la obra titulada Constitución de los atenien-
ses, que ha llegado a nosotros atribuida a ]enofonte, la asombrosa consecuencia
del sistema democrático en todos sus detalles, sin pronunciarse en cuanto al fon-
do del asunto.
65 El autor subraya repetidas veces que las instituciones espartanas son dia-
metralmente opuestas a las de los demás estados griegos. Cf. I, 34; 11, 1-2; 11,
13; m, 2; VI, 1; vn, 1, etcétera.
7º Const. de los laced., xw, 6: los espartanos son ahora tan poco queridos
en Grecia, que los demás griegos hacen un frente común para impedir que resur-
ja su dominación.
71 Referencias a la intervención del poder divino en los acontecimientos his-
tóricos: Helénica,.vl, 4, 3, y vn, 5, 12-13.
79 Cf. sobre Las comilones (daitaleis) de Aristófanes, supra, pp. 335 ss.
(Heoi 'ummñg, 5), dice ]enofonte acerca de la paideia del mozo de silla. La
idea de la educación, en su cruzada triunfal del siglo IV, no se detiene ante
ningún terreno. Claro está que aquí sólo se trata de un problema de expresión.
Es instructivo observar que por la misma época en que espíritus selectos como
Platón o Isócrates dan a la palabra paideia un relieve espiritual extraordinario,
en otros círculos esta palabra empieza ya a adquirir un matiz trivial. En 0ik.,
vn, 12, habla Jenofonte de la educación de los niños como problema, pero sólo
106 Cf. 0ik., XII, 4ss. hasta]x1v, sobre la paideia del inspector de la ha-
cienda. Por nutñeúetv no debe entenderse aqui tanto el entrenamiento técnico
como la verdadera educación del hombre que posee por naturalza las cualida-
des necesarias para inspeccionar a los obreros. Uno de los objetivos fundamen-
tales de esta educación consiste en capacitar al hombre para dirigir a otros (cf.
X…, 4). Debe ser verdaderamente fiel a su señor, procurar servir del mejor modo
sus intereses en el modo de dirigir a los obreros, y además conocer concienzuda-
mente su oficio (xv, l).
_111 Esta obra se considera ahora casi por todo el mundo como apócrifa. Claro
está que esto no disminuiría en lo más mínimo el valor que tiene para la historia
de la paideia, el cual no obedece precisamente al nombre del autor. Pero, de ser
esto cierto, nos privaria de la exposición de uno de los elementos esenciales del
ideal jenofontiano de la cultura. Cf. las razones que a mi juicio hablan en contra
del carácter apócrito de esta obra, ínfra, p. 979, n. 130.
112 La parte fundamental del Cinegético (caps. lI-x1) tiene un carácter pura-
mente técnico. La introducción de la obra (l) y el final (xn-Xul) se consagran
a estudiar la importancia de la personalidad del hombre. v
¡17 Cf. las palabras finales del libro séptimo de las Leyes y 823 D.
119 Ci. en general, sobre esta forma de enseñanza, Leyes, 823 A; en su apli-
cación al caso de la caza, 823 C y D, donde se prevé también la forma poética
del elogio de la caza.
122 Cf. L. RADERMACHER, Rheinisches Museum, Li (1896), pp. 596 ss., y 1.11
(1f297), pp. 13 ss., donde se pretende probar que el Cinegétíco es una obra apó-
cr1 &.
123 Cineg., ¡, l.
125 Sobre Quirón como educador de los héroes en Píndaro, cf. supra, pp. 39
y 208. '
Permítasenos que enlacemos aquí del modo más íntimo las pala-
bras finales del Cinegético con la introducción, pues en ellas vuelve
a colocarse en primer plano, expresamente, la conexión de esta obra
con el problema de la paideia.Ӽ Al final de su libro, el autor se
pronuncia en contra de los prejuicios de la sofístíca, en contra del
ideal de una cultura humana por medio de la simple palabra.131 Su
pauta es, aquí como siempre, en primer término, una pauta ética;
lo que le preocupa es la educación del carácter. La base de esta
educación es la salud del cuerpo. La caza hace al hombre vigoroso,
aguza su ojo y su oído y le precave contra la vejez prematura.132
Es la mejor escuela para la guerra, pues habitúa al cazador a recorrer
caminos penosas cargado con sus armas, a soportar las penalidades
del mal tiempo y a pernoctar al aire libre.133 Le enseña a despreciar
los placeres viles y, como toda “educación en la verdad”, le educa
en el dominio de sí mismo y en la virtud de la justicia.134 El autor
129 Cineg., rx, caza mayor; x, jabalí; XI, fieras. Jenofonte conocía por ex-
periencia propia brillantes detalles sobre la caza _en el Asia.
13º Cineg., xn-xm. Eduard NORDEN, Die anlike Kunstprosa, t. I, p. 431,
Caracterizaba el estilo del preámbulo como “asiánico”, por cuya razón estilística
nos del siglo … a. c. Norden subraya con razón la inseguridad de las razones
puramente estilísticas, y aunque no se atreve a considerar tampoco a ]enofonte
como el autor de la obra, pone de manifiesto acertadamente que la lucha por
la verdadera paideia, a que este escrito pretende ser una contribución, no cuadra
mejor en ningún siglo que en el de Jenofonte. Por otra parte, cree que el
estilo del preámbulo sólo puede ser atribuido a la llamada segunda sofístíca
del Imperio romano, por cuya razón lo considera como una adición posterior
a la obra. Esta tesis se estrella contra el hecho de que el preámbulo es citado
expresamente al comienzo de la parte final del Cíneg., xn, 18, cosa que Norden
no tuvo en cuenta. La obra forma una unidad indivisible. El preámbulo y el
final sirven para encuadrar la parte fundamental, puramente técnica, de la obra
dentro de la discusión del siglo IV sobre la paideia y para analizar el valor de
la caza para la educación del hombre. Siente uno repugnancia a contradecir a
un especialista como Norden en materia de estilo, pero es indudable que el
preámbulo no difiere sustancialmente de otros pasajes semejantes de las obras
de ]enoionte, estilizadas de un modo retórico. Es éste un problema que me pro-
pongo analizar más a fondo en otro lugar.
no nos dice a qué quiere referirse con esto, pero es evidente que
alude al imperio de la disciplina, que es la virtud más estimada por
él, y a este adiestramiento exigido por la realidad misma es a lo
que …él llama “educación en la verdad”. Esto da a la idea sócrática
un giro práctico y realista. Toda la obra se halla presidida por la
gran importancia que se da al pones, a la fatiga y al esfuerzo, sin
los que ningún hombre puede alcanzar una educación verdade-
ra.135 Los historiadores de la filosofía atribuyen esto a la influencia
del moralista Antístenes, que interpretó en este sentido el mensaje de
Sócrates. Sin embargo, ]enofonte era por naturaleza un hombre aman-
te de las penalidades y el esfuerzo, habituado a poner en tensión sus
fuerzas siempre que fuese necesario. Si alguna vez habla por propia
convicción, es precisamente aquí. El ponos es el elemento educativo
en el arte de la caza; sobre él descansaba la alta areté de aquellos
antiguos héroes formados en la escuela de Quirón)”6 Las obras en
que los sofistas inician a la juventud carecen deverdadero contenido
(ywbp.m) y sólo los habitúan a cosas banales.137 De esta simiente no
puede surgir nunca, a juicio de Jenofonte, la auténtica kalokagathía;
Confiesa que sólo habla como profano, pero su experiencia le dice
que el hombre—sólo puede aprender el bien de la misma naturaleza;
a lo sumo, de otros hombres que sepan o puedan practicar algo real—-
mente bueno y útil.l3º_ La cultura moderna busca su grandeza en
palabras artificiosas. Jenofonte declara no entender nada de seme-
jante cosa.139 Para él, la verdadera savia de la areté no son las pala-
bras (óvónara),_sino el contenido ( yv6>uat) y las ideas '(vor'jpara).uº
No quiere rechazar con esto toda la verdadera aspiración de cultura
(<ptkoootpia), sino solamente a los sofistas, englobando en esta palabra
a todos aquellos que sólo “se ocupan de palabras”.“1 Un buen caza-
135 Cineg., xn, 15, 16, 17, 18; X…, 10, 13, 14, 22, etcétera. Las palabras nóvo;
y nuíñeuotg se emplean en XII, 18, como sinónimos.
136 Cíneg., xn, 18. Cf. 1, 1 ss. 137 Cineg., xm, 1-3.
139 La sencillez de que se jacta el autor, al escribir Ecco; oil-v 1:oíg uév
óvóptuaw oñ oscoqawuévw; ls'yco. 065% 76.0 Cnt6) 10510 no debe tomarse dema-
siado al pie de la letra. Los recursos estilísticos de que hace gala en el preám-
bulo y en el final de su obra para aparecer como un escritor completamente “sen-
cillo" no son nada desdeñables.
140 Cineg., x…, 5. Esto nos recuerda a Teognis, 60, quien reprocha a la gente
inculta de su tiempo el no poseer ningunas yv5)um (cf. supra, p. 191).
141 Cineg., xm, 6: “Muchos otros censuran también a los actuales sofistas
(1:0ng vr"w ootpwtá;), es decir, no a los que aspiran a una verdadera cultu-
ra (rob; tptloaóq>oug), el que su sabiduría consiste en palabras y no en pensa-
mientos”. La antítesis, que vuelve a presentarse en x…, 1, 8, 9. Jenofonte, aunque
hace constar que es un profano, hace causa común con los “filósofos“.
982
EL FEDRO 983
4 Este viraje lo dio sobre todo Karl Friedrich HERMANN, Ge3chichte und
System der leatonischen Philosophie (Heidelberg, 1839). Cf. acerca de esto mi
estudio cita o supra, n. 3, sobre las vicisitudes de la imagen de Platón a través
del siglo xix, p. 23. (Die Antike, t. xv, p. 88.)
7 La única base común sobre la que, según Platón, seria posible establecer
un paralelo entre su propia pedagogía y el arte retórico de un Lisias es la
reivindicación sostenida por ambas partes de representar la auténtica paideia.
También Isócrates, en su escrito programático contra los sofistas, distingue como
las tres formas fundamentales de la paideia de su tiempo: 1) los socráticos:
2) los maestros de elocuencia política del tipo de Alcidamas. y 3) los logógrafos
y autores de discursos del corte de Lisias (cf. Isócnarrs, Sol., 1).
8 Fedro, 279 A.
EL FEDRO 985
que Platón pudiese pensar en ceñir la frente del hombre que dirigía
la más importante escuela de Atenas, adversaria de la suya, con el
laurel de aquella profecía socrática.93 El primer periodo que sigue
a la fundación de la escuela de Isócrates, que debió de ocurrir en la
década del ochenta o a fines de la del noventa, no era tampoco el más
adecuado para mover a Platón a semejante actitud, ya que en su obra
programática, el discurso Contra los sofistas, y en la Elena, Isócrates
daba una severa repulsa a la paideia platónica. Pero en la curva
fluctuante de las relaciones espirituales entre las escuelas de Platón e
Isócrates debió de presentarse, más tarde, un punto de afinidad, pro-
bablemente antes de que Aristóteles organizase en la Academia la en-
señanza retórica, haciendo a Isócrates una competencia que más tarde
habría de convertirse en una polémica literaria manifiesta.10
11 Si Sócrates es el verdadero estadista (Gorg., 521 D), tiene que ser tam-
bién, necesariamente, el verdadero retórico, pues en la época de Platón ambas
cosas son una y la misma.
EL FEDRO 987
retórico de tratar el tema. La elección del eros como materia del dis-
curso obedece a lo socorrido que este tema era en esta clase de ejer-
cicios escolásticos de los retóricas. Entre los títulos de las obras
perdidas de Aristóteles encontramos citada toda una colección de este
tipo de tesis retóricas sobre el eras.” Era, seguramente, una práctica
muy antigua en la escuela retórica, que representaba, evidentemente,
una concesión hecha al interés de los alumnos. Este punto de vista
contribuye también a esclarecer en cierto modo las obras de Platón
sobre el tema erótico…” No era posible que ninguna escuela pasase
por alto este problema que tanto agitaba a la juventud, aun cuando
Platón lo abordaba con mayor profundidad que podían hacerlo todas
aquellas declamaciones retóricas por el estilo de la de Lisias. La dis—
cusión de este problema brindaba a Platón la posibilidad de tratar,
aparte de la forma, el contenido de verdad que era decisivo para los
filósofos. La escuela retórica limitábase a atraer la atención a través
de un tema tan sensacional como éste, sin llegar a dominarlo en su
esencia; Platón, en cambio, recoge el tema como jugando y, ahon-
dando en la profundidad de su propia especulación filosófica sobre
la esencia del eros, enfrenta al discurso de Lisias otro discurso en
que se pone de manifiesto toda la trivialidad y el carácter equivoco
de la trama retórica.
lº Relación de Dtócr-:Nss LAERCXO, núm. 71: fiéosmg éomrmai; núm. 72, Most;
q>ú.mat.
EL FEDRO 989
% Fedro, 245 Ass. Este pasaje ha sido citado ya por nosotros, supra, pp. 52 s.
El conocimiento imperecedero de la esencia y la acción del poeta que se trasluce
en él constituye, en realidad, la base de toda esta obra y de la actitud
intelectual
aplicada en ella. Este es el punto de vista auténticamente helénico.
% Fedro, 245 C-24ó A.
27 F edro, 246 A 55.
25 Fedro, 247 C.
29 Fedro, 238 D, 242 B.
3º Fedro, 258 D.
31 F edro, 259 E.
_ ºº Fedro, 260 Ess. Platón cita directamente aquí, sin mencionarlo, su Gor-
gras.
33 Fedro, 261 Ass.
33“ Los dos discursos de Sócrates sobre el eros son ejemplos de esta antiló-
¡rica que sirve de base al dícere in utramque partcm de los retóricas. Cf. acerca
de esto el mismo PLATÓN. Fedro, 265 A.
34 Cf. Fedro, 261 A-B. donde se pone de relieve que la psicagogia del arte
del retórico no se aplica sólo en las asambleas públicas, sino también en el trato
privado. El método del retórico se hace extensivo a todas las modalidades de las
expresiones humanas (mívw. ui Aeyóuevu). Fedro, 261 E.
EL F EURO 991
que debe ser la composición literaria, que más tarde habrá de incor-
porarse como fuente de postulados fundamentales a la teoría antigua
del arte poético y de la retórica.“ Es importante para nosotros saber
que la exigencia de la unidad orgánica de una obra literaria partió
de la filosofía y no de la teoría artística de la retórica o de los poetas
y hubo de ser proclamada por un artista-filósofo que admiraba la
integridad orgánica de la naturaleza y era, al mismo tiempo, un genio
de la lógica. La necesidad de la ordenación lógica del discurso surgía
ante él como problema partiendo de los grandes descubrimientos de-
rivados de la investigación sistemática de las relaciones mutuas entre
los conceptos, como en los llamados dialécticos de sus tiempos poste-
riores se expone “para fines de adiestramiento”, a la luz de ejemplos
concretos. Lo que impulsó a Platón a escribir el F edro fue, de una
parte, la claridad cada vez mayor con que veía el entronque entre
estos problemas teóricos aparentemente abstractos y difíciles de su
teoría posterior de las ideas y las más simples exigencias planteadas
a la capacidad de hablar y escribir, que constituía en aquella época
un tema muy ambicionado …y muy discutido. Además, había para
Platón un encanto especial en desviar, con esta contribución positiva,
la crítica de los retóricos contra la filosofía como una cosa inútil.
En vez de dejarse llevar por el tono antipático o despectivo de la
polémica que también había gustado de emplear Isócrates en los co-
mienzos de sus actividades contra Platón, éste sabe combinar los
elogios al adversario respetado por él con la referencia a las profun-
das conexiones espirituales existentes entre los dos terrenos.
Es el mismo Platón quien dice que los tres discursos que figuran
en la primera parte, el de Lisias y los dos de Sócrates, deben servir
de ejemplo para ilustrar las relaciones entre la retórica y la dialéc-
tica.“13 Deja el discurso de Lisias confiado a su propia suerte, después
de las observaciones críticas antes apuntadas, y señala los dos dis-
cursos de Sócrates, en que se pone de relieve aquella supeditación
42 Cf. el postulado del ponere totum en Homero, Ars Poetica, 34. De modo
parecido se postula también en la Ars Poetica, 23, la estricta unidad de la fa-
bula (nodEr; 5M| uu.i 1:97.siu) en la epopeya y en el drama. En la primera
parte de su Ars Poetica, Horacio pone algunos ejemplos de la transgresión de
esta ley de la unidad orgánica, pero no formula la ley con carácter general (o
sólo lo hace de pasada, como en 34), cosa explicable, dado el estilo de sus Ser-
mones. Pero detrás de esto está el profundo conocimiento que Platón formula por
vez primera en el pasaje del Fedro, cit. supra, n. 40.
“' Fedro, 269 B-C.: rd. noo 'n'j; réxvng dvuyxuiu uu0ñuura.
EL PEDRO 993
blemente a la enseñanza de la Academia, donde se profesaba la lógi-
ca, no sólo como teoría, sino también como ejercicio práctico. Isó-
crates subraya siempre la parte que corresponde al artista creador
y a su intuición.55 Indudablemente, la episteme o malhesis, de que
habla y que desdeña, no es sino la concepción formal de la enseñanza
profesada por los retóricos de la vieja escuela. Platón la sustituye
por la formación lógica de la filosofía, susceptible de ser enseñada
y que es indispensable, sobre todo cuando se pretende enseñar algo
a otros. De este modo, su crítica de la retórica anterior va trans-
formándose bajo su mano en un ideal perfectamente propio de este
arte, cuya ejecución es lo único que en realidad le permite convertirse
en techné en el verdadero sentido de la palabra. Es la articulación
de la retórica con la filosofia, de la forma con el contenido espiri-
tual, de la fuerza expresiva con el conocimiento de la verdad. En la
medida en que las antiguas escuelas filosóficas se muestran asequibles
a la retórica, se apoyan siempre en este programa.56 La retórica lo
abraza más tarde, y en un sentido lógico más general y menos rigu—
roso, como la unión del arte del lenguaje con la formación filosófica
del espíritu. La síntesis platónica sirvió de acicate a Cicerón para
el ideal de cultura preconizado por él en los libros De Oratore57 y
a través de él siguió influyendo en la Institutio oratoria de Quintí-
liano. Platón busca en la historia de la elocuencia práctica el prece-
dente de este tipo de retórica y lo encuentra en Pericles. La grandeza
de Pericles como orador se debía a la profunda cultura de su es—
píritu. Era la concepción filosófica del mundo de su amigo y prote-
gido Anaxágoras la que informaba todo su pensamiento y daba a sus
discursos aquella altura no alcanzada por ningún otro estadista.58
Platón esclarece aún desde otro punto de vista la necesidad de
más de sus dotes naturales (eócpviu), sobre todo, su conocimiento filosófico, que
le fue transmitido por Anaxágoras.
