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La ridiculización de las representaciones de género como el reconocimiento de una


realidad homosexual en algunos poemas de Salvador Novo.

“Todas las clases, todos los órdenes,


todos los oficios, podían reconocerse por su traje”

Johan Huizinga.

Octavio Paz dijo alguna vez que la literatura mexicana del siglo XX tenía el afán, o mejor
dicho, la tentación, de cambiar al mundo a través de la poesía. Los escritores de este siglo,
herederos de la actitud visionaria y revolucionaria del romanticismo, y de la nostalgia de las
obras clásicas con toda su fuerza y su limpidez, tomaban, según Paz, al ejercicio literario por
instrumento de rebelión; y no precisamente en lo que a lo ideológico y lo político tocaba,
sino, y en mayor medida, en lo puro del lenguaje, en la estética, en el valor literario de la
obra; fue este el caso del grupo de Los Contemporáneos (1927).
En el episodio homólogo al nombre de este grupo de intelectuales, de la serie televisiva
México en la Obra de de Octavio Paz (1989), conducida por el mismo escritor, este
puntualiza lo siguiente: “Los contemporáneos eran en menor medida revolucionarios en su
pensamiento político, fueron más bien escépticos. Sin embargo, sí les interesó la política. No
quisieron implantar nuevas ideas, quisieron influir en la realidad, ayudar en su lenta
transformación”.
Así que para estos escritores, influir en la realidad consistía en reconocerla y aceptarla, no en
ceder precipitadamente a ideologías populares, supuestas soluciones, que, para ellos, no
terminarían siendo otra cosa más que idealizaciones y utopías.
Es verdad que obraban con recelo en torno a dicha transformación de la realidad, no obstante
eran, sin lugar a dudas, activos y agudos partícipes de la vida literaria y cultural del México
del s. XX.
A su vez se distinguían por ser ávidos lectores y admiradores de las letras francesas
modernas, de hecho, habrá que decir también que estos poetas fueron constantemente
criticados ya que, según sus intereses literarios y artísticos dejaban ver, perseguían en su obra
lo cosmopolita en mayor medida que lo nacionalista; antes bien, según afirma Paz, no con
afanes clasistas o malinchistas, sino con el interés de alcanzar una realidad más abarcadora
por medio de la universalidad en la literatura.
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Cabe resaltar que, a pesar de no contar con una unidad temática como tal, el grupo de Los
Contemporáneos se sostenía en el ámbito literario mexicano a través de sus letras plagadas de
cierto pesimismo y desaliento, rescoldos de la decepción que se vivía en la sociedad
mexicana a causa de los fallidos ideales de prosperidad y progreso de la revolución de 1910.
De modo que estas circunstancias los orillaron a construir en su literatura un realismo
calador, un vívido fatalismo, y un tenaz deseo de replantear lo incuestionable; todo esto, con
miras al enaltecimiento del ejercicio literario, -diría Paz- al amor por la obra bien hecha,
sustentados en una visión sumamente crítica de la realidad y de la literatura misma.
Ahora bien, en referencia al título de este trabajo, me concentraré en Salvador Novo (1904-
1974) uno de los integrantes de este grupo. Aunque él no es considerado uno de los
precursores como José Gorostiza o Xavier Villaurrutia, sí fue tanto un artista como un
intelectual que congeniaba con las ideologías de este grupo. Acerca de Novo, en aquella
emisión televisiva Octavio Paz dice que “asombraba, irritaba, escandalizaba, deslumbraba”.
Su poesía es humorística y ágil, casi instintiva, además de pulcra, honda, e increíblemente
perspicaz; en lo que toca a las convenciones morales, en ocasiones esta transgrede los lindes
de lo aceptado, y de lo “bien visto”.
De igual forma, a través de su lenguaje Novo sonda la naturaleza subterránea de los hombres,
rescatando siempre la inmanente miseria y la inconstancia de los mismos, la liquidez de la
condición humana.
Como se sabe, era abiertamente homosexual, aspecto que evidenciaba con total procacidad en
su poesía; hablaba sin pudor, sin recato alguno, totalmente en contra de como las
circunstancias sociales de aquella época lo demandaban.
En efecto, los años 70’s en la ciudad de México significaron una revuelta social en cuanto a
los derechos de la comunidad homosexual; la literatura no fue la excepción. César Cañedo en
su ensayo Cambio de paradigma en la poesía homosexual masculina en México en la década
de los setenta… (2014) explica que:

