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Sobre las relaciones entre feminismo y marxismo: un aporte desde la teoría

de la Reproducción Social

Velia Luparello. Becaria doctoral, CIECS (CONICET-UNC)


Manuel Quiroga. Becario doctoral, CIECS (CONICET-UNC)

PALABRAS CLAVE: Feminismo – Marxismo – Teoría de la Reproducción Social –


Interseccionalidad

Introducción
A lo largo del cursado del Seminario “La Segunda Ola Feminista en cuestión”, accedimos a
posturas de distintas autoras feministas, de corrientes muy diversas, con diferentes
aproximaciones hacia el marxismo. Dentro de estas, nos interesamos en aquellas que
postularon una relación de intercambio con el marxismo y no consideraban de por sí
incompatibles ambas perspectivas. Del intercambio y las relaciones entre estas perspectivas,
surgen una serie de problemas teóricos, que han dado lugar a distintas respuestas y posiciones.
Entre estos problemas, los principales implican una valoración de cuál era el lugar del
marxismo clásico en relación al análisis de género y categorías relacionadas; cuál era la
relación entre el sistema de opresión sobre las mujeres, el patriarcado, y el capitalismo; las
relaciones entre trabajo productivo y doméstico; y cuál es la articulación específica de
distintas formas de opresión en la sociedad contemporánea, lo que lleva a planteos distintos
sobre metodología de análisis e investigación de estas opresiones.
En el presente trabajo, pretendemos desarrollar dos aspectos. En la primera parte,
presentaremos brevemente dos de las perspectivas más conocidas sobre estos problemas: la
teoría del sistema dual y la teoría de la interseccionalidad, así como algunas críticas y
dificultades que surgen de las mismas. En la segunda parte, desarrollaremos algunos aportes
de la Teoría de la Reproducción Social, una escuela de análisis feminista-marxista
desarrollada por activistas y académicas principalmente de Canadá, que nos parece ofrece una
perspectiva teórica de gran interés para desarrollar análisis concretos desde un contexto
latinoamericano. Finalizaremos con algunas observaciones sobre la aplicabilidad de este
marco teórico a distintos temas de análisis social contemporáneo.

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Primera parte: Sistema Dual e Interseccionalidad
Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las relaciones entre el movimiento
feminista y las organizaciones de izquierda de la clase trabajadora han pasado por distintos
estadios de acercamiento y conflictividad. Una característica de los feminismos de la llamada
“Segunda Ola” fue el desarrollo de esfuerzos teóricos para comprender la opresión y las
estrategias de emancipación de las mujeres en viva relación con los movimientos políticos y
sociales de su época. A modo de síntesis, coincidimos con Arruzza (2015) cuando explica
que:

Buscando de tanto en tanto ofrecer respuestas a los problemas que eran planteados por las
luchas y los procesos de subjetivización de las mujeres, las pensadoras feministas han
ofrecido respuestas muy divergentes a la cuestión de la relación entre género y clase y
entre patriarcado y capitalismo. Se ha intentado interpretar el género utilizando los
instrumentos de la crítica de la economía política, hacer de la opresión de género una
extensión de la relación de explotación entre capital y fuerza de trabajo, o bien leer las
relaciones entre hombre y mujer en términos de antagonismo de clase, o aún de afirmar la
prioridad de la opresión patriarcal respecto a la explotación capitalista. Se ha intentado
interpretar la relación entre capitalismo y patriarcado en términos de interrelación entre
dos sistemas autónomos y, al contrario, leer el modo en el que el capitalismo ha
subsumido y profundamente modificado la opresión patriarcal (Arruzza 2015:19 – 20).

En esa línea, a continuación retomaremos los aportes de Heidi Hartmann (1979) y de


Kimberle Crenshaw (1991) como principales exponentes de la teoría del sistema dual y de la
interseccionalidad respectivamente.

