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Lenin y la vigencia del enfoque práctico materialista

Marlon Javier López


Introducción
La revolución rusa puede ser definida sin problemas como el suceso histórico más
importante del siglo XX. Se trata del primer hecho de impacto mundial, en el verdadero
sentido de la palabra. Su influjo fue determinante para el desarrollo posterior de los
acontecimientos. Tanto así que el historiador Eric Hobsbawn llegó a delimitar, como se
sabe, el siglo XX por el ciclo vital abierto tras la revolución de octubre, que entre otras
cosas “originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia
moderna” (Hobsbawn, 1998, p. 63). Su influencia se deja sentir de diversas maneras,
incluso en nuestros días.
Es imposible, por otro lado, pensar en la revolución rusa sin pensar en Lenin, cuya
destacada personalidad ocupa un papel de importancia incuestionable en aquel hecho
histórico.
Este artículo parte de dos premisas fundamentales. La primera es que Lenin ofrece
importantes elementos para pensar la política en el presente, permitiendo desarrollar ideas
frescas para un proyecto de transformación. La segunda es que la praxis política de Lenin
en conjunto con su extraordinario método de análisis de la realidad, es proporcional a su
fidelidad hacia el marxismo. Tal apreciación nos conduce a sostener la ortodoxia del
marxismo promulgado por Lenin. Ello, aunque pueda parecer paradógico y hasta
contradictorio para muchos, en oposición, sin embargo, a cualquier rasgo de dogmatismo.
Por esta razón es preciso comenzar con un esbozo general de lo que constituye el
pensamiento medular de Marx. Como es sabido, éste desarrolla sus ideas en medio de una
discusión con el hegelianismo, imperante en el entorno cultural de su juventud, rompiendo
con él sin desentenderse de manera completa con la filosofía de Hegel. Por esta razón
comenzamos con un examen de los elementos de la teoría social que de Hegel absorbió
Marx, para en seguida continuar con una breve exposición de su pensamiento. Concluimos
que Marx no ha desarrollado una teoría sustentada en sólidos principios rígidos sino una
viva filosofía que tiene a la base la categoría central de “praxis”. Bajo estos elementos y
con un sentido acorde a ese espíritu, Lenin lleva a cabo su praxis política, poniendo en
marcha un minucioso análisis de la realidad en cada momento.
La consideración final de este ensayo es que nuestra época exige tener presente las

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lecciones históricas del análisis leninista, no para intentar aplicarlo tosca y
esquemáticamente, sino para, utilizando la expresión de Zizek “repetir el gesto leninista”
(Zizek, 2004, p. 156); esto es, enfrentar la situación tal y como Lenin enfrentó la suya
propia. Pues al igual que su época la nuestra demanda agudeza y originalidad. Lenin se
enfrentó a la primera gran “crisis” del marxismo, marcada por el derrumbe del proyecto
socialdemócrata, todo lo cual lo obligó a reestructurar el camino a fin de encontrar la vía de
tránsito a la construcción del socialismo. Pues bien, de este estado de cosas surge el
leninismo. No será ya difícil evidenciar lo análoga de nuestra situación, la cual nos sitúa en
la obligación de pensar y replantear la estrategia y las coordenadas de nuestro propio
proyecto emancipador.

Dialéctica de la unidad del todo social


El punto de partida del leninismo es lo que Lukács llama la actualidad de la revolución.
Dicha actualidad señala el camino para fundir la teoría y la praxis política de un modo tal
como no había sido posible hasta entonces. Tal tarea sólo pudo lograrse tras superar el
anquilosamiento al que remitía el vulgar marxismo mecanicista y dogmático que dirigía la
praxis de los partidos políticos aglutinados en la segunda internacional. Cuando la
catástrofe de 1914 arrastró a los partidos socialdemócratas hacia la locura del chovinismo,
Lenin se encerró en un lugar solitario de Suiza para estudiar la Ciencia de la lógica de
Hegel. Deseaba entender cuáles eran las circunstancias que habían cambiado y cuáles eran
los causes abiertos para la revolución social. Estudia la lógica hegeliana convencido de que
la dialéctica es la clave para penetrar e interpretar los complejos fenómenos de la realidad
social.