(...) se presenta un cambio en el paradigma de la expresión poética de los


afectos diversos, derivado de un cambio cultural que tiene como antecedente
social el movimiento estudiantil de 1968. (...) El cambio social afianzará la
expresión de una cultura diversa en términos discursivos y sexuales que se
expresa prontamente en el arte.
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Como resultado del movimiento estudiantil del 68, entre otras sublevaciones como el Primer
Manifiesto en Defensa de los Homosexuales (1975) de Luis Gonzáles de Alba, el discurso
opresor que imperaba fuera y dentro de la comunidad gay comenzó a ser transgredido poco a
poco. Así mismo, algunos estudiosos de las homosexualidades como Rodrigo Laguarda,
sostienen que esta naciente sed de rebelión por parte de la comunidad gay en México durante
el s. XX, se originó a partir de las insurrecciones de otras comunidades estigmatizadas y
oprimidas, como las mujeres, los negros y los estudiantes en países como los Estados Unidos.
Por lo tanto, tenemos que lentamente se iba instaurando una nueva idea en México acerca de
los homosexuales; o como se diría más científicamente, se iba instaurando un nuevo modelo
de representación social.
Mas, ¿qué es esto último? En Las Representaciones Sociales: Ejes teóricos para su discusión
(2002), Sandra Araya menciona:

Las RS, en definitiva, constituyen sistemas cognitivos en los que es posible


reconocer la presencia de estereotipos, opiniones, creencias, valores y normas
que suelen tener una orientación actitudinal positiva o negativa. Se
constituyen, a su vez, como sistemas de códigos, valores, lógicas
clasificatorias, principios interpretativos y orientadores de las prácticas, que
definen la llamada conciencia colectiva (...). (11)

Precisamente, dentro del mundo de las representaciones sociales, se encuentra el mundo de


las representaciones de género; el fenómeno del género ha sido estudiado por un valioso
número de científicos sociales que explican que este es tan sólo una asunción social más,
heredada e incrustada en nuestras mentes. Para explicar mejor, Teresa Cristina Bruel dos
Santos, en su tesis doctoral Representaciones sociales de género: Un estudio psicosocial
acerca de lo masculino y lo femenino (2008) menciona que:

(La) diferencia entre identidad sexual e identidad de género postulando que la


primera queda definida como consecuencia de las diferencias biológicas de los
sexos, mientras que la identidad de género se refiere a la vivencia de ser varón
o mujer como sentimiento estructurado, construido según patrones de
significación producidos socialmente y, como tales, inmersos en las prácticas
sociales. (49)
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Aplicando esta definición teórica al caso que me ocupa en este ensayo, ¿qué podría
suponerse? Llanamente podría decirse que la imagen convencional con la que desde tiempos
bíblicos se venía describiendo a los homosexuales, esto es, la de seres despreciables, pútridos
y perversos, iba siendo quebrantada poco a poco, junto con las opiniones, creencias, valores y
códigos que la construían, hasta llegar al punto de ser cuestionada y dar origen a un
replanteamiento de esa concepción. La idea de que los rasgos biológicos que definían a un
hombre o una mujer no determinaba su auto-concepción, es decir, sus gustos, sus ideales, sus
sentimientos y sus preferencias sexuales comenzaba a sentar cabeza lentamente; del otro
lado, la reticencia, la pugna y la violencia, claro está.
Por supuesto que la historia moderna registra esta clase de acontecimientos que tienen que
ver con coyunturas o quebrantamientos en el pensamiento colectivo. La historia de las
mentalidades, por ejemplo, describe estos desplazamientos ideológicos no como un
aniquilamiento fácil y rápido de los códigos sociales, -recordemos que Jacques Le Goff decía
que la historia de las mentalidades es la historia de la lentitud en la historia- sino como sutiles
alteraciones en los patrones de conciencia que tienen que ver con el sentir y pensar
inconsciente, con la sensibilidad y la naturaleza de los hombres dentro de su visión de
mundo.
Por otro lado, la historia cultural -enfoque que se privilegiará en este trabajo, en correlación
con las representaciones sociales, en particular, las de género- en contraste con la historia de
las mentalidades, se concentra en las prácticas conscientes, en la significación del mundo a
través de las representaciones sociales.
Esta disciplina historiográfica presta atención a los discursos; entiéndase por estos el sentido
y la razón que, conscientemente, los individuos le otorgan tanto a los grupos como a las
prácticas sociales; asimismo, la historia cultural estudia el entendimiento y la concepción que
los sujetos sociales tienen de dichos grupos y prácticas.
La teoría histórico-cultural, habla también de las formas simbólicas; estas corresponden al
arte, la literatura, y otras manifestaciones de pensamiento que se originan y funcionan en la
sociedad y que crean la cultura.
Por cierto, En su Historia Cultural Roger Chartier (1945) propone un entendimiento amplio y
diverso acerca de lo que conocemos como cultura, en particular este autor habla de dos
acepciones:

La que designa las obras y los gestos que, en una sociedad dada, se sustraen a
las urgencias de lo cotidiano y se someten a un juicio estético o intelectual, y
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la que considera las prácticas ordinarias a través de las cuales una comunidad,
cualquiera que sea, vive y refleja su relación con el mundo, con los otros y con
ella misma. (22)

Luego, con respecto a los hechos sociales -debido a las exigencias de este trabajo habrá que
concentrarse particularmente en las formas simbólicas- esta disciplina se pregunta, ¿de qué
manera fueron construidas? y ¿qué aspectos intervienen en su significación?
Chartier habla de los lenguajes, las prácticas y las representaciones como los medios de
construcción y significación de los discursos; esto a través de un discurso único e individual,
previamente configurado por los mismos lenguajes, prácticas y representaciones sociales; se
trata, al final del día, de una realidad innegablemente realimentaria.
Por fin, después de una larga contextualización, es preciso hacerse ciertas preguntas; la
primera: ¿cómo se manifiesta la ridiculización de las representaciones de género en la
literatura de Salvador Novo? Pues bien, si alguien entendía que la condición humana
difícilmente puede asirse únicamente a través de la ciencia o la religión, ese era Novo. Es
gracias a esto que él prefería el poema, ya como la letanía, ya como la hipótesis que revelaría
una realidad más inalcanzable y una conciencia aún más intrincada.
(vv. 1-4) “Aún ahora al escribir, estoy haciendo una cosa diferente/Me dije: tengo que
escribir un hondo poema/ y he de expresar en él todo el dolor que sufro/ ante la evidencia de
que envejezco” (Poesía, 2004).
Como se mencionó previamente, Novo fue siempre un joven destacado, intelectual,
ingeniosamente mordaz, a través de su poesía, plagada de un incuestionable fatalismo y una
acre sátira, se encargaba de evidenciar y de ridiculizar ciertas creencias sociales tan
arraigadas durante el s. XX de una manera en la que pocos se atrevían en aquella época en
México. Para demostrar lo anterior, me serviré de ciertos versos y estrofas de una serie de
poemas que anexaré en la bibliografía, la mayoría de ellos concentrados en Sátira: El libro
cabrón (1955).
Para comenzar, préstese atención a los siguientes versos: “Deja tu mano encima de la mía;/
dígame tu mirada milagrosa/ si es verdad que te gusto -todavía./ Y hazme después la
consabida cosa/ mientras un Santa Claus de utilería/ cava un invierno más en nuestra fosa. (9-
14)
Este es uno de los muchos poemas en los que Novo, con jocosidad y agudeza presume sin
verguenzas su homosexualidad, aspecto que escandalizaba a muchos de sus lectores.
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Indiscutiblemente, estos versos abordan el tema del encubrimiento y el disimulo al que ellos
se supeditaban a causa de la opresión y el odio generalizado.
Ahora, consideremos las siguientes estrofas: “Déjame en mi camino. Por fortuna/ ni el
Código Civil ha de obligarte/ ni tuvimos familia inoportuna./ El tiempo ha de ayudarte a
subsanarte./ Nada en mí te recuerda -salvo una leve amplitud mayor- en cierta parte”. (9-14)
¿Qué significación otorgaba Novo con sus letras al acto sexual?
Si se analizara al sexo dentro de los márgenes de las representaciones sociales, obtendríamos
que esta actividad es tan polisémica y multivalente para cada individuo ya que, -
recapitulando-: cada práctica social es decodificada a partir de un discurso previo que ha
configurado de una manera única a cada ser. Del mismo modo, al ser este discurso impreso
en la significación de la práctica, se obtiene una representación única del mismo.
Desde luego que el lenguaje interviene en esto; pues relacionado con la conciencia y con la
razón, este determina la significación de esta actividad para cada quien.
En términos generales, el sexo es la revelación de la verdadera voluntad de los hombres: el
placer, el goce, la perpetuación de la especie, el amor, la unión: el temor al vacío, al
sinsentido, a la oscuridad. Para los homosexuales, la actividad sexual es también la rebelión,
la sed de reivindicación que pretende demostrar que ellos tienen tanto derecho como los seres
“normales” de vivirse plenos y libres.
Acorde con lo anterior, en El Mundo como Voluntad y Representación (1819) Arthur
Schopenhauer (1788-1860) piensa en el cuerpo como el elemento mediador que hace posible
la auto-concienca del sujeto y a la vez le manifiesta su naturaleza esencial. (31)
De esta manera, podría especularse que, el sexo anal, práctica coital de los homosexuales, -
como cada una de las prácticas sociales- está plagada de símbolos, símbolos que exhiben la
naturaleza de una realidad homosexual e intrínsecamente humana.
¿A qué me refiero con esto? Antes de explayarme en este asunto, será preciso apoyarse aún
más en Schopenhauer.
De antemano, este filósofo se suma a la lista de estudiosos de las representaciones; de hecho,
él postulaba que estas nos muestran únicamente la “cara exterior del mundo”, o sea, tan sólo
una realidad superficial. De ahí que este pensador hable no sólo de la representación, sino
también de la voluntad, como principios que se preocupan por explicar filosóficamente
hechos como la visión del mundo y la percepción de la realidad. Para Schopenhauer, la
representación tiene que ver con lo fenomenológico, concepto estudiado previamente por
filósofos como Edmund Husserl y Emmanuel Kant.
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Acerca de la fenomenología, muy brevemente podría otorgar una modesta explicación: el