Heidi Hartmann y el “infeliz matrimonio”


“Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresista entre marxismo y feminismo”
(1979) es una de las obras más relevantes que propuso repensar la relación entre marxismo y
feminismo. Afirmando que “las categorías marxistas, como el capital, son ciegas al sexo”
(Hartmann, 1979: 8), la crítica de Heidi Hartmann hacia los estudios marxistas y marxistas
feministas se basó en que, si bien éstos desarrollaban el vínculo entre el trabajo doméstico y el
asalariado, ninguno se proponía explicar las relaciones patriarcales entre varones y mujeres en
el sistema capitalista. En este sentido, postulaba la necesidad de incorporar una perspectiva
feminista al método marxista para encontrar las bases materiales del patriarcado. De acuerdo
a esto, su concepto de patriarcado es el siguiente:

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En resumen, definimos al patriarcado como una serie de relaciones sociales que tienen
una base material y en el cual existen relaciones jerárquicas y solidaridad entre varones
que les permiten dominar a las mujeres. La base material del patriarcado es el control de
los hombres sobre la fuerza de trabajo de las mujeres (...) Los elementos cruciales del
patriarcado(…) son: el matrimonio heterosexual (y la consecuente homofobia), el trabajo
doméstico y de crianza femeninos, la dependencia económica de las mujeres para con los
varones (reforzada por las disposiciones del mercado laboral), el estado, y numerosas
instituciones basadas en las relaciones sociales entre los varones - clubs, deportes,
sindicatos, profesiones, universidades, iglesias, corporaciones y ejércitos (Hartmann,
1979: 14).

La noción de Hartmann del sistema dual, es decir, capitalismo y patriarcado o capitalismo


patriarcal, intentó dar una explicación a las relaciones existentes entre la clase y el género. No
obstante, dicha aproximación mostró sus debilidades teóricas al momento de explicar el por
qué y el cómo de tales relaciones. Retomamos la crítica de Cinzia Arruzza (2016) para aclarar
a lo que nos referimos:

La teoría del sistema dual permitió a la teoría marxista de las relaciones


económicas y sociales permanecer básicamente inalterada; por lo que, al asumir
que las categorías marxistas son ciegas al sexo, sólo se requiere adicionarle una
teoría de las relaciones de género. Por otra parte, la dificultad del feminismo
marxista (y del marxismo) para identificar claramente la lógica subyacente de la
relación entre la opresión de las mujeres y la dinámica capitalista a nivel teórico
favorece la confirmación de teorías de dos o tres sistemas que reproducen una
percepción fragmentada del mundo social. Dicho de otro modo, recurrir a
nociones tales como modo de producción patriarcal y racial, o modo de
producción sexo-afectivo (…) para explicar la persistencia de diferentes formas
de discriminación de género bajo el capitalismo a nivel sistémico, es equivalente a
emplear el recurso deus ex machina o asumir precisamente lo que necesita ser
explicado (Arruzza, 2016: 13)

Las perspectivas interseccionales


El artículo “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against
Women of Color” (1991) de Kimberle Crenshaw vino a teorizar un problema real que
complejizó la perspectiva de la construcción política del movimiento feminista. Partiendo de
la crítica de que el feminismo contemporáneo y los movimientos antirracistas habían fallado

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en considerar las dimensiones interseccionales de las identidades, las experiencias de las
mujeres de color tendían a no ser representadas en los discursos del feminismo o del
antirracismo. Debido a su identidad interseccional como mujeres y de color, los discursos que
responden a una u otra dimensión, las marginalizan en ambos casos. En ese sentido, se hace
necesario un análisis de cómo la convergencia de los sistemas raciales, de género y de clase
estructuran las experiencias de las mujeres de color (Crenshaw 1991:1242 – 1245). De esta
forma, afirma Crenshaw:

El concepto de interseccionalidad política pone en foco que las mujeres de color forman
parte de dos grupos subordinados que frecuentemente cuentan con agendas enfrentadas.
De hecho, sus experiencias racializadas y generizadas definen al mismo tiempo que
limitan los intereses de todo el grupo. Por ejemplo, el racismo experimentado por los
varones de color tiende a determinar los parámetros de la estrategia antirracista, así como
el sexismo vivido por las mujeres blancas tiende a sentar las bases del movimiento
feminista. El problema no es simplemente que no reconocen la dimensión “adicional” del
patriarcado y el racismo, sino que hace imposible articular al racismo y el sexismo.
Debido a que las mujeres de color viven el racismo de una manera distinta a los varones
de color, y que el sexismo no es experimentado igual que las mujeres blancas, el
antirracismo y el feminismo son limitados por sus propios términos (Crenshaw 1991:
1252).

