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cambiante y complejo.
En los inicios del siglo XXI, el sociólogo Zygmunt Bauman (2002) nos sorprendió refiriéndose a la
etapa de la modernidad en que vivimos, utilizando una metáfora: transitamos la época de los
“tiempos líquidos”. Bauman aclara que la liquidez es aquello que fluye, que se desintegra y muta
con facilidad y que -continúa- vino a reemplazar a la “solidez” de otros tiempos, forjada en
convicciones y lealtades que se construyeron a través de años.
Muchas de las grandes transformaciones características de estos “nuevos tiempos” son posibles
gracias al desarrollo tecnológico sin precedentes que incluso, ha cambiado la importancia de los
indicadores “tiempo” y “espacio”. La preminencia de la instantaneidad y de la simultaneidad
generó por ejemplo en el campo de las comunicaciones y de la información, nuevos
comportamientos en actores sociales y políticos. Las redes sociales y los medios masivos de
comunicación posibilitan que la información esté disponible en todo el globo al mismo tiempo y
que productores y receptores de esa información, se mantengan en contacto permanente.
El primer capítulo de la primera temporada -llamado “El himno nacional”- por ejemplo, simboliza a
través de una sátira despiadada y un poco fuerte en algunas escenas, cómo la tecnología ha
cambiado la forma en que los medios de comunicación generan, manipulan y hacen circular la
información y hasta qué punto el poder político actúa en consonancia con ello.
A través del siguiente link, podrán visualizar el capítulo completo, aunque a los efectos de esta
clase se sugiere hacerlo desde el inicio hasta los 25:35 minutos.
http://www.dailymotion.com/video/xvjz1q_1x01-black-mirror-espanol_shortfilms
https://www.youtube.com/watch?v=ngzIOEuIn60&t=1108s
Ahora bien, teniendo en cuenta este contexto, no debe resultar extraño que se promueva desde
hace tiempo la inserción de las “nuevas tecnologías” en las instituciones educativas. Sin embargo,
la incorporación de las mismas no puede hacerse de cualquier manera: deben “habitar” el espacio
escolar con sentido pedagógico, es decir, como herramientas de aprendizaje.
Asistimos a una época en la que la información está disponible en sus diferentes formatos con sólo
utilizar un buscador. Pareciera por lo tanto, si lo miramos desde una perspectiva educativa, que
uno de los problemas a resolver no es el del acceso a la información, sino qué se hace con
ella…¿De qué manera trabajar en el aula entonces, con la enorme cantidad de información
disponible sin perder de vista que el conocimiento proveniente de las Ciencias Sociales tiene que
contribuir a la comprensión del presente como paso necesario en la formación ciudadanos
responsables, críticos y con capacidad de intervenir en él?
Sabemos que las Ciencias Sociales comparten a la realidad social como objeto de estudio aunque
cada una la aborda desde una óptica particular y con herramientas específicas. Es el aporte de
todas ellas, lo que permite su comprensión debido a que “lo social” es complejo, conflictivo y
cambiante. Por lo tanto, afrontar su estudio a través de múltiples perspectivas, propicia identificar
continuidades pero también las rupturas que lo atraviesan.
Al mismo tiempo, las Ciencias Sociales están integradas por disciplinas de conocimiento que
posibilitan interpelar, criticar, deliberar, revisar tradiciones, valores y normativas que pautan y
organizan la vida en sociedad así como sugerir cambios en función de necesidades e intereses.
Cada una contribuye de esta forma a la formación ciudadana, en la medida en que favorece
valoraciones y posicionamientos personales fundados, frente a diversas problemáticas.
