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Cinco Razones por las que No Discipulamos (1ra Parte)

Por Barry Cooper

Siete años atrás la revista Christianity Today le pidió a John Stott que evaluara el crecimiento de
la iglesia evangélica. Esta fue su respuesta:
La respuesta es «crecimiento sin profundidad». Ninguno de nosotros quiere discutir sobre el
extraordinario crecimiento de la iglesia. Pero ha sido un crecimiento en gran parte numérico y
estadístico. Y no ha habido suficiente crecimiento en el discipulado comparado con el
crecimiento numérico.
Lamentablemente, siete años después, esa evaluación aún continúa siendo verdad. Aunque
nuestro crecimiento ha sido tan amplio como el océano, frecuentemente es tan profundo como el
pelaje de un perro puddle. ¿Por qué es así? ¿Qué está sucediendo? Durante los próximos meses,
estaré sugiriendo cinco razones por las cuales no discipulamos o por lo menos no discipulamos
bien.
Pero primero consideremos, ¿cuál es el fundamento bíblico del discipulado? Hay mucho, pero el
pasaje principal está en Mateo 28:18-20:
Entonces Jesús vino a [los once discípulos] y dijo, «toda autoridad en los cielos y en la tierra ha
sido dada a mí. Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que
les he ordenado…».
Ahora la pregunta es, ¿es que esta orden de («ir y hacer discípulos…») aplica sólo para los once
discípulos que Jesús le estaba hablando? ¿O también aplica para cada discípulo cristiano?
Algunas veces las traducciones dan la impresión de que «ir» es la parte más importante del
mandato, lo cual fue lo que hizo que el versículo se convirtiera en el catalizador del movimiento
misionero moderno. Pero el verbo principal de la oración es «hacer discípulos». Un comentarista
lo pone de la siguiente manera: «la comisión de Jesús aquí es no fundamentalmente sobre hacer
misiones en algún de otro país. Es una comisión que hacer de hacer discípulos algo que es parte
de la agenda normal y una prioridad para cada iglesia y discípulo cristiano».

D. A. Carson hace la misma conclusión:


El mandato es dado por lo menos a los once, pero a los once en su propio rol como discípulos.
Por tanto, ellos son los paradigmas para todos los discípulos… Es obligatorio para todos los
discípulos de Jesús hacer que otros sean lo que ellos mismos son, discípulos de Jesucristo.
Esto me lleva a una pregunta preocupante. Si el Señor Jesús mismo ha ordenado que cada
cristiano «haga discípulos», ¿entonces por qué todo el mundo no está haciéndolo? ¿Qué es lo que
hace que nuestras iglesias se conviertan en comunidades prósperas de hacedores de discípulos?
Permítanme sugerir cinco razones; una ahora, y cuatro más adelante en otros artículos futuros.
¿POR QUÉ NO DISCIPULAMOS? PORQUE PREDICAMOS UNA GRACIA BARATA
Ustedes seguro recuerdan a Dietrich Bonhoeffer, el pastor alemán y teólogo. Él definió la gracia
barata de la siguiente manera: «gracia barata es la predicación de perdón sin requerir
arrepentimiento, el bautismo sin disciplina de iglesia. La comunión sin confesión. La gracia
barata es la gracia sin discipulado, gracia sin la cruz, gracia sin Jesucristo» (The Cost of
Discipleship [El Costo del Discipulado], 43-44).
Cuando el evangelio es predicado en tu iglesia local, ¿qué escucha tu gente? Ellos escuchan,
«claro que has pecado, pero ahora todo está perdonado. Jesús pagó el precio de tu pecado. Así
todo ha sido resuelto».
Eso parece estar bien, pero no lo suficiente. El problema es que ese evangelio no pide nada para
el discipulado. No hay requerimiento de arrepentimiento. Ni para mantener la santidad. ¿No es
eso en desacuerdo con la insistencia de Jesús de Marcos 8:34? Si alguno viene en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame».
Como dice el antiguo axioma: la gracia puede ser gratis, pero no es barata. Le costó la vida a
Jesús. Y también a nosotros nos costará la vida si queremos seguirle. La invitación puede ser
extendida a todos, pero sólo aquellos que obedecen el llamado de Jesús — negarse a sí mismos y
tomar su cruz—lo han recibido.
Y la pregunta es, ¿estamos enseñando este evangelio en nuestras iglesias locales? ¿Es que
nuestro evangelio tiene la demanda del discipulado? ¿O proclamamos a Marcos 8:34 y lo
dejamos en letras pequeñas, esperando que nadie se dé cuenta de ello hasta firmar la línea
punteada? ¿Estamos nosotros disminuyendo el costo del discipulado con la esperanza de que más
puedan comprarlo?
Otra pregunta relacionada: ¿hablamos del amor de Dios como algo «incondicional»? Si lo
hacemos, contribuimos con el problema de la gracia barata. Porque en un sentido, el amor de
Dios no es para nada incondicional. Escucha lo que David Powlison dice aquí: «a pesar de que es
verdad que el amor de Dios no depende de lo que haces, depende mucho de lo que Jesucristo
hizo por ti. En ese sentido, es altamente condicional. Le costó la vida a Jesús» (God´s Love:
Better than Unconditional [El Amor de Dios: Mejor que Incondicional], 11).
Si fallamos en enseñar la «condicionalidad» del amor de Dios, estamos sirviendo una gracia
barata. Una gracia que no requiere ninguna obediencia radical, sólo un adormecimiento. La
gracia no puede removerse, sólo sedar.
El evangelio no es condicional («si me obedeces, te amaré»), pero tampoco es incondicional («te
amo sin importar si me obedeces»). El evangelio es contra condicional («te amo aún cuando no
me hayas obedecido, porque mi Hijo lo hizo»). Y la obediencia del Hijo a nuestro favor nos
mueve a amar y obedecer. Como dijo Jesús, «si me amas, obedecerás mis mandamientos» (Juan
14:15).
Mi temor es que en nuestro deseo evangelístico de obtener «decisiones» de las personas,
podemos haber hecho que muchas de esas «decisiones» no tengan ningún significado. Una cosa
es «hacer la oración», y otra arrepentirse y creer. Es más fácil pisar el rastro del aserrín que
caminar por el camino del Calvario.