El enfoque de la intersección de múltiples formas de opresión conlleva, sin embargo, un


problema del análisis: ¿Cuántos y cuáles son los sistemas de opresión que articulan la vida
social? En este marco, el enfoque de la interseccionalidad ha ganado tracción en los últimos
años. En opinión de Salem, este enfoque ha sido progresivamente adoptado por una academia
neoliberalizada, y ha sido cada vez más usado como un enfoque relacionado con la
“diversidad” y la “desigualdad”, en vez de abordar relaciones de poder y dominación (Salem
2016:4). A su vez, progresivamente ha ido enfocándose sobre las identidades particulares,
inhibiendo abordajes que puedan dar cuenta de la universalidad (relativa) de las relaciones
capitalistas e incluso de la opresión de género (Salem 2016:7). La idea de Salem es que la
interseccionalidad puede ser revitalizada a partir de la inclusión de interpretaciones marxistas
no reduccionistas.

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Segunda parte: La Teoría de la Reproducción Social
En este sentido, recuperar los planteos teóricos de la llamada Teoría de la Reproducción
Social abona a la elaboración de dicha perspectiva. El surgimiento de esta corriente estuvo
relacionado con dos temas que generaron mucho debate en las filas de las feministas de las
décadas de 1960 y 1970. Por un lado, la relación entre marxismo y feminismo y las
limitaciones del primero para dar cuenta de las opresiones de género dentro de las relaciones
sociales de producción capitalistas. Por otro, el debate sobre el trabajo doméstico implicó una
aproximación a la “cuestión de la mujer” desde el enfoque de la economía política y la
división sexual del trabajo (Ferguson y McNally, 2013). Los derroteros de ambos debates son
bien conocidos y en ningún caso lograron producir una explicación satisfactoria de cómo la
explotación económica y las opresiones de género y racistas constituyen a lxs sujetxs. De esta
manera, el planteo de la TRS se aleja del reduccionismo económico de los primeros escritos
del feminismo marxista e incorpora el factor subjetivo a través de las categorías de
“corporalidad” y “experiencia” refutando así la falsa dicotomía que la disputa entre el
estructuralismo y el posmodernismo había generado entre lo social y lo corporal (Ferguson,
2008).

La metodología para analizar el efecto de opresiones múltiples y la explotación


En el enfoque interseccional original que, como aduce Salem, estaba fuertemente ligado al
feminismo negro, discutía teóricamente la importancia estructuradora de la raza y la clase
frente a un feminismo identificado mayormente como blanco y de clase media. Pero incluso
con esas especificaciones, existen problemas de explicación de estos sistemas de opresión, y
la necesidad de abordar una teoría que evita una estrategia explicativa de evitar la
“multiplicación infinita de sistemas de opresión”, constatando que “Cuando todo determina el
resto, la noción de determinación pierde su función explicativa y evitar una regresión infinita
en las cadenas causales se vuelve imposible” (Arruzza 2016: 15). El problema central con los
enfoques de yuxtaponer sistemas de opresión es que postulan lo que hay que explicar: porqué
existen diversas opresiones, cómo surgen históricamente y se combinan.
Esto conduce a un problema metodológico, que entendemos puede resolverse con algunos de
los planteos de la dialéctica marxista. Dicha noción implica suponer que la sociedad debe ser
analizada desde el punto de vista de la totalidad, es decir, donde un aspecto particular de las
relaciones sociales (opresión de género, racial, explotación laboral, etc.) está subordinada a la
totalidad y la co-determina a su vez. Desde este enfoque las relaciones de reproducción