fenómeno en filosofía es el estudio de los conceptos y realidades que se nos otorgan como
absolutas e infranqueables, realidades que se obstinan en definir el conocimiento que tenemos
del mundo mediante conceptos como la razón y la conciencia; por esto, Schopenhauer
establece una relación directa entre lo fenomenológico con las representaciones.
Por otro lado, en lo que concierne a la voluntad, el filósofo postula que es esta la que encierra
la verdadera esencia de los objetos y los individuos, el principio que se aproxima a la
verdadera naturaleza y orden de las cosas, a la realidad inmanente que se encuentra fuera de
conceptos como la conciencia y la razón, simplemente a lo que le llamaba la cosa en sí.
Entonces, según Schopenhauer la representación es “el modo en que se nos oculta la
verdadera realidad de las cosas” (5).
Hecha esta salvedad, es momento de profundizar aún más en el análisis.
Habrá que considerar ambas caras de la moneda; quiero decir, tanto los homosexuales, como
los principales simpatizantes de esta voluntad del mundo, y los seres “normales” como los
opositores a esta representación.
Como sabemos, la práctica sexual de la comunidad gay, por cuestiones de orden fisiológico,
admite las relaciones anales como la única relación coital posible.
Mas, ¿qué representa esta práctica si tomamos en cuenta las figuras, ano, excremento, placer
y suciedad? En primera instancia, según la antigua tradición sexual instaurada en nuestras
mentes desde tiempos bíblicos -por ejemplo, desde Sodoma y Gomorra-, tal acto se ha
tomado por depravación, copulación carnal contra natura, sodomía y pecado.
Por lo que, por parte de la gran mayoría de los “seres normales”, como ya todos lo sabemos,
existe repugnancia y aversión hacia dicha práctica ya sea por juicios de tipo moral, religioso
y, no menos importante, por aspectos que tienen que ver con la conformación de la psique.
De hecho, Sigmund Freud menciona en Carácter y erotismo anal (1908), artículo que
pertenece al Volúmen IX de sus Obras Completas (1906-1908), que algunos lactantes
encuentran cierto placer en retener las heces, pues esta actividad fisiológica desencadena una
conexión con la cualidad erógena de ciertas zonas como el ano (154). ¿Qué hay que extraer
de esto? Los lactantes, por su corta experiencia en el mundo, son seres humanos limpios de
representaciones y, según la teoría psicoanalítica, estos, dentro de su intrincada y primitiva
significación de las cosas, reconocen con naturalidad que el recto, así como es una zona por
la que fluye el desperdicio, también es una zona que puede generar placer.
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Lo anterior sugiere que no podemos desligar lo placentero de lo que moralmente los hombres
señalamos como sucio o inapropiado. Habría que ser un tanto ingenuo para no reconocer que
los seres humanos no somos el Adán de Dios.
Así que la cavidad rectal -en nuestra realidad moral y consciente, tan obsesionada con el
orden y lo límpido- es tachada como una parte de nosotros que debe ser únicamente empleada
para satisfacer necesidades fisiológicas; fuera de eso, es señalada como asquerosa e impura,
una parte de la que deberíamos avergonzarnos y de la que no deberíamos ni siquiera hablar,
tal como pasa con los genitales. Es por esto que, culturalmente, se ha tenido un fuerte recelo
al sexo anal como práctica heterosexual, y, desde luego, homosexual.
En segunda instancia, y por el otro lado, ¿qué es lo que hacen los homosexuales al asumir su
natural preferencia por las prácticas anales?
Todas las fuentes consultadas, y las relaciones que he establecido entre ellas no me sugieren
otra cosa más que la ridiculización de las representaciones de género.
Roger Chartier habla de la lucha de representaciones como un proceso de instauración de lo
que debería ser la única representación infranqueable y unívoca de un fenómeno. No
obstante, el frágil sistema moral que obedece a la naturaleza contingente y contradictoria de
los hombres, se delata, flaquea y cae ante la transparencia que formas simbólicas como la
literatura ofrecen sin temor, a una realidad enteramente humana y, por ende, caótica,
contingente, incierta, maculada y profana. Nótese que -habrá que recordar la introducción de
este ensayo- esta es una concepción completamente opuesta a los ideales románticos de
concepción de mundo que nos han sido heredados.
Al final del día, recordemos que, tal como diría Schopenhauer, “el mundo es mi
representación”; no obstante, estas representaciones no son en sí “la manifestación de la
realidad, sino más bien su encubrimiento”.
Para concluir, es preciso señalar que es esto último lo que Salvador Novo ofrece con sus
sonetos que algunos bien pudieran tachar de simples, soeces y quizá poco profundos. Él nos
demostró mediante su literatura, que, en efecto, se puede mirar a través de la ventana de una
época en decadencia, tal como el s. XX en México, a través de manifestaciones artísticas y
formas simbólicas como las letras. Asimismo demostró que una época en la que, después de
revoluciones y guerras, no queda más que la incertidumbre, por lo que la fragilidad de
nuestros sistemas de representación emerge.
Y, tal como lo decía al principio, apostó por cambiar la realidad desde dentro de la literatura,
sin manifestaciones, sin revestimientos ideológicos -que, a fin de cuentas, no son más que
representaciones- sino mediante recursos del lenguaje como la sátira, que ridiculizan y
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quebrantan lentamente las representaciones que se pretenden absolutas. Gracias a esto, Novo,
con su lenguaje nos invita a reconocer una realidad homosexual, a replantearnos estas
cuestiones y a reconocer lo que es esencial y natural en los hombres.