En este marco, toda acción educativa puede ser entendida como una intervención en el mundo,
tal como lo plantea Isabelino Siede (2013). Es sobre este postulado que radica su preocupación por
la “educación política”: una educación que además de ofrecer herramientas para el conocimiento
disciplinar, provea a los estudiantes de instrumentos para actuar en el mundo, transformarlo y
transformarse en él. En el mismo sentido, Alex Ruiz Silva (2008) propone no perder de vista que la
formación ciudadana, supone la formación política de los estudiantes, es decir, desarrollar sus
capacidades para participar responsablemente en los procesos económicos y políticos que definen
los destinos de la sociedad. Y aquí reside otra cuestión que los docentes no podemos perder de
vista: la enseñanza de las Ciencias Sociales en general y de la Historia en particular, deben
contribuir a que los estudiantes comprendan que el pasado, el presente y el futuro están en
diálogo permanente…
Para Joan Pagés (2007), el mayor aporte que puede realizar la historia a la formación ciudadana es
contribuir al desarrollo del pensamiento y de la conciencia histórica de los estudiantes. El
aprendizaje de procedimientos acerca de cómo utilizar y analizar evidencias, formular preguntas,
comunicar información, comprender la complejidad de la causalidad histórica, argumentar sus
propios puntos de vista y valorar los de los demás entre otros, es indispensable para formar
jóvenes ciudadanos. Sostiene además, que problematizar los contenidos, potenciar la enseñanza
del siglo XX y fomentar los estudios comparativos, facilita la comprensión de los cambios y las
continuidades. Lograr articular el pasado y el presente, abre las puertas para pensar un futuro no
determinado, sino por construir a partir de lo realizado: “(…) La historia puede aportar a esta
conciencia ciudadana los conocimientos, los valores y las habilidades mentales necesarias para que
nuestros jóvenes sepan que su futuro será el resultado de lo que ha existido, de lo que estamos
haciendo y de lo que harán hombres y mujeres en un contexto cada vez más globalizador y en el
que hará falta saber en cada momento, cómo decisiones que se toman a muchos quilómetros de
donde residimos pueden llegar a afectarnos con mucha mayor fuerza que decisiones que se toman
al lado de casa(…) La ciudadanía en la que creemos cada vez será menos “nacional” y se verá
menos limitada por las fronteras construidas en el pasado y por una determinada historia del
pasado.”(: 213).
El desarrollo de este tipo de pensamiento, por lo tanto, “va de la mano” con la formación de la
conciencia histórica. Dicha conciencia descansa sobre la interconexión de interpretaciones que
vinculan no sólo al pasado con el presente, sino además con las aspiraciones del futuro. Por eso,
frente a un porvenir que se presenta como “opaco” y lleno de incertidumbres (“líquido” diría
Bauman), contribuir a la construcción de la conciencia histórica de los estudiantes abre la
posibilidad para que éstos puedan ver al mañana vinculado con los problemas de hoy. De esta
forma es posible que no conciban al futuro como un “destino inexorable”, sino como una realidad
que se construye y que puede cambiar a partir de la acción, es decir, como posibilidad
Concebir al futuro como parte de la conciencia histórica de los jóvenes, abre el debate acerca de
cuáles son las bases sobre las que la sociedad ha construido o debería construir su porvenir. Al
mismo tiempo, ayuda a reflexionar sobre cuál es el papel que cumplen las acciones individuales en
esa la construcción. En definitiva, si el futuro se presenta como apertura de posibilidades y no
como algo predeterminado, es posible que los estudiantes analicen los problemas del presente y
se preparen para las respuestas que deban dar en el futuro. Pero, tal como afirman Antoni
Santisteban Fernández y Carles Anguerra Cerarols (2014: 262), “(…) usar los conocimientos del
pasado para analizar los posibles futuros no es algo que se produce de manera automática, es
decir, el conocimiento de la Historia no es en sí mismo -como simple acumulación de datos- un
instrumento útil para pensar el futuro. Este tipo de relaciones y estas capacidades para establecer
conexiones entre el pasado, el presente y el futuro es un aprendizaje que debe realizarse
expresamente, guiando al alumnado en la comprensión de la temporalidad, con un trabajo
específico de formación de la conciencia histórica y de educación para el futuro. (…)”.