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inherentes al capitalismo son un aspecto tan necesario del sistema como las de producción. A
su vez, puede desarrollarse teóricamente desde este enfoque cómo algunas de las
desigualdades son funcionales a la reproducción del sistema en general. Así, de acuerdo con
Sara Salem:

De hecho, en tales análisis marxistas, el capitalismo no es una intersección sino el


contexto dentro del cual categorías sociales como género, clase, sexualidad y raza son
constituidas, y este contexto mismo es analizado en tanto constituido por estas categorías.
Es también el contexto dentro del cual podemos analizar cómo categorías y conceptos
específicos son desdeñados y se les niega legibilidad y la posibilidad de ser abordados
(Salem 2016, 11).

Es fundamental para explicar por qué existe la opresión de género, analizar la relación
históricamente determinada que se da entre producción y reproducción en las sociedades
capitalistas.

Producción y Reproducción
En su intento de desarrollar una comprensión integral sobre las interrelaciones entre clase,
género y raza, que al mismo tiempo logre incorporar la experiencia sin perder de vista el
contexto capitalista que influye en la misma, la TRS se presenta como una aproximación
materialista dialéctica al análisis de las opresiones dentro del sistema capitalista. Se diferencia
de las lecturas marxistas o marxistas feministas previas1 por el hecho de que parte de la
lectura de El Capital de Karl Marx en pos de analizar críticamente las categorías de “trabajo”,
“producción” y “reproducción” como relacionales, evitando repetir viejas formulaciones que
ordenaban jerárquicamente a la clase respecto al género.
En este sentido, uno de los fundamentos de esta teoría es la crítica a la noción del feminismo
marxista de los años ´70 de que la producción y la reproducción se encuentran dentro de dos
esferas separadas, cada una con su propia lógica: la economía asalariada, por un lado, y la
economía doméstica por otro. En su lugar, la TRS parte de la ampliación del concepto de

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La gran mayoría de las primeras elaboraciones de las feministas marxistas abordaron la cuestión de la mujer
principalmente a partir de la obra de Engels “La Familia, la propiedad privada y el Estado”, como por ejemplo
Mitchell (1966) y Firestone (1973). Esto produjo avances en la teorización sobre la doble explotación que sufrían
las mujeres trabajadoras y la necesidad de lograr su emancipación a través de la revolución social proletaria.
Asimismo, muchos de estudios se enfocaron en la homologación de las relaciones entre clases y las relaciones
entre los sexos, con lo cual las categorías de “clase” y “género” terminaban siendo jerarquizadas y/o
contrapuestas.

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“trabajo” incorporando tanto al trabajo productivo ligado a la economía de trabajo
remunerado, como al trabajo doméstico (en su mayoría realizado por mujeres) necesario para
reproducir y mantener a la actual (y próxima) generación de trabajadorxs. Entonces, partiendo
de la premisa de que la producción y la reproducción no son dos esferas separadas y
excluyentes una de otra, sino que todos los elementos necesarios para reproducir las
relaciones capitalistas (incluyendo las tareas de cuidado de lxs niñxs, trabajadorxs activxs, y
adultos mayores) son momentos dialécticos de una totalidad, la TRS incorpora un concepto
clave: trabajo corporizado (embodied labor). Como lo explica Ferguson, el uso de esta
categoría implica una aproximación materialista con especial énfasis en la dimensión corporal
del trabajo (por lo tanto, generizado y racializado) y la insistencia en que los procesos de
reproducción social se encuentran relacionalmente integrados (Ferguson 2008: 44).
La ubicación de estos cuerpos trabajadores tiene una importancia crucial para explicar cómo
lxs individuxs y los grupos participan en el proceso de reproducción social. Y si bien
analíticamente pueden ser diferenciables, estos elementos nunca son vivenciados aislados
unos de otros por los seres humanos. De esta forma, se entiende que la opresión de las
mujeres no se debe al trabajo doméstico en sí mismo, o sus características biológicas, sino a la
relación de estos aspectos con la dinámica de la reproducción del capital.