BIBLIOGRAFÍA

1.- Araya Umaña, S. (2002). Las representaciones sociales: Ejes teóricos para su discusión
(1ra ed.). San José, Costa RIca: Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional.

2.- Bruel dos Santos, T. (2008). Representaciones sociales de género: Un estudio psicosocial
acerca de lo masculino y lo femenino. Madrid.

3.- Chartier, R., & Ferrari, C. (2005). El mundo como representación estudios sobre historia
cultural. Barcelona (España): Gedisa.

4.- Círculo de Poesía | Hacia una tradición de la poesía homosexual, ensayo de César Cañedo.
(2017). Circulodepoesia.com. Consultado 22 Mayo 2017, en
http://circulodepoesia.com/2014/09/hacia-una-tradicion-de-la-poesia-homosexual-ensayo-de-
cesar-canedo/
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5.- Freud, S. (1906). Obras Completas. Vol. 9 (2da ed.). Buenos Aires: Amorrortu editores.

6.- Laguarda, R. (2009). El ambiente: espacios de sociabilidad gay en la ciudad de México,


1968-1982. México D.F. Retrieved from http://www.scielo.org.mx/pdf/secu/n78/n78a5.pdf

7.- "Los contemporáneos" México en la obra de Octavio Paz. Televisa. México D.F. 1989.
Televisión.

8.- Novo, S. (2004). Poesía. México: Fondo de Cultura Económica.

9.- Novo, S. (1979). Sátira, el libro ca ... México: Diana.

10.- Schopenhauer, A. (2003). El mundo como voluntad y representación. Madrid: Trotta.

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