56 Cf. H. von ARNXM, Leben und Werke des Dion von Prusa (Berlín, 1898),
sobre todo la minuciosa introducción. Esta obra da una ojeada histórica de con-
junto muy completa sobre la ulterior rivalidad entre la sofístíca, la retórica y la
filosofía, en su lucha en torno a la educación de la juventud.
65 Lo que Platón dice acerca de esto en el Fedro no es, como ocurre siem-
pre en él, más que el esbozo tipico de esta teoría psicológica de las ideas (1Wxñ;
ción) para uso de la retórica. Renuncia a la aplicación técnica del pensamiento,
en una obra de forma artística como es el diálogo platónico, y quiere que sirvan
de ejemplo, como ya hemos dicho más arriba, los dos discursos de Sócrates sobre
el eres, con su rico contenido psicológico. Cf. supra, pp. 991 s.
72 El pasaje del Fedro viene a corroborar, al emplear por analogía esta ex-
presión para designar la misma cosa, la interpretación que más arriba dábamos
con respecto a Rep., 504 B. Cf. supra, p. 678.
76 Fedro, 272 E.
EL FEDRO 997
86 Rep., 498 Ass.; Teet., 186 C: ¿V xoóvq) 8tó. a:onw noowuúrmv uml
noa6eíug nuoayiyverm of; 5:v nui naouyíyvnrm. Cf. Fedro, 273 E: ob.. . &vev
noMñg noayuarsíag.
58 Cf. Teet., 186 C: of; ("w nuoaví-yvnrm, y Carta VII, 341 E. Son aquellos
que, con una pequeña orientación, poseen la fuerza necesaria para encontrar por
si mismos el conocimiento.
dicar como testimonios auténticos del propio Platón las Cartas sép-
º Los datos de la Carta VII son reconocidos hoy como auténticos en la ma-
yoria de los casos, aun en aquellos en que no concuerdan con el resto de nuestra
tradición. Cf. R. ADAM, Die Echtheit der platonischen Briefe (Berlín, 1906),
pp. 7 ss.
999
7 Rep., 499 C.
12 Leyes, …, 691 C.
16 Rep., 499 B. Cf. Carta VII, 326 A-B; 327 E y en frecuentes pasajes. El
nombre de la tyché en Platón varía, pero el sentido es siempre el mismo.
23 Carta VII, 326 E. Cf. para la interpretación de este pasaje, Deutsche Lí—
teraturzeitung, 1924, p. 897.
41 Carta VII, 339 C. Cf. la promesa de Dionisio de hacer volver del destierro
a Dión, formulada antes de que Platón regresase de su viaje anterior, 338 A.
52 Cf. ]. STENZEL, Sakra:es, 1921, p. 63, y Platon der Erzieher, p. 311. W1LA-
uownz, Platon, t. u, p. 292. Stenzel expone de un modo muy hermoso que
Platón describe aqui con tanto detalle el vano intento de Dionisio de comprender
“por intuición genial" la totalidad de la filosofía platónica sin recorrer el fati—
goso camino del trabajo dialéctico, porque quiere poner de relieve, a la luz de
este ejemplo, la esencia de la verdadera paideia. Se ha dicho repetidas veces
que la digresión sobre la teoria del conocimiento no debe figurar en el relato de
estos importantes sucesos politicos. Otros autores han declarado que esta parte
era una interpelación, para “salvar" de este modo la autenticidad de la obra en
su conjunto. Ninguno de ellos ha comprendido que Platón expone en su Carta VII
el caso de Dionisio como un problema de la paideia y no como un drama sensa-
cional en el que le tocó desempeñar a él un papel. Estos autores subestiman, evi—
dentemente, la conciencia que de si mismo tenia Platón.
53 Cf. supra, p. 688 54 Carta VII, 341 C. 55 Cf. supra, pp. 583 5.
59 Rep., 500 E.
X. LAS LEYES
1015
6 Leyes, 739 D. El estado de las Leyes se califica aqui como el mejor des-
pués de la eternidad, es decir, de lo divino y perfecto, a lo que se acerca, pero
sin coincidir plenamente con ello. Platón admite, además, la existencia de un
tercer estado (739 E) que se propone estudiar más tarde, si Dios lo permite.
Este propósito no llegó a desarrollarse. De lo dicho se deduce claramente que
la existencia de. las Leyes al lado de la República no significa, ni mucho menos,
para Platón, el abandono de su anterior ideal de estado. Por el contrario, este
ideal sigue conservando una validez absoluta para las Leyes, al menos en lo que
se refiere a la idea fundamental: la de que el mejor estado es aquel que en
más alto grado forma una unidad consigo mismo. El estado de las Leyes debe
acercarse a esta meta tanto como lo permita el bajo nivel de la paideia (cultura).
Cf. 740 A. La diferencia entre ambas obras sobre el estado no estriba, pues,
en su ideal filosófico, sino en el distinto grado de paideia que una y otra presu-
ponen.
ideas y la idea del bien. En las Leyes, la idea del bien sólo se
menciona de pasada al final, postulándose como contenido de la cul-
tura para el regente)"1 y el problema de la estructuración de esta
educación suprema, que en la República era el verdadero eje de la
atención del autor y ocupaba el mayor espacio, cede el puesto en
las Leyes al problema de la formación de una extensa capa de hom-
bres, lo que lleva implícito el problema de la educación elemental.
Filipo de Opunte, secretario y confidente de Platón, que editó y
dividió en doce libros las Leyes después de la muerte del maestro,
a base de su manuscrito inacabado, se dio cuenta de la laguna que
representaba la falta de la parte referente a la educación del regente
e intentó suplirla concretando a posteriori el carácter de la sabiduría
especial que el gobernante necesita. Puso por escrito estas ideas en
el estudio que hoy figura como Epinomi's o complemento a las Le-
yes, al final de la obra.12 No creemos que haya razones para incli—
narse a creer que se trata de una falsificación, si se tiene en cuenta
que Filipo desempeñó esta tarea, al parecer, por encargo oficial de
la Academia, por considerársele como el mejor conocedor de los
papeles póstumos de Platón y de sus últimos planes. Debemos ver
en ella más bien un complemento de la obra, surgido, por tanto,
de la idea predominante en la escuela platónica de que había que-
dado incompleta.
de que Platón consagre tanto interés a este punto de vista, que antes no tenía en
cuenta para nada, denota un cambio efectivo de su actitud filosófica.
El medio de que se vale para alcanzar este fin son los preámbulos
de las leyes, a cuyas determinaciones conceptuales y a cuya elabora-
ción detallada consagra una atención muy especial. En un pasaje
fundamental del libro cuarto distingue entre las manifestaciones per-
suasivas y las normas imperativas del legislador.19 Considera como
misión de la parte persuasiva, contenida en los preámbulos de las
leyes, la formulación y fundamentación de las normas del buen
obrar.ºº Esta parte debe desarrollarse muy por extenso y no desti-
narse solamente al empleo del juez, sino dirigirse a todos los ciu-
dadanos. Ya el sofista Protágoras, en el diálogo platónico que lleva
su nombre, expresa la idea de que, al salir de la escuela para entrar
en la vida, la juventud pasa a una nueva fase de su educación; a
partir de ahora, su maestro para todos los actos y omisiones de la
vida práctica es la ley del estado.21 La ley es, pues, el verdadero
21 Prot., 326 C.
Este cuadro cambia en las Leyes, pues si bien todo lo que Platón
dice acerca de la concepción y las tradiciones dóricas sobre el estado
se halla inspirado en el respeto, su posición es ahora, fundamental-
mente, de oposición. Y era obligado que fuese asi, puesto que se
trataba ya de aquilatar filosóficamente el espiritu de la Esparta his-
tórica concreta, en su conjunto. Ningún aspecto de la obra platónica
ofrece base para que se hable de un espartanismo unilateral; en
esto, las Leyes constituyen el mejor comentario a la República. Na-
die, en efecto, podía estar más convencido que Platón del valor de lo
aportado por los dóricos a la cultura ética y política de Grecia y
de la humanidad. Pero, al abordar el fenómeno histórico indivi-
dual de por sí, tenía que verlo necesariamente como una simple etapa
en el conjunto de su cosmos filosófico de los valores y su derecho
30 Leyes, 629 B.
31 Asi se desprende del modo como Platón utiliza a Tirteo, en las Leyes,
como representante de la idea espartana de la areté (629 A; cf. acerca de esto
660 E, donde refunde los versos de Tirteo sobre la verdadera areté).
35 El triunfo en la guerra sobre todos los demás estados es, según la con-
cepción espartana, caracteristica y norma (óoog) esenciales del estado bien go—
bemado. Cf. Leyes, 626 B—C.
3“ Tirteo es examinado en Leyes, 629 A (cf. supra, pp. 91 y 100 s.); Teognis
en Leyes, 630 AC (cf. supra, pp. 109 s. y 195).
5“ Leyes, 641 C 1.
57 Leyes, 641 C 2: muñsía p.év oi'w (péQl-ZI. nal vixnv, ví1m 8' évíore xai
dxwóeuoíav.
53 Leyes, 641 C 5.
61 Cf. supra, pp. 677 ss. También en las Leyes, hasta podría decirse que
en ellas de un modo todavía más marcado, el sistema de la paideia culmina en
la nueva creación espiritual platóníca, en la teología (cf. infra, p. 1074). A la
teología está consagrado todo el libro décimo de las Leyes.
ºº Leyes, 643 B 5.
64 Leyes, 646 C 8: M.eq>á7»mmr 61h nut5¡—:iag %éyouev 1:'ñv óoññv moqn'w. Aquí
se designa esta fase como xe<pó.?»mov de la paideia. También se presenta como la
verdadera paideia en el libro segundo, 653 B-C.
65 Cf. supra, p. 622. ºº Leyes, 643 D "('-E 2.
67 Leyes, 643 E 3. Platón intenta, en varios otros pasajes de las Leyes, de-
finir conceptualmente la esencia de la paideia, por ejemplo en 655 B, 654 B
y 659 D. Es digno de tenerse en cuenta que la definición de la paideia dada
por él en este pasaje tiende mucho más a la misión social del hombre que la lar—
ga definición descriptiva, por ejemplo, que da lsócnar1—zs, Panatenaico, 302. Isó-
crates se esfuerza principalmente en describir el modo interior de ser el hombre
culto y la armonía de su personalidad, tal como corresponde al ideal de su tiem-
po. Platón, en cambio, encuadra al hombre dentro del estado y traduce todo el
valor de su educación en su capacidad para cooperar con otros.
72 Cf. Leyes, 643 A 5-7, sobre el camino de la paideia para llegar a su meta:
Dios.
es, como hemos visto, sino lo que en el estado gobierna como ley.
Dios o quien conoce da a la polis el logos y lo eleva a ley, la cual
rige luego las relaciones de la polis con ella misma y con otros es-
tados.” La obediencia de alma al logos es lo que llamamos dominio
de sí mismo. Con esto queda esclarecido también qué es la paideia.
Es la dirección de la vida humana bajo el hilo del logos, manejado
por la mano de Dios."8 Pero, al llegar aquí, salta a la vista una"
diferencia esencial entre las Leyes y la República. En la República
la idea del bien se concebía como el paradigma que lleva en su pro-
pia alma el regente y filósofo.79 En las Leyes, el autor se siente
acuciado por la necesidad de concretar más. Esta obra presupone
una humanidad que quiere saber exactamente el cómo y el qué. Una
humanidad que necesita leyes para todos y cada uno de los detalles
de su conducta. En este momento surge el problema de saber cómo
aquel logos divino encontrará el camino para descender al hombre
y convertirse en institución política. Indudablemente, Platón parece
pensar en alguna forma de asentimiento de la colectividad,ºº pero
lo decisivo para él es que se erija en legislador de la polis un indi-
viduo que conozca lo divino. En esto no hace sino seguir el ejemplo
de los grandes legisladores del pasado. Los griegos solían llamarlos
“hombres divinos”, título que fue adjudicado pronto a Platón mismo.
En los días de éste, más de una ciudad griega requirió a algún fil'ó-
sofo famoso para que trazara leyes al estado. El prototipo de estos
legisladores, intermediarios entre los dioses y los hombres, es Minos,
“que hablaba con Dios”. La “sabiduría de los legisladores griegos
está muy cerca de la “revelación' ”.31
85 Para la embriaguez como cura del espiritu, cf. Leyes, 645 CD. En 646 E
al final del libro II, Platón explica cómo ha de educarse a los hombres jóve-
nes en el miedo a la falta de resortes inhibitorios (el miedo es llamado cidos)
por medio del desencadenamiento artificial de los impulsos en la embriaguez.
86 Leyes, 649 D.
*" Platón insiste expresamente en esto, al comienzo del libro 11 de las Le-
yes, 653 As.
nutóaywyeiv. Asi como antes toda aspiración del hombre a la areté se conver—
tia para el en paideia, ahora la nutñuymyio. se convierte también en la médula
de la paideia del adulto. La embriaguez tiene tanto valor educativo porque
lleva al adulto a la infancia, le convierte de nuevo en niño (nuig), Leyes,
646 A 4. De este modo permite que se reanude en la edad madura lo que es
función fundamental de toda educación: el establecer una relación adecuada con
esta vida instintiva de la edad temprana.
89 Cf. supra, pp. 445, 471 ss., 509, 549. ºº Cf. supra, pp. 716 s.
92 Leyes, 653 B.
97 Leyes, 654 B: ¿ uév dnaiñeurog, dxóoeu-cog ñu.ív €o1:(u, 1:óv 5i=. mancu—
6evuévov inav6); xexoostmótu ile1:éov.
99 Leyes, 654 E 9-655 B 6: º.'son bellos todo movimiento y todo ritmo que ex—
presen la areté del alma o del cuerpo” (literalmente: que se atengan con firmeza
a ella).
apenas se percibe ninguna admiración especial por este ideal egipcio de belleza
como tal.
103 Leyes, 657 ¡5658 D. Platón no discute, naturalmente, que el arte existe
para gozar de él, pero no toma como pauta de su valor el grado de goce que
procura a cualquiera, sino el que procura a los mejores, es decir, a los hombres
suficientemente cultos (¡um/6); nenmñeuuévor) y mejor aún, al que se destaca por
su perfección (¿Qt—:tñ) y su cultura (nut8eíai.
108 Es la elegía que comienza con las palabras: oi'n:' EN ¡wnoo.iunv oi5r'
év )»ó'yq) dv59u ni)einv. Cf. Leyes, 660 E 7s. Cf. mi estudio de esta poesía
en Tyrtaios Uber die wahre Arete (Ber. Berl. Akad., 1932). Platón elige esta
poesia porque no se limita a cantar la valentía espartana y a mostrarla plásti-
camente en la lucha, como hacen otras poesías del mismo Tirteo, sino que exa-
mina bajo una forma general el problema de lo que es la verdadera virtud va-
ronil. Ci. supra, pp. 96 ss.
111 Leyes, 660 E y 661 C 58, es decir, al comienzo y al final del comenta—
rio sobre la elegía de Tirteo se subraya expresamente esta identidad entre la poe—
sia y la paideia.
112 Leyes, 659 151-660 A. La ¿)t51') es paideia porque es éncpññ. Pues como
Platón dice a modo de introducción (659 D), la paideia es ñ nai5wv ólmiñ re
Mai, (iymyñ noo; róv tºmó vóuov Aó-yov óoi)óv eignuévov. Esta fuerza de atrac-
ción arranca de la belleza de la forma. Sobre la definición de la ley como el
óoiió; )»óyog (expresado en palabras), cf. Leyes, 645 B. La ética aristotélica se
enlaza con este concepto.
118 Leyes, 673 D 10, al final del segundo libro. La digresión sobre el em-
pleo del vino (pasiºn) y su importancia para la paideia. encuentra aquí su “co-
lofón" (673 D 10 y 674 C 5).
tándose de un filósofo que parte del problema de la estructura del mundo moral
En las décadas cuarta 0 quinta del siglo IV, cuando Platón escribió
las Leyes, el destino de los pueblos dóricos, la imagen de su pasada
grandeza y del alto nivel espiritual que en otro tiempo alcanzaran,
127 Leyes, 680 Bs. Aqui Platón utiliza expresamente a Homero sólo como
fuente de la antigua cultura jónica. En Creta se le consideraba todavia en tiem-
po de Platón como un poeta extranjero, aunque muy ingenioso (680 C 4). So-
bre el valor de verdad histórica de la poesia antigua, cf. 682 A.
132 En Leyes, 683 C 8 s., plantea Platón este problema y procura contestarle
en detalle. Hace resaltar que para ello hace falta acudir a la imaginación
histórica; su intento no era posible sin una construcción audaz y la finalidad
educativa del paralelo con el presente influye en su imagen del pasado. Pero
el modo como presenta los tiempos primitivos dóricos tiene gran interés para
cualquier historiador, puesto que revela la clara conciencia de que el mundo
se disponía precisamente por aquel entonces a hacer desaparecer para siempre
bajo la superficie del cuadro la posibilidad histórica que en otro tiempo había
tenido el pueblo dórico y su importancia espiritual dentro de una imagen histó-
rica unilateral jónicoateniense.
133 Leyes, 686 B 7. Cf. también 687 A 6. 134 Leyes, 684 D-E.
135 Esto ocurre con motivo de la fundación del nuevo estado en el libro
quinto de las Leyes (736 C 5), donde se citan expresamente las consideraciones
histórica del libro tercero sobre los reinos dóricos del Peloponeso.
137 Leyes, 687 A 6-B. Platón dice aquí, refiriéndose a los estados dóricos
de. la época posterior al retorno de los heráclidas, lo mismo que ARISTÓTELES,
Pol., vu, 7, 1327 b 29-33, de los griegos de su tiempo que habrían podido domi-
nar el mundo si hubiesen estado unidos dentro de un estado. Es dificil no ver
en esto la influencia de la idea panhelénica de Isócrates. Para Isócrates, la
primera campaña de los griegos en Asia, la guerra contra Troya, había brin-
dado la gran ocasión para la unificación nacional (cf. el final de Elena), pero
Platón dice, apoyándose manifiestamente en este punto de vista, que había
sido una ocasión más favorable para ello la campaña de los dorios al ocupar el
Peloponeso.