El ordenamiento de género capitalista está así estructuralmente fundado no en un


patriarcado transhistórico o un modo de producción doméstico separado, sino en la
articulación social entre el modo capitalista de producción y el trabajo doméstico de la
clase obrera, que es fundamental para la producción y reproducción de la fuerza de
trabajo (Ferguson y McNally 2013:26)

A su vez, existen distintas posiciones sobre cómo determinar la naturaleza precisa de la


relación entre trabajo productivo e improductivo. La postura de Delphy afirmaba que el
trabajo doméstico impago de las mujeres muchas veces servía para producir mercancías (en
especial en el ámbito rural) y que incluso si no lo hacía, debía ser considerado productivo
porque suplía una necesidad que de otra manera era cubierta con dinero (Delphy, 1970). Ante
esta posición, nos parece más preciso el planteo de Arruzza:

Si producción implica la producción de valor, entonces mientras cada proceso de


producción es al mismo tiempo, en un sentido, un proceso de reproducción, lo
opuesto no es verdad (…) La burocracia estatal, la política, el control policial,
familia, escuela, ciencia, tecnología, todas toman parte en la reproducción de las

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condiciones de producción y de una determinada formación social concreta, pero
de acuerdo con Marx no implican producción de valor (Arruzza 2016: 18).

En nuestra opinión, esta distinción teórica es muy importante, no sólo para el análisis preciso
del capitalismo como modo de producción fundado en la explotación del trabajo asalariado,
sino también para la explicación de la opresión de la mujer: por un lado, porque una de las
características esenciales del capitalismo es la separación del trabajo productivo y
reproductivo, algo que no existía en sociedades anteriores (este argumento es central en el
famoso libro de Silvia Federici Calibán y La Bruja (2011). Por otro lado, porque permite
explicar cómo la forma de subordinación que emerge de la organización del trabajo de
reproducción bajo el capitalismo toma la forma de una relación en el ámbito privado,
invisibilizada y naturalizada en condiciones domésticas (Laslett y Brenner 1989: 386)

A modo de conclusión
Consideramos que esta perspectiva tiene potencial para el análisis de diversos procesos
relacionados con el género y el funcionamiento general de las relaciones sociales en la época
contemporánea. Una de las autoras de esta ponencia, ha escrito un trabajo tratando de analizar
desde esta política las políticas sobre aborto y control de natalidad en algunos países
latinoamericanos, en particular en Perú (Luparello, 2017). Asimismo, trabajos como el de
Ferguson y McNally (2015) son un ejemplo de cómo puede usarse este enfoque para analizar
cómo la reproducción social deviene transnacional, en el caso de familias migrantes, y cómo
el capital aprovecha diferenciales en los costos de reproducción social en distintas sociedades
para sus propios fines. Esperamos con este trabajo contribuir a la difusión, el estudio y el
análisis crítico de esta perspectiva.

8
Bibliografía
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Colección Crítica & Alternativa. Barcelona. Editorial Sylone.
Arruzza, C. (2016), “Functionalist, Determinist, Reductionist: Social Reproduction Feminism
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Federici, S. (2011) Calibán y La Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Colección
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Hartmann, H. (1979; 1982) Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresista
entre marxismo y feminismo. Lima: Centro Flora Tristán.
Laslett, B., & Brenner, J. (1989). Gender and social reproduction: Historical perspectives.
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Luparello, V. (2017). Aborto y capitalismo: un análisis de las políticas de control poblacional
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Reproducción Social (1950 – 1980). Diálogos Revista Electrónica de Historia, Vol. 18 N° 2,
Julio–Diciembre: 103-120
Salem, S. (2016). Intersectionality and its discontents: Intersectionality as traveling theory.
European Journal of Women’s Studies, N° 1: 1-16.

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