Pese al carácter burgués y mistificado de la dialéctica hegeliana, se puede reconocer en ella


dos aspectos profundamente valisos para enfrentar los fenómenos de la sociedad. El
primero de ellos, y también el más importante, es la comprensión de la realidad como
proceso; el segundo, su idea de la objetividad de la realidad como un conjunto de
enajenaciones de lo que él entiende bajo el concepto de “sujeto” (Lukács, 1963, p. 515).
Esto permite superar las limitaciones de filósofos anteriores que no permiten tomar
adecuadamente en cuenta la dimensión práctico-productiva del ser humano, como por
ejemplo, la idea kantianas de “la cosa en sí”. Al ser el mundo exterior una enajenación del

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sujeto, Hegel se ve de hecho imposibilitado de plantear una ruptura entre el conocimiento y
el mundo objetivo.

Como filósofo de la sociedad, Hegel se preocupa especialmente por determinar el carácter


específico de la relación entre la práctica humana y los objetos emanados de ella (Lukács,
1963, p. 517). En la práctica social es en donde el ser humano supera la inmediatez natural,
sustituyéndose por un sistema de formaciones creadas por el trabajo humano, el cual no
sólo produce objetos sociales sino que también transforma a los sujetos, enajenándolos de sí
mismos (Lukács, 1963, p. 517). Desde este punto de vista, el devenir humano se presenta
como un juego creador en el que la colectividad humana se autoproduce a la vez que se
conoce.1

Esta misma idea será la que desarrollará Marx posteriormente. Mediante la captación de la
unidad teoría-praxis de un modo mucho más profundo completo, y radical del cual le había
sido posible a Hegel, sobreponiéndose así al teoricismo del cual aquel era presa. Con ayuda
de la categoría de praxis Marx es capaz de definir la dimensión humana como acción
práctica, transformadora del mundo exterior (Marx & Engels, 1970, p. 27). Por ello la
práctica humana es definida como la categoría que plasma la actividad humana como una
actividad sensible que es a la vez subjetiva y objetiva (Marx & Engels, 1970, pp. 665-666).
Para Marx todo acto de conocimiento está precedido por una actividad material humana que
lo hace posible y lo condiciona desde el principio (Marx & Engels, 1970, p. 26). No postula
una separación entre la actividad intelectual y la vida material. La actividad humana
concreta es para él siempre la unidad de ambos aspectos.

La praxis humana, en tanto acción material trasciende a la mera posición del sujeto
cognitivo. De lo que se trata no es de distinguir correctamente entre dos polos: sujeto-objeto,

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Es imposible exponer en este lugar con detalle la concepción de la sociedad y de la historia humana que se
presenta en la obra de Hegel. Nada más con el ánimo de ilustrar y fundamentar nuestras opiniones
reproducimos el siguiente pasaje donde el filósofo logra captar esenciales características de la sociedad
moderna: “El trabajo del individuo para satisfacer sus necesidades es tanto una satisfacción de las necesidades
de los otros como de las suyas propias, y sólo alcanza la satisfacción de sus propias necesidades por el trabajo
de los otros. Así como el individuo lleva ya a cabo en su trabajo singular, inconscientemente, un trabajo
universal, lleva a cabo, a su vez, el trabajo universal como un objeto consciente; el todo se convierte en obra
suya como totalidad, obra a la cual se sacrifica y precisamente así se recobra a sí mismo desde esta totalidad”
(Hegel, 1966, p. 210). Y más adelante “El todo es la compenetración en movimiento de la individualidad y de
lo universal […] Aparece así un juego de las individualidades, unas con respecto a otras […]” (Hegel, 1966, p.
244).