138 Cf. Leyes, 687 A 5, sobre la ocasión (xutoóg) desaprovechada por los
estados dóricos. Cf. también 686 A 7. Platón parece burlarse aquí, como de
un anacronismo, de los planes de Isócrates para la unificación de los griegos
contra los bárbaros. Cuando Platón escribió las Leyes, Isócrates no habia pen-
sado aún en Filipo de Macedonia como el jefe potencial de los estados griegos
contra Persia. Su Filipo fue escrito en realidad después de la muerte de Platón.
En su Filipo (12), Isócrates ridiculiza como utópicos los planes de los que han
escrito “repúblicas" y “leyes”. Las Leyes debían haber aparecido ya cuando Isó<
crates publicó su F ilípo (346).
139 Leyes, 690 D. Esta crítica presentaba, naturalmente, una especial actua-
lidad por la época en que Platón trabajaba en su obra de las Leyes, es decir, poco
después de la restauración de la independencia estatal de Mesenia, que desde
el siglo vn había estado constantemente bajo la dominación de los espartanos.
También Isócrates, en el Arquidamo, toma partido a favor de Esparta y en con-
tra de Mesenia.
142 Leyes, 643 C 83., 653 As. y especialmente 653 B 5, donde la areté, fruto
de la 6981] :rutñsío. se define como ouucpuwío. de los apetitos con el logos.
147 Los líderes del pueblo en las democracias son equiparados a los tiranos
en Gorg., 466 D y 467 A. El demas es un tirano al que deben acomodarse to-
dos los ciudadanos y especialmente los politicos todos, lo mismo que en los estados
despóticamente gobernados por un déspota: cf. Gorg., 510 C 75. y 513 A. Es
evidente, sin embargo, que Platón habla aquí de una democracia que ha de-
generado en un gobierno por el populacbo. En el Político distingue entre una
forma de democracia buena y una forma de democracia mala (degenerada), lo
mismo que cualquier otra forma de gobierno puede ser buena o mala.
ción del estado en el interior del alma148 del regente venía a sellar
la ruina exterior de su poder. Pues el estado, para Platón, no es nun-
ca el simple poder, sino que es siempre la estructura espiritual del
hombre que lo representa.
151 Leyes, 690 A: dEtópuw. 1705 te &9xsw nai. <'íoxeoilm noíó. éo'u xo.l
miau. Reclama para estos axiomas una validez absoluta: rigen lo mismo en
los estados generales que en los pequeños y hasta en el gobierno de la familia
y de la casa. Cf. la aplicación de estos axiomas en Leyes, 690 D y 714 D.
153 Aarsrórsl.as, Metal., A 9, 992 a 32; Etica eudemia, 1, 6, 1216 b 40. Cf.
también mi obra Aristóteles, p. 266.
154 A. E. TAYLOR, The Laws 0] Plazo (Londres, 1943) traduce ¿Ero'nwru por
“titles” to government and obedience.
como las masas de pueblos del imperio persa, sino que hayan con-
servado su pureza. Esta reside, según Platón, en la suma y compen-
dio de la libertad, conquistada en las guerras contra los persas.“…
La meta del legislador no debe ser la acumulación de grandes atri-
buciones de poder, íntegras, en manos de un individuo, sino la
libertad, la razón, la armonía interior de la polis.161 Persia y Atenas
son los estados que revelan en su exaltación unilateral los dos ele-
mentos fundamentales en la vida de todo estado.162 En realidad, am-
bos elementos son indispensables y el valor de Esparta estriba en
que aspira a esta mezcla, gracias a la cual pudo mantenerse en pie
durante más tiempo.163 Platón interpola aquí una extensa crítica del
reino persa, basada por entero en la idea de que los pocos hombres
realmente descollantes que crearon este imperio, Ciro y Darío, no
supieron educar a sus hijos.164 La paideia de los príncipes persas
estaba en manos de reinas ambiciosas, de nuevas ricas.165 Así se ex-
plica que Cambises y ]erjes dila idasen en tan poco tiempo todo lo
conquistado por sus padres.166 ¿tos no comprendieron la importan-
cia fundamental de su misión de formar a quienes habían de suce—
derles en el trono, ni le consagraron tiempo alguno.167 La exhortación
que Darío dirige a los persas, según Esquilo, después de su derrota,
fue demasiado tardía, a juicio de Platón.168 En realidad, ni Darío
ni Ciro podían educar a sus hijos, por la sencilla razón de que ellos
mismos no poseían una paideia.169 De este modo, Platón borra tam-
bién de un plumazo la Ciropedia de ]enofonte. No encuentra en Per-
sia nada que pueda servir de modelo para los griegos."º
164 Sobre Ciro, cf. Leyes, 694 A; sobre Darío, 695 C 6; desde entonces, ya
no hubo en Persia ningún gran rey; 695'E.
166 Leyes, 695 E. Cf. 694 C. 167 Leyes, 694 'E, 695 A.
174 Cf.' supra, pp. 90055. Platón rinde un homenaje literario indirecto ¡
Isócrates en relación con esto, en Leyes, 699 A, donde describe los preparativos
del rey Jerjes para atacar a Atenas exactamente con las palabras del Panegírico.
Cf. la frase de Platón: aut dxoúovreg ”A0uw re 5wourróusvov mi 'Envia—
nmov teuwúuevoy con IsócaAras, Paneg., 89—90: rbv uév 'EMñonmov Cei'r
Eug, ti»! 5“ ”Añº) 8rooú%o.g.
175 Sobre el nidos en la antigua Atenas, cf. Leyes, 698 B 5—6 y 699 C 4.
176 Ci. supra, p. 911. Esta referencia a Isócrates se trasluce también clara-
mente a través de otrºs indicios, como hemos puesto de manifiesto más arriba.
Si el Areopagítico no fue redactado después de terminar la guerra de la confe—
deración, sino ya en el año 357, como he intentado probar, supra, p. 898, es
aproximadamente coetáneo de las obras de J'enofonte, contra las que Platón po—
lemiza en las Leyes (cf. supra, n. 170). Todo esto nos remite a comienzos de la
quinta década del siglo rv.
1913 Leyes, 702 B-C. Inmediatamente antes de este pasaje, el ateniense plan-
tea el problema de por qué ha dado este rodeo a través de su larga digresión
histórica. Trata de preparar con ella la investigación del problema del estado
perfecto. Esto da pie al cretense Cleinias para hablar de la fundación de la pro-
yectada colonia.
199 Cf. ESQUILO, Pers., 103-113. La flota y su destrucción es, sin embargo,
un motivo que aparece a lo largo de toda la obra siempre que el coro de los
principes persas censura o deplora la política del joven rey Jerjes.
205 Leyes, 710 C 7-D. Cf. Rep., 473 D y Carta VII, 326 A.
ººº En Leyes, 711 A 6, remite Platón expresamente (por boca del extranjero
ateniense) a la experiencia personal de un estado gobernado por un tirano.
Spb_rze hi3 influencia transformadora que esto ejerce sobre las ideas del pueblo,
c . 11 .
ººº Leyes, 712 E 10713 A 2. Cf. 714 B, donde Platón recuerda la tesis de
Trasímaco en el libro 1 de la República, según la cual las leyes se hacen, en
el mundo entero, en beneficio de la capa dominante en el estado, y 715 A, donde
se alude claramente al discurso de Calicles (cita de Píndaro) en que se defien-
de el derecho del más fuerte. Como excepción a este punto de vista limitado,
Platón sólo admite la forma de estado espartana, mezcla de monarquía y demo-
cracia y que en la institución de los ¿foros contiene incluso una especie de
elemento tirénico (712 DE). Cf. las consideraciones, muy parecidas a éstas, sobre
la constitución sintética en Esparta en 691 D-692 A (supra, p. 1049, n. 196).
210 En el estado de las Leyes ningún grupo debe detentar todo el poder,
715 B-C, y los gobernantes de este estado deben ser servidores de la ley.
213 Leyes, 716 C y 717 A. 214 Cf. supra, pp. 683 ss. y 695.
21“ El camino hacia Dios es siempre acord. cpvow, 716 A 1. Cf. la exposición
de la República, donde la areté designa el estado que es na1:ó. ¡póow. Asi
como en la frase de Spinoza, Deus sive Natura, Dios se equipara a la naturaleza
y se comprende a base de ella, en Platón, por el contrario, se equipara la verda-
dera naturaleza a lo divino y al bien hacia el que aspira el mundo visible, pero
sin llegar a alcanzarlo.
217 Ci. acerca de esto el comienzo del libro quinto, y sobre todo el libro
décimo en que su teología se construye totalmente sobre esta teoría del alma y de
sus relaciones con el cuerpo.
213 El mismo texto literal del pasaje (Leyes, 716 C) demuestra que Platón,
con su fórmula, quiere recordar la famosa tesis de Protágoras y expresar su
propio principio supremo en nítida contraposición con ella. “Por tanto, Dios
debe ser para nosotros más que nada la_medida de todas las cosas, mucho más
ººº Esta formulación, que ilustra bien la obra de creación universal del
Timeo, aparece en Teeteto, 176 E.
221 Ya en Leyes, 643 A 7, es decir, ya en el libro primero, al empezar a tra-
tar de la esencia de la paideia, se habia dicho que ésta conduce en último
resultado a Dios. Dios es su meta última e inconmovible. Según 645 A-B, el
legislador es el hombre divino que alberga en su interior el verdadero logos y
convence a la polis para que lo convierta en ley, y la ley es el hilo por el cual
Dios mueve a su juguete, el hombre.
223 Timeo, 37 A.
23“ Leyes, 724 A. La teoría del alma, que no es sino la médula del mensaje
socrático, sigue, al comenzar el libro quinto. La última frase del libro cuarto
insiste de nuevo en la conexión entre los preámbulos de las leyes y la paideia.
En efecto, las leyes en sentido tradicional no bastan, si realmente han de educar
a los ciudadanos en aquella areté del té)»eog ¡mM—mg, que en 643 E se postulaba
como meta de toda verdadera paideia. Lo que, por tanto, hay que añadir a la
legislación haciendo que informe hasta el último de sus preceptos concretos es,
en una palabra, el espíritu socrático.
239 Leyes, 965 B. En cambio, lo que Platón, en Leyes, 670 E, entiende por
una dnorBsare'oct uut6eíu, como la destinada al nlñ00g, no tiene, evidentemente,
nada que ver con la cultura superior de los regentes, de que aqui se trata.
Aquella expresión, en el pasaje del libro segundo, no tiene todavía el acusado
sentido conceptual con que la duotBedtéou numbeio. se contrapone en el libro
duodécimo & la aumod. nm68io. del libro quinto, 735 A.
240 No es probable que Platón se haya propuesto jamás tratar por igual, en
las Leyes, la cultura elemental y la cultura superior. La paideia de los regentes
no se habria distinguido esencialmente, si la hubiese estudiado a fondo, de la
cultura del regente—filósofo, tal como se expone en la República.
LAS LEYES 1057
Platón sabe que no hay ningún campo en que sea más difícil
actuar sobre la vida por medio de leyes generales que el de la edu-
cación. Una gran parte de la paideia se efectúa en la casa y en la
familia, quedando así sustraída a la crítica pública.241 Pero esta in-
fluencia doméstica encierra la más alta importancia. En este punto,
Platón cree poder conseguir más por medio de la instrucción que
por medio .de preceptos.242 En el actual estado de cosas, la educa-
ción privada se mueve en direcciones opuestas según las distintas
familias, sin que el legislador pueda hacer frente a estas contradic-
ciones, que se manifiestan casi siempre en cosas pequeñas, casi im-
perceptibles. Pero si nos fijamos en sus efectos de conjunto, vemos
que estas diferencias en cuanto a la concepción de lo que una educa-
ción a0ertada debe ser, llegan incluso a poner en tela de juicio la
obra de la legislación escrita.243 Por tanto, si es dificil escribir leyes
acerca de esto, no cabe tampoco la solución de guardar silencio. Con
esta crítica, Platón enjuicia el estado de cosas existente en Atenas
y en la mayoría de los estados-ciudades de Grecia, en los que no
se conocía una regulación legislativa de los problemas de la educa-
ción.244 Con las leyes sobre el matrimonio y la procreación, que
preceden inmediatamente a las leyes sobre educación, Platón sienta
ya las bases para ésta.245 Las dos partes decididas & contraer matri-
monio deben proponerse como supremo fin social el de procrear los
niños más hermosos y mejores que sea posible.246 Platón no prescribe
una selección de los esposos a cargo del estado, como hace en la
República para los guardianes. En las Leyes no atenta tampoco con-
tra el matrimonio como tal. Pero recomienda a ambas partes que
dediquen una atención especial a estos problemas y crea una comisión
de mujeres, instalada en el templo de llicia, diosa de los natali-
cios.ºº7 En este templo tienen sus horas de servicio y celebran sus
deliberaciones. Se les confiere un derecho de inspección sobre los
matrimonios, extensivo, como el periodo de procreación, a los diez
años siguientes a su celebración. Esta comisión de mujeres interviene
cuando los cónyuges no muestran el interés necesario por tener des-
245 yéveorg. rooapñ y naiñevmg forman una unidad. Cf. 740 A 2 y 783 B 2.
25? Leyes, 789 A 5. 253 Leyes, 789 B-C. 254 Leyes, 789 GB.
255 Leyes, 789 E. Platón no quiere que los niños anden antes de los tres
años, por miedo a que resulten patizambos. Las nodrizas tienen que ser bas—
tante fuertes para llevarlos en brazos hasta esa edad. Sin duda exagera y,
sin embargo, la costumbre de hacer andar a los niños antes de tiempo justifica
su recelo.
265 Leyes, 793 D. Es evidente que todo esto se refiere a las leyes de Atenas,
que guardaban un silencio completo acerca de tales cosas. Cf. 788 C.
274 Leyes, 813 C 6s. Cf. sobre los maestros de especialidades, 813 E.
233 Leyes, 659 D 3. Cf. 673 B 6, donde se declara terminada la discusión acer-
ca de la música.
293 Leyes, 798 B-D; carácter sagrado de las canciones y las danzas, 799 A.
297 Leyes, 801 D, 802 B. Cf. la refundición de las poesías de TIRTEO, cf. supra,
p. 1024.
Habrá quien piense que el hacer desembocar así los juegos infan-
tiles y sus formas en lo grandioso representa la exaltación gigantesca
de una idea certera en si, pero desplaza el centro de gravedad de la
existencia de aquellºs asuntos que solemos tomar muy en serio al te—
rreno de lo que generalmente consideramos como un simple adita—
mento de la vida. Platón no ignora esta consecuencia y opera el
trueque de valores con palabras solemnemente religiosas que lo enla-
zan a la idea teocéntrica fundamental de su legislación. Al comienzo
301 Cf. supra, pp. 1034 s.
de la educación del estado: ¿ rdw vouocpvkóxwv éni 1:ñv 1:6w nai5ow doxñv
ñonuévog; en 809 B 7 y 813 C 1: :mi5aw émuslnrñg; en 811 D 5 y 812 E 10:
nut68urñg, y en 813 A 6: 6 mol ti1v uoñoow ó'.oxow.
320 Cf. Leyes, 800 A s., donde se dan normas precisas encaminadas a crear una
tradición fija en cantos y danzas.
337 Leyes, 818 A, revela que Platón postula también en las Leyes el “cono-
cimiento exacto” de las ciencias matemáticas ((i); &xQLBt-zía; €xóuevu) por “unos
pocos" (uva; ¿Ms/Ot). La palabra duoíñew. guarda una relación consciente con
la expresión ánotBeoréou natñeía, con la que en el libro duodécimo (965 B)
se designa la cultura del regente futuro. Es una expresión tomada directa-
mente de la República, donde Platón, 503 D 8, habia designado también la
cultura del regente como nou85ía. ñ &xolbeordtn. Entre la educación del re—
gente expuesta en las Leyes y la expuesta en el libro séptimo de la República
no media, pues, en este respecto, diferencia alguna. Lo que Platón exige de la
matemática en el libro séptimo de las Leyes corresponde al nivel de la cultura
popular (aumod. nutóeí.u) : cf. 735 A 4.
341 Cf. lo que se dice en Leyes, 818 CD, sobre la necesidad de la metafísica
y sobre el orden que debe seguirse en los estudios matemáticos. Esto presupone
una sistemática pedagógica ya desarrollada. El carácter humanístico de estos
estudios se subraya también en la Epinomis, 987 C. La idea aparece por primera
vez en Rep., 522 E. Cf. supra, p. 702.
342 Leyes, 818 B-819 D. Platón dice que cuando él aprendió algo en relación
con esto a una edad relativamente avanzada, estaba avergonzado “de toda Grecia”:
cf. 819 D B, 820 A 9, 820 B 34.
343,Leyes, 819 E 10 s.
344 Sobre la estancia de Eudoxo en Egipto para fines de estudio, cf. DIÓGE-
NES Lsanc10, V…, 87.
349 Leyes, 822 B-C. La esencia de la religión, tal como los griegos la conci—
ben, consiste sobre todo en rendir a los dioses los honores y alabanzas que les
son debidos. Cf. supra, p. 25, donde se pone de manifiesto la relación entre esta
actitud religiosa y la ética de la nobleza en la Antigua Grecia.
350 Cf. Leyes, 996 D, sobre las dos fuentes de la fe en Dios, una de las
cuales es el conocimiento del curso matemático eternamente igual de los astros.
La otra fuente es la experiencia interior de la vida del alma dentro de nosotros
como un “ser en eterno fluir” (dévuo; oóaiu). Cf. mi obra Aristóteles, pp. 188 s.
Cierto que sólo los futuros regentes tenían por qué adquirir un conocimiento ver-
dadero de las leyes astronómicas. Cf. 968 A.
352 En 822 D, Platón hace seguir, de un modo curioso, después de las normas
sobre la enseñanza en las disciplinas matemáticas, una larga digresión sobre la
caza como paideia. Esta forma el final de la legislación educativa del libro
séptimo. Que este lugar, a continuación de la cultura intelectual, no es el más
adecuado para tal materia, se comprende fácilmente, razón por la cual no hemos
de tratar de ella aquí. Ya la hemos estudiado a propósito de la obra de Jeno-
fonte sobre cinegética, puesto que ambos coinciden totalmente en cuanto a apre-
ciar la importancia de la caza para la educación y sus doctrinas se explican y
completan mutuamente. Cf. supra, p. 977.
