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CA.

RA/ Y CARETAS
grupo de alemanes y austríacos entonando cantos co y problemático. ¡ Cade sardane es un pro-
incomprensibles, que parecían salmos litúrgicos o bleme!
guerreros. Era un conjunto heterogéneo y arbi- Pero no tuvo éxito, el pobre.
trario de la alegría universal. De pronto, del fondo del corredor^ de la casa
Allá en un rincón, un grupo de italianos alter- llegó un gemido melancólico y sostenido, ponien-
naba la música clásica con picantes canzonctas do un punto en el ruidoso certamen. Parecía uu
napolitanas, haciendo contrapunto a unos espa- lamento humano que viniera de lejos, de muy
ñoles que tarareaban trozos de antiguas zarzuelas. lejos, de más allá del mar y de la montaña, como
No faltaba en la ruidosa asamblea el grupo de si fuera la voz de un país querido y remoto, de
los izquierdistas, quienes, luego de despotricar con- una tierra de ensueño y de quimera.
tra la festividad del día impuesta por el clero — — ¡Es el saco de yemécs del chanchero ¡ — ex-
"signo evidente del atraso de este siglo", corno plicó el catalán Martorell.
decía enfáticamente uno de los más feroces dis- — ¡ La gaita ! — achiró otro.
curseadores, — se adherían al bullicio cantando E f e c t i v a m e n t e , José, el encargado del chi-
La Internacional a vez en cuello. quero, un muchacho de tez rosada, recién llega-
Unos pocos criollos, los mensuales de campo, fi- do al país, entró en el comedor abrazado a su
guraban también en la reunión. En tren de tra- instrumento.
bajo, como siempre, estaban allí a la espera de Todos conocían la habilidad del joven gaitero
órdenes, con las espuelas calzadas y el rebenque para tañer su instrumento y se prepararon gus-
colgado en e! mango del cuchillo. Formaban rue- tosos a escucharlo.
da aparte alrededor de la pava humeante, _ sor- Y José empezó a tocar. Y el gemido que poco
biendo pausadamente y en actitudes de faquir el antes se oyera volvió a repetirse para continuar
mate de todas las horas. Se hallaban un poco en una suave melodía que a veces tenía enérgi-
ajenos a la general diversión, silenciosos y gra- cos y viriles acentos que decaían luego para con-
ves; la legendaria tristeza del pampa, trasmitida vertirse en una tierna queja femenil, llenando la
a ellos a través de la llanura melancólica y a lo habitación de un aire nuevo, fresco y placente-
largo de la huella polvorienta, les hacía hallar in- ro como una caricia inesperada.
sólita ,!a ruidosa expansión de la "gringada". La melancólica tonada no tardó en penetrar eu
El jolgorio creció de punto con la llegada de el corazón de los oyentes. Desapareció de todos
Peña y su guitarra, un albañil andaluz que hizo los rostros la regocijante expresión de alegría
en la reunión una entrada triunfal. con que parecían emborracharse poco antes. Las
—• ¡ Ahora zabrán, zeñore, lo que e la grasia caras contraídas por la máscara de una falsa risa
y la zal de mi tierra ! — exclamó. y una aparente alegría fueron distendiéndose len-
Y en el súbito silencio que se hizo, el concer- tamente para tornarse más graves, más serenas y
tista empezó un rasgeo sentimental y melancólico. más humanas.
Después de toser ligeramente, componiéndose el Y en tanto que José seguía tocando, las cabe-
pecho, empezó a cantar. , . zas se iban inclinando al peso de quién sabe qué
— ¡ Ay ! i Aaaaaay ! ¡ A y a y a y ! . . . remotos y lejanos recuerdos, evocados súbitamen-
Y su voz tenía trágicos y epilépticos temblores. te por el maravilloso instrumento, y la nostalgia,
— ¡ Ole! — exclamó, jaleándose a sí mismo, la dulce nostalgia, fué invadiendo a todos suave-
mientras continuaba con el rasgeo. mente, plácidamente, en una sensación benéfica,
— ¡ Ayay ! ¡ Ay ! — volvió a repetir el cantor. consoladora en su tristeza, dulce y sedante en su
El concurso, suspenso, no parecía conmoverse profunda amargura, y todos, desde los sajones,
ante aquella exposición de "cante jondo", y em- hasta los latinos, sintieren estremecer las fibras
pezaron a mirarse unos a otros. más sensibles en una misma sensación, herma-
— ¡ Ay I ¡ Ayayay! — repitió el guitarrero. nados en la soledad de su existencia, hallándose
D'Angelo, el mecánico, no pudo ya contenerse. mejores y animándose súbitamente a asomarse en
— ¡ Ma, cuesto e un hospédale! ¡ Tócate una ta- el abismo de sus corazones.
rantella, santo Cristo! Cuando José terminó de tocar y quedó con los
— ¡ Ecco, ecco 1 — exclamaron varias voces. brazos cruzados amorosamente sobre la gaita ami-
Y D'Angelo saltó al centro del salón empe- ga, tenía los ojos llenos de lágrimas. Se hizo en
zando a bailar, y cantando, "La donna quando é la habitación un silencio solemne. Nadie pro-
vecchia"... nunció una sola palabra para no disipar la m á -
Peña no tuvo más remedio que arremeter lo gica melodía que aun parecía flotar en el am-
mejor que pudo con una tarantela. biente.
Entonces la bulla llegó a su punto culminante. — ¿Choras, hermano? — preguntó a José uno
Mientras D'Angelo bailaba, sus de sus paisanos.
compatriotas cantaban a coro, y — i Oh, miña nay! — excla-
de tanto en tanto se oían las ex- mó el gallcguito. — i Eu teño mo-
clamaciones del entusiasta y ve- rriña !
hemente guitarrero. La fiesta terminó allí. La gen-
— ¡ Ole con de y con ole ! te se fué diseminando lentamen-
La parte coreográfica de la fies- te y en silencio, sin atreverse a
ta fué la más celebrada. No fal- hacer comentarios.
tó quien bailara una jota ni quien Solam.ente los criollos, los men-
zapateara un malambo acompa- suales de campo, al salir de la
ñando al guitarrero con el ruido estancia, mientras les caballos
de las espuelas. Hubo, sin embar- chapaleaban nerviosos en el ba-
go, una protesta (¿cuando n o ? ) . rrizal, comentaron brevemente la
El herrero Martorell quería de jornada.
todas maneras que to- — I Bravo, el estru-
caran una sardana. mento ! — dijo uno.
— ¡ Estos bailes son — ¡ Bravo ! — con-
macanes I La sardane testó otro. — ¡ Hizo
es l'unic baile cientí- DIBUJOS aflojar a tuitosl

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