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sino de establecer la adecuada relación entre el conocimiento como tal y la práctica humana
que lo condiciona y antecede. No sólo es necesario superar el idealismo anteponiendo el
materialismo como habían hecho filósofos anteriores (Feuerbach), sino superar todo
teoricismo mediante una filosofía de la praxis que reconozca que toda forma de conciencia
está condicionada por la actividad humana, y que por tanto, el filósofo, en la medida en que
se vuelve parte de esa actividad social puede poner su actividad al servicio de la
transformación social (Marx & Engels, 1970, p. 666). De este modo la filosofía de Marx
rompe de hecho con toda la tradición filosófica precedente. Como veremos en seguida toda
la praxis política de Lenin está guiada por estos presupuestos.

El pensamiento político de Lenin

En 1916 Lenin ha desarrollado, apoyándose en la profunda comprensión de la dialéctica


hegeliana, y en definitiva de la filosofía política de Marx, su teoría del imperialismo.
Previamente con Rosa Luxemburgo había propuesto en el congreso de Stuttgart, ante la
segunda internacional, una declaración pública de rechazo hacia la guerra. En apariencia
Lenin no estaba solo. Pero a partir de agosto de 1914 era evidente que lo estaba, y más aún
en 1917. Como ya hemos mencionado, lo principal en su teoría del imperialismo es la idea
de la actualidad de la Revolución. Su agudo análisis de la situación general le permite
determinar el imperialismo como “capitalismo en transición o capitalismo agonizante”
(Lenin, 1977, p. 423). Esta actualidad era negada por los líderes de la socialdemocracia y
sus teóricos, a los cuales Lenin enfrentaba duramente. En Alemania el “marxismo
ortodoxo” de autores como Karl Kautsky había reducido la teoría de Marx a un estereotipo
de socialismo científico con rasgos deterministas y evolucionistas (Kolakowski, 1982, p.
38). La consecuencia práctica era la postergación indefinida de la lucha revolucionaria y el
reproche de impaciencia hacia todo intento de llevarla a cabo. Frente a esta posición se
ubica Lenin, y una minoría de revolucionarios que mantienen lo mas vivo del pensamiento
de Marx. Vale reproducir aquí la objeción de Rosa Luxemburgo a Eduard Bernsteins:

En el curso de la crisis política que acompañará su conquista del poder, en el


fuego de luchas prolongadas e intensas, el proletariado alcanzará el grado de
madurez política que le capacitará para la victoria definitiva en la revolución.
Así pues, tales asaltos “prematuros” del proletariado al poder político del

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Estado son en sí mismos un importante factor histórico que determina el
momento de la victoria definitiva. Desde este punto de vista, la idea de una
conquista “prematura” del poder político por la clase obrera resulta ser un
contrasentido producto de una concepción mecanicista del desarrollo social y
del establecimiento de una fecha para el triunfo de la lucha de clases, pero al
margen e independiente de esta lucha.
Por tanto, dado que el proletariado no está en situación más que de conquistar el
poder del Estado “demasiado pronto”, o sea, dado que el proletariado tiene que
conquistar el poder del Estado una o varias veces “demasiado pronto” antes de
poder conquistarlo definitivamente, la oposición a una conquista “prematura”
del poder no es más que la oposición a la aspiración del proletariado a
apoderarse del poder estatal. (Luxemburgo, 2002, p. 88)

No obstante en las visiones de los grandes teóricos de la Socialdemocracia el socialismo


aparecía nuevamente como una utopía irrealizable. No como un Devenir sino como un ser
(Lukács, 2005, p 87). Por el contrario Lenin se negó en todo momento a tratar al socialismo
como algo teóricamente acabado. Sólo en la lucha por el socialismo es posible el
reconocimiento teórico del mismo. Es la aplicación y correcta utilización del método de
Marx lo que permite a Lenin escapar a las visiones dogmáticas del marxismo vulgar,
recobrando la auténtica y originaria fuerza revolucionaria del marxismo:

Cuanto más rápidamente nos desprendamos de los viejos prejuicios del


seudomarxismo…, cuanto más enérgicamente nos apliquemos a ayudar al
pueblo a organizar inmediatamente y en todas partes soviets de diputados
obreros y campesinos, y los ayudemos a que asuman el control de toda la vida
pública… tanto más fácil le será al pueblo decidirse en favor de una república
de soviets de diputados obreros y campesinos. Al principio serán inevitables los
errores en esta nueva tarea de desarrollo de la organización por el pueblo
mismo, pero es preferible cometer errores y avanzar que esperar hasta que los
profesores de leyes, convocados por el señor Lvov, elaboren sus leyes para la
convocación de la asamblea constituyente, para la perpetuación de la república
parlamentaria burguesa y para el extrangulamiento de los soviets de diputados
obreros y campesinos (Lenin, 1977, p. 487).

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La claridad con la que Lenin lleva a cabo la lectura de la situación en 1917 le permite,
como se ve en esta cita, evidenciar ante el escepticismo de sus compañeros el momento
oportuno para la revolución. Este momento puede ser irrepetible. El proletariado debe
aprovechar las condiciones que se presentan en su favor antes que desaparezcan. Semanas
antes de la revolución de octubre Lenin escribía: “La historia no nos perdonará sino
tomamos el poder ahora” (Lenin, 1976, p. 131). Este principio se sustenta en la idea
dialéctica de la absoluta movilidad de todos los límites de la naturaleza y de la historia; para
Lenin no existe un solo fenómeno que bajo determinadas condiciones, sea incapaz de
transformarse en su contrario. Por esta razón, como dialéctico consecuente y continuador de
Marx es capaz de situar el análisis concreto de la situación concreta, con ayuda de la
dialéctica como instrumento de análisis de la realidad, sin echar mano de preconceptos
abstractos y sin sucumbir a ninguna fetichización de fenómenos superficiales (Lukács,
2005, p. 93).
La idea rectora es la premisa marxista que advierte que son los hombres los que hacen la
historia, pero bajo circunstancias no elegidas por ellos mismos. El reconocimiento de que la
historia produce siempre algo nuevo, razón por la cual cada momento histórico adquiere
novedad permanente. No es posible encontrar receta alguna a modo de fórmula factible de
ser aplicada mecánicamente a cada caso concreto. Para el auténtico método marxista la
verdad surge tan solo del análisis concreto de la situación concreta, razón por la cual cada
una de las consignas y consecuentemente de los movimientos tácticos adoptados en cada
caso, debe ser deducida del conjunto de los rasgos específicos de una situación política
determinada (Lenin, 1976, p. 264). Este marxismo original y creador fue el signo
característico y orientador de su praxis política. Es así que en 1917 escribe El Estado y la
Revolución, una de sus obras más importantes. En ella traza el objetivo programático para
la construcción de un nuevo tipo de Estado. Al leer esta obra se evidencia que se trata de un
proyecto dibujado no para un futuro incierto y lejano sino inmediato. La construcción del
nuevo Estado proletario no es algo que deba imponerse a la realidad sino mediante la
educación de las masas, bajo su incorporación en las tareas políticas de dirección y gestión
del mismo (Lenin, 1976, p. 223). Mas esta tarea se lleva a cabo ya, “por iniciativa de los
millones de habitantes del país, que crean una democracia a su manera” (Lenin, 1977, pp.
485-486). Se trata tan solo de que puedan desarrollar de manera consciente esa tarea y de
orientar su energía creadora en el rumbo acertado de la revolución socialista.

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Conclusión

La tesis Lukacsiana según la cual lo que diferencia al marxismo de la ciencia burguesa no


es la preponderancia de los motivos económicos en la explicación de la historia, sino el
punto de vista de la totalidad (Lukács, 1970, p. 59) es aplicable a Lenin mejor que nadie.
Para el marxismo, cada fenómeno debe enfocarse desde la relación que guarda con el todo
social, determinando al mismo tiempo las tendencias centrales del movimiento histórico. La
dialéctica entre el todo y las partes ocupa, pues, un lugar preponderante en el análisis
marxista.