353 Leyes, 949 E. Cf. 704 Bs., donde se establece el carácter no marítimo y
agrario de la polis.
353 Leyes, 951 C 6. También en Leyes, 952 D-953 E, de Platón normas pre-
cisas sobre la admisión de extranjeros y sobre las categorías que deben ser
admitidas. Entre ellos figuran, además de los comerciantes, visitantes y emba-
jadores, como cuarta categoría, la que corresponde a los theorai científicos, es
decir, los sabios investigadores. Estos tienen libre acceso al ministro de
educación
y a los sabios del pais.
los diez guardianes de las leyes más viejos, los supremos funcionarios
… Leyes, 961 E 7962 B, sobre la meta (axonóg). El órgano del estado que
debe conocer la meta es el consejo nocturno (o'6M—oyog): 962 C 5. En la Repú-
blica, los regentes son definidos, en el mismo sentido, como aquellos que poseen
conocimiento del paradigma, la idea del bien. Cf. supra, pp. 678 ss.
365 Leyes, 963 As. Platón parte aqui de las manifestaciones contenidas en
los libros primero y segundo, que arrancaban del problema de la meta (monóg)
de toda la legislación, sustituyendo la valentía —que era la meta del estado
espartano—— por la “arete' total” (mica dosrñ). Cf. supra, pp. 1024 ss. Esta defi-
nición de la meta sirve de base a toda la legislación platónica, pero al final de
la obra, donde volverán a decirse unas palabras acerca de la paideia de los re-
gentes, Platón vuelve a dirigir expresamente nuestra mirada hacia esta meta.
(París, 1935), p. 272. Esta “arete' total" es idéntica al conocimiento del bien
en si. Cf. inlra, n. 367.
369 Leyes, 965 C: to noo; p.í.a.v i8éu-v B).énew. La dialéctica se alude tam—
bién allí al hablar de un “método más exacto”.
373 Leyes, 966 B 4: magi náv1cw 176w onou6uiuw. Esto recuerda la frase em-
pleada por Platón en el Protrígoras y en el Gorgias para caracterizar su nueva
modalidad del “arte político”: el “saber de las supremas cosas humanas”. No
otra cosa es el objeto sobre el que recae la educación de los regentes en las
Leyes.
375 Rep., 484 CD. Cf. la “enseñanza suprema" (uéywrov uáflnuo.) en 505 A.
376 El Dios que constituye la “medida de todas las cosas” (cf. supra, p. 1051)
es idéntico a “lo uno” (to 'e'v) que Platón define como el objeto del saber
dialéctico de los regentes, en 962 D y 963 B 4. Estos son, por tanto, filósofos
exactamente lo mismo que los regentes de la República, y el punto culminante de
su ciencia es en ambos casos el mismo: la teología. “Lo uno” de las Leyes es
idéntico al “bien en sí” de la República.
377 MAX SCHELER, Dic Formen des Wíssens und die Bildung (Bonn, 1925),
pp. 32-39.
379 Estos hechos, dignos de que se reflexione acerca de ellos, han sido reuni—
dos y enjuiciados en mi obra Aristóteles, pp. 187 s.
1078
12 Cf. supra, pp. 532 ss., acerca de la amarga critica que en el Gorgias de
Platón se hace de los grandes estadistas del pasado ateniense.
17 Cf. K. 1051", Das Beispicl und Vorbild der Vorfahren bei den aníschen
Rednern und Geschichtschreibern bis Demosthenes (Paderbom, 1936).
18 Cf. supra, pp. 918 ss., las manifestaciones acerca de los postulados éticos de
Isócrates en política.
arma.
24 Cf. supra, pp. 917 ss., sobre las premisas y la tendencia del discurso De
pace, de Isócrates.
ante la opinión pública como orador que actuaba por su propia cuenta.
Su interés recae desde el primer momento, cosa muy significativa,
sobre problemas de política exterior. A través de estas primeras ma-
nifestaciones del futuro hombre de estado, seguimos con gran emoción
el rumbo de sus destinos. Vemos cómo va abordando uno tras otro,
de un modo certero, todos los problemas decisivos de la política ex-
terior de Atenas, hasta que a la vuelta de poco tiempo estos docu-
mentos juntos despliegan ante nosotros una imagen completa de la
situación exterior de Atenas en aquel tiempo.31
Las posibilidades de una política exterior fecunda que se ofrecían
a Atenas, en este periodo de lenta y trabajosa recuperación interior,
eran harto pequeñas. Por eso son tanto más sorprendentes las dotes
de independencia espiritual y de iniciativa dinámica que el joven
Demóstenes desarrolla ante cada uno de estos problemas, tan pronto
como aparece en el campo visual de la política. Dada la pasividad
a que Atenas se hallaba condenada precisamente por su situación con
respecto a la política exterior, esto dependía en absoluto de las oca—
siones que se presentasen, las cuales no dejaban de ofrecérsele del todo
al estado ateniense, en una época como ésta, en que se vivía rápida-
mente y en que se entrecruzaban los intereses más heterogéneos. Claro
está que en este punto tenía que abrirse, con absoluta necesidad, un
abismo que en el transcurso de los años sería cada vez mayor y más
insondable. La concepción política representada en el campo literario
por Isócrates y en el campo de la política realista por Eubulo, el
principal dirigente de la corriente de oposición de las gentes ricas,
rechazaba consecuentemente toda actividad de política exterior por
parte de aquel estado maltrecho y veía su porvenir en su consciente
limitación a los problemas de una prudente política interior y econó-
mica. En su primer discurso sobre política exterior, Demóstenes se
mostraba aún muy cercano al criterio de estos no intervencionistas.32
Con su iniciativa de hábil agitador y su posición de certera política
contra los instigadores de la guerra, ante el problema de la guerra
preventiva preconizada en aquel tiempo por muchos contra la supuesta
amenaza de ataque directo por el rey de los persas, se ganó el aplauso
de los elementos afines a Eubulo, y su valentía para arrostrar la
impopularidad tenia que ser vista con simpatía por un grupo de re-
formadores como aquél, que se jactaba de enfrentarse valerosamente
32 Se trata del discurso Sobre las símorías. Los especialistas que descubren
una trayectoria ininterrumpida en la actitud politica de Demóstenes desde el
discurso Sobre las símorías hasta el discurso Sobre la corona, como hace todavia
Paul Cloché en sus recientes libros y ensayos sobre la politica demosteniana de
esta época, interpretan este discurso de otro modo: como un paso positivo hacia
la construcción de una gran flota nueva. Cf. la exposición por extenso de mis
razones en contra, en mi obra Demóstenes, pp. 94-106.
333 Cf. sobre el discurso en pro de una alianza defensiva con Arcadia (Pro
Megalópolis), y el discurso en pro del apoyo a los demócratas de Rodas, JAEGER,
Demóstenes, pp. 107-125; sobre el discurso Contra Aristócrates, véase en esta mis—
ma obra la primera parte del cap. v, “El problema de la Grecia septentrional y
la Primera Filipica” (pp. 126-157).
41 Cf. OL, …, 5.
45 Demósrsmzs, Disc., x…, 36. Cf. también XIII, 13, en que se toma como base
la misma idea educativa.
e acclon.
223 golhre la idea de la tyché en Demóstenes, cf. JA1-:cEn, Demóstenes, pp. 165 ss.
¡ ., 1, .
54 Fil., I, 40.
57 Las medidas propuestas en 0l., ¡, 16-18, no son más que una repetición
de la propuesta formulada por Demóstenes en Fil., I, 16-29. Sobre la relación
entre este discurso y la Primera F ilípica, cf. mi obra Demóstenes, p. 161.
ºº OL, n, Ss.
63 OL, u, 22. Cf. también pasajes como Fil., 1, 5 y 10; OL, ¡, 12-13; Cor., 67—68.
65 Cf. supra, pp. 234 ss. Un análisis completo del ethos politico de las fi-
guras de gobernantes en el drama ateniense de la primera época se contiene en
la obra de Virginia WOODS, Types of Rulers in the Tragedies of Aeschylu.s (tesis
doctoral de la Universidad de Chicago, 1941). El estudio fue emprendido por
sugerencia mía.
67 Cf. sobre el estilo de las Filipicas de Demóstenes mi obra citada, pp. 156 s.,
216. Este estilo se convirtió en un concepto fijo, que Cicerón, por ejemplo, tiene
en cuenta al dirigir sus Filipicas contra Antonio.
65 Frente a su crítica de las condiciones de paz, ESQUINES, 11, 14-15 y 56, opone
que el propio Demóstenes ayudó a Filócrates a dar el primer paso para concertar
la paz con Filipo de Macedonia.
Tºº Cf. supra, pp. 1088 s. 70” Cf. supra, pp. 1088, 1090.
72 Los antiguos intérpretes del discurso Sobre la paz (ad 5 12) comparaban
la flexible adaptación de Demóstenes a las exigencias de la situación, es decir, su
capacidad para frenar o estimular al pueblo según las circunstancias, con Pericles;
cf. Tucinmss, n, 65, 9.
Geschichte.
79 Fil., u, 19 s.
82 Megal., 1-4.
ºº l'Isoi owró.&smg, 25 s.
92 Isócnarr—zs, De pace, 69: “No poseemos ya las cualidades (71011) con las
que conquistamos'nuestra dominación, sino aquellas con las que la hemos per—
dido.” El paralelo con los antepasados, con Isócrates, conduce siempre a con—
clusiones desfavorables para el presente. Cf. supra, pp. 899 ss., 90633.
no por ello debe considerarse este postulado como una utopía. Des-
cansaba sobre la conciencia de que el organismo físico y moral de
un individuo o de una nación, al llegar el momento de un peligro
mortal, es capaz de actos supremos cuyo grado de energía depende
esencialmente de la medida en que el propio combatiente comprenda
la gravedad de la situación y de la salud de su voluntad de vivir.
Hasta el más sabio de los estadistas se ve situado aquí ante un mis-
terio de la naturaleza que la razón humana es incapaz de resolver de
antemano. Después que los hechos se producen, ocurre con harta fre-
cuencia que aparezcan como verdaderos estadistas gentes para quienes
esto no era más que un nuevo problema de cálculo y a quienes, por
tanto, resultaba fácil rehuir un riesgo que no se sentían obligados
interiormente a afrontar ni por la fe en su pueblo, ni por el senti-
miento de su dignidad, ni por la intuición de un destino ineluctable.
Demóstenes fue, en este momento decisivo, el hombre en quien encontró
expresión imperativa el rasgo heroico del espíritu de la polis griega.
No tenemos más que mirar a su rostro empañado por las sombrías
preocupaciones, surcado de arrugas, tal como se ha conservado en la
obra del artista, para comprender que tampoco él era, por naturaleza,
ningún Aquiles ni ningún Diómedes, sino, como los demás, un hijo
de su tiempo. Y esto precisamente es lo que hace que su lucha apa-
rezca tanto más noble cuanto más sobrehumanos pareciesen los debe-
res predicados por él a una generación de nervios tan refinados y
de una vida interior tan individual.
ºº Tt'cípmas, n, 40, 3.
93 Cf. Fíl., IV, 52 y 31-34. Sobre el último pasaje cf. ahora el comentario de
Dídimo, que aclara las alusiones que contiene a las negociaciones con Persia.
lºº Aarsrórauzs, Pol., vn, 7, 1327 b 32. 101 Sobre la corona, 206-208.
> .
ÍNDICE DE NOMBRES Y DE MATERIAS
1110 INDICES
Allan, D. J., 467, 554 apaideusia, 542, 692, 695, 738
ambidextro, vid. paideia apaideutos (óxuióemog), 1035
Amintor, 38, 41 aphoría, 206
amistad, como parte del esquema poli- Apolo, 59, 62, 92, 94, 99, 165, 241, 314,
tico, 535, 565, 572-3; y eros, 987, 319, 614, 978
988; 13 noñ1-rov qui—(w, 566; vid. phi— apologia, forma de la autobiografía, 923
lía, paideia, Sócrates Apolonia, 309
Anacreonte, 217, 219, 220, 336 Apolonio de Rodas, 123
anámncsis, 558, vid. ideas aporías, 174, 361, 472, 558—9, 695, 996
Ananke, 775, 776 aqueos, 46, 1039
ananke, 172, 611, 775 Aquiles, 24, 26, 27", 29, 38-42, 44-6, 52,
Anap'he, 123 53, 56-63, 88, 115, 121, 192, 207, 208,
anarquía, 297 238, 292, 457, 614, 693, 751, 932, 978,
Anaxágoras, 153, 161, 270, 279, 308, 1106; cólera de, 40, 56, 62; conflic-
309, 317, 405-8, 466, 788, 803, 805, to de, 26; destino de, 42; escudo de,
816, 993; proceso contra, 309; sime- 60, 61, 81, 104; héroe prototípico de
tria geométrica de su cosmos, 161; los los griegos. 24; negativa de, 41
sofistas y, 270, 279, 308 Arcadia, 747, 967, 968, 1085, 1089, 1090
Anaximandro, 105, 113, 129, 142, 154, arcontes, 213
156-61, 163, 167, 169, 172-3, 178, arché (principio del ser), 688, 690
270, 786; apeirón, 158, 172; concep- Areópago, 226, 236, 430, 899, 903, 904,
ción del mundo de, 156, 158, 178; 908 ss., 970, 1049
doctrina de la libre suspensión, 156; Ares, 120, 326
primer mapa de la Tierra por, 156 aretá, 201, 202, 203, 205-9; de la san-
Anaximenes (filósofo), 155, 159, 169; gtc, 206, 208, 216; vid. Píndaro
su principio, 158 aretai, virtudes, 421, 427, 531, 551, 688
Anaximenes (retórico), 288 Areté, 37, 431, 457
Androcio, 524, 892, 907, 1087, 1093 arelé, 19-29, 30, 32, 34, 35, 36, 38, 39,
Andrómeda, 307 47, 56, 57, 78, 79, 92, 94-7, 98, 101,
Andrón, 524 109—11, 114-6, 150, 170—1, 189, 193-5,
anepistemosiné, 743 203, 204, 217, 228, 242, 243, 256-8,
Anfión, 524 260, 263-70, 274, 282, 283, 394, 467—
Anfipolis, 1091 488, 439, 496-7, 499, 501, 508, 520-1,
Anito, 523, 525, 562 539, 543, 549-54, 556, 558, 560—2, 567,
Antálcidas, 917, 918, 1081, 1100 571, 582-3, 585, 594, 597-8, 605, 610,
antecesores, su corrección en la litera— 614, 616, 636-7, 640-1, 643-4, 651, 665,
tura y en el pensamiento griegos, 687,697, 727-30, 735, 741,750, 754, 764,
1052-3 774, 810, 811, 883 ss., 860, 872, 874,
Antídosís, 922 ss. 943, 957, 964. 1022, 1023, 1024, 1025,
Antifón, 109, 289, 298-302, 427, 435, 1052, 1074, 1075; agonal, 96, 257; del
527-8, 852: sofista, 845, 859 alma, 203-4; amor de la, 189; ana-
Antigona, 258-61, 884 logía de cuerpo y alma como, 421;
Antigono, 703 aristocracia y, 644, ,729-30; como ar-
Antigiiedad. 390, 394, 452, 458-9, 494, monía de las potencias del alma, 636;
618—9, 640. 701 como atributo de la nobleza, 21; del
Antíloco, 207 buen caudillo, 429; del caballo, 21;
antilogias, 288 ciudadana, 94; clases de, 687; con-
antilógica, 989, 990 cepción aristotélica de la, 637, 651,
Antimeros de Mende, 492 754; como concepto central de la edu-
antinomias, 361 cación griega, 30, 394; concepto filo-
Antistenes, 315, 394, 397-8, 403, 434, sáfico de la, 29; concepto guerrero
443, 845, 854, 855, 951,980 de la, 24; concepto politico de la,
antologías, 184 171: conceptos diferentes de la, 21,
antropocéntrica, tendencia, 11, 63, 258, 22, 170, 194, 203, 204, 263, 267; co-
270 nocimiento de la, 476, 549; contenida
antropológica, historia, 5 en la justicia, 110: cosmos y, 534; cri-
antropomoriismo, 168, 605 sis del concepto de, 193, 203; como
954, 970
argivos, 237
argonautas, 105
Argos, 1040, 1044
Aristarco, 31
aristeia, 23, 29, 56, 53
Aristides, 226, 266, 301
Aristipo, 210, 430, 453, 855, 951
Aristóteles, 11, 24—9, 50, 58, 79, 86,
107. 110—3, 116, 125, 127, 131, 150,
151, 153, 156, 158, 160, 161, 162, 213,
214, 215, 216, 223, 224, 236, 246, 252,
254, 268, 269, 278, 286, 290, 291, 300,
309, 326, 375, 385-6, 389-90, 396, 398-
401, 404, 407-10, 420, 423, 425-6, 432,
435, 441-2, 445, 448, 450, 453, 457,
462, 466, 469, 483—4, 486, 515, 536,
552-4, 556, 565-6, 568, 581, 590-1, 593,
602, 615, 617, 619-22, 637, 639, 647,
650—1, 653, 665, 683, 685-7, 698-9, 701-
702, 706, 709-10, 713, 720, 724, 726-
729, 732, 734-5, 740, 749, 754, 756, 761-
762, 775, 789, 790, 791, 795, 797, 802.