¿CÓMO PODEMOS HACER QUE LA GRACIA SEA «MÁS CARA»?


Así que, ¿qué deberíamos hacer —si puedo ponerlo de esta manera— para hacer que la gracia
sea más cara?
Primero, cuando predicamos el evangelio, es tentador predicar sólo la identidad y misión de
Cristo («Jesús es el Hijo de Dios y murió por pecadores como tú»). Pero también debemos
predicar su llamado: «si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame»
(Marcos 8:34).
Que nadie de nuestra congregación tenga duda: un cristiano demuestra ese hecho cuando se
niega a sí mismo y toma su cruz. Eso significa que en nuestra predicación del evangelio no
debemos olvidar la manera en que Jesús mismo predicó el evangelio. Él llamó a las personas a
tanto a arrepentirse como a creer (Marcos 1:15). Los dos son inseparables. Nunca debemos crear
una brecha entre ellas en nuestra predicación, como si «creer» fuera necesario para hacer de
alguien un cristiano, y luego «arrepentimiento» fuera algo opcional para aquellos que son
verdaderamente cristianos. Ninguna de las dos cosas es negociable.
Segundo, cuando las personas nos preguntan cómo pueden saber si están verdaderamente en
Cristo, no apuntemos hacia una oración realizada, un camino transitado. Los fundamentos
bíblicos de nuestra seguridad se encuentran en nuestro caminar continuo por el camino del
Calvario, llevando la cruz de la vergüenza y manteniendo el fruto a través del arrepentimiento
(Mateo 3:8).
La gracia barata puede ser fácil de «comprar». Puede ayudar a que nuestras iglesias se llenen.
Pero debemos cuidar que de que no sean llenas de personas que no son discípulos, o que no
quieren serlo, y por lo tanto no tienen deseos de que otros sean discípulos. Habremos creado una
cultura donde el discipulado es esencialmente irrelevante.
La próxima vez sugeriré una segunda razón por la que no discipulamos.

Barry Cooper estudió inglés en la Universidad de Oxford y teología en Trinity Evangelical Divinity
School.
Traducido por Samantha Paz, República Dominicana.

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