Es este punto de vista dialéctico el que caracteriza de mejor manera la praxis política de
Lenin. Porque el diagnóstico del imperialismo como el de la “actualidad de la revolución”
sólo adquiere sentido bajo esta consideración. Dejando de lado este elemento de la totalidad,
Rusia difícilmente podía aparecer como el escenario mundial para la realización del
socialismo. No sólo porque se abstraía de un mundo que cada vez aparecía más
interrelacionado, sino porque las condiciones que abrían tal posibilidad aparecían ocultas
tras los fenómenos de la realidad inmediata. Lenin considera, por tanto, dos importantes
aspectos. Por un lado, el punto de vista materialista que establece que son los hombres
mismos los que hacen su historia, el cual le permite escapar a toda sobreestimación de la
acción externa sobre el actuar histórico de las masas, evidenciando la propia dinámica de su
accionar práctico-transformador. Esto, no obstante, le habría conducido a cometer el mismo
error de muchos otros, quienes poniendo el acento en las circunstancias específicamente
rusas derivaban teorías utópicas fundamentadas en la autogestión de pequeñas comunas
agrícolas. Por el contrario, con la claridad de su penetrante mirada, Lenin es consciente de
la condena al fracaso de tales tentativas, ante la marcha vertiginosa de la moderna industria.
Por esta razón dirige su atención más allá de la superficie, hacia el proceso total, lo cual lo
dota de la claridad teórica necesaria para vertebrar, en torno al programa del proletariado,
una fuerza lo suficientemente poderosa para llevar a cabo la transformación socialista de la
realidad.
En mi opinión, este método de análisis y de praxis política no ha perdido y no puede perder
su vigencia, puesto que el rasgo esencial del leninismo no es un conjunto de fórmulas
aplicables en todo momento, sino un modo de afrontar los sucesos y las tareas que la
realidad les impone a los revolucionarios en cada momento. Porque como dice Lukács: “El

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leninismo significa que la teoría del materialismo histórico se ha acercado todavía más a las
luchas cotidianas del proletariado, se ha vuelto más práctica de lo que podía serlo en los
tiempos de Marx” (Lukács, 2005, p. 100). Y esto significa la recusación de todo
dogmatismo, de cualquier presupuesto, pero la conservación de un modo de pensar que es a
su vez un modo de praxis. Pues “si la tarea de los comunistas consiste ahora en retomar el
hilo del leninismo, esta continuación sólo puede ser fructífera en el caso de que se
comporten frente a Lenin como el propio Lenin se comportó frente a Marx” (Lukács, 2005,
p. 100).

Trabajos citados

Hegel, F. W. (1966). Fenomenología del Espíritu. México: Fondo de Cultura Económica.


Hobsbawn, E. (1998). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica.
Kolakowski, L. (1982). Las principales corrientes del marxismo. Su nacimiento, desarrollo y disolución
(Vol. II). Madrid: Alianza Editorial.
Lenin, V. (1976). Obras Completas (Vol. XXVII). Madrid: Akal Editor.
Lenin, V. (1976). Obras Completas (Vol. XXVI). Madrid: Akal Editor.
Lenin, V. (1977). Obras Completas (Vol. XXIV). Madrid: Akal Editor.
Lenin, V. (1977). Obras Completas (Vol. XXIII). Madrid: Akal Editor.
Lukács, G. (1963). El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista. México: Editorial Grijalbo.
Lukács, G. (1970). Historia y Conciencia de Clase. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Lukács, G. (2005). Lenin. Estudio sobre la coherencia de su pensamiento. En G. Lukács, Lenin-Marx
(págs. 31-113). Buenos Aires: Editorial Gorla.
Luxemburgo, R. (2002). ¿Reforma o Revolución? Madrid: Fundación Federico Engels.
Marx, K., & Engels, F. (1970). La ideología Alemana. Barcelona: Editorial Grijalbo.
Zizek, S. (2004). Repetir Lenin. Trece tentativas sobre Lenin. Madrid: Ediciones Akal.

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