804, 807, 808, 809, 811, 818, 821,
825, 859, 871, 872, 893, 897, 928, 939,
9.40, 958, 968, 985, 986, 987, 993, 1010,
1018, 1033, 1043, 1049, 1058, 1076,
1077, 1082: “belleza” y, 28, 29; éti—
ca en, 27-9, 79, 110, 111, 113, 130-1,
268; Homero y, 58; honor y, 25; in-
terpretación del apeiró; por, 158; ka-
lokagathía y, 27; megalopsychia y, 27;
mitos en, 151, 158; pitagóricos y, 160-
161; política en, 86, 87, 107, 112,
113, 116, 214, 215, 216; ritmo del
átomo como “esquema”, 127; los so-
fistas y, 268, 269, 278-9, 286, 290-1,
300; la tragedia y, 224-5, 236, 246,
252, 254; Analíticas posteriores, 27,
326, 457; Constitución de los Lacede-
monios, 86; Constitución de Atenas,
214, 1049; De la filosofia, 685; De
parlibus anímalium, 400; Etica eude—
mia, 665, 1044; Etica nicomaquea, 25,
27, 79, 110, 113, 223, 435, 441, 445,
448, 565-6, 573, 581, 602, 637, 665-6,
699. 702, 710, 720, 735, 756, 775; En-
demo, 552; Léxicos, 861 Metafísica,
127, 153, 161, 270, 400, 425, 441-2,
1112 .………...-
469, 484, 486, 515, 553, 619, 698-9, 333, 339; Los comilones, 335, 971;
706, 713, 855, 1043, 1044; Philia, ele- Gerytadés, 341; Las nubes, 309, 329,
gia del altar de, 698; Poética, 236, 332, 335, 336, 341, 912; Las ranas,
326, 615, 617, 620; Política, 86, 87, 223, 255, 307, 331, 340-2, 344; Las
112, 300, 310, 453, 573, 593, 621-2, tracianas, 332; vid. Esquilo y Sófo-
639, 647, 650-1, 724, 726, 729, 732, cles
734, 740, 761-2, 789; Protréptico, 286, Aristogitón, 235, 572
701, 729 arístoi, 23
181-211, 212-5, 219, 223-5, 259, 260, 303, 320, 787, 810, 826, 829, 881; del
263-5, 279-150, 281, 291-2, 294-9, 306- carácter, 1059; se extiende de la polis
308, 325, 332, 342, 361, 367, 496, 568, a la nación, 859; idea de la, 290;
642—8, 871; Ciro representante de la como ideal político, 858; ritmo y,
nobleza persa, 958; cultura aristocrá- 1035; del Universo, 1051
tica, 19-21, 24, 26-9, 3047, 49, 51, 69, Arnim, H. von, 468, 489, 500, 530, 566,
71, 81, 95, 111, 112, 116, 139-40, 170, 983. 993
171, 181, 182, 1334 200, 211, 226, 263- Arquelao de Atenas, 309, 405-6
67, 91, 114, 115, 124, 186, 188-96, 198, 733333 (3,23) 358
206. 207, 223, 263, 265, 267, 279, 280, A,qu¡damº (méd'¡(.º)_ ¡…
281»,2?4a 29532292» 912; enººmliºs ar¡s- Arquíloco 54 103 105 118-28 1302
- tocraticos, ; ética v mora aristo- , ' ' ' , . ,
crática. 19_29, 3047, 52, 53, 797 991 140, 148, 152, 201, 204, 207, 215, 226,
100) 121' 144, 191'3' 1957 1967 197" naturaleza frente al ideal 121' ex-
202, 204, 207, 280, 296, 361; ideal … -» d — - ¡» -' ' -
tica de Eurípides, 329, 340-4: la edu- arte, 6, 9'16v 19, 48, 49, 101; 139, 140,
cación y, 33541; enlace en él de la 197, 199, 202, 203, 205, 217-20, 230,
fantasía grotesca y el realismo vigoro- 231, 232, 233, 235, 246, 248, 249, 251,
so, 329: la literatura y, 249, 256. 307, 252. 253, 257, 258, 273, 285, 288, 289,
3404; su objetividad cómica, 343; la 302, 303, 312, 316, 317, 325, 331, 344,
política Y. 328-35, 340-1; como re- 352; por el arte, 857; egipcio, 1036,
Sócrates, 336-7, 340: Los acarníenseS, y placer, 1047; vid. arquitectura; es-
m>es, 300. 309, 335: Los babiloniox, Artes, 8489; bellas, 423, 621-2, 640—1;
332, 333; Los caballeros, 329, 332, vid. critica; tríríum; cuadrívium
INDICES
1113
babilonia, cultura, 6, 62
Bacon, 352
Bachof6n, 278
baladas, 228
1114
Baquiades, 215
basileus, 104
955
Beowulf, 51
Berck, 128
Berlin, Museo de, 140
Berry, E. G., 561, 666
Berve, Kurt, 1079
Rios de Priene, 451
Biblia, 591. 607, 613
bíblica, historia, 46, 229
bien (¿yo“-¡¡), 415, 446, 502-4, 534—5,
542, 561, 566, 679-80; idea del, 1017,
1030, 1031, 1051, 1074, 1075; sentido
griego del, 534; sinónimo de télog,
504, 535; summum bonum, 680: uni-
versal, 20; vid. conocimiento, justin
cia, ideas
bienes, divinos y humanos, 1025; igno-
rancia de los bienes supremos, 507,
542; materiales, 416; políticos, 875
Bildung, 11, 278
biografia, 50, 217
bios, 423, 532, 539, 543, 672, 755-7,
768, 776, 1000; del filósofo, 539, 757;
Pitágoras y, 768; politico, 129; tipos
de,2 532, 776; vida contemplativa, 701,
72
Bismarck, 1102
Blass, Friedrich, 1084, 1087
Boeckh, Augusto, 201
Boehm, B., 389
Bonºciu, concepto médico, vid. diké
Bóreas, 78, 96
Bovet, P., 685
Bowra, 417
Brasidas, 359
Brentano, F., 684
Brisón, 289
Bruns, Ivo, 394, 642, 956
Burckhardt, L, 215, 743, 1080
burguesía, 20, 23, 51, 134, 151, 165,
188, 195, 196, 199, 208, 213, 214, 250,
263, 292, 308, 313, 322, 323, 325
INDICES
296
Calimaco, 124, 928
Calinos, de Efeso, 100, 103, 104, 109,
117,118, 119, 122, 140, 226
Calipo, 928
Calipso, 38
Calístrato, 917, 1082, 1085, 1089, 1102
Camarina, 359, 362
Campbell, Lewis, 461
campo y ciudad, 971
Candaules, 640
canto, 1034—
Caos, 74, 247
capitales, acumulación de, 348, “349
carácter, formación del, 979, 995, 1034;
vid. ethas
Cares, 930
Carianos, 104
caricaturas, 331, 336, 343, 365
Caria, 1090
Carites, 78, 201
carreras de carros, 205, 210
cartagineses, 210
Cartago, 212, 729, 874
castas, formación de, 20
Catón, 784
Catulo, 124
caudillo, 88, 266, 267, 306, 3324, 359,
362-6, 367; educación politica del,
266, 267
causalidad, 159, 160, 358; primitivo con-
cepto griego de la, 786, 887
caverna, alegoría de la, vid. paideia,
Platón
caza, 977
Céfalo, 693
Céfiro, 78
Cefisodoro, 840, 940
Cefisofonte, 323
Cefisos, 320
celibato, 1054
Celso, 784, 785
celtas, 1060
1115
de la vida, 122, 188, 325-34, 3357,
339-41, 343, 344: descenso al subte-
rráneo, tema predilecto de la, 341-4;
“espejo de la vida”, 325; su misión
cultural, 292, 326-9, 330, 331, 335-40,
344; origen de la, 49, 55, 217, 326-8;
vid. komos; vocación critica como
origen de su metamorfosis espiritual,
329—30; vid. Aristófanes
comercio, 104, 155, 214, 266, 305, 348,
355
common sense, 285
compensación, 786
composición literaria, 991; vid. también
crítica
comunidad, 3, 4, 7, 12, 13, 14, 55, 84,
131-3, 177, 178, 216, 230, 263, 265,
266, 274, 298, 308, 330, 331, 335, 342,
5667, 6312, 645-6, 763; su relación
con el individuo, 3, 4, 7, 9, 11-5, 89,
90, 96, 103, 104, 112, 113-6, 118—9,
128, 129, 137, 138, 142, 148, 149, 164,
177, 178, 180, 216, 217, 264, 273, 274,
293, 294, 298, 308, 334, 335, 367, 368;
su relación con el poeta, 14, 15, 52,
53, 93, 94, 123, 132, 219, 220, 248,
322; vida sobreindividual de la, 13
concepto general, 442, 552—4
conciencia, 25, 298; “publicidad” de la,
25
Confucio, 4, 6
conocimiento, 446, 507, 543, 549-64, 607,
623-4, 661-2, 664, 680-3, 688-91, 695,
714, 719, 738, 764: agatoido y helioi-
do, 683; del bien, 446, 624, 664, 680-
681, 719, 738, 1033; y cultura retóri-
ca, 844, 850, 855: chispa de, 1010; su
especialización, 783; examen y, 441-
442; como fundamento de la vida,
783; grados de realidad y claridad
y, 689; hipótesis, 557, 690, 714; ima-
gen matemática del, 689; liberación
del, 695: “la mayor lección”, 679,
695; “misterios” del, 793; como nor—
ma del “regente”, 661; nuevo concen—
to del, cap. vn, passim; “opinión
acertada”, 561, 607, 764; de los opues-
tos por uno y el mismo acto, 803: pro-
ceso del, 1010; de la razón de los
actos, 562; de la recta elección. 561;
por si mismo, 842: como :echné y
Irónesís, 999; 980)Qi0., 213; visión in-
telectual, 255: vid. areté, matemáticas
Conan, 882, 899, 953
conservador, partido, 970
Constantinopla, 458
constitución, vid. politeia
1116 ...---__
constitución mixta, teoria filosófica de crónicas, 227
la, 367 - Cronos, 69; reino de, 216, 605
conversión, 1051; vid. paideia, Platón Ctesias, 957
coral, poesía, vid. poesía cuerpo, espíritu de, 306; formación del,
Corcira, 215, 359, 362, 930 784
córdax, danza del, 329 culpa, 42, 237, 238, 316, 354; vid. res-
Core, 1060 ponsabilidad y retribución
Corinto, 197, 214, 215, 355, 954, 1010, culto religioso, su decadencia, 907
1081; círculo cultural corintio, 31; cultura, 278, 286
discurso de los corintios, 355, 356; cultura, 11, x, X!, 6, 7, 12, 15, 16, 19,
guerra de, 858, 1081; vid. Tucídides 20, 30—47', 50, 55, 65, 66, 80, 84, 167
Corisco, 928, 999 169, 210, 230, 253, 254, 259, 264, 265
coro, vid. comedia y tragedia 268, 273—93, 307, 308, 311, 313, 323—5
Coronea, batalla de, 952 326, 327, 328, 335, 348, 349, 368, 369…
Cos, 785, 790, 791, 792, 821; vid. tam- acusada de corromper ¡¡ la juventud
bién Hipócrates 935; y agricultura, 790 s., 813, 863
Cosío Villegas, Daniel, 378 907; conocimiento del extranjero,863
cosmopolitismo, 219, 220, 272, 298, 299, y conocimiento de los valores, 832
855, 1079 conocimientos históricos relativos a 1
Cosmos (eukosmia, kosmios), 10—2, 65, cultura griega primitiva, 30; “cultur
85, 90, 93, 99, 113, 114, 116, 124, 142, clásica", 16; defensa de los directt
150-80, 225, 247, 257, 270, 293, 295, res de la cultura, 948; definicionf
298, 322, 345, 408, 410, 421, 534-5— de, 6, 7, 10-2, 19, 20, 36, 67-8, 255
567, 579, 585, 1053; divino, 293; es- 275, 278, 286, 289; desarrollo de l:
partano, 90, 93, 99; estatal, 247; eter— 8, 20, 67, 170, 172, 179, 213, 265, 271
no, 247; la filosofía y el, 113, 150-80, 293, 348; discurso como símbolo d
257, 270, 295, 322; idéntico y unita- 865; y domesticación de animale
rio, 178, 322; interior, 152; legal, 116, 812; educación persa, 957; y epidc
163, 270; nuevo sentido de, 534; phi- xis, 864; filosofia de la cultura (
lía y, 567; pleonexia y, 535; politico, Isócrates, 864 s., 875 s.; “gente cr
113, 225; social, 142; vid. arelé ta”, 998; griega y persa, 956, 95'
costumbres, 1060 historia de la cultura griega, 783,78
Crantor, filósofo platónico, 1002 797; e invención de las artes (tec
Cratilo, 309, 399, 469, 484 nai), 863; liberal, 797; y logos, 87
Cratino, 309, 328, 329, 332, 333 su origen en la leyenda política áti;
Creón, 259, 884 — 861 s.; perseguida por los demagog¿
Cresilas, 254 948; y propagandas políticas, 866; ¡
Creso, 147, 345 relaciones con la educación, 102, '
Creta, 349, 641, 729, 1021, 1022, 1036, 20, 36, 263-302;susrelaciones con la!
1039, 1048 turaleza, 811, 814; no es simple 1
Criseida, 38 guaje, 877; y tradición religiosa, 8
Grises, 59 889; es el único titulo de gloria p
Crisotemis, 258 los atenienses, 948; y victoria, 10?
Cristianismo, cristiano, Cristo, 8, 25, 48, vid. Atenas, Grecia, paideia
97, 109, 110, 119, 134, 152, 259, 275, Cultura animi, 286
276, 281, 297, 389-92, 401-2, 416-9, Cunaxa, 956
424, 441,456, 458, 520, 605, 655, 684, Curetes, 1061
696, 756, 762; Platón y el, 110, 152
Cristóbulo, 971 charís, 44; sensual, 134, 205, 951
Critias, 183, 226, 296, 301, 302, 314, China, 4, 5, o, 119
405-6, 426. 423, 479, 644, 668, 904, Chipre, 870-94 (passim)
929, 953, 1000, 1026, 1058; Consti—
tución de los espartanos, 960 Damón, 310, 619-20, 622
crítica literaria, 9901, 1036 danaides, 233, 243, 246, 247
Critón, 437 Dante, 51, 63, 151, 211
Croce, B., 433 Danubio, 157
Croiset, Alfred, 952 danza, 60, 127, 232, 233, 234, 250,
ÍNDI£ES
784
culpa, 42, 237, 238, 316, 354; vid. res-
ponsabilidad y retribución '
culto religioso, su decadencia, 907
cultura, 278, 286
cultura, 11, x, xr, 6, 7, 12, 15, 16, 19,
20, 30-47', 50, 55, 65, 66, 80, 84, 167-
169, 210, 230, 253, 254, 259, 264, 265,
268, 273—93, 307, 308, 311, 313, 323—5,
326, 327, 328, 335, 348, 349, 368, 369;
acusada de corromper ¡¡ la juventud,
935; y agricultura, 790 s., 813, 863,
907; conocimiento del extranjero,863;
y conocimiento de los valores, 832;
conocimientos históricos relativos a la
cultura griega primitiva, 30; “cultura
clásica", 16; defensa de los directo-
res de la cultura, 948; definiciones
de, 6, 7, 10—2, 19, 20, 36, 67-8, 253,
275, 278, 286, 289; desarrollo de la,
8, 20, 67, 170, 172, 179, 213, 265, 273-
293, 348; discurso como símbolo de,
865; y domesticación de animales,
812; educación persa, 957; y epidei-
xis, 864; filosofia de la cultura en
Isócrates, 864 s., 875 s.; “gente cul—
ta”, 998; griega y persa, 956, 957;
historia de la cultura griega, 783,784,
797; e invención de las artes (tech—
nai), 863; liberal, 797; y logos, 875;
su origen en la leyenda política ética,
861 s.; perseguida por los demagogos,
948; y propagandas políticas, 866; sus
relaciones con la educación, 102, 19,
20, 36, 263-302; sus relaciones con la na-
turaleza, 811, 814; no es simple len-
guaje, 877; y tradición religiosa, 888-
889; es el único titulo de gloria para
los atenienses, 948; y victoria, 1027;
vid. Atenas, Grecia, paideia
Cultura animi, 286
Cunaxa, 956
Curetes, 1061
Danubio, 157
1117
1118
1NDICES
dolopeos, 40
Domseiff, J., 31
dynamis, 519
1119
1120
enkomion, 394
enkratia, 432, 434; concepto socrático
de la, 888
Ennio, 292
enseñanza elemental, 1070
Enyalios, 119
eolio, dialecto, 85
epainos, 124
-Epaminondas, 1040, 1084, 1085
epángelma, 493, 944; vid. sofistas
epanorthosís. 613
épica, vid. poesía
Epicarmo, comedia de, 327, 813
Epícrates, 711-2, 822
Epicuro, 375
epídeixis, 279, 581, 794, 864; preludio
del discurso epidíctico, 85; estilo epi-
dictico, 91
epígonos, 272, 341
epinicios, 198, 205
cpínomís, vid. Platón
episteme, 489, 515, 723; platónica, cri-
ticada por Isócrates, 842-3, 846, 943,
944
epitafios, 211
epitalamios, 55
cpítaphíos logos, vid. discursos funerales
épodos, 1037
epoptia, 578
opos heroico, 15
Erasístrato, 809
Erasmo, 389
Ernsto, 928, 999
Eretria, 1103
Ergo, vid. Hesíodo
Erineos, 99
Erinias, 242
Eris, 61, 73, 78, 571
eristica, criticada por Isócrates, 842,
854, 893, 940, 941
eristicos, juegos, 288
Erixímaco, 571, 573—5. 795
Eros, 74, 134, 135, 151. 183, 188, 189,
323, 339, 439, 559, 563-88, 752, 795;
como anhelo, 580; encomio, alabanza
a, 571, 577, 581; Aristóteles y, 573,
581; armonía y, 574; cosmos y, 574;
creación y, 582; educativo, 439, 568,
572-3, 583, 584, 586; filosófico, 232:
como fuerza creadora y originaria del
cosmos, 74; masculino, 134-5, 188,
189; misterios del, 584: noble y vil,
572; pasión inmensa, 752; perfección
y, 581-2; significado metafísico, 575;
teofia platónica del, 559; transmuta-
ción del, 581: vid. Platón; Safe
Eros Pandemos, 571, 575
ÍNDICES
1104
Estenobea, 343
estereometría, 707
Estilpón, 450-1
Estobeo, 128
1121
1122
Euripilo. 627
Eurito, 709
eutychia, 728
¿Eéoxetat, 1029
INDICES
feacios, 104
Federico el Grande, 881
Fedra, 315, 319, 343
Fedro, 571-2, 574, 580, 982-98
felicidad, vid. eudemonía
Femió, 52
Fénélon, 43
Fénix, 24, 38-42, 46, 53, 115, 208, 281,
614, 932; dudas sobre la originalidad
del discurso de, 40
Ferécides, 156, 227
festivales nacionales griegos, 864
feudal, periodo, vid. aristºcracia; go-
bierno aristocrática
Fidias, 252, 255, 352, 353, 491, 924
filantropía, 258; vid. monarquia
filautia, 581
Filipides, 492
Filipo de Macedonia, 915, 918, 949, 958,
1041, 1098. 1099-107
Filipo de Opunte, 685, 698, 710, 1017,
1082
Filodemo, 125, 928
filohelenismo, 958-9
filolacón, 91, 93, 729
Filolao, 709
filología, 272, 328, 343, 944; vid. tam-
bién logos
Filón, 376
filosofia, filosofia natural, filosófico, vn,
¡X, 101, 13-4, 15, 25, 32, 39, 49, 50,
55, 63, 64, 79, 86, 89, 98, 101, 105,
107, 109-13, 129, 142, 150-80, 203, 204,
217, 218, 228—9, 230, 245, 252, 257,
264, 267, 269, 270, 273, 277, 288, 295,
296, 302, 305, 308-10, 313, 316—9, 323,
325, 326, 330, 336, 337, 351, 368,
408-9, 4135, 419—21, 424, 438, 442,
445, 452, 462—6, 477, 520, 526-8, 532,
542, 545—6, 550, 559. 563, 565, 567-8,
570, 581, 583, 586—7, 603, 608, 614,
656-76,. 681, 683-5. 698-700, 704, 713,
715-23, 753—63, 772-7, 786, 788, 796—7.
801, 802, 803, 804, 941-2, 1051-2; del
arte, 326; autoridad de la, 548; es
bios, 1000; cientifica, 155; concepto
de la, 798, 800—1, 834. 864, 943: con-
flicto con la retórica. 842, 939; el
cosmos y la, 11, 150—80; de la cultu—
ra, 286; ejercicio intelectual, 911;
eleática, 173; el estado ideal y el filó<
sofo, 655—763 experiencia, observación
y, 409; de la historia, 351; ideal de
la vida filosófica, 293; influencia cul-
tural de la, 825, 831, 832—3; como in-
fluencia debilitadora, 5267; y legisla—
ción, 1053, 1054: medicina y, 408—9;
Galileo, 458
Gilson, 685
1123
1124 ÍNDICES
181-3, 185, 192, 193, 196, 206, 207, 65
208, 210, 212, 213, 230-2, 246, 256, 63
257, 258, 263-6, 271-2, 274, 275, 276, 7
277, 278, 281, 289-90, 291, 293, 369; c;
espíritu y genio griegos, IX, X, XI, 4, el
5, 7, 11-5, 47, 66, 84, 85, 103, 130, 11
131, 132, 133, 150, 152, 163, 182, 228, gue
229, 230, 244, 245, 252, 253, 272, 277, 1
278, 280, 281, 286, 294, 312, 323, s'
325, 369, 382, 768; estado y comu- ¿
nidad griegos, vu, 11, 13, 14, 84-102, 9
103-16, 131, 178, 180, 196-211, 212, 1
263-6, 282, 283, 284, 293, 294, 297- €
299, 345, 349, 366-9; vid. aristocra-
cia, comunidad, democracia y polis; Ha
ética y moralidad griegas, 19, 27, 28, Ha
61, 109, 110, 112, 113, 130, 148, 149, Ha
162, 163, 188-90, 295, 297, 301, 302, Ha
305; filosofía griega, vn, xl, 9-16, 62, Hs
63, 64, 86, 110, 111, 150-80, 203, 204, Hº"
265, 269, 270, 271. 277, 318, 337, Hº
349, 350, 353, 354,; la humanidad he-
redera de, 6; ideal griego, VII, 5,
1125
1126 1NDICES
276, 277, 303, 304, 308, 311, 325, 330, 68-70, 85, 96, 103; su valor como
339, 345-69; como destino, 1104; edad fuente, 51; Miedo, 21, 23, 24, 26, 30—
primitiva, 1039; especial de Atenas, 34, 3841, 46, 52, 55-60, 624, 69, 77,
892; su estudio y la paideia, 889-93; 95, 104, 108, 121, 144, 198, 208, 227,
filosofía de la, 1023; imagen históri- 233, 236, 241, 281, 326, 348; Odisea,
ca, 1040; lotooin, 801, 817; moder— 21, 22, 30—8, 40, 42-6, 52, 55, 635,
un actitud histórica, 1078; periodos 69, 77, 105, 108, 125, 143-4, 227, 233,
de la civilización, 1039; es recorda- 238, 263, 333
ción del pasado, 889 honor, gloria, 25-7, 28, 33, 52, 53, 58,
Hoffmann, E., 442 97, 98, 121, 144, 343, 346, 364; as-
Hoffmann, M., 21 piración al, 25, 27, 29, 33, 53; sig-
Hólderlin, 52 nificación del concepto del honor en
Holl, K., 275 la Antigíiedad, 25
hombre: e5partano (timocrático), 730— hoplitas, 736
731, 738, 742; democrático, 742; fi- Horacio, 58, 124, 125, 618, 620
losófico, 763; oligárquico, 736-8, 742; Horas, 78
platónico, 759, 774; tiránico, 750, 758 Huizinga, J., 720
hombres-dioses, 8 humanismo, vm, ¡, 12, 13, 14, 28, 116,
homéridas, vid. rapsodas 258, 273, 274—7, 281, 285, 286, 289,
Homero, 10, 13, 21-4, 25, 27, 29, 30, 31, 830, 831, 885, 1021, 1077; armonía
41, 42, 44, 47, 48—66, 67-70, 724, 76, de Grecia y Roma, 1021; pedagógico
77, 81—3, 85, 86, 95-7, 100, 103, 106, moderno. y retórica ¡socrático 8302
108, 111, 117, 119, 120, 122, 124—5, humanistas, Xi 12, 13, 289
128, 129, 132, 140, 168-9, 197, 206, humanitas, 12, 116
208, 209, 217,227, 232, 235, 238, 240, humor, 147, 233, 315, 326—30, 331-2
252, 271, 272, 273, 277, 284, 318, 326, Hunt, 109, 298
336, 343, 345, 348, 376, 418, 427-9, 0m0ñxat, 892
437-8, 457, 460, 494, 496, 568, 532.3, Hutten, Ulrich von, 644
597, 605-7, 609-10, 612-4, 627, 648, Hybris, 64, 76, 106. 141, 166, 235, 238—
652, 675, 693, 751, 766, 768, 771, 241, 247, 260, 357, 363, 397, 631
784, 892, 932, 1039, 1076, 1080: su 'b 1060 '
ambiente y sus tipos, 28, 29, 32, 33, lb?r08'2l9 228
37, 38, 40—1, 42-4, 48, 56, 57, 61, 65, Ib'ºº' 256
66, 120, 121, 197, 218, 326; cultura . dsen, . . , .
y educación en, 21_ 22_3, 24, 30_47, ¡ ea, en la filosofia platomea, 940, 991,
48 49 51_2 62 66 67 81 82 168 1075: del logos, 936; en la medicina,
17'2 2534 dioses, en, 26, 38, 4¿'-¡ 48, 806; en las obras hipocrati_cas, 802;
62—4, 72' 73 74 75 7% 1'43-4 '168' . dº“, la 'º“,'““v 3%9 35º? º"'— “"º"“
' ' ' ' _'. ' ' 1eaismoaemán,
ig,9'4212.7'4£' g;“,ífºbsf'ºfggf“33º£ ideas, vid. Platón, 486, 5514, 558, 566,
353; como educador, 42-4, 48-66, 67— 5.69' 679'89' 694“ 696' 715; anamne-
68, 70, 81-3, 95, 119, 124, 166, 206, “ºv 533? del blººv 553: 566».569a 679-
227, 238, 252, 273, 277, 343; su es- ggºf_ ?94, 696v 7,15; ff€º¡º“ºg4_4%9v
tilo y vocabulario, 21-3, 31-4, 50, 51, . º º ““º º.“.º '““ "º º» 3 » .?"
54-63, 69, 70, 31, 82, as. 95, 104—6; 81º%% ! º“ººlº€lººº— 553'4; Pºmº"
108, 120, 121, 124-5, 128, 129, 167, . P?º'º“ ' 554
197 209 345- su ética y moralidad *.dl."º?5' 971,
21_9º 3438 407_2 52 53 59 61 75' zdzotes (lóupm;= profano), 792, 793
' º ' ' ' '" ' ' Iglesra catolica, 1065; Padres de la,
95, 106, 111, 120—2, 124, 129,_140, 376 605 607 684
143, 168. 343; su existencia, 21. 3“ igualdad ¿95 296 297 298 299 367
32, 85; influencia de, 51, 197; inter— 902, 9'13 ' ' ' ' ' '
pretaciones de, 55; maestro y guía Ilíada, ,,¡¿_ Hºme…
de la tragedia, 41; mitos, sagas y tra- llicia, 1057
diciones en, 33, 36, 3942, 45-7, 48, Ilión, vid. Troya
531 559 569 62, 709 73, 75, 957 168) 110135, 88, 730
227, 318; política en, 32-5, 104, 117, Illig, L., 205
118; sus tiempos, 13, 21, 30, 50, 67, 1maz, Eugenio, 720
1127
Isódica, 405
isomoiria, 738
Itaca, 34, 37
Jackson, 461
1128 INDICES
113, 137, 140, 141, 143, 160, 240, 876; lokagathía, 956—65; su ideal del sol-
Staat und Kultur, 14; La teología de dado, 959-60; imagen de Esparta,
los primeros filósofºs griegos, 683, 90, 101; observación de los hechos,
684; Tyrlaios Ueber die wahre Arete, 89-90; paideia de la esposa del agri-
96, 100, 171, 612, 774; Ueber Ur- cultor, 973; paideia de los persas,
sprung und Kreislauf des philosophí— 960—1; paideia personal de la hacien-
schen Lebensideals, 153, 293; en Her- da, 973, 975; su posición en la lite—
mes xlviii, 321; en Hermes lxiv, 146; ratura clásica griega, 961; su profe-
sobre el fragmento 9 de Anaximan- sión, 954; régimen eugenésico, 1058;
dro, 159 relación (alejandrina) de sus escri-
Jámblico, 286; anónimo de, 593, 598, tos, 979; su relación con Sócrates,
750 951 s.; sus últimas obras relativas al
Jano, 303 renacimiento de Atenas, 954, 955;
Jantipa, 436 Anábasis, 952, 956, 957, 958, 976;
Jantipo, 492 Apología, 396, 397; Cinegética, 955,
jardín de Adonis, 997 956, 962, 976-81; Ciropedia, 871, 952,
jardines de niños, 1061 956, 957, 959, 960—4, 969, 976, 1045;
Jasón, 208, 314 Constitución de los lacedemonios, 86,
Jasón de Feres, 958 644, 959, 961, 962, 963, 964-6, 967,
Jeffré, F., 515 969, 976, 1058; Helénica e Historia
xeto<bpu& ,xsiomvagía, 793 de Grecia, 397, 952, 954, 967, 968,
JenócrateS, 207, 568-9, 721. 751. 942, 969, 1081, 1082, 1085; Hipparchicus,
1082 954, 955, 960, 981; Memorables, 396,
Jenófanes, 48, 96, 101, 160, 167, 168, 397, 400, 405-11, 421, 423-43, 453,
169-72, 174, 175, 178, 182, 199, 209, 456, 479, 483, 508, 668, 706, 795, 796,
265, 268, 270, 318, 551, 568, 605-7, 953, 954, 966, 970, 1070; Simposio,
609, 766, 860, 942; como fundador 766, 1068; Sobre el arte de la equi-
del eleatismo, 167-8: su importancia tación, 955, 973, 980; 0ikonómikos,
en la historia de la filosofia, 171-2; 956, 962, 970, 971.6
Banquete, 169; Fundación de Colo- Jerjes, 127, 224, 239, 1045, 1046, 1049,
íón, 169; Fundación de la colonia de 1050
Elea, 169 Jesús, vid. Cristo
Jenofonte, 86, 87, 90, 101, 254, 265, 1051, Karl, 398, 400
3579 3855 389, 394) 396'87 400! 402! Jonia, 31, 33, 36, 77, 85,“99, 102, 103,
405-12, 421, 42340, 442-3, 445, 447, 104, 114. 115, 129, 142, 147-8, 153,
453, 456, 479, 483, 508, 644. 668, 706, 131, 197, 214, 220, 225-9, 244, 280
731, 754, 766, 795, 796, 797, 871, 293, 345, 346, 350, 368, 572, 705
397, 909, 910, 917, 939, 951-31, 1000; 1039; carácter y cultura de, 101-2, 103
areté del buen caudillo, 429; como 106, 139.40; 147, 182, 188, 189, 196
caballero y agricultor, 967; critica la 204, 220, 225-6, 244, 346, 368-9; es
falta de paideia en Grecia, 961; so- píritu de, 140, 147, 153, 226, 227
bre el cultivo, 970—1; sobre la cultura 228; estado, 335, 77, 85, 86, 98-9
y la agricultura, 970-1; y la cultura 103—6, 113, 114, 115, 137, 140-1, 182
persa, 956, 1045; en “defensa" de 215, 330; filosofía y ciencia en, 32
Sócrates, 953, sobre la degeneración 113-4, 127-8, 130-1, 143, 150, 155-(
de Persia y Esparta, 9634; después 159-62, 167, 168-9, 196, 197. 207, 273
de la guerra social, 954 s.; su desti-, 280, 293, 309—11, 3501"; ideal de bf
no y su regreso a Atenas, 952, 953, lleza jonia, 225; literatura y poes)
954; sobre la economía, 9712; la edu- en, 312-?), 36—7, 103, 117-36, 138, 14(
cación es la base del Estado, 964; 144, 148, 149, 152, 153, 154, 19'
sobre la educación en Esparta, 964- 198-200, 201-2, 204, 219, 220, 226—'
971; educación y cinegética, 976-81; 233-4, 3189, 320, 329-30, 345; pens
educación de una élite, 962 s.; con- miento en, 31, 32, 76, 77, 138, 14
tra la educación sofisrica por medio 149, 151, 154-5, 182, 197-8, 204, 21
— de la “verdad”, 980; sobre la forma— 219, 220, 234, 308, 346; viajes m
ción del carácter, 978—81, su idea de rítimos de los jonios, 36; vid. fil
la paideia, 955, 959; su ideal de ka- sofía milesia; polis
1050
kakía, 597
666
Kant, 151, 459, 462, 1077
xuraóetxvirmt, 834
Ker, 61
Kiessling, 707
Kirchhoff, 31
Kirchner—Klebs, 524
kleos, 1054
mimar, 911, 1060
Icomos, 55, 327
Koroihos, 198
kosmios, 534; vid. cosmos
kratos, 519
Kydoimos, 61
Laertes, 37
Lampón, 203
Lamprocles, 436
Latha, 205
Leda, 57
1129
1130 ...—___-
Littré. 812 medicina, 152, 154, 274, 280, 312, 353—
liturgia, 236 354, 407-11, 421, 424, 492, 517, 532,
lógica, 9, 12, 117, 131, 153, 154, 162, 539, 542, 556, 574-5, 6248, 645, 708,
172—6, 264, 288, 316; teórica y cientí- 725-6, 738; el alma en, 822, 823;
fica, 288 apreciación griega de la, 783; aristo—
logógrafoa 228, 840, 852, 924 télica, 783, 804, 807, 808; botánica
logos, 10, 115, 151, 178, 180, 228, 267, y zoologia en, 821; ciencia política y,
288, 337-51, 452, 540, 557, 604, 618, 725; código profesional de la, 783;
690, 715, 765, 776; alabanza himnica cualidades, 803; los cuatro humores,
del, 875, 938-9; cochera del alma, 989; 791, 798, 803; cuidado de la salud,
divino, 1031; encubierto en las leyes, 1019; y cultura general, 783; diagno-
1031; ethas y, 115; forma y contenido sis, 817; dialecto jónico en los escri-
indivisibles, 877; Heráclito y el, 10, tos médicos, 784; diáita, 1019; dieta
177, 178, 180; hilo de oro del, 1030; física, 807, 814, 1019; cidos e ideas
justo e injusto, 337—40; 6006; 1.670; en, 806; la educación médica del hom-
en las leyes de Platón, 1037; perso- bre, 794, 796, 797, 1018 s.; egipcia,
nificado como un dios, 876; sus pré- 785; su elogio por Homero, 784; es—
dÍCBS, 376; raíz de la- rºtófica. 935; cuela de Cuido, 791; estilo retórico
es razón Y P“_ldº!lt¿iº. "877; _º£ “sim— en la, 824, 825; su estudio y la cien-
b910 de la Pºldew , 865: md- Anº cia natural, 785, 786, 787, 788, 789,
tºfº"ºs 804; v filosofía natural, 784-8, 794,
Lotze, Hermann. 684 798-803 804 805 809- yfilosofía aris-
Lutoslawski. 461-2 totélicaí 785, 804, 807, 808; y filo-
sofía platónico, 783, 804, 890; y fi-
Macaón, 627 losofía socrático, 783; generalización
Macedonia, 323, 542, 979, 1004 s. en, 800, 802, 819; hipótesis filosófica
aach05 ¿:8bljíºs,lggg y, 409; el “hombre culto en medici-
agna recia, ” '. - ' '
Maier, Heinrich, 393, 3968, 401.2, 434. 23,; 3331, P;;gf,º,2,fg;;º3£;,j?,áfé;
MÍÍ&£3232 a 735 medición inexacto en, 800, 801; el
Mantinea» 578. 954, 1942» 1085. 323323 33i'"2¿i'33"331£33' dii5i¡í
mz?lizs¿dg£¿)6, 157, md. Anax1mandro; brea %01.8d; ¡lnñwliº hip3cááticº; 1093
Mar Negro, 938, 956 mo en ¡ ea _e a ver a era ec ne,
Maratón, 210, 220, 224, 254, 304, 338, 51173 532' ºº4¡º “?5'“; 7¿ ¡574'5º P“'
357, 740; importancia de la batalla, ra eº entre e cut a º e cuerpo y
1050 el del alma, 1019; como parte del
Marburgo, escuela de, 462, 553 antiguo sistema enciclopédico, .783:4,
Marsilio Ficino, 458 785; prodiagnosis, 819; prof11axia,
Martin, _l., 568' 819; prototipo de ciencia especiali-
máscaras, 232, 327, 331 zada, 783, 792;_y profano, 793;_ sa—
matemáticas, 10, 12, 152, 156, 161-4, lud y norma ética, 804: tratamiento
274, 289, 290, 309, 556-60, 689—91, 694- del caso individual, 800, 807, 818, 819;
695, 702-1'1', 880, 890, 941, 1043, 1069, tríades y hebdómadas_ en, 786; y vi-
1070, 1072, 1082; diversas disciplinas sión orgánica de la naturaleza, 786;
delas, 703-4; naturaleza humanista de vid. cuerpo; empirismo; doctores; hi-
las, 703; como propaideía, 702,13, giene; Hipócrates; gimnasia, etcétera.
716; propedéutica para la filosofia, Médicis (los primeros), 219
290; Prºpºfºión, 639? vid. música; Píº Médicis, Lorenzo de, 458; vid. Acade-
tágoras; Platón mia
materialismo, 916 medida, arte de la, 504, 515, 530-1, 549,
mathéma, 678 686—7, 769; “medida de todas las co-
Mathemata, 161, 289, 290 sas”, 686—7, 1051, 1052, 1076
matrimonio, 1054, 1057, 1058, 1061 Mediterráneo, 105
mecenazgo, 219 megalopsychia (megalopsychos), 27, 58,
Medea, 313, 314 457, 657, 932; vid. Aristóteles
INDICES
1131
1132 .….,-____
133, 161, 163, 164, 217, 219, 220, 228, neoplatónicos, 152, 162, 286
232, 242, 269, 274, 275, 283, 287, 289, neoplatonismo, 458
309, 319, 330, 338, 340, 590, 603-24, Neoptolemo, 292
632, 649, 704, 719, 730-1, 784, 832, Néstor, 34, 43, 46, 47, 59, 207, 339,
890, 936, 1027, 1046; armonía de la, y 993
gimnasia, 649 ;. armonía de la, y logos, Nºttl€Shíp, R. L-, 589
731; su degeneración, 1046; educación neutralidad, 359, 360
musical, 1063; ethos en, 620—2; im- Níbelungos, 51
portancia de la, para la educación, NÍCÍRS— 333, 358, 362, 364; paz de, 362,
624; instrumentos de, 619; matemáti- _428, 447. 476
en y, 161, 163, 164; teoría antigua de Nlcocles (rey de Salamis en Chipre),
la, 613 780-94, 926, 933, 938
Niebuhr, 762, 1079
nacionalismo griego y unidad nacional Nietzsche, 153; 246, 278. 39º'2, 400,
(panhelenismo), 833, 837, 838, 854; _418; vui- Sºcrates
855, 856, 857-69 ( passim), 872 s.; N_llm 157
895, 914, 919, 924—s., 927, 1021, 1078, mpfas, 203
1080 s.; 1099, 1100 Nrobe, 121
Napoleón, 1078 N”zsºhs G W., 47
Natorp, Paul, 553 , nobleza, titulo al gobierno, 1043 5.
naturaleza, 9, 10, 13, 121, 130, 132, 142, N'ock, A., 696 '
152, 154,, 153, 178_ 230, 231, 285, 295. vourua (costumbres) de los barbaros,
298, 305, 320, 339, 361, 407, 421.2, 1060_ ,
520, 526-7, 573-6, 537, 684, 725, 725, nºmºfllakes (vouomvkuues). 1067
728, 751, 759; es autosuficiente, 812, namas, 769 881 109, 1657 180, 228, 298,
814; concepto de, 421, 574, 637, 787- 361, 526-7, 574, 594, 1064; agrafos
788; concepto platónico, 1052; con- (no escnto),_ _1060; como_ derecho
cepto teleológica, 728; contraposición usualmente Vºlldº, 109; d1vmo (HB>
entre la ley y la, 293; en la educa- raclito), 180; nomos musicales, 156,
ción sofista y retórica, 787, 849, 850, 1047. 1064
992; filosófica, 1006; lo griego como Nºrdºna E', 613. 875. 979
manifestación de la verdadera natu- NOISE, Mº; 124
raleza humana, 13; en la bistoríogra- "“lºs, 33
fín de Tucídides, 787, 915; del hom- Noms, 78
bre, 5, 10, 13, 152, 176, 280, 281, nºus, _6,85, 691, 1031
320, 338, 339, 520, 759, 808, 809; in- nutr1cton, 314, 318
dividual y general, 809, 812; uaró. y , _
moó. cpúow, 521, 637, 1052; leyes de Oº?ºnld85, 245
la, 10, 142, 152, 169, 178, 179, 180, Oceano, 151, 157, 236
297, 300, 351; en medicina, 786, 803, oda, 136; mi Pmdaro
808-9, 811-2, 817; naturalismo, 521; 0411860, 249 26, 334 347 37, 38, 40, 43
y nomas, 526, 594; norma y, 7256, 44, 46, 62, 64, 65. 104, 126, 315, 751
810, 915; paideia inconseiente en la, 777; Atenea y. 62; como encamaciói
812; del pueblo ateniense, 915; sen- de los joníos, 104-5; diálogo de Nau
tido innato en los griegos de lo que sica con, 38; maestro de la palabra
significa, 9; sentimiento de la, 132 24, 40
naturalismo, realismo, 120, 121, 164, Oehler, Robert, 47
169, 299—301, 312, 338, 361 oicumene, 4
Nausica, 34, 36-8, 45 oligarquía, 479, 729, 734-9, 742, 74!
Nausiquides de Colargos, 524 751, 903, 913
Naxos, 215 oligarquías, 214
Nemea, 197, 198. 203, 206 Olimpia, 100, 197-9, 205, 206, 237, 861
Némesis, 41, 69, 969 1012, 1071
Neóbule, 125 olimpiadas, juegos olímpicos, 14, 9
neohumanismo alemán. 13 100, 111, 170, 171, 196-200, 203, 20
neokantismo, 461-2 218
nenpitagóricos, 162, 750 Olimpo, 230. 577, 605
ÍNDICES
Oceánidas, 245
Oehler, Robert, 47
oicumene, 4
oligarquías, 214
218
Olimpo, 230. 577, 605
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 1133
ontólogos, 150
Orcos, 1103
1039
originalidad, 249
ópuoi, 1034
Ortágoras de Tebas, 495
orthoepia, 288
1134
ÍNDICES
cia
pentathlan, 171
Penteo, 231
191
pesca, 977
Pfeiffer, R., 44
philopragmosyné, 751
phylai, 223
Pílades, 314
1136 ÍNDICES
204; su interpretación de la ética alma, problema del, 591; amistad, pro-
aristocrática, 39, 44, 88, 125, 144, blema de la, 56561; antropología fi-
145, 170, 171, 181-2, 196-211, 219, losófica, 447; areté, problema de la,
264, 271, 278, 279; sus puntos de 46788; “aristocracia" platónica, 642-
vista sobre la poesía, 204, 207-10; su 643; Aristófanes y la República de,
relación con Platón, 45, 47, 207, 210, 481, y el Simposio, 567, 575-7, 580;
211, 225, 281; Simónides y, 203, 204, Aristóteles y, 400—1, 404, 423, 435,
210, 211, 219; su tiempo, 198, 203, 442, 462, 469, 483-4, 486, 5534, 565,
204; vid. aretá 581, 602, 621, 647, 651, 686—7, 698,
pintores, 846, 924 701, 709-10, 726, 754, 761; Campbell
pintura, 15. 140, 132, 185, 217, 423, y, 461; clasificación de lo existente,
650, 675; vid. vasos pintados 990; comprensión renacentista de,
pirámides, 8 458; concepción del bien, “en total”,
piratería, 349 552; concepto de la physis ético-
Pireo, 309, 864 anímica, 574; conjugación de poder
Pisistrátidas, tiranía de los, 139, 143, y sabiduría, 480; conocimiento, pro-
212, 220, 223, 309 blema del, 4656, 502-3; contra el
Pisístrato, 140, 143, 185, 213, 215-7, “intelectual”, 665; contraposición de
219, 223, 231, 272, 862 poder y espíritu, 519; “cosmos", sen—
pistis, 691 tido nuevo del, 534; crítica a la Cí-
Pitaco, 217 ropedia, 1045; crítica de Esparta,
Pitágoras, 153, 161, 162, 163, 167, 672, 897; crítica filosófica de, 48, 301;
707, 768, 876, concepción pitagórica democracia y, 479, 519, 633, 644, 729,
del número, 161; doctrina de la trans— 734, 739-48, 7512; Demócrito y, 466;
migración de las almas en, 164; es- desarrollo de la investigación sobre,
peculaciones sobre los números, 172; 459-61, 472-5, 477; dialéctica de, 459,
relación dela doctrina pitagórica con 4826, 494, 506, 508, 514, 522, 553,
la matemática actual, 161 555, 558. 563, 570, 578, 584, 586,
pitagóricos, 160, 161, 162, 164, 172, 173, 589, 659, 679, 681, 691, 695, 712-5,
289, 672. 704-5, 709, 750. 942, 1008; 718, 741; diálogos, 386, 393 ss., 410-1,
vid. Aristóteles 441-2, 444-5, 460 ss., 487, 562-3; dia-
Píteas, 203 lécticos, 442, 461, 469: menores, 441,
PÍÍÍCBS, fiestas, 860 467, 489, 499, 506-7, 511-2, 542-3,
placer, 444, 503-4, 530, 755-9, 996, 1025, 565, 983: Dionisio 11 y, 999-1014;
1032, 1059; vid. Sócrates; como cri- discípulo de Cratilo, 399, 469, 484;
terio de acción, 503; estético, 614 “don divmo”, 934; dramaturgo inna-
plantas, 711-2 to, 395, 467; economía, 593, 600, 735—
Platea, 346, 358, batalla de, 740 739; ediciones de, 207; educación y
Platón, vu, x, 11, 13, 19, 27'—9, 41, cultura, sus puntos de vista sobre,
45, 46, 47, 48, 50, 52, 53, 85-7', 89, 93, 10, 19-30, 45, 47, 48, 53, 86, 87, 89,
96, 101, 107, 109, llº-3, 114, 116. 93, 109-11, 114-6, 150, 152, 153, 162,
130, 133, 135, 138, 139, 150-3, 162, 171, 196, 203, 207, 211, 225, 257,
171, 183, 184, 189, 203, 204, 207, 263, 265, 267, 269-70, 272-9, 281-2,
208, 210, 212, 218, 225_, 230, 231, 284, 286-8, 290-3, 296-7', 326, 335—7,
254, 257, 263, 265, 267, 269, 271, 476, 569, 601, 634, 637, 638, 655,
272, 273, 275-7, 278, 279, 281, 282, 716—7, 1057-74; en el conjunto de la
285-8, 2902, 296, 299, 301, 309, 310, historia del pensamiento griego, 465;
317, 318, 326, 337, 350, 352, 356, enkratia como germen de su estado
361, 381-778 (passím), 783, 790, 793- ideal, 432-3; episodio del esclavo, 559;
794, 803-6, 818, 822, 832-3, 8348, eros, 134, 135, 183, 189, 565-88, 945,
853-9, 874, 879, 880, 888, 894, 909, 982; escuela de Marburgo y, 462,
927, 933-4, 936, 939-42, 945-82, 982- 553; la esencia de las distintas vir-
1077 (passim); vid. ideas; política; tudes y, 531; estado y, 408, 452, 454,
techné; conocimiento; areté; paideia; 475, 480, 487, 511, 515, 518, 522,
dialéctica; alma; Agustín,$an,y,458; 545, 546, 565, 589-778, 909, 10004,
alegoría de la caverna, 691-5, 701, 713; 1012, 1018, 1019, 1020-37, 1038-48,
alegoria del sol, 682-3, 688-9, 6935; 1050-3, 1082. 1103; estilo de, 474,
1138 INDICES
de constitución y de carácter, 723- mientos fundamentales de la. teología,
753; “tipos de la teología”, 609; Tir— 685-6, 699; Lísis, 402, 436, 553, 565—
teo y, 650-2; tradición y, 465, 603, 566; Menexeno, 430, 571, 740, 986;
775; unidad de su pensamiento, 486- Menón, 309, 419, 439, 464, 474, 509,
488; valor de las ciencias abstractas 523, 525, 549-64, 576, 695, 833, 938,
en, 590; viajes de, 455, 463, 480-1, 943; Parménides, 461, 469, 567, 709,
666, 672, vid. Sicilia; voluntad de es- 718; Político, 442, 461, 469, 477, 660,
tadista de, 547; Wilamowitz y, 464- 686, 718, 1016, 1044; Prolágoras, 204,
468, 473, 478, 489, 511, 530; Zel— 257, 259, 269, 274, 275, 279, 282, 287,
ler y, 474; Apología, 397, 402, 405- 288, 291, 293, 298, 301, 310, 335, 414—6,
407, 409, 413-6, 420, 438—9, 452- 419, 427, 444, 446, 448-9, 464, 468,
457, 467-8, 472, 476, 478, 480, 482, 472, 476-7, 482, 487, 489—512, 515, 517,
487, 489, 491, 508, 523, 540, 544-5, 522, 527, 529-31, 533-4, 539, 542-4,
611, 6701, 775, 923, 1001, 1013; Cár— 549-52, 557, 559, 561-2, 567, 589, 591,
mides, 402, 411, 467, 476-7, 499; Carta 664, 680, 686, 709, 757, 775, 796, 832.
séptima, 281, 296, 463-4, 478-82, 546, 833, 841, 842, 937, 996, 1020 (dife—
555, 565, 589, 624, 667, 670-2, 684, rencia con los diálogos anteriores,
696, 709, 718-9, 726, 740, 742, 997, 500; pintura de caracteres y ambien-
998, 999—1014, 1017, 1053, 1069, 1070; te, 490 ss.; trama del, 489 ss.; fecha
Carta octava, 740; Critias, 954; Cri- del, 468); República, 11, 21, 48, 89,
tán, 109, 284, 402, 451, 455, 462, 467- 100, 110, 112, 114, 203, 272, 286, 290,
468, 476, 539, 702, 721, 775, 1076; 296, 301, 330, 402, 425, 427-8, 435,
Epinomis, 685, 698—9, 706, 710; vid. 447, 458, 462,'464-5, 472—82, 485, 487,
Filipo de Opunte; Eutidemo, 431, 519-22, 532,_536-7, 539, 544, 555, 559,
563; Eutifrón, 402, 447, 467-8, 474, 561, 565, 569, 581, 585-778, 850, 859,
476-7, 486, 499, 553, 685, 699; F e- 864, 879, 912, 920, 936, 943, 995, 996,
dón, 326, 395, 402, 406-8, 419, 420, 998, 999, 1000, 1002, 1003, 1006,
447, 455, 457, 467, 511, 530-1, 546, 1007, 1010, 1011, 1013, 1016, 1017,
556, 558-9, 563, 627, 636, 682, 696, 1018, 1019, 1020, 1022, 1023, 1027,
698, 773, 775, 809; Fedro, 52, 113, 1028, 1030, 1031, 1032, 1033, 1042,
124, 436, 442, 455, 464', 467, 469, 485, 1043, 1047,— 1050, 1051, 1056, 1063,
511, 555, 559, 565, 571, 587, 679, 1065, 1066, 1068, 1069, 1074, 1075
684, 804, 822, 852, 886, 939, 941, 982- (fecha de la, 481); Simposio, 29,
998 ( passim), 1010: Fibebo, 327, 331, 183, 189, 326, 328, 336, 426, 436, 464,
435, 469, 530—1, 680-1, 686, 738, 757; 467, 511, 563, 565-88, 621, 682, 719,
Gorgias, 292, 293, 296, 410-1, 427, 449, 738, 795, 984, 986, 987, 988, 1011,
4534, 462, 464, 468, 472-3, 477-8, 1020, 1054; Solista, 442, 461, 469,
482, 487, 492, 497, 502, 504, 509, 549, 718; Teeteto, 270, 507, 567, 672—4,
551, 553, 556, 562, 566-7, 574, 579, 687-8, 697, 704, 707—9, 712-3, 942, 996,
589, 591-2, 595. 599. 62545, 637» 658, 998, 1082; Timeo, 378, 435, 469, 589,
661-2, 664, 670-1, 680, 686, 709, 722, 611, 684-5, 698, 706, 1000, 1011, 1052
7256, 734, 753—4, 762, 773, 775, 804, plegarias, 72, 234, 236, 368, 526, 535,
832, 833, 841, 842, 844, 846, 853, 877, 658; vid. cosmos
879, 880, 911, 928, 938, 941, 943, 985, pleonexia, 113, 158, 166, 179, 241
989, 994, 1012, 1019, 1042, 1082 (re— plethos, 743
lación con el Protágaras, 511-2); Hi- Plotino, 458 —
pias mayor, 273, 290, 402; Hipias me- Plutarco, 86, 88, 39, 98, 100, 235, 286,
nor, 272, 290, 402, 448, 468; Ión, 402, 405, 568, 653, 704, 709, 766, 999,
427, 468, 766; Loques, 402, 443, 446- 1082; Cimón, 405; De fort. Alexan-
447, 467, 474, 476, 485, 497, 499, 500; dri, 653; De liberis educandis, 285,
Leyes, 11, 85, 87, 96, 101, 110, 112, 116. 910; De nmsica, 618, 620, 1047; De
184, 276, 419, 425, 447, 462, 464-5, vit. et poes. Hom., 767; Demóstenes,
469, 474. 532, 551, 559, 568—9, 573, 1082, 1083; Dión, 704, 709, 999; Li-
600, 609, 612-3, 618, 631, 651-2, 684, cargo, 86, 88, 89, 98; szestiones
687, 697'3, 706, 710, 720—1, 723, 729, convivales, 568; Vit. X oral., 840,
736, 737, 794, 927, 954, 976, 977, 996, 1083
1005, 1006, 1015—77 ( passim); Linea- Pluto, 205, 738
pneuma, 158
pnyx, 308
poder, alaban'za del, 526-7; bien y, 521;
de los regentes platónicos, 629 ss.; fi-
losofía del, 520, 526; paideia y, 519;
“querer” (no deseo) y, 521; reinter—
pretación del, 526
poderío marítimo, 867, 868, 898, 899,
913-21, 925, 1049, vid. liga naval;
hegemonía; imperialismo
poderío terrestre, 1050; vid. poderío ma—
nt1mo
poesía, 15, 19, 21, 29, 33, 48-52, 57, 81-
83, 117-36, 152, 154, 163, 198-202, 204,
217, 218, 220, 226, 227, 229, 230,
231, 232, 248, 251-3, 255, 257, 268,
269, 271, 272, 273, 277, 284, 293, 308,
310-5, 316, 317, 319, 320, 324, 325,
330, 333-5, 337, 338, 340, 346, 349,
350, 363, 385-7', 396, 501, 5323, 569—70,
580, 583, 590, 603-24, 632, 657, 675,
7'64-72, 774, 848, 871, 890, 893, 924,
941, 989, 1024, 1036, 1037, 1046, 1047;
arete' y, 551, 597, 614; aristocrática,
212, 293, 342; cantos heroicos y, 228,
229, 235, 236, 346; de catálogos, 228—
229; consagrada a la bebida, 132, 183,
184, 185, 187, 190, 308; coral, 55, 102,
181, 196-211, 228-9, 233, 312, 327, 328;
critica de la, 532, 603—24, 764-78;
decadencia de la, 385; didáctica, 55,
67-83, 94, 123, 128, 168, 184, 271,
892; elegiaca, 34, 52, 55, 85, 92-5,
97-100, 102, 118, 123, 126, 128, 131,
140, 168, 181-96, 238, 308; eólica,
117-36, 199, 201, 319; épica, 15, 30,
31, 32, 33, 38, 39, 44, 47, 49-51, 52-
57, 62-3, 69, 71, 72, 75, 80, 94, 117,
120, 127, 128, 131, 197, 198, 200, 201,
218-20, 226, 227, 228, 230, 233, 236-
239, 266, 272, 312, 325, 338, 345, 346,
354; esencia y función de la, 342; es-
píritu agonal de la, 248; estilo de la,
615; exenta de mitos, 227; femenina,
133; íilosofia y, 567-8, 583, 605, 608-
609, 675, 764-78; géneros de, 533, 615;
gnómica, 19, 60, 70, 148, 181, 183-
185, 187, 188. 191, 192, 271, 296, 350,
358, 871, 883, 886; iónica, 117—36;
ley y, 769; lírica, 34, 55, 117—36,
198, 199-201, 204, 218, 228-9, 233,
236, 260, 283, 312, 319, 322, 328;
magia y, 772; medieval, 229; méli-
ca, 54; moral y, 610 ss.; oratoria y,
315, 532; parenética, 123, 227, 228,
271; popular, 32, 54; poshomérica,
1139
1140 -.._--,_
politeia, 228, 367, 368; como alma del política de fuerza, 293, 294, 304, 305,
estado, 900, 901; armonía de los con- 34850, 357-8, 359-63, 368
trarios, 885; ateniense, 885, 889, 901; Polixeno, 210
constitución mixta, 1049; “constitu- Polo, 514-6, 518-9, 522-3, 525, 528
ción suave”, 873; crítica del sistema polloi, idea de los, 505; vid. telas
de elección automática, 901, 902; Ponto, 105
¿soaol noM-reiag, 1060; espartano, Porfirio, 591
730; estrategia y, 930; logos y, 935; Foros, 578
originalidad e imitación, 885; paideia posguerra, la generación, 1032, 1085,
y, 591; mitowg :cohuzeia, 903; de 1037; los problemas, 835, 103153-
Pericles, 368; platónica, 477, 546, positivismo, 7
589—778; tipos de, 593, 723-53; vid. Potidea, 215, 411
Platón Praechter, K., 442
politeísmo, 168 Pratinas, 217, 219
politeuma, 368 Praxidamas, 206
política, vid. Isócrates; Platón; Sócra- praxis, 153, 704
tes, amistad; agitadores, 1086, 1101 s.; prehistoria, 348-9
alma humana y, 533; “arte”, 477, 495, presocráticos, 150-80, 279
532, 537, 543-4, 547-8; balanza de Príamo, 58, 121
poder, 1084, 1089; carácter maquia- Pritaneo, 329
vé1ico del político profesional, 858; pritanos, 1067
cerco, 1101; ciencia, 724-5, 747; con- problema social en Atenas, 907, 1106
signa panhelénica, 1101; consignas “problemas”, 717
politicas, 903, 904, 905; corrupción Precio, 707
de la vida política, 837; “cultura”, Pródico de Ceos, 282, 287, 335, 431-2,
679; demócrata moderada, 903; em— 439, 489, 493-4, 497
pírica, 693; engrandecimiento (pleo- profano, vid. medicina
nexia), 918 s., 964, 1042, 1044; ética professor, profiten', 493
nacional en las relaciones políticas progreso, 837
entre los griegos, 859; eudemomia prólogos, 342
del estado, 881; exterior inglesa, 862; Prometeo y, mito de, 70, 74-6, 235, 236,
hipótesis de la, 880—1; lenguaje poli— 243, 244, 256, 274
tico, 1095; leyenda política, 862; me- propiedad, riqueza, 35, 78, 79, 87, 104,
dicina y, 1018 s.; oposición política 144, 146, 193-7, 199, 212, 213-4, 216,
en Atenas, 903, 1085, 1086, 1087, 308; ética fundada en la, 197
1088; oratoria política como paideia, Proponto, 105
846, 847, 852; poder, 837, 859, 918- prosa, 15, 46, 82, 84, 117, 152, 189, 228,
921, 1002, 1086 (vid. también, pode— 254, 271, 315, 345, 385-6; disolución
río marítimo, poderío terrestre); “la de la épica en la, 228
polis misma”, 476, 480; problema de prosodion, 54
la reconciliación de los estados grie- prosperidad, 881
gos, 861; problema social, 907 s., Protágoras, 257, 259, 268, 269, 270, 271,
934; como profecía, 745; propaganda, 274-6, 279, 282-5, 286, 287, 288, 289,
866, 1101, 1103; reforma, 913; refor— 293, 294, 296, 298, 301, 321, 446, 489-
ma financiera, 1086; relación de la 510, 512-3, 515, 524, 686-768; Gran
estructura interior y exterior, 895-921 Logos, 230
(passim); retraimiento de la, 547; protreptíkós, 414-5
sentido de la palabra, 857; sentido proverbios, 19, 467 71
griego de la, 426, 441, 475; sentido Prusia, 862, 963
socrático, 1000 s.; significación plató- psicagogia, 49, 232, 892, 994
nica, 546-7; teoría del cambio polí- psicoanálisis, 749
tico, 897; tipo utilitario de, 1086; psicologia, 320, 323, 344, 1016; moder—
unidad del Ática, 862 (vid. paz); na, 27,9: vid. también, alma
valor del ejemplo histórico, 891 (vid. psxcologra de los suenos, 749
también, paradigma); verdad y, 662; psyphé, 97, 257, 960; vid. alma
vida política, 436; virtud, 440-1, 451,
478, 508 quadrivium, 289, 290
INDICES
Ouerécrates, 436
Querefón, 436
quimica, 279
Quién, 928
radicalismo, 895-921
Ranke, 355
restauración, 970
1141
rhetor, 512
Rodas, 1090
Rolando, 51
1l42
INDICES
Seudo Platón (Hiparco), 186, 218; Epi-
nomis, 1017, 1053, 1076
Shakespeare, 51
365
Sicyon, 198, 215
Sigeion, 214
Sileno, 587
Silio Itálico, 889
silloi, 168
símbolos, alegorías, 694-6; vid. Platón
Simónides, 128, 200, 203, 204, 210, 211,
217, 219, 220, 257, 260, 271, 494, 501.
550, 610; areté y, 257, 260; el des-
tino en, 204; himnos & los vencedores,
200; vid. Píndaro
simposio, 29, 132, 170, 183, 218, 308,
565-88, 1026, 1027, 1032; vid. paideia,
sisitia
sinagoge, método de, 992
síndesmos, 579
sinopsis, 485, 555. 681; vid. dialéctica
Siracusa, 210, 212, 362, 368, 463, 480,
672, 761, 875. 884, 940-1014 (passim)
sísitia, 569, 969, 1025
skopós, 449, 535; vid. telas
soberbia, vid. ética
sociedad y educación, 497-8
sociología, 273, 497, 543
sociología del saber, 273
Socleides, 206
Sócrates, socráticos, 11, 89, 115, 150,
152, 203, 204, 226, 257, 267, 268,
279, 281, 282, 284, 292, 301, 309,
310, 326, 332, 336, 340, 374-5, 389-
457", 465-72, 474, 476, 478-84, 488-552,
5559, 561-3, 567, 570, 576-83, 586-8,
592-9, 608, 611, 619—20, 622, 624, 647,
655-6, 660, 664-5, 668-70, 672, 674-5,
681-2, 690-1, 697, 699, 702, 706, 709,
712, 721, 734-5, 760, 763, 765, 775,
783, 786, 832, 834, 835, 836, 845,
846, 855, 856, 872, 875, 888, 923,
951, 953, 960, 970, 971, 972, 982, 983,
984, 988, 991, 1000, 1033, 1070, 1074;
vid. Aristófanes; Jenofonte; Platón;
actitud negativa ante la naturaleza,
408; administración de la casa, 427;
Alcibíades, Critias y, 405-6, 426, 479.
587—8, 668; alma, sobre el, 410, 416-
417, 419-21, 423—4, 455, 472, 491-2,
516, 518, 532, 536, 656; amistad, con-
1144
ÍNDICES
Sophia, 323
Spinoza, 700
Spiritus, 83 '
spoudé, 721
stasís, 727-8
1011
Sthenelaidas, 358
Stier, E., 112
stoícheia (elementos), 848
Stumpf, Karl, 684
Sturm und Drang, 202
Starz, F., 432
sueños, 823; libros de, 823
Suidas, 707, 710
oúuueroov, 826; simetría, 829
supersticiones populares, 19
sympatheia, 234, 246
Tácito, 1045
Tannery, 156
Teages, 669
Tecmesa, 258
1145
1146 INDICES
thiasos, 133 mero, maestro de la, 766; las Leyes
Timasarco ( egineta), 201 de Platón como tragedia, 1068 s.,
timocracia, 734, 736-8, 1022; vid, Pla- mito y, 55, 224, 226—9, 244, 247, 260,
tón 311-3; como modelo de la educación
timos, 750 humana, 252; negación del sentimien-
Timoteo, 619, 929-33, 953, 960 to trágico de la vida 610; como ór—
Tíndaro, 314 gano del más alto conocimiento, 261;
tiranía, 142, 180, 190, 207, 208, 209, origen y desarrollo de la, 50, 55, 217,
210, 212-20, 223, 224, 235, 260, 266, 229-37, 249, 251, 311, 326-9; religión
272, 301, 346, 367, 735, 744-8, 919, y moralidad en la, 55, 145, 233-8,
999-1014 (passim), 1042; democracia 277; del siglo v, 610; trilogías. 231,
y, 744; odio a" la, 215; vid. mece- 237, 239, 241-3, 258, 259; vid. Esqui-
nazgos lo; Eurípides; Sófocles
tirano, 212-20. 521, 5356. 748-53, 758, tragicomedia, 314
878, 887, 913, 999-1014 ( passim), transmigración de las almas, 161, 164;
— 1050; adaptación al, 535-6; la cultu- vid. Pitágoras
ra y los tiranos, 212-20; impotencia Trasíbulo, 207, 751
del, 521, 753; psicoanálisis y, 749 Trasímaco, 296, 336, 595, 1051
Tirteo, 75, 86, 90-102, 103, 104, 108, Treinta Tiranos, 383, 426, 428, 479
117-9, 140, 171, 181, 194, 219, 224, 904, 913
226, 263, 551, 593, 597, 1023, 1024; Treitschke, Heinrich, 862
elegías de, 75, 86, 92-5, 97, 99, 100, trºnodias, 1047
613, 650-2, 774. 965; estilo de, 75. Treves, Paul, 1080
93, 94, 100, 101, 108, 118, 119, 219, tribunales, 338
226; eunomía, 98—100; su influencia trímetro, 328
en la historia política griega, 99-100; trinidad griega del poeta (nomw'tg), e
su llamamiento a la areté política, hombre de estado (nokwmóg) y e
75, 86, 92-102, 117-9, 140, 194, 223, sabio (aorpó;), 14
551, 1023, 1024; su tiempo, 263 trivium, 289, 290
Tisis, 160, 239 Troya (Ilión), 24, 26, 33, 36, 37, 44
titanes, 169, 244, 245, 246, 247 56, 58, 63, 103, 104, 207, 227, 311
titánico, 1048 348, 349, 702, 758, 1040; ancian<
Titanomaquia, 74 de, 37; ciclo de los poemas de, 31
Titonos, 96 227; discusión entre los dioses en ?
Torona, 930 guerra de, 62-3; guerra de, 33, 3
Toth (dios egipcio), 996 58, 63, 207, 227
Tracia, 153 Tucídides, 62, 115, 129, 138, 186, 21
tracios, 1060, 1091 224, 230, 266, 267, 280, 288, 291, 29
tradición, 4, 13, 30, 32—4, 35, 46, 70, 300, 305, 310, 311, 332, 345—69, 38
80, 98, 105, 129, 159, 169, 181, 188, 397, 405, 409, 429, 520, 524, 529, 64
189, 209, 227-30, 236, 308, 319, 325, 743, 761, 787, 795, 834, 838, 861, 86
328, 335, 345, 348, 352 863, 865, 867, 885, 889, 890, 891, 89
tradición musical, 1047, 1063 915, 950, 951, 969, 1080, 1081, Il!
tragedia, 50» 55. 137, 145, 217. 22347, 1097, 1105; como creador de la h
248-62, 272, 277, 301—23, 325'8,' 339, toria política, 345, 347-8; como d
331. 340, 341. 3421 344, 352, 358, 363. cípulo de los sofistas, 349, 361; d
391, 418, 610, 766, 770, 776, ¡896, cursos de, 293, 300, 332, 333, 35
1005, 1097; comedia y. 326; concep- 353, 355-60, 368; su enseñanza, 11
to de lo trágico, 234; contenido ideo— 224, 230, 280, 291, 293, 305, 306, 3]
lógico de la. 230. 231; coro, 205, 231- su estilo, 186, 288, 346—51, 353-7, 31
234, 240, 243, 245-7, 250, 255, 259, 362; Homero y, 348-9; incompati
262, 316, 319, 327, 328, 337, 341, 358; lidad de la guerra y la justicia, 35
su enseñanza, 137, 230-2» 239-41, 246- su juicio sobre Atenas y Esparta, 3!
247, 248, 277, 341; estilo, 232, 233, como pensador politico, 345-69;
235, 236, 312-4; fijación de la trage- predecesores, 345, 350; sus suceso:
dia como género, 234; formas más 357, 366; vid. Pericles
antiguas de la, 229, 233—4, 313; Ho— Tyché, 125, 126, 195, 228, 234, 241,3
vid. Pitágoras
904, 913
:renodias, 1047
tribunales, 338
trímetro, 328 ,
Virgilio, 117
vita contemplativa, 13
Vitelli, 124
Yocasta, 258
Zeto, 524
Zeus, 21, 26, 42, 46, 63, 64, 71, 72, 73,
76, 77, 92, 99, 106, 122, 141, 143,
144, 145, 180, 185, 198, 205, 207, 209,
224, 235, 236, 240, 244, 245-7, 251,
274, 317, 332, 339, 498, 606, 685,
1007; Liceo, 747; “armonía” de, 247;
castigo de, 145, 159, 240, 244; iden-
tificación de su voluntad con la idea
del derecho, 71, 72-3, 76, 77, 245,
247, 274
zoé. 755
Zola, 250
Zucker, 298
ÍNDICE GENERAL
Prólogo
INTRODUCCIÓN
Posición de los griegos en la historia de la educación humana .
II.
III.
IV.
VI.
VII.
VIII.
IX.
XI.
LIBRO PRIMERO
LA PRIMERA GRECIA
Nobleza y areté . . . . . . . . .
Cultura y educación de la nobleza homérica .
Homero el educador . . . . . . . .
Hesíodo y la vida campesina . . . . .
VII
IO!
19
30
48
67
84
103
117
137
150
181
212
ÍNDICE GENERAL
LIBRO SEGUNDO
CULMINACIÓN Y CRISIS DEL ESPÍRITU ÁTICO
El drama de Esquilo . . . . . . . . .
LIBRO TERCERO
EN BUSCA DEL CENTRO DIVINO
Prólogo................
I.Elsiglolv . . . . . . . . . . . . .
II. La herencia de Sócrates . . . . . . . . . .
El problema socrático, 393; Sócrates, educador, 403
1149
223
248
263
303
325
345
373
381
389
458
467
489
511
549
565
589
1150
INDICES
LaRepública.ll . . . . . . . . . . . .
La paideia de los “regentes”. El modelo divino, 677;
La caverna. Una imagen de la paideia, 691; Paideia como
conversión, 695; Las matemáticas como propaideia, 702;
La cultura dialéctica, 712; El currículum del filósofo, 715;
Tipos de constitución y tipos de carácter, 723; El estado
en nosotros, 753
La República. 111
LIBRO CUARTO
Prólogo................
I. La medicina griega considerada como paideia . . .
II. La retórica de Isócrates y su ideal de cultura . . . ' .
111. Educación política y el ideal panhelénico . . . .
IV. La educación del príncipe . . . . . . . .
V. Autoridad y libertad: el conflicto dentro de la demo—
cracta...............
VI. Isócrates defiende su paideia . . . . . . . .
VII. ]enofonte: el caballero y el soldado ideales . . . .
VIII. El Fedro de Platón: filosofía y retórica . . . . .
IX. Platón y Dionisio: la tragedia de la paideia . . . .
X. LasLeyes. . . . . . . . . . . . .,
677
764
781
783
830
857
870
895
922
951
982
999
1015
NOTA FINAL
¡%%
iii…
9 “789681
PAIDEIA /
/
Paideia no es simplemente un nombre simbólico, sino la única designa-
ción exacta del tema histórico estudiado en esta obra. Como otros con-
ceptos muy amplios (por ejemplo. los de filosofía o cultura). este tema
se resiste a ser encerrado en una fórmula abstracta. Su contenido y sig-
nificado sólo se revelan plenamente ante nosotros cuando leemos su
historia.
Es imposible rehuir el empleo de expresiones modernas tales como
civilización, cultura, tradición, literatura 0 educación. Pero ninguna
de ellas coincide realmente con lo que los griegos entendían por paideia.
Cada uno de estos términos se reduce a expresar un aspecto de aquel
concepto general.
Esta obra, cuyo nombre va unido a uno de los grandes éxitos editoria-
les del Fondo de Cultura Económica —gran parte dela traducción se hizo
a partir del original alemán inédito—, fue publicada por primera vez en
lll